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Suárez
Ávila, Luis.
“Fernán Caballero, pionera en la
recolección del romancero oral”. Culturas
Populares. Revista Electrónica 5 (julio-diciembre 2007). http://www.culturaspopulares.org/textos5/articulos/suarez.htm ISSN: 1886-5623 Recibido: 01/07/07 Aceptado: 01/08/07 |
Fernán Caballero, pionera en la
recolección del romancero oral
Luis Suárez Ávila
I.U.
Seminario Ramón Menéndez Pidal
Universidad
Complutense. Madrid.
A
Jesús Antonio Cid y a Ana Vian, en justa reciprocidad por su magisterio y
afecto
Resumen
Estudio de los romances
tradicionales recogidos y editados, en su obra etnográfica y en sus novelas,
por Cecilia Böhl de Faber, Fernán Caballero. Análisis de sus antecedentes: las
recolecciones de romances tradicionales españoles de los siglos XVIII y XIX,
sobre todo en Andalucía.
Palabras clave: Romance. Antropología.
Etnografía. Literatura popular. Fernán Caballero. Andalucía.
Abstract
Study of folk ballads registered and edited by
Cecilia Böhl de Faber, alias Fernán Caballero, in her ethnographic and
fictional works. Analyse of its antecedents: the colections of Spanish folk
ballads in the XVIIIth and XIXth centuries, with particular attention to those
of Andalousia.
Keywords: Ballad. Anthropology. Ethnography. Oral literature.
Fernán Caballero.
E |
l Romancero es la manifestación literaria –y también musical– más entrañablemente
hispánica. Su vida oral –bien que a veces aprehendida ocasionalmente en colecciones
y en pliegos publicados desde el siglo XVI– sigue latiendo en
todas las áreas donde se conserva algún aliento de cultura española. Aparte de
en la Península –España y Portugal– y en los Archipiélagos, en toda América, en
Filipinas y en las comunidades judeo-sefardíes repartidas por el mundo, el
Romancero se mantiene, de generación en generación, con muy diversa suerte.
Es
cierto que el último pliego que contenía un romance recogido de la tradición
oral se publicó en 1605. Se trataba del romance de Las señas del esposo. Por
contra, el primer romance tradicional de que se tiene noticia que se conserve
transcrito es el de La dama y el rústico pastor, copiado por un estudiante mallorquín, Jaume de
Olesa, en 1441[1].
Sin
embargo, no deben olvidarse hallazgos impensados que nos aportan un texto
antiguo tradicional de romances que, presentes en la tradición oral moderna,
hasta ahora no habían sido encontrados. Uno de los más significativos es, por
ejemplo, el de La muerte del Príncipe don Juan, que se ha publicado, en 1991, de un Códice de
finales del siglo XVII Poesías del Maestro León, de Fray Melchor de la Serna y otros, de la
Biblioteca Real –el número 961– y que para sus propios editores ha pasado
desapercibido, pues eran personas ajenas al mundo del Romancero. Otro hallazgo
lo han proporcionado las cartas del Embajador de España en Francia, Tomás
Perrenot de Chantonnay, que, para burlar a los espías, se dirigió a Felipe II
en mensajes cifrados que contienen un buen número de raros romances y no pocas
canciones líricas. Sobre estos interesantes mensajes cifrados trabaja en la
actualidad Diego Catalán, con singular éxito[2].
Desde
poco más o menos los años cincuenta –y aún antes– del siglo XVII, el romancero
viene sufriendo el descrédito entre las clases cultas y, vive, soterradamente,
en la memoria del vulgo que, por obra y gracia de "ínfimos poetas", va
añadiendo a su bagaje una nueva
estirpe de composiciones que llenan todo el siglo XVIII, el XIX y algunos años
del XX. Son los llamados romances vulgares o plebeyos que nacen ya despreciados
por la gente ilustrada y prohibidos por los poderes públicos.
Los
viejos temas romancísticos dejan de interesar y, acaso, no puedan ofrecer ya
ninguna respuesta a las inquietudes y gustos de la sociedad. Su misma
popularidad, adquirida por los millares de pliegos sueltos que se imprimen,
contribuyó a que fueran tenidos en menos y, poco a poco, llegaran a ser ajenos
a los ambientes cultivados.
Así,
alrededor de 1605, el canto y los pliegos que transmiten el romancero antiguo
constituyen una tradición irreconciliable con las altas capas de la sociedad,
si bien permanece, en cambio, entre la gente rústica e iletrada, como
patrimonio exclusivo de ésta.
Pero,
día a día, el romancero vulgar y plebeyo va invadiendo el ámbito popular hasta
desembocar en un siglo XVIII esquivo, en que las luces dejaron a oscuras a este
género que postergó y despreció.
