Lorenzo Arribas, Josemi. “Campanas en la provincia de Soria: una novedad editorial y algunos
apuntes ilustrados sobre esas campanas y sus campanarios”. Culturas
Populares. Revista Electrónica 5 (julio-diciembre 2007). http://www.culturaspopulares.org/textos5/articulos/lorenzo.htm ISSN: 1886-5623 Recibido:
01/02/08 Aceptado:
12/03/08 |
Campanas
en la provincia de Soria: una novedad editorial y
algunos apuntes ilustrados sobre esas campanas y sus campanarios[1]
Resumen
Se reseña el libro Campanas en la provincia de Soria, de José Ignacio Palacios Sanz, a la vez
que se añade una galería de cuarenta fotografías originales y se reflexiona
sobre dichas campanas y los campanarios que las cobijan.
Palabras clave: Campanas,
Soria, campanarios.
Key words: Bells, Soria, belfries.
Aunque te convido al templo
siempre me quedo en la torre.
N |
o es una adivinanza, sino una afirmación, inscrita en la campana de
Nomparedes (1791), una de las casi dos mil que conserva la provincia de Soria,
que ya tenemos oportunidad de conocer, una por una, hasta el más nimio detalle.
Es así porque José Ignacio Palacios Sanz, gran estudioso de la música en Soria[2],
ha dado por fin a la luz, en forma de libro más un CD-Rom (Campanas de la
provincia de Soria,
Valladolid, Junta de Castilla y León, 2007), las investigaciones sobre las
campanas de la provincia con las que llevaba comprometido una década (desde
1998)[3],
hasta la culminación del trabajo de campo en 2005. La consumación de un periplo
de carácter pionero, por tanto, que ha dado una cifra de 1703 campanas
catalogadas, singularidad de la que es consciente su autor (p. 19), y que se
valora todavía más dado el poco trabajo etnográfico que hay en la provincia,
contrastando con otras castellano-leonesas[4].
Aunque faltan estudios sistemáticos y exhaustivos de otras regiones como
este que ya existe para Soria[5],
la riqueza de arte sacro de esta provincia y la multitud de templos diseminados
por su territorio (catedrales, colegiatas, monasterios y, sobre todo,
parroquias y ermitas), dada la dispersión de su poblamiento, permitía imaginar
que sus campanas no irían a la zaga de las de otras zonas, como la
investigación ha demostrado. No hay iglesia sin campanas y, de hecho, uno de
los elementos estructurales de aquélla, la torre o la espadaña, surgió con la
única misión de sostenerlas, llegando a dar incluso la advocación a alguna
parroquia, como en el caso de Nuestra Señora del Campanario, en Almazán. De
hecho, ya en el claustro románico de la concatedral de San Pedro las campanas
aparecen representadas en sus muros, a través de las numerosas gliptografías
que contiene. Aunque desconocemos su verdadero sentido, la presencia de otros
objetos asociados a gremios que también se muestran en los sillares de sus
crujías (zapatos, serruchos, tijeras), pudiera ser también el prurito del de
fundidores de campanas el que motivara su inclusión.
Gliptografías románicas con campanas en el claustro de la concatedral de San Pedro (Soria)
[Todas las fotografías están hechas por el autor]
De no ser por la necesidad de instalar las campanas, otro hubiera sido el skyline de la Europa medieval y postmedieval,
hasta que la moderna arquitectura industrial, con el hierro por bandera,
lograra levantar alturas hasta entonces imposibles. Restauradas o sin
restaurar, las torres-campanario siguen hoy singularizando paisajes, aunque no
nos acordemos que fueron las campanas las responsables de la erección de estos
estilizados perfiles.
Torre-campanario (sin campanas) restaurado del desaparecido monasterio de San Miguel (Yanguas),
único ejemplo de estilo catalán en Castilla
Queda por dar respuesta a una cuestión: ¿tuvieron las iglesias, desde que se constituyen como tales, espadañas? Ciertamente no sólo no fue un problema menor, sino que la necesidad de situar en alto las campanas, para garantizar su mejor acústica, y la pesadez de éstas, fueron responsables de grandes quebraderos de cabeza para los arquitectos de dichos templos. Se debía reforzar el muro, y su localización en un lado u otro del edificio hubo de condicionar el resto de la fábrica de muros. Obviamente, los que sostuvieran las campanas hubieron de ser reforzados, y de ahí toda una panoplia de soluciones, más acertadas unas, menos brillantes otras, para dar respuesta a esa necesidad.
La utilidad de las campanas, en un contexto rural, era mayúscula. Era el reloj que daba las horas, y eso era especialmente apreciado, como hoy, para la población, llamémosla, asalariada, o que trabajaba tierras ajenas. Así, en el Fuero de Soria (ca. 1196), se establece en su artículo 206 (ff. 34r-v) lo siguiente:
“Los obreros de las uinnas salgan de la lauor a campana connosçida et non ante; en la uilla a la campana de Sant Juhan de Muriel, et en las aldeas a la campana mayor del pueblo. Et el obrero que ante falliere de la lauor, saluo si fuere acabada, que pierda el jornal. Et si el logador nol pagare el loguero en esse mismo día, quel peche al obrero el loguero doblado”[6].
