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Jordán Montes, Juan Francisco. “De las
fiestas del Lunes de Aguas al cortejo de San Genarín: caos ritualizado,
avatares del carnaval”. Culturas Populares. Revista Electrónica 7 (julio-diciembre 2008). http://www.culturaspopulares.org/textos7/articulos/jordan.htm ISSN: 1886-5623 |
De las fiestas del Lunes de
Aguas al cortejo de San Genarín:
caos ritualizado, avatares
del carnaval
Juan Francisco Jordán Montes
Instituto de Estudios Albacetenses
IES Alcántara (Alcantarilla, Murcia)
Resumen
Comentarios sobre la celebración del Lunes de Agua, como un ejemplo más
de la escenificación ritual del caos durante el período de Semana Santa. Se
inserta en el universo en el que habitan los tamborileros, los turbos y otros
actos y actores de carácter lúdico y jocoso, capaces de aliviar la tensión
espiritual y provocar una catarsis entre los fieles y devotos.
Palabras clave:
Semana Santa; Lunes de Agua; caos; duelo; lúdico; tamborileros
Abstract
Commentaries on the
celebration of the Lunes de Agua (Water Mondays) as an example more of the
ritual performance of chaos during the period f Holy Week. It belongs to the
universe where drum-players, turbos and other acts and actors of ludic
character use to live, which are able of relieving the spiritual tension and
provoke a katharsis among the faithful and devotees.
Keywords: Holy Week;
Water Mondays; chaos; duel; ludic; drum-players.
Introducción
E |
n
una monografía reciente, destacábamos la íntima vinculación que existía entre
lo lúdico y el duelo durante el período de la Pasión de Cristo[1], ya fuera mediante las figuras goliárdicas de los antiguamente
llamados Nazarenos de la Broma y Zánganos (tamborileros propios de Mula o de
Hellín, en las provincias de Murcia y Albacete, respectivamente), o con el
personaje de San Genarín que es objeto de celebraciones carnavalescas en León[2], por ejemplo. No se trata en todos los casos necesariamente de una
irreverencia calculada y anticlerical; ni tampoco de contaminaciones
carnavalescas; ni de simplemente expresiones cazurras. Aunque hay elementos que
sí podrían entenderse desde esas perspectivas o que podrían derivar y proceder
de la crítica mordaz contra el clero, del Carnaval, o de lo chabacano más
simple.
Desde
la óptica de la antropología, por el contrario, las manifestaciones obscenas,
jocosas y hasta eróticas durante las ceremonias funerarias[3] o ante una catástrofe cósmica, como es la muerte de un demiurgo o del
Salvador, así como las expresiones obscenas, joviales, alegres, alteradoras del
orden social, las que atentan contra las jerarquías, las que incitan a la
chanza o las que provocan la risa…, en Semana Santa, son inherentes al drama
sacro que representa la lucha entre los poderes de la oscuridad y los de la
luz, aunque desde la teología católica dicho combate no exista en realidad, ya
que el mal, no encarnado, solo existe en tanto que es la ausencia del bien.
Pero las gentes sencillas entienden como un enfrentamiento crucial el drama Cristo
crucificado versus demonio tentador; el conflicto
entre los pecados y sus resultados (el mal) y las virtudes; entre Don Carnal y
Doña Cuaresma en definitiva, personajes que dirimen sus diferencias y su
oposición en una verdadera batalla campal. Las gentes del común no entienden, y
les importan un ardite, las sutilezas teológicas. Conciben y explican el mundo
por el sistema de oposiciones entre lo blanco y lo negro, lo luminoso y lo
oscuro.
Los
ejemplos que expusimos en el trabajo al que aludí en la nota 1 nos sirven para
ilustrar lo que pretendemos. Ahora únicamente extraemos y recordamos dos casos.
En
el primero, y según el Himno Homérico a Deméter[4], dicha diosa, afligida por el rapto de su hija Core y desgarrada por
el dolor, cesa en su benéfica función de fecundar la tierra y de proporcionar
cereales y se transforma en una vieja campesina que vaga durante nueve días y
sus noches en ayunas y sin beber agua, e iluminando su peregrinar con una
antorcha. Se retira del mundo. Zeus se muestra entonces preocupado por el
hambre que sufre la Humanidad y, en consecuencia, por la ausencia de ofrendas
remitidas por parte de los hombres. Deméter solo comienza a reír y abandona el
luto por su hija cuando, acogida a la hospitalidad del rey Céleo y de la reina
Metanira, una esclava vieja, Baubo, la consuela con versos lascivos, visajes
burlescos y bromas escatológicas absurdas que incluyen el mostrarle la vulva,
un gesto apotropaico. Del mismo modo, Yambe, la hija coja de los reyes, secunda
a la anciana con una danza erótica[5]. Según las disquisiciones de Graves, Yambe y Baubo “personifican las
canciones obscenas en metro yámbico que se cantaban para aliviar la tensión
emocional en los Misterios Eleusinos…”[6].
En
el segundo, según un relato egipcio de la XX Dinastía, recogido en el Papiro
Chester Beatty I[7], y fechado hacia el 1160 a. C., se narra el combate cósmico entre
Horus y Seth. Los dioses están abatidos y desorientados por la muerte de Osiris
y no saben a ciencia cierta a quién entregar el poder: si al hijo, Horus, o al
pérfido hermano, Seth. El dios supremo de la Enéada, Ra, se siente igualmente
abatido y desconcertado por las disputas entre las divinidades. Es entonces
cuando aparece en escena la diosa Hathor, su hija, la cual, ante el señor del
universo, le desvela su desnudez y descubre su vulva ante el rostro de su
padre. El gran dios no puede dejar de reír por tan extraña ocurrencia, se
levanta del lecho donde yacía recostado y decide reunir a los dioses en
asamblea para adoptar una decisión. Lo importante en este relato es que la
comicidad espontánea, inesperada, alivia las tensiones derivadas de la lucha
entre el bien y el mal. La intervención de la diosa Hathor evita que el mundo
se incline hacia el caos.
Es
posible, por otra parte, que algunos rasgos del caos ritualizado en la Semana
Santa del mundo mediterráneo se relacionen con las llamadas Fiestas de los
Locos[8] o del Obispillo[9], propias del Día de los Inocentes, cuando los niños monaguillos se
adueñaban, en el interior de las catedrales, de la liturgia, expulsaban al
clero y a los canónigos de sus cátedras y coros, celebraban parodias de
eucaristías y hasta simulaban, reunidos en una parodia de cónclave, la elección
de un obispo, en una absoluta subversión del orden. En España tal costumbre se
mantuvo intacta hasta el siglo XVI, cuando diversas disposiciones sinodales
trataron de prohibirla o de limitarla. Así, el Concilio de Toledo de 1565-6, en
el que se vetan las libertades infamantes y las injurias teatralizadas a la
dignidad episcopal, y se dice que no haya obispillos en las iglesias, ni
regocijo profano el día de los Inocentes, sobre todo, pero tampoco en ninguna
otra ocasión. El concilio de Trento y la
Contrarreforma no veían con simpatía tal jolgorio en los templos, porque
ocasiona innumerables abusos, que no convienen en absoluto a la disciplina
eclesiástica, a la majestad de los oficios divinos ni a la veneración del
Templo de Dios vivo. En las constituciones del sínodo
de Cádiz de 1591 se declara: repugna a la sanctitud y religión de las iglesias
los bayles, juegos, danças, o cantares deshonestos y representaciones de cosas
profanas (…). Y si en alguna o algunas de las dichas iglesias se ha
acostumbrado hazer obispillo el día de los Inocentes o de Sant Nicolás, o otros
entre año, mandamos que de oy en adelante no se haga.