Así,
como algo mal visto, propio de gente baja y escandalosa, el Romancero antiguo
va discurriendo en la memoria del pueblo con muy diversa fortuna. Parejamente,
eclosiona una nueva especie de romances que consagra las aventuras y
desventuras de valentones y taimados, las peripecias y hazañas de los
bandoleros, las desgracias e infelicidades de las adúlteras, las sátiras contra
las mujeres o los negros, las costumbres y zalamerías de los gitanos, los casos
prodigiosos religiosos o profanos, los crímenes más abominables, sin olvidar la
recreación y puesta al día de algunos antiguos temas de los ciclos carolingio,
bretón o greco-asiático[3].
Todo
eso va calando y se perpetúa a veces en la tradición oral. Y si, hasta
principios del siglo XVII, el romancero oral antiguo fue recogido en
repertorios y pliegos, ahora son, a veces, los pliegos vulgares los que
constituyen el rodrigón más firme de la tradicionalización de nuevos temas. Eso
sin contar con que los temas antiguos sobreviven en el frágil testigo de la
oralidad, de modo sorprendente, y han superado los avatares de siglos y
tendencias[4].
Y
es que el Romancero oral tiene en sí mismo mecanismos de dúctil adaptabilidad y
garantías de supervivencia porque, aunque siempre ha habido quienes han
presagiado su muerte, conviene recordarles aquello de que “los muertos que vos
matáis / gozan de buena salud”.
Ha
escrito Diego Catalán: Los siete siglos de vida oral,
cantada, del Romancero constituyen un hecho histórico-literario digno de
meditación. La pervivencia de los romances medievales en la memoria colectiva,
salvando obstáculos históricos de tal magnitud como el Renacimiento, la
Contrarreforma, el Siglo de las Luces, el parlamentarismo, la lucha de clases y
la mecanización, nos hace pensar, es cierto, en el inmovilismo de las
sociedades... donde el Romancero se halla refugiado desde el siglo XVII[5].
¿En
qué sociedades vivía soterradamente el Romancero?
Precisamente
es en Andalucía donde se inaugura la moderna recolección del Romancero oral.
Es
cierto que hay algún tímido indicio de su existencia, en los años finales del
siglo XVIII (1789), en dos versos de La dama y el pastor utilizados como ejemplo en la segunda edición de La Poética de Ignacio Luzán; y la cita del primer
verso de Hay un galán de esta villa en una carta de Jovellanos a Antonio Ponz, fechable
entre 1782 a 1794)[6].
En
1815 Jacob Grimm alude a la existencia de una tradición moderna en el Romancero
oral y tiene la esperanza de publicar alguna muestra de ella[7].
Dejando
a un lado estas noticias, la verdadera recolección moderna comienza en Sevilla,
en enero de 1825, cuando Bartolomé José Gallardo, preso en la carzel de los señores, víctima de
su talante liberal, halla en boca de Curro El Moreno y P. Sánchez dos romances:
uno, el de La Condesita (El Conde Sol, o La boda estorbada), que llama El Conde Alzón; y otro, el de Gerineldo[8].
En
1828 Juan Bautista Almeida Garret publica en Londres su Adozinda, inspirándose en los
romances oídos por él de niño en
Oporto. En el prólogo anuncia el proyecto de un Romanceiro portugués, para el que cuenta ya con quince
versiones recogidas en boca del pueblo[9].
En
1832, Washington Irving, escribe en Tales of the Alhambra que, al salir de Sevilla para Granada, encuentra a
unos arrieros que, durante su caminata, entonan romances[10].
Antes
de todo esto, en 1824 y 1825, en Sevilla, en Triana, Serafín Estébanez Calderón
recogió a El Planeta, gitano gaditano afincado en aquel barrio sevillano, dos
romances (El Conde Sol y Gerineldo) y da noticias de otro más
que es, sin duda, Roldán y el trovador, o Roldán y Urgel + El
Prisionero que, años más tarde,
facilitaría a su amigo Agustín Durán[11].
El
21 de abril de 1838, Estébanez comunica en una carta a Pascual de Gayangos que
ha recogido un Gerineldo, el romance que llama de La princesa Celinda, que no es otro que Zaide, por
la calle de su dama, y el de El Ciego de la Peña , o sea el
de La molinera y el Corregidor[12].
Por
su parte, Almeida Garret, en 1843, publica en Lisboa el volumen I de su Romanceiro e Cancioneiro Geral. El volumen
II aparecería en 1851, también en Lisboa. Reúne, entre los dos, 32 romances
recogidos, en su mayoría, en las regiones de Beira Baixa, Minho y
Tras-os-Montes[13].