Es decir, que los vendimiadores acababan la jornada laboral cuando una
campana, previamente acordada por las partes (connosçida), tañía. En la villa, actual capital, la
de San Juan de Muriel, y en las numerosas aldeas de su Tierra, sería la campana
mayor la encargada de avisar que había que dejar el tajo. Convenía que las
campanas se oyeran en varios kilómetros a la redonda. Para ello, si los
arquitectos tenían que multiplicar los replanteos para que la estructura
aguantara los embistes del campanario... lo tuvieron que hacer.
Efectivamente, y se resalta en el texto, desde la más antigua datada y
conservada, sita en una de las iglesias del bello pueblo de Yanguas (1487),
hasta las fundidas en el siglo XXI, se encuentran generosamente representados
ejemplares de todos los siglos intermedios, comprendiendo todas las tipologías
y variantes. La esquila más antigua de la provincia se encuentra en la ermita
de Suellacabras, fundida hacia 1300; se conservan dos campanas de la segunda
mitad del siglo XV (Quintanas de Gormaz, ca. 1450, Tarancueña, 1480 y la ermita
de Inodejo: pp. 122 y 97), y cuatro de la primera mitad del siglo XVI (dos de
principios del siglo XVI en la catedral del Burgo, la del reloj de la colegiata
de Medinaceli, y la de la Puebla de Eca: pp. 97, 102 y 120).
Fecha de fundición (1686) de una de las
campanas de la iglesia de Nta. Sra. de los Ángeles (Fuensaúco)
Por poner un ejemplo, si hacemos la sencilla operación que consiste en
dividir la población censada en la provincia (en 2008) entre el número de
campanas conservadas, indica que cada casi cincuenta personas hay una campana.
Muda, generalmente, habría que añadir, pero ya es otro cantar. Las campanas o,
mejor, su ausencia, son testimonio de tiempos en que sonaron y aglutinaron la
vida comunitaria. Trasladadas a otros campanarios, como bien mueble que son,
refundidas (Vid. Apéndice
II), o simplemente expoliadas, los campanarios ciegos (o cegados) quedan como
testigos que se resisten al tiempo de forma testaruda, documentando poblaciones
pretéritas, actuales despoblados.
Espadaña derruida, con dos troneras, de la iglesia del despoblado de La Pica
El expolio de las campanas, que sigue todavía produciéndose en la provincia
de Soria, no es una cuestión sólo de nuestros días, como muestran los libros de
fábrica de ciertas iglesias. Si un templo se abandonaba solía ser empleado como
cantera y lugar de donde extraer todo lo aprovechable, comenzando por los
bienes muebles y más fácilmente transportable. Las campanas no se salvaron de
este destino, sobre todo si estaban en estado de uso, y los expoliadores fueron
con frecuencia vecinos de las poblaciones más próximas al edificio que había
dejado de tener uso. En el Apéndice documental
traemos a colación un documento procedente de Tierras Altas, concretamente del
lugar de Rabanera (Ventosa de San Pedro), fechado poco después del momento en
que se debían haber ido sus últimos pobladores, momento en que los vecinos de
pueblos colindantes aprovecharon para sustraer, entre otros bienes de la
iglesia, su campana mayor. Hoy todavía, como se ve en la siguiente ilustración,
la espadaña de lo que fue iglesia de Rabanera permanece en pie, contrastando
con la ruina de la iglesia románica. Parece que dicha campana nunca volvió a su
sitio, condicionada como estuvo la sentencia “para en el caso de restablecerse
la vecindad suficiente en dicho lugar de Rabanera”, aunque, volvieran o no los
vecinos, tres décadas que se le encargó a un campanero la fundición de una
nueva campana, encargo que efectuó[7].
La expoliada desapareció de la documentación como tiempo antes había hecho de
la tronera de la iglesia de Nuestra Señora la Blanca.
Esbelta espadaña en el hastial Oeste de la iglesia del despoblado de Rabanera (Ventosa de San Pedro),
con dos troneras para campanas más un cuerpo superior, cegado, para una pascualeja
Espadaña con dos troneras cegadas en la iglesia de los Santos Justo y Pastor, en Castellanos (Hinojosa del Campo). Este anexo se despobló en la segunda mitad del siglo XX
Curiosa espadaña, en el hastial de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, Fuentelsaz.
Cegada una de las dos troneras, la original solución consistió en abrir un cuerpo lateral,
orientado al pueblo, para incluir la otra campana
Hermosa vista de la Torre del Reloj, de Alcozar, con su pascualeja en el campanil, tomada desde la tronera del campanario de su iglesia parroquial, San Esteban Protomártir
El estudio de las campanas implica siempre tratamientos interdisciplinares,
pues compete a distintas materias, muy diversas entre sí (musicología,
acústica, arquitectura, historia, iconografía, carpintería, metalurgia, etnografía,
liturgia etc.), y en este volumen se reúnen todas estas ciencias para dar
cuenta del fascinante mundo que las campanas implican. El libro comienza
pasando revista a lo que conllevaba el oficio de fundidor, exponiendo datos
casuísticos relativos a contratos y prácticas en torno a este arte, al proceso
de fundición en sí mismo etc... Otros avatares se documentan con concreción, lo
cual no es excepcional, pues como sabe quien se ha acercado a libros
parroquiales de fábrica, o de cofradías, los gastos e inversión en
mantenimiento de las campanas (sogas, yugos, badajos u otros aparejos) fueron
continuos y constantes.
No en vano, la mayor parte de esas campanas tuvieron un uso diario, con el
consiguiente desgaste, como se registra en libros de fábrica, de cofradías o de
mayordomías continuamente.
