Gonzlez Fernndez, Luis. Puntos de vista y puntos de mira en El pleito que tuvo el diablo con el cura de Madrilejos. Culturas Populares. Revista Electrnica 5 (julio-diciembre 2007).

http://www.culturaspopulares.org/textos5/articulos/gonzalezfernandez.htm

 

ISSN: 1886-5623

Recibido: 27/11/07    Aceptado: 29/11/07

 

 

 

Puntos de vista y puntos de mira en El pleito que tuvo el diablo

 con el cura de Madrilejos

 

Luis Gonzlez Fernndez

FRAMESPA (CNRS-UMR 5136)

Universit de Toulouse-Le Mirail

 

Resumen

Este trabajo pretende explorar los diferentes puntos de vista expresados en la comedia El pleito que tuvo el diablo con el cura de Madrilejos, compuesta en la dcada de 1630 por Luis Vlez de Guevara, Francisco de Rojas Zorrilla y Antonio Mira de Amescua. Se examinan los puntos de vista de diversos grupos de personajes como pueden ser los del entorno familiar de la protagonista Catalina la Rosela, los de las autoridades religiosa y civiles, y por ltimo los posibles puntos de vista del pblico y de los dramaturgos. Basndose en hechos reales de principios del siglo xvii, la comedia cuenta la vida protentosa de Catalina y del exorcismo al que fue sometida por el Cura de Madrilejos (Madridejos, Toledo).

Palabras clave. Demonio. Punto de vista. Exorcismo. Comedia nueva. Mira de Amescua. Vlez de Guevara. Rojas Zorrilla. El pleito que tuvo el diablo.

 

Abstract

 This article seeks to study points of view as expressed in the play El pleito que tuvo el diablo con el cura de Madrilejos (The law suit between the devil and thePriest from Madrilejos), written in the 1630s by Luis Vlez de Guevara, Francisco de Rojas Zorrilla y Antonio Mira de Amescua.Different points of view are considered: those that arise from Catalina la Roselas family circle, those expressed by religious and civil authorities and finally the hypothetical points of view of the public and the playwrights. The play is based on events that took place in the early seventeenth century: the parish priest of Madrilejos (modern day Madridejos, Toledo) performed an exorcism on Catalina.

Keywords. Devil. Point of view. Exorcism. Spanish seventeenth-century theatre. Mira de Amescua. Vlez de Guevara. Rojas Zorrilla.El pleito que tuvo el diablo.

 

S

i existiera tal premio, El pleito que tuvo el diablo con el cura de Madrilejos estara entre los mejores candidatos para el ttulo ms largo de una comedia urea. Esta obra escrita probablemente en la dcada de 1630[1] es el fruto de las plumas de tres ingenios, Luis Vlez de Guevara, Francisco de Rojas Zorrilla y Antonio Mira de Amescua, ocupndose cada dramaturgo respectivamente de las jornadas primera, segunda y tercera. El primer testimonio impreso de la obra se encuentra en la serie de Comedias escogidas y vio la luz en Madrid en 1652, a ste le sigue otro en Lisboa en 1653 y varias sueltas en las postrimeras del diecisiete y a lo largo del siglo dieciocho[2]. En la poca moderna goz, entonces, de varias ediciones y de una acogida ms que favorable entre el pblico para luego caer en el olvido editorial ms absoluto hasta la recentsima edicin llevada a cabo por Francisco Jos Snchez y lvaro Ibez Chacn. El que hasta el ao pasado no haya habido una edicin contempornea explica en gran medida el hecho de que la crtica tampoco haya prestado mucha atencin a esta comedia, excepto para nombrarla de paso como perteneciente a uno u otro de los dos mayores ingenios del trio mencionado, ya sea Vlez ya sea Mira de Amescua. Hace unos aos Abraham Madroal Durn dio a la obra, junto con otras, un poco ms de atencin crtica en un artculo sobre comedias escritas en colaboracin: a ste sigui otro artculo del mismo autor centrado exclusivamente en la comedia que nos ocupa[3]. En una notable monografa sobre la literatura relacionada con el exorcismo, la estudiosa norteamericana Hilaire Kallendorf describe brevemente nuestra obra al compararla con otros textos de la poca moderna[4]. Mi recuento de la bibliografa crtica sobre El pleito casi se acaba aqu. Desconozco la existencia de cualquier otro estudio de la obra, no siendo la veintena de pginas que le dediqu en mi tesis doctoral y la tesina de licenciatura que, bajo mi direccin, redact Anna Sinouet en 2004[5].

Snchez e Ibez, los editores de esta comedia, sealan con acierto la suerte de la que suele gozar este tipo de obra, dicen: lamentablemente nos encontramos con la constatacin de que las obras creadas con el concurso de ms de un ingenio no han gozado, ordinariamente, de estudios metdicos y rigurosos (p. 337). La constatacin es por supuesto ms que vlida para la obra que nos ocupa. Su reciente publicacin debera poner al alcance de un mayor nmero de lectores y estudiosos esta obra para nada carente de inters. Contiene esta comedia muchas de las imperfecciones que le suelen achacar a las que se escribieron en colaboracin como pueden ser la falta de continuidad de ciertos aspectos de la trama y diferencias de calidad entre una jornada y otra debido a la pericia y la inspiracin o falta de ella del dramturgo de turno. Sin querer vender esta pieza como una de las obras maestras del teatro ureo, quisiera por lo menos sealar algunos de los elementos que hacen de ella una especie de rara avis en el vasto elenco de la comedia nueva. Como ha apuntado, entre otros, Abraham Madroal, la trama est inspirada en un hecho real que se produjo en 1604 y en el que un valeroso sacerdote logr librar a una mujer de los demonios que la posean[6]. La obra colectiva de los tres dramaturgos lleva al escenario los acontecimientos previos al exorcismo y lo que se ha descrito como el proceso de exorcismo ms elaborado del teatro clsico espaol. Esto de por s es extraordinario, ya que en la comedia urea ni abundan los curas ni los exorcismos, aunque los demonios s, y aqu apenas se dejan ver. Extraordinario tambin es el hecho de que esta obra es la nica que conozco en la que se puede ver sobre las tablas algo parecido a un demonio ncubo. Pero ninguno de estos puntos son los que me interesan aqu.

