Zubillaga, Carina. El milagro del nio que se alimenta del pecho de su madre muerta: de una vida medieval de Santa Mara Magdalena (Ms. Esc. h-I-13) a la leyenda argentina de la Difunta Correa. Culturas Populares. Revista Electrnica 4 (enero-junio 2007).

http://www.culturaspopulares.org/textos4/articulos/zubillaga.htm

 

ISSN: 1886-5623

 

 

El milagro del nio que se alimenta del pecho de su madre muerta:

de una vida medieval de Santa Mara Magdalena (Ms. Esc. h-I-13)

a la leyenda argentina de la Difunta Correa

 

Carina Zubillaga

Universidad de Buenos Aires

 

Resumen

El culto a la Difunta Correa es hoy el fenmeno social-religioso de devocin popular ms importante de la Repblica Argentina. Este artculo se centra en la leyenda de esta mujer sencilla, cuya muerte es smbolo de amor y entrega familiar, y en el principal milagro asociado a su figura: seguir amamantando a su hijo, para mantenerlo con vida, una vez que ella ya ha muerto.

Palabras clave: Difunta Correa, religiosidad popular, Argentina, milagros, santidad.

 

Abstract

The cult towards the Difunta Correa is nowadays the most important social-religious phenomenon of popular devotion in Argentina. This article is focused on the legend of this simple woman, whose death is a symbol of love, and in the main miracle associated to her figure: breastfeeding her son even after her death.

Key words: Difunta Correa, popular religiousness, Argentina, miracles, sanctity.

 

 

L

a leyenda de la Difunta Correa, como otras tantas narraciones tradicionales que se pretenden verdaderas[1], tiene una localizacin geogrfica y una datacin histrica bastante precisas: Vallecito, en la provincia argentina de San Juan, el lugar donde muere Deolinda Correa despus del ao 1830. All, en el santuario de Vallecito, la creencia como prctica cultural asume su imagen ms destacada, aunque irradindose a otros oratorios y nichos dedicados al culto de la Difunta Correa en todo el pas y dems pases limtrofes, particularmente Chile.

El autodefinido como Sitio Oficial de la Difunta Correa (http://www.visitedifuntacorrea.com.ar), entre otros muchos que abundan en Internet, atestigua la trascendencia de la historia de esta mujer sencilla cuya muerte es smbolo indiscutible de amor y fidelidad familiar, al afirmar que es hoy el fenmeno social-religioso extra-Iglesia ms importante de Amrica Latina. La actualidad de esta manifestacin de devocin popular se comprueba en los miles de seguidores que visitan a diario su santuario y en los innumerables relatos que se reiteran all de los milagros ocurridos por su intercesin.

Tanto la creencia como la prctica del culto, localizables especialmente en la provincia de San Juan, constituyen los elementos ms documentables del alcance y el vigor de la leyenda de la Difunta Correa. Requieren, sin embargo, un acercamiento especfico que d cuenta detallada tanto del funcionamiento del santuario como de los milagros all registrados; a ello dedicar un trabajo prximo, luego de profundizar en una primera instancia en las caractersticas y particularidades del material legendario. Aunque obviamente la leyenda y el culto conforman un todo unitario, considero que es necesario el deslinde de la conformacin de la leyenda y el desarrollo de los ncleos bsicos de la historia, como paso metodolgico previo.

En una leyenda fundamentalmente oral, el texto se concibe como algo dinmico, que se transforma y vara como relato. Los mayores indicios de variacin se confirman en este caso en el contexto inicial y las motivaciones que conducirn a Deolinda a adentrarse en el inhspito desierto sanjuanino, resultando ms estables los hechos relativos a su muerte, de manera similar a lo que sucede en numerosas vidas de santos.

El principio de la historia cambia segn quien lo relate. La tradicin oral, sin embargo, sita los hechos a mediados del siglo XIX; un tiempo de enfrentamientos sangrientos entre unitarios y federales, donde las tropas montoneras reclutaban a la fuerza a los hombres jvenes, a pesar de su resistencia. De semejante destino de reclutamiento forzado no escapa el marido de Deolinda Correa, quien es llevado por la tropa y seguido fielmente por su esposa y el hijo de ambos.

