Pedrosa, José Manuel. Sobre: Shmuel Refael, Un grito en el silencio. La poesía sobre el Holocausto en lengua sefardí: estudio y antología.

Culturas Populares. Revista Electrónica 7 (julio-diciembre 2008).

http://www.culturaspopulares.org/textos7/notas/pedrosa6.htm

 

ISSN: 1886-5623

 

 

 

Shmuel Refael, Un grito en el silencio. La poesía sobre el Holocausto en lengua sefardí: estudio y antología. Barcelona: Tirocinio, 2008; 340 pp.

 

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ay libros y hay palabras ante los que no es posible permanecer indiferente, y ante los que la actitud del lector, que envuelve también, naturalmente, a la actitud del erudito o del crítico (quienes son lectores antes de ser ninguna otra cosa), no puede dejar de verse emocionalmente comprometida. Implicación que a un lector normal le puede ser francamente permitida (incluso aconsejada), pero que al lector-crítico le es menos lícita, si es que su aspiración es emitir un juicio objetivo y desapasionado acerca de la obra y de sus referentes.

¿Qué sucede, entonces, cuando las figuras del lector, del crítico y hasta del autor se solapan en una sola, y cuando (él y todas las sombras en que se desdobla) han de enfrentarse, además, a una literatura de la memoria, que inevitablemente ha de despertar, en clave de dolorosa tragedia, la biografía de su familia (de la nuclear y de la cultural), o, lo que es igual, la historia, o al menos la pre-historia, de sí mismo? ¿Y cómo han de percibir tal fenómeno los lectores (incluyendo los especialistas y los críticos), conscientes de que ante sus ojos y sensibilidades está desfilando una secuencia de sucesos, de palabras, de fantasmas, de testigos, de memorias y de notarios mezclados, sin que sea fácil (al menos en teoría) diferenciar del todo dónde termina la voz de unos y dónde comienza la voz de otros?

Un caso tan especial habría dado, sin duda, que pensar al crítico Theodor Adorno, quien defendió, con exceso de dramatismo acaso, que después de un cataclismo como el de Auschwitz, cualquier poesía dejaba de tener sentido, porque la historia nunca podría volver a ser iluminada; llamaría también la atención de Imre Kertesz, el escritor (y superviviente de Auschwitz) que defiende justo lo contrario: que después del Holocausto, la poesía es más necesaria que nunca, porque la historia necesita ser iluminada. Y, si no se tratara de puros e irreversibles personajes de ficción, habría merecido acaso algún verso de las reflexiones de Hamlet, cuando suplicaba a Horatio, con su aliento último, que hiciese lo posible porque al menos las palabras, lanzadas al vuelo, le sobreviviesen, o algún apóstrofe del Aliosha de Los hermanos Karamazov, que sobrevivió a su tragedia, y que incluso venció (para siempre) al mal monologando sobre una piedra en el cementerio, entre los muertos.

Este Grito en el silencio: la poesía sobre el Holocausto en lengua sefardí ha sido escrito por Shmuel Rafael, un profesor universitario sefardí e israelí (crítico especialista en literatura sefardí) que es hijo de víctimas, sefardíes de Grecia, que perdieron casi todo (menos la vida) en el Holocausto; que es, por añadidura, hijo de uno de los poetas antologizados (el cual dirigió durante años un coro de supervivientes); que ha escuchado desde la cuna, en su nativa lengua sefardí, todo tipo de historias sobre aquella feroz catástrofe; que ha mostrado Auschwitz a jóvenes de las generaciones que van detrás de la suya; que ha leído, coleccionado, ordenado, clasificado y estudiado, con precisión de entomólogo, cada línea que se ha escrito en sefardí (y muchas líneas escritas en otras lenguas) sobre el Holocausto; y que, al cabo de todo eso, se ha tenido que poner el traje de crítico para historiarlo todo del modo fidedigno, con los afanes de objetividad y de sistematicidad, que les son exigibles a los críticos.

Impresionante conjunción de circunstancias, sin duda, que solo por eso permite, ya, esperar un libro diferente y especial, que ponga a prueba las cuadrículas convencionales que suelen separar a personajes, autores, lectores y críticos. Y que tiende, al mismo tiempo, trampas peligrosas a quien aspira (como aspira el profesor Shmuel Refael) a ejercer de crítico científico, de notario desapasionado, y no de cronista subjetivo o de voz abiertamente participante; que ha puesto a su libro el título de Un grito en el silencio, pero que quiere, con tan buen juicio como encomiable pudor, que el grito que resuene sea el de La poesía sobre el Holocausto en lengua sefardí, tal como la lanzaron al aire o la pusieron en letra sus creadores; no como lo pretenda o como lo presente el antólogo.