El punto de partida de este trabajo reside en el hecho de que El pleito es una comedia que, sin ser por supuesto un fiel reflejo de la vida cotidiana del siglo XVII, ofrece una visin aguda de las relaciones humanas comunitarias y de cmo stas, por dispersas que se encuentren al principio, pasan por el embudo del modelo de vida y costumbres imperante, el que representa y propaga la Iglesia catlica (y los poderes civiles) frente a cualquier tipo de heterodoxia, y el que en fin de cuentas el teatro ureo ayud a consolidar.

En las pginas que siguen quiero centrar mi atencin en lo que llamar cmodamente punto de vista en la obra y, en algunos casos concretos, en la transmisin del punto de vista. Por punto de vista entiendo, aunque cabe matizar ms, el lugar moral desde donde un individuo observa a otro y la expresin verbal de una opinin relativa a la persona observada. En cuanto al punto de mira, he querido emplear este trmino con la intencin de reflejar el hecho de que en la historia que se representa en esta comedia la mirada de la mayora de los personajes est puesta en otro, el de Catalina la Rosela: la mirada se dirige en particular hacia la afliccin misteriosa que padece. A partir de esa mirada se irn formando los diversos puntos de vista que se evocan en la obra. Es ms pertinente desde luego hablar de puntos de vista ya que de entrada habra que distinguir varios enfoques. Podemos hallar los puntos de vista de tres dramaturgos distintos, los de un pblico variopinto (y en estos dos primeros campos me resignar a mantenerme en lo hipottico, por falta de pruebas, no disponemos de ninguna opinin de contemporneos que hayan visto la obra, slo podemos inferir su popularidad a travs del nmero de ediciones antiguas y representaciones), y por ltimo aqullos evocados por los personajes que, como veremos, son primero distintos, pero luego convergentes a medida que avanza la obra. Para intentar estructurar de manera ms o menos razonada el recuento de las manifestaciones relacionadas con los puntos de vista y su eventual transmisin me parece conveniente dividir el proceso en tres apartados. El primero se ceir a la expresin del punto de vista de las personas del entorno familial o afectivo de Catalina la Rosela, el segundo al de los representantes de las autoridades civiles y religiosa, y el tercer apartado al de los posibles puntos de vista del pblico y de las estrategias dramatrgicas para la transmisin de una idea concreta.

 

Parientes y prjimos: Punto de vista y su transmisin

En el reducido reparto de la obra, el entorno familiar y afectivo de Catalina la Rosela es representado por su hermana, Mari Snchez, por una en palabras de Abraham Madroal  criada deslenguada , Marina, y por el labrador Mateo Lorenzo, el enamorado de Catalina. Dentro de los lmites de lo verosmil o del decoro, la hermana, por su grado de parentesco, y el amante no correspondido pero fiel, demuestran ser quienes mayor grado de afecto tienen por Catalina y esto lo reflejan los dramaturgos mediante las expresiones que ponen en boca de los dos personajes a la hora de referirse al extrao comportamiento de Catalina. Las primeras palabras que Mari Snchez dirige a su hermana son las siguientes: Qu melanclica vienes / Catalina (vv. 178-179), a lo que la afligida responde con una serie de tpicos relacionados con la mencionada enfermedad; la hermana habla en otras ocasiones de: Pasin extraa / notable melancola / de la sangre requemada, / como los mdicos dicen (vv. 202-205); melanclico humor (v. 275); notable melancola otra vez (v. 295); gran melancola (v. 553); terrible pasin (v. 556); tu notable enfermedad (v. 559); Notables extremos son / los de tu melancola, / si acaso te han hechizado? (v. 570-572); Que esto un humor haga / melanclico (vv. 605-606). Antes de comentar lo relativo al punto de vista en estas declaraciones monotemticas de la hermana quiero detenerme en las del amante en esta primera mitad de la jornada inicial. Su primer diagnstico acerca de Catalina menciona la pasin peregrina / que la atormenta (vv. 388-389). Luego, al or unas voces [...] horrendas y [...] atroces e identificarlas como pertenecientes a su amada, dice: Catalina la Rojela / es esta: pas a locura / su extraa melancola (vv. 425-427); y al verla aparecer, medio destrozada tras una estrepitosa cada, concluye Oh, incurable enfermedad, / la desdicha y la locura! (vv. 449-450). Siguen:  notable locura (v. 498);  melanclico humor (v. 500); extrao furor (v. 501); inhumano desdn (v. 505); terrible pasin (v. 509); furioso accidente (v. 510) —accidente nada tiene que ver aqu con el despeamiento—, y para acabar una enfermedad como esta (v. 515). En las aproximadamente veinte ocasiones en las que los de su entorno prximo se refieren a la afliccin podemos destacar una preferencia por el trmino melancola, sobre todo cuando habla la hermana, y esto a mi parecer responde a un designio autorial, el de representar a la hermana como una persona a quin la idea de enfermedad melanclica puede convenir como explicacin ante las posibles reacciones de sus vecinos. No se refiere a la afliccin de Catalina en otros trminos a pesar de ser consciente de que su notable enfermedad transciende los lmites de lo socialmente aceptable. En dos ocasiones la hermana ruega a Catalina que se controle en sus excesos: no escandalices la Pascua / hoy del Espritu Santo (vv. 212-213, la cursiva es ma); y Ha de tener fuerza tanta / un melanclico humor, / hermana, que ha de ser causa / de tanto escndalo aqu (vv. 274-277, cursiva ma). La extraeza de Catalina provoca en Mari Snchez cierta confusin, la de no poder del todo definir la enfermedad, de ah los adjetivos empleados, y al mismo tiempo hay un intento de aferrarse a la definicin menos comprometedora socialmente, la de la melancola. A fuerza de repetirse que es melancola se hace realidad para Mari Snchez (de puertas para afuera) esta explicacin de la patologa que todos presencian. Consciente, sin embargo, de que la afliccin va ms all de su propio entendimiento, llegar incluso a evocar dentro de su crculo privado la cuestin de la hechicera en un curioso intercambio con su hermana. Enfoca la idea como causa de la enfermedad de la Catalina: si acaso te han hechizado?. Es sta una manera de explicar su desconcierto frente a la fuerza de la afliccin que padece Catalina y as eximir a la melanclica de cualquier responsabilidad. La respuesta de Catalina es elocuente: Cmo esto me ha murmurado! / Y an el alcalde deca / denantes que era hechicera (vv. 573-575). La idea inicial de Catalina como vctima que presenta la hermana se transforma en la de Catalina como agente del mal. La transformacin viene de antes, de las palabras del alcalde, que el pblico ya ha odo, pero Catalina se apropia de ellas y da forma a una idea que pareca ajena al comentario de la hermana, que aparentemente empieza a ver en Catalina un ser ms inquietante: No s qu me diga de tu mal dir a continuacin. El punto de vista inicial propuesto por Mari Snchez acerca de la enfermedad de su hermana suena constante en la primera mitad de la jornada frente a otras voces menos compasivas, pero una vez evocada la cuestin hechiceril, se ver atrada hacia las opiniones ms hostiles aunque, como buena hermana, no slo no se une a la caza de brujas que se organiza, sino que ayuda a su hermana en la fuga.