Los episodios que desarrollan la leyenda requieren, en este sentido, una contextualizacin previa que explique por qu una mujer abandona su hogar para iniciar, llevando con ella a su hijo, una travesa por el desierto. Los folletos informativos en venta en el santuario de Vallecito y otros testimonios registrados por quienes tempranamente se interesaron por la vida de la Difunta Correa testimonian la variacin acerca de cmo comienza la historia, incluyendo situaciones y personajes diversos que podran haber desencadenado la partida de Deolinda. Transcribo a continuacin dos de estas versiones para que pueda apreciarse con claridad tal diferencia.

La primera versin, presente en el libro de Roque Jacinto Pichetto (1944: 85-88), ha sido fuente de consulta recurrente:

 

Antes del ao 1840, durante el gobierno de don Plcido Fernndez Maradona, existi en San Juan un ntimo amigo de ste, don Pedro Correa, viejo guerrero de la independencia nacional, que ostentaba su medalla de premio al mrito con orgullo de soldado. Los recuerdos de esa poca nos presentan a don Pedro Correa, como hombre de costumbres austeras; honesto en sus actividades personales que haca que fuera respetado y altamente estimado en aquella provincia.

A estas cualidades de hombre de bien, debemos agregar que gozaba de ser hombre valiente y justiciero, dos condiciones personales y especialmente la primera, que en aquellos tiempos eran las ms preciadas del patrimonio moral del hombre, sometidas como estaban todas las clases sociales, a una poltica de violencia.

Compona la familia de don Pedro Correa, su esposa, doa Damiana Castro y su hija Deolinda, joven de singular belleza, conocida y estimada por su proverbial amabilidad y suave carcter.

Un incidente policial de consecuencias funestas hizo que don Pedro Correa, no obstante las inmunidades otorgadas a los vencedores de Chacabuco, fuera tenazmente perseguido por la polica mayormente despus de la cada del gobernador Maradona, su protector y amigo. Pero las consecuencias de aquel hecho tuvieron derivaciones de otra ndole, ajenas al mismo, que, por cierto, fueron la causa ms inmediata de la tragedia sufrida por esta honesta familia sanjuanina. Con motivo de la persecucin de que era objeto Correa algunos policas de jerarqua conocieron a su hija Deolinda, enamorndose de ella perdidamente, especialmente un sujeto que a la sazn era intendente de polica. Desesperado por la inquebrantable honestidad de la nia y no pudiendo doblegarla a sus propsitos, empez a martirizar y perseguir a la familia con saa digna de otra causa, creyendo, tal vez, que con tal actitud la joven se vera obligada a someterse a sus designios, en defensa de sus padres.

Prometida a un joven sanjuanino, se despos con ste en la creencia que por su nuevo estado sera respetada. Su sueo de felicidad dur poco, porque, impelidos por los acontecimientos, tanto el padre como el esposo se vieron obligados a trasladarse a La Rioja e incorporarse al ejrcito del General Facundo Quiroga que avanzaba sobre San Juan.

Sola y sin amparo alguno, con su hijito de pocos meses, asediada y perseguida por hombres carentes de todo sentimiento, qued en San Juan aquella joven, defendiendo su honor con la fuerza de su propia debilidad. Tan desesperante situacin la oblig a alejarse de San Juan, partiendo en direccin a La Rioja, a encontrarse con su esposo, cabalgando en una mula, con su hijito en brazos, cuyo camino conoca por haberlo hecho otra vez con su padre. Pero la persecucin de que era objeto, la oblig a desviarse de la ruta conocida y seguir viaje media oculta por los bosques, a corta distancia de sta y as a poco andar se extravi y careciendo de esos conocimientos con que el gaucho sabe orientarse en el desierto, extenuada por el cansancio, falleci de sed en aquella rida e inhspita regin, distante varios kilmetros del ro Bermejo. Es de presumir que los sufrimientos y la desesperacin, haciendo un ltimo esfuerzo, la hicieron subir a un cerro de lajas, con el propsito de ver, desde su altura, a alguien o algo que la socorriera en tan angustiosa situacin, muriendo en su cima.

El hombre de campo conoce la existencia de cadveres en el desierto, por las aves carnvoras que revolotean por el lugar donde se encuentra; as fue como unos arrieros que por all pasaban, guiados por esas seales, encontraron sobre el cerro el cadver de Deolinda y a su hijo, an con vida, pegado al pecho de la madre, succionando las ltimas gotas de leche que le quedaban.