Hay
que recordar que el propio clero participaba contento de las bufonadas y que
intervenía en los desfiles de carromatos, asumiendo el papel de actores cómicos
e irreverentes, capaces de provocar la hilaridad de los fieles que asistían a
los remedos de procesión pagana. No en vano, algunos investigadores como
Iniesta Villanueva[10] han visto en esas figuras de tamborileros, tan singulares, unas
nítidas alusiones al carnaval, próximo en el tiempo del calendario. Si bien los
tamborileros de Híjar (Teruel), por ejemplo, y a tenor de lo que nos explica
Lasala Meseguer[11], niegan estar en carnaval porque no vamos disfrazados, sino
vestidos, vestidos con la túnica. Aquí vamos como de novio, vestidos. Es decir: el atuendo sacraliza al individuo, le define en el tiempo y
le inscribe en el acto religioso y penitencial.
La
aparente brutalidad y turbamulta de los llamados turbos[12] de la Semana
Santa de Cuenca, emborrachados y zahiriendo con palabras, gritos, silbidos,
“palillás” y “clarinás” a Cristo, camino del Gólgota, enfrentados en un combate
simulado con los banceros o costaleros penitenciales que portan la imagen de
Cristo sobre sus hombros, se enmarca en la misma masa caótica de desafueros y
aparentes blasfemias ritualizadas, litúrgicas. El combate cósmico puede
reproducir los temblores telúricos que se suceden a la muerte de Cristo en el
madero; o puede representar la turbamulta del pueblo judío (o cristiano)
pecador que derrama sobre su cabeza la sangre del Crucificado.
En
consecuencia, la tradición lúdica y el ludibrio que se celebraba después de la
Semana Santa en Salamanca, se insertan en el universo de expresiones propias de
esa etapa del calendario.
El
Lunes de Aguas de Salamanca
Tradicionalmente
se fecha esta tradición festiva en el siglo XVI, y se le atribuye un origen
pagano, lo cual no deja de ser una contradicción cronológica. En efecto, ambas
hipótesis son, en sí mismas, incompatibles. Si, como afirman algunos
investigadores, sus raíces son romanas o prerromanas, la constatación de dicha
fiesta en el siglo XVI sería únicamente un problema de ausencia de
documentación historiográfica o una supervivencia ancestral.
Según
la tradición, en noviembre de 1543 el rey Felipe II visita la ciudad de
Salamanca porque se dirige hacia Tormes, para contraer matrimonio con la
princesa María de Portugal. Pero en Salamanca descubre estupefacto la animada y
lujuriosa vida de sus habitantes. Impresionado, ordena que durante las jornadas
de Cuaresma, además de reiterar la prohibición de yantar viandas de carne, se
expulse de la ciudad y de su casa de la mancebía, desde el Miércoles de Ceniza,
a las prostitutas para que, con su ausencia, las gentes se dediquen con
devoción a los ritos católicos y a la meditación de la Pasión de Cristo.
Algunos
relatos hablan de un curioso personaje: el Cura o Padre Putas, también llamado
Padre Lucas, clérigo que se ocupaba de la salud espiritual de las rameras
durante su exilio al otro lado del río Tormes, y que compartía con ellas su
refugio provisional. Actuaba como un cancerbero o custodio, ya que desde el
Miércoles de Ceniza impedía toda aproximación a las cortesanas por parte de los
salmantinos, pero también que estas salieran de su encierro e interrumpieran
con su presencia el necesario tiempo de reconciliación con Dios.
Transcurrido
el período de cuarenta días de ayuno y penitencia, las mundarias ya podían
regresar a la ciudad de Salamanca, el lunes siguiente al de Pascua, acompañadas
del prudente sacerdote. Con motivo de tan feliz vuelta, los estudiantes y pícaros
de la universidad, acompañados del Padre Putas o Padre Lucas, según algunas
versiones, celebraban la vuelta de las rameras y les organizaban un cortejo,
saliendo a recibirlas a la orilla opuesta del río Tormes, donde las embarcaban
con mimo y jolgorio y las traían de vuelta a casa. La comida abundante, la
ebriedad, la música, los cantos, los bailes, los actos carnales y los baños en
las aguas del río se sucedían en un frenesí que trataba de compensar con
excesos la castidad forzosa y la austeridad lacedemonia impuesta por la
religión.
En
la actualidad, en la provincia de Salamanca, la fiesta del Lunes de Agua ha
perdido su carácter báquico desaforado y se ha civilizado, socializado en el
ámbito ciudadano. Pero conserva algunos elementos primordiales: el contacto con
la naturaleza y los árboles, la proximidad a las aguas salutíferas y
fecundantes. Los ciudadanos disfrutan de un día de campo y de ocio; la comida
en comunidad, ya que las familias o los amigos comparten el hornazo en los
parques o en las riberas del Tormes, una empanada que contiene lomo adobado,
huevos cocidos, jamón y chorizos. Sin duda, esta consumición anuncia el fin
definitivo de la Cuaresma penitencial.
El
lunes de agua en Herrera de Pisuerga (Palencia)
Cesáreo
Pérez y Luis Antonio Arroyo[13] nos ofrecen una muy interesante noticia
acerca de esta celebración festiva en la provincia de Palencia, y reproducen el
texto de una visita pastoral, que refleja cómo el vicario del obispo de la
ciudad palentina reprende a los moradores de Herrera de Pisuerga por su falta
de previsión económica y por sus libertinas costumbres. Lo reproducimos:
También se le ha informado a dicho señor visitador
que en muchos de los lugares de este partido, en el día primero de Pascua de
Resurrección, en lugar de darle las gracias y estarle alabando como es debido
en su templo, se juntan todos los hombres y mujeres en sitio y paraje a este
fin destinado y unos y otros están revueltos bebiendo vino y comiendo lo que
les hará falta para los días sucesivos para la manutención de las familias, y
lo que es más, que de semejantes excesos se pasan a otros mayores gravemente
escandalosos y ofensivos a Dios y olvidados de lo que tanto le debemos y día
tan solemne como el de su Santísima Resurrección…
El
texto es de 1789, y el vicario que prohíbe la manifestación lúdica y festiva
tras la Semana Santa, Bernardo García Martín, es un ilustrado fundador de la
Sociedad Económica de Amigos del País de Herrera. Por ello, ve con malos ojos
la expresividad primitiva del pueblo llano, tal y como ocurrirá más tarde entre
los liberales del siglo XIX en España, que igualmente pretenderán suprimir las
tamboradas de algunas localidades, como las de Mula[14]. Todos ellos, ilustrados del XVIII y políticos y periodistas liberales
del XIX, contemplaban con rubor la espontaneidad de las gentes y sentían temor
ante posibles desórdenes civiles.
La
actitud del ilustrado de Herrera de Pisuerga revela que las fiestas de la
familia del Lunes de Agua estuvieron extendidas al menos por toda la submeseta
Norte, y que constituyó un elemento esencial en la ruptura ritualizada del
duelo penitencial propio de la Semana Santa.
En
la ciudad de Murcia, las Fiestas de la Primavera y el llamado Entierro de la
Sardina[15], pez que se podría interpretar como
alegoría de la triste penitencia cuaresmal, suceden inmediatamente en el tiempo
a la Semana Santa, como una manera de celebrar el fin del luto, la superación
de la muerte del Creador y de festejar la esperanza revitalizada y la
recuperación de la vida. Pero hay que advertir que se produjo un cambio en el
calendario festivo murciano, y que el Entierro de la Sardina se celebraba en el
siglo XIX, en la capital del Segura, en el período de Carnaval, previo por
tanto a la Cuaresma.