Mateo Lorenzo, por su parte, como algunos otros, ya ms alejados del ncleo familiar de Catalina, refleja tambin cierta perplejidad ante Catalina. Encontramos en su discurso el trmino melancola, que viene desde el principio asociado al de la locura, y aunque su terminologa indecisa lo site en una esfera afectiva ms alejada de Catalina, su amor lo llevar a querer aceptar a la enferma con sus sntomas extraos. Recordemos cmo describe a Catalina y sus horrendas voces a la vez que camina hacia ella. Se ve confrontado a lo grotesco, a la ira y a la violencia, y se mantiene fiel, aunque con la terminolgica que emplea refleja un punto de vista que vacila entre la compasin y el miedo (pero curiosamente no el rechazo). En esta historia que enfrenta una mujer a la mirada de todo un pueblo, el rechazo vendr de los representantes de la autoridad.

 

La autoridad: punto de vista y transmisin

Gran parte de los personajes de la comedia entran en escena de manera vistosa en la representacin de una procesin en honor a la fiesta del Espriu Santo, las mujeres perdidas en una multitud (toda la compaa de cofrades, todos, todas, dice la larga acotacin inicial)[7] y Mateo Lorenzo de portaestandarte. Tenemos en escena al principio de la obra a toda la sociedad, compacta, organizada en una direccin nica, procesional, y dejando aparte las diferencias de indumentaria y el rango social que marca, nos encontramos con una actitud nica, la que lleva a la comunidad a honrar al tercer componente de la Trinidad. La representacin que aparentemente pinta Vlez de Guevara es la que propone orden y jerarqua y as lo confirman las primeras palabras en boca del Alcalde de Tembleque, que da la bienvenida y marca quines han de entrar primero en la ermita para celebrar la misa. Las dems figuras de autoridad, el maestre don Juan de Guevara, el escribano y el cura contribuyen a la solemnidad del acto con sendos comentarios pertinentes, siendo el ms vehemente el que emana del maestre: Que lo que el alcalde manda / se obedezca es justa cosa (vv. 26-27). Inmediatamente despus de esta demostracin del poder civil y religioso Vlez de Guevara introduce lo que se podra considerar como un elemento que muestra la artificialidad del acontecimiento y la presencia de un peligro en la persona de Catalina. El mismo don Juan que momentos antes contribua al establecimiento del orden procesional que acabo de describir ser el primero en romper filas para exclamar: Ay, ojos / labradores de mi alma / qu locos llevis los mos! / Vuestras doradas pestaas / no son flechas rayos son (vv. 33-37). Acto seguido ser Mateo Lorenzo quin exclame: Por ir siguiendo las plantas / de Catalina, he dejado / a otro deudo y camarada / el estandarte (vv. 38-41). Si el objeto del deseo del maestre resulta ambiguo ya que dice Mari Snchez: No s / a cul de las dos hermanas / remira el comendador (vv. 41-43), las palabras de Mateo Lorenzo no dejan lugar a duda de que su mirada se va hacia Catalina. Hemos visto cmo para Mari Snchez, su hermana puede ser un motivo de escndalo pblico, aqu vemos cmo se convierte en un objeto de veneracin de, probablemente, dos pretendientes, uno de alto rango social que debera fijar su mirada en otro lugar, o por lo menos en una mujer de su estado, y el segundo, que abandona su puesto de abanderado del Espritu Santo por un amor terrenal. Catalina representa entonces una afrenta a los usos jerrquicos al ser deseada por el maestre, superior social, y a los eclesisticos al constituir el motivo por el cual un feligrs abandona una solemne procesin para entregarse a cuestiones de amor. En la sociedad que haba heredado y practicaba ideas misgenas que vean en las mujeres objetos de tentacin y ministros del demonio Catalina se convierte desde los versos iniciales de la obra en una persona capaz de mover los hombres a la inmoralidad[8], se la representa como un peligro para el orden establecido. Esta sensacin no har sino crecer a lo largo de la obra, como tendremos ocasin de ver en el siguiente apartado.

