Jordán Montes, Juan Francisco. “De las fiestas del Lunes de Aguas al cortejo de San Genarín: caos ritualizado, avatares del carnaval”. Culturas Populares. Revista Electrónica 7 (julio-diciembre 2008).

http://www.culturaspopulares.org/textos7/articulos/jordan.htm

 

ISSN: 1886-5623

 

 

 

De las fiestas del Lunes de Aguas al cortejo de San Genarín:

caos ritualizado, avatares del carnaval

 

 

 

Juan Francisco Jordán Montes

Instituto de Estudios Albacetenses

IES Alcántara (Alcantarilla, Murcia)

 

Resumen

Comentarios sobre la celebración del Lunes de Agua, como un ejemplo más de la escenificación ritual del caos durante el período de Semana Santa. Se inserta en el universo en el que habitan los tamborileros, los turbos y otros actos y actores de carácter lúdico y jocoso, capaces de aliviar la tensión espiritual y provocar una catarsis entre los fieles y devotos.

Palabras clave: Semana Santa; Lunes de Agua; caos; duelo; lúdico; tamborileros

 

Abstract

Commentaries on the celebration of the Lunes de Agua (Water Mondays) as an example more of the ritual performance of chaos during the period f Holy Week. It belongs to the universe where drum-players, turbos and other acts and actors of ludic character use to live, which are able of relieving the spiritual tension and provoke a katharsis among the faithful and devotees.

Keywords: Holy Week; Water Mondays; chaos; duel; ludic; drum-players.

 

 

Introducción

E

n una monografía reciente, destacábamos la íntima vinculación que existía entre lo lúdico y el duelo durante el período de la Pasión de Cristo[1], ya fuera mediante las figuras goliárdicas de los antiguamente llamados Nazarenos de la Broma y Zánganos (tamborileros propios de Mula o de Hellín, en las provincias de Murcia y Albacete, respectivamente), o con el personaje de San Genarín que es objeto de celebraciones carnavalescas en León[2], por ejemplo. No se trata en todos los casos necesariamente de una irreverencia calculada y anticlerical; ni tampoco de contaminaciones carnavalescas; ni de simplemente expresiones cazurras. Aunque hay elementos que sí podrían entenderse desde esas perspectivas o que podrían derivar y proceder de la crítica mordaz contra el clero, del Carnaval, o de lo chabacano más simple.

            Desde la óptica de la antropología, por el contrario, las manifestaciones obscenas, jocosas y hasta eróticas durante las ceremonias funerarias[3] o ante una catástrofe cósmica, como es la muerte de un demiurgo o del Salvador, así como las expresiones obscenas, joviales, alegres, alteradoras del orden social, las que atentan contra las jerarquías, las que incitan a la chanza o las que provocan la risa…, en Semana Santa, son inherentes al drama sacro que representa la lucha entre los poderes de la oscuridad y los de la luz, aunque desde la teología católica dicho combate no exista en realidad, ya que el mal, no encarnado, solo existe en tanto que es la ausencia del bien. Pero las gentes sencillas entienden como un enfrentamiento crucial el drama Cristo crucificado versus demonio tentador; el conflicto entre los pecados y sus resultados (el mal) y las virtudes; entre Don Carnal y Doña Cuaresma en definitiva, personajes que dirimen sus diferencias y su oposición en una verdadera batalla campal. Las gentes del común no entienden, y les importan un ardite, las sutilezas teológicas. Conciben y explican el mundo por el sistema de oposiciones entre lo blanco y lo negro, lo luminoso y lo oscuro.

            Los ejemplos que expusimos en el trabajo al que aludí en la nota 1 nos sirven para ilustrar lo que pretendemos. Ahora únicamente extraemos y recordamos dos casos.

            En el primero, y según el Himno Homérico a Deméter[4], dicha diosa, afligida por el rapto de su hija Core y desgarrada por el dolor, cesa en su benéfica función de fecundar la tierra y de proporcionar cereales y se transforma en una vieja campesina que vaga durante nueve días y sus noches en ayunas y sin beber agua, e iluminando su peregrinar con una antorcha. Se retira del mundo. Zeus se muestra entonces preocupado por el hambre que sufre la Humanidad y, en consecuencia, por la ausencia de ofrendas remitidas por parte de los hombres. Deméter solo comienza a reír y abandona el luto por su hija cuando, acogida a la hospitalidad del rey Céleo y de la reina Metanira, una esclava vieja, Baubo, la consuela con versos lascivos, visajes burlescos y bromas escatológicas absurdas que incluyen el mostrarle la vulva, un gesto apotropaico. Del mismo modo, Yambe, la hija coja de los reyes, secunda a la anciana con una danza erótica[5]. Según las disquisiciones de Graves, Yambe y Baubo “personifican las canciones obscenas en metro yámbico que se cantaban para aliviar la tensión emocional en los Misterios Eleusinos…”[6].

            En el segundo, según un relato egipcio de la XX Dinastía, recogido en el Papiro Chester Beatty I[7], y fechado hacia el 1160 a. C., se narra el combate cósmico entre Horus y Seth. Los dioses están abatidos y desorientados por la muerte de Osiris y no saben a ciencia cierta a quién entregar el poder: si al hijo, Horus, o al pérfido hermano, Seth. El dios supremo de la Enéada, Ra, se siente igualmente abatido y desconcertado por las disputas entre las divinidades. Es entonces cuando aparece en escena la diosa Hathor, su hija, la cual, ante el señor del universo, le desvela su desnudez y descubre su vulva ante el rostro de su padre. El gran dios no puede dejar de reír por tan extraña ocurrencia, se levanta del lecho donde yacía recostado y decide reunir a los dioses en asamblea para adoptar una decisión. Lo importante en este relato es que la comicidad espontánea, inesperada, alivia las tensiones derivadas de la lucha entre el bien y el mal. La intervención de la diosa Hathor evita que el mundo se incline hacia el caos.

            Es posible, por otra parte, que algunos rasgos del caos ritualizado en la Semana Santa del mundo mediterráneo se relacionen con las llamadas Fiestas de los Locos[8] o del Obispillo[9], propias del Día de los Inocentes, cuando los niños monaguillos se adueñaban, en el interior de las catedrales, de la liturgia, expulsaban al clero y a los canónigos de sus cátedras y coros, celebraban parodias de eucaristías y hasta simulaban, reunidos en una parodia de cónclave, la elección de un obispo, en una absoluta subversión del orden. En España tal costumbre se mantuvo intacta hasta el siglo XVI, cuando diversas disposiciones sinodales trataron de prohibirla o de limitarla. Así, el Concilio de Toledo de 1565-6, en el que se vetan las libertades infamantes y las injurias teatralizadas a la dignidad episcopal, y se dice que no haya obispillos en las iglesias, ni regocijo profano el día de los Inocentes, sobre todo, pero tampoco en ninguna otra ocasión. El concilio de Trento y la Contrarreforma no veían con simpatía tal jolgorio en los templos, porque ocasiona innumerables abusos, que no convienen en absoluto a la disciplina eclesiástica, a la majestad de los oficios divinos ni a la veneración del Templo de Dios vivo. En las constituciones del sínodo de Cádiz de 1591 se declara: repugna a la sanctitud y religión de las iglesias los bayles, juegos, danças, o cantares deshonestos y representaciones de cosas profanas (…). Y si en alguna o algunas de las dichas iglesias se ha acostumbrado hazer obispillo el día de los Inocentes o de Sant Nicolás, o otros entre año, mandamos que de oy en adelante no se haga.

