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Gonzlez Fernndez, Luis. Puntos de vista y puntos de mira en El
pleito que tuvo el diablo con el cura de Madrilejos. Culturas
Populares. Revista Electrnica 5 (julio-diciembre 2007). http://www.culturaspopulares.org/textos5/articulos/gonzalezfernandez.htm ISSN: 1886-5623 Recibido: 27/11/07 Aceptado: 29/11/07 |
Puntos
de vista y puntos de mira en El pleito que tuvo el diablo
con el cura de Madrilejos
FRAMESPA (CNRS-UMR 5136)
Universit de Toulouse-Le
Mirail
Este trabajo pretende explorar los diferentes
puntos de vista expresados en la comedia El pleito que tuvo el diablo con el
cura de Madrilejos, compuesta en la dcada de 1630 por Luis Vlez de Guevara, Francisco de
Rojas Zorrilla y Antonio Mira de Amescua. Se examinan los puntos de vista de
diversos grupos de personajes como pueden ser los del entorno familiar de la
protagonista Catalina la Rosela, los de las autoridades religiosa y civiles, y
por ltimo los posibles puntos de vista del pblico y de los dramaturgos.
Basndose en hechos reales de principios del siglo xvii, la comedia cuenta la vida protentosa de Catalina y del
exorcismo al que fue sometida por el Cura de Madrilejos (Madridejos, Toledo).
Palabras clave.
Demonio. Punto de vista. Exorcismo. Comedia nueva. Mira de Amescua. Vlez de
Guevara. Rojas Zorrilla. El pleito que tuvo el diablo.
This article seeks to study points of view as expressed in
the play El pleito que tuvo el diablo con el cura de Madrilejos (The law suit
between the devil and thePriest from Madrilejos), written in the 1630s by Luis
Vlez de Guevara, Francisco de Rojas Zorrilla y Antonio Mira de
Amescua.Different points of view are considered: those that arise from Catalina
la Roselas family circle, those expressed by religious and civil authorities
and finally the hypothetical points of view of the public and the playwrights.
The play is based on events that took place in the early seventeenth century:
the parish priest of Madrilejos (modern day Madridejos, Toledo) performed an
exorcism on Catalina.
Keywords. Devil. Point of view. Exorcism. Spanish seventeenth-century theatre. Mira de Amescua. Vlez de Guevara. Rojas Zorrilla.El pleito que tuvo el diablo.
S |
i existiera tal premio, El pleito que tuvo el
diablo con el cura de Madrilejos estara entre los mejores candidatos para el ttulo ms largo de una
comedia urea. Esta obra escrita probablemente en la dcada de 1630[1]
es el fruto de las plumas de tres ingenios, Luis Vlez de Guevara, Francisco de
Rojas Zorrilla y Antonio Mira de Amescua, ocupndose cada dramaturgo
respectivamente de las jornadas primera, segunda y tercera. El primer
testimonio impreso de la obra se encuentra en la serie de Comedias escogidas y vio la luz en Madrid en 1652, a ste le
sigue otro en Lisboa en 1653 y varias sueltas en las postrimeras del
diecisiete y a lo largo del siglo dieciocho[2].
En la poca moderna goz, entonces, de varias ediciones y de una acogida ms que
favorable entre el pblico para luego caer en el olvido editorial ms absoluto
hasta la recentsima edicin llevada a cabo por Francisco Jos Snchez y lvaro
Ibez Chacn. El que hasta el ao pasado no haya habido una edicin
contempornea explica en gran medida el hecho de que la crtica tampoco haya
prestado mucha atencin a esta comedia, excepto para nombrarla de paso como
perteneciente a uno u otro de los dos mayores ingenios del trio mencionado, ya
sea Vlez ya sea Mira de Amescua. Hace unos aos Abraham Madroal Durn dio a
la obra, junto con otras, un poco ms de atencin crtica en un artculo sobre
comedias escritas en colaboracin: a ste sigui otro artculo del mismo autor
centrado exclusivamente en la comedia que nos ocupa[3].
En una notable monografa sobre la literatura relacionada con el exorcismo, la
estudiosa norteamericana Hilaire Kallendorf describe brevemente nuestra obra al
compararla con otros textos de la poca moderna[4].
Mi recuento de la bibliografa crtica sobre El pleito casi se acaba aqu. Desconozco la
existencia de cualquier otro estudio de la obra, no siendo la veintena de
pginas que le dediqu en mi tesis doctoral y la tesina de licenciatura que,
bajo mi direccin, redact Anna Sinouet en 2004[5].
Snchez e Ibez, los editores
de esta comedia, sealan con acierto la suerte de la que suele gozar este tipo
de obra, dicen: lamentablemente nos encontramos con la constatacin de que las
obras creadas con el concurso de ms de un ingenio no han gozado,
ordinariamente, de estudios metdicos y rigurosos (p. 337). La constatacin es
por supuesto ms que vlida para la obra que nos ocupa. Su reciente publicacin
debera poner al alcance de un mayor nmero de lectores y estudiosos esta obra
para nada carente de inters. Contiene esta comedia muchas de las
imperfecciones que le suelen achacar a las que se escribieron en colaboracin
como pueden ser la falta de continuidad de ciertos aspectos de la trama y
diferencias de calidad entre una jornada y otra debido a la pericia y la
inspiracin o falta de ella del dramturgo de turno. Sin querer vender esta
pieza como una de las obras maestras del teatro ureo, quisiera por lo menos
sealar algunos de los elementos que hacen de ella una especie de rara avis en el vasto elenco de la comedia nueva.
Como ha apuntado, entre otros, Abraham Madroal, la trama est inspirada en un
hecho real que se produjo en 1604 y en el que un valeroso sacerdote logr
librar a una mujer de los demonios que la posean[6].
La obra colectiva de los tres dramaturgos lleva al escenario los
acontecimientos previos al exorcismo y lo que se ha descrito como el proceso de
exorcismo ms elaborado del teatro clsico espaol. Esto de por s es
extraordinario, ya que en la comedia urea ni abundan los curas ni los
exorcismos, aunque los demonios s, y aqu apenas se dejan ver. Extraordinario
tambin es el hecho de que esta obra es la nica que conozco en la que se puede
ver sobre las tablas algo parecido a un demonio ncubo. Pero ninguno de estos
puntos son los que me interesan aqu.