En lo que se refiere al tiempo escnico, Catalina llama la atencin de las autoridades por primera vez a la entrada de la ermita cuando se ve asaltada por una especie de visin de horrores serpentinos: Una niebla de culebras / contra mi pecho enroscadas (vv. 281-282) la impide entrar a la ermita. En las reacciones que siguen encontramos, como en cualquier pueblo, una multitud de hiptesis. Al ya mencionado Notable melancola se aade un Brava enfermedad en apariencia neutro del Alcalde en presencia del maestre. La brevedad del dicharachero alcalde quiz responda a un intento de correr un tupido velo —en una estrategia parecida a la que he sugerido emplea Mari Snchez— a una situacin indeseada que desdora la imagen de su pueblo ante una visita de alcurnia como es el maestre, y contrasta con la subsiguiente locuacidad de don Juan de Guevara que dice:

 

A mi parecer tan rara

que de la melancola

todos los lmites pasa

y, entrando en segunda especie,

es locura confirmada.

(vv. 298-302)

 

La opinin sentenciosa del maestre coincide ms o menos con la de Mateo Lorenzo, al unirse a la melancola la nocin de locura. A los ya expuestos viene a aadirse, casi accidentalemente, otro punto de vista mucho ms peligroso para Catalina que servir de catalizador de las ideas que gobernarn la futura actitud de las autoridades. El Escribano, de manera muy profesional y como citando los mejores manuales teolgicos de teoras acerca de las brujas, dice:

 

Yo doy fe, como escribano,

que he visto hacer extraas

temeridades a solas,

hablando entre s, y con hartas

demostraciones de furia

y de espantosas palabras,

romperse el vestido,

y quedarse desmayada

por dos das, de manera

que han estado ya las andas,

con la Hermandad de Tembleque,

a la puerta de su casa

para llevarla a enterrar.

(vv. 303-315)

 

A pesar de que en ningn momento mencione el Escribano explcitamente la palabra bruja o hechicera, al hasta ahora parco en palabras Alcalde le falta tiempo para llegar a dicha conclusin, que no poda sino estar en boca del pblico:

 

Yo he dado en una bellaca

sospecha, porque la he visto

intentar tan temerarias

cosas que, menos que siendo

hechicera o bruja, estaba

por decir que era imposible

hacerlas ni ejecutarlas.

(vv. 316-322)

 

Las palabras sabiondas del Escribano que expresa un secreto a voces sirven, a mi parecer, como el desencadenante necesario para que las autoridades representadas por el Alcalde y el maestre se unan en un mpetu represivo que ir cobrando cada vez ms fuerza. El Escribano da pie a que el pueblo y sus representantes identifiquen con nombre y apellidos a un elemento fuera de lo normal, a un peligro contra el cual ha de caer el peso y rigor de la autoridad. Consciente quiz de que el evocar en la plaza pblica los extremos protagonizados por Catalina constituye ya el comienzo de un proceso irreversible, o asustado por la glosa que hace el Alcalde de sus palabras, vemos como el Escribano intenta reenfocar la disquisicin hacia un terreno menos agresivo:

 

Cesad, alcalde, que pienso

no debis de tener alma,

pues esta bellaquera

se os pone en la calabaza.

No sabis que estas mujeres

son hijas de gente honrada

de Tembleque, y conocimos

a sus padres, que Dios haya?

Y que Catalina Snchez,

a quien la Rojela llaman

por su padre, desde nia,

y Mari Snchez, su hermana,

han sido ejemplo, en Tembleque,

de doncellas y casadas?

Esta es una enfermedad

que Dios le ha dado, y maana

os la puede dar a vos.

(vv. 323-339)

 

La inherente confusin de ideas ante este caso inslito da lugar a un debate sobre las malas lenguas en los pueblos en el que cada cual de nuevo expresa su opinin, pero al producirse una serie de incidentes de lo ms extraos vemos como las autoridades hacen causa comn para prender a Catalina con el propsito de castigarla en escenas que recuerdan otras de tentativas de ejecutar un tipo de justicia expeditiva y popular. No quisiera de nuevo ser prolijo citando ejemplos, que abundan, de  modo que intentar resumir.

La autoridad local representada por el Alcalde aboga por medidas drsticas y violentas que tienen como objetivo el llevar a Catalina a Toledo a comparecer ante el tribunal del Santo Oficio. El maestre mitad amante mitad comendador oscila entre un apoyo tcito a las palabras del Alcalde y una tibia tentativa de designar a Catalina como loca:

 

Que es locura,

imagino, este rebato,

y que no tiene ms culpa

la pobre, que el testimonio

que la levantan

 (vv. 978-981)

 

Busca el maestre, como los vecinos del lugar, evitar vocablos que causen mayor conmocin social. El ltimo personaje representativo de la autoridad del que quiero ocuparme aqu es el del Cura de Madrilejos —figura de referencia en la obra ya desde el ttulo— que se destaca por una marcada discrecin hasta finales de la primera jornada donde muestra un inters intelectual o casi cientfico por el caso de Catalina. En medio de tanta opinin profesa sirven de contrapunto las sobrias palabras del Cura, que precisamente mantiene cierta reserva en cuanto a su punto de vista, dice:

 

De aqueste grave accidente

y no natural, infiero

alguna causa que yo

he de averiguar, si puedo,

por ms que ella lo resista.

(vv. 845-848)

 

Sienta aqu las bases para lo que ser el comienzo de un enfrentamiento y una minuciosa investigacin. Asoman ya en el discurso del clrigo el misterio, cierto orgullo intelectual y un atisbo de violencia latente. La prxima aparicin del Cura llegar en una escena de caza en la que el intrpido sacerdote sale con escopeta y los que pudieren afirmando:

 

Yo he de ver

agora si he de vencer

la dificultad pasada;

ninguno en el blanco ha dado

yo slo le he de acertar.