            Hay que recordar que el propio clero participaba contento de las bufonadas y que intervenía en los desfiles de carromatos, asumiendo el papel de actores cómicos e irreverentes, capaces de provocar la hilaridad de los fieles que asistían a los remedos de procesión pagana. No en vano, algunos investigadores como Iniesta Villanueva[10] han visto en esas figuras de tamborileros, tan singulares, unas nítidas alusiones al carnaval, próximo en el tiempo del calendario. Si bien los tamborileros de Híjar (Teruel), por ejemplo, y a tenor de lo que nos explica Lasala Meseguer[11], niegan estar en carnaval porque no vamos disfrazados, sino vestidos, vestidos con la túnica. Aquí vamos como de novio, vestidos. Es decir: el atuendo sacraliza al individuo, le define en el tiempo y le inscribe en el acto religioso y penitencial.

            La aparente brutalidad y turbamulta de los llamados turbos[12] de la Semana Santa de Cuenca, emborrachados y zahiriendo con palabras, gritos, silbidos, “palillás” y “clarinás” a Cristo, camino del Gólgota, enfrentados en un combate simulado con los banceros o costaleros penitenciales que portan la imagen de Cristo sobre sus hombros, se enmarca en la misma masa caótica de desafueros y aparentes blasfemias ritualizadas, litúrgicas. El combate cósmico puede reproducir los temblores telúricos que se suceden a la muerte de Cristo en el madero; o puede representar la turbamulta del pueblo judío (o cristiano) pecador que derrama sobre su cabeza la sangre del Crucificado.

            En consecuencia, la tradición lúdica y el ludibrio que se celebraba después de la Semana Santa en Salamanca, se insertan en el universo de expresiones propias de esa etapa del calendario.

 

 

El Lunes de Aguas de Salamanca

Tradicionalmente se fecha esta tradición festiva en el siglo XVI, y se le atribuye un origen pagano, lo cual no deja de ser una contradicción cronológica. En efecto, ambas hipótesis son, en sí mismas, incompatibles. Si, como afirman algunos investigadores, sus raíces son romanas o prerromanas, la constatación de dicha fiesta en el siglo XVI sería únicamente un problema de ausencia de documentación historiográfica o una supervivencia ancestral.

            Según la tradición, en noviembre de 1543 el rey Felipe II visita la ciudad de Salamanca porque se dirige hacia Tormes, para contraer matrimonio con la princesa María de Portugal. Pero en Salamanca descubre estupefacto la animada y lujuriosa vida de sus habitantes. Impresionado, ordena que durante las jornadas de Cuaresma, además de reiterar la prohibición de yantar viandas de carne, se expulse de la ciudad y de su casa de la mancebía, desde el Miércoles de Ceniza, a las prostitutas para que, con su ausencia, las gentes se dediquen con devoción a los ritos católicos y a la meditación de la Pasión de Cristo.

            Algunos relatos hablan de un curioso personaje: el Cura o Padre Putas, también llamado Padre Lucas, clérigo que se ocupaba de la salud espiritual de las rameras durante su exilio al otro lado del río Tormes, y que compartía con ellas su refugio provisional. Actuaba como un cancerbero o custodio, ya que desde el Miércoles de Ceniza impedía toda aproximación a las cortesanas por parte de los salmantinos, pero también que estas salieran de su encierro e interrumpieran con su presencia el necesario tiempo de reconciliación con Dios.

            Transcurrido el período de cuarenta días de ayuno y penitencia, las mundarias ya podían regresar a la ciudad de Salamanca, el lunes siguiente al de Pascua, acompañadas del prudente sacerdote. Con motivo de tan feliz vuelta, los estudiantes y pícaros de la universidad, acompañados del Padre Putas o Padre Lucas, según algunas versiones, celebraban la vuelta de las rameras y les organizaban un cortejo, saliendo a recibirlas a la orilla opuesta del río Tormes, donde las embarcaban con mimo y jolgorio y las traían de vuelta a casa. La comida abundante, la ebriedad, la música, los cantos, los bailes, los actos carnales y los baños en las aguas del río se sucedían en un frenesí que trataba de compensar con excesos la castidad forzosa y la austeridad lacedemonia impuesta por la religión.

            En la actualidad, en la provincia de Salamanca, la fiesta del Lunes de Agua ha perdido su carácter báquico desaforado y se ha civilizado, socializado en el ámbito ciudadano. Pero conserva algunos elementos primordiales: el contacto con la naturaleza y los árboles, la proximidad a las aguas salutíferas y fecundantes. Los ciudadanos disfrutan de un día de campo y de ocio; la comida en comunidad, ya que las familias o los amigos comparten el hornazo en los parques o en las riberas del Tormes, una empanada que contiene lomo adobado, huevos cocidos, jamón y chorizos. Sin duda, esta consumición anuncia el fin definitivo de la Cuaresma penitencial.

 

 

El lunes de agua en Herrera de Pisuerga (Palencia)

Cesáreo Pérez y Luis Antonio Arroyo[13] nos ofrecen una muy interesante noticia acerca de esta celebración festiva en la provincia de Palencia, y reproducen el texto de una visita pastoral, que refleja cómo el vicario del obispo de la ciudad palentina reprende a los moradores de Herrera de Pisuerga por su falta de previsión económica y por sus libertinas costumbres. Lo reproducimos:

 

También se le ha informado a dicho señor visitador que en muchos de los lugares de este partido, en el día primero de Pascua de Resurrección, en lugar de darle las gracias y estarle alabando como es debido en su templo, se juntan todos los hombres y mujeres en sitio y paraje a este fin destinado y unos y otros están revueltos bebiendo vino y comiendo lo que les hará falta para los días sucesivos para la manutención de las familias, y lo que es más, que de semejantes excesos se pasan a otros mayores gravemente escandalosos y ofensivos a Dios y olvidados de lo que tanto le debemos y día tan solemne como el de su Santísima Resurrección…

 

            El texto es de 1789, y el vicario que prohíbe la manifestación lúdica y festiva tras la Semana Santa, Bernardo García Martín, es un ilustrado fundador de la Sociedad Económica de Amigos del País de Herrera. Por ello, ve con malos ojos la expresividad primitiva del pueblo llano, tal y como ocurrirá más tarde entre los liberales del siglo XIX en España, que igualmente pretenderán suprimir las tamboradas de algunas localidades, como las de Mula[14]. Todos ellos, ilustrados del XVIII y políticos y periodistas liberales del XIX, contemplaban con rubor la espontaneidad de las gentes y sentían temor ante posibles desórdenes civiles.

            La actitud del ilustrado de Herrera de Pisuerga revela que las fiestas de la familia del Lunes de Agua estuvieron extendidas al menos por toda la submeseta Norte, y que constituyó un elemento esencial en la ruptura ritualizada del duelo penitencial propio de la Semana Santa.

            En la ciudad de Murcia, las Fiestas de la Primavera y el llamado Entierro de la Sardina[15], pez que se podría interpretar como alegoría de la triste penitencia cuaresmal, suceden inmediatamente en el tiempo a la Semana Santa, como una manera de celebrar el fin del luto, la superación de la muerte del Creador y de festejar la esperanza revitalizada y la recuperación de la vida. Pero hay que advertir que se produjo un cambio en el calendario festivo murciano, y que el Entierro de la Sardina se celebraba en el siglo XIX, en la capital del Segura, en el período de Carnaval, previo por tanto a la Cuaresma.

