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Pedrosa, José Manuel. Sobre: José J.
Labrador Herraiz y Ralph A. DiFranco, Dos cancioneros hispano-italianos:
Patetta 840 y Chigi L. VI. 200. Culturas
Populares. Revista Electrónica 7 (julio-diciembre 2008). http://www.culturaspopulares.org/textos7/notas/pedrosa1.htm ISSN: 1886-5623 |
José
J. Labrador Herraiz y Ralph A. DiFranco, Dos cancioneros hispano-italianos:
Patetta 840 y Chigi L. VI. 200. Prólogo de
Giovanni Caravaggi. Málaga: Anejos de Analecta Malacitana [LXVIII], 2008; 476 pp.
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os
trabajos infatigables en favor de la exhumación, recuperación y publicación de
antiguos cancioneros manuscritos españoles de finales del XVI y de comienzos
del XVII que desde hace veintidós años realizan los profesores José Julián
Labrador Herraiz y Ralph A. DiFranco siguen arrojando frutos absolutamente
memorables. Hace muy poco, en una reseña que vio la luz en E-Humanista 11 (2008), a propósito de uno de sus últimos libros, la edición del Cancionero
autógrafo de Pedro de Padilla. Manuscrito 1579 de la Biblioteca Real de Madrid,
recordé algo que no estará de más repetir aquí, porque
el elenco puede ser muy útil a más de un lector: que a sus esfuerzos y
erudición se debe la publicación, en ediciones escrupulosas, muy cuidadas, de
nada menos que todos estos títulos:
1.
Cancionero de poesías varias.
Manuscrito 617 de la Biblioteca Real de Madrid. Madrid,
El Crotalón, 1986; reimpreso: Madrid, Visor, 1995.
2. Cancionero de Pedro de Rojas. Manuscrito 3924 de la Biblioteca
Nacional de Madrid.
Cleveland, Cleveland State University, 1988.
3. Cancionero de poesías varias. Manuscrito 3902 de la Biblioteca
Nacional de Madrid.
Cleveland, Cleveland State University, 1989.
4. Cartapacio de Francisco Morán de la
Estrella. Madrid, Patrimonio
Nacional, 1989.
5. Cancionero de poesías varias. Manuscrito 2803 de la Biblioteca Real de
Madrid. Madrid, Patrimonio
Nacional, 1989.
6. Poesías del Maestro León y de fray
Melchor de la Serna y otros.
Códice número 961 de la
Biblioteca Real de Madrid.
Cleveland, Cleveland State University, 1991.
7. Tabla de los principios de la poesía
española. Siglos XVI-XVII. Cleveland, Cleveland State
University, 1993.
8. Cancionero de poesías varias. Manuscrito 1587 de la Biblioteca Real de
Madrid. Madrid, Visor
Libros, 1994.
9. Romancero de Palacio (siglo XVI). Cleveland, Cleveland State University,
1999.
10. Poesías de Fray Melchor de la Serna y
otros poetas del siglo XVI. Manuscrito
22.028 de la Biblioteca
Nacional de Madrid. Anejo 34
de Analecta Malacitana,
Málaga, Universidad, 2001.
11. Cancionero manuscrito mutilado (RAE
5371 bis). Cleveland,
Cleveland State University, 2003.
12. Cancionero sevillano de Nueva York. Sevilla, Universidad, 1996.
13. Cancionero sevillano de Lisboa. Sevilla, Universidad, 2003.
14. Cancionero sevillano de Fuenmayor. Sevilla, Universidad, 2004.
15. Cancionero sevillano B 2495 de la
Hispanic Society of America.
Sevilla, Universidad, 2006.
16. Cancionero sevillano de Toledo. Manuscrito 506 (fondo Borbón-Lorenzana
Biblioteca de Castilla-La Mancha). Sevilla, Universidad, 2006.
17. Cancionero
autógrafo de Pedro de Padilla. Manuscrito 1579 de la Biblioteca Real de Madrid. México, Frente de Afirmación Hispanista, 2007.
