Del Arco Santiago, Iv‡n. ÒSimbolismo y funcionalidad arquitect—nica en dos mitos: Blancanieves y Walt DisneyÓ. Culturas Populares. Revista Electr—nica 5 (julio-diciembre 2007).

http://www.culturaspopulares.org/textos5/articulos/arco.htm

 

ISSN: 1886-5623

Recibido: 20/11/07    Aceptado: 30/11/07

 

 

Simbolismo y funcionalidad arquitect—nica en dos mitos:

 Blancanieves y Walt Disney

 

Iv‡n del Arco Santiago

Profesor del Departamento de Historia del Arte en la Escuela de Arte y

Superior de Restauraci—n y Conservaci—n de Bienes Culturales de Le—n

 

Resumen

El maravilloso mundo de los cuentos y su reinterpretaci—n en el marco de las artes m‡s contempor‡neas tiene uno de sus mejores ejemplos en Blancanieves y los Siete Enanitos de Walt Disney, una obra plagada de elementos simb—licos relacionados con la tradici—n hist—rica y el nuevo imaginario creado por una sociedad emergente. La pluralidad cultural del desarrollo hermenŽutico de la Blancanieves de Disney, ocupa un ancho marco, apreciable en la arquitectura y escenograf’a de la obra, tema fundamental de este art’culo. Y como dicha obra es reflejo directo de su autor, de su verdadero demiurgo, Walt Disney, se convierte en emblema de ambos. La universalidad del largometraje y la repercusi—n de su estreno, han convertido a Blancanieves y a los Siete Enanitos protectores, en personajes m’ticos de la cultura contempor‡nea, y junto a ellos a su autor, figura envuelta de misterio desde su muerte.

Palabras clave: Walt, Disney, simbolog’a, simbolismo, iconograf’a, arte, cine, animaci—n, cuentos, hadas, tradici—n, mito, arquitectura, folklore.

 

Abstract

The wonderful world of tales and their reinterpretation in the frame of the most contemporary arts has one of its best examples in Walt DisneyÕs Snow White and the Seven Dwarves, a work riddled with symbolic elements related to the historical tradition and the new imaginary created by an emerging society. The cultural plurality of the hermeneutic development of Disney's Snow White occupies a wide frame, significant in the architecture and scenery of the work, main topic of this article. And since the mentioned work is a straight reflection of its author, of its true demiurge, Walt Disney, it becomes a symbol of both the author and his work. The universality of the film and the repercussion of its premiere, have turned Snow White and the Seven protective Dwarves into mythical prominent figures of the contemporary culture and, along with them, their  creator, whose personality has been shrouded in mystery since his death..

Keywords: Walt, Disney, symbology, symbolism, iconography, art, film, cartoone, faire, tales, tradition, mytho, architecture, folk.

 

 

T

odo momento y toda personalidad, marcan un camino sin retorno al ayer en toda obra. Un camino para un ma–ana de incertidumbres que se resuelven en los cambios y evoluci—n de la personalidad art’stica. En las l’neas que suceden, nos acercaremos a parte de ese interior vivo y fijado en la obra Blancanieves y los Siete Enanitos, as’ como de la personalidad de su creador, Walt Disney, maestro director de su opera prima, su primer largometraje, y uno de los primeros de la historia de la animaci—n.

La iconograf’a desarrollada por la compa–’a Disney en sus primeros a–os, lo que supondr’a la obra de Walt Disney, es muy variada siguiendo dos vertientes. La primera de ellas se centra en la tradici—n iconogr‡fica del siglo XIX, siendo Žsta una conclusi—n evolucionada de iconograf’as anteriores donde cada elemento tiene un valor en s’ mismo con el que el espectador lo equipara. Esto es lo que se puede llamar Òel mundo simb—lico de BlancanievesÓ, apropi‡ndonos en parte del t’tulo de la serie de libros de Filippo Picinelli, Mondo Simbolico. A cada objeto representado, significante, corresponde un significado, f‡cil de identificar por la sociedad. Son s’mbolos que nos han acompa–ado durante a–os, incluso miles de a–os, aunque susceptibles a cambios interpretativos. En segundo lugar nos encontramos con el mundo de la iconograf’a de masas, donde los s’mbolos trascienden de su interpretaci—n cl‡sica para adentrarse en el mundo social. Cada objeto, cada personaje, son s’mbolos que no llegan a ser comprendidos sus significados hasta que son analizados con el mundo social de su entorno. Entorno en el que fueron creados y no otro, pues cada momento tiene unas particularidades que lo hacen especial.

Si deshojamos el ramillete de im‡genes, vemos como todo particular forma parte de un todo. Toda imagen est‡ contenida en un continente que a su vez se convierte en otro contenido comprendido en otro continente.

De todos los continentes, son de especial interŽs los arquitect—nicos, castillo, casita del bosque, e id’lico castillo ‡ureo que entre nubes preside el feliz final del cuento. Son los tres elementos fundamentales sobre los que se centrar‡ este art’culo.

Todo comienza cuando a lo lejos, entre un boscoso paisaje, en lo alto de un risco en cuya ladera descansa un peque–o pueblecito, se erige ante el espectador el castillo, donde vive la princesa de nuestro cuento gr‡fico. Castillo que estructural y estŽticamente est‡ en relaci—n con la tradici—n europea, y m‡s en particular en su versi—n e ideales rom‡ntico-germ‡nicos, siendo plausible tanto en los rasgos como en los elementos constructivos.  Es la primera imagen que se nos presenta, dominando todo un territorio, edificio majestuoso que es ejemplo de la realeza que cobija. A pesar de su car‡cter  palaciego y la bella fragilidad de sus torres, nos ofrece una impresi—n de fortaleza y defensa, con su barbacana circundando todo el recinto presidido por una excelsa torre del homenaje  y protegido por la orograf’a del terreno con el r’o a sus espaldas. Se considera s’mbolo de protecci—n, atendiendo a las indicaciones de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant quienes a–aden tambiŽn, que por su imagen de aislamiento, hacen de Žl un ente tan inaccesible como deseado. Cuando su perfil destaca por la proliferaci—n de torres y agujas que asientan su corporeidad sobre una monta–a o colina, tal como se puede observar en tantas obras de arte, citemos por ejemplo El caballero, la muerte y el diablo (Alberto Durero, 1513), la imagen se asocia con la JerusalŽn Celeste. Aunque en el particular se deber’a desestimar esta idea debido a la sucesi—n de los hechos que acontecen, tambiŽn es cierto que segœn los diferentes momentos representados y el uso de las luces que dominan sobre Žl, su significaci—n var’a. As’ y todo, siguiendo con la idea de lo deseado, Chevalier y Gheerbrant subrayan que en los casos particulares donde los pr’ncipes y las princesas son los protagonistas, el castillo es la conjunci—n de los deseos, cuesti—n expl’cita en el gui—n e impl’cita en la significaci—n del pozo.

En el interior del recinto el patio ser‡ aglutinante de varios s’mbolos como el citado pozo, cuyas aguas reflejan igualmente el deseo[1], o la escalera que embellece la entrada al complejo residencial del castillo, y engalanado por la decoratividad de las ventanas y puertas cuyo trasfondo no se escapa a la significaci—n.