Significado
de la alegría y de la risa en medio de la tristeza y del llanto. La curiosa
oposición de los intelectuales y escritores al caos
El
combate entre don Carnal y doña Cuaresma, descrito por el Arcipreste de Hita[16] y también por Juan del Encina, no es sino una expresión más dentro de
esa pugna milenaria y universal entre la libertad y expansión de la carne y el
recogimiento y la sobriedad del espíritu, cuyo triunfo se sucede en el
calendario. Y la fiesta del Lunes del Agua se incluye en ese universo. Don
Carnal, gran emperador, vela armas la noche que une el Martes de Carnaval al
Miércoles de Ceniza, junto a sus mesnadas, integradas por peones como gallinas,
perdices, ansares, conejos, capones, ánades, gallos, jamones, lechones,
cabritos, tocinos,… y toda suerte de animales de caza. Pero sabe que será
desafiado y derrotado inevitablemente por las huestes de don Ayuno, acompañado
de los puerros, ajos guerreros, cebollas, sardinas, anguilas, atunes y toda la
hermandad de hortalizas.
Hay
que destacar igualmente el temor de los filósofos, hombres ilustrados y
políticos ante la libertad caótica con la que se manifiesta y expresa el pueblo
llano y sencillo. Para los intelectuales de la localidad de Mula (Murcia), a
fines del XVII, la inversión del orden y la alteración de la devoción
resultaban muy ajenos a la devoción que debe resaltar en tales días (Semana
Santa). En una ordenanza municipal de 1695, el alcalde
denuncia que aparecen mozos con túnicas de nazareno y capirotes que, en
apariencia, participan en las procesiones, pero que en verdad vagan con
inquietudes y otras cosas indecentes a el servicio de Nuestro Señor. Los pensadores de Mula del XIX seguían opinando de modo semejante y
calificarán, según Juan González, a la tradición de tamborear como de antiquísima
y bárbara costumbre de nazarenos y tambores y como espectáculo
degradante y anticristiano en días tan señalados como los de Semana Santa.
En
la cercana ciudad de Hellín (Albacete), a fines del XIX, los periodistas y
escritores locales, como Tomás Preciado, según Iniesta Villanueva, afirmaban
que los llamados Nazarenos de la Broma, denigraban la Semana Santa con sus
actos y costumbres chabacanas y soeces, y confiaban en que pronto serían
desterrados de las procesiones, ya que dichos personajes denigraban y
prostituían la seriedad y unción que es característica de la solemne procesión…
En
Alcañiz (Teruel), del mismo modo, en 1898, Taboada Cabañeros denuncia que los
incidentes cómicos promovidos al compás de los tambores, no permitían respetar la
noche de más recogimiento para los católicos y
considera a la tamborada de su pueblo como una cencerrada con tambores,
latas, carracas y sonajeros, con todo el sentido
despectivo que las cencerradas a las viudos tuvieron en el medio rural
tradicional español. Este intento de censura intelectual y moral ya venía de
lejos, porque, según un trabajo de Royo García[17], en las misas de Navidad de fines del XVI, celebradas en la colegiata
de la villa, era costumbre que se colaran los llamados rey y conde de los mozos
labradores y que se sentaran en sendas sillas en la capilla mayor. El rey era
coronado con una coroza de plata. Tal costumbre era denostada por el prior de
la colegiata, el doctor Cristóbal Colón, quien afirmaba: Cosa de risa y
juego, a lo cual se provoca el pueblo viendo esto, en la iglesia de Dios no se
debía permitir, porque inquieta esto y parezca indecentísima cosa que en el
momento que se celebra la misa y oficios divinos en el lugar más principal de
la iglesia, rey y conde, de risa y juego, que es cosa de aldeorio y parece
feísimamente. Sin duda estamos ante una expresión,
mitigada ya a fines del XVI, de los llamados officium stultorum, propios de la Navidad.
Pero
los problemas con la censura moral del XIX y principios del XX perviven a
comienzos del XXI, no únicamente por causa de respetar o de atenerse a lo
políticamente correcto, como demuestra Calvo González[18], quien con juicio indica: … entiendo que el ejercicio y límites de
la libertad cómica sólo se comprenden considerando las raíces antropológicas y
mentalidad social en que arraiga tal práctica de la libertad expresiva. Los problemas jurídicos que se plantean en la actualidad, derivados de
la crítica humorística y de la burla, y de la necesidad de la risa y de la
carcajada, ya fueron planteados en la Antigüedad Clásica (Platón, Estrabón) y
por los santos padres del cristianismo (Basilio de Cesarea; Juan Crisóstomo,
Benito de Nursia). Para ello conviene acudir al artículo del doctor Calvo.
En
definitiva, lo que los sabios y entendidos de siglos pasados consideraban
peligroso social o políticamente, e irreverente en el terreno de lo religioso,
desde la perspectiva de la antropología no era sino catarsis colectiva para
superar el dolor y la angustia tras la muerte y sacrificio del Salvador. En
realidad era una especie de homenaje festivo, nunca blasfemo, ante el triunfo
de la Cruz, aunque muchos de sus vulgares, borrachos e iletrados protagonistas,
carentes de toda formación, actores intuitivos, ni siquiera lo supieran, y
menos aún les importara la sutileza del simbolismo o del mensaje. Pero
seguramente sí captaban que tras el dolor del duelo, o durante su padecimiento,
había que instalar lo lúdico, la risa, recuperar la abundancia de la vida. La
misión de los nazarenos de la broma, de los zánganos, de los estudiantes del
Lunes de Agua, era catártica y apotropaica: quebrantar y erradicar el mal,
expulsar al maligno, despistar mediante disparates irracionales al demonio
cuando Cristo desciende a los infiernos, para evitar que quede sumergido en el
abismo primordial cuando en apariencia es más vulnerable. En suma: asegurar y
festejar la vida.
En
la villa de Moratalla (Murcia), la celebración de la llamada Asnería, según
relata José Rogelio Fernández[19], generaba, en medio del dolor de la Pasión de Cristo del Viernes
Santo, que los tamborileros realizaran las más extrañas majaderías por las
calles o en sus hogares: engullían embutidos, adornaban sus tambores con
verduras y hortalizas, se disfrazaban de monjas o de frailes, encerraban en las
jaulas de los pajarillos los más variados objetos cotidianos, cocinaban cosas
absurdas en los peroles de las cocinas,… Es decir, caos y despropósitos sin
medida. ¿Llamar la atención del demonio para que se olvide de la occisión del
Salvador? ¿Expresar la anarquía que sucede, como a los antiguos persas, cuando
muere el rey de reyes? Pensamos que cualquier interpretación puede ser estimada
como válida o proporcionar interesantes sugerencias.
En
Hellín (Albacete), los Nazarenos de la Broma, también llamados Zánganos, según
cuenta Iniesta Villanueva[20], repartían caramelos entre los niños por las calles o enseñaban
estampas obscenas a la entrada de las iglesias, cobrando por semejante servicio
una pequeña cantidad en dinero. No perdían el tiempo: cortejaban a las mozas,
molestaban a las gentes manchándolas con los goterones de cera que lloraban los
cirios, esparcían polvos urticantes para provocar toses y risas entre los que
asistían emocionados al desfile de las imágenes religiosas de las procesiones,
soltaban ratoncitos para asustar a las jóvenes o inquietar a los más pequeños…
¿Lunes
de Agua y Risa Pascual?
Hasta
el Barroco se celebró en los templos católicos la llamada Risa Pascual[21], durante la homilía del día de Resurrección. El sacerdote exponía una
serie de sermones con argumento y moraleja jocosos, en los casos más suaves,
para estimular la carcajada de los feligreses. La finalidad era anunciar la
alegría de la victoria de Cristo sobre la muerte y sobre las puertas del
infierno, y animar el espíritu de los creyentes congregados. Una antigua
leyenda medieval aseguraba también que Cristo, nada más resucitar y salir del
santo sepulcro, prorrumpió en una victoriosa risa. En consecuencia, los
cristianos, tanto el clero como los feligreses, debían compartir la risa de
Dios, porque repetían el gesto arquetípico.