18. Justa poética que se hizo
al santísimo sacramento en la villa de Cifuentes en 1620. Toledo, Junta de Castilla-La
Mancha, 2007.
19. Cancionero de poesías
varias. Ms. Reginensi Latini 1635 de la Biblioteca Vaticana. Almería, Universidad, 2008.
20. Dos cancioneros hispano-italianos.
Patetta 840 y Chigi L. VI. 200.
Anejo 68 de Analecta Malacitana, Málaga, Universidad, 2008.
El
último título de este elenco impresionante es, sin duda, uno de los más
singulares y de los más sorprendentes. Reúne, en un solo volumen, la edición de
dos cancioneros de extensión no muy grande, pero de contenido importantísimo,
que fueron puestos por escrito en la Italia de finales del siglo XVI, y que se
conservan, ambos, en la Biblioteca Apostólica Vaticana. El primero, procedente
de la llamada “colección Patetta”, lleva la signatura 840, y ha sido fechado en
torno a 1595. El segundo, algo menos extenso, pero con versos y estructura
posiblemente más originales, lleva la signtura L. VI. 200 en la Colección
Chigiano de la misma Biblioteca, y debió ser anotado en torno a 1599,
posiblemente en Nápoles, por manos italianas que escribían con muchos
italianismos. Numerosas composiciones de ambos cancioneros están acompañadas de
tablaturas musicales que ofrecen información tan rara como valiosa acerca de la
forma en que debían cantarse y acompañarse a la guitarra.
Los
prólogos y los estudios preliminares de Giovanni Caravaggi y de
Labrador-DiFranco que anteceden a cada uno de los dos cancioneros musicales,
hasta ahora prácticamente desconocidos por los hispanistas (o aludidos o
descritos de forma muy parcial y superficial), aportan informaciones muy
agudas, solventes y detalladas sobre el marco histórico y cultural del que
surgieron (los ambientes y círculos hispanos o hispanizantes de la Italia de
fines del XVI), sobre los aspectos materiales y ecdóticos, y sobre el estilo y
el contenido de estas dos joyas pequeñas y refulgentes de nuestra tradición
poética que dormían hasta ahora el sueño de los justos en los anaqueles de la
Biblioteca Vaticana.
No
voy a repetir yo ahora, ni siquiera a sintetizar, lo que de forma mucho más
autorizada se ha dicho en todos esos prólogos y estudios. Si insistiré sobre lo
que es el rasgo seguramente más significativo de ambos cancioneros: su valor
testimonial, su carácter de receptáculos de primerísimas calidad e importancia,
de lo que consideraremos aquí, en un sentido algo laxo pero sin duda muy
funcional, lírica oral, lírica popular, lírica tradicional, según se prefiera
nombrar. El que ambos sean manuscritos con tablaturas musicales era ya un
indicio de que sus poemas, tanto los de estilo más artificioso como los de tono
más simple (pues de todas las vetas hay mezcla), debían ser versos comúnmente
cantados, vivos en la voz del pueblo común y de los sujetos pertenecientes a
los círculos intelectuales y cortesanos. Pero la cosecha de lírica oral,
tradicional, popular, de versos cazados al vuelo, sorprendidos de la viva voz,
que se puede agavillar de entre estas páginas supera, posiblemente, por su
abundancia y originalidad, todas las expectativas. Acaso el hecho de haber sido
anotados en la periférica, melómana, siempre galante, vital y chispeante
Italia, tenga algo que ver con la abundancia de los versos de carácter popular,
la gran mayoría de ellos cómicos, galantes, desenfadadamente eróticos, en
detrimento de los poemas religiosos, de los morales, de los filosóficos, y
también de los casi siempre solemnes y elevados sonetos, que se hallan,
curiosamente, casi ausentes de estas páginas. En contraste más que llamativo
con lo que era común en los cancioneros anotados en la contemporánea España
peninsular, que solían ser mucho más serios y ponderados.