 

 

Significado de la alegría y de la risa en medio de la tristeza y del llanto. La curiosa oposición de los intelectuales y escritores al caos

El combate entre don Carnal y doña Cuaresma, descrito por el Arcipreste de Hita[16] y también por Juan del Encina, no es sino una expresión más dentro de esa pugna milenaria y universal entre la libertad y expansión de la carne y el recogimiento y la sobriedad del espíritu, cuyo triunfo se sucede en el calendario. Y la fiesta del Lunes del Agua se incluye en ese universo. Don Carnal, gran emperador, vela armas la noche que une el Martes de Carnaval al Miércoles de Ceniza, junto a sus mesnadas, integradas por peones como gallinas, perdices, ansares, conejos, capones, ánades, gallos, jamones, lechones, cabritos, tocinos,… y toda suerte de animales de caza. Pero sabe que será desafiado y derrotado inevitablemente por las huestes de don Ayuno, acompañado de los puerros, ajos guerreros, cebollas, sardinas, anguilas, atunes y toda la hermandad de hortalizas.

            Hay que destacar igualmente el temor de los filósofos, hombres ilustrados y políticos ante la libertad caótica con la que se manifiesta y expresa el pueblo llano y sencillo. Para los intelectuales de la localidad de Mula (Murcia), a fines del XVII, la inversión del orden y la alteración de la devoción resultaban muy ajenos a la devoción que debe resaltar en tales días (Semana Santa). En una ordenanza municipal de 1695, el alcalde denuncia que aparecen mozos con túnicas de nazareno y capirotes que, en apariencia, participan en las procesiones, pero que en verdad vagan con inquietudes y otras cosas indecentes a el servicio de Nuestro Señor. Los pensadores de Mula del XIX seguían opinando de modo semejante y calificarán, según Juan González, a la tradición de tamborear como de antiquísima y bárbara costumbre de nazarenos y tambores y como espectáculo degradante y anticristiano en días tan señalados como los de Semana Santa.

            En la cercana ciudad de Hellín (Albacete), a fines del XIX, los periodistas y escritores locales, como Tomás Preciado, según Iniesta Villanueva, afirmaban que los llamados Nazarenos de la Broma, denigraban la Semana Santa con sus actos y costumbres chabacanas y soeces, y confiaban en que pronto serían desterrados de las procesiones, ya que dichos personajes denigraban y prostituían la seriedad y unción que es característica de la solemne procesión…

            En Alcañiz (Teruel), del mismo modo, en 1898, Taboada Cabañeros denuncia que los incidentes cómicos promovidos al compás de los tambores, no permitían respetar la noche de más recogimiento para los católicos y considera a la tamborada de su pueblo como una cencerrada con tambores, latas, carracas y sonajeros, con todo el sentido despectivo que las cencerradas a las viudos tuvieron en el medio rural tradicional español. Este intento de censura intelectual y moral ya venía de lejos, porque, según un trabajo de Royo García[17], en las misas de Navidad de fines del XVI, celebradas en la colegiata de la villa, era costumbre que se colaran los llamados rey y conde de los mozos labradores y que se sentaran en sendas sillas en la capilla mayor. El rey era coronado con una coroza de plata. Tal costumbre era denostada por el prior de la colegiata, el doctor Cristóbal Colón, quien afirmaba: Cosa de risa y juego, a lo cual se provoca el pueblo viendo esto, en la iglesia de Dios no se debía permitir, porque inquieta esto y parezca indecentísima cosa que en el momento que se celebra la misa y oficios divinos en el lugar más principal de la iglesia, rey y conde, de risa y juego, que es cosa de aldeorio y parece feísimamente. Sin duda estamos ante una expresión, mitigada ya a fines del XVI, de los llamados officium stultorum, propios de la Navidad.

            Pero los problemas con la censura moral del XIX y principios del XX perviven a comienzos del XXI, no únicamente por causa de respetar o de atenerse a lo políticamente correcto, como demuestra Calvo González[18], quien con juicio indica: … entiendo que el ejercicio y límites de la libertad cómica sólo se comprenden considerando las raíces antropológicas y mentalidad social en que arraiga tal práctica de la libertad expresiva. Los problemas jurídicos que se plantean en la actualidad, derivados de la crítica humorística y de la burla, y de la necesidad de la risa y de la carcajada, ya fueron planteados en la Antigüedad Clásica (Platón, Estrabón) y por los santos padres del cristianismo (Basilio de Cesarea; Juan Crisóstomo, Benito de Nursia). Para ello conviene acudir al artículo del doctor Calvo.

            En definitiva, lo que los sabios y entendidos de siglos pasados consideraban peligroso social o políticamente, e irreverente en el terreno de lo religioso, desde la perspectiva de la antropología no era sino catarsis colectiva para superar el dolor y la angustia tras la muerte y sacrificio del Salvador. En realidad era una especie de homenaje festivo, nunca blasfemo, ante el triunfo de la Cruz, aunque muchos de sus vulgares, borrachos e iletrados protagonistas, carentes de toda formación, actores intuitivos, ni siquiera lo supieran, y menos aún les importara la sutileza del simbolismo o del mensaje. Pero seguramente sí captaban que tras el dolor del duelo, o durante su padecimiento, había que instalar lo lúdico, la risa, recuperar la abundancia de la vida. La misión de los nazarenos de la broma, de los zánganos, de los estudiantes del Lunes de Agua, era catártica y apotropaica: quebrantar y erradicar el mal, expulsar al maligno, despistar mediante disparates irracionales al demonio cuando Cristo desciende a los infiernos, para evitar que quede sumergido en el abismo primordial cuando en apariencia es más vulnerable. En suma: asegurar y festejar la vida.

            En la villa de Moratalla (Murcia), la celebración de la llamada Asnería, según relata José Rogelio Fernández[19], generaba, en medio del dolor de la Pasión de Cristo del Viernes Santo, que los tamborileros realizaran las más extrañas majaderías por las calles o en sus hogares: engullían embutidos, adornaban sus tambores con verduras y hortalizas, se disfrazaban de monjas o de frailes, encerraban en las jaulas de los pajarillos los más variados objetos cotidianos, cocinaban cosas absurdas en los peroles de las cocinas,… Es decir, caos y despropósitos sin medida. ¿Llamar la atención del demonio para que se olvide de la occisión del Salvador? ¿Expresar la anarquía que sucede, como a los antiguos persas, cuando muere el rey de reyes? Pensamos que cualquier interpretación puede ser estimada como válida o proporcionar interesantes sugerencias.

            En Hellín (Albacete), los Nazarenos de la Broma, también llamados Zánganos, según cuenta Iniesta Villanueva[20], repartían caramelos entre los niños por las calles o enseñaban estampas obscenas a la entrada de las iglesias, cobrando por semejante servicio una pequeña cantidad en dinero. No perdían el tiempo: cortejaban a las mozas, molestaban a las gentes manchándolas con los goterones de cera que lloraban los cirios, esparcían polvos urticantes para provocar toses y risas entre los que asistían emocionados al desfile de las imágenes religiosas de las procesiones, soltaban ratoncitos para asustar a las jóvenes o inquietar a los más pequeños…

 

 

¿Lunes de Agua y Risa Pascual?

Hasta el Barroco se celebró en los templos católicos la llamada Risa Pascual[21], durante la homilía del día de Resurrección. El sacerdote exponía una serie de sermones con argumento y moraleja jocosos, en los casos más suaves, para estimular la carcajada de los feligreses. La finalidad era anunciar la alegría de la victoria de Cristo sobre la muerte y sobre las puertas del infierno, y animar el espíritu de los creyentes congregados. Una antigua leyenda medieval aseguraba también que Cristo, nada más resucitar y salir del santo sepulcro, prorrumpió en una victoriosa risa. En consecuencia, los cristianos, tanto el clero como los feligreses, debían compartir la risa de Dios, porque repetían el gesto arquetípico.