Si bien del patio hablaremos m‡s adelante, antes y teniendo en cuenta el desarrollo secuencial, abriŽndose entre dos pares de columnas d—ricas y grandes y pesados cortinajes con la representaci—n del firmamento, se nos muestra la simŽtrica[2] sala del espejo m‡gico. Sala peque–a con iluminaci—n tenue y misteriosa en cuyo frontal se sitœa el citado espejo, de gran tama–o con marco dorado y protegido por todos los signos del zod’aco, tal cual sol del que Fil—n dijo a colaci—n que Òno se debe apartar ni a la derecha ni a la izquierda del camino real sino avanzar por en medioÓ[3]. Zodiaco que, con su car‡cter misterioso[4], decora la pared en su derredor haciendo forma de herradura o semic’rculo. A los pies del espejo, en el suelo, un c’rculo con ocho radios que parecen una esquematizaci—n de la rosa de los vientos como alusi—n a todas las direcciones y al ciclo de la vida.  Son todos estos elementos en su conjunto los que hacen de esa sala un microcosmos envuelto de gran esoterismo, un mundo m‡gico que anuncia el hecho prodigioso que all’ suceder‡ en el que el espejo vaticina los designios de lo que le es preguntado por la reina quien se ve representada en la sala por uno de sus emblemas her‡ldicos, el sol, emblema coligado tambiŽn a la realeza, tallado en las paredes laterales. S’mbolo que por ser atributo de la verdad, pues como dice James Hall, Òtodo se revela gracias a su luzÓ, est‡ asociado tambiŽn al espejo.

Para su poderosa sabidur’a, columnas[5], no hay l’mites, apoy‡ndose para esta afirmaci—n en el firmamento de las cortinas como representaci—n del universo[6], en el c’rculo del suelo por su disparidad y el zod’aco como imagen cosmog—nica y pagana de la humanidad, adem‡s de poseer un car‡cter simb—lico temporal[7]. Las columnas por su parte tienen una importante tradici—n dentro de la tratad’stica moderna, destacando por nuestro interŽs, en fin a nuestros prop—sitos, los realizados sobre el templo hierosolimitano tras el Concilio de Trento, pudiendo tomar como ejemplo el de Galeazzo Alessi, Jer—nimo Nadal o Juan Bautista Villalpando entre otros, como bien recogen Joseph Rykwert en La casa de Ad‡n en el Para’so o Juan Antonio Ram’rez en  Construcciones ilusorias, quien nos ofrece tambiŽn ejemplos de representaciones anteriores de artistas como Fra Angelico, Carpaccio o Rafael donde las columnas como en este particular no son torsas. ƒsta llega hasta los artistas de Blancanieves, de nuevo, a travŽs del mundo esotŽrico de la literatura, pintura y cine fant‡sticos, pudiendo estar relacionados algunos de Žstos con los Rosa-Cruz, o incluso a travŽs de las tradicionales y arraigadas sociedades mas—nicas para quienes la columna d—rica era uno de los emblemas m‡s caracter’sticos de sus logias, atributo de fortaleza y sabidur’a, derivadas de su filiaci—n con lo salom—nico. Junto al c’rculo del suelo y al zod’aco que circunda el espejo forman parte de los atributos de Žste como ente m‡gico.

El espejo, propio s’mbolo del simbolismo como se ha llegado a decir, es reflejo de un compendio de interpretaciones interrelacionadas que nos ofrecen la visi—n global que disfrutamos hoy en d’a, muchas de ellas refractadas por nuestra obra en dicha figura. De ah’ la idea de belleza, de narcisista vanidad, de dotes adivinatorias, de veracidad o incluso el hecho de ser uno de los grandes atributos del trono. La tradici—n de donde proceden estas interpretaciones es variada tanto en el tiempo como en el espacio interpol‡ndose su uso. Es el autŽntico protagonista de la sala. Jean Chevalier y Alain Gheerbrant se–alan que su figura, dentro de los cuentos inici‡ticos occidentales, est‡ relacionada con el concepto profŽtico siempre ba–ado de sabidur’a, sinceridad y veracidad rese–ada.

No cabe duda, a la saz—n de sus emblem‡ticos elementos, que el aposento es un autŽntico templo a Atenea, a la incontrastable sabidur’a universal.

Vuelve a aparecer este aposento en otra escena de la pel’cula, tras la huida de Blancanieves, donde entre las tinieblas de la noche, ant’tesis de la luz, reflejo de la maldad que oscurece la virtud[8], surge el castillo, convertido en tenebroso, dentro del cual la reina con un cofre en la mano le repite la pregunta al espejo. Si se comparan ambos momentos, se denota una sutil diferencia pero con gran contenido intr’nseco. El objeto cambiante es la cortina, y no es que cambie su estampado sino su disposici—n dentro de la sala. Si bien en la primera escena estaba abierta, puesto que no ten’a nada que ocultar, en la segunda se muestra suelta, cerrada, provocando una composici—n m‡s hermŽtica, vislumbrando los deseos de ocultar el hecho a acontecer.

Tras la escena precedente, la reina, ofuscada por la desobediencia del cazador, decide hacerse cargo de sus prop—sitos. Para ello desciende, airada y alterada, volando su capa por la fuerza del descenso, llegando a las mazmorras, al final de una escalera de caracol, donde en un aposento oscuro lleno de libros y alambiques, tiene su laboratorio. El descenso, de gran teatralidad, discurre por unas escaleras de caracol, en espiral, entorno a un gran pilar circular. Dicha escalera simboliza el c’rculo vicioso, suele ir acompa–ada por un sentimiento de angustia y temor. Por su forma helicoidal se puede identificar con el desarrollo, la continuidad c’clica en progreso y rotaci—n creacional[9], en definitiva, el car‡cter c’clico de la evoluci—n, a lo que se debe a–adir su sentido descensional, de bajada, que nos relaciona la escalera con el mundo esotŽrico, como bien dicen Chevalier y Gheerbrant, o incluso con la bajada a lo maligno, al infierno dantesco. Es una zona envuelta de misterio y simbolismos que juegan con la idea de la muerte y lo maligno. Todos los detalles que se pueden observar en la antesala del cuarto privado de la reina convergen hacia la idea de olvido y de muerte, de corruptibilidad de la vitalidad humana. Y as’ lo demuestra el pulverulento espacio lleno de telara–as, cordajes ro’dos y tinajas polvorientas y arrinconadas, sugestivo olvido al que acompa–an esas ratas evocadoras en el mundo occidental de prejuicios desfavorables, imagen del temor, de la actividad nocturna y clandestina e incluso de la muerte por ser propagadora de la peste. No son las ratas el œnico elemento que identifica el lugar con la muerte. En este sentido, se deben resaltar el sarc—fago y la momia con todo su car‡cter sepulcral, los esqueletos como personificaci—n de la muerte[10] y corruptibilidad del cuerpo, y sobretodo las calaveras o cr‡neos que vemos en dos formas, tanto en representaci—n escult—rica, talladas en las dovelas de los arcos y puertas de acceso, relacion‡ndose Žstas con la idea de paso, como, por otra parte, en su forma —sea, a modo de ÒvanitasÓ. Segœn Chevalier y Gheerbrant el cr‡neo es Òs’mbolo de mortalidad humana, pero tambiŽn de lo que sigue despuŽs de la muerteÓ, en suma, se debe hablar de la identificaci—n con el concepto de muerte ya no s—lo por tradici—n literaria occidental, no olvidemos la literatura fant‡stico-g—tica, sino tambiŽn por la idea concebida y asimilada por las masas quienes identifican claramente todos los s’mbolos comentados con la idea de muerte.