Orificio en el suelo del campanario con polea para la soga de la campana de la iglesia de Nta. Sra. de la Concepción (Hinojosa del Campo)
Orificio en el
suelo del campanario con herradura para la cadena que sustituyó a la soga de la
campana de San Agustín
(Ventosilla de San Juan)
Todavía hoy dichas campanas exigen un mantenimiento que no siempre se
produce, engrasar los ejes de sus yugos, asegurar los badajos, reponer las
sogas etc., que aseguren la función sonora para la que fueron concebidas.
Nuevo badajo de una de las campanas de la parroquia de Alcozar (nº 75 en el Catálogo de Palacios Sanz), después de que el anterior se cayera (afortunadamente encima de un vehículo, y sin provocar daños personales) durante un volteo en la última fiesta patronal
Badajo de madera y golpeador de hierro de una de las campanas de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán (Fuentelsaz). Esta hechura es copiada, con nuevos materiales, en el badajo de la ilustración anterior, ahora ya en acero toda la pieza
El apartado más extenso de esta publicación comprende el catálogo de
fundidores que trabajaron en la provincia de Soria. Agrupados en linajes las
más de las veces, se exhuman los datos de medio centenar de ellos, en otras
tantas páginas, datos que, en su mayor parte, quedaron registrados en el propio
bronce de la campana que construyeron. Sobresalen los campaneros de la familia
Ballesteros (con casi sesenta piezas, desde 1789); Colinas (setenta, desde los
años veinte del pasado siglo), Güemes (más de cuarenta, desde 1860), Mazo (por
la antigüedad que está documentada de sus artes, que comienzan en Almazul en
1601), Menezo (con casi ochenta, destacando 24 del s. XVIII, muchas de ellas
dudosas, inferidas por tipología), Pellón (casi sesenta, desde finales del s.
XVII), Perea (con más de un centenar desde finales del s. XVIII); Quintana, que
con más de doscientos de estos idiófonos son la familia con más aportaciones a
la provincia. La actividad en la provincia es ininterrumpida desde principios
del s. XIX al día de hoy.
Decoración e inscripción
epigráfica en la campana de Nta. Sra. de la Concepción (Omeñaca),
con el nombre del fundidor y
data: Güemes
/ me hizo / aoñ (sic, por año) 1894
Se siguen los materiales y su forma de fundirlos, subrayando el carácter
específico castellano-leonés de las campanas de perfil romano, es decir, las
menos estilizadas (723 frente a 959 esquilas y esquilones y 21 pascualejas: p.
87); a este breve capítulo le sucede otro también escueto, que lleva por título
“Decoraciones”, donde se trata de cenefas, sellos, escudos, y otros adornos no
estrictamente epigráficos. La más característica es la cruz potenzada sobre
pedestal (cruz de calvario), en la cara exterior de la campana, o en ambas,
teniendo funciones apotropaicas, siguiéndole en popularidad la Virgen y santos.
La iconografía de sus escudos, a falta de otros datos, sirve también para datar
la campana. No faltan, finalmente, grafitos en las caras interiores, ni nombre
de la campana en altorrelieve: Plácida, Bárbara, Pascual (117-8), o expresión
de su peso.
Campanas de tipo esquila en la iglesia de la Degollación de San Juan Bautista (Arganza)
La epigrafía es el tema del siguiente epígrafe, el segundo más extenso. Las
frases, de tema religioso las más, tenían como misión conjurar al Diablo. Otro
tipo de inscripciones son las referentes a donantes, promotores o autoridades,
que también fueron motivo de pleitos cuando se discutía la titularidad de
dichos artefactos.
De advocaciones versan las siguientes veinte páginas. La norma general es
que las campanas respondan a la advocación titular del templo que presiden. Si
no, es María la más repetida, en diversas advocaciones, Jesús (IHS) y la
Sagrada Familia, ésta típicamente soriana, pues se repite en tres centenares de
instrumentos a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Finalmente, fuera de
la sacra parentela, se lleva la palma Santa Bárbara, y luego una extensa nómina
de santas y santos. La presencia de la citada mártir es obvia, al ser
protectora de tormentas y rayos. Algunas campanas llevan incluso su nombre.
Los diversos toques suceden en esta monografía de campanas sorianas, así
como las obligaciones de quien se encargaba de tocarlas, el sacristán o
(polisemia mediante) el campanero o campanera (curiosa la fotografía de la
última campanera de la catedral del Burgo de Osma, en plena acción, en la
década de los setenta del siglo XX: p. 142), acudiendo a documentación de
aplicación jurídica de distintas localidades. La casuística es inmensa,
dependiendo de la tradición local heredada, el número de campanas y su
disposición. Volteos
(con el concurso de los mozos locales), repiques (el campanero accionaba dos campanas
simultáneamente), el toque que mayor lucimiento permitía a los más hábiles, y bandeos se explican esquemáticamente,
acompañándose de algunas partituras con indicaciones rítmicas y melódicas.
