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Pedrosa, José Manuel. Sobre: Alberto
Conejero, Carmina Urbana Orientalium Graecorum. Poéticas de la identidad
en la canción urbana greco-oriental. Culturas
Populares. Revista Electrónica 7 (julio-diciembre 2008). http://www.culturaspopulares.org/textos7/notas/pedrosa2.htm ISSN: 1886-5623 |
Alberto
Conejero, Carmina Urbana Orientalium Graecorum. Poéticas de la identidad en
la canción urbana greco-oriental. Madrid:
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2008; 545 pp. + CDRom.
L |
a
publicación, en lengua española, de este libro monumental sobre las canciones
populares que muy a comienzos del siglo XX (en las tres primeras décadas,
básicamente) se entonaban en calles, plazas, cafés, y también en antros y
tugurios que rozaban el nivel de prostíbulos en Esmirna y en alguna otra ciudad
portuaria (de población griega o griega contigua, que no mezclada, con turca)
del antiguo Imperio Otomano, viene a abrir horizontes nuevos, absolutamente
inéditos e insospechados hasta ahora, a los estudios sobre lírica y música
tradicional, y sobre literatura y cultura popular del Mediterráneo y de Europa
que se cultivan en España.
El autor, Alberto Conejero, doctor en filología que conoce
a fondo las lenguas griega y turca, y que es, además, especialista en la
originalísima koiné, de base fundamentalmente
griega, pero con abundantes turquismos, que recibió el nombre de rebético o rembético, una especie de lingua
franca que sirvió de lenguaje de comunicación de
marineros, comerciantes y pueblo común de algunas ciudades del Oriente
greco-otomano de finales del siglo XIX y comienzos del XX, nos abre con este
libro (que es una síntesis de su asombrosa tesis doctoral) una ventana a una
geografía literaria, musical y sociocultural absolutamente desconocida por
estos pagos, pero que en esta monografía se nos desvela como un micromundo de
voces, de emociones, de asuntos narrativos, de símbolos y metáforas, que llegan
a antojársenos familiares, incluso entrañables, gracias al cuidado con que son
exhumados, al detalle con que son descritos, a la convicción con que son
reivindicados como manifestaciones nada menores ni triviales (como joyas
literarias y musicales, en la dimensión más elevada del concepto) de cultura.
Y gracias, también, a algo más: a que, para los que nos
interesamos por la cultura popular de nuestro rincón occidental (hispano) del
Mediterráneo, asomarnos a la cultura popular del extremo oriental del mismo mar
supone, de algún modo, el descubrimiento de un mundo nuevo aunque, en alguna de
sus dimensiones, lejanamente paralelo, tibiamente reminiscente, del nuestro. El
cosmopolita ajetreo del puerto de aquella fascinante Esmirna que tan bien queda
reflejada en estas páginas (o de la cercana y no menos pluricultural Salónica)
no debía ser muy diferente del de los puertos del Cádiz o de la Barcelona de la
época, babeles que acogían gentes, lenguas, culturas, de los cuatro puntos
cardinales; los procesos de evolución, los fenómenos de intercambio cultural, o
de mestizaje e hibridismo que allí se dieron, no dejaron de tener algunas
concomitancias con los que se produjeron en los puertos de por aquí; las
influencias de la cultura de masas francesa o anglosajona (el espectáculo de
cafetín, el cabaret, los prolegómenos o embriones del musical...), que por
entonces iban avanzando por toda Europa sobre la onda veloz y globalizadora de
las tendencias (literarias, musicales, indumentarias, estéticas, sociales) de
moda, por un lado, y de las nuevas tecnologías (el gramófono, la radio) y lo
que implicaban por el otro, no dejaba de dar, a la cultura popular de ambos
lados del Mediterráneo, un cierto barniz si no estrechamente hermanado al menos
sí familiar, en algunos puntos homogéneo, según es posible percibir por aquí y
por allá a medida que vamos recorriendo las páginas de este libro y conociendo
estas canciones y el apasionante contexto sociocultural que el autor nos
descubre.