El caso es que todas esas circunstancias (las de ser hijo de un superviviente del Holocausto, la de haber crecido inmerso en esa memoria, etc.), sobrevenidas aunque esenciales para entender las motivaciones y el espíritu de este libro, no constituyen en sí mismas un mérito, como no es un mérito (sino una señal de identidad) ser hombre o mujer, español o israelí, alto o bajo.

Donde reside, verdaderamente, el mérito mayor de esta obra es en su muy sólida factura, en la exhaustiva profundidad de su documentación, en la densidad de su estudio introductorio, en lo acertado, representativo, equilibrado, sopesado, de su antología de textos. En su rigurosa objetividad, en definitiva. En la circunstancia de que el profesor Refael haya buscado, y haya logrado, hacer un libro que tiene, en la letra, más de tratado académico que de confesión personal y familiar. Aunque el espíritu que se adivina en su trasfondo no deje, sin duda, de estar impregnado de conciencia y de emotividad.

            Un grito en el silencio está estructurado en cuatro partes: una extensa e indispensable introducción, que toca el antes, el durante y el después, fijándose en cuestiones como la de “Los sefardíes en vísperas del Holocausto: antecedentes demográficos”, “El judeoespañol, lengua minoritaria en los campos de exterminio” o “La relación de los supervivientes sefardíes con la sociedad israelí”, y concluye con una pormenorizada revisión de “La investigación sobre la literatura sefardí del Holocausto”. Viene después la “Primera parte”, que pasa revista a los autores, a la geografía, a la sociología, a las fuentes, hasta a la relación de toda esta literatura con su público lector. Una “Segunda Parte” aborda el estudio poético-literario de todos y cada uno de los autores, de los libros y de los poemas antologizados. Y la “Tercera Parte”, después de dar cuenta de la biografía de cada uno de los poetas, reproduce una selección de versos de cada uno.

            El volumen se cierra con unos muy precisos y útiles glosario, índice de nombres propios y bibliografía, y con reproducciones muy interesantes de algunas de las fuentes, bien manuscritas, bien mecanografiadas, de los poemas del libro.

            Escrito todo con claro y preciso estilo, con trasparencia, con extremo cuidado a la hora de engarzar el detalle en el conjunto, con secciones perfectamente definidas y articuladas entre sí. Tanto que el tono general del libro queda a bastante distancia del tono habitual de lo que sería un ensayo (el cual deja siempre cierto espacio a la opinión personal, incluso al juego o a la fantasía) y se acerca, con clara determinación, al de la disertación académica, con pocas concesiones a lo subjetivo o a lo excursivo.

            Despiezar en partes esta literatura, numerar con meticulosidad cada uno de sus capítulos y epígrafes, organizar una arquitectura argumentativa tan clara, tan pedagógica incluso, diseccionar con tanto detalle tradiciones, estilos, circunstancias, libros, versos, es, sin duda, un ejercicio intelectual que para cualquiera sería de enorme exigencia. A un autor que, además de juez (o sea, de erudito, de crítico), ha tenido que ser parte obligada (por su currículum familiar) de los hechos rememorados y del proceso de rememoración, ha de plantearle muchas más exigencias, seguramente muy dolorosas y desasosegantes.

Pero, posiblemente, esa objetividad conscientemente asumida era la única manera de llevar a buen puerto un empeño de la naturaleza tan singular y delicada que tiene este. Y de lograr, al mismo tiempo, un libro de enorme altura académica, de resultados absolutamente convincentes (será difícil, desde luego, que vuelva a surgir otra monografía de la calidad que tiene esta sobre la misma materia), que puede ser leído (gracias a su fundamental textura pedagógica) por cualquier público, no necesariamente especializado, no necesariamente judío, no necesariamente conocedor, con anterioridad, de esta poesía.

Pese a ese pudoroso afán de objetividad que le guía, Un grito en el silencio es un semillero de emociones. Emociones cifradas no solo en los poemas (escritos dentro o a la sombra de los campos de exterminio) que reproduce, sino también en la crónica de su transmisión, en la biografía de sus autores, en el relato de cómo fue su adaptación a la sociedad y a la cultura de Israel... Es todo un emocionante descubrimiento, por ejemplo, acercarse a los versos de Bouena Sarfatty-Garfinkle, poeta, colectora de las canciones que entonaban sus compañeros de campo de internamiento, autora de una nutrida compilación de Maldiciones que les echaba a los almanes [a los alemanes que destruyeron Salónica] cada día... Sobre todo si, en paralelo, obtenemos del profesor Refael (pp. 189-190) esta nota biográfica, escueta y desapasionada:

 