(vv. 1379-1383)

 

Las voces del Cura son de lo ms adecuadas y profticas, describe, en una buena muestra de irona dramtica, lo vacuo e incierto de los puntos de vista hasta ahora expresados por los habitantes del pueblo de Tembleque y pronostica su propia resolucin del enigma de la afliccin de Catalina. En caso de que al pblico le quedaran dudas sale de entre los arbustos Catalina para confirmar lo dicho:

 

Dices bien, pues enmendar

lo que todos han errado

t slo puedes, pues eres

sacerdote y confesor,

y enmendars el error

de todos    

(vv. 1384-1390)

 

Aunque considera una por una las hiptesis evocadas por los pueblerinos,

 

Cuando alguna vez provoca

a furia sus pensamientos

con diversos movimientos,

la tienen todos por loca;

cuando, aguda y bachillera,

sabe, estndose en su casa,

lo que en otras partes pasa,

la tienen por hechicera;

cuando en otras ocasiones,

sale a robar y ofender,

la tenemos por mujer

de malas inclinaciones;

cuando no hay santo que deje

sin blasfemia y sin ofensa,

porque es su clera inmensa,

la tenemos por hereje;

cuando est quieta algn da

y apacible la tratamos,

vindola triste pensamos

que es su mal melancola.

Afectos tan diferentes

proceden de una ocasin?

En la humana condicin

no hay tan varios accidentes.

(vv. 1931-1954,  cursiva ma)

 

al Cura no le satisface ninguna y llegar a la conclusin de que Catalina ha sido poseda por el demonio: Ninguna causa me agrada / de las que la gente da: y as s cierto que est / la mujer endemoniada (vv. 1955-1958); al ser enfrentado a una novsima opinin por parte del cambiante comendador as digo que sta es mala inclinacin, el Cura espeta: Catalina la Rojela / tiene demonios, seor (vv. 1996-1997). Las divergencias en cuanto al punto de vista convergen aqu ms o menos definitivamente (aunque espordicamente se vuelva a la melancola – ser Mari Snchez quien lo evoque) hacia el punto de vista del clrigo, y no por un ejercicio retrico en el que se expresen razones irrefutables: el alcalde dice en aparte al maestre Pienso que el cura se engaa (v. 2046) y don Juan constesta Quiz no, pues que porfa (v. 2047). La imposicin del punto de vista correcto se ejecuta mediante la insistencia del cura, que alcanza la verdad porque sopesa las dems posibilidades y defiende con tesn la nica explicacin posible, la de la posesin, los dems puntos de vista se esfuman simplemente por su multiplicidad, son muchos puntos de vista, no compartidos por todos, de modo que son errneos. El cura, poseedor de ciencia, conocedor de lenguas (emplea latin y griego)[9] impone su opinin y el resto de la historia consistir en el largo camino hacia el exorcismo. Las autoridades civiles tienen reflejos de castigo y de control pero son ineficaces frente al poder diablico que ha infiltrado el cuerpo de Catalina. Por el contrario, el cura, mediante la fe y sobre todo la sabidura del clrigo instruido, representar sin embargo, la nica autoridad competente, la de Dios y la de la Santa Madre Iglesia. Ser pues el punto de vista de la Iglesia y su representante, el Cura, el que se imponga, no slo en la resolucin del misterio, sino en lo que se refiere a la resolucin del exorcismo.

 

Pblico: punto de vista y transmisin

En los dos primeros apartados he evocado la ambigedad que veo en la expresin de puntos de vista, como el de Mari Snchez, que aun estando tan aparentemente convencida de la melancola de su hermana, deja entrever en su comportamiento un intento de encubrir una verdad que sospecha y que es muy distinta de la versin que mantiene pblicamente con la repeticin de la palabra melancola. Mateo Lorenzo, que no pertenece a la casa de Catalina, y que por lo tanto no conoce tan bien a su amada, no se decide claramente entre la nocin de melancola y locura. Lo mismo le ocurre al maestre que, adems de ser en lo que a punto de vista se refiere, un plido reflejo de Mateo Lorenzo, representa a su casta y concluye en un momento determinado que Catalina es una criminal digna de ser castigada. El Escribano en un intento de lucirse contando lo que sabe es quien primero evoca la opinin de que Catalina es una hechicera, y apenas abiertas las puertas de la sospecha las quiere volver a cerrar, consciente de lo que puede ocurrir:  el linchamiento de Catalina y el alboroto de la sociedad. Los nicos puntos de vista firmes entre los personajes son el del Alcalde, que porfa en su creencia de que Catalina es bruja o hechicera y que con su insistencia logra transmitir el sentimiento a los dems pueblerinos, y el del Cura de Madrilejos que porfa an ms, logrando convencer a todo el mundo que su hiptesis es la nica vlida. La transmisin de su punto de vista se vive como un artculo de fe: lo dice el cura, insiste, con lo cual ser verdad, no hay apenas discusin. Ante todos estos diferentes puntos de vista cabe pregunatrse dnde se sitan el pblico y los dramaturgos.

Es de suponer que la mayora de los espectadores de la comedia en sus primeras representaciones creyeran en la posesin fsica de las personas por uno o varios demonios. Tenan no slo el testimonio incontestable de los relatos evanglicos y el de numerosos telogos sino sin duda el conocimiento de casos notorios de su poca. Con lo referente al exorcismo no nos encontramos al mismo nivel que con la demonologa. Si en los relatos de los tericos de las ciencias o poderes del demonio la tendencia es la del distanciamiento del narrador frente a lo narrado, de modo que siempre se trata de acontecimientos que ocurrieron en tal lugar (a menudo geogrficamente distante) o que le fueron relatados al telogo-demonlogo por un amigo o una persona respetable pero que no se nombra, en lo que atae al exorcismo, los propios exorcistas refieren con gran detalle lo que les ha ocurrido: son pues prrocos o clrigos los que ofrecen relatos verdicos sobre la posesin demoniaca: el reverendsimo padre fray Luis de la Concepcin, en su manual para exorcistas, Prctica de conjurar (1673), ofrece consejos basados en su propia experiencia a otros exorcistas. Estos hombres que conversaban con el demonio para luego vencerlo[10], no dejaran de tener una gran autoridad moral sobre los feligreses[11]. No me cabe duda entonces que el punto de vista expresado por el cura de Madrilejos encontr una aceptacin mayoritaria entre los asistentes a la comedia, ya que la obra acaba con un proceso de exorcismo en el que, si bien no se recurre al rito en s, por una razn clara como puede ser el no representar livianamente sobre un tablado un rito solemne de la Iglesia[12], si se escenifica la expulsin de las legiones de demonios que invaden el cuerpo de la posesa.