Pero la celebración de la Risa Pascual
podía alcanzar, en el altar o en el púlpito, verdaderos excesos ante espíritus
sensibles: imitaciones de sonidos de animales, chistes, bromas obscenas, gestos
de ludibrio, cánticos licenciosos, exhibicionismo, imitaciones de actos de
onanismo por parte del oficiante, parodias de pasajes evangélicos en los que
interviene o habla Cristo,… Igualmente se permitía en aquel contexto de
inversión jerárquica y ruptura ritualizada y controlada del tiempo sagrado, los
juegos de cartas, la ingestión de embutidos junto al altar, la sustitución del
incienso por excrementos o suelas de zapatos…
La
Risa Pascual fue prohibida en las iglesias por Clemente X (1670-1676),
precisamente por los abusos y por el cambio de mentalidad. Pero lo que no se
podía trocar era el espíritu festivo, exagerado, tempestuoso, del pueblo. Este
nunca olvidó que había que celebrar de forma espectacular, con exaltación de lo
sexual y de la vida, la recuperación del salvador y su Ascensión al cielo.
Sin
duda, la risa redimía y permitía recuperar la eclosión de la vida. El placer de
gozar de la existencia es lo que en definitiva celebraban los jóvenes y pícaros
de Salamanca en el Lunes de Agua. En su emocionante aventura colaboraban en el
regreso de la sexualidad y traían consigo a las rameras sobre las aguas
propiciatorias de la fecundidad, rodeados de los árboles anunciadores de la
misma y sostenedores de la vida. Y el clero participaba en el evento, como
protagonista esencial, ya que el antes mencionado Padre Putas, en una homilía
hecha acto, didáctica, tutelaba a sus fieles y les congraciaba tras la muerte
de Cristo con la festividad de la Resurrección. Era el final del tormento, la
oclusión de la agonía y era necesario celebrar de manera vistosa la redención.
Lunes
de Agua en la Cueva Negra de Fortuna (Murcia): la tierra como tambor, la
espiral como puerta, la serpiente como fecundadora y el agua salutífera
Pero
los Lunes de Agua han podido quedar expresados de maneras muy variadas,
adaptándose a las características de cada localidad o región. Recordemos el
caso de la Cueva Negra de Fortuna (Murcia), según nos relata Santiago Fernández
Ardanaz en un meritorio trabajo de campo[22]. La Cueva Negra fue un antiguo lugar de culto romano, asociado a unos
balnearios y a una cueva en la que aparecieron cientos de inscripciones
pintadas[23]. El transcurso de los siglos no eclipsó ni la fama ni la magia de sus
aguas ni del antro cavernoso, porque las gentes sencillas de las aldeas del
entorno del pueblo de Fortuna acudían a aquel espacio hierofánico para alumbrar
a sus hijos y sumergirlos, en su primer baño, en las aguas de la fuente de la
cueva. Pero también iban a beber de sus aguas para sanarse de enfermedades,
ellos y sus ganados. O para beber los recién casados sus aguas en la primera
noche como esposos. O para recoger el agua que asistiría a los difuntos en sus
últimos alientos, o para mojar los labios de los muertos, porque tendrían sed
en el tránsito hacia el Más Allá. O para recoger las hierbas milagrosas y
medicinales que crecían entre las rocas de la cueva y que servían para curar o
para proteger a los bebés en sus cunas. O, en suma, para entablar alianzas y
matrimonios entre familias, que constituyen igualmente un milagro de
convivencia y concordia.
Pero
también se festejaba allí, en la Cueva Negra, el Lunes de Pascua: aguas
benéficas y fecundantes, tilo y árbol sagrado que asiste al parto de las
mujeres embarazadas, plantas curativas, convivencia alegre y festiva de los
vecinos de las aldeas comarcales… todo confluía en aquel punto sagrado, como
los habitantes de Salamanca alrededor de las orillas del río Tormes.
Lo
más interesante del santuario rupestre y salutífero de Fortuna es que los
campesinos cazaban serpientes el Lunes de Pascua, se las enrollaban al cuello y
las consumían en una comida en la cueva. Con las serpientes las gentes
elaboraban una manteca para confeccionar ungüentos medicinales, y además una
bebida alcohólica, el vino del Culebrón. Capturar y consumir ofidios se podría
entender desde diversos enfoques. Podría entenderse, en un análisis sencillo y
alegórico, como una captura ritual y lúdica del demonio, una escenificación de
su expulsión tras su derrota en el día de la Resurrección de Cristo, que sería
una especie de venganza del ser humano por el engaño sufrido por Adán y Eva.
Pero se podría ver en la caza y consumición de la serpiente, animal ctónico,
como una ingestión ritual de las potencias fecundantes del reptil, como una
manera de restituir entre las gentes la fertilidad agotada del cosmos tras el
período penitencial de la Cuaresma. La serpiente, receptáculo y depósito de esa
fertilidad de la tierra, restituye, tras su consumición, la vida.
De
hecho, por Santa Águeda, los jóvenes de las aldeas de Fortuna celebraban una
curiosa danza, la Danza de los Bastones, que consistía en golpear la tierra
para despertarla. Marchaban en parejas, y en fila y a ritmo batían la tierra
como si fuera el parche de un inmenso tambor, porque había que despertar a
la tierra del invierno. De hecho, en la ciudad alicantina
de Elx o Elche se decía que era necesario despertar al Señor para que
resucitara[24]. Para ello, los habitantes de Elche, el día del Sábado de Gloria, a la
puerta de sus casas, rompían de forma estrepitosa los cacharros viejos de
cerámica que hubiera en sus hogares. Y, durante la misa de ese día, agitaban y
arrastraban con denuedo las sillas de las iglesias para generar un gran
alboroto. La muerte o sueño transitorio de Cristo, durante su descenso al
Infierno, significaba un gravísimo riesgo para la salud y la existencia de
nuestra especie. En consecuencia, era vital contribuir en la medida de lo
posible en la redención, recordando a Dios mediante el ajetreo y el ruido, que
su misión tras la Cruz era resucitar, regresar a la vida.
Este relato del despertador telúrico (en cierto modo
semejante al de los almogávares aragoneses cuando despertaban el hierro de sus
espadas, golpeándolas contra las rocas) y el deseo de los ilicitanos del
Mediterráneo Occidental, se encontraba también en el otro extremo, en el Oriental
y más allá, en Mesopotamia[25]: cuando la diosa Inanna desciende a los infiernos, teme quedar presa
de la divinidad infernal, Ereskigal, y de sus demonios, los Annunaki. Por ello
ruega a su fiel servidor que se cargue con un tambor y unos palillos y que,
elevando una lamentación, recorra las estancias de los dioses celestes (Enlil,
Nanna y Enki) para recordarles, con el sonido de su tamborear, que está cautiva
en el submundo durante tres días, y que debe ser rescatada.
Pero
lo más extraordinario es que los mozos batientes de Fortuna y su Cueva Negra, a
la par que tabaleaban sobre la madre tierra, realizaban la danza en espiral y
en círculo. Eso se llamaba hacer el caracol, como se hacía la noche del
Viernes Santo. En efecto, esas danzas del caracol, tremendamente
interesantes y sugestivas, las hemos constatado en varias localidades
murcianas: Alhama, Jumilla, Aledo…[26] Pero se conocen en toda La Mancha: Granátula de Calatrava y Almagro
(Ciudad Real)[27], y en pueblos de la Vega Baja del Segura, como Orihuela. Las espirales
y círculos realizados por los simulacros de legionarios romanos durante las
procesiones de Semana Santa o por los campesinos de Fortuna a comienzos de la
primavera, pueden ser entendidas realmente como caminos y puertas del
inframundo, a partir de los cuales era posible acceder a la fecundidad de sus
entrañas o rescatar a los cautivos que contuviera. El contacto con los difuntos
asegura la fertilidad de las cosechas, porque con frecuencia son los custodios
del grano, ya que los sepulcros y los silos no dejan de ser, como receptáculos,
espacios en los que se custodia la vida en potencia y en los que los embriones
y las semillas preservan su fertilidad.