Bouena Sarfatty-Garfinkle nació en Salónica en 1916 en el seno de una ilustre familia sefardí. En su infancia quedó huérfana de padre y era muy joven cuando también perdió a su madre. Estas desgracias familiares no le impidieron seguir participando en los movimientos juveniles judíos y trabajando como voluntaria en varias organizaciones filantrópicas sionistas. Durante la ocupación alemana de Salónica se incorporó a la Cruz Roja para asistir a enfermos y a gente necesitada de la ciudad. Sus desdichas personales no acabaron con su temprana orfandad. El mismo día de su boda, cuando Salónica ya estaba ocupada por los nazis, su marido fue asesinado ante sus propios ojos. A raíz de esta tragedia, Bouena se unió a las filas de los partisanos de Salónica, huyó de la ciudad y escribió poemas que nos dan una idea de lo que fueron los últimos días de esa comunidad. Tras el Holocausto, en el año 1945, Bouena inmigró a Israel, se casó con Max Garfinkle, uno de los fundadores del kibutz Ein Hasjofet y juntos se trasladaron, algo más tarde, a Canadá. Falleció en el año 1997, a la edad de 80 años.

 

            ¡Cuántas novelas de aventuras y de amor, cuántas películas de acción, podrían ver la luz, con solo cultivar con un poco de imaginación y desarrollar las descarnadas pautas que ofrece esta breve y objetiva nota biográfica! No necesitaba, desde luego, el profesor Refael añadir emociones de su cosecha para que el conjunto de su libro, incluso la parte más académica de él, fuera perfectamente capaz de transmitirlas.

            Y de la esencia de esta Poesía sobre el Holocausto en lengua sefardí, ¿qué más se podría añadir? Muchísimo, aunque, en resumen, se puede afirmar que es una poesía con una fuerte carga autobiográfica (la gran mayoría de los autores pasaron por los campos de concentración, y los demás son descendientes o familiares directos de quienes los sufrieron); que fluctúa entre lo narrativo y lo elegíaco, entre la noticia del horror, el sueño fantasmagórico y el planto lleno de nostalgia; que incorpora, en ocasiones, vetas absolutamente insospechadas, como la cómica (en los poemas titulados Tenemos un comandante y La Baustella, por ejemplo); que entronca en algunas ocasiones con la centenaria tradición patrimonial de canticas orales y de coplas o complas sefardíes, aunque se acoge muchas más veces al moderno, internacional y globalizado verso libre; que su grado de elaboración es sumamente variable, y abarca desde poemas absolutamente naïves, elementales, sin sofisticación ni maestría (ni aliento poético) algunos, hasta los grandes y elaborados poemas de Avner Pérez o de Margalit Matitiahu, poetas que gozan, hoy, de un bien ganado prestigio internacional.

            Es preciso añadir, en cualquier caso, que esta poesía se desenvuelve en una lengua, la sefardí, que lleva décadas (por culpa del Holocausto primero, de los procesos migratorios y de aculturación después) descendiendo por la pendiente irreversible de la extinción. Una lengua que hablan ya pocos jóvenes, que es patrimonio sobre todo de los mayores o de los muy mayores, que en el mundo atrozmente globalizado en el que vivimos, ha perdido ya la función de comunicación habitual, eficaz, utilizable en ámbitos y en planos diferentes de la experiencia, que caracteriza a las lenguas vivas. Una lengua y una tradición poética que se halla en un estado “rapsódico”, si utilizamos la terminología que acuñó don Ramón Menéndez Pidal cuando distinguió entre tradiciones poéticas “aédicas” (aquellas que están plenamente vivas y operativas, sustentadas por una lengua de comunicación, y que utilizan un catálogo amplio, complejo, dinámico, de figuras de estilo) y tradiciones poéticas “rapsódicas” (aquellas que se hallan en proceso de decadencia o de extinción, porque están sostenidas sobre una lengua o una tradición residuales, y que utilizan un abanico cada vez más pobre y restringido de recursos de estilo).

Por más que estemos, en efecto, ante una tradición poética herida de muerte, el empeño del profesor Refael ha logrado acercárnosla con los colores y los acentos de la vida. Y con la convicción, aunque eso contradiga a Adorno, de que, después de Auschwitz, hay que seguir hablando de aquella tragedia, y además del modo más artístico posible, porque cuanto más y mejor sea conocido aquel desastre, tanto más se progresará en su desenmascaramiento y en su exorcismo.

            Asombrosa paradoja: Auschswitz, que a punto estuvo de ser el cementerio absoluto de la cultura sefardí, dio alas y propició la prolongación, aunque solo fuera por unas cuantas décadas, del largo aliento de su poesía.

 

José Manuel Pedrosa

Universidad de Alcalá