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Agúndez García, José Luis y Ángel Hernández
Fernández. “Cuentos escatológicos y obscenos recogidos en Mula (Murcia)”. Culturas Populares. Revista
Electrónica 5
(julio-diciembre 2007). http://www.culturaspopulares.org/textos5/articulos/agundez.htm ISSN: 1886-5623 Recibido:
01/11/07 Aceptado:
13/11/07 |
Cuentos escatológicos y obscenos recogidos en
Mula (Murcia)
José Luis Agúndez García
Ángel Hernández Fernández
Resumen
En este artículo se
editan unos pocos cuentos folklóricos obscenos y se señalan los paralelos
literarios y tradicionales que de ellos se han localizado. Los autores
defienden la necesidad de revelar esta faceta del folklore, desatendida casi
totalmente por investigadores y editores debido a su cruda temática.
Palabras clave:
cuentos folklóricos obscenos, Mula, Murcia, Thompson, Samaniego.
Abstract
This paper collects
some obscene folktales annotated with their literary and traditional parallels.
The authors defend the necessity to reveal this facet of folklore, almost
totally neglected by researchers and editors due to its crude thematic.
Keywords: Obscene Folktales, Mula, Murcia,
Thompson, Samaniego.
C |
uando
los estudios folklóricos ya han hecho un largo recorrido, los estudiosos de
ciertas disciplinas del saber popular aún se siguen planteando determinadas
cuestiones y, de forma personal muchas veces, topan con ciertas reticencias a
la hora de dar cuenta al público de los materiales recogidos. Suele ir unido el
estudio de las narraciones populares al estudio filológico, y el lingüista se
pregunta si debe traicionar a su propia ciencia no reflejando de la forma más
fidedigna el habla del transmisor o artífice de las obras populares, utilizando
signos filológicos que entorpecen la lectura normal o si, por el contrario, para facilitarla debe
normalizar grafías y vocablos.
Entre dudas como la anterior, el folklorista también suele recelar a
la hora de reflejar ciertos temas excesivamente atrevidos, malsonantes,
ásperos. Ya Stith Thompson en su monumental catálogo de motivos, reconocido en
todo el mundo, clásico hoy
día, se sintió molesto a la hora
de catalogar determinados rasgos de humor concernientes al sexo. Reconocía que
hay montones de motivos obscenos, donde la obscenidad es gratuita, que podrían
catalogarse, pero que deja fuera por no considerarlos dentro de su interés;
pero, sin embargo, como considera posible que pudiese interesarle a alguien
incluirlos en el futuro, deja un espacio, por lo que salta del motivo X700 (humor
relativo al sexo) al X750 (chistes sobre solteronas):
Thousands of obscene motifs in which there is no point except the
obscenity itself might logically come at this point, but they are entirely
beyond the scope of the present work. They form a literature to themselves,
with its own periodicals and collections. In view of the possibility that it
might become desirable to classify these motifs and place them within the
present index, space has been left from X700 to X749 for such motifs.[1]
Tal
vez el futuro vaticinado por Thompson ya tiempo que duerme en el pasado, pues
son muchos los folkloristas que, fieles a su misión de dar fe de la realidad
folklórica, ya han reflejado en sus repertorios escritos todas las producciones
orales que descubrieron, por ásperas que sean; y lo más relevante es el interés
de ciertos folkloristas por catalogar todos los tipos que se van descubriendo:
cuando testimonian suficientes versiones de un tipo, lo incorporan como tema
nuevo en los catálogos. Ese es el caso, por ejemplo, del cuento El gitano
ignorante (que se incluye abajo) del que Isabel Cardigos ha encontrado cuatro
versiones portuguesas, más una variante; por lo que le adjudica el número que
se verá en el estudio del cuento. Parece, pues, llegada la hora de comenzar a
rellenar el hueco reservado por Stith Thompson para los motivos folklóricos
relativos al humor tocante al sexo.
Reconocemos que tampoco nos sentimos cómodos sobre estos temas cuando
queremos trasvasarlos al lenguaje escrito, para el que no fueron creados, por
el rechazo que pueden crear. Mas, como recopiladores, estudiosos y
testimoniales de las tradiciones orales, debemos reflejar cuanto es saber del
pueblo, pueblo hábil creador de obras sublimes capaces de perdurar moldeándose
en el tiempo inmenso y lo suficientemente diestro para moldear con su chispa
piececillas llenas de la suficiente sal para hacer disfrutar y gozar, piezas
jocosas, divertidas, chuscas y también, evidentemente, de mal gusto si se
tercia.