Toques que marcaban señales horarias[8],
convocatorias a misa, el momento de la consagración, fiestas y solemnidades,
acontecimientos vitales alegres (parto), o luctuosos (agonía, muerte,
entierro), rogativas, toques civiles (a concejo, a fuego, a perdido, tentenublo[9],
cierre de murallas)... Todo un lenguaje comunicativo que durante siglos ha
informado de la vida cotidiana de una comunidad, y por ello el concejo corría
muchas veces, junto con la propia iglesia, con el coste de las mismas (Vid. Apéndice II). Se recogen, para terminar
este epígrafe, nombres de campaneros, que también, como en el caso de los
fundidores, solían estar asociados a familias, que pasaban el testigo de
generación en generación.
Muy interesantes son las escasas páginas dedicadas a la acústica de
campanas y campanarios. Las primeras, al necesitar de un soporte fijo para
tañerse, dependen de los segundos a la hora de matizar su sonoridad, ya que
todos los elementos que intervienen en los toques, además de la propia campana
(yugos, altura a la que se disponen, orientación, estructura del campanario
etc.) modifican su sonido. La casuística es enorme, a pesar de lo cual hay
ciertas características generales, que se detallan, aun con cierta confusión.
En dos páginas se repasan las afinaciones de las campanas sorianas, concluyendo
que la distancia interválica relativa entre las dos principales suele ser de
una 2ª mayor o 3ª menor entre las más grandes (catedrales, colegiatas), y de
semitono (2ª menor) en las que dan servicio a comunidades rurales. Hay todo un
campo para los estudios de acústica, dadas las peculiaridades y singularidad de
este instrumento musical. Muy escueto también es el apartado de “Leyendas de
campanas”, apenas un apunte, con excesivas erratas.
Para terminar, antes de la bibliografía y de los inexistentes y utilísimos índices, se trata en dos capítulos de sendos objetos vinculadísimos a las campanas. Por un lado, los relojes, con su sonería para marcas horas y (posteriormente) los cuartos. Almazán tenía uno al menos desde finales del siglo XV (172), y el Burgo de Osma desde mediados de la centuria siguiente (170). Una relación de relojes con campanas de la provincia completa este apartado.
En segundo lugar, las matracas. Como es sabido, las campanas sólo
enmudecían el Triduo Sacro de Semana Santa, desde el Gloria del Jueves Santo
hasta el correspondiente de la Vigilia Pascual. Otros idiófonos se encargaban
de cumplir su función, aunque de características bien distintas: matracas de
campanario y carracas sustituían con su bronca percusión la solemne sonoridad
de las campanas en señal de duelo, por lo que es coherente tratarlas aquí,
siquiera en el breve párrafo que se las dedica.
Una plataforma horizontal atravesada en la torre y una manivela era todo lo
que necesitaba para accionar estos instrumentos de madera. Se cita la
espectacular matraca del Burgo de Osma, hoy restaurada, y la de Berzosa, con
cuya fotografía se nos regala en el libro (p. 183), a la que habría que añadir
la pequeña matraca conservada en la parroquia de Santa María del Castillo de
Calatañazor.
El CD incluye los siguientes apartados:
· Ficha técnica de la investigación
· Esquema de las partes de una campana
· Catálogo de las campanas sorianas, la
parte más importante de la investigación, que trataremos un poco más abajo.
· Una
selección de 24 toques (que incluye tentenublos, toques para bautizo de niños,
distintos repiques, llamadas a misa, llamadas al Ángelus, a fuego...) grabados
en distintas campanas (Valtajeros, Boós, Ucero, Fresno de Caracena, Blacos,
Almazán, Brías, Muñecas...) y por diferentes campaneros. Salvo las campanas
adnamantinas, grabadas en 1988 por el cronista de Almazán, José Ángel Márquez
Muñoz (no explicita las iglesias de donde proceden dichas campanas, por
cierto), el resto de las tomas se hicieron con vistas al proyecto que ahora
culmina, entre 1998 y 2001.
El Catálogo, con sus más de mil setecientas campanas, se erige como la
parte más importante de la investigación. Extremadamente meticulosa, cada
entrada incluye la fotografía de la campana (que no se puede descargar), y se
somete a una ficha exhaustiva, compuesta de los siguientes items:
ü Número de registro
ü Propietario de la campana
ü Localidad
ü Edificio donde se encuentra
ü Número
ü Emplazamiento
ü Advocación
ü Fundidor
ü Cronología (exacta, cuando se dispone del
dato, o aproximada)
ü Tipología del perfil
§ pascualeja
§ esquila
§ esquilonada
§ romana
ü Inscripciones y localización de éstas
dentro de la campana
ü Tipo de letra
ü Decoración
ü Medidas y peso (éste, aproximado, según
fórmulas)
§ circunferencia superior
§ diámetro inferior
§ altura
§ borde
§ peso aproximado
ü Yugo/Estado del mismo
ü Movimientos
ü Notas
ü Toques e intérpretes
ü Estado de conservación
ü Actuaciones necesarias
ü Referencias documentales
ü Datos de la recopilación
El programa, finalmente, incluye distintas opciones de búsqueda: por
localidades, y una búsqueda avanzada, pudiendo rastrearse por cronología,
propietario, tipología de perfil, y cronología.
En resumen, un libro y CD-Rom necesario, documentado y relevante. Precisamente por su importancia, se deben lamentar una serie de descuidos encadenados que coinciden en el primero. Si bien no le restan el valor que tiene ni desmerecen un ápice el conocimiento vertido, enturbian la consideración de una obra que de otro modo sería incontestable.