Maravillará,
a cualquier aficionado a la lírica popular de los Siglos de Oro, ver cómo se
suceden en las páginas del manuscrito Patetta 840, versos (acompañados muchas
veces de glosas chispeantes) como estos:
La mejor muger, muger,
y la más cuerda, de lana;
la más honesta, libiana,
y la de más ser, sin ser.
Bide a Juana estar lauando
en
el río y sin çapatas,
y
díxele suspirando:
di,
Juana, por qué me matas.
Si eres niña y has amor,
¿qué harás cuando mayor?
Soy toquera y bendo tocas,
y tengo mi cofre adonde las otras.
Por el montecillo sola,
¿cómo yré?
¡Ay, Dios! ¿Si me perderé?
Paxarillo que bas a la fuente,
beue y uente.
Pero es sobre todo el segundo manuscrito, el Chigi L.
VI.200, el que descubre una veta muy rara y vital de canciones (alguna no
documentada en otras fuentes) que debían, en aquella época, andar saltando
traviesamente de voz en voz, tras cruzar desde su cuna española hasta las
luminosas y cantarinas tierras italianas:
A la moça bonita, ciquitta y pappigordita,
Dios me la guarde.
A la bieja mocosa, raposa y garrapattosa,
mal fuego la arde.
Lo que me quise, me quise, me tengo;
lo que me quise, me tengo yo.
Dama ni flaca ni gorda,
de buen medio y buen compás,
con el pípere, pípere pi,
con el pípere pi, no le pides más.
Vuestros ojos, dama,
tyenen no sé qué,
que me mattan, me hyeren, me roban,
que me matan, a fe, a fe, a fe.
Quiero dormir y no puedo,
que me quitta l’amor el sueño.
Venteçillo murmurador
que lo gozas y andas todo,
hazle el son con las ojas del olmo,
mientras duerme mi lindo amor.
Aquel paxarillo
que buela, madre,
ayer lo ui preso
y oy trata el ayre.
por penas que tenga,
no lloraré, madre.
Río de Seuilla,
¡quién te passasse,
sin que la mi seruilla
se me mojasse!
¡Válame Dios, que las ánsares buelan!
¡Válame Dios, que saben volar!
Al passar de la varca
perdí el pañuelo,
y la liga dorada
de mi sombrero.
Son tus ojos dos soles
y arcos tus cejas,
tus labios corales,
tus dientes perlas.
Por aquesta calle voy
por esotra daré la buelta,
la dama que me quisiere
téngame la puerta abierta.
En aquesta calle moran
dos hermanas como vna flor,
a la chica le beso las manos
no oluidando a la mayor.
Es cierto que los dos manuscritos (en particular el Patetta
840) abundan también en poemas de los autores de moda en España (Pedro de
Padilla, Francisco de Figueroa, Juan de Vergara, Pedro Liñán de Riaza, Baltasar
del Alcázar), pasando por clásicos de un pasado del que aún humeaban los
rescoldos (Juan del Encina, Jorge de Montemayor) y por nombres a los que el
futuro inmediato se disponía a dar la talla de gigantes (Lope de Vega,
Góngora). Pero también lo es que la selección, incluida la de los poemas de
estos grandes y célebres ingenios, privilegió los versos cómicos, desenfadados
y frívolos, y evitó, por regla casi general, los tonos serios u oscuros. Un
ejemplo hermosísimo: el del romance de Pedro Liñán (Patetta 840, núm. 95) que
recicla magistralmente tópicos más que manidos de la lírica amorosa popular:
La niña morena
que yendo a la fuente
perdió sus çarcillos,
gran pena merece.
“Diérame
mi amado,
antes que se fuesse,
çarcillos dorados,
ahora haze tres meses.
Dos
candados eran,
para que no oyesse
palabras de amores
que otros me dixessen;
perdílos
lauando,
¿qué dirá mi ausente,
sino que son vnas
todas las mugeres?...”.
Hay versos, eso sí, que sin salirse del universo de las
pasiones amorosas, mantienen un sereno tono elegíaco, como los de la
composición 47 del Cancionero Patetta 840:
Aunque todo el mundo açeche
a dos uien enamorados,
harán, si están conçertados
que ni baste ni aproueche.