Mas
esta ancestral y telúrica costumbre de percutir sobre la superficie de la
tierra y sobre su suelo también se realizaba el Lunes de Pascua, lo que añade
un enorme interés al tema de la fecundación de la madre generadora de las
cosechas. No en vano, junto a los círculos de los danzantes que tabaleaban la
tierra, según Fernández Ardanaz, en el Lunes de Pascua se celebraban bailes a
veces lascivos que suscitaban reyertas por celos o por viejos conflictos
sentimentales nunca superados: cualquier mozo podía sacar a bailar a cualquier
mujer, casada o sin casar, esposa, novia o soltera, y danzar con ella a cambio
de una cantidad de dinero o de una apuesta. Era una ceremonia sumamente cargada
de contenido: ruido rítmico y cósmico para despertar la tierra de la
somnolencia y del frío invernal; círculos y espirales que unen el inframundo
oscuro y la fecundidad que ha encerrado y ocultado, como una Perséfone cautiva,
con el mundo de los hombres y de la luz; danzas casi orgiásticas con indudable
contenido erótico y suscitadoras de celos, de pasiones, de amor, capaces de
estimular y aflorar la vida contenida en la tierra.
San
Genarín de León, parodia de la Pasión. Los Turbos de Cuenca
Por
otra parte, habría que añadir a este elenco de hechos culturales a los hombres
consagrados a la risa, cuyos remotos precedentes antropológicos se encuentran
en la Antigüedad Clásica[28], donde se consideraba que la risa y la alegría mostraban un origen
divino y una innegable faceta sacral y purificadora, terapéutica[29]. Como declara Romeo César, la risa condena y zahiere burlonamente al
poder y al autoritario; pero también le absuelve y le redime. En efecto, la
risa en la Edad Media, entre las clases populares, se podía entender desde
perspectivas menos alegóricas, y más como una ruptura o una rebelión contra la
jerarquía y el orden. Por ello, los pícaros de Salamanca, San Genarín de León[30], los Turbos de Cuenca, los tamborileros Zánganos o Nazarenos de la
Broma de Hellín, y otros muchos, además de despertar a Cristo cuando duerme
temporalmente en su descenso a los infiernos, podrían manifestar, acaso, una
rebeldía social y política contra la rigidez de la penitencia cuaresmal o
contra el poder establecido. Toda perturbación del orden, de la norma, de la
ley, de la liturgia, de las procesiones, de las ceremonias, evidentemente,
aunque se entienda e indique un símbolo de liberación espiritual, también
delata una trasgresión de los límites impuestos por las autoridades, políticas
o religiosas, y un combate, no únicamente místico contra las fuerzas del mal,
sino una verdadera batalla contra los representantes del poder civil o eclesial.
Pero Bajtin advierte con cautela y acierto[31] que las parodias no necesariamente transgreden aquello que critican o
no necesariamente zahieren a las personas que imitan. En efecto, los Turbos de
Cuenca, por ejemplo, eran emborrachados a la fuerza en el siglo XVIII y XIX,
porque nadie quería blasfemar o burlarse de Cristo camino del Gólgota; pero era
necesario que algunos actores voluntarios del pueblo, aunque fueran presos en
la cárcel o borrachos intencionadamente para no pecar ante el resto de la
comunidad ni ser ante Dios seres sacrílegos, actuaran en el escenario callejero
de las procesiones. Igualmente hoy, en el XX y XXI, aunque los turbos de Cuenca
eructen, escupan, insulten, lancen estridentes trompetazos o batan tambores (la
borrachera ya es voluntaria y sin imposición forzada de la autoridad) al paso
del Cristo con el madero, saben que son protagonistas esenciales en el drama
litúrgico que se desarrolla en la capital manchega.
Del mismo modo, el gamberrismo ritual de los Genaristas de
León y de los demás devotos y acólitos de San Genarín constituye una auténtica
parodia burlesca de la Pasión y de dos momentos cruciales en las creencias
cristianas. Un acto aparentemente sacrílego es la imitación de la Santa Cena la
noche del Jueves al Viernes Santo, en la que la ebriedad impera sobre los
protagonistas, errantes por las murallas de la ciudad. En las grietas de las
defensas romanas y medievales depositan ofrendas de orujo, a trueque de la
sangre-vino de Cristo; y un queso grande y redondo, como mal remedo del
cuerpo-hostia de Cristo. El otro acto es un remedo de un Santo Sepelio, en el
que los cofrades llaman procesión a su errático deambular por las callejas del
casco antiguo, portando cuatro pasos: Genarín, la Muerte, la Cuba en la que van
las ofrendas que serán depositadas en la muralla, y La Moncha, la prostituta
que encontrará el cadáver de Genarín tras morir aplastado por el camión de la
basura en 1929. A Genarín, además de algunos milagros menores, se le atribuye
el milagro de la conversión de La Moncha, quien abandonó su vida de ramera tras
serle colocado en su rostro un periódico y quedar grabado en él la efigie del
desventurado peletero.
La caótica y mísera procesión de San Genarín coincide con
la oficial en la que se produce el encuentro entre San Juan y la Dolorosa, ante
las puertas del Ayuntamiento. Mayor ignominia, aparente, es imposible. Es una
burla calculada, precisa, incisiva, de escarnio. Por tanto, es esa su verdadera
utilidad: el contrapunto, el contraste, la parodia, la risa para promover la
fecundidad. Los cofrades llaman Santos Evangelistas a los cuatro amigos que
comenzaron a difundir y a celebrar ritualmente la muerte de su compadre
Genarín. Y llaman rezos a unas libidinosas y satíricas canciones y homilía a un
poema apócrifo, escrito por un intelectual o escritor local, que únicamente
conoce el abad de los genaristas, y en el que, además de anotarse las
peticiones a San Genarín, se critican hechos y acontecimientos de la vida
leonesa acaecidos durante ese año.
En suma, no importa que en esta celebración no exista un
sacerdote tras el altar o en el púlpito para exponer sus vergüenzas o para
declamar jocosamente con el fin de provocar la hilaridad de los fieles, y así
estimular el regreso de la vida. Lo que importa es el universo paralelo de
realidades que el pueblo ha ido creando, y en el que sí hay una auténtica
imitación caótica, invertida, de lo sagrado y de las escenas más piadosas y
conmovedoras de la Semana Santa. Es evidente que Genarín es el alter ego de
Cristo, que La Moncha lo es de María Magdalena o de la Verónica,…etc. Lo
interesante sería rastrear en fuentes documentales el origen de esta
celebración o corroborar si es una creación ex novo
del siglo XX. Pero aún así, si fuera moderna su creación, el caso es
extraordinario, ya que el pueblo lo que ha hecho ha sido resucitar por su
cuenta los arquetipos medievales que se mantuvieron intactos en las mentes de
los europeos hasta que en el XVII el Papado decretó el fin de la Risa Pascual.
Diversos intelectuales y miembros de las cofradías
religiosas de León, cada uno desde sus perspectivas, han llamado a estos actos
de San Genarín con diferentes calificativos. Los primeros afirman que es una
fiesta pagana, que es iconoclasta, surrealista, que compite con la semana Santa
de León… Los segundos aseguran que se trata de actos inapropiados para
compartir espacio y tiempo con el espíritu de recogimiento, dolor y devoción
del catolicismo.