El punto de partida de este
trabajo reside en el hecho de que El pleito es una comedia que, sin ser por supuesto un fiel
reflejo de la vida cotidiana del siglo XVII, ofrece una visin aguda de las
relaciones humanas comunitarias y de cmo stas, por dispersas que se
encuentren al principio, pasan por el embudo del modelo de vida y costumbres
imperante, el que representa y propaga la Iglesia catlica (y los poderes
civiles) frente a cualquier tipo de heterodoxia, y el que en fin de cuentas el
teatro ureo ayud a consolidar.
En las pginas que siguen quiero centrar mi atencin en lo que llamar cmodamente punto de vista en la obra y, en algunos casos concretos, en la transmisin del punto de vista. Por punto de vista entiendo, aunque cabe matizar ms, el lugar moral desde donde un individuo observa a otro y la expresin verbal de una opinin relativa a la persona observada. En cuanto al punto de mira, he querido emplear este trmino con la intencin de reflejar el hecho de que en la historia que se representa en esta comedia la mirada de la mayora de los personajes est puesta en otro, el de Catalina la Rosela: la mirada se dirige en particular hacia la afliccin misteriosa que padece. A partir de esa mirada se irn formando los diversos puntos de vista que se evocan en la obra. Es ms pertinente desde luego hablar de puntos de vista ya que de entrada habra que distinguir varios enfoques. Podemos hallar los puntos de vista de tres dramaturgos distintos, los de un pblico variopinto (y en estos dos primeros campos me resignar a mantenerme en lo hipottico, por falta de pruebas, no disponemos de ninguna opinin de contemporneos que hayan visto la obra, slo podemos inferir su popularidad a travs del nmero de ediciones antiguas y representaciones), y por ltimo aqullos evocados por los personajes que, como veremos, son primero distintos, pero luego convergentes a medida que avanza la obra. Para intentar estructurar de manera ms o menos razonada el recuento de las manifestaciones relacionadas con los puntos de vista y su eventual transmisin me parece conveniente dividir el proceso en tres apartados. El primero se ceir a la expresin del punto de vista de las personas del entorno familial o afectivo de Catalina la Rosela, el segundo al de los representantes de las autoridades civiles y religiosa, y el tercer apartado al de los posibles puntos de vista del pblico y de las estrategias dramatrgicas para la transmisin de una idea concreta.
En
el reducido reparto de la obra, el entorno familiar y afectivo de Catalina la
Rosela es representado por su hermana, Mari Snchez, por una en palabras de
Abraham Madroal criada deslenguada , Marina, y por el labrador
Mateo Lorenzo, el enamorado de Catalina. Dentro de los lmites de lo verosmil
o del decoro, la hermana, por su grado de parentesco, y el amante no
correspondido pero fiel, demuestran ser quienes mayor grado de afecto tienen
por Catalina y esto lo reflejan los dramaturgos mediante las expresiones que
ponen en boca de los dos personajes a la hora de referirse al extrao
comportamiento de Catalina. Las primeras palabras que Mari Snchez dirige a su
hermana son las siguientes: Qu melanclica vienes / Catalina (vv. 178-179),
a lo que la afligida responde con una serie de tpicos relacionados con la
mencionada enfermedad; la hermana habla en otras ocasiones de: Pasin extraa
/ notable melancola / de la sangre requemada, / como los mdicos dicen (vv.
202-205); melanclico humor (v. 275); notable melancola otra vez (v. 295);
gran melancola (v. 553); terrible pasin (v. 556); tu notable enfermedad
(v. 559); Notables extremos son / los de tu melancola, / si acaso te han
hechizado? (v. 570-572); Que esto un humor haga / melanclico (vv.
605-606). Antes de comentar lo relativo al punto de vista en estas
declaraciones monotemticas de la hermana quiero detenerme en las del amante en
esta primera mitad de la jornada inicial. Su primer diagnstico acerca de
Catalina menciona la pasin peregrina / que la atormenta (vv. 388-389).
Luego, al or unas voces [...] horrendas y [...] atroces e identificarlas
como pertenecientes a su amada, dice: Catalina la Rojela / es esta: pas a
locura / su extraa melancola (vv. 425-427); y al verla aparecer, medio
destrozada tras una estrepitosa cada, concluye Oh, incurable enfermedad, /
la desdicha y la locura! (vv. 449-450). Siguen: notable locura (v. 498); melanclico humor (v.
500); extrao furor (v. 501); inhumano desdn (v. 505); terrible pasin
(v. 509); furioso accidente (v. 510) —accidente nada tiene que ver aqu
con el despeamiento—, y para acabar una enfermedad como esta (v. 515).
En las aproximadamente veinte
ocasiones en las que los de su entorno prximo se refieren a la afliccin
podemos destacar una preferencia por el trmino melancola, sobre todo cuando
habla la hermana, y esto a mi parecer responde a un designio autorial, el de
representar a la hermana como una persona a quin la idea de enfermedad
melanclica puede convenir como explicacin ante las posibles reacciones de sus
vecinos. No se refiere a la afliccin de Catalina en otros trminos a pesar de
ser consciente de que su notable enfermedad transciende los lmites de lo
socialmente aceptable. En dos ocasiones la hermana ruega a Catalina que se
controle en sus excesos: no escandalices la Pascua / hoy del Espritu Santo (vv. 212-213,
la cursiva es ma); y Ha de tener fuerza tanta / un melanclico humor, /
hermana, que ha de ser causa / de tanto escndalo aqu (vv. 274-277, cursiva ma). La extraeza de
Catalina provoca en Mari Snchez cierta confusin, la de no poder del todo
definir la enfermedad, de ah los adjetivos empleados, y al mismo tiempo hay un
intento de aferrarse a la definicin menos comprometedora socialmente, la de la
melancola. A fuerza de repetirse que es melancola se hace realidad para Mari
Snchez (de puertas para afuera) esta explicacin de la patologa que todos
presencian. Consciente, sin embargo, de que la afliccin va ms all de su
propio entendimiento, llegar incluso a evocar dentro de su crculo privado la
cuestin de la hechicera en un curioso intercambio con su hermana. Enfoca la
idea como causa de la enfermedad de la Catalina: si acaso te han hechizado?.