Los dramaturgos juegan a lo largo de la obra con un discurso tan ambiguo como los puntos de vista de los personajes que pintan, sobre todo en lo referente a la protagonista. Sera demasiado largo citar todas las ocasiones en las que se pone de manifiesto esta ambigedad, con lo cual ofrecer ms bien un resumen de lo que ocurre, para llegar ya a las conclusiones. Se sitan los dramaturgos entre la presentacin de Catalina como una mujer digna de compasin y una mujer que refleja todos los tpicos relacionados con la abyeccin, en particular la abyeccin femenina. Queda ya dicho que desde los primeros instantes de la accin Catalina es colocada en el punto de mira de dos personajes masculinos, y tambin en el punto de mira del pblico, al ser sealada. Lo que en una comedia de enredo tpica poda ser un atributo favorable de la herona pasa a ser en esta comedia atpica el primer eslabn de una estrategia potica de relacionar a Catalina con lo abyecto. Su belleza (en una poca en la que todo el mundo era consciente de la caducidad de la carne) no inspira admiracin sino que es resaltada como el motivo por el cual dos hombres abandonan sus obligaciones religiosas de devocin hacia el Espritu Santo. El que acto seguido Catalina sea incapaz de entrar en la ermita la sita fsicamente fuera de la comunidad de cristianos (como el diablo o los herejes o infieles). Esta incapacidad o renuencia a la hora de rezar o a la de entrar en un lugar santo se repite en varias ocasiones en las tres jornadas, con lo cual ha de tener su importancia en la caracterizacin de la protagonista. La repeticin hace que una vez establecida la idea de la irreligiosidad de Catalina, el pblico no se olvide y que en definitiva no cambie de punto de vista. A estas manifestaciones de autoexclusin de la comunidad se aaden otras que provocan el rechazo por parte de la comunidad hacia Catalina. Tiene visiones terrorficas de monstruos tradicionalmente asociados con el mundo infernal como pueden ser serpientes, basiliscos o dragones, aunque tambin mosquitos mostruosos cada cual como un lechn (v. 600), dice, y no s si Vlez de Guevara buscaba aqu la compasin del pblico, la risa (Catalina est hablando con la criada, Marina), o si le falt inspiracin a la hora de encontrar una rima para conversacin[13]. Estas visiones la afligen y la sitan a la vez en el campo de lo diablico y de la vctima. Parecido procedimiento se puede observar en cuanto a la degradacin corporal de Catalina. La vemos en dos ocasiones cubierta de sangre, una vez tras haberse lanzado, furibunda, desde un peasco y la siguiente tras haber sido rescatada de una tumba donde los pueblerinos, con el beneplcito de un mdico, la haban enterrado, creyndola muerta tras un desmayo. Los dramaturgos nos enfrentan aqu a la incmoda imagen de la mujer herida y ensangrentada[14]. Las posibles interpretaciones de la presencia de la sangre femenina en la caracterizacin de Catalina son mltiples, desde las implicaciones teolgicas que conlleva la destruccin voluntaria del cuerpo (el suicidio), a las del rostro herido de una mujer hermosa que no dejara de impresionar al pblico como pudo hacerlo el cuerpo sangrado de Menca en El mdico de su honra. Luego estn las cuestiones relacionadas con la visin judeocristiana de la sangre femenina como especie de tab[15], y la que refleja el miedo ancestral de ser enterrado vivo. En ambos casos, el despeamiento y el rescate de la tumba, el discurso de Catalina es de una violencia considerable. Mateo Lorenzo inconsciente quiz de que a una mujer despeada no le valen requiebros, se ve amenazado de muerte y en el episodio del rescate sale Mateo con Catalina agarrada al cuello, no cual tierna doncella salvada de la muerte sino hecha una furia y gritando: Harete mil pedazos, / fantasma del horror, / entre mis brazos! (vv. 1861-1862). Si bien acaba por templar su ira, el pblico no habra olvidado que un poco antes Catalina haba amenazado nada menos que al cura de la siguiente manera:

 

Es furor,

que no puedo resistir,

y as es mejor vuelva a ser

nuevo espanto desde aqu:

hoy has de ser de mi rabia

despojo, para que as

la sed que de sangre humana

tengo, con tu sangre vil

satisfaga.

(vv. 1478-1486)

 

 

La representacin de la mujer asesina chupadora de sangre (por muchos tipos folclricos parecidos que hayan existido)[16] caus sin duda cierta impresin en el pblico, y sospecho que ms que las escuetas escenas de pathos, lo que ms estaba destinado a marcar al espectador eran las imgenes de horror y de sangre[17]. Queda fuera del alcance de este trabajo el analizar todos los aspectos relacionados con la degradacin potica de la figura de Catalina, pero quisiera recordar brevemente unas sugerentes palabras de Patricia A. Marshall que, en una monografa sobre la anatoma y la escenificacin en Caldern, dice:

 

Estos estados corporales alterados, degradados, enfermos y fragmentados no solamente sugieren la crisis y la violencia social, sino que tambin se emplean como manera de construir una fuerte crtica social. Al desarrollar la vertiente potica de estas partes del cuerpo, Caldern tambin enfatiza o dramatiza la tensin o el conflicto tpicamente barroco entre la parte (el individuo) y la totalidad (el estado).[18]

 