Cuenta la tradicin que la madre, viendo acercarse la muerte, pidi al cielo que diera a sus esculidos pechos el alimento necesario para que no pereciera su hijo y que a ese piadoso pedido se debe que los arrieros encontraran al nio con vida y que fue tal el cuadro que se les present a los viajeros, que siendo hombres endurecidos por las nieves de las montaas, por los calcinantes arenales del desierto y por los sufrimientos y privaciones sin cuenta de su vida errante y ruda, con lgrimas en los ojos, que los crean secos para siempre, con rudo pero piadoso lenguaje, entonaron en aquellos secos arenales, una plegaria por la Difunta Correa, teniendo solo al cielo por testigo.

Como a ochenta metros del cerro dieron sepultura los arrieros a los restos mortales de la joven, vctima de su propia belleza, dejando en el lugar, como seal de tan triste ceremonia, una cruz de rsticos maderos de algarrobo.

 

La segunda, considerada una versin oficial de la leyenda debido a que fue transmitida por la Fundacin Vallecito, se public en el diario La Opinin de Buenos Aires el domingo 30 de mayo de 1975:

 

Corran los primeros aos del siglo XIX cuando naci en La Majadita, provincia de San Juan, la nia Antonia Deolinda Correa. Poco ms de 20 aos tena cuando se cas con el criollo Baudilio Bustos. La pareja fue a vivir a Caucete, de donde era Bustos, y poco despus tuvieron un hijo.

No dur mucho la vida tranquila del hogar. Hacia 1835 Bustos fue enganchado en una leva destinada a fortalecer con nueva tropa al ejrcito de Facundo Quiroga. El hombre se resista a ir, porque estaba enfermo, pero fue llevado a la fuerza a pesar de sus reclamos y los ruegos de su compaera.

Deolinda no pudo soportar el dolor de ver partir en tal estado a su marido y decidi seguirlo para calmar, en cuanto pudiera, su enfermedad.

Por la travesa que va a La Rioja anduvo Deolinda. Llevaba con ella a su hijito. Camin a marchas forzadas tras las huellas de la montonera. En pleno desierto se le acab el agua. Extenuada, sigui su camino, subiendo a las lomas para ver si divisaba a alguien que la pudiera salvar.

Al fin, cay en un cerro de Vallecito, derrotada por el cansancio y la sed. Junto a uno de sus pechos qued el nio, mamando de la madre, ya muerta.

As los encontraron unos arrieros que acertaron a pasar poco despus. Ellos dieron sepultura a la difunta en el mismo lugar en que haba fallecido. Al nio, providencialmente salvado, se lo llevaron ellos a San Juan y lo pusieron al cuidado de unas mujeres generosas.

 

            Ms all de las variantes y la mayor o menor extensin que asume la leyenda, esta regin semidesrtica andina –torturada por la aridez, el zonda y la nieve segn la describe Flix Coluccio (1995: 136-137)– no slo es el escenario indiscutido de la muerte de Deolinda, sino que contextualiza su historia y acerca sus padecimientos a los de aquellos que cada vez en superior nmero le rinden culto.

La veneracin popular se ha centrado en este caso, como en otros documentados en el resto de las provincias argentinas, en alguien del entorno prximo, en quien se reconoce el sufrimiento casi como si fuera propio[2]. El valor ritual que adquieren dolores y tormentos en este tipo de historias tradicionales es algo ampliamente reconocido por la crtica especializada, en particular por Mircea Eliade (1961: 248).

Como habr podido comprobarse ya claramente a travs de los ejemplos consignados, la muerte trgica de Deolinda es, sin dudas, el tema central de la narracin. Su nombre asume las variantes propias de la transmisin oral de una leyenda, y puede haber sido Mara Antonia, Deolinda, Dalinda Antonia, Mercedes, Belinda o Remigia; pero su muerte como eje legendario y la coincidencia con respecto a su apellido son las marcas distintivas del personaje: es la Difunta Correa.

Morir de sed o de agotamiento en el desierto andino podra haber sido, y de hecho lo fue, el destino probable de numerosos hombres y mujeres sanjuaninos en el siglo XIX. Pero el milagro asociado con esa instancia de la muerte es lo que define la leyenda de la Difunta Correa como una leyenda religiosa que resignifica tanto su muerte como su vida entera. La muerte de Deolinda se configura en este sentido como una verdadera peripecia vital, como indica Ariel Guiance (2003-2004: 33-59) para las vidas de santos en general, pues –aunque parezca contradictorio– su forma de morir se corresponde directamente con una forma de vivir, implicando una continuidad antes que una ruptura:

 

El momento del deceso de un elegido de Dios se convierte en un instante ideal para transmitir determinados valores y recursos El relato de la muerte de un santo constituye una verdadera escena. En consecuencia, dicha muerte se configura como un magnfico paradigma –transmitido como tal al conjunto de la comunidad–, matriz ideolgica que pasa a ser un punto de referencia para cualquier cristiano (p. 33).

