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Pedrosa, José Manuel. Sobre: Miguel Correas
Martínez y José Enrique Gargallo Gil, Calendario romance de refranes. Barcelona: Edicions Universitat de Barcelona, 2003. Culturas
Populares. Revista Electrónica 5 (julio-diciembre
2007). http://www.culturaspopulares.org/textos5/notas/pedrosa3.htm ISSN: 1886-5623 |
Miguel
Correas Martínez y José Enrique Gargallo Gil, Calendario romance de refranes. Barcelona: Edicions Universitat de Barcelona, 2003; 423 pp.
L |
a
medida, la distribución, la ordenación social y cultural del tiempo, fue y es
una cuestión clave en la vida de cualquier comunidad humana. En sincronía con
ellas están la relación del hombre con su entorno natural, la construcción del
ciclo laboral y del festivo, el pautado de buena parte del sistema de ideas, de
creencias, de previsiones, de prescripciones, que rigen la vida del individuo y
del grupo.
El calendario funciona como una especie de cronotopía
general a la que se subordinan también (como parte de lo social y de lo
cultural) las tradiciones orales, que se hallan siempre en conexión estrecha
con las ideológicas y credenciales. Y el refranero se ha ido constituyendo,
desde tiempo inmemorial, en el género, dentro del repertorio oral-credencial,
que opera como cauce de expresión más estable y acuñado de la relación de los
hablantes con las coordenadas temporales y espaciales que se hallan cifradas en
el calendario. ¿Por qué? Porque el refranero es el repertorio literario oral de
rasgos sapienciales y sentenciosos por excelencia, el que goza, entre los
usuarios de la lengua y de la cultura, del prestigio de más verdadero o, por lo
menos, de más veraz, o de más verosímil, o de más fiable, o de más práctico y
útil en la vida cotidiana. Y la provisión de certidumbres, reales o relativas —más bien lo último,
visto desde nuestra perspectiva de críticos—, era y es muy
de agradecer para unos seres humanos que en la relación con el medio temporal y
espacial que quedaba resumido en el calendario se jugaban, literalmente, la
vida, o al menos la vida económica y simbólica, la que había cada día que
construir a pie de cultivo, al lado del ganado, en medio de las ocupaciones
laborales y de las desocupaciones festivas de las que dependía todo.
El
voluminoso y documentadísimo libro de Miguel Correas Martínez y de José Enrique
Gargallo Gil constituye una aportación muy importante al conocimiento del
refranero asociado con el calendario en los territorios de la Romania europea
(excepto de Rumanía, que ha quedado fuera de las muestras elegidas). Según
advierten los autores en la p. 15 de su libro,
con la salvedad rumana (y balcanorrománica), pues,
quedan representadas en el libro las grandes parcelas de la vieja Romania:
iberorromance (gallego, portugués, asturiano, castellano, aragonés, catalán —y no nos detenemos en la ociosa cuestión de qué parte tiene éste
también en la siguiente parcela); galorromance (francés, valón ─representantes
de Oïl—, occitano y francoprovenzal); italorromance (no sólo
el italiano, sino además los que, habitualmente conocidos como “dialectos
italianos”, nosotros preferimos denominar “italorrománicos”; y el espacio
(bastante menor) del retorromance, en sus tres ramas, romanche (Suiza), ladina
dolomítica y friulana (ambas, del norte de Italia).
A
partir de esta ambiciosa selección geolingüística, los autores establecen,
siguiendo el orden de los meses del año (de enero a diciembre), un nutridísimo
elenco, de 1296 entradas, que acoge un muy completo y (casi) exhaustivo
repertorio de refranes asociados al calendario, eligiendo como cabeza una
versión que sirve de referencia, a la que siguen otras paralelas, en todas las
lenguas en que se han podido documentar. La mayoría de las versiones de
referencia están en castellano, aunque un porcentaje nada desdeñable está en
otras lenguas, cuando no ha podido allegarse documentación en castellano.
El
repertorio es utilísimo, el modo de presentación, de ordenación y de
jerarquización es claro y pedagógico, y el libro constituye, por ello, una
aportación de máximo interés para los estudios de paremiología comparada.
Es
verdad que se podrían haber incorporado más refranes al elenco. Un único
ejemplo: el bien clásico, que asomaba en las Sentencias filosoficas, i verdades
morales, que otros llaman prouerbios o adagios castellanos escrita Por el
Doctor Luis Galindo Abogado de los Reales Consejos de 1660-1669 (Mss.
B.N.M. 9772-9781) II, f. 138rv:
Luna
de enero,
y
el Amor primero.
El cual sigue registrándose así en la tradición oral de hoy mismo:
No hay luna como la de enero, ni amor como el primero.