Cabe la posibilidad de que nuestros tres dramaturgos hayan pensado su obra como una crtica hacia la multitud de opiniones infundadas y las supersticiones, o contra la murmuracin, pero lo que salta a la vista en esta comedia es sobre todo esa lucha de una comunidad finalmente homognea (aqu el pueblo puede reemplazar la idea del Estado citado por Marshall) contra el individuo violento y antisocial que se encuentra tan bien caracterizado en el personaje de Catalina. Rene en su persona todos los peligros. A su violencia verbal y fsica podemos aadir la capacidad de vuelo, de hacer volar a otros, de dejarse seducir por un demonio, de hacerse pasar por santa y de hacer desaparecer la comida del festn preparado por el Alcalde para sus huspedes. Su comportamiento antisocial, su extraeza mental y verbal, hacen de ella una persona relacionada con la alteridad, con lo fuera de lo comn y con lo peligroso. Para acabar ya con este demasiado largo repaso de incidentes en la comedia dir que para un teatro que abunda en demonios uno de los factores ms extraos a mi modo de ver es que, llegado el exorcismo, el pblico no ver a los demonios. stos, que son varias legiones, hablan por boca de Catalina (no hay elementos que permitan saber si la actriz sigui empleando su voz normal o si habl de manera ms diablica), y al ser arrojados del cuerpo el nico efecto espectacular es sonoro: Aqu hay gran ruido de terremoto, morteretes y cajas (acot. v. 2813). A lo largo de la obra hemos visto como Catalina ha sido el centro de atencin tanto de la comunidad en la que se mueve como del pblico. Salvando algunos episodios cmicos, casi todos los discursos ofrecen puntos de vista relacionados con la protagonista. Es sin duda lgico, pues se trata aqu de la historia de la posesin de Catalina, pero tambin es la historia de una sociedad y de cmo esa sociedad cierra filas contra cualquier amenaza. La mecnica de la comedia nueva quiere que se cierre la accin con la resolucin de las diversas dificultades que se hayan podido evocar. Dado el hecho de que en la trama cobra cierta relevancia la historia de amor deseada por Mateo Lorenzo, un final posible hubiera sido el del matrinonio feliz entre ste y la tantas veces rescatada Catalina, una vez libre de su demonios, pero no haba de ser as. No se casa con su fiel admirador. Cuando tras ser bautizada por el Cura Catalina recobra su verdadera personalidad descubre un nuevo mundo lleno de alegras despus de tantos aos de pesadilla. Sin una mirada para Mateo Lorenzo, olvidado por el dramaturgo, Mira de Amescua, cincuenta versos antes, la protagonista dice:

 

No hay cosa que no derrame

alegra; en todos hallo

una consonancia y orden,

que a Dios estn alabando,

y, por servirle mejor,

hoy en Santa Clara, aguardo

el hbito.

(vv. 2830-2836)

 

Sus palabras finales, casi las ltimas de la obra, resumen muy bien el punto de vista que se busca imponer en esta comedia. Extirpado el mal, todo vuelve a ser consonancia y orden y la persona frgil que sirvi de receptculo y hogar para las legiones infernales no encontrar un nuevo lugar en el seno de la comunidad. Ayudada por los demonios, Catalina la Rosela vivi una vida de manifiesta y pblica transgresin de las normas sociales de su comunidad con lo cual se ver apartada (por propia voluntad, al parecer) de esa comunidad que perturb. Tras su rechazo inicial a creerse hechizada o poseda acaba, al igual que sus conciudadanos, siguiendo las indicaciones del cura, plegando su propio punto de vista heterodoxo al ortodoxo que expone el sacerdote.

Como deca al principio, desde un abanico relativamente amplio de pareceres, los dramaturgos van cerrando las posibilidades interpretativas de lo que se ve en escena para llegar a una interpretacin sin equvocos, sin ambigedad, y sin dudas, una especie de verdad, que constituye el nico punto de vista aceptable, una clsica vuelta al orden establecido.



[1] Cotarelo y Mori aboga por una fecha posterior a 1638 (apud Francisco Jos Snchez y lvaro Ibez Chacn, p. 339, en Antonio Mira de Amescua. Teatro completo, vol 6, Agustn de la Granja (coord.), Granada, Universidad de Granada-Diputacin de Granada, 2006, pp. 347-432). Spencer y Schevill (1937) creen que la fecha de composicin se halla en torno al ao 1639 debido a una referencia a la moda de llevar copetes, referencia en la que se basa igualmente Cotarelo. Unas posibles referencias textuales en nuestra obra a La vida es sueo (Ay msera de m, ay infelice!, v. 1822; y el hecho de Catalina est encerrada en un lugar oscuro que recuerda la prisin de Segismundo) quiz indiquen una proximidad temporal con la comedia calderoniana y deberamos pues situar la fecha de composicin hacia mediados de los aos 1630; habra que suponer que Rojas Zorrilla cita aqu a Caldern aunque cabe la posibilidad de que don Pedro se inspirara en la escena de Rojas. Recordemos que Caldern se inspir, para el Mgico prodigioso, en la escena de la muerte de El esclavo del demonio de Mira. Tanto Mira como Vlez murieron en 1644, con la cual tenemos un terminus ad quem indiscutible.

2 Para la suerte editorial remito de nuevo a Snchez e Ibez (2006, p. 338, notas 5, 6 y 7).

[3] El primer artculo, Comedias escritas en colaboracin. El caso de Mira de Amescua se encuentra en Agustn de la Granja & Juan Antonio Martnez Berbel (eds), Mira de Amescua en candelero. Actas del Congreso Internacional sobre Mira de Amescua y el teatro espaol del siglo xvii (Granada, 27-30 octubre de 1994), pp. 329-346; y el segundo, Lenguaje e historia: El pleito que tuvo el diablo con el cura de Madrilejos, en Roberto Castilla Prez & Miguel Gonzlez Dengra (eds.), La teatralizacin de la historia en el Siglo de Oro espaol, Actas del III coloquio Aula-Biblioteca Mira de Amescua celebrado en Granada del 5 al 7 de noviembre de 1999 y cuatro estudios clsicos sobre el tema, Granada, Universidad de Granada, 2001, pp. 329-338.

[4] Exorcism and Its Texts. Subjectivity in Early Modern Literature of England and Spain, Toronto-Buffalo-London, University of Toronto Press, 2003, pp. 51-56.