Y, no hay duda, muchas veces llegan a propósito estas composiciones
malsonantes. Hay tiempo para todo: para refinamientos y para la risa verde o
marrón, siempre desinhibida.
No hablemos únicamente de los lugares o tiempos apropiados donde
vienen a tiempo estos chistes para circular oralmente, de boca en boca, ámbitos
por todos reconocidos, porque también podemos recordar sin ambages que entre
los grandes y más celebrados literatos también ha circulado este tipo de
producción, literatos también en la mente de todos. La cubana Lydia Cabrera (La Habana, 1899-1991),
valedora incuestionable de la cultura afrocubana, que también rehace uno de los
cuentos de que damos, comienza uno de sus libros con un apartado que titula Excusas
al lector cubano aún bien hablado, tras el que manifiesta:
Es
un hecho que en todas sus múltiples manifestaciones la grosería está a la moda,
y que las palabrotas estampadas en un libro, cuanto más soeces y numerosas,
aunque traídas a veces por los pelos y sin gracia, que es lo peor, contribuyen
al éxito del escritor y a la buena venta de la obra.[2]
Realmente, lo que le duele a Lydia es que la grosería sea gratuita,
como le dolía a Stith Thompson la obscenidad por sí misma. Seguidamente admite:
No
se desestima una corriente literaria que ha elegido el W.C. y al bidet como
fuentes de inspiración. Sólo a título de curiosidad recordaremos un tiempo en
que entre gentes bien educadas o que deseaban parecerlo, se empleaban muchos
rodeos para decir, por ejemplo, lo que hoy está en boca de todos y en el alma
de muchos... La palabra de Cambronne, las mujeres la insinuaban: eme [vizconde
Cambronne, Pierre Jacques Étienne; se dice que su expresión cuando era
conminado a la rendición en Waterloo fue: “¡Mierda!”]. En el caso de enjuiciar
a un tonto, se le calificaba de comebola, y si lo era en grado superlativo,
come eme. Porque Mierda, como explicación o para expresar la mala calidad de
una persona o cosa, y Come Mierda, sólo se decía bajando la voz y muy en
confianza (...)
Los cubanos éramos, en general, remilgados al hablar y las palabrotas
nos asustaban. Culo, tan español y corriente en la Madre Patria, en público era
indecible en Cuba hasta hace pocos años relativamente. Escandalizaba, y el
forastero español que lo profería ingenuamente, no se explicaba la
estupefacción o la hilaridad que causaba.
Confiesa Lydia que las cosas habían cambiado ya en esas fechas
(recordemos, 1976) y que “los ajos y las cebollas comenzaron a oírse sin
timidez, en alta voz, en el exilio". Reconoce: “Las malas palabras se han
dicho y se han escrito siempre: son castizas, pero a decirlas sólo tienen
derecho los que son educados, los que las dicen en broma, los que tienen
gracia”.
Y finaliza pidiendo perdón a los lectores de sus chascarrillos que no
transijan “con la vulgaridad y llevan un manual polvoriento de Carreño [Manuel Antonio Carreño,
autor de un Manual de Urbanidad y buenas maneras, Barcelona, 1897] de rezagado
en sus almas pasadas de moda”.
Véase cómo la propia Lydia Cabrera se hace eco, tal vez rememorando su
mundo afrocubano, de nuestro cuento Buena puntería,
titulado por ella En el velorio:
—“Acompaña uté en el sentimiento.”
—“Gracias Ña Rufino. El lo quería a uté mucho. ¡Que Dios tenga
compasión de mí, Ña Rufino!
—“¡Ah! Yo etá tríte, tríte; como é no había mejó en lo mundo.”
Velaban con aquella viuda vecinos y amigos, y a su lado se había
sentado el bodeguero del barrio.
—“Así es Ña Rufino, usted dice la verdad. Ya para mí no habrá
consuelo. Se rompió el molde. Tan bueno, tan delicado... ¡Nunca me tocó un
pelo!
Admirado exclamó el bodeguero:
—¡Coño que puntería tuvo![3]
.
En tres años precedía un libro del dominicano Ángel Torres Solares (Cuentos
de cornudos y de otras picardías. Apotegmas y poesías eróticas,
Barcelona: Jorge Casas, 1973) al de Lydia Cabrera. Los editores tenían “la satisfacción
de ofrecer a los lectores de habla hispana una colección de cuentos, llenos de
picaresca ironía, gracejo, buen humor y..., como antes se decía de segundas
intenciones”, y aconsejaban: “Has de abrirlo al acostarte o al levantarte de la
cama y soltarás el trapo a la carcajada. Te aprenderás los chistes que contiene
y los contarás en cenas, fiestas y cocteles, y quedarás como un príncipe. Le
recomendarás a un amigo su lectura y te será agradecido para siempre”. Son
palabras muy elocuentes que ilustran algunos aspectos de los que hemos hablado.