Estébanez
Calderón, en 1842 y en 1847, reproduce en su Escena Un baile en Triana dos
romances que había recogido mucho antes: El Conde Sol y Gerineldo[14].
Con
motivo de la nueva edición de su Romancero general (I, en 1849 y II, en 1851) don Agustín Durán
incluye, entre los mil novecientos que contiene, ocho romances de la tradición
oral: tres asturianos y cinco andaluces (precisamente los andaluces que le
proporciona Estébanez Calderón)[15].
Hasta
1853, en que publica don Manuel Milá y Fontanals sus Observaciones sobre la poesía popular, con muestras de romances catalanes inéditos, no se reúnen un elevado
número –59– de romances, de los cuales 56 son versiones orales catalanas y 3
castellanas[16].
Fernando
José Wolf y Conrado Hofmann publican en 1856, en Berlín, su Primavera y Flor de romances, o colección de los más viejos y más
populares romances castellanos. En esta
colección, notabilísima, se reúnen 198 romances, entre los cuales están cuatro
versiones de la tradición oral moderna tomadas del Romancero de Durán y de las Observaciones... de Milá[17].
Este
es el estado de la cuestión. Así se encuentra la recolección moderna del
Romancero oral cuando, desde 1856 a 1859, se imprimen y salen a la luz los
romances recogidos por Fernán Caballero de la tradición oral bajoandaluza.
Es
lógico pensar que las tareas de recolección las comenzara Cecilia Böhl de Faber
mucho antes. Es muy posible que, incluso, décadas antes. Debe tenerse en cuenta
que muchas novelas y cuentos fueron escritos en otro idioma, que pasaron un
largo período tímidamente guardados y que, luego, fueron traducidos, corregidos
y dados a la imprenta, con todo el tiempo que ello conlleva.
En
repetidas ocasiones, durante los años 1819 y 1820, don Juan Nicolás Böhl de
Faber escribe al Doctor Julius, recomendándole que "Respecto a la letra de las canciones populares, diríjase a mi
hija..." o "Respecto a las canciones populares españolas, espero que usted
se ponga al habla con mi hija", lo que da
idea de una temprana labor recolectora por parte de Cecilia[18].
Independientemente
de su interés como novelista,
Fernán Caballero deja en sus obras todo un repertorio de costumbres, prácticas,
noticias que harían las delicias de un antropólogo, de un etnólogo, de un
folclorista...
Sin
ir más lejos, baste recordar, por ejemplo, la nota a pie de página en su Lucas García, en la que
reseña todo lo que compone la ropa de un hombre de campo y su costo, que es
todo un modelo[19].
Pero
la preocupación folclorista de Fernán Caballero, aun careciendo del rigor
científico de que más tarde se le dotaría, tiene el mérito indudable de volcar
en sus obras las canciones y romances sin retocar, ni embellecer, sino tal cual
los recogió de boca de sus informantes. Esta apreciación, que hoy parecería
baladí, no lo es tal, pues en esa época eran práctica común los retoques y
restauraciones de las que no fueron ajenos un Estébanez Calderón, ni un Durán,
sobre todo. Estos añadieron versos, matices, arcaizaron hasta el extremo
versiones actuales e incluso con
ingredientes tan dislocados como la "e" paragógica y otros elementos
de la misma índole.
Es
cierto que las versiones romancísticas de Fernán Caballero son fiables en
cuanto al texto. Pero no es menos verdad que su afán recolector no la llevó al
extremo de consignar, como lo hizo por primera vez Bartolomé José Gallardo, las
menciones de lugar, fecha, nombre del informante y otras circunstancias
imprescindibles hoy para valorar exactamente sus versiones.
Con
todo, tres cuestiones no admiten duda: primera, que su interés por la
literatura popular y en particular por el Romancero se despiertan en el
ambiente familiar. De un lado, por los estudios a que estaban entregados, no
sólo el padre, sino la madre –recuérdese la carta a Augusto W. Schlegel[20].
Segunda, que el descubrimiento que supuso en el Romanticismo de las notas
esenciales del carácter nacional, tiene en el Romancero uno de sus logros más
importantes.
Todavía
habría que añadir una tercera. Y es que la recolección del Romancero oral por
Fernán Caballero se produce dentro de los límites de uno que yo llamo concepto
geográfico indeterminado que no es otro territorio que el conocido como
Andalucía La Baja. En El Puerto de Santa María, en Cádiz, en Chiclana, en Jerez
de la Frontera, en Bornos, en Arcos, en Sanlúcar de Barrameda, en Sevilla, en
Dos Hermanas, en Alcalá de Guadaira,... Cecilia Böhl de Faber recoge todo el
material folclórico que utilizará luego en su obra.