Es sta una manera de explicar su desconcierto frente a la fuerza de la
afliccin que padece Catalina y as eximir a la melanclica de cualquier
responsabilidad. La respuesta de Catalina es elocuente: Cmo esto me ha
murmurado! / Y an el alcalde deca / denantes que era hechicera (vv.
573-575). La idea inicial de Catalina como vctima que presenta la hermana se
transforma en la de Catalina como agente del mal. La transformacin viene de
antes, de las palabras del alcalde, que el pblico ya ha odo, pero Catalina se
apropia de ellas y da forma a una idea que pareca ajena al comentario de la
hermana, que aparentemente empieza a ver en Catalina un ser ms inquietante:
No s qu me diga de tu mal dir a continuacin. El punto de vista inicial
propuesto por Mari Snchez acerca de la enfermedad de su hermana suena
constante en la primera mitad de la jornada frente a otras voces menos
compasivas, pero una vez evocada la cuestin hechiceril, se ver atrada hacia
las opiniones ms hostiles aunque, como buena hermana, no slo no se une a la
caza de brujas que se organiza, sino que ayuda a su hermana en la fuga.
Mateo Lorenzo, por su parte,
como algunos otros, ya ms alejados del ncleo familiar de Catalina, refleja
tambin cierta perplejidad ante Catalina. Encontramos en su discurso el trmino
melancola, que viene desde el principio asociado al de la locura, y aunque
su terminologa indecisa lo site en una esfera afectiva ms alejada de
Catalina, su amor lo llevar a querer aceptar a la enferma con sus sntomas
extraos. Recordemos cmo describe a Catalina y sus horrendas voces a la vez
que camina hacia ella. Se ve confrontado a lo grotesco, a la ira y a la
violencia, y se mantiene fiel, aunque con la terminolgica que emplea refleja
un punto de vista que vacila entre la compasin y el miedo (pero curiosamente
no el rechazo). En esta historia que enfrenta una mujer a la mirada de todo un
pueblo, el rechazo vendr de los representantes de la autoridad.
Gran
parte de los personajes de la comedia entran en escena de manera vistosa en la
representacin de una procesin en honor a la fiesta del Espriu Santo, las
mujeres perdidas en una multitud (toda la compaa de cofrades, todos,
todas, dice la larga acotacin inicial)[7]
y Mateo Lorenzo de portaestandarte. Tenemos en escena al principio de la obra a
toda la sociedad, compacta, organizada en una direccin nica, procesional, y
dejando aparte las diferencias de indumentaria y el rango social que marca, nos
encontramos con una actitud nica, la que lleva a la comunidad a honrar al
tercer componente de la Trinidad. La representacin que aparentemente pinta
Vlez de Guevara es la que propone orden y jerarqua y as lo confirman las
primeras palabras en boca del Alcalde de Tembleque, que da la bienvenida y
marca quines han de entrar primero en la ermita para celebrar la misa. Las
dems figuras de autoridad, el maestre don Juan de Guevara, el escribano y el
cura contribuyen a la solemnidad del acto con sendos comentarios pertinentes,
siendo el ms vehemente el que emana del maestre: Que lo que el alcalde manda
/ se obedezca es justa cosa (vv. 26-27). Inmediatamente despus de esta
demostracin del poder civil y religioso Vlez de Guevara introduce lo que se
podra considerar como un elemento que muestra la artificialidad del
acontecimiento y la presencia de un peligro en la persona de Catalina. El mismo
don Juan que momentos antes contribua al establecimiento del orden procesional
que acabo de describir ser el primero en romper filas para exclamar: Ay,
ojos / labradores de mi alma / qu locos llevis los mos! / Vuestras doradas
pestaas / no son flechas rayos son (vv. 33-37). Acto seguido ser Mateo
Lorenzo quin exclame: Por
ir siguiendo las plantas / de Catalina, he dejado / a otro deudo y camarada /
el estandarte (vv. 38-41). Si el objeto del deseo del maestre resulta ambiguo
ya que dice Mari Snchez: No s / a cul de las dos hermanas / remira el
comendador (vv. 41-43), las palabras de Mateo Lorenzo no dejan lugar a duda de
que su mirada se va hacia Catalina. Hemos visto cmo para Mari Snchez, su
hermana puede ser un motivo de escndalo pblico, aqu vemos cmo se convierte
en un objeto de veneracin de, probablemente, dos pretendientes, uno de alto
rango social que debera fijar su mirada en otro lugar, o por lo menos en una
mujer de su estado, y el segundo, que abandona su puesto de abanderado del
Espritu Santo por un amor terrenal. Catalina representa entonces una afrenta a
los usos jerrquicos al ser deseada por el maestre, superior social, y a los
eclesisticos al constituir el motivo por el cual un feligrs abandona una
solemne procesin para entregarse a cuestiones de amor. En la sociedad que
haba heredado y practicaba ideas misgenas que vean en las mujeres objetos de
tentacin y ministros del demonio Catalina se convierte desde los versos
iniciales de la obra en una persona capaz de mover los hombres a la inmoralidad[8],
se la representa como un peligro para el orden establecido. Esta sensacin no
har sino crecer a lo largo de la obra, como tendremos ocasin de ver en el
siguiente apartado.
En lo que se refiere al tiempo
escnico, Catalina llama la atencin de las autoridades por primera vez a la
entrada de la ermita cuando se ve asaltada por una especie de visin de horrores
serpentinos: Una niebla de culebras / contra mi pecho enroscadas (vv.