Siguen reconociendo los editores que el autor ha vestido al chiste viejo con
traje nuevo (pp. 7-8). Y en lo que el autor llama de prólogo muy breve
(y no miente, pues lo ejecuta en una página escasa), inicia su confesión: “En
este libro hay un lote de cuentos populares, muchos de los cuales yo no inventé
sino que los arropé”. Desgraciadamente, sigue una confesión terrible para el
ilusionado folklorista: “Me esforcé en darles calidad y altura, hacerlos
cómodos para leer, útiles para repetir, fáciles para recordar, recomendables a
los convalecientes, sabrosos a nuestros amigos, propios para la sobremesa,
adecuados para los maridos que algo han de hablar con sus mujeres antes de
dormir o del antes que precede al dormir.” (p. 9)
Repuestos de nuestra “enfado” por la “profanación” de lo popular (ya
que no necesita de manos que quieran dignificarlo, pues ya en sí lo es) y
siendo benevolentes con Ángel Torres Solano, saquemos aquí el comienzo de su
cuento El salto del ciervo, que nos comentará
otra modalidad sorprendente de buena puntería:
Rafaelito
era Ciervo de apellido y aunque formaba parte del “Arca de Noé” barcelonesa, de
cornudo sólo tenía el apellido. Por el contrario, campeón de triple salto, se
había traslucido, se había corrido o filtrado el runrún, de que su valor
atlético en nada competía con su valer erótico, pues que subido a lo alto de un
armario, con una mujer desnuda y pierniabierta esperándole en la cama, acertaba
con tal precisión que ni un pelo le tocaba... ¡Vaya puntería! (...) [4]
La consecuencia de tocar ni un pelo
y la exclamación final ¡Vaya puntería!, sugiere que el
bienintencionado Ángel Torres utiliza el conocido cuento como prólogo del suyo.
Sirva este ramillete de cuentos, al menos, para que los folkloristas
puedan confirmar nuevos tipos y para ir rellenando ese hueco que los escrúpulos
de Stith Thompson dejaron baldío.
ETNOTEXTOS
(Todos
los cuentos que aparecen en este artículo fueron narrados por Antonio Aparicio
Segura, nacido el 18-02-22 en Torre Pacheco (Murcia) y residente en Mula, de
profesión ferroviario y sin estudios. Se recogieron el 30-12-98, y el
informante mostró muchas
reticencias antes de contarlos debido a su escabroso asunto.)
Buena
puntería
Esto
era el cura de un pueblo, que invitó al obispo a comer o a cenar. Y tenía una
criada que daba gusto de verla. Y estaba sirviendo las mesas, y dice:
—Hermano.
—¿Qué?
—Qué buena criada que tiene usted.
—Sí, pero no le he tocao ni un pelo.
Y dice el obispo:
—Buena puntería, buena puntería.
Versiones populares:
José Luis Agúndez, Cuentos populares sevillanos (en la tradición
oral y en la literatura), 2 tomos, Sevilla: Fundación Machado,
1999, II, p. 271, n.º 237: [La puntería del cura].
José Luis Puerto, Cuentos de tradición oral en la Sierra de Francia,
Salamanca: Caja Salamanca y Soria, 1995, pp. 179-180, 197-198, n.º 145: La
visita del obispo.
Félix
Barroso Gutiérrez, “La figura juglaresca del tío Goyo, un arquetipo hurdano”, Revista de Folklore, 292 (2005),
114-130, pp. 123a-124b: El cura de Monsagro.
Artur Quintana i Font, Bllat Colrat! Literatura
popular catalana del Baix Cinca, la Llitera i la Ribagorça. 1. Narrative i
teatre, Teruel: Instituto de Estudios
Altoaragoneses-Institut d’Estudis del Baix Cinca-Institut d’Estudis Ilerdencs.
Diputació General d’Aragó, 1997, p. 238, n.º 308: [Bona punteria].
Versiones literarias
Las referidas más arriba:
Lydia Cabrera, Francisco y Francisca. Chascarrillos de negros
viejos, Miami: Peninsular Printing, 1976, p. 33: En
el velorio.
Ángel Torres Solares, Cuentos de cornudos y de otras picardías.
Apotegmas y poesías eróticas por Don Sebastián de Pintueles,
Barcelona: Jorge Casas, 1973, p. 41, en El salto del ciervo.