Estamos,
por tanto, ante unos romances que sobreviven en Andalucía La Baja, y que
proceden de muy diversa estirpe y familia.
Los
hay que, rodados por la tradición desde antiguo, aun careciendo de antecedentes
orales viejos por no haber despertado el interés de los editores de los
cancioneros y los pliegos del XVI, reflejan tener una amplia ejecutoria.
Otros,
que han servido para alegrar juegos infantiles y aun teniendo una venerable
antigüedad, por su aparente intranscendencia, no han dejado huella anterior. Y
aun otros poemas narrativos y romances propiamente dichos que proceden de los
Evangelios Apócrifos o que son contrafacta a lo divino de romances viejos. Los hay de tono
culto y composiciones estróficas que se han tradicionalizado; los hay vulgares,
de ciego, que han prendido en la tradición oral en época reciente...
Desechando
lo que es manifiestamente culto, o lo que procede de autoría popular, pero no
tradicionalizado, como son los casos del Romance a la Virgen del Valme,
o la Salve
del soldado a la Virgen del Rocío, pueden
contabilizarse muy bien como una decena larga de romances los recogidos de la
tradición oral por Fernán Caballero.
Debe
decirse, y aun mantenerse, que Fernán Caballero es una pionera en la
recolección del Romancero oral. Puede afirmarse, sin género de duda, su afición
por este género y tener la certeza de que, por lo menos una o dos décadas antes
de la aparición pública de La Gaviota (1849), ya tenía realizada una buena tarea
recolectora[21]. Aun por
rastros itinerantes posteriores y actuales, nos permitimos apuntar los lugares
donde pudieron ser recogidos sus romances. A veces no coinciden con los lugares
–reales o imaginarios– donde se desarrollan las acciones de sus novelas y
cuentos...
Lo
que en ninguna ocasión podremos saber es quiénes fueron sus informantes, aunque
adivinamos que fueron niñeras, obreros de la bodega familiar, trabajadores del
campo y de las viñas, niños y ciegos copleros.
Su
inquietud la retrata en un párrafo, algunas veces citado, de Latour en un
artículo de Le Correspondant (1861):
Fernán
Caballero possède dans ce genre des archives no moins riches; à tout ce que son
père, l'erudit passionné, Don Juan Nicolás Böhl de Faber, avait amassé pendant
sa vie, il a ajouté ses propres trouvailles, et il n'épargne rien por les
augmenter. S'il entend un aveugle chanter dans
la rue quelque romance quíl ne connaisse pas, il l'arrète aussitôt, et tout ce
qu'il recueille ainsi à tout vent se classe dans sa mémoire pour se retrouver,
à l'ocasion, sous sa plume[22].
Por eso, es muy posible que Cecilia aprovechara
también algún texto romancístico hallado en la tradición oral por su padre, e
incluso por su madre. Sin embargo no puede creerse que confiara a la memoria,
hasta hallar ocasión para transcribir los romances y las canciones que oyera
por la calle a cualquier ciego coplero o a cualquier otra persona. Es
increíble, porque las transcripciones que nos ha dejado tienen la lozanía de lo
pescado al vuelo pero la propiedad de una hábil recolectora, que no añade, ni
mejora, y que, a lo mejor, la familiaridad y lo cotidiano del trato con el
informante, le permitiera, "repasar" la versión recogida, una y otra
vez, e incluso aprendérselo de corrido por lo reiterativo y cercano de la
información recibida.
¿A
sus canciones y romances se refiere la carta en que cuenta que envía a su padre
los papeles y anotaciones de ella para que se los guarde en el cajón de su
escritorio?
¿Cuánto
tiempo estuvieron recluidos esos papeles y notas en el cajón del bufete
paterno, sin ver la luz ni llegar a las imprentas?
Pero
si en La Gaviota (1849),
escrita en El Puerto de Santa María, se pronuncia, sobre las canciones que
guarda en la memoria el pueblo andaluz entre los que –dice– sobresale el romance, con tan singular tino, es lógico pensar que hacía
ya mucho tiempo que trataba este género de composiciones, las recogía y guardaba
transcritas. Y añade, después, en la misma novela: La tonada del romance es monótona y no nos atrevemos a decir que
puesta en música pudiese satisfacer a los "dilettanti" ni a los
filarmónicos. Pero en lo que consiste su agrado (por no decir su encanto) es en las modulaciones de la voz que lo
canta: es en la manera con que algunas notas se ciernen, por decirlo así, y se
mecen suavemente bajando y subiendo, arreciando el sonido o dejándolo morir.