281-282) la impide entrar a la ermita. En las reacciones que siguen
encontramos, como en cualquier pueblo, una multitud de hiptesis. Al ya
mencionado Notable melancola se aade un Brava enfermedad en apariencia
neutro del Alcalde en presencia del maestre. La brevedad del dicharachero
alcalde quiz responda a un intento de correr un tupido velo —en una
estrategia parecida a la que he sugerido emplea Mari Snchez— a una situacin
indeseada que desdora la imagen de su pueblo ante una visita de alcurnia como
es el maestre, y contrasta con la subsiguiente locuacidad de don Juan de
Guevara que dice:
A mi
parecer tan rara
que de la
melancola
todos los
lmites pasa
y,
entrando en segunda especie,
es locura
confirmada.
(vv.
298-302)
La opinin sentenciosa del
maestre coincide ms o menos con la de Mateo Lorenzo, al unirse a la melancola
la nocin de locura. A los ya expuestos viene a aadirse, casi
accidentalemente, otro punto de vista mucho ms peligroso para Catalina que
servir de catalizador de las ideas que gobernarn la futura actitud de las
autoridades. El Escribano, de manera muy profesional y como citando los mejores
manuales teolgicos de teoras acerca de las brujas, dice:
Yo doy fe, como
escribano,
que he visto hacer extraas
temeridades a solas,
hablando entre s, y con hartas
demostraciones de furia
y de espantosas palabras,
romperse el vestido,
y quedarse desmayada
por dos das, de manera
que han estado ya las andas,
con la Hermandad de Tembleque,
a la puerta de su casa
para llevarla a enterrar.
(vv. 303-315)
A pesar de que en ningn
momento mencione el Escribano explcitamente la palabra bruja o hechicera,
al hasta ahora parco en palabras Alcalde le falta tiempo para llegar a dicha
conclusin, que no poda sino estar en boca del pblico:
Yo he dado
en una bellaca
sospecha,
porque la he visto
intentar
tan temerarias
cosas que,
menos que siendo
hechicera
o bruja, estaba
por decir
que era imposible
hacerlas
ni ejecutarlas.
(vv.
316-322)
Las palabras sabiondas del
Escribano que expresa un secreto a voces sirven, a mi parecer, como el
desencadenante necesario para que las autoridades representadas por el Alcalde
y el maestre se unan en un mpetu represivo que ir cobrando cada vez ms
fuerza. El Escribano da pie a que el pueblo y sus representantes identifiquen
con nombre y apellidos a un elemento fuera de lo normal, a un peligro contra el
cual ha de caer el peso y rigor de la autoridad. Consciente quiz de que el evocar
en la plaza pblica los extremos protagonizados por Catalina constituye ya el
comienzo de un proceso irreversible, o asustado por la glosa que hace el
Alcalde de sus palabras, vemos como el Escribano intenta reenfocar la
disquisicin hacia un terreno menos agresivo:
Cesad,
alcalde, que pienso
no debis
de tener alma,
pues esta
bellaquera
se os pone
en la calabaza.
No sabis
que estas mujeres
son hijas
de gente honrada
de
Tembleque, y conocimos
a sus
padres, que Dios haya?
Y que
Catalina Snchez,
a quien la
Rojela llaman
por su
padre, desde nia,
y Mari
Snchez, su hermana,
han sido
ejemplo, en Tembleque,
de
doncellas y casadas?
Esta es
una enfermedad
que Dios
le ha dado, y maana
os la
puede dar a vos.
(vv.
323-339)
La inherente confusin de
ideas ante este caso inslito da lugar a un debate sobre las malas lenguas en
los pueblos en el que cada cual de nuevo expresa su opinin, pero al producirse
una serie de incidentes de lo ms extraos vemos como las autoridades hacen
causa comn para prender a Catalina con el propsito de castigarla en escenas
que recuerdan otras de tentativas de ejecutar un tipo de justicia expeditiva y
popular. No quisiera de nuevo ser prolijo citando ejemplos, que abundan,
de modo que intentar resumir.
La autoridad local representada
por el Alcalde aboga por medidas drsticas y violentas que tienen como objetivo
el llevar a Catalina a Toledo a comparecer ante el tribunal del Santo Oficio.
El maestre mitad amante mitad comendador oscila entre un apoyo tcito a las
palabras del Alcalde y una tibia tentativa de designar a Catalina como loca:
Que es
locura,
imagino,
este rebato,
y que no
tiene ms culpa
la pobre,
que el testimonio
que la
levantan
(vv. 978-981)
Busca el maestre, como los vecinos del lugar,
evitar vocablos que causen mayor conmocin social. El ltimo personaje
representativo de la autoridad del que quiero ocuparme aqu es el del Cura de
Madrilejos —figura de referencia en la obra ya desde el ttulo— que
se destaca por una marcada discrecin hasta finales de la primera jornada donde
muestra un inters intelectual o casi cientfico por el caso de Catalina. En
medio de tanta opinin profesa sirven de contrapunto las sobrias palabras del
Cura, que precisamente mantiene cierta reserva en cuanto a su punto de vista,
dice:
De aqueste
grave accidente
y no
natural, infiero
alguna
causa que yo
he de
averiguar, si puedo,
por ms
que ella lo resista.
(vv.
845-848)
Sienta aqu las bases para lo
que ser el comienzo de un enfrentamiento y una minuciosa investigacin. Asoman
ya en el discurso del clrigo el misterio, cierto orgullo intelectual y un
atisbo de violencia latente. La prxima aparicin del Cura llegar en una
escena de caza en la que el intrpido sacerdote sale con escopeta y los que
pudieren afirmando:
Yo he de
ver
agora si
he de vencer
la
dificultad pasada;
ninguno en
el blanco ha dado
yo slo le
he de acertar.
(vv.
1379-1383)
Las voces del Cura son de lo
ms adecuadas y profticas, describe, en una buena muestra de irona dramtica,
lo vacuo e incierto de los puntos de vista hasta ahora expresados por los
habitantes del pueblo de Tembleque y pronostica su propia resolucin del enigma
de la afliccin de Catalina. En caso de que al pblico le quedaran dudas sale
de entre los arbustos Catalina para confirmar lo dicho:
Dices
bien, pues enmendar
lo que
todos han errado
t slo
puedes, pues eres
sacerdote
y confesor,
y
enmendars el error
de todos
(vv.