Esta serie de elementos se conjugan para ofrecer una idea del lugar y de sus fines al ser representativos de las mazmorras, lugar en el que nos encontramos. Toda la composici—n se desarrolla entre tinieblas, en la oscuridad, que al exterior se correspond’a en noche creando un ambiente lœgubre y tenebroso que Gilbert Durand, bajo estas caracter’sticas y haciendo un recorrido por la historiograf’a, la identifica con lo maligno, lo infernal, el mundo de los esp’ritus. La puerta de ingreso a la sala alqu’mica es de arco de medio punto despiezado en fuertes dovelas de las que destaca la clave por su tama–o y por la decoraci—n tallada de una calavera, muerte, cerrando el vano una puerta de madera con asidero met‡lico con forma animal’stica, relacionada con el bestiario. La arquitectura en la que transcurre la escena es fuerte y consistente, protectora y obscura,  hermŽtica por su robustez y oscuridad aunque di‡fana por su altura[11], ep’tetos que reflejan el mundo siniestro, el de la magia negra, en definitiva el Òmundo g—ticoÓ, como se conoc’a en literatura y que estaba tan de moda por aquellos a–os de fines del XIX y principio del XX donde destacaron varias figuras como Lovecraft o Edgar Allan Poe.           

Una vez dentro de la habitaci—n privada de la reina se pasa de la oscuridad a una tenue iluminaci—n de velas que resaltan las sombras, inundando este espacio interior de un aspecto fantasmag—rico y misterioso. A la atm—sfera creada en la sala se a–aden varios objetos decorativos como la aparici—n de nuevo de las calaveras o la representaci—n de la balanza con imagen coronada de la muerte como eje axial. Destacable es la imagen de una sobrecogedora ÒvanitasÓ[12], excelente bodeg—n con la presencia del tiempo terreno en el reloj de arena, la inconsulta sabidur’a del libro cerrado coronado por el cr‡neo, ubicuidad del alma humana, de sus virtudes y vicios, adem‡s de ser se–a del tiempo intangible, no siendo l’cito olvidarse del cuervo que reposa sobre la calavera pues es el Yo de la Reina, su atributo y s’mbolo, ya no s—lo como cuervo sino como p‡jaro negro en su contraposici—n con el blanco tal cual afirma A. Didron, Òcuando el esp’ritu es bueno, el p‡jaro es blanco; y cuando malo, negroÓ. La ÒvanitasÓ no se podr’a entender en su plenitud sin la presencia de la vela que con su luz es muestra latente de la vida que con un soplo de viento se apaga[13], met‡fora de la fragilidad de la vida, muerte que sin tener porquŽ ser f’sica, representa simplemente el final de una etapa.

Otro de los detalles preponderantes de esta habitaci—n de muerte es la proliferaci—n de libros que por una parte, sin tener en cuenta los t’tulos, participan intr’nsecamente del mundo de la ciencia y la sabidur’a, y por su realidad cosmog—nica[14], entre todos, tambiŽn al mundo alqu’mico, que diferencia entre el libro abierto y el libro cerrado, s’mil del coraz—n que se oculta o revela sus pensamientos y sentimientos.

Son imprescindibles para el proceso los alambiques, probetas y el resto de recipientes utilizados todos ellos para la realizaci—n de diversas p—cimas y conjuros. Si bien var’an en el tipo de material en que est‡n realizados, cobre, cer‡mica y vidrio, todos coinciden en una tendencia a las formas esfŽricas y abombadas, uterinos perfiles de su funci—n engendradora como se vislumbra de las teor’as de Peter Sloterdijk acerca de  la esfera como identificaci—n del œtero materno y la forma germinal.

Tras los conjuros y hechizos pertinentes para su transfiguraci—n y ardides, la metamorfoseada reina, desciende por una trampilla a las mazmorras inferiores que conducen a la salida acu‡tica del castillo, descenso al Estige, a lo infernal. Si bien antes, al pasar por dichas mazmorras, infestas de muerte, da muestras de su gran crueldad, encapuchada con el manto negro que la cubre,  se sube a la balsa y remando traspasa los l’mites del castillo y cruza, entre la niebla, el foso-lago hasta la orilla cual Caronte, genio del mundo subterr‡neo, secuaz de Hades, se–or de los infiernos, cruza las aguas de la muerte, entre otros el r’o ƒstige, de aguas venenosas y quebrantadoras. La secuencia sucede entre la niebla, evocadora de lo fant‡stico o maravilloso y preludio de la manifestaci—n, que acompa–a a la malvada una vez abandona la barca y se adentra en el bosque.

            La fuente iconogr‡fica utilizada en estas asincr—nicas secuencias oscurantistas y en otras de rasgos estŽticos similares que entroncan con el mundo cabal’stico y esotŽrico, se encuentra en la literatura fant‡stica del XIX y primeros a–os del XX, autores como Wallpole, Radcliffe, Maturin, Allan Poe o Lovecraft, y a su vez tambiŽn en producciones cinematogr‡ficas, tanto europeas como estadounidenses, predecesoras de la obra de Walt Disney y que siguieron dichas influencias literarias convirtiŽndose en referente visual. Entre todas ellas se deben resaltar las relacionadas con el cine alem‡n que se ha venido denominando expresionista, tales como Nosferatu, el vampiro (Friedrich W. Murnau, 1921) o El Golem (Paul Wegener y Carl Boese, 1920), as’ como la producci—n hom—nima norteamericana Snow White dirigida por J. Searle Dawley en 1916.

            Retomemos las primeras escenas. DespuŽs de un comienzo oscuro, la luz surge para introducirnos en el recinto defensivo, el patio del castillo, y presentarnos a los dos hŽroes entorno a un pozo. Primeramente es la princesa quien ejerce sus tareas domŽsticas con viejos vestidos quien es presentada mientras el pr’ncipe sobre su majestuoso caballo blanco se acerca a la barbacana y tras verla se aproxima hasta el lugar del encuentro, el pozo que est‡ en mitad de la composici—n rodeado de palomas blancas o t—rtolas. Varios son los elementos que se deber’an analizar de todo este pasaje aunque œnicamente se traten ahora los arquitect—nicos y espaciales, entre los que resalta el pozo en todo su conjunto quien tiene la clave para comprender no s—lo esta imagen sino tambiŽn gran parte de la obra.

En el citado patio-jard’n del castillo, y a lo largo de todo el momento representado, se observan tres escaleras, primeros elementos a analizar, siendo las primeras aquellas que est‡ limpiando la princesa, dispuestas en curva donde se distinguen catorce escalones. Momentos despuŽs nos encontramos con otra escalera al fondo de la composici—n, justo por detr‡s de Blancanieves, de tramo recto con siete escalones, nœmero en base al cual est‡ toda la obra. Del mismo modo llegando a las escaleras donde se desarrolla la escena, percibimos como tambiŽn se pueden distinguir siete escalones en las principales, existiendo a mayores un peque–o rellano, fruto del dise–o escogido, tras el cuarto escal—n. Aunque esto no es lo œnico que se repite sino que tras el sŽptimo y œltimo escal—n y antes de llegar a la puerta parte otra escalera ascensional, de car‡cter secundario, a la izquierda de la anterior, en la que se vuelven a distinguir catorce escalones. Todas las escaleras tienen siete escalones o un nœmero mœltiplo de Žste, catorce. El siete, que para Fil—n indica el Òsentido de un cambio despuŽs de un ciclo consumado (idea que, al igual que Žste, tambiŽn recogen Chevalier y Gheerbrant comentando la relaci—n del siete con la cultura egipcia y los textos b’blicos)  y de una renovaci—n positivaÓ, es en los cuentos de hadas y en las leyendas el nœmero de la evoluci—n expresada en las siete etapas de Žsta donde toda actividad se dirige hacia la vida eterna y la salvaci—n.