Así, es muy difícilmente justificable la mentada ausencia de índices referidos al texto impreso (toponímico, de afinaciones, iconográfico, onomástico... particularmente del primero), por lo que se hace imposible localizar con rapidez las campanas de las distintas localidades citadas en sus páginas, que vienen a ser un resumen valorativo del Catálogo. Una verdadera lástima que no se haya decidido, en un libro claramente de consulta, y referencial como lo es éste, que se haya prescindido de tan útil instrumento para la investigación y las búsquedas rápidas. Otro fallo que causa estupor, por la desatención de quienes tienes a su cargo la edición del libro, es que falten los datos básicos del contenido CD-Rom que se adjunta insertos en las páginas del libro. Así, para escuchar los distintos toques se ha de tener necesariamente abierto el CD, con un programa que es incompatible con cualquier otro. No sabemos ni cuáles se registran, ni quiénes los interpretan, ni dónde, ni con qué campanas, salvo que tengamos un ordenador delante y abierto el índice de toques. Un error que es fácilmente subsanable a posteriori (Internet mediante) colgándolo en una página web. Desde aquí animamos a corregir este particular.
Se debiera haber definido la terminología en torno a la tipología de
campanas. Si bien quedan explicadas las diferencias entre las romanas (o castellanas, pues éste es su principal
ámbito de difusión) y las esquilonadas, no se hace lo mismo con las pascualejas, por más que se citan, en referencia a
las campanas de menor tamaño[10].
Tampoco queda clara la diferencia entre las campanas de tipo esquila y las esquilonadas, que son uno de los item en que se diferencian en el Catálogo del
CD-Rom. Del mismo modo, no se sabe a qué responde la omisión de ciertas
informaciones, quedando como asuntos crípticos sin motivo aparente[11].
Los errores que más lamento, no obstante, entran dentro de las vulgares
erratas, y prácticamente todos hubieran sido corregidos con una rutinaria
corrección de estilo o, al menos, una de erratas para las que los correctores
ortográficos de los actuales procesadores de texto hubieran valido. No es
cuestión de insistir en este particular, pero tampoco se debe criticar sin
poner algún ejemplo, entre los muchos que desgraciadamente se podrían citar. A
las frecuentes faltas de concordancia en género y número entre palabras se le
suma la omisión de otras, que a veces dificulta la comprensión del texto (“al
situarse en sus balcones de la [?] los grupos de metales y percusión”, p. 24,
nota 4; “si bien [fueron] ilustrativos su gestos”, p. 28; “varios ejemplares
góticas”, p. 30; “da buena [?] de que la campana”.... p. 115); los cuadros no
se distinguen. Es una pena porque ahora hay tecnología para que, sin
sobrecostes de edición, se puedan hacer claros y comprensibles (pp. 84, 175);
un repaso a la bibliografía final confirma la sensación que produce la lectura
de las páginas precedentes, porque también las citas están hechas con
precipitación (no se normalizan apellidos, como ocurre con Bayo; tampoco el uso
de las cursivas y comillas...).
He tenido la oportunidad de visitar entre los meses de septiembre de 2007 y
febrero de 2008 unos setenta templos sorianos románicos, o con elementos
románicos (iglesias parroquiales y ermitas), del Norte de la provincia, con sus
correspondientes torres y campanarios diagnosticando el estado de los bienes y
fábricas románicas en estos edificios dentro del Proyecto Cultural Soria
Románica. La tipología de
campanas y campanarios explican avatares de la vida de las respectivas
poblaciones. Una sencilla lectura de paramentos centrado en la torre o en el
hastial donde suelen disponerse los campanarios arroja, a primera vista, datos
sobre épocas más o menos prósperas. Las dos siguientes imágenes (de Magaña y
Vizmanos) nos muestran gráficamente este extremo.
Espectacular espadaña de la iglesia parroquial de San Martín de Tours (Magaña), con cuatro grandes troneras, más un cuerpo superior para la pascualeja, y huellas de troneras inferiores cegadas
Sencilla espadaña de una sola tronera (sin campana)
en la ermita de Nuestra Señora de Valdeayuso (Vizmanos)
En estas visitas hemos comprobado la dificultad de estudiar y fotografiar las campanas, corroborando punto por punto afirmaciones que hace en el libro José Ignacio Palacios Sanz: difícil acceso que tienen muchos campanarios, ya por la falta de mantenimiento de sus escaleras, ya por la palomina acumulada; a la dificultad de llegar a ellas para medirlas (datos que se incluyen en este libro), que implica el concurso de profesionales de la escalada (citados en las pp. 26-7); lo complicado que es obtener buenas fotografías, tanto por la falta de ángulo dada la estrechez de los campanarios como por la posición del sol. Al ser el campanario el punto más alto, por lo general, casi siempre se produce un incómodo contraluz; eso, cuando no es una esquila cuyo único acceso es por la cumbrera de la techumbre, entre tejas no siempre seguras...
Curiosa escalera románica de
acceso al campanario de Nta. Sra. de la Asunción (Arancón),
de apenas 40 cms. de anchura
Ï
No está de más añadir que algunos de los hoy campanarios en la provincia de
Soria tuvieron su origen en la época de la Repoblación (finales del siglo XI y
siglo XII en esta provincia), cuando muchos alminares se transformaron en
torres cuyo cuerpo superior se habilitó para las campanas. Otro tanto ocurrió
con torreones cristianos, a los que luego se adosaron iglesias, cuando su
función defensiva dejó de tener sentido, o coexistiendo ambos usos, en las
afamadas iglesias-fortaleza.