Así es que el romance, compuesto por muy pocas notas, es dificilísimo cantarlo
bien y genuinamente. Es tan peculiar del pueblo que sólo a estas gentes y de
entre ellas a unos pocos se los hemos oído cantar a la perfección... Estos
famosos y antiguos romances que han llegado a nosotros, de padres a hijos, como
una tradición de melodía, han sido más estables sobre sus pocas notas confiadas
al oído, que las grandezas de España apoyadas en cañones y sostenidas por las
minas del Perú[23].
Este
texto, al que sigue la trascripción de una versión portuense de Albaniña, es toda una teoría
de cómo en los frágiles testigos de la oralidad el romancero pervive y se
mantiene, pasa de una memoria iletrada a otra, se contamina y recrea con ese
potente agente creador que es el olvido, y vive apoyado en sólo la memoria y el
oído, en boca de unos cuantos privilegiados hombres y mujeres del pueblo.
De
modo sumario, debo hacer recuento de los romances recogidos por Fernán
Caballero, que muchas veces no son solamente las primeras recogidas en
Andalucía de esos temas, sino también las primeras versiones documentadas en
castellano.
En
La Gaviota (1849), una
versión de Albaniña; en Cosa cumplida... (1852) un
romance de Delgadina; una versión estrófica de La dama y el pastor, en ¡Pobre Dolores! (1852); su versión de La hermana
avarienta, en Lucas García (1852); el
romance infantil de Don Gato, en Cosa Cumplida... (1852); varios romances y poemas narrativos de tipo
religioso: La Virgen vestida de colorado, en Cosa cumplida... (1852); El rastro divino, asonancia á-a, en El último
consuelo, (1857); La Anunciación, estrófico,
en La Noche de Navidad (1850); Dudas de San José y Nacimiento de Cristo, asonancia en é-a, en Cuentos y poesías populares andaluzas (1859); Nacimiento, Mesonero despiadado castigado, estrófica, en La Noche de
Navidad (1850) en cuyo relato inserta también la versión estrófica de Nacimiento. Ángeles y pastores; La Virgen y el ciego, en Cuentos y poesías... (1859); El Niño perdido, asonancia
en á.e en Cuentos y poesías (1859); En el mismo volumen, una versión de El parto celestial, asonancia
en á, de tono culto, aunque tradicionalizado. En una carta a Latour, de 30 de
junio, sin año, Fernán Caballero transcribe el comienzo del romance de La Virgen con el librito en la mano y, en otra, sin fecha, le copia un trozo de La boda del piojo y la pulga[24].
También
son recogidos por Cecilia: La predicción de la gitana y la Pastora de Belén, en Cuentos y poesías..., (1859) que, han acabado tradicionalizándose,
aunque tienen evidente tono culto.
Finalmente
las composiciones vulgares de memorización reciente de Napoleón y Murat, en sus Cuadros de costumbres... (1852); El retrato, en Callar en vida y perdonar en muerte (1850) y Entierro y boda contrastados, en Una en otra (1856).
Además
de su labor personal en la recolección de canciones, romances, cuentos,
adivinanzas... Cecilia tuvo algunos colaboradores y corresponsales. Es seguro
que su padre y su madre la ayudaron en estos trabajos. Pero se ignoraba hasta
ahora que su hermana Ángela también participara de estas aficiones. Cecilia escribe,
desde Chiclana, el 2 de marzo de 1862, a su cuñado Fermín Iribarren y Ortuño,
segundo marido de su hermana Ángela: “A Ángela que me envíe coplas
y cuentos cuando pueda, que estoy formando el segundo tomo de cuentos y coplas
populares y sobre todo infantiles que me piden con mucho afán. Ya verás qué
cosas tan bonitas salen en él”24 bis.
Por
tanto, en 1862, a raíz del gran éxito de su tomito de Cuentos y poesías
populares de 1859, piensa proseguir, y está en ello. Dos cosas quedan claras:
que prefiere las canciones infantiles y que ya tiene materiales recolectados
para el segundo tomo (“Ya verás qué cosas tan bonitas salen en él”). Pero este segundo
volumen nunca vería la luz. Los materiales allegados quedaron inéditos y sabe
Dios dónde se encontrarán.
Sorprende,
sin embargo, que Fernán Caballero no hubiera recogido temas como Gerineldo, Tamar, La bastarda
y el segador... y otros tan presentes en la tradición oral
bajoandaluza. Dos razones encuentro: de una lado, sus tendencias excesivamente
moralizantes, acaso le hayan impedido transcribirlos, aunque no debe olvidarse
que recoge y copia, como se ha dicho, Albaniña y Delgadina; de otro –y es la razón
más poderosa–, su condición de mujer y su estatus social, posiblemente hayan
sido el obstáculo principal para que la gente llana, que la trataba como
superior, no le manifestara temas subidos de tono y practicara con ella un
cierto eufemismo discriminador y una tácita criba y reserva intelectual, al ser
encuestada.