 

El encuentro del hijo vivo mamando de los pechos de la madre muerta no slo es el primer milagro en la leyenda de la Difunta Correa, sino que distingue los rasgos de su santidad como intercesora y ejemplo para el creyente a partir de lo nutricio como elemento esencial.

            El cuerpo del santo posee una configuracin esencial entre lo humano y lo divino, y dar vida a partir de la muerte se vuelve ya desde los primeros modelos cristianos de santos y mrtires una manera de repetir y actualizar la Pasin de Cristo.

            El milagro del nio que sobrevive alimentndose del pecho de su madre muerta adquiere ya una configuracin destacada como episodio aadido probablemente en el siglo XII a la historia evanglica de Santa Mara Magdalena. Segn esta leyenda, luego de la resurreccin de Jess, Mara Magdalena viaja hasta las costas de Marsella junto con Marta, Lzaro y San Maximiano para pasar el resto de su vida como ermitaa en una caverna del monte de Sainte-Baume, destacndose entre los milagros que realiza la salvacin de este nio de una muerte segura debido al fallecimiento de su madre.

            Ya en el siglo XIII, La leyenda dorada de Santiago de la Vorgine testimonia la historia, siendo sin dudas este florilegio el principal responsable de la fijacin de la figura de la santa de Magdala y su trascendencia posterior. En el siglo XIV, entre otros numerosos relatos medievales que recogen los milagros de la santa, el Ms. h-I-13 de San Lorenzo de El Escorial se inicia con una vida de Mara Magdalena donde este milagro –que aqu reproduzco[3]– resulta central, adems de asumir una manifestacin verdaderamente impactante y ejemplar:

 

Cmo mamava el nio seyendo su madre muerta

Despus que l esto ovo dicho, cat e vio la nave ir por erca de una montaa; e pens que dexase all a la madre e al nio, antes que los comiesen pees. E dixo a los marineros: Tomad de mi aver quanto vs quesierdes, e ponedme la duea e el nio en aquella montaa por que los pueda soterrar. Quando los marineros oyeron la promesa del aver, que deseavan as como el pee desea la ysca, otorgrongelo e fizieron su voluntad. E l quiso soterrar la duea, e fall el suelo tan duro e tan pedregoso que la non pudo soterrar e fuela poner en un logar apartado de la sierra, e puso all el nio a las tetas. Ay, santa Mara Madalena –dixo l! E por qu veniste t nunca al puerto de Marsella? Por mi destroimiento e por mi desterramiento veniste t ý. E yo, cativo, por qu te cre de comenzar esto? Rogaste t por esto tu Dios que mi mugier conebiese, por se perder lo que traxiese? Ora son perdidos anbos, el conebido e la que conebi; ca la madre es muerta con las coitas e con los dolores que sufri, e el nio nasi por morir, que non ha quien lo cre. E esto es lo que yo gan por tu ruego, a que encomend todas mis cosas. Yo te demando e ruego que ruegues a tu Dios que, si l es tan poderoso como t pedricas, que aya meret de la alma desta duea, e que por tu ruego aya piadat de aqueste nio, que se non pierda. Despus que esto dixo, cobri la duea e el nio de su manto, e tornose a la nave en el batel. Despus que entr en la nave, los marineros tornaron a guiar su nave. Ay, qu misericordia de Jhesu Christo! Ay, qu meresimiento de la Madalena! Ay, qu bendita partera ella escogi!, que fue pedricar en tierra, e le dio conforte e ayuda al romero, que por su conforte non se desesperase, e ella lo confort que non falleiese por su llorar. Ella estudo al parto de la madre, ella fizo el ofiio de la maestra, ella confort la duea en sus dolores. Ella confort el nio que llorava, ella fizo el ofiio de ama, ella le dio la leche. Quin oy nunca estas cosas! Ella enseava e pedricava en tierra, e la consejava en mar. Ella era maestra; ella era ama; ella confortava el romero, que non dexase lo que comenara; ella criava el nio que llorava por lo confortar e lo quitar de llorar. El cuerpo de la madre yaz sin alma e da leche al nio. E otra cosa que es maravilla: la alma de la duea fue en romera por conplir lo quel cuerpo ava comenado. E ninguno non la vea, mas ella vea a todos. E el cuerpo della yaza as como un vaso vazo, e de aquel vaso vazo tomava el nio leche. E el vaso era sealado del seal de la cruz santa, e yaza tan seguro que nin viento nin elada nin enbierno nin calentura non le enpesa, nin fanbre nin sed non ava, nin podresi nin se perdi. E sabet que as son guardadas las cosas que son encomendadas a santa Mara Magdalena.