Dentro del castillo, un microcosmos vegetal se yergue teniendo como l’mites los pŽtreos muros de la fortaleza. Una gran variedad de formas vegetales se conjugan dentro de un desordenado orden puesto de moda por la ilustraci—n brit‡nica, es el conocido como jard’n inglŽs, la nueva Arcadia, el jard’n de la libertad, que muestra las desconocidas aspiraciones de su moradora, la hu’da del hogar para realizar su propia vida. No es un jard’n abierto espacialmente, entre otras cuestiones por su localizaci—n, pero aœn as’ no pierde la fuerza simb—lica que este tipo de jard’n ostenta[15]. El jard’n forma parte del reino vegetal y como tal se ve influenciado por la simbolog’a de Žste, significando, en palabras de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Òel car‡cter c’clico de toda existencia: nacimiento, maduraci—n, muerte y transformaci—nÓ.  Es en este jard’n en el que nos encontramos el pozo.

El pozo donde se cantan las penas, el pozo de los deseos donde te reflejas si te miras y se llegan a reflejar los sue–os en la forma que el pr’ncipe se refleja. El pozo es el continente del agua, agua necesaria para la vida y agua como espejo aunque ligeramente distorsionado, como si en vez de ser real fuera un reflejo on’rico. Fuente de sabidur’a Òoculta a los ojos del vulgoÓ, segœn vislumbra Filippo Picinelli, es s’mbolo del secreto, de la verdad desnuda, y tambiŽn de la persona que ha alcanzado el conocimiento, segœn apunta Gilbert Durand. Todo ello se traduce en los citados deseos interiores de la princesa, que concluyen con su reflejo en las aguas, representantes en este caso de las energ’as inconscientes, las motivaciones secretas y desconocidas. Agua y pozo, todo uno y en conjunci—n, forman un espacio receptor de encuentros esenciales, diciŽndose, incluso, que Òcerca de ellos nace el amorÓ tal cual sucede entre pr’ncipe y princesa, animus y anima.

Una vez visto el sue–o reflejado y hecho realidad, la princesa huye traspasando la puerta. Puerta como umbral, l’mite, siendo distanciamiento y separaci—n entre los protagonistas de la escena, aunque es una separaci—n con posibilidad de uni—n, l’mite no finito[16]. Ya dentro, Blancanieves accede a su habitaci—n tras subir por una escalera de caracol[17], como ascendiendo a su cielo, a su deseo, a su templo con las dos columnas salom—nicas, renovadoras, flanqueando su umbral exterior, la ventana. Son algunas de las trabas que le pone al pr’ncipe quien tendr‡ que ir solvent‡ndolas. No se debe olvidar que aœn es una ni–a que se resiste a dar el paso vital por mucho que lo desee. Esas trabas o estadios se ven reflejados por las escaleras, primer l’mite o umbral. Tras las escaleras, la puerta, flanqueada por dos columnas salom—nicas adosadas, marca otro l’mite m‡s infranqueable que el anterior pues el primero lo puede traspasar. Y por œltimo el umbral de la ventana que permite la visi—n pero no el tacto, es la muestra de la posibilidad, del fehaciente deseo de ambos de unirse siendo œnicamente una fusi—n visual que permite entrever sus deseos de futuro.

En el escenario, dos ventanas similares, la de la princesa y la de la reina. Mientras la ventana balc—n de la princesa es abierta, receptiva, el vano de la reina, desde el cual mira con rabia y celos, es cerrado, aislado mediante cristales romboidales que disimulan su figura. La ventana de la madrastra esta flanqueada por dos columnas d—ricas al igual que todas las estancias donde domina su presencia (sala del espejo, trono). A esto se a–ade que el balc—n de secci—n hexagonal sigue un esquema tripartito de arcos lombardos entre columnas, siendo estas columnas de fuste enroscado, columnas salom—nicas. Por otra parte est‡ la citada ventana de los aposentos de Blancanieves. Se deduce que son sus aposentos por la paupŽrrima sencillez del lugar y tambiŽn por el aspecto cotidiano de los menajes de aseo, sin ningœn tipo de lujos. El vano como tal, y como se ha dicho, es de la misma estructura que el de la madre-madrastra, con la salvedad de la interpolaci—n de los elementos donde las columnas salom—nicas aparecen a los lados del vano y la balaustrada de corte, en este caso, semicircular, que se decora con una sucesi—n de arquillos ciegos soportada por sencillas pilastras d—ricas. Esta descripci—n tan detallada de los elementos tiene una explicaci—n cuando se comparan una con otra. Para empezar, la forma estructural de los balcones, aunque similar, tiene una diferencia significativa, el corte planimŽtrico de ambas, tal como se ha se–alado. Las l’neas rectas del hexagonal balc—n de la reina que vienen a significar, segœn Bruno Zevi, decisi—n, rigidez y fuerza, se contraponen con la forma semiesfŽrica del balc—n de la princesa, equilibrio y perfecci—n. Un elemento comœn en ambas y visto tambiŽn flanqueando las puertas, es la columna, s’mbolo de robustez y soporte por su funcionalidad, se–alizadoras del paso de un mundo a otro cuando flanquean vanos, y s’mbolo de la evoluci—n de la personalidad por su car‡cter ascensional. Si bien se ha comentado la significaci—n de la columna en su generalidad funcional, hay que tener claro que Žsta puede variar o matizarse en relaci—n con sus diversas variedades, como sucede en nuestro caso. De esta forma, las columnas d—ricas, a parte de su relaci—n con el tradicional mundo esotŽrico y alqu’mico, se identifican con la serenidad, la rectitud, la racionalidad a la que se llega tras pasar por la etapa del crecimiento, representadas por las columnas torsas (retorcimiento en espiral) tanto de la balaustrada de la reina como del balc—n de Blancanieves, siendo Žstas reflejo de las aspiraciones evolutivas, desarrolladas ya en el adulto (columna d—rica por encima de la salom—nica en nivel y medida) y potenciales en el menor, de ah’ su disposici—n. Adem‡s Žstas, las columnas salom—nicas, son representaci—n del templo interior que cobija la virginidad de la joven princesa[18]. TambiŽn dentro del marco de las ventanas aparecen otros elementos como la citada cristalera que a parte de su intenci—n distanciadora, por su disposici—n romboidal, simboliza la matriz de la adulta y de la madre, o los grandes cortinajes de color pœrpura que junto a las cabezas de le—n de las mŽnsulas que soportan ambos balcones, proclaman la unidad metaf’sica y la realeza de la madre y la hija.