*
* * * * * * * * * *
Dejándose
la piel
Aquella
que vino del campo a servir a la capital, o lo que fuera eso, y fue a la casa a
ver. Y dijeron:
—Sí, sí, puede usted venir.
Y ya se quedó a dormir. Y a otro día empezó a hacer las cosas de la
casa; y iba barriendo y se encontraba un preservativo y se lo echaba al
bolsillo. Y cuando llevaba ya dos o tres la vio la señorita con eso en la mano
y le dice:
—¿Es que en tu pueblo no usan d’esto?
—Sí, pero no le quitan el pellejo.
*
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El
cañaveral
Esto
era un coche de línea que iban pensionistas y iban pal pueblo. Y venga, y venga
y venga… Y le dice al chófer:
—Oye, para por ahí pa mear.
—Ahora no puedo parar.
Pues nada. ¿Y qué hizo él?: en cuanto ya vio un hueco, se metió a un
cañal, pa que se bajaran y se pusieran a mear. Y había un convento. Y claro,
había una monja que estaba mirando, y llama a la superiora y le dice:
—Madre, eso ¿qué es?
—¡Si la vista no me engaña,
son capullos como cañas!
Catalogación
Véanse los motivos J1730 (Ignorancia absurda),
J1745 (Absurda ignorancia sobre sexo).
Quizás sea una simplificación de un tema más complejo, relativo a las
aventuras del joven en un convento. En una versión de León, por ejemplo, el
joven tiene relaciones con todas la monjas del convento; la superiora
inspecciona a sus monjas y cuando llega al joven, que está vestido de monja, su
órgano se yergue. Pregunta qué es aquello: “El badajo, madre Juana” (Julio
Camarena Laucirica, Cuentos Tradicionales de León,
Madrid: Seminario Menéndez Pidal-Universidad Complutense de Madrid-Diputación
Provincial de León, 1991, n.º 271 [El paisano en el convento].
El mismo Camarena señala algunas versiones populares y la literaria de
Samaniego. Efectivamente, en esta versión, a la superiora en idéntica revisión,
le apaga la vela el órgano del joven que se yergue. Colocan a otra monja en su
lugar, y cuando la abadesa se recupera del susto y pregunta, le dicen que ha
sido con el abanico con lo que ha sucedido todo, pero ella, que bien ha
conocido el instrumento, así manifiesta inequívocamente:
—¡Mentira! ¡En otra cosa
podrán papilla darme,
pero no en el olfato han de engañarme,
que yo le olí bien cuando hizo el daño,
y eran un dánosle hoy
de buen tamaño.[5]
* * * * * * * * *
* * * *
Arroz
con leche
Esto
fue un obispo que vino al convento de Las Clarisas, y la superiora pues les
dijo a las monjas:
—Hay que enterarse, hay que enterarse a ver lo que le gusta al
obispo, pa hacérselo. Va a estar aquí dos días y hay que darle to el gusto que
podamos.
Dice una monja, dice:
—Me he enterao que se espirra por el arroz con leche.
—¿Por el arroz con leche? Pos arroz con leche que le vamos a
hacer.
Y le hicieron una tartera de arroz con leche. Se puso el obispo allí a
comer el arroz con leche... ¡Madre mía de mi alma, se pegó una barrigá de arroz
con leche! Pero ya después de estar el tío hinchao de arroz con leche, la
monjica, una monjica de dieciocho o veinte años que le servía la comida, pues
entraba y salía y tal… Y decía el obispo:
—¡Madre mía!, si yo pudiera engancharla ahora, hinchao de arroz
con leche...
Y de pronto empieza el tío:
—¡Ayyy, ayyy, ayyy!
Y entra la monja y le dice:
—¿Qué le pasa a usted?
—Pos que se ve que el arroz con leche me ha hecho daño, que
tengo un dolor aquí en la boca del estómago que es el colmo.
—Espérese usted, que voy a consultarlo con la madre superiora a
ver qué dice, que ella es también... entiende de toas esas cosas.
Bueno, pues se lo dijo a la superiora. Y dice la superiora:
—Coge el candil con el aceite —entonces habían
candiles— y dale una pasaíca, y ya verás cómo se alivia.
Pos claro, pos llegó y le dijo:
—Bájese usted los calzoncillos y los pantalones.
Se baja el obispo los calzoncillos y los pantalones, y empieza a darle
pasaícas… Y el obispo dice:
—Un poquico más abajo es donde me duele…
Y le daba más abajo:
—Otro poquico más abajo, más...