 

La devocin a los santos, como fenmeno universal, no es muy diferente en la actualidad de lo que era en la Edad Media, en particular si nos centramos para su anlisis en la religiosidad popular. Los milagros, en este sentido, constituyen el parmetro fundamental de la veneracin, tanto de aquellos santos canonizados por la Iglesia Catlica como los objeto de culto y canonizacin popular. Segn explican Susana Chertudi y Sara Josefina Newbery (1978: 19-20):

 

El pueblo no hace diferencias entre los santos canonizados por la Iglesia Catlica y los canonizados por l mismo. Todas son personas que hacen milagros, que interceden por l, que estn cerca de Dios, que son sus amigos, que reciben ofrendas y a quienes se les hacen promesas que hay que cumplir.

 

El doble carcter del santo, como intercesor y como modelo de imitacin, promueve en la realidad americana una serie de leyendas populares centradas en figuras reconocibles por el pueblo, que han experimentado histricamente sus mismos padecimientos y necesidades. Como mediador, el santo es a la vez un intercesor privilegiado ante Dios y un modelo a imitar en vas del perfeccionamiento espiritual[4].

            Los santos detentan un poder que pasa por el cuerpo y se dirige a menudo a los cuerpos. Tocar su tumba o parte de sus restos convertidos en reliquias se vuelve para los fieles un instrumento sumamente eficaz para la sanacin de sus propios cuerpos, mediante una mediacin privilegiada del cuerpo santo que pertenece tanto a la tierra como al cielo.

            Los milagros atribuidos a la Difunta Correa testimonian, en este sentido, este papel destacado del cuerpo considerado santo; y derivan de una u otra manera de su primer milagro. Su figura se asocia entonces con el poder de curar enfermedades, segn se aprecia en muchas de las ofrendas presentes en su santuario (bastones, muletas, etc.), y especialmente con la proteccin de las madres y su lactancia, as como de ganados y cosechas.

Se reconoce adems a la Difunta Correa como patrona de arrieros y de viajeros, lo que atestiguan documentos tan tempranos como ste del ao 1865 publicado por Pedro D. Quiroga en el peridico literario de Buenos Aires Correo del Domingo:

 

A pocas leguas de Caucete siguiendo al Este por el camino que se interna en una quebrada del cerro Pie de Palo, se encuentran a ambos lados y como cerrando el paso, dos o tres enormes masas de piedra; –detrs de ellas puede ocultarse sin ser vista, una cuadrilla de salteadores, y sorprender al incauto viajero. ste es el terrible paraje de Las Peas. Se ha hecho proverbial por los muchos asesinatos y robos perpetrados en l. All se ve una cruz de madera clavada en el suelo –ms all otra y otras veinte Entre ellas sobresale una con un pequeo cofre de latn: –ah yacen los restos de una mujer, la milagrosa Correa– los viajeros tienen entera fe en sus milagros y la invocan en sus tribulaciones, y al pasar, no dejan de rezar alguna oracin o de depositar en el cofre una moneda de plata (n 66, p. 222).

 

            El gran milagro que extendi la leyenda de la Difunta Correa ms all de Vallecito est relacionado justamente con su figura como protectora de los arrieros, y tiene como protagonista a un tal Flavio Zeballos. La confluencia de la tradicin oral y el registro escrito en la promocin de la leyenda adquieren un matiz muy interesante en la versin del milagro que elijo transcribir, presente en Una nueva versin sobre la Difunta Correa de Flix R. lvarez (1967), quien asegura haber escuchado el relato cuando era nio de boca del propio Zeballos:

 

Entre otras cosas dijo que hacan ya varios aos que dispuso comprar una partida de ganado vacuno para engordarlo y pasarlo a Chile donde se estaba vendiendo a muy buen precio. Para esto organiz un viaje a la provincia de Crdoba, donde lleg en buen momento y compr una partida de quinientos novillos en buen estado sanitario y de gordura. Al da siguiente emprendi el regreso a San Juan con todo el arreo acariciando un pinge negocio ya que haba comprado barato y bueno y en Chile se estaba cotizando el vacuno a oro contante y sonante.

