Hernández Fernández, Ángel. Sobre: Eulalia Castellote y José Manuel Pedrosa, La mujer del pez y otros cuentos tradicionales de la provincia de Guadalajara.

Culturas Populares. Revista Electrónica  7 (julio-diciembre 2008).

http://www.culturaspopulares.org/textos7/notas/hernandez1.htm

 

ISSN: 1886-5623

 

 

 

Eulalia Castellote y José Manuel Pedrosa, La mujer del pez y otros cuentos tradicionales de la provincia de Guadalajara. Guadalajara: Palabras del Candil, col. “Tierra Oral”, n.º 1, 2008; 254 págs.

 

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alabras del Candil es el nombre de la editorial dirigida por Pep Bruno que pretende dar acogida entre sus volúmenes a las palabras de los narradores orales que desde tiempo inmemorial han alegrado, entretenido y llenado de fantasía nuestras vidas, aquí y en todos los tiempos y lugares. Y para empezar tan fascinante andadura la editorial publica, en su colección “Tierra Oral”, una hermosa recopilación de cuentos populares de la provincia de Guadalajara, una colección de 95 etnotextos entre los cuales pueden encontrarse cuentos folclóricos, leyendas e historias orales. Además, se trata de la primera antología editada de narraciones folclóricas recogidas en esa provincia.

Gracias a la labor de los profesores Eulalia Castellote y José Manuel Pedrosa  podemos disfrutar de la lectura de estos deliciosos e interesantísimos textos, editados con toda pulcritud y presentados de manera atractiva al lector, agradables de leer pero a la vez escrupulosamente respetuosos con la voz de los narradores que inmortalizaron el calor de su palabra. Fue iniciada la recopilación de manera individual por Eulalia Castellote a finales de la década de los 70, y más tarde, ya iniciado nuestro siglo, algunos de sus alumnos de Magisterio y otros de José Manuel Pedrosa engrosaron la colección hasta sumar la casi centena de etnotextos que la integran.

Los editores han clasificado los relatos de acuerdo al índice universal de Aarne-Thompson-Uther, como es habitual y pertinente en los estudios folclóricos rigurosos. Los cuentos van agrupados en siete apartados: cuentos de animales, maravillosos, religiosos, novelescos, satíricos y formulísticos, y se ha reservado una última sección para las leyendas e historias locales. Como puede apreciarse, la antología ofrece ejemplos de casi toda la rica variedad temática de la narrativa oral en prosa.

El epílogo final de José Manuel Pedrosa deslinda con claridad y precisión las fronteras, siempre inestables y borrosas, del cuento, la leyenda y la historia oral, géneros que por pertenecer a la literatura oral se resisten a ser definidos y encorsetados dentro de unos moldes estructurales demasiado rígidos. Pues sabemos que el mismo desarrollo argumental puede presentarse unas veces en forma de ficción (el cuento); otras, como suceso al que el narrador y sus oyentes le otorgan cierta credibilidad o verosimilitud (la leyenda); y otras veces como acontecimiento histórico de carácter irrefutable acerca del cual nadie duda y que incluso puede haberse convertido en seña de identidad de una comunidad o hasta en su relato fundacional (historia oral).

Explica José Manuel Pedrosa cómo resulta frecuente que un cuento folclórico de difusión universal se aclimate tan perfectamente al terruño en el que se cuenta y escucha de forma habitual que termine por asociarse en la mente colectiva a personajes concretos y lugares conocidos. Es así que para el oyente ese relato deja de ser argumento ficticio para convertirse en la narración de un hecho real, atribuido incluso a personas concretas, con nombres y apellidos, y sucedido en un tiempo histórico también perfectamente definido.

Este fenómeno de contextualización realista se aprecia en varios relatos de la colección. Pero yo quisiera referirme principalmente a tres que aparecen en el apartado de leyendas e historias orales: me refiero a los números 63-64 y 67.

El número 64, Los atravesaos de Taravilla, cuenta cómo los habitantes de este pueblo intentan infructuosamente sacar una viga atravesándola por una ventana, hasta que al “listo” se le ocurre la solución de tan intrincado problema. Al final se dice que a los de Taravilla se les llama por burla los atravesaos, explicación que convierte el relato en dicterio para ridiculizar a los habitantes de ese lugar. A simple vista, por tanto, estaríamos ante una leyenda o historia oral confinada al lugar concreto en que se cuenta. Sin embargo, el comparatismo folclórico nos muestra que tal anécdota se cuenta en lugares diferentes y se aplica a los lugareños de otros parajes. Por ejemplo, Carlos González Sanz ha dado fe del relato en Aragón (y le ha asignado el número-tipo [1242C], Metiendo la viga de través[1]). También de los naturales de Perín, una pedanía de Cartagena, se cuenta que “en la construcción de su iglesia quisieron meter una colaña por la puerta, pero a lo ancho, y como no cogía tiraron gran parte de la fachada”[2].