Hasta que llegó a... al pímpano. ¡Y al echar la mano al pímpano tiró
un chorretazo el tío!… Y entró corriendo la monja y le dice a la superiora,
dice:
—Ya se ha espabilao. Ahora, tenga usted en cuenta que la leche
la ha echao toa, pero del arroz no ha echao un grano.
Versiones populares:
José Luis
Agúndez, Cuentos populares vallisoletanos (en la tradición oral y en la
literatura),
Valladolid: Castilla Ediciones, 1999, n.º 38, pp. 105-106: Arroz con leche, donde se indica también
una variante francesa en Claude Gaignebet, El folklore obsceno de los niños, Barcelona: Alta Fulla,
1986, pp. 122-123.
Nieves Gómez López, Cuentos de
Transmisión Oral del Poniente Almeriense, Roquetas de Mar, Ayuntamiento de Roquetas de Mar.
Área de Cultura, 1998, nº 76: El convento.
Versión literaria:
U.L.D.E.C, ¡Atiza! Cuentos,
chistes, historietas, chascarrillos y epigramas de todos los colores, olores y sabores, fáciles de
aprender, de retener y de contar (3ª serie de “Ensaladilla”), Madrid: Bergua, 1933, pp. 107-107.
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* * * * * * * * * *
La
criada en el teatro
Una
moza que era también así, medio subnormal. Y llega su amo, su dueño, sacó dos
entradas pal teatro, y le dijo a la mujer, dice:
—Mujer, he sacao dos entradas pa esta noche pa’l teatro.
—¡Válgame Dios! ¿Pa qué has hecho eso sin contar conmigo, que
estoy delicá, con un dolor de cabeza que tengo que mete miedo? Mira, yo, yo no
voy a poder ir, llévate a la moza.
Pos nada, no la pudo convencer y tuvo que decirle a la moza, por no
perder la entrada (como las tenía ya sacás las dos); pos por no perder una
entrada le dijo a la moza, dice:
—Prepárate que esta noche vamos al folclore.
Pos bueno, pos ella, cuando el señorito dijo, pos se enganchó del
brazo de él y se fue al folclore. Y al llegar a la puerta del teatro había allí
una amiga. Dice la amiga, dice:
—María, ¿ánde vas?
Pos yo no sé, m’ha dicho mi señorito que al folclore y yo por si acaso
me he lavao el chucho.
Versiones populares
Nieves Gómez
López, Cuentos de transmisión oral del Poniente almeriense, Roquetas de Mar: Ayuntamiento, 1998, pp. 685-686, n.º 166: El vermut (ésta es la palabra malinterpretada por la
criada).
M.ª
del Carmen Aguirre, Nieves Gómez López y José Manuel Pedrosa, La voz del
viento. Literatura tradicional recogida en La Cañada de San Urbano (Almería), Almería: Universidad,
2007, p. 176, n.º 316: Jaimito y el postre misterioso (la palabra ignorada es tutifruti).
Javier Asensio, Cuentos
riojanos de tradición oral,
Logroño: Gobierno de La Rioja, 2002, p. 291: Las mozas festeras.
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La
vieja rejuvenecida
Una
señorita que había, que se hacía…, que se llamaba ella misma señorita. Y tenía
una moza. Y con las mismas, pues se aproximó el baile de reyes, y le dijo ella
(como ya tenía cierta edad, ya era de la tercera edad), dice:
—Madre mía, cuando yo era joven, esa noche me comían los tíos en
el baile, me comían, y ya no voy. ¿Pa qué si ya nadie hace caso de mí?
Y dice la moza, dice:
—¿Cómo que no? Ahora veremos a ver esta noche. Tengo yo una
crema que voy a empezar a tirarle usted el pellejo, y le hago yo dos nudos: uno
debajo del sobaco... dos nudos, uno debajo de cada sobaco, y ya verá usted
como llama usted la atención. La voy a pintar, le voy a depilar a usted las
cejas, le voy a hacer el bigote, y to lo que haya que hacerle...
Y con las mismas, pos le hizo to aquello. Y se fue su señorita al
baile.
Y cuando vino dice la moza, dice:
—Entonces, ¿qué?
—¡Hija de mi alma, lo que me has hecho! ¡Madre mía de mi alma,
lo que has hecho! ¡He dao el golpe esta noche en el baile! ¡Si me he mirao yo
al espejo y tenía una cara de dieciocho años! ¡Me comían los tíos!
Y se da cuenta la moza y le dice:
—¡Claro, como no se la iban a comer, si de tanto tirarle del
pellejo lleva usted el chucho en el galillo!