Honesta y humildemente, creemos que San Genarín admite
perspectivas muy diferentes y que se sumerge plenamente en el océano de la Risa
Pascual, con todas sus variantes y matices.
La
risa y lo jocoso en el interior de las iglesias y en el seno de las
universidades
Ya
hemos recordado antes las jocosas celebraciones de la Risa Pascual en el
interior de los templos. Hemos de añadir, además, que la risa como antídoto de
lo serio y solemne, y como complemento necesario y paralelo burlón de todo acto
oficial civil o de liturgia religiosa, fue expresado sin especiales problemas
en otros ámbitos impensables por su seriedad formal y su rigor científico, por
ejemplo. Así, primero, en la Universidad, institución en la que, como demuestra
Francisco Layna Ranz[32], se gestaban los Gallos, al menos desde el siglo XVI: vejaciones y
burlas satíricas y mordaces que sufrían con paciencia y humildad los profesores
que aspiraban al grado de doctor en teología, ya que instantes después, en la
misma ceremonia académica, se celebrarían las alabanzas de sus conocimientos
por parte de sus colegas universitarios, en un equilibrio permanente entre la
derrota y la victoria. Pero dichos elogios pronunciados tampoco estaban exentos
de ironía y de calculada exageración humorística. Y estas parodias de
solemnidad teológica, adornadas con fatua y fastuosa oratoria, eran admitidas
como necesarias, consentidas y celebradas por todos, desde el estudiante más
humilde e ignorante hasta el doctor más egregio. Como relata Layna Ranz, cuando
en 1600 asista Felipe III a Salamanca, no se escandalizará como había hecho su
padre ante los Lunes de Agua en su visita a la misma ciudad, sino que entenderá
que aquella transgresión ritualizada y burlesca de los Gallos, celebrada en la
misma catedral, era parte habitual y conocida de la vida docente de los
teólogos de aquella ciudad universitaria, ya que únicamente galleaban los
candidatos a ser doctores en dicha especialidad. Precisamente fue a mediados
del XIX, con el racionalismo y progresismo de la época y del cambio de
mentalidad en España, cuando se extinguen.
La
risa preside también, como estudia Catalina Buezo[33], fechas muy sentidas para el espíritu cristiano: la Navidad y el
Corpus Christi, en las que se representaban pequeñas piezas teatrales jocosas y
cómicas (El sacristán fariseo; la parodia de la Huida
de la Virgen con el Niño a Egipto en la llamada Fiesta
del Asno; la farsa de la Degollación de los
Inocentes, etc.) que permitían compensar la tensión
emocional y teológica de los autos sacramentales destinados a la reflexión
moral y espiritual. Los trabajos de Francesc Massip i Bonet[34] en esa línea corroboran lo expuesto. Massip expone toda una amplia
serie de dramas litúrgicos pascuales, representados por clérigos, celebrados en
Cataluña, Mallorca o en el reino de Valencia durante la Baja Edad Media, en los
que, además de la exposición de instantes pasionales, de dolor y de gran
intensidad emocional, siempre se colaban tímidas ráfagas de humor y de
jocosidad. Así, en la escenificación de la Visita al Sepulcro, cuando San Pedro
y San Juan corren para comprobar la Resurrección del Salvador; o en el drama de
la Pasión de la Seu de Lleida, cuando un ángel le recrimina a Dios su
indolencia o despreocupación por la muerte del Hijo; el Padre le responde con
una cachaza propia de tabernero. La Facultad de Teología de París, hacia 1400,
según nos ilustra Massip, justificaba los excesos cometidos en Navidad, durante
los officium stultorum y officium asnorum, de la siguiente manera: Los barriles de vino estallan si no se les
retiran los tapones de vez en cuando para airearlos. Así también nosotros,
viejos barriles que el vino de la sabiduría haría estallar si se conservaran
exclusivamente para el servicio de Dios. De esta manera, durante diversos días
del año, nos ventilamos, nos abandonamos, para divertirnos según la tradición,
a la locura, que es nuestra segunda naturaleza y que parece ser innata a
nosotros. Y así, después, regresamos con mayor entusiasmo a nuestros estudios y
al ejercicio de la santa religión. El razonamiento de
los doctores y profesores universitarios franceses justificaba plenamente el
recurso a la lujuria y al desmadre temporal, fajado en un breve lapso de
tiempo.
En
definitiva, las vivencias lúdicas, eróticas, lascivas y pletóricas de buena
comida del Lunes de Agua o de fechas similares, desde Salamanca hasta Murcia,
permitían aliviar los sufrimientos padecidos durante la Semana Santa y mitigar
las penitencias impuestas por el calendario de la iglesia católica. Pero,
también, dicha desinhibición garantiza que, tras el pasajero triunfo del caos y
de la desintegración, se recupere otra vez, por todo un año completo, el
equilibrio del orden, nuevo, y la autoridad de las jerarquías, rejuvenecidas
tras el calvario y el agotamiento del ciclo y período anterior.
El
combate secular entre la risa y el llanto, entre el caos y el orden, admite
multitud de variantes. En la Semana Santa de Calanda, por ejemplo, existe la
figura de los “cocoteros”, es decir devotos con túnica morada, brazalete negro
y larga y ligera cruz, que mantienen el orden durante las procesiones. Su
misión hasta el siglo XX fue la de expulsar a las mujeres intrusas que se
atrevían a infiltrarse entre las filas de los tamborileros y batir los parches,
porque tal gesto era únicamente propio de hombres; mas, seducidos o vencidos
por el feminismo, se centraron en su otra actividad: velar por el orden y la
paz entre procesiones y tambores con suaves pero contundentes golpes en los
colodrillos; detener el redoblar de los tambores cuando lo impusiera el ritual;
y también advertir a los descuidados y sucios que portasen las túnicas en
condiciones dignas de limpieza y sin rasgados en la tela[35].
Epílogo:
la hermana risa como terapia
Desde
las perspectivas de la psiquiatría se vienen presentando trabajos, como los de
Marisol Filgueira Bouza, que resaltan la función terapéutica de ciertas
manifestaciones populares y alegres, en las que se establece una sólida
relación entre los espectadores y las exhibiciones del escenario psicodramático[36]. El duelo ante una desgracia o ante un
difunto, integrado por diversas manifestaciones ritualizadas o espontáneas,
como llantos, lamentaciones, luto, ayunos y, en su culminación,
automutilaciones, puede encumbrarse con la expresión de orgías y con la
enajenación menádica, catártica, porque dicha orgía o éxtasis de movimientos y
sonidos sirve de liberación catártica ante un síndrome colectivo, y porque
colabora en la expulsión y erradicación del dolor.
El ritmo trepidante de los tamborileros y de los turbos,
batiendo sus instrumentos de percusión, es un magnífico ejemplo antropológico
de una terapia sagrada ante la amenaza del regreso al caos primordial a causa
de la muerte de Dios, que sumerge en el terror a los seres humanos. Los pícaros
y estudiantes de Salamanca, menos explosivos que los que batían y rasgaban
parches con palillos y mazas, mas no menos explícitos ante la alegría en la que
se zambullían, por el contrario, celebraban el final de las penurias y de la
penitencia cuaresmal, en un ciclo permanente que se reitera en el tiempo, como
demuestra la extensa pervivencia de los rituales conservados en la Cueva Negra
de Fortuna, al menos desde la etapa romana.