             Pero la celebración de la Risa Pascual podía alcanzar, en el altar o en el púlpito, verdaderos excesos ante espíritus sensibles: imitaciones de sonidos de animales, chistes, bromas obscenas, gestos de ludibrio, cánticos licenciosos, exhibicionismo, imitaciones de actos de onanismo por parte del oficiante, parodias de pasajes evangélicos en los que interviene o habla Cristo,… Igualmente se permitía en aquel contexto de inversión jerárquica y ruptura ritualizada y controlada del tiempo sagrado, los juegos de cartas, la ingestión de embutidos junto al altar, la sustitución del incienso por excrementos o suelas de zapatos…

            La Risa Pascual fue prohibida en las iglesias por Clemente X (1670-1676), precisamente por los abusos y por el cambio de mentalidad. Pero lo que no se podía trocar era el espíritu festivo, exagerado, tempestuoso, del pueblo. Este nunca olvidó que había que celebrar de forma espectacular, con exaltación de lo sexual y de la vida, la recuperación del salvador y su Ascensión al cielo.

            Sin duda, la risa redimía y permitía recuperar la eclosión de la vida. El placer de gozar de la existencia es lo que en definitiva celebraban los jóvenes y pícaros de Salamanca en el Lunes de Agua. En su emocionante aventura colaboraban en el regreso de la sexualidad y traían consigo a las rameras sobre las aguas propiciatorias de la fecundidad, rodeados de los árboles anunciadores de la misma y sostenedores de la vida. Y el clero participaba en el evento, como protagonista esencial, ya que el antes mencionado Padre Putas, en una homilía hecha acto, didáctica, tutelaba a sus fieles y les congraciaba tras la muerte de Cristo con la festividad de la Resurrección. Era el final del tormento, la oclusión de la agonía y era necesario celebrar de manera vistosa la redención.            

 

 

Lunes de Agua en la Cueva Negra de Fortuna (Murcia): la tierra como tambor, la espiral como puerta, la serpiente como fecundadora y el agua salutífera

Pero los Lunes de Agua han podido quedar expresados de maneras muy variadas, adaptándose a las características de cada localidad o región. Recordemos el caso de la Cueva Negra de Fortuna (Murcia), según nos relata Santiago Fernández Ardanaz en un meritorio trabajo de campo[22]. La Cueva Negra fue un antiguo lugar de culto romano, asociado a unos balnearios y a una cueva en la que aparecieron cientos de inscripciones pintadas[23]. El transcurso de los siglos no eclipsó ni la fama ni la magia de sus aguas ni del antro cavernoso, porque las gentes sencillas de las aldeas del entorno del pueblo de Fortuna acudían a aquel espacio hierofánico para alumbrar a sus hijos y sumergirlos, en su primer baño, en las aguas de la fuente de la cueva. Pero también iban a beber de sus aguas para sanarse de enfermedades, ellos y sus ganados. O para beber los recién casados sus aguas en la primera noche como esposos. O para recoger el agua que asistiría a los difuntos en sus últimos alientos, o para mojar los labios de los muertos, porque tendrían sed en el tránsito hacia el Más Allá. O para recoger las hierbas milagrosas y medicinales que crecían entre las rocas de la cueva y que servían para curar o para proteger a los bebés en sus cunas. O, en suma, para entablar alianzas y matrimonios entre familias, que constituyen igualmente un milagro de convivencia y concordia.

            Pero también se festejaba allí, en la Cueva Negra, el Lunes de Pascua: aguas benéficas y fecundantes, tilo y árbol sagrado que asiste al parto de las mujeres embarazadas, plantas curativas, convivencia alegre y festiva de los vecinos de las aldeas comarcales… todo confluía en aquel punto sagrado, como los habitantes de Salamanca alrededor de las orillas del río Tormes.

            Lo más interesante del santuario rupestre y salutífero de Fortuna es que los campesinos cazaban serpientes el Lunes de Pascua, se las enrollaban al cuello y las consumían en una comida en la cueva. Con las serpientes las gentes elaboraban una manteca para confeccionar ungüentos medicinales, y además una bebida alcohólica, el vino del Culebrón. Capturar y consumir ofidios se podría entender desde diversos enfoques. Podría entenderse, en un análisis sencillo y alegórico, como una captura ritual y lúdica del demonio, una escenificación de su expulsión tras su derrota en el día de la Resurrección de Cristo, que sería una especie de venganza del ser humano por el engaño sufrido por Adán y Eva. Pero se podría ver en la caza y consumición de la serpiente, animal ctónico, como una ingestión ritual de las potencias fecundantes del reptil, como una manera de restituir entre las gentes la fertilidad agotada del cosmos tras el período penitencial de la Cuaresma. La serpiente, receptáculo y depósito de esa fertilidad de la tierra, restituye, tras su consumición, la vida.

            De hecho, por Santa Águeda, los jóvenes de las aldeas de Fortuna celebraban una curiosa danza, la Danza de los Bastones, que consistía en golpear la tierra para despertarla. Marchaban en parejas, y en fila y a ritmo batían la tierra como si fuera el parche de un inmenso tambor, porque había que despertar a la tierra del invierno. De hecho, en la ciudad alicantina de Elx o Elche se decía que era necesario despertar al Señor para que resucitara[24]. Para ello, los habitantes de Elche, el día del Sábado de Gloria, a la puerta de sus casas, rompían de forma estrepitosa los cacharros viejos de cerámica que hubiera en sus hogares. Y, durante la misa de ese día, agitaban y arrastraban con denuedo las sillas de las iglesias para generar un gran alboroto. La muerte o sueño transitorio de Cristo, durante su descenso al Infierno, significaba un gravísimo riesgo para la salud y la existencia de nuestra especie. En consecuencia, era vital contribuir en la medida de lo posible en la redención, recordando a Dios mediante el ajetreo y el ruido, que su misión tras la Cruz era resucitar, regresar a la vida.

Este relato del despertador telúrico (en cierto modo semejante al de los almogávares aragoneses cuando despertaban el hierro de sus espadas, golpeándolas contra las rocas) y el deseo de los ilicitanos del Mediterráneo Occidental, se encontraba también en el otro extremo, en el Oriental y más allá, en Mesopotamia[25]: cuando la diosa Inanna desciende a los infiernos, teme quedar presa de la divinidad infernal, Ereskigal, y de sus demonios, los Annunaki. Por ello ruega a su fiel servidor que se cargue con un tambor y unos palillos y que, elevando una lamentación, recorra las estancias de los dioses celestes (Enlil, Nanna y Enki) para recordarles, con el sonido de su tamborear, que está cautiva en el submundo durante tres días, y que debe ser rescatada.

            Pero lo más extraordinario es que los mozos batientes de Fortuna y su Cueva Negra, a la par que tabaleaban sobre la madre tierra, realizaban la danza en espiral y en círculo. Eso se llamaba hacer el caracol, como se hacía la noche del Viernes Santo. En efecto, esas danzas del caracol, tremendamente interesantes y sugestivas, las hemos constatado en varias localidades murcianas: Alhama, Jumilla, Aledo…[26] Pero se conocen en toda La Mancha: Granátula de Calatrava y Almagro (Ciudad Real)[27], y en pueblos de la Vega Baja del Segura, como Orihuela. Las espirales y círculos realizados por los simulacros de legionarios romanos durante las procesiones de Semana Santa o por los campesinos de Fortuna a comienzos de la primavera, pueden ser entendidas realmente como caminos y puertas del inframundo, a partir de los cuales era posible acceder a la fecundidad de sus entrañas o rescatar a los cautivos que contuviera. El contacto con los difuntos asegura la fertilidad de las cosechas, porque con frecuencia son los custodios del grano, ya que los sepulcros y los silos no dejan de ser, como receptáculos, espacios en los que se custodia la vida en potencia y en los que los embriones y las semillas preservan su fertilidad.