Pero aquello de que el hombre propone y Dios dispone, se hizo sentir en esta ocasin y, cuando ya se encontraba en las inmediaciones de San Juan y nada haca prever un desenlace desagradable, resolvi, en acuerdo del dems personal que conduca el arreo, de acampar en un lugar que ellos consideraron adecuado para descansar, ellos y los novillos, esa noche y al da siguiente continuar el viaje. Para esto se par rodeo, como se dice entre los arrieros cuando se suspende la marcha de la tropa y procedieron a ubicarse cada hombre estratgicamente formando una especie de corral donde el ganado queda encerrado bajo la vigilancia de ello. Y el mansero, que as se llama al hombre encargado del cuidado del mansaje, es decir de las cabalgaduras y dems elementos de stos, se dispuso que se retirara con la tropa a un sitio donde haba pasto y agua para que abrevaran y comieran algo las mulas hasta la madrugada del da siguiente que emprendiera nuevamente la marcha.

Pero qu noche de San Bartolom les esperaba! Como se dijo anteriormente, nada haca prever la terrible tempestad de lluvia y viento que se desencaden en aquel lugar Los animales se asustaron y dispararon en todas direcciones en medio de aquel infierno de lluvia y viento que borr todo vestigio de huellas o rastros que pudiera servir para seguirlos Cuando ya vena aclarando el da lleg el mansero con la tropa. Ante la sorpresa de no encontrar ningn animal, es de imaginarse la cara que pondra.

– Qu ha pasado? –pregunt–.

– Que los animales se han asustado de la tempestad y se han disparado.

Del lado que yo vengo, no hay ninguno, acot ste.

En el mayor silencio cada uno de los arrieros fue agarrando su mula sillera y procediendo a equiparla con todo su apero y esperar rdenes del patrn que se encontraba cabizbajo, meditando seguramente en la tremenda desgracia que le acababa de ocurrir. En aquel momento fue que cay a su memoria: La difunta Correa!!...

– nima bendita –dijo con toda uncin–. Si haces que encuentre siquiera algunos de los novillos como para sacar con qu pagarles a estas gentes que me han acompaado, te har hacer, en el sitio que dicen que has muerto, un mausoleo y buscar tus restos y los depositar con mis propias manos en un atad para que descansen all eternamente.

Pronunciadas interiormente estas frases, que fueron dictadas desde el centro mismo de su corazn, llam al personal y les dijo: nos vamos a repartir para todos lados a ver si encontramos algo. l tom para el lado del este, con la idea de no presenciar el desastre que imaginaba deba haber ocurrido a los animales que dispararon para el oeste; conocedor como era de lo accidentado que era el terreno para ese lado, lleno de zanjones y reprofundos de ms de ocho metros de profundidad algunos, accidentes estos que son ocasionados por las corrientes de agua que bajan de los cerros con las lluvias.

Con la oscuridad de la noche y el animal vacuno que no respeta a nadie cuando se asusta y dispara, era seguro que all la mortandad deba ser total.

Las dos de la tarde seran, plena siesta de un da del mes de enero del ao 1890, cuando sinti unos gritos que provenan del lado del norte. Era uno de los arrieros que deca: vengan aqu estn tuitos, no falta ningunito.

Al sentir estas voces comenz a repetirlas a gritos a los dems compaeros que se encontraban distribuidos por el campo para que corrieran la voz a los otros, dicindoles que se dirigieran hacia el norte de donde provena la novedad de que se encontraban todos los novillos juntos. El primero en llegar y constatar el hallazgo de todo el ganado junto fue l, contrastando esta novedad con lo que pens en el primer momento de que materialmente era imposible encontrar nada, ya que stos haban disparado en distintas direcciones y no era humanamente posible que aparecieran despus todos juntos en un mismo lugar, de no mediar el milagro o algo desconocido para el hombre hasta hoy.