(Juan Antonio Panero, Sayago: costumbres, creencias
y tradiciones, Medina del
Campo, Carlos Sánchez Editor, 2000, p. 200)
Refrán
que a veces ofrece la pauta para una seguidilla cantada, según reflejan estas
dos versiones de Cantabria:
No hay
luna más clara que la de Enero.
A
la luna de Enero
te
he comparado;
que
es la luna más clara
de
todo el año.
(Antonio
Bartolomé Suárez, Aforismos, giros y decires en el habla montañesa,
Santander, Universidad de Cantabria,
1993, p. 70).
Otra cuestión, tan
delicada como relevante, y que afecta no sólo a este libro, sino a la gran
mayoría de las recopilaciones, ediciones y estudios de refranes que se hacen en
nuestro país (y en muchos otros países) es la de si puede ser conveniente,
incluso si es científicamente lícito, privilegiar el refrán y omitir o desechar
la creencia, aislar la fórmula verbal de su contexto credencial, sacar la
paremia de su marco ideológico y ritual para presentarla como un artefacto
lingüístico solitario y autosuficiente.
Véanse,
por ejemplo, los núms. 360 y 543 del elenco de Correas
Martínez y Gargallo Gil:
Huevo puesto en Viernes Santo, nunca
desperdiciado/dañado
Si quieres pollos el día del Señor, echa los güevos el
de la Ascensión.
Ningún comentario añadido a estas
fórmulas tan escuetas, ninguna explicación sobre las creencias, los ritos, las
acciones que acompañarían, tradicionalmente, a la manifestación verbal del
refrán.
Y,
sin embargo, ese refrán no es una fórmula lingüística aislada, sino que es
mucho más que eso: un síntoma de una actividad a mitad de camino entre lo
económico y lo ritual, un retazo de vida cotidiana que se repetía cíclicamente
y cuyo mecanismo enseñaban los mayores a los jóvenes para que actuasen en
consecuencia, una perífrasis que implica, que significa, que funciona mucho más
allá de lo que escuetamente dice.
Y
sí es posible (y, por tanto, debería hacerse, o al menos hacerse el intento de)
registrar, en la medida en que la documentación lo permita, ese contexto,
caracterizar ese marco, recuperar esas ideas-base que apoyan, explican o
justifican nuestros refranes.
El breve espacio de una reseña no permite
hacer una aproximación densa y profunda al fenómeno de las relaciones que el
pueblo establece entre determinadas fiestas anuales (sobre todo la Ascensión,
el Corpus Christi, el Jueves o el Viernes Santo), tan importantes dentro del
sistema cultural y simbólico de la comunidad, y las gallinas y sus huevos,
manifestaciones emblemáticas de la fecundidad, seres y objetos absolutamente
cruciales dentro del sistema económico. Pero sí que las hay, y son muy
insistentes, llamativas y significativas. Y tenerlas en cuenta permitiría
comprender e interpretar de manera mucho más cabal unos refranes, que, sacados
de ese contexto, apenas sobreviven como pálidas cáscaras verbales o como
eslabones arrancados de una cadena de hechos culturales mucho más densa y
trascendente de lo que parece.
En el reciente libro de Creencias y supersticiones populares de la provincia de Burgos. El
cielo. La tierra. El fuego. El agua. Los animales (Burgos:
Tentenublo, 2007), pp. 290-295, de Elías Rubio Marcos, José Manuel Pedrosa y
César Javier Palacios, se ofrece una nutrida serie
de paralelos de estos refranes, comentados por los propios informantes,
preservados, en la medida de lo posible, dentro del marco credencial y ritual
de cuyo suelo nacen, contemplados armónicamente en su medio. He aquí unos pocos
botones de muestra —entre muchísimos más que podríamos traer a colación— acerca de las asociaciones que el pueblo establece entre las gallinas,
los huevos, los días de la Semana Santa y la fiesta de la Ascensión:
Se decía:
Si
quieres tener pollos
el
día del Señor,
echa
la gallina
el
día de la Ascensión.
Porque son veintiún días los que tarda en
hacerse los pollitos (Pancorbo).
A mi tía yo la oí decir que el día de la
Ascensión —dice—, yo cojo una gallina y la pongo los huevos,
aunque no esté clueca, y me salen pollos. No fallaba ni uno. No sé si serán cuentos
(Villafría de Burgos).
El día
de la Ascensión se decía que las gallinas que estaban engüerando los huevos
para pollos no se movían. Y los pájaros tampoco. Como era una fiesta tan
grande, se decía eso (Mozoncillo de Juarros).
El
Jueves Santo, el Corpus Christi y la Ascensión, las gallinas no daban vueltas a
los huevos. Lo contaban nuestras madres (Barbadillo de Herreros).