            Mas esta ancestral y telúrica costumbre de percutir sobre la superficie de la tierra y sobre su suelo también se realizaba el Lunes de Pascua, lo que añade un enorme interés al tema de la fecundación de la madre generadora de las cosechas. No en vano, junto a los círculos de los danzantes que tabaleaban la tierra, según Fernández Ardanaz, en el Lunes de Pascua se celebraban bailes a veces lascivos que suscitaban reyertas por celos o por viejos conflictos sentimentales nunca superados: cualquier mozo podía sacar a bailar a cualquier mujer, casada o sin casar, esposa, novia o soltera, y danzar con ella a cambio de una cantidad de dinero o de una apuesta. Era una ceremonia sumamente cargada de contenido: ruido rítmico y cósmico para despertar la tierra de la somnolencia y del frío invernal; círculos y espirales que unen el inframundo oscuro y la fecundidad que ha encerrado y ocultado, como una Perséfone cautiva, con el mundo de los hombres y de la luz; danzas casi orgiásticas con indudable contenido erótico y suscitadoras de celos, de pasiones, de amor, capaces de estimular y aflorar la vida contenida en la tierra.

 

 

San Genarín de León, parodia de la Pasión. Los Turbos de Cuenca

Por otra parte, habría que añadir a este elenco de hechos culturales a los hombres consagrados a la risa, cuyos remotos precedentes antropológicos se encuentran en la Antigüedad Clásica[28], donde se consideraba que la risa y la alegría mostraban un origen divino y una innegable faceta sacral y purificadora, terapéutica[29]. Como declara Romeo César, la risa condena y zahiere burlonamente al poder y al autoritario; pero también le absuelve y le redime. En efecto, la risa en la Edad Media, entre las clases populares, se podía entender desde perspectivas menos alegóricas, y más como una ruptura o una rebelión contra la jerarquía y el orden. Por ello, los pícaros de Salamanca, San Genarín de León[30], los Turbos de Cuenca, los tamborileros Zánganos o Nazarenos de la Broma de Hellín, y otros muchos, además de despertar a Cristo cuando duerme temporalmente en su descenso a los infiernos, podrían manifestar, acaso, una rebeldía social y política contra la rigidez de la penitencia cuaresmal o contra el poder establecido. Toda perturbación del orden, de la norma, de la ley, de la liturgia, de las procesiones, de las ceremonias, evidentemente, aunque se entienda e indique un símbolo de liberación espiritual, también delata una trasgresión de los límites impuestos por las autoridades, políticas o religiosas, y un combate, no únicamente místico contra las fuerzas del mal, sino una verdadera batalla contra los representantes del poder civil o eclesial. Pero Bajtin advierte con cautela y acierto[31] que las parodias no necesariamente transgreden aquello que critican o no necesariamente zahieren a las personas que imitan. En efecto, los Turbos de Cuenca, por ejemplo, eran emborrachados a la fuerza en el siglo XVIII y XIX, porque nadie quería blasfemar o burlarse de Cristo camino del Gólgota; pero era necesario que algunos actores voluntarios del pueblo, aunque fueran presos en la cárcel o borrachos intencionadamente para no pecar ante el resto de la comunidad ni ser ante Dios seres sacrílegos, actuaran en el escenario callejero de las procesiones. Igualmente hoy, en el XX y XXI, aunque los turbos de Cuenca eructen, escupan, insulten, lancen estridentes trompetazos o batan tambores (la borrachera ya es voluntaria y sin imposición forzada de la autoridad) al paso del Cristo con el madero, saben que son protagonistas esenciales en el drama litúrgico que se desarrolla en la capital manchega.

Del mismo modo, el gamberrismo ritual de los Genaristas de León y de los demás devotos y acólitos de San Genarín constituye una auténtica parodia burlesca de la Pasión y de dos momentos cruciales en las creencias cristianas. Un acto aparentemente sacrílego es la imitación de la Santa Cena la noche del Jueves al Viernes Santo, en la que la ebriedad impera sobre los protagonistas, errantes por las murallas de la ciudad. En las grietas de las defensas romanas y medievales depositan ofrendas de orujo, a trueque de la sangre-vino de Cristo; y un queso grande y redondo, como mal remedo del cuerpo-hostia de Cristo. El otro acto es un remedo de un Santo Sepelio, en el que los cofrades llaman procesión a su errático deambular por las callejas del casco antiguo, portando cuatro pasos: Genarín, la Muerte, la Cuba en la que van las ofrendas que serán depositadas en la muralla, y La Moncha, la prostituta que encontrará el cadáver de Genarín tras morir aplastado por el camión de la basura en 1929. A Genarín, además de algunos milagros menores, se le atribuye el milagro de la conversión de La Moncha, quien abandonó su vida de ramera tras serle colocado en su rostro un periódico y quedar grabado en él la efigie del desventurado peletero.

La caótica y mísera procesión de San Genarín coincide con la oficial en la que se produce el encuentro entre San Juan y la Dolorosa, ante las puertas del Ayuntamiento. Mayor ignominia, aparente, es imposible. Es una burla calculada, precisa, incisiva, de escarnio. Por tanto, es esa su verdadera utilidad: el contrapunto, el contraste, la parodia, la risa para promover la fecundidad. Los cofrades llaman Santos Evangelistas a los cuatro amigos que comenzaron a difundir y a celebrar ritualmente la muerte de su compadre Genarín. Y llaman rezos a unas libidinosas y satíricas canciones y homilía a un poema apócrifo, escrito por un intelectual o escritor local, que únicamente conoce el abad de los genaristas, y en el que, además de anotarse las peticiones a San Genarín, se critican hechos y acontecimientos de la vida leonesa acaecidos durante ese año.

En suma, no importa que en esta celebración no exista un sacerdote tras el altar o en el púlpito para exponer sus vergüenzas o para declamar jocosamente con el fin de provocar la hilaridad de los fieles, y así estimular el regreso de la vida. Lo que importa es el universo paralelo de realidades que el pueblo ha ido creando, y en el que sí hay una auténtica imitación caótica, invertida, de lo sagrado y de las escenas más piadosas y conmovedoras de la Semana Santa. Es evidente que Genarín es el alter ego de Cristo, que La Moncha lo es de María Magdalena o de la Verónica,…etc. Lo interesante sería rastrear en fuentes documentales el origen de esta celebración o corroborar si es una creación ex novo del siglo XX. Pero aún así, si fuera moderna su creación, el caso es extraordinario, ya que el pueblo lo que ha hecho ha sido resucitar por su cuenta los arquetipos medievales que se mantuvieron intactos en las mentes de los europeos hasta que en el XVII el Papado decretó el fin de la Risa Pascual.

Diversos intelectuales y miembros de las cofradías religiosas de León, cada uno desde sus perspectivas, han llamado a estos actos de San Genarín con diferentes calificativos. Los primeros afirman que es una fiesta pagana, que es iconoclasta, surrealista, que compite con la semana Santa de León… Los segundos aseguran que se trata de actos inapropiados para compartir espacio y tiempo con el espíritu de recogimiento, dolor y devoción del catolicismo.