No
se olvide que Cecilia se mueve
entre nodrizas, obreros de la bodega de su padre, trabajadores de las viñas...
y, o es la hija de los señores, o la Señora Marquesa, dos posiciones que tienen
la traba del respeto, la distancia y cierto miedo reverencial en sus relaciones
con ella.
De
todas formas, adivino, también, una especie de autocensura vacilante –entre lo
que le dicta la mujer de férrea educación religiosa y la mujer intelectualmente
avanzada, a pesar de haberse parapetado en un seudónimo masculino– a la hora de
publicar todos los romances que tuviera recogidos. Es significativo, por tanto,
que los de tema religioso sean mayoría.
Un
excelente estudioso del Romancero, Ferdinad J. Wolf, en vida de Fernán
Caballero, tanteó un inventario y valoración de la poesía popular que andaba
dispersa por la obra de nuestra novelista. En 1859 publicó, en Viena su Beiträge zur spanischen Volkpoesie aus den Werken Fernán Caballero’s[25]. Allí diseccionó la obra folclórica de Cecilia y la
separó de los textos literarios. Pero ese mismo año, 1859, aparecieron los Cuentos y poesías populares andaluzas, la obra con más intención de repertorio folclórico de Fernán
Caballero, y Wolf, tan pronto como conoció el volumen, se apresuró a añadir y
poner al día su Beiträge con una
extensísima reseña que apareció en 1861. Pero este trabajo de Wolf, con el
tiempo, tuvo la crítica adversa, y ciertamente cruel de José F. Montesinos que,
en Fernán Caballero. Ensayo de Justificación, acomete contra el erudito vienés de este modo: la
riqueza folclórica de las obras de doña Cecilia es uno de sus aspectos mejor
conocidos. Erudito hubo –con ese seguro instinto de
destrucción que poseen a veces los eruditos– que se solazó en antologizar
aparte todos estos elementos intercalados en las novelas de Fernán[26].
Jesús
Antonio Cid, criticando a su vez a José F. Montesinos sobre esta apreciación,
escribe: Muy cierto, si se trata de analizar la creatividad
literaria, pero ello no quita nada a la utilidad que el trabajo surgido del
"instinto de destrucción" de Wolf (y que para él era más bien un
homenaje a la autora) nos presta para nuestros propósitos[27].
Y
los propósitos de Jesús Antonio Cid no eran entonces y los míos no son hoy,
sino pura y simplemente de recuento e inventario, atraídos por el número y
calidad de las versiones romancísticas que Fernán Caballero había dejado
desperdigadas en el contexto de sus novelas y sus cuentos.
Sin
embargo, y además, debemos alertar sobre las fechas de 1819 y 1820, en que ya
se percibe que Cecilia estaba dedicada a la recolección de canciones populares
y romances, que no es sino proclamarla como la pionera en la recolección del
romancero oral moderno. Antes que Gallardo; antes que Estébanez Calderón[28].
[1]
MENÉNDEZ PIDAL, Ramón. Romancero Hispánico (Madrid: Espasa-Calpe, 1968) cap. XI, 15; cap. XII,
1; Vide Gentil dona (Jaume de Olesa). Sobre el pliego
de 1605 de Juan de Ribera, ibídem, cap. XV, 10 y notas. Por cierto que D. Juan Nicolás Böhl de Faber, padre de
Fernán Caballero, da cuenta de este pliego de 1605 y lo describe Bartolomé José
Gallardo en su Ensayo...
[2]
ARMISTEAD, Samuel G. y SUÁREZ
ÁVILA, Luis, "Un nuevo fragmento del romance de Calaínos", Revista de
Filología Española 79 (1999) págs. 159-170 notas 1 y 4, donde se da cuenta de
los novísimos hallazgos de textos de la tradición oral sin precedentes antiguos
hasta ahora, encontrados en diversas fuentes manuscritas. CATALÁN, Diego, Arte poética del
romancero oral. Parte 2ª. Memoria, invención, artificio. (Madrid: Siglo Veintiuno Editores, 1998) Apéndice I, notas
4, 5, 6 y 7, págs. 198-199.
[3] SUÁREZ ÁVILA, Luis. "Bernardo Núñez y su Gerineldo de El Puerto de Santa
María", Revista de Historia de El Puerto (El Puerto de Santa María, 1992) números 8 y 9,
págs. 45-75 y 87-101. Sobre todo, para el mundo de los pliegos, la introducción
(I, II, III y IV).