La tesis doctoral de Alberto Conejero (que fue dirigida por
el profesor Pedro Bádenas de la Peña, pilar irremplazable de los estudios
bizantinos y neogriegos en España, intelectural tan original y tan a
contracorriente como ha resultado ser su discípulo), incorporaba un cedé con
las grabaciones de varios cientos de canciones registradas en viejos discos de
cera o de pizarra de aquella época, pacientemente localizados, comprados en
mercadillos de viejo o rescatados de cajones y desvanes, estudiados,
transcritos, traducidos, reprocesados, limpiados, por el autor. Por desgracia,
el libro que ahora se publica no ha podido incorporar tales interesantísmos
materiales, por razones de casi inextricables pero inexorables derechos de
autor. En cualquier caso, a quienes tenemos el privilegio de poder acceder a
ese valiosísimo material sonoro, no nos resulta difícil reconocer el sutilísimo
aire de familia que vincula a estas canciones populares greco-orientales con
los sones de nuestro cuplé, de nuestro café cantante flamenco o aflamencado, o
de nuestra revista, bajo el paraguas todos ellos de unas modas musicales que en
la época abrigaban también al cabaret, a un jazz incipiente, al tango, a todas
las formas de expresión lírico-musical que propició el humus de sórdidas
habitaciones y patios de vecindad, o de cafés mal iluminados y llenos de humo,
que sirvieron de crisol de unos modos de expresión artística que se
internacionalizaron, se globalizaron, y transformaron de manera determinante y
significativa el panorama de la música y de la cultura popular del naciente
siglo XX.
El hecho es que este libro es no solo una gran monografía
sobre el cancionero lírico greco-oriental de aquella época. Por más que lo
analice con demorado detalle, que transcriba fiel y minuciosamente nada menos
que dos centenares y medio de aquellas canciones, en edición rigurosamente
bilingüe, sólidamente filológica, llena de sesudas notas léxicas y
sociohistóricas. Este libro es, también, un tratado, uno de los más amplios,
exhaustivos y convincentes que han sido publicados en España, acerca de
cuestiones tan cruciales y tan generales, tan interesantes para todos, como la
de la cultura popular y la cultura de masas, la de cómo la identidad queda
reflejada en la cultura del pueblo, la de las relaciones entre el otro y el
nosotros, el centro y la periferia, el imperio y sus dominios, las
interrelaciones entre política y cultura, y entre clases sociales y culturales.
Incluye una sección, extensa y profunda como no se ha
escrito otra en nuestro país, acerca de los nuevos espacios (sobre todo la
urbe, el puerto, el café, el escenario desde el que irradiaba la cultura y el
entretenimiento para el pueblo bajo) y los nuevos tiempos de las tradiciones
lírico-musicales de la época, del nuevo papel que la mujer desempeñó en ellas
(como sujeto y como objeto), de los transmisores, profesionales y semiprofesionales,
de aquellos versos y de aquellos cantos, de las nuevas identidades (la de los
marginados urbanos) y patologías sociales (el alcohol, el hachís, el sexo
urgente, imperioso, roto), de los nuevos valores y misticismos que fueron
tomando posiciones en el panorama de toda esta nueva cultura urbana, baja,
marginal, barriobajera, ruidosa, procaz, desinhibida, entreverada de un
promiscuo erotismo que se daba la mano con un nihilismo que afloraba en el
desgarro de la voz y en la sombra que circunda el verso. Un carpe diem, un disfruta hoy, que mañana se lo llevará la muerte todo, que, en
definitiva, encuentra en estas canciones una de las expresiones más vitales,
más locuaces y más interesantes que conocemos, en cualquier tiempo, lugar o
tradición.
Tratadas, tantas y tan dispares cosas, en el libro que
comentamos, con una objetividad y al mismo tiempo con una cercanía asombrosas,
limpias de los tópicos groseramente nacionalistas con que la erudición griega
se ha acercado a estas manifestaciones (nada prestigiadas allí) de su
atormentada identidad, provistas y guiadas por una lente moderna, perspicaz,
desprejuiciada, sutil, documentada, de una ecdótica implacable que no se
contradice con la evidente y emotiva simpatía con que el autor se acerca a estos
versos y al mundo en que nacieron.