Lo que
se procuraba [cuando se ponían los huevos a la gallina clueca] es que no pillaría la
Ascensión, porque el día de la Ascensión dice que no mueven los huevos, que
nadie que trabaja, ni [siquiera] los pájaros, mueven los huevos [ese día], y
las gallinas a los pollos tampoco. Decía eso (Villanueva de Río Ubierna).
Todo
este repertorio, denso y plural, de creencias, si hiciéramos el esfuerzo de
documentarlo y de entenderlo dentro de una perspectiva etnográfica más abierta
y flexible, habría de llevarnos a una caracterización general, sumamente
interesante para nuestros propósitos, de las creencias y supersticiones que se
asocian tradicionalmente al día de la Ascensión. Téngase en cuenta que ya Alejandro Guichot y
Sierra, en las entradas 134 y 314 de sus Supersticiones populares andaluzas,
que
vieron la luz en 1882-1883 —atención: no es un libro de refranes, sino un libro
de supersticiones—, había dado estas preciosas informaciones acerca de
creencias que relacionaban gallinas, huevos y fiestas de la Ascensión:
El día
de la Ascensión se lleva un huevo a la misa y se convierte en cera virgen, que
sirve para curar las heridas.
El día
de la Ascensión se cogen dos huevos, puestos en el mismo día, y se convierten
respectivamente en cera y aceite. La pomada hecha con esas sustancias cura
todos los dolores y llagas que salgan en las piernas.
Téngase
en cuenta, además, que en otros pueblos de la provincia de Burgos el día de la
Ascensión mantenía otras centrífugas pero sugerentes conexiones con muchos
otros productos esenciales para la alimentación y para la subsistencia
económica de la comunidad, y también una relación simbólica muy interesante con
el “Día del Señor” con el que a menudo suele emparejársele:
El
día de la Ascensión, se echaba en una taza o jarra con agua, garbanzos,
alubias, lentejas o trigo para el Día del Señor. El Día del Señor los llevabas
a la iglesia y hacía muy bonito, brotaban como un ramo (Sotillo de la Ribera).
No
es posible trazar aquí —para una futura ocasión habrá de quedar— un
panorama exhaustivo, ni siquiera un panorama aproximado, de la cronología, la
geografía, la casuística, las ramas, las posibles explicaciones e
interpretaciones de todo este complejo de creencias que se adivina más que
pródigo en avatares y en sentidos. Lo que sí se hace evidente es que para poder
entender los refranes que escuetamente figuran como números 360 y 543 del elenco de
Correas Martínez y Gargallo Gil, es muy importante,
seguramente crucial, interesarse por todo el dinámico y abierto marco
sociocultural en el que nacen, en el que se transmiten, en el que se perciben.
Estas
supuestas limitaciones o insuficiencias no son error ni culpa de este libro. Es
uno más de los síntomas de la grave desconexión con otras ciencias y
disciplinas —en
este caso con la etnografía y con la antropología— que
aqueja a una Filología que ha acabado reducida, muchas veces, a fría ecdótica,
a mero coleccionismo de palabras, a simple atención al cuerpo (a la fórmula)
sin asomarse al alma (los sentidos, las implicaciones) de nuestra literatura ni
de nuestra cultura.
Hace
siglos, Juan de Mal Lara, Sebastián de Horozco, Gonzalo Correas, Luis Galindo y
muchos más recolectores ¡y glosadores y comentaristas! de refranes hicieron
tímidos intentos de arrancar, junto con los refranes que sacaban de la tierra,
las raíces y hojas que los sustentaban y los envolvían. La filología de hoy se
ha vuelto, en general, más aséptica, más estadística, y va mucho más al grano,
sin considerar que en la raíz y en la hoja puede que se hallen algunas de las
esencias más características de la planta.
La
antropología actual, en especial corrientes como las que se engloban bajo el
pujante movimiento de folklore in context,
consideraría este modo de registrar, de repertoriar y de editar refranes como
una operación gravemente desnaturalizadora y peligrosamente mutiladora, de su
alma más íntima y profunda.
No
les faltaría una parte de la razón, por más que este método esté plenamente
aceptado en el ámbito de los estudios literarios.
No
se puede negar, en cualquier caso, a libros como el de los profesores Correas
Martínez y Gargallo Gil, una utilidad innegable —si nos ceñimos al ámbito, claro, del
acercamiento filológico—, un mérito extraordinario —el que merece el manejo,
esforzado y eficaz, de este denso y difícil material paremiológico—, y un pleno
éxito, si se considera nada más el cumplimiento de los objetivos y la
aplicación de los métodos que, de acuerdo con su tradición escolar, se
propusieron.
José
Manuel Pedrosa
Universidad de Alcalá
(Madrid)