Proseguimos con la argumentación. Algunos trabajos
realizados sobre iconografía románica medieval, como los de María Ángeles
Menéndez Gutiérrez[37], muestran que las expresiones exageradas de la sexualidad, en sus
diferentes manifestaciones (embarazos, partos, coitos,…), evidencian un
carácter simbólico. Tradicionalmente esta manifestación se consideró como una
manera de catequizar a las comunidades de monjes y fieles, mostrándoles lo feo
y lo condenable del pecado y del mal. Pero otros trabajos plantean
posibilidades no desdeñables: las representaciones de contenido lascivo en las
iglesias cristianas (en capiteles, canecillos,…) se realizaban como elementos
de ritos genésicos y de potenciación de la fertilidad, pero también como
recursos profilácticos contra la muerte, el mal en general y el mal de ojo en
particular, adquiriendo la sexualidad una función apotropaica durante la
Prehistoria[38] y la Edad Media[39]. En consecuencia, los predicadores y religiosos que hasta el Barroco
usaron el altar o el púlpito para lanzar procacidades verbales o mostrar la
genitalidad más ruda durante la llamada Risa Pascual, no hacían otra cosa que
continuar una vieja y probada tradición que atraía sobre el mundo y sus gentes
los beneficios de los fluidos de la sexualidad y de la fecundidad cósmica.
En consecuencia, la lujuria y la sexualidad desatadas en el
Lunes de Aguas en las tierras del Duero o en las huertas del Segura, incidirían
precisamente en parte del ritual que constituye la esencia de la Semana Santa,
porque toda solemnidad y ceremonia penitencial y cuaresmal, como comentaría
Bergson[40], quedaría eclipsada por medio de la risa, ya que la risa y la alegría
nos devuelven al amparo de la divinidad. Y los protagonistas del Lunes de Agua,
cualquiera que sea su cuna y sus variantes, espontáneos actores, ciudadanos
seguramente desconocedores de toda sutileza antropológica y hasta religiosa,
escenifican y desarrollan su papel secular, asignado por la tradición y su
inercia, en el gran teatro del mundo.
[1] JORDÁN MONTÉS, J. F.: “De lo cómico a lo
cósmico: zánganos, asnos, turbos y genaristas. Lo lúdico en el duelo como
preludio del júbilo”, Revista Murciana de Antropología, 13, Murcia, 2006, pp. 41-84.
[2] Véase al respecto LLAMAZARES, Julio: El
entierro de Genarín,
Ediciones de Toledo, León, 1981. MARK TATE: “Tradición y humorismo en la Semana
Santa de la ciudad de León”, en Díaz Viana, L. (coord.): Etnología y
folklore en Castilla y León,
Junta de Castilla y León, Salamanca, 1986, pp. 155-172.
[3] BARLEY, N.: Bailando sobre la tumba:
Encuentros con la muerte,
Anagrama, Barcelona, 2000, pp. 42 ss. y 47 ss.
[4] WASSON, R. G.; HOFMANN, A. y RUCK, C. A.: El
camino a Eleusis, Fondo de
Cultura Económica, México, 1980, pp. 95-120.
[5] DEVEREUX, Georges: Bauvo. La vulva mítica, Icaria, Barcelona, 1984. LUBELL, Winifred: The
metamorphosis of Bauvo. Myths of women’s sexual energy, Vanderbilt
University Press, 1994. NEOKLIS A GEORGOPOULOS, GEORGE A VARGERAKIS y APOSTOLOS
L. PIERRIS: “Bauvo: a case of ambiguous genitalia in the eleusinian mysteries”,
Hormones, 2 (1), 2003, pp. 72-75. O`HIGGINS, Laurie: Women and humour in
classical Greece, Cambridge University Press, 2003. PÁEZ CASADIEGOS, Y.: “Deméter-Perséfone: etiología y
epifanía en los misterios de Eleusis”, A Parte Rei, 53, 2007. [Consultado en Internet].
[6] GRAVES, Robert: Los mitos griegos, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004, pp. 88
ss.
[7] BROZE, Michele: Mythe et
roman en Egypte ancienne: les aventures d´Horus et Seth dans les papyrus
Chester Beatty I, OLA (Orientalia Louaniensia Analecta), 76, Louvan, 1996. CAMPAGNO, Marcelo: Una lectura de la contienda
de Horus y Seth, Instituto de Historia Antigua Oriental, facultad de Filosofía
y Letras, Universidad de Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2004.
[8] HEERS, J.: Carnavales y fiestas de locos, Península, Barcelona, 1988.
[9] CARO BAROJA, J.: El carnaval, La Otra Historia de España, Taurus, Madrid, 1965 [En concreto el
capítulo III (pp. 305 ss.) titulado “La fiesta del Obispillo”].
[10] INIESTA VILLANUEVA, J. A.: “Perfil simbólico
de la tamborada hellinera”, Cultura y sociedad en Murcia, Universidad de Murcia, 1993, pp. 403-419.
[11] LASALA MESEGUER, A.: Tambores confusos.
Una visión antropológica de la Semana Santa de Híjar, Instituto de Estudios Turolenses y Centro de
Estudios Bajoaragoneses, Teruel, 1999.
[12]
REQUENA CARRILLO, A. et alii: Las turbas. Aproximación a su estudio, Cuenca, 1980. ALVO CORTIJO, L.: El rito
de las turbas, Cuenca, 1995.
HERRÁIZ, R. y ELCHE CORADA, J.: Turbos, Cuenca, 1999.
[13] PÉREZ GONZÁLEZ, C. y ARROYO RODRÍGUEZ, L. A.:
Herrera de Pisuerga: aproximación histórica, Ayuntamiento de Pisuerga, Palencia, 2003, pp.
159-160.
[14] GONZÁLEZ CASTAÑO, J.: Origen y desarrollo de
la tamborada de la ciudad de Mula (Murcia), Mula, 1994.
[15] VALENCIANO GAYA, L.: Las mascaradas
murcianas del siglo XIX. Bando, testamento y entierro de la sardina, Biblioteca Murciana de Bolsillo, Academia
Alfonso X el Sabio, 22, Murcia, 1981.
[16] JUAN RUIZ, Arcipreste de Hita: Libro de
buen amor, Edición de Alberto
Blecua, Cátedra, Letras Hispánicas, Madrid, 1998, vv. 1067 ss.
[17] ROYO GARCÍA, J. R.: “Fiestas y procesiones en
Alcañiz en 1589, según el Dr. Cristóbal Colón, prior de su colegiata”, Teruel, 87 (II), 1999. 79-93.
[18] CALVO GONZÁLEZ, J.: “Libertad de expresión y
libertad cómica”, Dykaiosyne,
18, Universidad de Los Andes, Mérida (Venezuela), enero-junio, 2007, pp. 23-42.
[19] FERNÁNDEZ, J. R. et alii: El tambor en la
Semana Santa de Moratalla,
Calasparra, 1987.
[20] INIESTA VILLANUEVA, J. A.: Origen del
tambor y su repercusión en la tamborada hellinera. Una aproximación a su
simbología, Primer Premio del
II Certamen Nacional de Ensayo sobre los Orígenes del Tambor, Ayuntamiento de
Hellín, Albacete, 1994, pp. 56 ss.
[21] JACOBELLI, Mª Caterina: El risus paschalis
y el fundamento teológico del placer sexual, Planeta, Barcelona, 1991. FERNÁNDEZ ARDANAZ, S.:
“Risus Paschalis y Risa Ritual histérica: la risa festiva en las Vel.les
Serrats y en los ritos de la Vigilia Pascual en la zona baja del Segura”, Congreso
de Religiosidad Popular,
Fundación Machado, Andújar, 1998.
[22] FERNÁNDEZ ARDANAZ, S.: “Etnografía del campo
de la Cueva Negra de Fortuna (Murcia): simbología del nacimiento, matrimonio,
asociación, curación y muerte”, en La cultura latina en la Cueva Negra. En
agradecimiento y homenaje a los profesores A. Stylow, M. Mayer e I. Velázquez, en Antigüedad y Cristianismo, XX, Universidad de Murcia, 2003, pp.