Teniendo conformidad,
dos amantes deligentes
delante de cien mil gentes
cumplen con su boluntad.
Y aunque todo el mundo açeche
hablando de sus cuydados,
harán, si están conçertados
que ni baste ni aproueche.
Quando amor se corresponde
en dos que se quieren vien,
tratan su mal o su bien
y amor pregunta y responde.
Y aunque el mundo todo açeche
dos coraçones prendados,
harán, si están concertados,
que ni baste ni aproueche.
Gozan de estarse mirando,
nueba dulçura sintiendo,
en los ojos conociendo
lo que dentro están pensando.
Y aunque el más agudo açeche
por cojellos descuydados,
harán, si están concertados,
que ni baste ni aproveche.
No ay cosa que los offenda,
porque tu, Amor, los enseñas
a que se entiendan por señas
sin que nayde los entienda.
Y aunque alguno los açeche,
por cojellos descuydado,
harán, si están conçertados,
que ni baste ni aproueche.
Tópico que se hallaba ya presente en la Canción 32 del Cancionero autógrafo de Pedro de Padilla. Manuscrito 1579 de
la Biblioteca Real de Madrid, que editaron los mismos
profesores Labrador Herraiz y DiFranco en 2007:
¿Quién dexará de mirar,
por temer ynconvinientes,
o por que digan las jentes
quel mirar es más que hablar?
Y
versos que no pueden menos que recordar los que Manuel de Falla puso en música
en una de sus Siete canciones populares españolas:
Dicen que no nos queremos
porque no nos ven hablar;
a tu corazón y al mío
se lo pueden preguntar.
O los que, con palabras algo pero no muy distintas, han
seguido circulando, siglos después, en nuestras tradiciones líricas:
Dicen
que no nos queremos
porque
no nos visitamos:
las
visitas son de noche
para
los enamorados.
(Narciso Alonso Cortés, “Cantares populares de
Castilla”, Revue Hispanique XXXII, 1914, pp. 87-427;
reed. Cantares populares de Castilla, Valladolid, Diputación
Provincial, 1982, núm. 628).
Mi compañerita y yo
dicen que no nos queremos,
y en el mirar de los ojos
ella y yo nos entendemos.
(Sixto Córdova y Oña, Cancionero popular de la
provincia de Santander, 4
vols., Santander, Aldús, 1948-1949; reed. G. de Córdova, 1980, III, p. 205).
Como
es lo acostumbrado en todos los cancioneros manuscritos recuperados y
publicados por los profesores Labrador Herraiz y DiFranco, los poemas aparecen
editados en el mismo orden que presentan en el manuscrito original, lo cual
permite que nos hagamos una idea muy precisa y representativa de su estructura
y de su poética, de los modos y maneras que siguieron su producción, su
transmisión, su recepción.
Al final de cada una de las dos ediciones hay un
nutridísimo, impresionante aparato de notas que establecen las concordancias de
cada uno de los poemas con otras fuentes, y que aportan todo tipo de
comentarios sobre variantes, ramas, paralelos, autorías, atribuciones, léxico,
etc. Asombra el alcance de esta labor de filiación y de concordancia,
responsabilidad que desde hace tantos años fue asumida y quedó cargada, de
manera prácticamente solitaria y exclusiva, sobre las espaldas de los
profesores Labrador y DiFranco. Solo ahora, al cabo de tantos esfuerzos
realizados, de centenares de manuscritos examinados y catalogados, de una labor
increíblemente paciente de ordenación y de indexación, puede apreciarse el
brillo de sus frutos del modo en que asombra en las últimas ediciones de ambos
profesores.
Acompañan
a las dos ediciones escrupulosísimos índices de autores, de “poemas que
comparte con otras fuentes”, de nombres propios y de primeros versos. La
edición, que ha visto la luz en los Anejos de Analecta Malacitana, publicación de absoluta referencia en todo lo que se refiere a la
poesía y a la literatura del siglo XVI, es muy pulcra y elegante.
José Manuel Pedrosa
Universidad de Alcalá