Honesta y humildemente, creemos que San Genarín admite perspectivas muy diferentes y que se sumerge plenamente en el océano de la Risa Pascual, con todas sus variantes y matices.

 

 

La risa y lo jocoso en el interior de las iglesias y en el seno de las universidades

Ya hemos recordado antes las jocosas celebraciones de la Risa Pascual en el interior de los templos. Hemos de añadir, además, que la risa como antídoto de lo serio y solemne, y como complemento necesario y paralelo burlón de todo acto oficial civil o de liturgia religiosa, fue expresado sin especiales problemas en otros ámbitos impensables por su seriedad formal y su rigor científico, por ejemplo. Así, primero, en la Universidad, institución en la que, como demuestra Francisco Layna Ranz[32], se gestaban los Gallos, al menos desde el siglo XVI: vejaciones y burlas satíricas y mordaces que sufrían con paciencia y humildad los profesores que aspiraban al grado de doctor en teología, ya que instantes después, en la misma ceremonia académica, se celebrarían las alabanzas de sus conocimientos por parte de sus colegas universitarios, en un equilibrio permanente entre la derrota y la victoria. Pero dichos elogios pronunciados tampoco estaban exentos de ironía y de calculada exageración humorística. Y estas parodias de solemnidad teológica, adornadas con fatua y fastuosa oratoria, eran admitidas como necesarias, consentidas y celebradas por todos, desde el estudiante más humilde e ignorante hasta el doctor más egregio. Como relata Layna Ranz, cuando en 1600 asista Felipe III a Salamanca, no se escandalizará como había hecho su padre ante los Lunes de Agua en su visita a la misma ciudad, sino que entenderá que aquella transgresión ritualizada y burlesca de los Gallos, celebrada en la misma catedral, era parte habitual y conocida de la vida docente de los teólogos de aquella ciudad universitaria, ya que únicamente galleaban los candidatos a ser doctores en dicha especialidad. Precisamente fue a mediados del XIX, con el racionalismo y progresismo de la época y del cambio de mentalidad en España, cuando se extinguen.

            La risa preside también, como estudia Catalina Buezo[33], fechas muy sentidas para el espíritu cristiano: la Navidad y el Corpus Christi, en las que se representaban pequeñas piezas teatrales jocosas y cómicas (El sacristán fariseo; la parodia de la Huida de la Virgen con el Niño a Egipto en la llamada Fiesta del Asno; la farsa de la Degollación de los Inocentes, etc.) que permitían compensar la tensión emocional y teológica de los autos sacramentales destinados a la reflexión moral y espiritual. Los trabajos de Francesc Massip i Bonet[34] en esa línea corroboran lo expuesto. Massip expone toda una amplia serie de dramas litúrgicos pascuales, representados por clérigos, celebrados en Cataluña, Mallorca o en el reino de Valencia durante la Baja Edad Media, en los que, además de la exposición de instantes pasionales, de dolor y de gran intensidad emocional, siempre se colaban tímidas ráfagas de humor y de jocosidad. Así, en la escenificación de la Visita al Sepulcro, cuando San Pedro y San Juan corren para comprobar la Resurrección del Salvador; o en el drama de la Pasión de la Seu de Lleida, cuando un ángel le recrimina a Dios su indolencia o despreocupación por la muerte del Hijo; el Padre le responde con una cachaza propia de tabernero. La Facultad de Teología de París, hacia 1400, según nos ilustra Massip, justificaba los excesos cometidos en Navidad, durante los officium stultorum y officium asnorum, de la siguiente manera: Los barriles de vino estallan si no se les retiran los tapones de vez en cuando para airearlos. Así también nosotros, viejos barriles que el vino de la sabiduría haría estallar si se conservaran exclusivamente para el servicio de Dios. De esta manera, durante diversos días del año, nos ventilamos, nos abandonamos, para divertirnos según la tradición, a la locura, que es nuestra segunda naturaleza y que parece ser innata a nosotros. Y así, después, regresamos con mayor entusiasmo a nuestros estudios y al ejercicio de la santa religión. El razonamiento de los doctores y profesores universitarios franceses justificaba plenamente el recurso a la lujuria y al desmadre temporal, fajado en un breve lapso de tiempo.

            En definitiva, las vivencias lúdicas, eróticas, lascivas y pletóricas de buena comida del Lunes de Agua o de fechas similares, desde Salamanca hasta Murcia, permitían aliviar los sufrimientos padecidos durante la Semana Santa y mitigar las penitencias impuestas por el calendario de la iglesia católica. Pero, también, dicha desinhibición garantiza que, tras el pasajero triunfo del caos y de la desintegración, se recupere otra vez, por todo un año completo, el equilibrio del orden, nuevo, y la autoridad de las jerarquías, rejuvenecidas tras el calvario y el agotamiento del ciclo y período anterior.

            El combate secular entre la risa y el llanto, entre el caos y el orden, admite multitud de variantes. En la Semana Santa de Calanda, por ejemplo, existe la figura de los “cocoteros”, es decir devotos con túnica morada, brazalete negro y larga y ligera cruz, que mantienen el orden durante las procesiones. Su misión hasta el siglo XX fue la de expulsar a las mujeres intrusas que se atrevían a infiltrarse entre las filas de los tamborileros y batir los parches, porque tal gesto era únicamente propio de hombres; mas, seducidos o vencidos por el feminismo, se centraron en su otra actividad: velar por el orden y la paz entre procesiones y tambores con suaves pero contundentes golpes en los colodrillos; detener el redoblar de los tambores cuando lo impusiera el ritual; y también advertir a los descuidados y sucios que portasen las túnicas en condiciones dignas de limpieza y sin rasgados en la tela[35].

 

 

Epílogo: la hermana risa como terapia

Desde las perspectivas de la psiquiatría se vienen presentando trabajos, como los de Marisol Filgueira Bouza, que resaltan la función terapéutica de ciertas manifestaciones populares y alegres, en las que se establece una sólida relación entre los espectadores y las exhibiciones del escenario psicodramático[36]. El duelo ante una desgracia o ante un difunto, integrado por diversas manifestaciones ritualizadas o espontáneas, como llantos, lamentaciones, luto, ayunos y, en su culminación, automutilaciones, puede encumbrarse con la expresión de orgías y con la enajenación menádica, catártica, porque dicha orgía o éxtasis de movimientos y sonidos sirve de liberación catártica ante un síndrome colectivo, y porque colabora en la expulsión y erradicación del dolor.

El ritmo trepidante de los tamborileros y de los turbos, batiendo sus instrumentos de percusión, es un magnífico ejemplo antropológico de una terapia sagrada ante la amenaza del regreso al caos primordial a causa de la muerte de Dios, que sumerge en el terror a los seres humanos. Los pícaros y estudiantes de Salamanca, menos explosivos que los que batían y rasgaban parches con palillos y mazas, mas no menos explícitos ante la alegría en la que se zambullían, por el contrario, celebraban el final de las penurias y de la penitencia cuaresmal, en un ciclo permanente que se reitera en el tiempo, como demuestra la extensa pervivencia de los rituales conservados en la Cueva Negra de Fortuna, al menos desde la etapa romana.