Torreón defensivo medieval, al
que se adosó la iglesia (con su ábside embutido).
Las campanas estarían en él.
Posteriormente, con su ruina, se construyó una espadaña
en su hastial Oeste (parroquia de
Nuestra Señora de la Blanca, Montenegro de Ágreda)
Las campanas, además de avisar sucesos trágicos ocurridos (defunciones, por
ejemplo) o peligros por llegar (nublados por llegar), también anunciaron
actividades cotidianas, y así los toques de campana que daba el sacristán, por
lo general tres veces, para acudir a misa (recordemos: aunque te convido al
templo, siempre me quedo en la torre). En algunos pueblos (así al menos en Valdegeña[12],
Soria, según me informó su párroco), además de las campanas se utilizaba otro
curioso método musical para avisar la proximidad de la misa. Mientras el
sacristán, o el propio cura, se acercaba a la parroquia para tocar las
campanas, iba soplando la llave de la parroquia, a modo de silbato. Ésta tenía
(tiene) el asta hueca, por lo que es posible tocarla, produciendo un silbido ciertamente
audible, como tuve ocasión de comprobar.
Otra llave con asta hueca, susceptible de ser silbada.
En este caso, procede de la iglesia parroquial de Mombuey (Zamora), aunque allí, según reconocía su párroco, no se conocía la costumbre descrita en Valdegeña
Además de las campanas de campanario, conservan las iglesias distintas
campanas de mano, o campanillos, que también hemos tenido oportunidad de
encontrar en las sacristías de las iglesias, inscritas unas, originales otras,
conmemorativas aquéllas... en fin, sonoras todas, como instrumentos musicales
que son. Algunas de ellas con suficiente mérito artístico, y desde luego
etnográfico, como para considerarlas sin más objetos carentes de valor cultural
añadido. Son mucho más modestas que sus hermanas mayores, pero el interés
etnográfico y etnológico no está necesariamente vinculado a la escala.
Vista general (y detalles con las inscripciones) de un campanillo
de la iglesia de Santa María la Mayor (Pozalmuro)
Del mismo modo que se están rehabilitando torreones medievales y
posibilitando su acceso para el público (para el turismo) en la provincia de
Soria, se debería, con las cautelas y las medidas de necesarias, tanto para
garantizar las medidas de seguridad de los templos, como la de la integridad
física de las personas, hacer visitables los campanarios que reúnan condiciones
mínimas. No en vano, son espacios privilegiados para disfrutar del paisaje
circundante y suponen un atractivo considerable. La experiencia de subir a un
campanario dota de sentido a estas construcciones, al mantener su uso de alguna
manera.
Distintas campanas de la iglesia de San Esteban
Protomártir (Alcozar)
Por otro lado, urge, al modo que se hace en los cortes musicales del CD, registrar en todos los sitios que se pueda, cuantos más toques se pueda de mano de los sacristanes y campaneros que todavía quieran y puedan tocar las campanas, para garantizar el registro de un lenguaje que está condenado a perderse irremisiblemente.
Campanillos conservados en las iglesias de Santa María la Mayor (Pozalmuro), a la izquierda, y San Miguel (Cuéllar de la Sierra), a la derecha
Los distintos oficios y saberes que se agrupan en torno a una campana las
hacen objetos propicios para ensayar investigaciones de equipos
interdisciplinares, de los que tan necesitados estamos en España. En cualquier
caso, queda este modelo de investigación para extenderlo sistemáticamente a
otras provincias de Castilla y León, así como al resto del país.
APÉNDICE DOCUMENTAL
I
Archivo Diocesano de El Burgo de Osma, libro
515/7, ff. 21v-25r
(Libro de Fábrica de la iglesia del despoblado
de Rabanera)
Sentencia sobre el robo de campanas, y otras
alhajas,
de la iglesia del despoblado de Rabanera
(Ventosa de San Pedro).
Logroño, 1746, junio, 16
Copia de la
sentencia sobre la campana que se llevaron a Rabanera desde la Ventosa, y del
robo de alhajas.
f.21v
sobre haber extraído una campana y otras cosas, en el cual dicho pleito
habiéndose seguido por los términos regulares del derecho, estando concluso en
definitiva en diez de mayo pasado de este año, se dio y pronunció la sentencia
del tenor siguiente: en el pleito y causa que ante nos ha pendido y pende entre
partes: de la una, actores demandantes (...), y de la otra reos
demandados(...), a quienes se mandó comparecer personalmente en este tribunal
(...) sobre la extracción violenta que hicieron los susodichos asociados a
otros vecinos, con consentimiento del concejo del dicho lugar de la Ventosa, de
la campana mayor que había en la iglesia parroquial del lugar de Rabanera de
dicha jurisdicción, llevándola a la torre de la del dicho lugar de la Ventosa
(...)