[4]
CATALÁN, Diego, Arte poética del
romancero oral. Parte 1ª. Los textos abiertos de creación colectiva (Madrid. Siglo Veintiuno Editores, 1997) Reúne y actualiza
trabajos dispersos en actas, revistas, homenajes... magistrales. (Sobre todo,
para la tradicionalización de los romances vulgares, cap. XIII, págs. 324-362.
Creo que es la primera incursión de D. Catalán en el Romancero vulgar).
[5] CATALÁN, Diego, Siete siglos
de romancero (Madrid: Gredos, 1969)
págs. 7 y 8.
[6] Para una visión muy completa de la recolección moderna del
romancero, Cf. SÁNCHEZ ROMERALO, Antonio, "El romancero oral ayer y hoy:
Breve historia de la recolección moderna (1782-1970)", en El
romancero hoy: Nuevas fronteras. 2º Coloquio Internacional, ed. Antonio Sánchez Romeralo, Diego Catalán, Samuel G.
Armistead et al.
(Madrid: Gredos, 1979) págs. 15-51.
[7] Ibídem.
[8] Las
dos versiones recogidas por Bartolomé José Gallardo se publicaron en
Romancero Tradicional de las Lenguas Hispánicas,
Diego Catalán et al. (Madrid: Gredos, 1970) IV, págs. 217-218 (V. 244) y (Madrid:
Gredos, 1975) VII, págs. 170-172 (I.444).
[9]
MENÉNDEZ PIDAL, Ramón, Romancero Hispánico, ya citado, cap. XVII, 15.
[10] IRVING, Washington, Tales of the Alhambra (1829). Cito por Cuentos de la Alhambra por el caballero W. I., versión directa del inglés por J. Ventura Traveset
(Granada, 1888) pág. 23.
[11] SUÁREZ ÁVILA, Luis, "El romancero de los
gitanos bajoandaluces. Del romancero a las tonás" en Dos siglos de flamenco. Actas de la Conferencia Internacional. Jerez,
21-25 de junio 1988. (Jerez de
la Frontera: Fundación Andaluza de Flamenco, 1989) págs. 29-129.
[12] Ibídem.
[13] Cfr. nota 9 de este trabajo.
[14] Ver notas 11 y 12. Debe corregirse la fecha de 1831,
en la revista “Cartas Españolas” de Carnerero, que consigné por error, como la
de publicación de la escena "Un baile en Triana", que ciertamente lo fue, por primera vez, en
1842, en "El Almanaque del Imparcial" en el número correspondiente a los meses de
octubre, noviembre y diciembre de ese año (Imprenta del Imparcial, Barcelona,
págs. 281-286); en el propio año 1842, en “El Constitucional”, Barcelona, en folletín, los días 10 y 11 de
diciembre y, en 1847 se volvió a publicar, añadida, con las restantes escenas,
en un volumen ilustrado por el pintor, dibujante y grabador portuense Francisco
Lameyer Berenguer (El Puerto de Santa María, 1825-Madrid 1877). Las dos
versiones de “Un baile en Triana”publicadas en 1842 solamente contienen el texto del
romance del Conde Sol, pero terminan con la promesa de que le van a cantar el
de Roldán y el de Gerineldo. En cambio, el de 1847 está añadido y contiene el
de Gerineldo y la conclusión más conocida del relato de la “escena”.
[15] DURÁN,
Agustín, Romancero general. Colección de romances castellanos
anteriores al siglo XVIII (Madrid: B.A.E.
X y XVI; I, 1849 y II, 1851).
[16] MILÁ Y FONTANALS, Manuel, Observaciones sobre la poesía popular con muestras de romances
catalanes inéditos (Barcelona: Narciso
Ramírez, 1853).
[17] WOLF, Ferdinand J. y HOFMANN, Conrad, Primavera y flor de romances o colección de los más viejos y más
populares romances castellanos 2 volúmenes
(Berlín: A. Asher & Cº, 1856). Fue publicada con adiciones por Marcelino
Menéndez Pelayo en su Antología de poetas líricos
castellanos Tomos VIII y IX (Madrid:
Librería Hernando y Compañía, 1899) y posteriormente en Edición Nacional de las Obras Completas de M. M. P. (Santander: C.S.I.C., 1945).
[18] Cartas de 18 de agosto de 1819, de 17 de diciembre de 1819 y
de 12 de mayo de 1820, citadas por Santiago Montoto en Fernán Caballero. Algo más que una biografía. (Sevilla: Gráficas del Sur,
1969) pág. 139. Es cierto que entre la redacción y
la publicación de sus obras, F. C. dejó pasar, a veces, muchos años. Sobre esta cuestión, vide C. PITOLLET, "Les premiers essais litteraires
de Fernán Caballero. Documents inédits". Bulletin
Hispanique IX, nº 3 (Juillet-Septembre 1907) págs
67-86 y 286-302 y Bulletin Hispanique X, nº 3, (Juillet-Septembre 1908) págs. 286-305 y
378-396.