1384-1390)
Aunque considera una por una
las hiptesis evocadas por los pueblerinos,
Cuando
alguna vez provoca
a furia
sus pensamientos
con
diversos movimientos,
la
tienen todos por loca;
cuando,
aguda y bachillera,
sabe,
estndose en su casa,
lo que en
otras partes pasa,
la
tienen por hechicera;
cuando en
otras ocasiones,
sale a
robar y ofender,
la tenemos
por mujer
de
malas inclinaciones;
cuando no
hay santo que deje
sin
blasfemia y sin ofensa,
porque es
su clera inmensa,
la
tenemos por hereje;
cuando
est quieta algn da
y apacible
la tratamos,
vindola
triste pensamos
que es
su mal melancola.
Afectos
tan diferentes
proceden
de una ocasin?
En la
humana condicin
no hay tan
varios accidentes.
(vv.
1931-1954, cursiva ma)
al Cura no le satisface ninguna y llegar a la
conclusin de que Catalina ha sido poseda por el demonio: Ninguna causa me
agrada / de las que la gente da: y as s cierto que est / la mujer
endemoniada (vv. 1955-1958); al ser enfrentado a una novsima opinin por
parte del cambiante comendador as digo que sta es mala inclinacin, el Cura
espeta: Catalina la Rojela / tiene demonios, seor (vv. 1996-1997). Las
divergencias en cuanto al punto de vista convergen aqu ms o menos
definitivamente (aunque espordicamente se vuelva a la melancola –
ser Mari Snchez quien lo evoque) hacia el punto de vista del clrigo, y no por un
ejercicio retrico en el que se expresen razones irrefutables: el alcalde dice
en aparte al maestre Pienso que el cura se engaa (v. 2046) y don Juan
constesta Quiz no, pues que porfa (v. 2047). La imposicin del punto de
vista correcto se ejecuta mediante la insistencia del cura, que alcanza la
verdad porque sopesa las dems posibilidades y defiende con tesn la nica
explicacin posible, la de la posesin, los dems puntos de vista se esfuman
simplemente por su multiplicidad, son muchos puntos de vista, no compartidos
por todos, de modo que son errneos. El cura, poseedor de ciencia, conocedor de
lenguas (emplea latin y griego)[9]
impone su opinin y el resto de la historia consistir en el largo camino hacia
el exorcismo. Las autoridades civiles tienen reflejos de castigo y de control
pero son ineficaces frente al poder diablico que ha infiltrado el cuerpo de
Catalina. Por el contrario, el cura, mediante la fe y sobre todo la sabidura
del clrigo instruido, representar sin embargo, la nica autoridad competente,
la de Dios y la de la Santa Madre Iglesia. Ser pues el punto de vista de la
Iglesia y su representante, el Cura, el que se imponga, no slo en la
resolucin del misterio, sino en lo que se refiere a la resolucin del
exorcismo.
En los dos primeros apartados he evocado la
ambigedad que veo en la expresin de puntos de vista, como el de Mari Snchez,
que aun estando tan aparentemente convencida de la melancola de su hermana,
deja entrever en su comportamiento un intento de encubrir una verdad que
sospecha y que es muy distinta de la versin que mantiene pblicamente con la
repeticin de la palabra melancola. Mateo Lorenzo, que no pertenece a la
casa de Catalina, y que por lo tanto no conoce tan bien a su amada, no se
decide claramente entre la nocin de melancola y locura. Lo mismo le ocurre al
maestre que, adems de ser en lo que a punto de vista se refiere, un plido
reflejo de Mateo Lorenzo, representa a su casta y concluye en un momento determinado
que Catalina es una criminal digna de ser castigada. El Escribano en un intento
de lucirse contando lo que sabe es quien primero evoca la opinin de que
Catalina es una hechicera, y apenas abiertas las puertas de la sospecha las
quiere volver a cerrar, consciente de lo que puede ocurrir: el linchamiento de Catalina y el
alboroto de la sociedad. Los nicos puntos de vista firmes entre los personajes
son el del Alcalde, que porfa en su creencia de que Catalina es bruja o
hechicera y que con su insistencia logra transmitir el sentimiento a los dems
pueblerinos, y el del Cura de Madrilejos que porfa an ms, logrando convencer
a todo el mundo que su hiptesis es la nica vlida. La transmisin de su punto
de vista se vive como un artculo de fe: lo dice el cura, insiste, con lo cual
ser verdad, no hay apenas discusin. Ante todos estos diferentes puntos de
vista cabe pregunatrse dnde se sitan el pblico y los dramaturgos.
Es de suponer que la mayora
de los espectadores de la comedia en sus primeras representaciones creyeran en
la posesin fsica de las personas por uno o varios demonios. Tenan no slo el
testimonio incontestable de los relatos evanglicos y el de numerosos telogos
sino sin duda el conocimiento de casos notorios de su poca. Con lo referente
al exorcismo no nos encontramos al mismo nivel que con la demonologa. Si en
los relatos de los tericos de las ciencias o poderes del demonio la tendencia
es la del distanciamiento del narrador frente a lo narrado, de modo que siempre
se trata de acontecimientos que ocurrieron en tal lugar (a menudo
geogrficamente distante) o que le fueron relatados al telogo-demonlogo por
un amigo o una persona respetable pero que no se nombra, en lo que atae al
exorcismo, los propios exorcistas refieren con gran detalle lo que les ha
ocurrido: son pues prrocos o clrigos los que ofrecen relatos verdicos sobre la posesin demoniaca: el
reverendsimo padre fray Luis de la Concepcin, en su manual para exorcistas, Prctica
de conjurar (1673),
ofrece consejos basados en su propia experiencia a otros exorcistas. Estos
hombres que conversaban con el demonio para luego vencerlo[10],
no dejaran de tener una gran autoridad moral sobre los feligreses[11].