Fallamos atento autos y méritos del proceso a que nos referimos que debemos
mandar y mandamos a los dichos (...) del dicho lugar de la Ventosa, que dentro
de quince días de la ejecución de esta sentencia, y en desagravio de la ofensa
hecha a la dicha iglesia del lugar de Rabanera en la extracción violenta de la
campana mayor de su torre, llevándola a la de la dicha iglesia de la Ventosa,
vuelvan y restituyan a costa de su concejo y vecinos a dicha iglesia de
Rabanera, poniéndola en su torre como antes estaba, y así lo cumplan, pena de
excomunión mayor y con apercibimiento, que procederemos a lo demás que de derecho
haya lugar, y respecto de constar de los autos la necesidad que padece el dicho
lugar de Palacio, su iglesia y vecinos en la falta de campana y que por no
haberla se han quedado algunos sin misa los días festivos por no oír el
cimbalillo que tiene: mandamos que restituida que sea a la dicha iglesia de
Rabanera y su torre la referida campana que fue, y traída de ella se ponga y
coloque por manera de depósito, hasta nueva providencia de este tribunal, para
en el caso de restablecerse la vecindad suficiente en dicho lugar de Rabanera
en la torre de la referida iglesia del dicho lugar de Palacio a costa de su
concejo y vecinos, lo que no se impida ni embarace por los del dicho lugar de
la Ventosa, ni otra persona alguna, bajo la misma pena de excomunión mayor, y
apercibimiento impuesto (...) y por la culpa justificada en estos autos contra
los dichos Juan Vallejo, Diego Martínez y demás vecinos de dicho lugar de la
Ventosa por la violenta extracción que hicieron de la dicha campana de la
expresada iglesia de Rabanera, los condenamos en las costas de esta causa cuya
tasación se haga a su tiempo, y por esta nuestra sentencia definitivamente
juzgando así lo pronunciamos y mandamos. Licenciado don Nicolás Crespo, de cuya
sentencia se interpuso apelación por parte de los dichos regidores, concejo y
vecinos de los dichos lugares de la Ventosa y Rabanera de que se dio traslado a
las contrarias, por quienes se renunció y, mandados llevar los autos, se dio
uno otorgando dicha apelación en el efecto devolutivo tan solamente mediante
ser dicha sentencia para la reintegración del despojo hecho a la iglesia de
dicho lugar de Rabanera de la campana e imagen de Nuestra Señora que
violentamente se extrajeron de ella, y lo demás que comprende un mero depósito
de sus alhajas facultativo de este tribunal y otorgamos dicha apelación...
Ruinas de la ermita del despoblado de Rabanera (Ventosa de San Pedro), tal como se pueden ver en la actualidad, perfectamente integradas en el bello paraje que la circunda, propio de Tierras Altas.
De una de las troneras, hoy vacías, pendería la campana sustraída a mediados del siglo XVIII
a la que se refiere la sentencia
transcrita anteriormente.
II
Diferentes gastos que originan las campanas de
la iglesia de San Vicente Protomártir, actual ermita de la Virgen del Vallejo,
en Alcozar (subida, refundición, lengua...)
“Más. Se le pasan en quenta al dicho mayordomo de quinientos y cinquenta y
cinco, digo, que son los dichos que se gastó en adereçar la lengua de la
canpana y yerro para dicha canpana y adereço” (Alcozar, 1655, septiembre, 8. AHDB,
libro 16/16 –Libro de Carta Cuenta
de la iglesia de Alcozar–, f.
13r).
Más. Se le pasan en quenta a el dicho maiordomo de quince reales y tres
maravedís que içieron de costa los ofiçiales que subieron la canpana (Alcozar,
1655, septiembre, 8. AHDB, libro 16/16 –Libro de Carta Cuenta de la iglesia de Alcozar–, f. 13v).
Más. Se le recibe en quenta al dicho mayordomo de biente reales que
costaron dos maromas para las canpanas (Alcozar, 1664, abril, 23. AHDB,
libro 16/16 –Libro de Carta Cuenta
de la iglesia de Alcozar–, f.
42v).
“Iten. Quatrocientos ochenta y
dos reales y ocho maravedís, que tubo de coste, por mitad a la fábrica, la
fundición de la campana más pequeña, que se quebró” (Alcozar, 1750, mayo, 25.
AHDB, libro 16/17 –Libro de Fábrica
de la iglesia de San Esteban Protomártir, Alcozar–, f. 69v).
“Iten. Son data dos mill doszientos veinte y nuebe reales y seis maravedís
que tubieron de costa [f]undir la campana grande y dos chicas de esta parrochia
que éstas se hicieron nuebas” (Alcozar, 1777, julio, 7. AHDB, libro
16/17 –Libro de Fábrica de la
iglesia de San Esteban Protomártir, Alcozar–, f. 166r).
Iten. Son data veinte y tres reales que tubo de costa el componer la
campana y otro tanto pagó el concejo (Alcozar, 1790, enero, 19. AHDB,
libro 16/17 –Libro de Fábrica de la
iglesia de San Esteban Protomártir, Alcozar–, f. 220r).
Una de las dos campanas, con
data (1778) y leyenda: Hízose siendo cura / D. Matheo / Juanillo
[1] Este trabajo se inserta dentro del Proyecto Cultural Soria Románica, un plan de conservación, difusión y divulgación del Románico de la provincia de Soria que se desarrolla entre 2007 y 2010. La Junta de Castilla y León promueve y financia este proyecto, gestionado por la Fundación Duques de Soria, con la colaboración del Obispado de Osma-Soria, gracias al convenio firmado por las tres instituciones. Más información en www.soriaromanica.es
[2] Valgan como ejemplo los dos siguientes títulos: Tres siglos de música en la catedral de El Burgo de Osma, Almazán, Centro de Estudios Sorianos, 1991; Órganos y organeros en la provincia de Soria, Madrid, Universidad Complutense, 2001.