Proseguimos con la argumentación. Algunos trabajos realizados sobre iconografía románica medieval, como los de María Ángeles Menéndez Gutiérrez[37], muestran que las expresiones exageradas de la sexualidad, en sus diferentes manifestaciones (embarazos, partos, coitos,…), evidencian un carácter simbólico. Tradicionalmente esta manifestación se consideró como una manera de catequizar a las comunidades de monjes y fieles, mostrándoles lo feo y lo condenable del pecado y del mal. Pero otros trabajos plantean posibilidades no desdeñables: las representaciones de contenido lascivo en las iglesias cristianas (en capiteles, canecillos,…) se realizaban como elementos de ritos genésicos y de potenciación de la fertilidad, pero también como recursos profilácticos contra la muerte, el mal en general y el mal de ojo en particular, adquiriendo la sexualidad una función apotropaica durante la Prehistoria[38] y la Edad Media[39]. En consecuencia, los predicadores y religiosos que hasta el Barroco usaron el altar o el púlpito para lanzar procacidades verbales o mostrar la genitalidad más ruda durante la llamada Risa Pascual, no hacían otra cosa que continuar una vieja y probada tradición que atraía sobre el mundo y sus gentes los beneficios de los fluidos de la sexualidad y de la fecundidad cósmica.

En consecuencia, la lujuria y la sexualidad desatadas en el Lunes de Aguas en las tierras del Duero o en las huertas del Segura, incidirían precisamente en parte del ritual que constituye la esencia de la Semana Santa, porque toda solemnidad y ceremonia penitencial y cuaresmal, como comentaría Bergson[40], quedaría eclipsada por medio de la risa, ya que la risa y la alegría nos devuelven al amparo de la divinidad. Y los protagonistas del Lunes de Agua, cualquiera que sea su cuna y sus variantes, espontáneos actores, ciudadanos seguramente desconocedores de toda sutileza antropológica y hasta religiosa, escenifican y desarrollan su papel secular, asignado por la tradición y su inercia, en el gran teatro del mundo.

 



[1] JORDÁN MONTÉS, J. F.: “De lo cómico a lo cósmico: zánganos, asnos, turbos y genaristas. Lo lúdico en el duelo como preludio del júbilo”, Revista Murciana de Antropología, 13, Murcia, 2006, pp. 41-84.

[2] Véase al respecto LLAMAZARES, Julio: El entierro de Genarín, Ediciones de Toledo, León, 1981. MARK TATE: “Tradición y humorismo en la Semana Santa de la ciudad de León”, en Díaz Viana, L. (coord.): Etnología y folklore en Castilla y León, Junta de Castilla y León, Salamanca, 1986, pp. 155-172.

[3] BARLEY, N.: Bailando sobre la tumba: Encuentros con la muerte, Anagrama, Barcelona, 2000, pp. 42 ss. y 47 ss.

[4] WASSON, R. G.; HOFMANN, A. y RUCK, C. A.: El camino a Eleusis, Fondo de Cultura Económica, México, 1980, pp. 95-120.

[5] DEVEREUX, Georges: Bauvo. La vulva mítica, Icaria, Barcelona, 1984. LUBELL, Winifred: The metamorphosis of Bauvo. Myths of women’s sexual energy, Vanderbilt University Press, 1994. NEOKLIS A GEORGOPOULOS, GEORGE A VARGERAKIS y APOSTOLOS L. PIERRIS: “Bauvo: a case of ambiguous genitalia in the eleusinian mysteries”, Hormones, 2 (1), 2003, pp. 72-75. O`HIGGINS, Laurie: Women and humour in classical Greece, Cambridge University Press, 2003. PÁEZ CASADIEGOS, Y.: “Deméter-Perséfone: etiología y epifanía en los misterios de Eleusis”, A Parte Rei, 53, 2007. [Consultado en Internet].

[6] GRAVES, Robert: Los mitos griegos, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004, pp. 88 ss.

[7] BROZE, Michele: Mythe et roman en Egypte ancienne: les aventures d´Horus et Seth dans les papyrus Chester Beatty I, OLA (Orientalia Louaniensia Analecta), 76, Louvan, 1996. CAMPAGNO, Marcelo: Una lectura de la contienda de Horus y Seth, Instituto de Historia Antigua Oriental, facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2004.

[8] HEERS, J.: Carnavales y fiestas de locos, Península, Barcelona, 1988.

[9] CARO BAROJA, J.: El carnaval, La Otra Historia de España, Taurus, Madrid, 1965 [En concreto el capítulo III (pp. 305 ss.) titulado “La fiesta del Obispillo”].

[10] INIESTA VILLANUEVA, J. A.: “Perfil simbólico de la tamborada hellinera”, Cultura y sociedad en Murcia, Universidad de Murcia, 1993, pp. 403-419.

[11] LASALA MESEGUER, A.: Tambores confusos. Una visión antropológica de la Semana Santa de Híjar, Instituto de Estudios Turolenses y Centro de Estudios Bajoaragoneses, Teruel, 1999.

[12]  REQUENA CARRILLO, A. et alii: Las turbas. Aproximación a su estudio, Cuenca, 1980. ALVO CORTIJO, L.: El rito de las turbas, Cuenca, 1995. HERRÁIZ, R. y ELCHE CORADA, J.: Turbos, Cuenca, 1999.

[13] PÉREZ GONZÁLEZ, C. y ARROYO RODRÍGUEZ, L. A.: Herrera de Pisuerga: aproximación histórica, Ayuntamiento de Pisuerga, Palencia, 2003, pp. 159-160.

[14] GONZÁLEZ CASTAÑO, J.: Origen y desarrollo de la tamborada de la ciudad de Mula (Murcia), Mula, 1994.

[15] VALENCIANO GAYA, L.: Las mascaradas murcianas del siglo XIX. Bando, testamento y entierro de la sardina, Biblioteca Murciana de Bolsillo, Academia Alfonso X el Sabio, 22, Murcia, 1981.

[16] JUAN RUIZ, Arcipreste de Hita: Libro de buen amor, Edición de Alberto Blecua, Cátedra, Letras Hispánicas, Madrid, 1998, vv. 1067 ss.

[17] ROYO GARCÍA, J. R.: “Fiestas y procesiones en Alcañiz en 1589, según el Dr. Cristóbal Colón, prior de su colegiata”, Teruel, 87 (II), 1999. 79-93.

[18] CALVO GONZÁLEZ, J.: “Libertad de expresión y libertad cómica”, Dykaiosyne, 18, Universidad de Los Andes, Mérida (Venezuela), enero-junio, 2007, pp. 23-42.

[19] FERNÁNDEZ, J. R. et alii: El tambor en la Semana Santa de Moratalla, Calasparra, 1987.

[20] INIESTA VILLANUEVA, J. A.: Origen del tambor y su repercusión en la tamborada hellinera. Una aproximación a su simbología, Primer Premio del II Certamen Nacional de Ensayo sobre los Orígenes del Tambor, Ayuntamiento de Hellín, Albacete, 1994, pp. 56 ss.

[21] JACOBELLI, Mª Caterina: El risus paschalis y el fundamento teológico del placer sexual, Planeta, Barcelona, 1991. FERNÁNDEZ ARDANAZ, S.: “Risus Paschalis y Risa Ritual histérica: la risa festiva en las Vel.les Serrats y en los ritos de la Vigilia Pascual en la zona baja del Segura”, Congreso de Religiosidad Popular, Fundación Machado, Andújar, 1998.

[22] FERNÁNDEZ ARDANAZ, S.: “Etnografía del campo de la Cueva Negra de Fortuna (Murcia): simbología del nacimiento, matrimonio, asociación, curación y muerte”, en La cultura latina en la Cueva Negra. En agradecimiento y homenaje a los profesores A. Stylow, M. Mayer e I. Velázquez, en Antigüedad y Cristianismo, XX, Universidad de Murcia, 2003, pp. 197-209.

[23] GONZÁLEZ BLANCO, A. (Ed.): La Cueva Negra de Fortuna (Murcia) y sus tituli picti. Un santuario de época romana, en Antigüedad y Cristianismo, IV, Universidad de Murcia, 1987.