Pero, además, este libro ofrece toda una sección,
extraordinariamente bien planteada y desarrollada, acerca de las cuestiones,
teóricas y prácticas, de la performance, del texto,
de la obra y del contexto, que debieran ser de obligado conocimiento para todos
los que, en nuestro ámbito, se ocupan del estudio de la literatura y de la
música popular, desde la canción tradicional hasta el flamenco, la zarzuela o
el cuplé. Analiza con agudeza el modo en que la tecnología del fonógrafo y la
reproducción mecánica y la distribución comercial del producto resultante
influyeron no solo sobre la transmisión y la recepción, sino también y, ante
todo, sobre la producción de la obra lírico-musical. Pasa revista a los
recursos estilísticos que esos nuevos cauces de circulación de la voz y de la
cultura aminoraron o potenciaron, desactivaron o trajeron hasta el primer
plano. Y hace el seguimiento del modo en que el contrafactum consolidó su papel (que venía de muy lejos) dentro de aquella desquiciada
poética de lo alusivo, de lo irónico, de lo carnavalesco cruzado de vetas
trágicas o tragicómicas.
Emociona el capítulo dedicado al gran centro de aquella
cultura irrepetible: la Esmirna que, en pleno corazón de la Turquía
continental, albergó una muy pujante comunidad de griegos que fue masacrada, o
bien expulsada y condenada al exilio, en 1922. Que sembró una diáspora doliente
que hubo de instalarse, en las condiciones materiales y morales más precarias,
en Grecia (y, en mucha menor medida, en los Estados Unidos y en otros países),
acompañada casi solo por el son de las canciones que habían alegrado los
felices días de atrás. Acontecimientos que tuvieron un impacto traumático y
perdurable, además, en la conformación de un imaginario nacionalista griego en
que la poesía y la música consideradas identitarias (incluidas las que asoman
en este libro) cumplieron un papel más relevante que el que se puede, a primera
vista, imaginar.
No faltan, en este grueso libro, ni los análisis de formas,
de temas, de metáforas y de símbolos, ni las comparaciones, atrevidas pero
oportunas, con el cuplé que por la misma época vivía su edad de oro en la
España del otro lado del Mediterráneo, o con los tópicos poéticos de mayor
arraigo en nuestra poesía tradicional y popular. Ni una preciosa,
interesantísima, galería de fotografías, plenas de nostalgia y de encanto, de
las calles, los mercados, los cafés, los patios, los teatros de aquel pequeño
paraíso esmirniota que acabó reducido a ruinas. Igual que no faltan, al final
del volumen, impresionantes bibliografías de fuentes y de obras consultadas y,
sobre todo, un impactante elenco discográfico de los raros y fragilísimos
soportes fonográficos (editados en Esmirna, en otras ciudades de Turquía, en
Grecia, en la diáspora estadounidense) de las décadas primeras del XX que
constituyen el corazón de este libro.
El cedé
acompañante nos ofrece, en cualquier caso, el tesoro más inapreciable: los
textos, en rebético y en una traducción española ágil, flexible, intuitiva,
atravesada (cosa tan difícil de lograr) de nervio poético y de sutileza ante la
ambigüedad y el doble sentido, del medio centenar de canciones que se agrupan
en este insólito corpus. Canciones como esta Voy a estrellar copas (Chifteteli), que fue registrada en Constantinopla
en 1908:
—¡Odeon Records!
Anoche soñé
contigo:
que tenías el
pelo enredado en mi cuello.
Ay de mí, me estoy consumiendo.
Ay de mí porque te quiero.
Ven, pequeña
mía, para que te bese
y no tengas
miedo de que lo cuente.
Ay de mí, me estoy consumiendo.
Ay de mí porque te quiero.
Ay, mi morena,
no me hagas arrumacos
si sabes que
así me pones malo.
—¡Vamos, vamos!
Voy a
estrellar copas por lo que me has dicho.
Voy a
estrellar vasos por tus palabras amargas.
Breves ecos
de alegrías que quedaron apuradas casi al instante, jirones ya apagados de
amores ardientes y de vidas impregnadas de pasión que avanzaban por el filo de
un desastre presentido (el de 1922), versos que llegan hasta nosotros como a
través de una cortina que, gracias a este tratado colosal, lleno de
originalidad (en sus objetivos, en sus planteamientos, en sus frutos),
absolutamente a contracorriente, de Alberto Conejero, se abre lo suficiente
como para permitirnos entrever el modo en que una alegre y procaz danza de
tugurio portuario fue metamorfoseándose en danza macabra.
José Manuel Pedrosa
Universidad de
Alcalá