No me cabe duda entonces que el punto de vista expresado por el cura de
Madrilejos encontr una aceptacin mayoritaria entre los asistentes a la
comedia, ya que la obra acaba con un proceso de exorcismo en el que, si bien no
se recurre al rito en s, por una razn clara como puede ser el no representar
livianamente sobre un tablado un rito solemne de la Iglesia[12],
si se escenifica la expulsin de las legiones de demonios que invaden el cuerpo
de la posesa.
Los dramaturgos juegan a lo
largo de la obra con un discurso tan ambiguo como los puntos de vista de los
personajes que pintan, sobre todo en lo referente a la protagonista. Sera
demasiado largo citar todas las ocasiones en las que se pone de manifiesto esta
ambigedad, con lo cual ofrecer ms bien un resumen de lo que ocurre, para
llegar ya a las conclusiones. Se sitan los dramaturgos entre la presentacin
de Catalina como una mujer digna de compasin y una mujer que refleja todos los
tpicos relacionados con la abyeccin, en particular la abyeccin femenina.
Queda ya dicho que desde los primeros instantes de la accin Catalina es
colocada en el punto de mira de dos personajes masculinos, y tambin en el
punto de mira del pblico, al ser sealada. Lo que en una comedia de enredo
tpica poda ser un atributo favorable de la herona pasa a ser en esta comedia
atpica el primer eslabn de una estrategia potica de relacionar a Catalina
con lo abyecto. Su belleza (en una poca en la que todo el mundo era consciente
de la caducidad de la carne) no inspira admiracin sino que es resaltada como
el motivo por el cual dos hombres abandonan sus obligaciones religiosas de
devocin hacia el Espritu Santo. El que acto seguido Catalina sea incapaz de
entrar en la ermita la sita fsicamente fuera de la comunidad de cristianos
(como el diablo o los herejes o infieles). Esta incapacidad o renuencia a la
hora de rezar o a la de entrar en un lugar santo se repite en varias ocasiones
en las tres jornadas, con lo cual ha de tener su importancia en la
caracterizacin de la protagonista. La repeticin hace que una vez establecida
la idea de la irreligiosidad de Catalina, el pblico no se olvide y que en
definitiva no cambie de punto de vista. A estas manifestaciones de
autoexclusin de la comunidad se aaden otras que provocan el rechazo por parte
de la comunidad hacia Catalina. Tiene visiones terrorficas de monstruos
tradicionalmente asociados con el mundo infernal como pueden ser serpientes,
basiliscos o dragones, aunque tambin mosquitos mostruosos cada cual como un
lechn (v. 600), dice, y no s si Vlez de Guevara buscaba aqu la compasin
del pblico, la risa (Catalina est hablando con la criada, Marina), o si le
falt inspiracin a la hora de encontrar una rima para conversacin[13].
Estas visiones la afligen y la sitan a la vez en el campo de lo diablico y de
la vctima. Parecido procedimiento se puede observar en cuanto a la degradacin
corporal de Catalina. La vemos en dos ocasiones cubierta de sangre, una vez
tras haberse lanzado, furibunda, desde un peasco y la siguiente tras haber
sido rescatada de una tumba donde los pueblerinos, con el beneplcito de un
mdico, la haban enterrado, creyndola muerta tras un desmayo. Los dramaturgos
nos enfrentan aqu a la incmoda imagen de la mujer herida y ensangrentada[14].
Las posibles interpretaciones de la presencia de la sangre femenina en la
caracterizacin de Catalina son mltiples, desde las implicaciones teolgicas
que conlleva la destruccin voluntaria del cuerpo (el suicidio), a las del
rostro herido de una mujer hermosa que no dejara de impresionar al pblico
como pudo hacerlo el cuerpo sangrado de Menca en El mdico de su honra. Luego estn las cuestiones relacionadas
con la visin judeocristiana de la sangre femenina como especie de tab[15],
y la que refleja el miedo ancestral de ser enterrado vivo. En ambos casos, el
despeamiento y el rescate de la tumba, el discurso de Catalina es de una
violencia considerable. Mateo Lorenzo inconsciente quiz de que a una mujer
despeada no le valen requiebros, se ve amenazado de muerte y en el episodio
del rescate sale Mateo con Catalina agarrada al cuello, no cual tierna doncella
salvada de la muerte sino hecha una furia y gritando: Harete mil pedazos, /
fantasma del horror, / entre mis brazos! (vv. 1861-1862). Si bien acaba por
templar su ira, el pblico no habra olvidado que un poco antes Catalina haba
amenazado nada menos que al cura de la siguiente manera:
Es furor,
que no
puedo resistir,
y as es
mejor vuelva a ser
nuevo
espanto desde aqu:
hoy has de
ser de mi rabia
despojo,
para que as
la sed que
de sangre humana
tengo, con
tu sangre vil
satisfaga.
(vv.
1478-1486)
La representacin de la mujer
asesina chupadora de sangre (por muchos tipos folclricos parecidos que hayan
existido)[16] caus sin
duda cierta impresin en el pblico, y sospecho que ms que las escuetas
escenas de pathos, lo
que ms estaba destinado a marcar al espectador eran las imgenes de horror y
de sangre[17]. Queda
fuera del alcance de este trabajo el analizar todos los aspectos relacionados
con la degradacin potica de la figura de Catalina, pero quisiera recordar
brevemente unas sugerentes palabras de Patricia A. Marshall que, en una
monografa sobre la anatoma y la escenificacin en Caldern, dice:
Estos estados corporales alterados, degradados,
enfermos y fragmentados no solamente sugieren la crisis y la violencia social,
sino que tambin se emplean como manera de construir una fuerte crtica social.