[19] En Lucas García (1852), Fernán Caballero pone por
nota a pie de página la siguiente: "Nos
parece curioso dar el costo exacto que tiene una vestimenta de las más
sencillas del hombre del campo andaluz, tal como no falta a ninguno:
Reales
Reales
Una capa 260 Chaleco
en corte 30
Un sombrero calañés 30 Camisa
de Bretaña 20
Una chaqueta de paño 60 Calzoncillos
de crea 10
Unos calzones de idem 60 Zapatos
de becerro 22
Botonadura
de plata 60 Polainas
o botines
lisos 40
Idem de la chaqueta
36 Calceta
de pie o
cuchilla 14
Una faja de lana 50 Pañuelo 4
TOTAL 596
Esto sin las hechuras, pues todo lo hacen
las mujeres".
[20]
Carta
de Doña Frasquita de Larrea a A. W. Schlegel, en Santiago Montoto,
Fernán Caballero. Algo más..., págs. 83-85.
[21] Don Juan Nicolás Böhl de Faber guardaba los escritos
de su hija desde bien pronto, aún mucho antes de decidirse a publicarlos. En
una carta, citada por Montoto (Fernán Caballero. Algo más..., pág. 173) escrita por Cecilia a su madre se
lee: "Te pido de dárselos todos a papá para que no
se pierdan; él tiene un cajón de la mesa donde mete todos mis papeluchos".
[22] LATOUR, Antoine de, "Fernán Caballero", en
Le Correspondant V, 4 (25-VII-1857) pág 609. (Citado por José F. Montesinos en Fernán Caballero: ensayo de justificación. Vide nota 26 de este trabajo).
[23] Este texto es su
"teoría" sobre el romancero. Aparte de estas líneas, en cartas,
novelas, cuentos... va desgranando F. C. detalles sobre el mundo en que recoge las canciones y los romances. Compárese este texto de Fernán Caballero con el de Diego
Catalán en Siete siglos de romancero, al que hace referencia la nota 5 de este trabajo.
[24] MONTOTO, Santiago, Cartas
inéditas de Fernán Caballero (Madrid: S.
Aguirre Torre, 1961). En carta a Antoine de Latour (30 de junio, s.a.) CVI,
págs. 175-176, le transcribe el romance de La Virgen
con el librito en la mano; en la XCV
(Págs. 163-164), sin fecha, le copia La boda del piojo y la pulga y, en la LXXIII (págs. 137-138) de 14 de octubre de
1859, transcribe el romance de traza culto-popular de La Virgen de Valme.
24 bis RAVINA MARTÍN, Manuel, "Cartas
familiares inéditas de Fernán Caballero", en Actas del Encuentro Fernán Caballero, hoy. Homenaje
en el bicentenario del nacimiento de Cecilia Böhl de Faber. Biblioteca de temas portuenses, número 10 (El Puerto de Santa María: Excmo. Ayuntamiento.
Concejalía de Cultura, 1998) pág. 229.
[25] WOLF, Ferdinand, Beiträge
zur spanischen Volkspoesie aus den Werken Fernán Caballero's. (Wien: Akad. der Wissenschaften, 1859) págs. 133-218. Enseguida, en 1861, al parecer Cuentos
y poesías populares andaluces, coleccionados por Fernán Caballero (Sevilla: Imprenta y litografía de la Revista Mercantil,
1859), Ferdinand Wolf publica una reseña en el Jarhrbuch für
englische und romanische Literatur III
(1861) págs. 209-237.
[26] MONTESINOS
José F. Fernán Caballero: ensayo de justificación (México-Berkeley-London: El Colegio de México-University of
California Press-Cambridge University, 1961) pág. 62.
[27] CID, Jesús Antonio, "El Romancero tradicional de
Andalucía. La recolección histórica y las encuestas de M. Manrique de Lara
(Córdoba, Sevilla, Cádiz, 1916)", en Romances
y canciones en la tradición andaluza, ed. Pedro Piñero et
alt. Colección
“De viva voz”, 1 (Sevilla: Fundación Machado, 1999) págs. 23-61. Desde aquí le doy las gracias por
la desmesurada dedicatoria, en lo
que se refiere a mí: “A Margit Frenk, con afecto y
admiración ya antiguos, y para Luis Suárez Ávila, albacea espiritual de
Manrique de Lara”, lo que
indica que la amistad es, como el amor, ciega. En
muchos aspectos, este trabajo mío de ahora es tributario del excelente de J. A.
Cid que cito.
[28] Ver nota 18
de este trabajo.