[3] Al poco de comenzar la investigación, se publicó un extenso artículo en 1999, germen del volumen que nos ocupan estas páginas: “Estudio-Catálogo de campanas de la provincia de Soria: Fase I”, Celtiberia, 93, pp. 55-87, referencia inexcusable cuando de campanas sorianas se trataba, ahora superado por este libro. A este artículo siguieron una decena más, con especial atención a estos instrumentos musicales ubicados en la villa de El Burgo de Osma y la ciudad de Soria
[4] Esta infrarrepresentación, y la dificultad de integrar a Soria en el mainstreaming etnológico y antropológico castellano-leonés se muestra por ejemplo en la monumental serie de CD-libros Ser y estar en Castilla y León, que ha producido la Fundación Joaquín Díaz para el Museo Etnográfico de Castilla y León (Zamora). En los 191 registros colectados en los primeros cuatro discos compactos de esta obra de factura impecable (“La Naturaleza”, “Los Animales”, “La Indumentaria”, “La Cosecha”), tan sólo hay uno de Soria capital, otro de Almajano, y tres cortes de la misma informante de Monteagudo de las Vicarías, pueblo que está en la misma raya con la provincia de Zaragoza. Cinco en total sobre casi doscientas muestras.
[5] Se ha avanzado mucho en los últimos años en los
estudios sobre campanas, por lo general sufragados por organismos
institucionales. La Comunidad de Castilla y León destaca en este particular.
Algunos de los títulos más importantes son: Llop i Bayo, Francesc; Carril
Ramos, Ángel; Álvaro, Maricarmen, y Diego, Amable: Campanas y campaneros: una introducción al mundo de
los campaneros en tierras de Salamanca,
Salamanca, Diputación de Salamanca, 1986; Marcos Villán, Miguel Ángel y
Miguel Hernández, Fernando: Maestros
campaneros, campanas y su fabricación en Valladolid y su provincia: (siglos XVI
a XVIII), Valladolid, Diputación
Provincial de Valladolid, 1998; Sánchez del Barrio, Antonio y Alonso Ponga, José Luis: Las campanas de las catedrales de Castilla y León, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2002. En el próximo número de Culturas
populares se incluirá la recensión de otro libro (+CD) sobre campanas, en concreto:
Alonso Ponga, José Luis y Sánchez del Barrio, Antonio: La campana.
Patrimonio sonoro y lenguaje tradicional. La colección Quintana en Urueña. Urueña, Fundación
Joaquín Díaz, 1997. Este último libro es resultado de otro Inventario-Catálogo
de campanas castellano-leonesas, las correspondientes a la región de Tierra de
Campos (en las provincias de Valladolid, Zamora, y parte de la de Palencia). La
recentísima novedad editorial me ha impulsado a priorizar el estudio soriano al
que se dedican estas páginas.
[6] Sánchez, Galo: Fuero de Soria. Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1919, p. 77.
[7]
En 1777 se apunta el gasto de
2.350,5 reales que habrán de pagársele al campanero por dicha campana (Archivo
Histórico Diocesano del Burgo de Osma, libro 515/7, f. 80v), aunque habrían de
pasar tres años para que dicho pago se efectuase, junto a 330,5 reales de
hierro, y 15 más por componer la lengua de la campana (ibid., f. 85r).
[8] “Orientar a la población en un mundo en que la medición del tiempo se sustraía, por lo general, a sistemas comparativos referenciados en luces y sombras o a los silbidos del tren. El problema surgía cuando el día estaba nublo o el tren se estropeaba o pasaba con retraso”, según el testimonio de un soriano (Torre García, Leopoldo: Ecos rurales, Barcelona, Edicomunicación, 1987, p. 45).
[9] “Tentenublo, tente tú.
Si traes agua, ven acá.
Si traes piedra, vete allá,
a las eras de Alcalá”,
según la versión soriana, una variante más de las que se canturreaban en Castilla y servían de guía mnemotécnica para el tañido de los campanaros (Ibid., 46)
[10] Llamadas así “por los repiques de gloria que con ellas se hacen en las fiestas de Pascua” (Alonso Ponga y Sánchez del Barrio, Op. cit., p. 43).
[11] Por ejemplo, cuando se explica que, a pesar de la exhaustividad del inventario de campanas, “[t]al vez alguna se haya quedado escondida en algún lugar recóndito al que nuestros informante (sic) no supieron ubicar y nosotros no pudimos catalogar, al menos es público y notorio evidenciar que así sucede en dos pueblos” (p. 30). ¿Es realmente público y notorio cuando no se vuelve a hacer referencia a este hecho y no hay índice toponímico? ¿Costaba tanto explicitar el nombre de tales localidades? Por otro lado, con relación a las afinaciones de las campanas, tras expresar las de una docena de pueblos, se afirma: “Un caso extraño son las dos campanas de Derroñadas” (p. 165). ¿Por qué? Queda en el aire la pregunta.
[12] De este pueblo procede el informante de un documento, conservado en la Fundación Joaquín Díaz en Urueña, de extremo interés etnográfico, fechado en 1888, donde se narra el ritual de fundición de campanas de campaneros del pueblo soriano de Trébago (publicado por vez primera en Alonso Ponga y Sánchez del Barrio, Op. cit., pp. 23-4. Se cita, lógicamente, en el libro objeto de esta reseña (p. 56 nota 46), aunque su gran interés hubiera justificado volverlo a transcribir.