La ventana de Blancanieves, sobre la puerta cerrada que da ingreso al edificio principal; la de la reina a la izquierda del pr’ncipe, a la que se llega tras un laber’ntico trayecto, y otra puerta, otros l’mites que no son los deseados por el pr’ncipe. Mientras Blancanieves mira abiertamente desde la ventana sin fronteras visuales escondiŽndose de su humilde condici—n, princesa y sirvienta, tras las cortinas que dan fe de su realengo y condici—n, la reina, madre o madrastra, se aferra al poder emblematizado en los purpœreos cortinajes que cubren la ventana. Son esas cortinas de igualdad las que a su vez diferencian las personalidades y a la larga, pretensiones de ambos personajes, reina y princesa, siendo una prueba de ello que la reina se llene de ira por su envidia ante la belleza de Blancanieves.

            Siguiendo en el castillo, y acto seguido de la visita del pr’ncipe, la reina recibe al cazador en el sal—n del trono. Gran sala donde la luz, sin tener en cuenta la zona del trono, es la œnica decoraci—n de la misma junto con un escudo con dos lanzas cruzadas, sin m‡s importancia que la ornamental.

            Con un preciosismo envidiable, nos encontramos un dibujo delicado y detallista donde en una inmensa sala destaca la zona del trono, en un extremo de la misma. Dominan tres colores, el azul, el rojo pœrpura y el dorado. Todos ellos asimilados a la figura real. Los cortinajes de color pœrpura suelen ser comunes de los cuadros de corte y en esa forma decoran la estancia envolviendo al regio protagonista, la reina, en el trono. Son, atendiendo a las conclusiones de Cirlot, s’mbolo de separaci—n y, por su color, de poder.

            El trono, elemento protagonista de la sala y œnica excentricidad decorativa de la misma, se dispone en lo alto de una escalinata de tres escalones, muestra de altura y poder, y sobre una alfombra azul que hace juego con la tapicer’a del trono. Es el azul, t’pico de la corte francesa, atributo de Jœpiter y Juno, los m‡s poderosos dioses del Olimpo. Como s’mbolos mayest‡ticos, adem‡s del trono, resaltan el cetro sobre el reposapiŽs y las diversas coronas incluidas la de la reina y las que ornan el trono,  pruebas tangibles de su condici—n regia tal cual reconocen Cirlot, Halls o Chevalier y Gheerbrant.

            El trono de gran envergadura no solamente es un simple asiento sino que, como es l—gico, personifica a la figura que acoge y a todo lo que Žsta representa[19]. De ah’ el comentado azul de la tapicer’a  y los escudos que lo decoran  a los laterales y en la parte baja del respaldo que son las formas her‡ldicas que legitiman, por descendencia y tradici—n, el poder de quien se sienta en dicho trono. Es debido a ello, a su disposici—n en el trono, que se le dedique una excepcional atenci—n.

As’ pues, si analizamos estos escudos, lateral y frontal, observamos que contienen elementos simb—licos curiosos, al menos, por su posible relaci—n con la masoner’a y ese mundo esotŽrico citado con anterioridad, no debiŽndonos olvidar que el XIX fue un siglo donde la masoner’a estuvo muy en boga. En el escudo lateral una banda roja separa dos campos diagonales. A la izquierda una escuadra dorada y a la derecha un c’rculo o sol dorado. Sobre el escudo una corona igual que la portada por la reina. El dorado, que ba–a los elementos principales del trono, simboliza todo lo superior, la representaci—n de la supremac’a y  la sabidur’a. Son todos estos elementos citados, susceptibles a la iconograf’a mas—nica aunque debido a la refutabilidad de las posibles aseveraciones ser‡n obviados a favor de conclusiones m‡s aceptadas. As’, la banda roja, la escuadra y el c’rculo o sol son poseedores de un gran simbolismo debiŽndose estudiar en su conjunto para comprender el contenido de este emblema her‡ldico. De esta forma, la escuadra, ligada a la figura del cuadrado, se asocia con la figura de la tierra al ser uno de sus instrumentos de medici—n, de igual modo que el sol, ligado a la figura del c’rculo, se vincula al cielo c—smico al participar Žste de su perfecci—n. Nos encontramos ante un emblema de corte astrol—gico donde se contraponen la tierra, con sus vicios y virtudes, representada por la escuadra, a la representaci—n del cielo, del c’rculo-sol, de la perfecci—n, evocador del esp’ritu. Es un emblema de la dualidad metaf’sica del ser humano, el bien y el mal, situ‡ndose, en nuestro particular, la maldad por encima de la bondad.

Por otro lado en el escudo frontal se observa la misma corona encima del blas—n, de bastante m‡s tama–o que el anterior por el sitio presidencial en el que se encuentra dentro del conjunto, est‡ dividido en cuatro cuarteles. El superior derecha y el inferior izquierda contienen una serpiente en disposici—n de zigzag, similar que las del caduceo de Mercurio. Es el animal del pecado, del mundo oscuro, de la muerte y del rejuvenecimiento por su condici—n de cambiar la piel. Siempre est‡ presente la dualidad muerte-vida, simbolizando sobre los blasones, segœn Sabine Heinz, la sensatez y sabidur’a aunque tambiŽn podr’a representar el diablo e incluso la envidia[20]. Teniendo en cuenta a quien representa, a la reina malvada, su simbolog’a entorno a lo sagaz y lo maligno se deber’a aceptar con menos reservas. En los cuarteles restantes un sol en cada uno y dentro de esos soles una corona, emblemas mayest‡ticos que definen a su representante, la madrastra. En la parte alta del respaldo del trono, y dominando todo el conjunto, la figura de un pavo real con la cola abierta en su estado m‡s ‡lgido. Es s’mbolo de altaner’a, arrogancia, vanidad, presuntuosidad y tambiŽn de belleza. Los ojos de la cola son los ojos que miran con envidia, llegando a definirlo Arist—teles como Òanimal celoso y fatuoÓ, segœn recoge Mari–o Ferro. A todo ello, por su condici—n de ave, es considerado imagen de la renovaci—n. Son atributos o calificativos que se identifican con la reina, incluido el de la renovaci—n aunque Žste se debe puntualizar con la imagen de la princesa pues es ella la figura de esa renovaci—n, el cambio generacional al obligo del tiempo.

            Blanco y negro, o lo que es lo mismo, luz y oscuridad, inocente bondad y longeva maldad, son dualidad simb—lica de un mismo ente, el castillo, que nos ofrece y matiza momentos de diversa carga psicol—gica. S—lida construcci—n enmarcada en el ‡mbito de la realidad que se contrapone con  el idealizado y gr‡cil castillo ‡ureo de la œltima escena e incluso con el pr—ximo elemento arquitect—nico que se analizar‡, la casita de los enanitos, contenido de otro de los grandes continentes, el bosque, y que a su vez se convierte en uno de los continentes m‡s importantes de la obra debido a los personajes que a su abrigo habitan en Žl.

As’, en medio del bosque, abriendo la cortina de follaje que la selva levanta, se presenta ante la protagonista y el espectador la casa de los enanitos.