La narración n.º 67, El preso de Uceda que mató al dragón con un caballo, un espejo, una lanza y una oveja, es otra actualización local de un relato universal que Vicente Blasco Ibáñez ambientó en su tierra e incluyó en sus Cuentos valencianos. En él se cuenta la derrota de un monstruoso dragón, que asolaba Valencia, que fue exterminado por un reo de muerte a cambio de que el tribunal le perdonara la vida. Según la leyenda, los restos de la fiera pudieron contemplarse hasta fecha casi contemporánea en una iglesia de la ciudad.

Pero más sorprendente aún nos resulta el relato n.º 63, El burro ahorcado de Terzaga. Los habitantes de esta localidad decidieron subir a un burro a lo alto del campanario para que se comiera los hierbajos que allí crecían. Mientras izaban al burro con una soga atada al cuello, el animalico sacó la lengua ya casi sin resuello, lo cual fue interpretado por los vecinos como que se relamía de gusto pensando en el manjar. Pues bien, tal argumento constituye el asunto del tipo 1210 y por supuesto que podemos encontrar distintas versiones del mismo en lugares geográficamente muy alejados. Pero, como decía, lo sorprendente del caso es que en la citada localidad cartagenera de Perín los vecinos han asumido la anécdota como parte de su propia identidad y la conmemoran en la celebración de sus fiestas patronales.[3]

José Manuel Pedrosa comenta en el epílogo otras narraciones del libro, establece algunos de sus paralelos literarios y tradicionales y muestra de forma amena los vínculos que los relacionan con otras manifestaciones culturales de nuestro país y de lugares remotos. Por supuesto que este estudio no ha podido ser detallado ni exhaustivo ya que ocuparía por sí mismo un volumen mucho mayor que el de los etnotextos. Así que, forzosamente, ha habido que proceder a una selección bastante rigurosa en los materiales tratados. Por mi parte quisiera añadir algún comentario a algunos relatos no estudiados por J. M. Pedrosa, por supuesto sin pretender tampoco agotar el tema.

Ya en la sección de cuentos de animales, y concretamente en el etnotexto n.º 3, La chicharra y las hormigas, leemos una vieja fábula conocida desde nuestra infancia que ha sido catalogada como tipo 280A en el índice universal de cuentos folclóricos de Aarne-Thompson-Uther. El manido tema de la cigarra cantora y la hormiga laboriosa (y cruel) es conocido desde Esopo, fábula n.º 112 (aunque aquí el protagonista sea un escarabajo). Ha sido recogida en prácticamente todos los fabularios desde la antigüedad hasta nuestros días y en las escuelas se aprovechó para transmitir una lección de turbia moralidad: qué cruel la hormiga dejando morir de hambre a la inocente cigarra, una despreocupada e ingenua artista de la naturaleza. Menos mal que la versión alcarreña dulcifica el áspero final cuando otorga a la hormiga la dosis de “humanidad” necesaria para acoger en su casa a la cigarra.

Interesantísimo es el etnotexto n.º 22, Las pullas entre el padre y el hijo, curiosa actualización del cuento que ya localizó Maxime Chevalier en la literatura del Siglo de Oro[4], concretamente en la Floresta española de Melchor de Santa Cruz, y que ha sido catalogado como tipo 1688A*. El argumento de la versión de Guadalajara es: un padre y un hijo que van de viaje se compran respectivamente una manta y un reloj. Cuando el chico tiene frío pide al padre que comparta la manta, pero el padre dice que se tape con el reloj. El hijo se la devuelve cuando el padre le pregunta la hora.

Si comparamos la versión de Ciudad Real con la murciana que reproduzco a continuación (y que es similar a la de Chevalier), observaremos algunos cambios muy interesantes:

 

La capa y la jaca

Había una vez dos amigos que tenían muy poco dinero. Y dice uno:

—Mi­ra, como vamos a la sierra, yo me voy a comprar una capa.

El otro le contes­ta:

—¡Mira que eres tonto! Mejor yo me compraré una jaca, que me será de mayor utilidad.

Así lo hacen y les sorprende la noche en mitad de la sierra, por lo que se disponen a pasar la noche allí. Hacía un frío de miedo.

—Déjame que me tape con tu capa —dice uno.

—No, mejor tápate con tu jaca —responde el otro.

El amigo de la jaca, muy enfadado, cuan­do el otro se durmió, cogió un palo de la lumbre que estaba encendido y le agujereó toda la capa. Éste cuando se despertó y vio lo que había pasado, con un cuchillo le quita los morros a la jaca. A la maña­na siguiente, al despertarse los dos se dicen estas palabras:

—Amigo, ¿qué le ha pasado a tu capa?

—No lo sé, pero creo que de eso se ríe tu jaca.

—Pero ¡por Dios!, ¿qué le has hecho a mi jaca?