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El
enfermo de azúcar
Una vez va uno al médico. Y llega y le dice el médico:
—Pase usted.
Pasa él dentro, y dice el médico, dice:
—¿Qué le pasa a usted?
—Pos que tengo unas molestias así en la orina, y quisiera ver a
ver esto qué es.
Y se le queda el médico mirando, y dice:
—Ya sé lo que tiene usted.
—¿Y cómo sabe usted lo que tengo, cómo sabe usted lo que tengo,
si no me ha hecho análisis ni radiografías ni na?
—Pues sí sé lo que tiene: usted tiene azúcar en la orina.
—Pos a mí no me convence usted, no me convence usted, porque sin
hacerme análisis ni hacerme na, me dice usted que tengo azúcar en la orina.
—¡Ah!, ¿que no te convences? ¡Pos si llevas una bragueta de
moscas que es la Virgen!
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Un
accidente fatal
Esto
era el año que descubrieron el tren de vapor. Y resulta que le dijo un hombre a
la mujer, dice:
—Tengo que ir de viaje, pero resulta que tengo una diarrea que
me voy de hilo. Y no sé lo que hacer.
—Pos mira, tú sabrás lo que haces.
Y el tío al final se fue de viaje. Y estaba a medio viaje metío en el
cajón del tren y le vinieron ganas; y dice:
—¡Madre mía, ahora tengo que hacer algo!
Total que el tío se baja los pantalones y los calzoncillos, y por la
ventanilla del tren dejó caer el culo. Y hacía un airazo que metía miedo. Y de
las otras dos mujeres que había enfrente, se asoma una por la ventanilla, dice:
—¡Ese caribobo, el de las narices largas, que esconda la cabeza
que vamos a pasar un túnel!
Y el tío, pos al decir esto escondió el culo. Y a to esto el túnel,
pero pegó el tío el chuletazo y toa la mierda le fue a la mujer a la cara. Y
dice la mujer, dice:
—¡Se ha saltao los sesos, madre mía!
Versiones populares
Agúndez, Cuentos populares sevillanos…
(op. cit.), II, pp. 129-130, n.º 155: [Quevedo en el
túnel].
Samuel Feijóo, Cuentos populares cubanos,
II, Las Villas: Universidad Central de Las Villas, 1962, pp. 164-165: El
tabaco.
Cf.
el motivo J1772: Objeto tomado por otro.
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* * * * * * * * * * * *
La
perra remolcada
Había
una señora que tenía una perrica de esas de... una perrica de esas que tienen
las señoriticas. La llevaba de la cadenica, pero la tenía suelta. Y un día se
le salió a la calle y estaba la perra en amor. Y la tía la fichó que estaba el
perro montándose, y le dijo a la moza:
—Baja y súbete a la perra que me la van a enganchar.
Y con las mismas la subió. Y entonces con un algodón y gasolina le
roció la papeleta de gasolina. Y la tía dijo:
—Ya no hay novedad.
¡Madre mía que no hay novedad! Se salió la perra a la calle y vino un
perro, la montó, le tomó la puntería, le pegó un esclate. Y de pronto se asoma
la señorita, dice:
—¿Lo ves? ¡Con la gasolina y to y la ha enganchao el payo!
—¡Noo! Como le echó usted gasolina, pues se ve que la gasolina
se ha acabao y la traen a remolque.
Versiones populares
Emilio Pendás Trelles, Cuentos
populares recogidos en el penal del Puerto de Santa María (1939), ed. Jesús Suárez López, Gijón: Fundación
Municipal de Cultura, Educación y Universidad Popular, 2000, n.º 19.
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Una
borrachera descomunal
Esto
fue uno que era muy borracho, era muy borracho, y se pegó una panzá a beber una
tarde. Y claro, pues como bebió y comió más de la cuenta y al llegar a una
esquina pos le dio gana de devolver, y se puso a devolver. Y estando
devolviendo, dice:
—Ca’l Topo me he comío un plato michirones, ca Los Arcos me he
comío un plato guijas...
Y a to esto llegó un perriquio y se puso a comerse lo que había
devuelto. Y se queda así mirando pa’l suelo, dice:
—¡Cago en diez! ¿Pos adónde me he comío yo este perro?
Catalogación
Stanley L. Robe, Index
of Mexican Folktales Including Narrative Texts from Mexico, Central America,
and the Hispanic United States, Berkeley-Los
Angeles-London: University of California Press, 1972, tipo 835*B.
Versiones populares
Agúndez, Cuentos populares sevillanos…(op. cit.), II, pp. 26-27, n.º 88:
[¿Dónde te habré comido?].