Los alrededores de la casa est‡n conformados por los grandes ‡rboles del bosque, reflejo de la ancianidad de la Madre Naturaleza, entre los que discurre un arroyo de tranquilas aguas salvado por un puentecillo de madera, pasaje de Blancanieves a la otra orilla, la otra vida, la del adulto, evoluci—n constante del ser humano tal cual es la constancia del movimiento de la rueda de molino que hay aguas abajo. Aguas tranquilas, s’mbolo de orden y paz[21], que junto a la luz fragmentada que penetra entre la b—veda arb—rea hacen de este lugar un sitio id’lico, casi irreal, cantado a menudo por los rom‡nticos en varios de sus textos, como por ejemplo sucede en el Para’so perdido del poeta John Milton que Eduardo Bl‡zquez define como Òun paisaje id’lico rodeado de una naturaleza b‡rbara y tit‡nicaÓ. Esa naturaleza b‡rbara y tit‡nica, de ‡rboles milenarios, nos asciende a la sublimidad, solamente interrumpida por el pintoresquismo de la casa de gusto popular en la que se conjugan la tradici—n germ‡nica con elementos aut—ctonos americanos, especialmente desde el punto de vista decorativo, donde hallamos motivos derivados de los totems ind’genas. 

            En su composici—n se siguen las costumbres constructivas n—rdicas a base de entramados de madera caravista, muros encalados en los que se abren puertas y ventanas de toscos cuarterones y armazones para los techos, cubiertos con paja a modo de aislante, cuesti—n t’pica en la arquitectura tradicional noruega. Todo en la casa es peque–o, recurriendo a la gran premisa del renacimiento, Òa la medida del hombreÓ[22], en nuestro caso a la medida de los enanos, sus due–os.

Flanqueando la puerta, dos troncos retorcidos llenos de vegetaci—n, pilares salom—nicos del templo protector que cobijar‡ ahora a nuestra princesa, crean un peque–o p—rtico de exuberancia vegetativa. Las columnas torsas se repiten al interior, sirven de pilares ascensionales que soportan la estructura de la casa, adscribiŽndosele la simbolog’a evolutiva de la espiral, ya comentada. Son elementos que relacionan a Blancanieves con su nuevo refugio.

Por otra parte, tanto el exterior como el interior destacan por el ornato que remata vigas, escaleras, columnas, dinteles, chimenea... En definitiva, se podr’a decir que este ÒcontinenteÓ, que adem‡s est‡ complementado por numerosos ÒcontenidosÓ de importante carga simb—lica como por ejemplo las sillas y candelabros, es acopio en s’ mismo de la nutrida y significativa decoraci—n tallada en la madera, cara vista en sus muros, que nos acerca al sentimiento estŽtico del horror vacui, destacando las representaciones animal’sticas sobre las vegetales.

De entre todos los detalles, uno de los m‡s destacados es el bœho,  personificado por su testa de grandes ojos y ocasionalmente en su ’ntegra figura,  domina todos los lugares de paso y de importancia de la casa, es s’mbolo protector del hogar como bien se–ala Sabine Heinz quien dice que ÒEn Alemania, la lechuza (o bœho) ha conservado su funci—n protectora. Es en efecto el emblema de los lugares protegidosÓ. HaciŽndole compa–’a y de forma tambiŽn relevante, se deben destacar conejos o liebres como atributo de la diosa madre, ranas con la boca abierta portadoras del buen augurio, y que segœn Cirlot simbolizan la resurrecci—n, y tortugas, quienes por su caparaz—n son s’mbolo protector, y por su movimiento s’mbolo de la tardanza convertida en pereza en la iconolog’a de Ripa. Relacionados con el hermetismo europeo son los dragones afrontados, simbolizan la neutralizaci—n de las fuerzas adversas, adquiriendo matices proteccionistas como bien se–alan Chevalier y Gheerbrant.

Son singulares las representaciones de la fauna americana que, si bien no son tan numerosas como las ornamentaciones citadas, despiertan nuestra curiosidad por su intromisi—n dentro de la concepci—n centroeuropea de la morada. As’, hallamos pumas  y mapaches que, como el ‡guila, son t’picos de la estatuaria ind’gena centro y norteamericana, destacando dentro de la misma los totems y la simbolog’a protectora intr’nseca a los mismos[23]. Para terminar con los elementos decorativos de la estructura de la casa, es destacable la talla de un enano en la puerta del dormitorio, atributo antropol—gico de sus moradores, as’ como la representaci—n de cabezas humanas con la lengua fuera. En cuanto a su simbolog’a, la cabeza se considera recept‡culo del alma, representaci—n misma de los enanos y de sus antepasados que, como en los comentados totems, adquieren una significaci—n protectora.

De entre toda la decoraci—n vegetal, destacan, entre los motivos de entrelazo, una margarita que hace referencia al amor espiritual, plat—nico, y una serie de flores de cuatro pŽtalos. La vegetaci—n por razones de filiaci—n es atributo natural de la Madre Tierra, manantial del que brota. Junto a los animales definen la unidad simb—lica del entorno que decoran.

Las escenas que se desarrollan en la casa de los enanitos, se caracterizan por su irrelevancia para el trascurso principal de la historia, pudiŽndose omitir la limpieza de la casa, el momento de la cena o las presentaciones musicales, siendo pr‡cticamente una historia paralela con la œnica finalidad de ofrecer una visi—n de cr’tica social y un elenco de tendencias psicol—gicas representadas en los enanos que se atisban en la llegada de Blancanieves al dormitorio donde nos presenta las personalidades de cada hombrecillo personificadas en su nombre y en ocasiones en la decoraci—n de sus camas.

La casa de los enanitos destaca no tanto por su importancia metaf’sica o psicol—gica sino por su acertada estŽtica, tanto material como espacial, y los remates decorativos que la ornan, pudiŽndose resumir los mismos como una concepci—n protectora del lugar.

Mientras los protagonistas se pierden camino del horizonte, luz del conocimiento y lugar metaf’sico de la divinidad, el castillo glorioso, helicoidal, nos asciende hasta lo m‡s alto de los cielos, perdiŽndose la imagen en su encuentro. Se contrapone a las profundidades del infierno en el que cay— la madrastra. Es el œltimo elemento arquitect—nico que se comentar‡, y que en contraposici—n con los otros dos dentro del doble concepto continente-contenido, Žste simplemente ser’a, por su car‡cter cosmog—nico, un elemento simb—lico aut—nomo comprendido en un marco celeste, en otra dimensi—n, una figura ideal del triunfo. Y es de esta forma que, en su singladura hacia el gloriado castillo, el pr’ncipe y, primordialmente, la princesa, demuestran cual era la meta de ambos, la culminaci—n de la base tem‡tica de la pieza, la consecuci—n del deseo, fuente elemental que alimenta la vida[24], abriendo un nuevo camino hacia la eternidad[25].

            Es cierto que este art’culo, en su pr‡ctica totalidad, s—lo hace referencia a lo que se ha dado en denominar mundo simb—lico de Blancanieves obviando la presencia explicita de su creador Walt Disney. Llegados a este punto se deben precisar dos cuestiones, la primera de ellas es el apelativo de ÒcreadorÓ, justificado tanto por la promoci—n econ—mica de la obra desarrollada por W. Disney, como por su intervenci—n intelectual, impulsora y activa, sin la cual nunca habr’amos disfrutado de ella. Walt es un director, Òun maestro de obraÓ, con indiscutible car‡cter decisorio, ejercido sobre un nutrido grupo de artistas que hicieron factible la realizaci—n de esta obra maestra, de igual modo que, en tiempos pasados, grandes artistas se ayudaron de su taller para llevar a cabo el ingente nœmero de encargos donde en ocasiones el maestro œnicamente realizaba el boceto, pudiendo citar a la saz—n a incuestionables como Peter Paul Rubens o Auguste Rodin. Boceto que en el caso de Blancanieves y los Siete Enanitos fue realizado por Walt Disney, tras un arduo proceso de meditaci—n y ejecuci—n. Si bien su dedicaci—n no fue exclusiva a esta obra, dentro de todas las realizadas en el estudio, si es cierto que destaca su participaci—n por encima de todas ellas. Y es por ello, por su constante supervisi—n y decisi—n, que aunque su nombre estŽ ausente en el desarrollo del art’culo, no es il’cito hablar de simbolog’a de dos mitos: Blancanieves y Walt Disney, pues su ideolog’a, su filosof’a, su pensamiento se ve reflejado en los miles de dibujos realizados para la ocasi—n. La finalidad educativa de la obra queda patente en varias de sus fases, as’ como en el resultado final de la misma, donde se muestra el culmen de una etapa y el comienzo de otra, donde triunfa la realidad de la superaci—n.