—Nada, hombre, sólo se está riendo de lo que le has hecho tú a mi capa.[5]

 

Cambian los litigantes y los objetos que causan la disputa aunque el meollo del relato es sustancialmente el mismo: un juego de burlas y contraburlas en el que vence el aparentemente inferior. La capa y la jaca han sido sustituidas en Guadalajara por un  reloj y una manta mucho más actuales y que demuestran la aclimatación del viejo relato áureo a las circunstancias contemporáneas. Una muestra más de la versatilidad del género cuento y su capacidad de adaptación a tiempos y lugares diferentes de los que originariamente lo alumbraron.

No menos interesante que el anterior es el n.º 33, El gato que se comió al Espíritu Santo + El sermón que solo podían escuchar los que estaban en gracia de Dios. La primera secuencia es el tipo 1837, que cuenta el engaño urdido por un cura para atraer a la iglesia a sus poco devotos feligreses: cuando él lo ordene, el sacristán soltará una paloma dentro de la iglesia para que los fieles crean que se trata del Espíritu Santo que acude a la llamada del sacerdote. Pero inoportunamente un gato da cuenta del ave, y entonces el sacristán proclama a voces en el recinto sagrado que al Espíritu Santo se lo ha tragado el felino. La segunda secuencia del cuento relata un nuevo ardid del cura después del fracaso anterior: solo podrán entender su sermón sin palabras aquellos que estén en gracia de Dios. Una anciana que se ha dormido en la iglesia pronuncia unas palabras que la gente interpreta como que ha entendido el sermón, por lo que creen que es una santa y le desgarran la ropa para llevársela como reliquia. ¿Cómo no relacionar este episodio con la famosa burla del buldero y su aliado el alguacil en el Lazarillo? Aunque en el cuento de Guadalajara el pacto fraudulento para engañar a los fieles entre el sacerdote y la vieja no aparece de forma explícita, sí cabe deducirlo de la trama del relato. ¿Sería entonces muy aventurado relacionar el mencionado tratado de la novela picaresca con un conjunto de cuentos populares, como el que nos ocupa, con los que tendría en común la narración de un engaño perfectamente puesto en escena para mover a la piedad a unos poco fervorosos parroquianos?

Otros muchos ejemplos de cuentos universales podríamos aducir (aún a riesgo de extendernos demasiado) en la antología de Guadalajara: así el n.º 36, El cura fingido, combinación de los tipos 1825 y 1825B, sobre alguien que se hace pasar por cura y solo es capaz de decir una frase con sentido a sus parroquianos; el n.º 37, Los calzones del amante (tipo 1419G), curiosa versión rimada de uno de los muchos relatos sobre la astucia de las mujeres para engañar a sus maridos; el n.º 38, La confesión del ladrón (tipo 1807A), acerca del pillo que roba una prenda al cura y luego finge entregársela pero el sacerdote la rechaza porque solo está obligado a devolverla a su dueño; el n.º 40, La ahogada y la morcilla, sobre la venganza de una nuera contra su suegra (tipo 1407A= González Sanz, 1503A); el n.º 41, La guindilla en el culo del burro para acelerar su marcha, remedio eficaz que es puesto en práctica por el dueño del animal en su propio cuerpo hasta el punto de que es capaz de correr más que su montura (tipo 1142); el n.º 42, Los gitanos, el borrico y la Guardia Civil, graciosa versión del cuento-tipo 921D*, donde el socialmente inferior deja corridos con sus respuestas ingeniosas a los representantes de la autoridad que quieren burlarse de él; o los números 44-47, variantes del relato humorístico (contado habitualmente como hecho sucedido en realidad) del que entra al cementerio por motivo de una apuesta o para no ser visto por nadie y se aterra ante lo que cree que son muertos que pueblan la noche (tipo 1676 y subdivisiones).

En fin, todo un mundo de fantasía, humor, encanto e ingenio en estos cuentos intemporales que hemos podido disfrutar gracias a la labor de los profesores E. Castellote y J. M. Pedrosa y a la editorial Palabras del Candil, que no podría haber iniciado de mejor modo una colección tan imprescindible como “Tierra Oral” para la recuperación de nuestro patrimonio cuentístico, todavía rico y vivo en pleno siglo XXI.

 

Ángel Hernández Fernández



[1] Catálogo tipológico de cuentos folklóricos aragoneses, Zaragoza: Instituto Aragonés de Antropología.

[2] José Sánchez Conesa, «Juegos infantiles tradicionales, cuentos y leyendas en el Campo de Cartagena», Cuadernos del Estero, 19 (2005), pág. 127.

[3] Véase la noticia en Anselmo J. Sánchez Ferra, «La investigación sobre el cuento de tradición oral en la comarca del Campo de Cartagena: estado de la cuestión», Revista Murciana de Antropología, 11 (2004), pág. 312.

[4] Cuentos folklóricos españoles del Siglo de Oro, Barcelona: Crítica, 1983, n.º 196.

[5] Carmelo Martínez Marín y José Antonio Carrillo Torrano, De memoria. Tradición   oral en Lorquí, Lorquí: Ayuntamiento, 2002, págs. 92-93.