Elías Rubio Marcos, José Manuel Pedrosa y
César Javier Palacios, Cuentos burgaleses de tradición oral (Teoría,
etnotextos y comparativismo),
Burgos: Autor, 2002, p.
281, n.º 182: El borracho no se acuerda de haber comido un perro.
Versión literaria
Ruperto Fraile Álvarez, Recuerdos de una
vida, Béjar: 19842,
pp. 28-9: El perro.
Comentando este tipo, exponíamos el argumento:
... el más raro es el del borracho que ha estado
comiendo tapas, emprende el camino de casa y comienza a vomitar. Observa lo que
arroja e intenta reconocer dónde ha comido cada cosa; en ese momento aparece un
perro para almorzar con aquello. El borracho, que lo ve, se pregunta dónde ha
comido aquel perro. La anécdota tiene sentido porque explica que a ciertos
vinos les llamaban perros por su valor, una perra gorda.[6]
*
* * * * * * * * *
El
gitano ignorante
Esto
es un gitano que conquistó a una gitana. Y se puso así en una esquina, estaba
ya oscureciendo; y la pilló en una esquina donde no pasaba gente y allí pos...
le sacudió estopa. Y empezó a decir la gitana:
—¡Que me l’has metío por el ano, que me
l’has metío por el ano!
—¡Madre mía de mi alma, pos si tienes más
bujeros que una flauta!
Catalogación
Isabel
Cardigos (with the collaboration of Paulo Correia and J. J. Dias Marques), Catalogue
of Portuguese Folktales, Helsinki: FF Communications, 291, Academia
Scientiarum Fennica, 2006. Nuestra
versión es una variante obscena del tipo 1491*A, descrito así por Cardigos: “The
Enema. A boy has problems in
giving an enema to an old woman: —You have as many holes as a flute”.
*
* * * * * * * * * * * *
El
pecado original
Es
la casa del Señor, y estaban Adán y Eva, Adán y Eva, y llevaban una hoja de
parra por delante: iban en cueros. Y les dice el Señor:
—Oye, prohibido tocar el árbol —que era un manzano.
Pero ellos estaban hospedados en la casa del Señor allí, como aquel
que va… Y entonces se fueron a bañarse al río, y claro pos al lavarse, las
hojas pos, cada uno se vio todo el arte, y claro, y entonces ya se subieron
p’arriba. Y Adán iba ya peor que un macho de las cabras: iba encendío perdío. Y
entonces pos claro, pos se metieron y le dice a la Eva:
—Tú...
Y se pusieron a hacer estriptis, y dice... Y los pilló el Señor, y les
dijo:
—Anda a joder a otro lado.
Tú no te veas en este enredo,
habértela tú cascado.
Hoy con ningún disimulo,
la mujer la mamará,
y el hombre tomará
por el mismísimo culo.
Sufriréis como marsillas,
charcos, bubones y ladillas.
*
* * * * * * * * *
Esto fue una
muchacha de estas ignorantes que había antiguamente, que vivían en los campos y
estaban ignorantes de tó. Y un miércoles santo vino a confesarse. Y había venío
un fraile a ayudar a los curas a confesar a la gente (antiguamente toda la
gente confesaba en miércoles santo pa comulgar en jueves santo); y con las
mismas pos llegó el fraile. Dice:
—¿Cuántos
años tienes, hija? —le preguntó y se arrimó a ella.
Y como era
la última y no había cola, le dijo:
—Pos
dieciocho años tengo.
Y ella se
quedó con un poquico de vergüenza y tal. Dice el cura, dice:
—¿Tienes
novio?
—Un
peacico novio tengo.
—Bueno,
y ¿qué te dice tu novio?
—¡Ay,
mire usted, eso me da vergüenza de decírselo, eso me da vergüenza de decírselo!
Y entonces
el cura ya le echó mano a una tetica, empezó a tocarle una tetica. Dice:
—¿Y no
te hace na el novio?
—Pos...
las otras noches, cuando se salió, me dijo que me saliera, y allí en el leñero
me tendió, y estuvo allí haciendo conmigo to lo que quiso.
—¡María
Santísima de mi alma, Niño Bendito...! Trae la mano.
Y le cogió
la mano y se la llevó el tío al capullo. Y dice el cura, dice:
—Entre
dos hermosos pinceles, llevan al garrido preso a meterlo a Jerusalén.
Y la clavó
allí. Y entonces los pilló una mujer vieja que había allí, que el cura no la
había visto. Y dice la mujer, dice:
—¡Mientras
tenga pelos en la seta no he visto confesión como ésta!