Al desarrollar la vertiente potica de estas partes del cuerpo, Caldern
tambin enfatiza o dramatiza la tensin o el conflicto tpicamente barroco
entre la parte (el individuo) y la totalidad (el estado).[18]
Cabe la posibilidad de que
nuestros tres dramaturgos hayan pensado su obra como una crtica hacia la
multitud de opiniones infundadas y las supersticiones, o contra la murmuracin,
pero lo que salta a la vista en esta comedia es sobre todo esa lucha de una
comunidad finalmente homognea (aqu el pueblo puede reemplazar la idea del
Estado citado por Marshall) contra el individuo violento y antisocial que se
encuentra tan bien caracterizado en el personaje de Catalina. Rene en su
persona todos los peligros. A su violencia verbal y fsica podemos aadir la
capacidad de vuelo, de hacer volar a otros, de dejarse seducir por un demonio,
de hacerse pasar por santa y de hacer desaparecer la comida del festn
preparado por el Alcalde para sus huspedes. Su comportamiento antisocial, su
extraeza mental y verbal, hacen de ella una persona relacionada con la
alteridad, con lo fuera de lo comn y con lo peligroso. Para acabar ya con este
demasiado largo repaso de incidentes en la comedia dir que para un teatro que
abunda en demonios uno de los factores ms extraos a mi modo de ver es que,
llegado el exorcismo, el pblico no ver a los demonios. stos, que son varias
legiones, hablan por boca de Catalina (no hay elementos que permitan saber si
la actriz sigui empleando su voz normal o si habl de manera ms diablica), y
al ser arrojados del cuerpo el nico efecto espectacular es sonoro: Aqu
hay gran ruido de terremoto, morteretes y cajas (acot. v. 2813). A lo largo de la obra hemos
visto como Catalina ha sido el centro de atencin tanto de la comunidad en la
que se mueve como del pblico. Salvando algunos episodios cmicos, casi todos
los discursos ofrecen puntos de vista relacionados con la protagonista. Es sin
duda lgico, pues se trata aqu de la historia de la posesin de Catalina, pero
tambin es la historia de una sociedad y de cmo esa sociedad cierra filas
contra cualquier amenaza. La mecnica de la comedia nueva quiere que se cierre
la accin con la resolucin de las diversas dificultades que se hayan podido
evocar. Dado el hecho de que en la trama cobra cierta relevancia la historia de
amor deseada por Mateo Lorenzo, un final posible hubiera sido el del matrinonio
feliz entre ste y la tantas veces rescatada Catalina, una vez libre de su
demonios, pero no haba de ser as. No se casa con su fiel admirador. Cuando
tras ser bautizada por el Cura Catalina recobra su verdadera personalidad
descubre un nuevo mundo lleno de alegras despus de tantos aos de pesadilla.
Sin una mirada para Mateo Lorenzo, olvidado por el dramaturgo, Mira de Amescua,
cincuenta versos antes, la protagonista dice:
No hay
cosa que no derrame
alegra;
en todos hallo
una
consonancia y orden,
que a Dios
estn alabando,
y, por
servirle mejor,
hoy en Santa
Clara, aguardo
el hbito.
(vv.
2830-2836)
Sus palabras finales, casi las
ltimas de la obra, resumen muy bien el punto de vista que se busca imponer en
esta comedia. Extirpado el mal, todo vuelve a ser consonancia y orden y la
persona frgil que sirvi de receptculo y hogar para las legiones infernales
no encontrar un nuevo lugar en el seno de la comunidad. Ayudada por los
demonios, Catalina la Rosela vivi una vida de manifiesta y pblica
transgresin de las normas sociales de su comunidad con lo cual se ver
apartada (por propia voluntad, al parecer) de esa comunidad que perturb. Tras
su rechazo inicial a creerse hechizada o poseda acaba, al igual que sus
conciudadanos, siguiendo las indicaciones del cura, plegando su propio punto de
vista heterodoxo al ortodoxo que expone el sacerdote.
Como deca al principio, desde
un abanico relativamente amplio de pareceres, los dramaturgos van cerrando las
posibilidades interpretativas de lo que se ve en escena para llegar a una
interpretacin sin equvocos, sin ambigedad, y sin dudas, una especie de
verdad, que constituye el nico punto de vista aceptable, una clsica vuelta al
orden establecido.
[1] Cotarelo y Mori aboga por una fecha
posterior a 1638 (apud Francisco Jos Snchez y lvaro Ibez Chacn, p. 339, en Antonio Mira
de Amescua. Teatro completo, vol 6, Agustn
de la Granja (coord.), Granada, Universidad de Granada-Diputacin de Granada,
2006, pp. 347-432). Spencer y Schevill (1937) creen que la fecha de composicin
se halla en torno al ao 1639 debido a una referencia a la moda de llevar
copetes, referencia en la que se basa igualmente Cotarelo. Unas posibles
referencias textuales en nuestra obra a La vida es sueo (Ay msera de m, ay infelice!, v.
1822; y el hecho de Catalina est encerrada en un lugar oscuro que recuerda la
prisin de Segismundo) quiz indiquen una proximidad temporal con la comedia
calderoniana y deberamos pues situar la fecha de composicin hacia mediados de
los aos 1630; habra que suponer que Rojas Zorrilla cita aqu a Caldern
aunque cabe la posibilidad de que don Pedro se inspirara en la escena de Rojas.
Recordemos que Caldern se inspir, para el Mgico prodigioso, en la escena de la muerte de El
esclavo del demonio de
Mira. Tanto Mira como Vlez murieron en 1644, con la cual tenemos un terminus
ad quem indiscutible.
[3] El primer artculo, Comedias escritas en
colaboracin. El caso de Mira de Amescua se encuentra en Agustn de la Granja
& Juan Antonio Martnez Berbel (eds), Mira de Amescua en candelero.
Actas del Congreso Internacional sobre Mira de Amescua y el teatro espaol del
siglo xvii (Granada, 27-30 octubre
de 1994), pp. 329-346; y
el segundo, Lenguaje e historia: El pleito que tuvo el diablo con el cura
de Madrilejos, en
Roberto Castilla Prez & Miguel Gonzlez Dengra (eds.), La
teatralizacin de la historia en el Siglo de Oro espaol, Actas del III
coloquio Aula-Biblioteca Mira de Amescua celebrado en Granada del 5 al 7 de
noviembre de 1999 y cuatro estudios clsicos sobre el tema, Granada, Universidad de Granada, 2001,
pp. 329-338.