[5] Luis Gonzlez Fernndez, The Physical and Rhetorical Spectacle of the Devil in the Spanish Golden-Age Comedia, London,  Queen Mary and Westfield College, 1998, pp. 252-270; Anna Sinouet, Estudio comparativo de los personajes femeninos en La vida y muerte de la Monja de Portugal y en El pleito que tuvo el Diablo con el Cura de Madrilejos, Toulouse, Universit de Toulouse-Le Mirail, 2004.

[6] Madroal Durn, Un documento indito relacionado con la comedia El pleito que tuvo el diablo con el cura de Madrilejos, en Agustn de la Granja (coord.), Antonio Mira de Amescua. Teatro completo, vol. 6, Granada, Universidad de Granada-Diputacin de Granada, 2006, pp. 663-680. El documento (pp. 666-680) que narra la historia y las circunstancias relacionadas con el exorcismo va precedido de unas observaciones muy sugerentes acerca del caso.

[7] No dispongo actualmente de datos, pero el protagonismo dado a la figura del Espritu Santo junto con la mencin aqu de la compaa de cofrades (y todas y todos que implica gran nmero de figurantes) me lleva a pensar que esta obra haya podido ser una comedia de encargo quiz para la fiesta de Pentecosts, quiz de alguno de los pueblos mencionados en la obra, ya sea Madrilejos (Madridejos en la actualidad) ya Tembleque. En el siglo diecisiete se fundaron varias ermitas en Tembleque: ninguna de ellas lleva advocacin al Espritu Santo.

[8] Recordemos de paso la situacin, en un contexto parecido aunque esta vez cmico, que pinta Lope de Vega al inicio de El acero de Madrid donde los galanes Riselo y Lisardo esperan la salida de la iglesia de Belisa, la amada de Lisardo, en un da festivo. En lugar de asistir a misa, los galanes estn cerca de la iglesia por motivos de un encuentro amoroso.

[9] Se dirige en griego a Catalina y sta, con ciencia diablica, entiende el idioma. Sobre las dotes polglotas de los posesos ver Kallendorf (2003, pp. 26-29). Fray Luis de la Concepcin refiere el caso de una mujer anciana y criada toda su vida en las aldeas, o lugares del Valle de Thenas, en los montes Perineos (con lo cual supongo que debemos inferir que no era mujer letrada) que lograba, mediante la ayuda del demonio que la posea, discurrir y argumentar en latn (Prctica de conjurar, en que se contienen exorcismos [...], Alcal de Henares, Francisco Garca Fernndez, 1673, fol. C4v).

[10] Remito al manual de Fr. Luis de la Concepcin, fols. C3r-C6r, donde se refiere un caso en el que el exorcista vence al demonio en una justa verbal; acaba Fray Luis con la siguiente descripcin (modernizo la ortografa y suplo tildes): habiendo odo el demonio el principio de la respuesta, sin querer aguardar ms, echando aparente humo y fuego por la boca, ojos y narices de dicha atormentada, de todo punto se apart dejndola para siempre totalmente libre (C6r).

[11] Segn revela el documento publicado por Madroal Durn, el cura de madrilejos, Juan Garca, gozaba de fama de exorcista. Ver al respecto Un documento indito, pp. 663-665.

[12] Algunas comedias contienen ecos o citas del rito de exorcismo. Ver por ejemplo Quien mal anda en mal acaba de Juan Ruiz de Alarcn. Remito igualmente a mi artculo en prensa El diablo y el festn interrumpido: magia demoniaca y transubstanciacin en dos comedias de Juan Ruiz de Alarcn y Mendoza.

[13] En unos comentarios que dedica al Pleito Jos Manuel Pedrosa, en su documentado y acertado repaso de la figura del diablo en la literatura urea, afirma que el impresionante suceso de posesin diablica original qued diluido dentro de una estructura que provocaba en el pblico ms risa que espanto , El diablo en la literatura de los siglos de oro: de mscara terrorfica a caricatura cmica, en Mara Tausiet & James S. Amelang (eds.), El diablo en la Edad Moderna, Madrid, Marcial Pons Historia, 2004, pp. 67-98, la cita se encuentra en la pgina 92. El aspecto cmico de la obra no es a mi modo de ver uno de los que mejor tratamiento recibe por parte de los tres ingenios, pero el ejemplo citado del mosquito resulta de lo ms extrao en esta supuesta escena de visiones terrorficas.

[14] Snchez e Ibez apuntan que La sangre de la Rojela no tiene sentido si no es como mera marca de horror en tanto que no haba tenido un desmayo sangriento, de manera que Rojas identifica la indumentaria y la apariencia de Catalina con la que tpicamente ofrecera un cadver exhumado, p. 345.

[15] Esta cuestin la trata largamente Barbara Creed en The Monstrous-Feminine: Film, Feminism and Psychoanalysis, London & New York, Routledge, 1994.

[16] Pensemos en la figura de la lamia (una breve pero detallada descripcin se encuentra en Covarrubias en su Tesoro) o, ya en el romancero, de la Serrana de la Vera.

[17] Esto dicho, la profusin de sangre en el teatro poda ser tambin contraproducente. Ver al respecto Alfredo Hermenegildo, Cristbal de Virus y los signos teatrales del horror, Criticn, 23, pp. 89-109, especialmente la pgina 105 y Luis Gonzlez Fernndez, Algunos delitos de sangre en la comedia de santos (y diablos), en Amaia Arizaleta et al., (eds), Pratiques hagiographiques dans lEspagne du Moyen ge et du Sicle dOr, Toulouse, Mridiennes, pp. 405-418.

[18] Anatoma y escenificacin: La representacin del cuerpo humano en el teatro de Caldern de la Barca, New York, Peter Lang, 2003, p. 100. Todo el captulo segundo El cuerpo violentado en las obras de Caldern: enfermedad, castigo y fragmentacin es de gran inters en relacin con la degradacin de la protagonista de El pleito.