            Por otro lado y como segunda cuesti—n, me gustar’a responder a la probable pregunta que puede suscitar el t’tulo de este art’culo, Òsimbolismo arquitect—nicoÓ, teniendo en cuenta que no s—lo se han estudiado conceptos o elementos puramente relacionados con la arquitectura estructural sino tambiŽn, y en gran parte, otros ornamentales. La raz—n de su incursi—n dentro de este estudio radica en su funcionalidad y relevancia, as’ como, sobre todo, en la definici—n del espacio atendiendo al concepto de dise–o o arquitectura de interiores, materia que depende, en una de sus ramas, de la arquitectura y que en nuestro particular, son componentes que ayudan a definir la funcionalidad del espacio en el que se ubican. Digamos pues, que son integrantes de la escenograf’a desplegada, dentro de la cual se desenvuelve la acci—n. Decorados imprescindibles llegando incluso a ser autŽnticos protagonistas de la obra, junto a los personajes animados, destacando en este aspecto el tratamiento dual del castillo en sus apreciaciones blanco-negro con una importante carga psicol—gica, del mismo modo que sucede con el gloriado e idealista castillo con el que se concluye el largometraje.

            No ser’a l’cito finalizar sin antes se–alar que, tanto los castillos como las casas populares en medio de un bosque, son formas reutilizadas a lo largo de la producci—n cinematogr‡fica de la compa–’a Disney, tanto en vida de Walt como en la figura de sus herederos o disc’pulos, resaltando entre todas ellas la casa del le–ador y las fortificaciones de La Bella Durmiente, el castillo-palacio de La Cenicienta o m‡s recientemente el pueblecito y castillo de La Bella y la Bestia. Su uso y simbolog’a no se alejan en demas’a de las estudiadas en este texto, aunque s’ se pueden apreciar cambios estil’sticos y estŽticos de variada consideraci—n, siempre imbuidos por un fuerte eclecticismo historicista.

 

 

BIBLIOGRAFêA

 

A–—n, Carmen. El lenguaje oculto del jard’n: jard’n y met‡fora, Cursos de Verano del Escorial, Editorial Complutense, Madrid, 1996.

Bl‡zquez, Eduardo. Paisajes en la literatura y el cine, Universidad Rey Juan Carlos- Instituto Superior de Danza ÒAlicia AlonsoÓ, çvila, 2002.

Biolcati, Vicente Alberto. La luz. Obelisco, Barcelona, 1992.

Chevalier, Jean y Gheerbrant, Alain. Diccionario de los s’mbolos. Editorial Herder, Barcelona, 1999.

Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario de s’mbolos, Ed. Labor, Barcelona, 1969.

Durand, Gilbert. Les structures anthropologiques de lÕimaginaire, Bordas, Par’s, 1969.

Hall, James. Diccionario de temas y s’mbolos art’sticos. Alianza, Madrid, 1987.

Heinz, Sabine. Les Symboles des celtes, Guy TrŽdaneil ƒditeur, Par’s, 1998.

Mari–o, XosŽ Ram—n. El simbolismo animal. Creencias y significados en la cultura occidental, Ediciones Encuentro, Madrid 1996.

Ortiz-OsŽs, AndrŽs. Visiones del mundo, Universidad de Deusto, Bilbao, 1995.

Sloterdijk, Peter. Esferas. Libro I: burbujas. Ed. Siruela, Madrid, 2003.

Zevi, Bruno. Saber ver la arquitectura. Ed. Poseid—n, Barcelona, 1981.



[1] Paul Diel  (El simbolismo en la mitolog’a griega, Ed. Labor, Barcelona, 1976), en la p‡gina 35, afirma que Òel agua simboliza la purificaci—n del deseoÓ. 

[2] La Òsimetr’aÓ o la ÒeuritmiaÓ son conceptos que desde la antigŸedad griega se asimilan al orden c—smico o simplemente al orden, siendo paradigmas de la belleza absoluta y sensitiva. Ver para m‡s informaci—n las p‡ginas 121 y 122 de la obra de Wladislaw Tatarkiewicz, Historia de seis ideas, Tecnos, Madrid, 1997.

[3] Her—n PŽrez Mart’nez y B‡rbara Skinfill Nogal, Esplendor y ocaso de la cultura simb—lica, El Colegio de Michoac‡n-Consejo Nacional de Ciencia y Tecnolog’a, Zamora-MŽxico D.F., 2002. P‡gina 172.

[4] Segœn Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Diccionario de los s’mbolos, Ed. Herder, Barcelona, 1999. P‡g. 1088, en relaci—n a las palabras de M. Senard que en su Le Zodiaque, clef de lÕontologie appliquŽe ‡ la psychologie, Par’s-Lausanne 1948, nos dice ÒEn todas partes est‡ asociado a los monumentos humanos m‡s importantes: estelas, templos, o lugares donde se realizaban misterios e iniciacionesÓ.

[5] Como emblema del templo de Salom—n, se relaciona con la justicia y sabidur’a. Ver p‡gs. 171-183,  Eduardo Bl‡zquez Mateos, ÒEl ciclo pict—rico de Cesare Arbassia para el Sagrario de la Catedral de C—rdoba. El Templo de Salom—n como edificio de la Sabidur’a y la JusticiaÓ, Bollettino della Societ‡ per gli Studi Storici, Archeologici e Artistici della provincia di Cuneo, 1999. Ver tambiŽn J. Chevalier y A. Gheerbrant, Op.Cit., p‡gs. 323-328.

[6] Her—n PŽrez Mart’nez y B‡rbara Skinfill Nogal, Op.Cit., p‡g. 164. En dicha p‡gina, NoŽ HŽctor Esquivel Estrada, en su recensi—n sobre ÒLos cuerpos celestesÓ de El mundo simb—lico de Filippo Picinelli, hace referencia a la figura del firmamento como representaci—n y simbolog’a del universo.

[7] James Hall, Diccionario de temas y s’mbolos art’sticos. Alianza, Madrid, 1987. En la p‡gina 118 dice que  Òel zod’aco junto con los Trabajos de los Meses, representa el ciclo celeste y terrestre del a–oÓ.

   TambiŽn Guy de Tervarent (Attributs et symboles dans lÕart profane, 1450-1600. Ginebra, 1959),      p‡g. 414, hace referencia al zodiaco como s’mbolo temporal.

 

[8] Her—n PŽrez Mart’nez y B‡rbara Skinfill Nogal, Op.Cit., p‡g.178.