Se trata de un cuento obsceno que se caracteriza
por la utilización de eufemismos asociados al culto religioso para describir la
relación sexual entre el cura y la feligresa. Algunas versiones presentan el
curioso episodio de la procesión del cura y la mujer dentro de la iglesia, con
los protagonistas agarrando de las partes sexuales de su pareja. Los eufemismos
utilizados en las distintas versiones son: frente: tierras de Herminia; pechos:
margaritas, vírgenes marías, Marías; ombligo: clavel, pincel, mojón del medio
mundo, cascabelén; vagina: casa de
Jerusalén, pila de bien instruiste, consolador; pene: Juan Fajardo, Gabirri,
Pilatos, San Genaro.
Versiones populares
Antonio Lorenzo Vélez, Cuentos
anticlericales de tradición oral,
Valladolid: Ámbito, 1997: La confesión insólita (pp. 170-172), Las tres hijas del sacristán (p. 186), La procesión nuca vista (pp. 195-196).
Anselmo Sánchez Ferra, Camándula (El cuento popular en Torre
Pacheco), Número Monográfico
de la Revista Murciana de Antropología, 5 (2000), n.os 248-250, pp. 188-190: La confesión del
cura (las tres versiones se
titulan del mismo modo).
Francisco R. López Megías, Etno-Escatologicón.
Tratado del hombre en cuclillas y en las camas del alto de la villa, Murcia: Autor, 2000, n.º 148.
Barroso, “La figura juglaresca del tío Goyo, un arquetipo hurdano”, op.
cit., pp. 121-122: La moza que se fue a
confesar.
Juan Rodríguez Pastor, Cuentos extremeños
obscenos y anticlericales, Badajoz: Diputación
de Badajoz, 2001, n.º 117, p. 258: San Genaro en procesión.
Ángel Hernández Fernández, Literatura y tradición oral: cuentos
folclóricos en la Región de Murcia (textos, análisis comparativo, aplicaciones
didácticas, Madrid: Liceus. Servicios de Gestión y
Comunicación, http://www.liceus.com, 2007,
n.º 47, p. 44: Una confesión muy especial.
Alfredo Asiáin Ansorena, “Narraciones folklóricas navarras.
Recopilación, clasificación y análisis”, Cuadernos de Etnología y Etnografía
de Navarra. Número monográfico, 81 (2006), Pamplona,
Gobierno de Navarra, 2006, n.º 26, pp. 211-212: La
confesión de la gallega.
Versión literaria
Podría considerarse como variante un tema de Samaniego: la
joven acude a confesarse con el fraile jerónimo que, al verla tan hermosa,
decide apagar el calor que le ha provocado y aprovechar el tema del sexto
mandamiento; cuando ella dice que no lo ha transgredido, el religioso le
aconseja a la joven que sea curiosa, y, acto seguido pasa a la acción el
religioso:
Ese pelo, ¿por qué no está atusado?
Esa cara, ¿por qué no se ha lavado?
¿Y qué diré al mirar uñas tan fieras?
¿Acaso es que en su casa no hay tijeras?
Agárrala una mano y la dirige
sin más ni más a donde tiene el dije,
y, estando ya la hornilla preparada,
en cuanto tropezó se halló mojada.
Retira el brazo, llena de sorpresa,
limpiándose la goma a toda priesa,
y el fraile la pregunta: — ¿Te has cortado?
Pues ya hace un mes que no se han amolado.[7]
[1] Motif-Index of Folk Literature. A Classification of Narrative
Elements in Folktales, Ballads, Myths, Fables, Medieval Romances, Exempla,
Fabliaux, Jest-books and Local Legends, Copenhague-Bloomington,
Indiana University Press, 1955-1958, 6 vols., vol. 5, p. 514.
[2] Lydia Cabrera, Francisco y Francisca. Chascarrillos de negros
y viejos, Miami: Peninsular Printing, 1976, p. 1.
[3] Ibídem, p. 53.
[4] Ibídem, p. 40.
[5] Félix M.ª de Samaniego, El jardín de Venus,
Algete [Madrid]: Jorge A. Mestas, 2002, n.º 4: El reconocimiento.
[6] J. L. Agúndez, “Límites entre tradición oral y
literatura: cuentecillos en autores del XIX y XX”, en Rafael Beltrán y Marta
Haro (eds.), El cuento folklórico en la literatura y en la tradición oral, Valencia: Universitat de València, 2006, pp. 17-56, p. 43.
[7] Félix M.ª Samaniego, op. cit., n.º 33: Las
tijeras.