[4] Exorcism and Its Texts. Subjectivity in
Early Modern Literature of England and Spain, Toronto-Buffalo-London, University of Toronto
Press, 2003, pp. 51-56.
[5] Luis Gonzlez Fernndez, The
Physical and Rhetorical Spectacle of the Devil in the Spanish Golden-Age Comedia, London, Queen Mary and Westfield College, 1998, pp. 252-270; Anna
Sinouet, Estudio comparativo de los personajes femeninos en La vida y
muerte de la Monja de Portugal y en El pleito que tuvo el Diablo con el Cura de Madrilejos, Toulouse, Universit de
Toulouse-Le Mirail, 2004.
[6] Madroal Durn, Un documento indito relacionado con la comedia El pleito que tuvo el diablo con el cura de Madrilejos, en Agustn de la Granja (coord.), Antonio Mira de Amescua. Teatro completo, vol. 6, Granada, Universidad de Granada-Diputacin de Granada, 2006, pp. 663-680. El documento (pp. 666-680) que narra la historia y las circunstancias relacionadas con el exorcismo va precedido de unas observaciones muy sugerentes acerca del caso.
[7] No dispongo actualmente de datos, pero el protagonismo dado a la figura del Espritu Santo junto con la mencin aqu de la compaa de cofrades (y todas y todos que implica gran nmero de figurantes) me lleva a pensar que esta obra haya podido ser una comedia de encargo quiz para la fiesta de Pentecosts, quiz de alguno de los pueblos mencionados en la obra, ya sea Madrilejos (Madridejos en la actualidad) ya Tembleque. En el siglo diecisiete se fundaron varias ermitas en Tembleque: ninguna de ellas lleva advocacin al Espritu Santo.
[8] Recordemos de paso la situacin, en un contexto parecido aunque esta vez cmico, que pinta Lope de Vega al inicio de El acero de Madrid donde los galanes Riselo y Lisardo esperan la salida de la iglesia de Belisa, la amada de Lisardo, en un da festivo. En lugar de asistir a misa, los galanes estn cerca de la iglesia por motivos de un encuentro amoroso.
[9] Se dirige en griego a Catalina y sta, con ciencia diablica, entiende el idioma. Sobre las dotes polglotas de los posesos ver Kallendorf (2003, pp. 26-29). Fray Luis de la Concepcin refiere el caso de una mujer anciana y criada toda su vida en las aldeas, o lugares del Valle de Thenas, en los montes Perineos (con lo cual supongo que debemos inferir que no era mujer letrada) que lograba, mediante la ayuda del demonio que la posea, discurrir y argumentar en latn (Prctica de conjurar, en que se contienen exorcismos [...], Alcal de Henares, Francisco Garca Fernndez, 1673, fol. C4v).
[10] Remito al manual de Fr. Luis de la Concepcin, fols. C3r-C6r, donde se refiere un caso en el que el exorcista vence al demonio en una justa verbal; acaba Fray Luis con la siguiente descripcin (modernizo la ortografa y suplo tildes): habiendo odo el demonio el principio de la respuesta, sin querer aguardar ms, echando aparente humo y fuego por la boca, ojos y narices de dicha atormentada, de todo punto se apart dejndola para siempre totalmente libre (C6r).
[11] Segn revela el documento publicado por Madroal Durn, el cura de madrilejos, Juan Garca, gozaba de fama de exorcista. Ver al respecto Un documento indito, pp. 663-665.
[12] Algunas comedias contienen ecos o citas del rito de exorcismo. Ver por ejemplo Quien mal anda en mal acaba de Juan Ruiz de Alarcn. Remito igualmente a mi artculo en prensa El diablo y el festn interrumpido: magia demoniaca y transubstanciacin en dos comedias de Juan Ruiz de Alarcn y Mendoza.
[13] En unos comentarios que dedica al Pleito
Jos Manuel Pedrosa, en su documentado y acertado repaso de la figura del
diablo en la literatura urea, afirma que el impresionante suceso de posesin diablica
original qued diluido dentro de una estructura que provocaba en el pblico ms
risa que espanto , El diablo en la literatura de los siglos de oro: de
mscara terrorfica a caricatura cmica, en Mara Tausiet & James S.
Amelang (eds.), El diablo en la Edad Moderna, Madrid, Marcial Pons Historia, 2004, pp. 67-98,
la cita se encuentra en la pgina 92. El aspecto cmico de la obra no es a mi
modo de ver uno de los que mejor tratamiento recibe por parte de los tres
ingenios, pero el ejemplo citado del mosquito resulta de lo ms extrao en esta
supuesta escena de visiones terrorficas.
[14] Snchez e Ibez apuntan que La sangre de la Rojela no tiene sentido si no es como mera marca de horror en tanto que no haba tenido un desmayo sangriento, de manera que Rojas identifica la indumentaria y la apariencia de Catalina con la que tpicamente ofrecera un cadver exhumado, p. 345.
[15] Esta cuestin la trata largamente
Barbara Creed en The Monstrous-Feminine: Film, Feminism and Psychoanalysis, London & New York, Routledge,
1994.
[16] Pensemos en la figura de la lamia (una breve pero detallada descripcin se encuentra en Covarrubias en su Tesoro) o, ya en el romancero, de la Serrana de la Vera.
[17] Esto dicho, la profusin de sangre en el teatro poda ser tambin contraproducente. Ver al respecto Alfredo Hermenegildo, Cristbal de Virus y los signos teatrales del horror, Criticn, 23, pp. 89-109, especialmente la pgina 105 y Luis Gonzlez Fernndez, Algunos delitos de sangre en la comedia de santos (y diablos), en Amaia Arizaleta et al., (eds), Pratiques hagiographiques dans lEspagne du Moyen ge et du Sicle dOr, Toulouse, Mridiennes, pp. 405-418.
[18] Anatoma y escenificacin: La representacin del cuerpo humano en el teatro de Caldern de la Barca, New York, Peter Lang, 2003, p. 100. Todo el captulo segundo El cuerpo violentado en las obras de Caldern: enfermedad, castigo y fragmentacin es de gran inters en relacin con la degradacin de la protagonista de El pleito.