   Ver tambiŽn las apreciaciones de Vicente Alberto Biolcati (La luz. Obelisco, Barcelona, 1992), p‡g. 48, acerca de la noche como contrario de la luz; y de Gilbert Durand (Les structures anthropologiques de lÕimaginaire. Bordas, Par’s, 1969), p‡g. 99, sobre la noche y las tinieblas como malŽfico.

[9] G. de Champeaux y S. Sterckx, Introducci—n al mundo de los s’mbolos, Juventud, Barcelona, 1970. En la p‡gina 25 se hace referencia a la espiral en estos tŽrminos. 

[10] J. Chevalier y A. Gheerbrant, Op.Cit., p‡gs. 481 y 482, donde se reflexiona no solo en la idea general de muerte sino tambiŽn en el concepto dentro del mundo de la alquimia. En este caso se considera s’mbolo de lo negro y Òno representar’a una muerte est‡tica (...) sino una muerte din‡mica, si puede decirse, anunciadora e instrumento de una nueva forma de vidaÓ. Ver tambiŽn la p‡gina 207 de Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de s’mbolos, Ed. Labor, Barcelona, 1969.

[11] Bruno Zevi, Saber ver la arquitectura, Ed. Poseid—n, Barcelona, 1981. Son interesantes las p‡ginas 126-133, que nos introducen a la interpretaci—n fisio-psicol—gica de la arquitectura.

[12] James Hall, Op.Cit., p‡gs 64-65, hace alusi—n a la ÒvanitasÓ al referirse al Òbodeg—nÓ, como Òfugacidad y vac’o de las posesiones terrenasÓ,  siendo el elemento m‡s representativo de dicha ÒvanitasÓ la calavera, representaci—n del memento mori, y que suele acompa–arse de un reloj de arena o un cirio como referencia al paso del tiempo.

[13] La idea de llama como vida es recogida ya por Cesare Ripa (Iconolog’a, T.-I y II, Akal, Madrid, 2002), p‡g. 414 (T.-II), en palabras como: ÒY lleva encendida una l‡mpara como s’mbolo apropiado de la vidaÓ.

   El viento, que apaga la llama, es, segœn Jean Chevalier y Alain Gheerbrant (Op.Cit., p‡g. 1070), s’mbolo de vanidad e inestabilidad siempre y cuando sea agitado y virulento.

[14] En palabras de Mohyddin ibn-Arabi, recogidas por Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Op.Cit.,       p‡g. 644, ÒEl universo es un inmenso libroÓ.

[15] En el cap’tulo ÒLa macchina del mondo e i convitati di pietra. Decadenza aristocr‡tica e metafore dellÕevasione nel giardino veneto tra `600 e `700Ó (Carmen A–—n Feliœ, El lenguaje oculto del jard’n: jard’n y met‡fora, Cursos de Verano del Escorial, Editorial Complutense, Madrid, 1996. P‡gs. 161-180), el autor, Lionello Puppi, nos muestra el ejemplo de un jard’n inglŽs dentro de una estructura fortificada, Montegaldella o tambiŽn conocida como Òla deliziosaÓ.

[16] En las p‡ginas 105-106 de Giulio Carlo Argan, Renaciemiento y Barroco. T.-I, de Giotto a Leonardo da Vinci. Akal, Madrid, 1996. Ver tambiŽn Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Op.Cit., p‡g. 1036 para la simbolog’a del umbral, y p‡gs. 855 y 858 para la simbolog’a de la puerta. En relaci—n a la puerta, ver tambiŽn Gilbert Durand, Op.Cit., p‡g. 332, donde resalta la ambigŸedad de este elemento en su s’ntesis de llegada y partida; y Juan Eduardo Cirlot, Op.Cit., p‡g. 388.

[17] Gilbert Durand, Op.Cit., p‡g. 141, acerca de la escalera como s’mbolo ascensional. Ver tambiŽn lo recogido por Bruno Zevi, Op.Cit., p‡g. 127, sobre la helicoidal.

[18] En cuanto al desarrollo simb—lico de la columna, ver: Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Op.Cit., p‡gs. 323- 328; Guy de Tervarent, Op.Cit., p‡gs. 106-108.; Eduardo Bl‡zquez Mateos y Juan Antonio S‡nchez L—pez, Cesare Arbassia y la literatura art’stica del renacimiento, Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 2002 (p‡gs. 36-41); Juan Antonio Ram’rez, Construcciones ilusorias, Alianza Editorial, Madrid 1988 (p‡gs. 139-143); Juan Eduardo Cirlot, Op.Cit., p‡g. 149.

[19] El trono, segœn Jean Chevalier y Alain Gheerbrant(Op.Cit., p‡gs. 1029-1030), se concibe a menudo como una reducci—n del universo, evocando elementos del cosmos. Es la representaci—n del poder, de la autoridad.

[20] Guy de Terverant, Op.Cit., p‡g. 346, nos desvela que ya Ovidio en sus Metamorfosis, versos 768-769, Òdescribe la envidia aliment‡ndose de serpientesÓ.

[21] As’ queda recogido en uno de los salmos del Antiguo Testamento (Sal 23,2). Orden y paz, igual que el que se respira en el lugar y que se contrapone al desorden y desasosiego vivido con anterioridad.

    Por otra parte, como se ha visto ya, son las aguas del ciclo constante de la vida. Ver Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Op.Cit., p‡g. 886, y Filippo Picinelli (El mundo simb—lico. Los cuatro elementos. Colegio de Michoac‡n,  Zamora -MŽxico-, 1999), p‡g. 286, quien a–ade en la p‡gina 295 que el agua simboliza el ‡nimo moderado siempre que el agua del r’o va bien encauzada sin desbordarse de su lecho, virtud que en su resignaci—n califica a Blancanieves.

[22] Giulio Carlo Argan, Op. Cit.. En las p‡ginas 106-108, el historiador italiano nos acerca al pensamiento renacentista sobre la teor’a del espacio y de las proporciones. 

     Ver tambiŽn la idea recogida por Bruno Zevi, Op.Cit., a colaci—n de Òla escala humana en los griegosÓ, p‡g. 54, o las reflexiones sobre la escala en Òla interpretaci—n formalistaÓ de la p‡gina 137.

[23] AndrŽs Ortiz-OsŽs, Visiones del mundo, Universidad de Deusto, Bilbao, 1995. En las p‡ginas 121-122, dice a cerca de los totems que Òes fundamentalmente animal: pues en el animal encuentran las culturas patrialcal-cazadoras su numen o esp’ritu protectorÓ.

    Ver tambiŽn Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Op.Cit., p‡gs. 1010-1011.

[24] Paul Diel, Op.Cit., p‡g. 24, dice textualmente: ÒEl deseo humano es una forma evolucionada del deseo biol—gico elemental, que anima a toda la vidaÓ.

[25] Ese camino hacia la eternidad es el que nos indica el castillo mediante su gloria y su construcci—n helicoidal, lo cual refuerza la idea de la JerusalŽn celeste. Las razones ascensionales se deben buscar en la simbolog’a de la espiral y su contraposici—n con la escalera de caracol en sentido inverso (escalera descendente hacia el laboratorio de la malŽfica reina). Ver Paul Diel, Op.Cit., p‡g. 34; y Gilbert Durand, Op.Cit., p‡g.141, sobre las ideas ascensionales de la escalera y Òla ruptura de nivel que hace posible el pasaje de un modo de ser a otroÓ (palabras de Bachelard recogidas por Durand).