[24] JORDÁN MONTÉS, J. F.: “Otras formas de hacer ruido en Semana Santa”, Revista Tambor, Hellín, 2003, pp. 36-39.

[25] JORDÁN MONTÉS, J. F. y GONZÁLEZ BLANCO, A.: Los tambores: sonido, comunicación y sacralidad, Primer Premio del I Certamen Nacional de Ensayo sobre los Orígenes del Tambor, Ayuntamiento de Hellín, Albacete, 1992.

[26] JORDÁN MONTÉS, J. F.: “Danzas del Caracol en Semana Santa. Una escenificación sacral de Cristo como Dominus Daedali”, Revista Murciana de Antropología, 13, Murcia, 2006, pp. 15-39.

[27] DONOSO GARCÍA, S. et alii: S.P.Q.R., según el campo de Calatrava. Los Armaos, Almagro, 2003.

[28] GIL FERNÁNDEZ, L.: “La risa y lo cómico en el pensamiento antiguo”, Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Griegos e Indoeuropeos, 7, 1997, pp. 29-54.

[29] Un interesante artículo acerca de la risa en Romeo César: “Risa y sabiduría”, Papeles de Nombre Falso, Anuario 2006-2007 (versión consultada en Internet: www.nombrefalso.com.ar, 12 pp., resumen de una conferencia pronunciada por Romeo César en la Universidad Nacional de la Patagonia, Comodoro Rivadavia, oct. 2001). SALINAS, M.: “Risa y seriedad”, donde, en un apretado resumen, se refiere a las divinidades y héroes que promueven la risa en las diferentes culturas, y donde trata, además, el conflicto entre pensadores, filósofos, clérigos y místicos, por una parte, y la concepción alegre y popular del dolor por otra (http://vargaselbrujo.es/mambo). MONROY BALLESTEROS, B.: “Jesús y la risa”, (file://E:\risa%20pasxcual%201.htm). Sobre la terapia y sanación a través de la risa: RAYMOND A. MOODY: El poder durativo de la risa, Edaf, Madrid, 1979. ATIENZA REGIFE, F. M.: “La risa como terapia”, Hojas Informativas del Ilustre Colegio Oficial de Psicólogos de Las Palmas, 62, diciembre 2003. RIVERO WEBER, P.: “Homo ridens: una apología de la risa”, Revista de la Universidad de México, 47, 2008. Sobre los valores y el significado de la risa: GRANT, Mary A.: Ancient Rhetorical Theories of Laughter. The Greek rhetoricians and Cicero, University Wisconsin Studies in Languages and Literatures, 21, 1924. FLUCK, H.: “Der Risus paschalis. Ein Beitrag zur religiösen Volkskunde”, Archiv Fuer Religionswissenschaft, 31, 1934. 189-212.

MÉNARD, Philippe: Le rire et la sourire dans le roman courtois en France au Moyen Áge (1150-1250) Librairie Droz, Genève, 1969. VV.AA.: Risa y sociedad en el teatro español del Siglo de Oro, CNRS, París, 1980. LAYNA RANZ, F.: “La disputa burlesca. Origen y trayectoria”, Criticón, 64, 1995. 7-160.

[30] LLAMAZARES, J.: El entierro de Genarín, Ediciones de Toledo, León, 1981. Nosotros hemos consultado la edición de 1996, publicada en Morentin (Navarra) en Ediciones Bolsillo. MARK TATE: “Tradición y humorismo en la Semana Santa de la Ciudad de León”, en DÍAZ VIANA, L. (Coord.): Etnología en Castilla y León, Junta de Castilla y León, Salamanca, 1986, pp. 155-172.

[31] BAJTIN, Mijail: La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais, Barral, Barcelona, 1974, pp. 89-90 [Otra edición en Alianza, Madrid, 1987].

[32] LAYNA RANZ, F.: “La tradición de las burlas estudiantiles en la Universidad de fray Luis de León”, Fray Luis de León: historia, humanismo y letras, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1996, pp. 649-654. Del mismo autor, “Ceremonias burlescas estudiantiles (siglos XVI-XVII), I: Gallos”, Criticón, 52, Toulouse, 1991, pp. 141-162. Sobre semejante asunto: EGIDO, Aurora: “De ludo vitando. Gallos áulicos en la Universidad de Salamanca”, El Crotalón, 1, 1984, pp. 609-648.

[33] BUEZO, Catalina: “El sacristán fariseo. Edición de un entremés inédito y apuntes sobre la figura del fariseo”, Criticón, 50, Toulouse, 1990, pp. 93-112.

[34] MASSIP I BONET, F.: “Església i teatre. De la litúrgia al drama: un viatge d`anada i tornada”, consultado en Internet y procedente de una conferencia que el investigador pronunció el 29 de junio de 1993 en el curso de verano iglesia y Mecenazgo, en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Barcelona. Del mismo autor: “Escrits sobre la festa. L`escenificació de l`Assumpció a Europa”, Papers de la Festa, 1990.

[35] SEGURA RODRÍGUEZ, L.: Percusión e identidad. Aproximación antropológica a nueve comunidades del Bajo Aragón Turolense, Caja de Ahorros de la Inmaculada, Zaragoza, 1987. NOÉ I MESTRE, J. M.: Tambores de Calanda, Ayuntamiento de Calanda, Barcelona, 1992. 110 pp. LÓPEZ BARRIO, I. y CARLES, J. L.: El sonido en las tradiciones de Semana Santa de Calanda, Instituto de Acústica (CSIC) y Patronato Municipal de Calanda, Madrid, 1997. PLASTINO, Gofrado: Tambores del Bajo Aragón, Prames, Zaragoza, 2001. RÚJULA, Pedro (Coord.): Entre tambores. El Bajo Aragón durante la Semana Santa, Ruta del Tambor y del Bombo, Zaragoza, 2002. AA.VV.: Calanda, el sueño de los tambores, Ayuntamiento de Calanda, Teruel, 2005.

[36] FILGUEIRA BOUZA, Mª S.: “Curación ritual ¿terapia religiosa o religión terapéutica?”, V Xornadas de Psiquiatria,Psicanálise e Literatura, Ourense, 1995. En Un achegamento literario e psicopatolóxico a os fenómenos relixiosos, Asociación Galega de Saúde Mental, Tórculo, Santiago de Compostela, 1996. LAMAS CREGO, S. y FILGUEIRA, BOUZA, M. S.: “Pranto”: psicodrama popular contra el duelo patológico”, VII Reunión Nacional de la Asociación Española de Psicodrama, Santillana del Mar (Cantabria), 1991, en Vínculos, 4, 1992, pp. 81-127.

[37] MENÉNDEZ GUTIÉRREZ, Mª A.: “Un mito en piedra: la sexualidad en el contexto religioso de la Iglesia”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie VII, Historia del Arte, t. 11, 1998, pp. 43-66.

[38]  ALONSO ROMERO, F.: “La figura de mujer del petroglifo da Pena Furada (Figueiras, Santa Mariña de Lesa, Coirós, A Coruña)”, Anuario Brigantino, 27, 2004, pp. 161-178.

39 ANDERSEN, J.: The witch on the wall. Medieval erotic sculpture in the British Isles, Allen & Unwin, Londres, 1977. WEIR, Anthony y JERMAN, James: Images of Lust: sexual carvings on medieval churches, Batsford, Londres, 1986.

40 BERGSON, Henri: La risa. Ensayo sobre la significación de lo cómico, Losada, Buenos Aires, 1939, pp. 42-43.