197-209.
[23] GONZÁLEZ BLANCO, A. (Ed.): La Cueva Negra
de Fortuna (Murcia) y sus tituli
picti. Un santuario de época romana, en Antigüedad y Cristianismo, IV, Universidad de Murcia, 1987.
[24] JORDÁN MONTÉS, J. F.: “Otras formas de hacer
ruido en Semana Santa”, Revista Tambor, Hellín, 2003, pp. 36-39.
[25] JORDÁN MONTÉS, J. F. y GONZÁLEZ BLANCO, A.: Los
tambores: sonido, comunicación y sacralidad, Primer Premio del I Certamen Nacional de Ensayo
sobre los Orígenes del Tambor, Ayuntamiento de Hellín, Albacete, 1992.
[26] JORDÁN MONTÉS, J. F.: “Danzas del Caracol en
Semana Santa. Una escenificación sacral de Cristo como Dominus Daedali”, Revista
Murciana de Antropología, 13,
Murcia, 2006, pp. 15-39.
[27] DONOSO GARCÍA, S. et alii: S.P.Q.R., según el
campo de Calatrava. Los Armaos, Almagro, 2003.
[28] GIL FERNÁNDEZ, L.: “La risa y lo cómico en el
pensamiento antiguo”, Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Griegos e
Indoeuropeos, 7, 1997, pp.
29-54.
[29] Un interesante artículo acerca de la risa en
Romeo César: “Risa y sabiduría”, Papeles de Nombre Falso, Anuario 2006-2007 (versión consultada en
Internet: www.nombrefalso.com.ar, 12
pp., resumen de una conferencia pronunciada por Romeo César en la Universidad
Nacional de la Patagonia, Comodoro Rivadavia, oct. 2001). SALINAS, M.: “Risa y
seriedad”, donde, en un apretado resumen, se refiere a las divinidades y héroes
que promueven la risa en las diferentes culturas, y donde trata, además, el
conflicto entre pensadores, filósofos, clérigos y místicos, por una parte, y la
concepción alegre y popular del dolor por otra (http://vargaselbrujo.es/mambo).
MONROY BALLESTEROS, B.: “Jesús y la risa”, (file://E:\risa%20pasxcual%201.htm).
Sobre la terapia y sanación a través de la risa: RAYMOND A. MOODY: El poder
durativo de la risa, Edaf,
Madrid, 1979. ATIENZA REGIFE, F. M.: “La risa como terapia”, Hojas
Informativas del Ilustre Colegio Oficial de Psicólogos de Las Palmas, 62, diciembre 2003. RIVERO WEBER, P.: “Homo
ridens: una apología de la risa”, Revista de la Universidad de México, 47, 2008. Sobre los valores y el significado
de la risa: GRANT, Mary A.: Ancient Rhetorical Theories of Laughter. The Greek
rhetoricians and Cicero, University Wisconsin Studies in Languages and
Literatures, 21, 1924. FLUCK, H.: “Der Risus paschalis. Ein Beitrag zur religiösen
Volkskunde”, Archiv Fuer Religionswissenschaft, 31, 1934. 189-212.
MÉNARD, Philippe: Le rire et la sourire dans le roman courtois en France au
Moyen Áge (1150-1250) Librairie Droz, Genève, 1969. VV.AA.: Risa y sociedad en el teatro español del Siglo
de Oro, CNRS, París, 1980. LAYNA RANZ, F.: “La disputa burlesca. Origen y
trayectoria”, Criticón, 64, 1995. 7-160.
[30] LLAMAZARES, J.: El entierro de Genarín, Ediciones de Toledo, León, 1981. Nosotros
hemos consultado la edición de 1996, publicada en Morentin (Navarra) en
Ediciones Bolsillo. MARK TATE: “Tradición y humorismo en la Semana Santa de la
Ciudad de León”, en DÍAZ VIANA, L. (Coord.): Etnología en Castilla y León, Junta de Castilla y León, Salamanca, 1986,
pp. 155-172.
[31] BAJTIN, Mijail: La cultura popular en la
Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais, Barral, Barcelona, 1974, pp. 89-90 [Otra
edición en Alianza, Madrid, 1987].
[32] LAYNA RANZ, F.: “La tradición de las burlas
estudiantiles en la Universidad de fray Luis de León”, Fray Luis de León:
historia, humanismo y letras,
Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1996, pp. 649-654. Del mismo autor,
“Ceremonias burlescas estudiantiles (siglos XVI-XVII), I: Gallos”, Criticón, 52, Toulouse, 1991, pp. 141-162. Sobre
semejante asunto: EGIDO, Aurora: “De ludo vitando. Gallos áulicos en la Universidad de Salamanca”, El
Crotalón, 1, 1984, pp.
609-648.
[33] BUEZO, Catalina: “El sacristán fariseo. Edición de un entremés inédito y apuntes
sobre la figura del fariseo”, Criticón, 50, Toulouse, 1990, pp. 93-112.
[34] MASSIP I BONET,
F.: “Església i teatre. De la
litúrgia al drama: un viatge d`anada i tornada”, consultado en Internet y
procedente de una conferencia que el investigador pronunció el 29 de junio de
1993 en el curso de verano iglesia y Mecenazgo, en la Universidad Internacional
Menéndez Pelayo de Barcelona. Del mismo autor: “Escrits sobre la festa.
L`escenificació de l`Assumpció a Europa”, Papers de la Festa, 1990.
[35] SEGURA RODRÍGUEZ, L.: Percusión e
identidad. Aproximación antropológica a nueve comunidades del Bajo Aragón
Turolense, Caja de Ahorros de
la Inmaculada, Zaragoza, 1987. NOÉ I MESTRE, J. M.: Tambores de Calanda, Ayuntamiento de Calanda, Barcelona, 1992.
110 pp. LÓPEZ BARRIO, I. y CARLES, J. L.: El sonido en las tradiciones de
Semana Santa de Calanda,
Instituto de Acústica (CSIC) y Patronato Municipal de Calanda, Madrid, 1997.
PLASTINO, Gofrado: Tambores del Bajo Aragón, Prames, Zaragoza, 2001. RÚJULA, Pedro (Coord.): Entre
tambores. El Bajo Aragón durante la Semana Santa, Ruta del Tambor y del Bombo, Zaragoza, 2002. AA.VV.:
Calanda, el sueño de los tambores, Ayuntamiento de Calanda, Teruel, 2005.
[36] FILGUEIRA BOUZA, Mª S.: “Curación ritual
¿terapia religiosa o religión terapéutica?”, V Xornadas de
Psiquiatria,Psicanálise e Literatura, Ourense, 1995. En Un achegamento literario e psicopatolóxico a os
fenómenos relixiosos,
Asociación Galega de Saúde Mental, Tórculo, Santiago de Compostela, 1996. LAMAS
CREGO, S. y FILGUEIRA, BOUZA, M. S.: “Pranto”: psicodrama popular contra el duelo
patológico”, VII Reunión Nacional de la Asociación Española de Psicodrama,
Santillana del Mar (Cantabria), 1991, en Vínculos, 4, 1992, pp. 81-127.
[37] MENÉNDEZ GUTIÉRREZ, Mª A.: “Un mito en
piedra: la sexualidad en el contexto religioso de la Iglesia”, Espacio,
Tiempo y Forma, Serie VII,
Historia del Arte, t. 11, 1998, pp. 43-66.
[38] ALONSO ROMERO, F.: “La
figura de mujer del petroglifo da Pena Furada (Figueiras, Santa Mariña de Lesa,
Coirós, A Coruña)”, Anuario Brigantino, 27, 2004,
pp. 161-178.