Conmovido hasta las lgrimas, se ape de la mula que montaba y arrodillndose en el suelo dio gracias a Dios y se ratific una vez ms de la promesa que haba hecho a la Difunta Correa; la que cuatro meses despus cumpli en parte lo que haba prometido, ya que restos o huesos humanos no encontr nada (pp. 24-29).

 

            El inters en el fenmeno de la devocin popular a la figura de la Difunta Correa ha promovido asimismo numerosos y variados tratamientos literarios del tema, entre los que se destaca esta poesa del Romancero argentino de Len Benars (1959):

 

La Difunta Correa

 

No hay corazn en San Juan

que, por curtido que sea,

no haya sentido la muerte

de la difunta Correa.

 

En todo Angaco, seguro,

no hubo muchacha ms linda.

Donosita era la moza

y se llamaba Deolinda.

 

Con honra el pan de su casa

se avena a compartirlo

cuando a don Pedro, su padre,

entraron a perseguirlo.

 

Ni su valor los detuvo

ni su mrito sin fin.

(En Chacabuco fue el hombre

guerrero de San Martn).

 

All, cerca del cuarenta,

no tuvo paz su persona,

cuando termin el gobierno

de su amigo Maradona.

 

No le mezquinan pesares

ni ahorran barbaridad.

Y para peor, la muchacha

entraba en florida edad.

 

De dnde la pobrecita

les va a merecer perdn!

Como la urpila del monte

en aquella situacin

 

En un cario sentido,

con ansiedad, se recuesta.

En la iglesita del pueblo

se ha casado con orquesta.

 

Pero no mucho despus,

en un ataque afrentoso,

montoneros de Quiroga

le llevan padre y esposo.

 

All qued la Deolinda,

all la desventurada,

considerando los males

de su vida desgraciada.

 

Entre tanta desazn,

para compaa, de fijo,

Dios, en esas soledades,

la bendice con un hijo.

 

Mas ni con ese suceso

se apacigua la jaura.

Acosan al pobre rancho

aves de carnicera.

 

Un amanecer de hielo

la moza no pudo ms.

Se larg para La Rioja

para no volver jams.

 

Ya pisa la travesa.

Ya muestra los pies llagados.

Le va faltando la luz

en los ojos apagados.

 

Cayendo una y otra vez

cruza el arenal ardido.

Solo advierte algn chaar,

como de harapos vestido.

 

Engandole esperanza

mira la verde jarilla,

que, por burladora gala,

luce su flor amarilla.

 

Como puede sigue andando

con el corazn deshecho.

Ya ni siquiera se queja

su triste hijito de pecho.

 

Ya el aliento la abandona

y, en esa muerte segura,

alza los ojos pidiendo

por aquella criatura.

 

Ruega al cielo que no seque

de sus pechos la vertiente;

que viva ese manantial

aunque ella incline la frente.

 

Pues de este modo, a su hijito,

al darle el ltimo adis,

sustento le dejara

hasta que quisiera Dios.

 

Rendida de hambre y de sed,

de cara al cielo infinito,

se durmi en lo alto de un cerro,

no lejos de Vallecito.

 

Unos arrieros encuentran

la criatura abandonada,

bebiendo en el pecho vivo

de la madre, ya finada.

 

All entierran la difunta

y le rezan un bendito.

El ms rudo se hace blando

para abrigar al chiquito.

 

Nada s del chiquiln.

Lo habrn criado con esmero

y, ya ganado a mocito,

sera tambin arriero.

 

Trmino hall la Deolinda

a su vida sin regalo.

La sepultan en la cuesta

de la sierra Pie de Palo.

 

Ya se gan la sencilla

devocin del pueblo fiel.

Los ms humildes le llevan

coronitas de papel.

 

A ella pide proteccin

la madre desesperada.

Hasta los duros arrieros

la toman por abogada.

 

Y ms de alguna mujer

–quiz enferma o enteca–

con crianza dificultosa,

si es que el pecho se le seca.

 

En este punto, seores,

termino esta relacin.

Que la difunta Correa

los tenga en su devocin.

 

A este romance estrfico pueden sumarse obras de teatro, canciones y hasta una pelcula estrenada en el ao 1975 que atestiguan la pervivencia de una historia cuya fuerza dramtica ha trascendido la leyenda inicial, as como la adhesin a la figura de una mujer santificada por la creencia popular debido a sus sufrimientos y su ejemplo de amor maternal en el momento de la muerte. Si hasta existe, en pleno siglo XXI, una banda de rock chilena que lleva su nombre (los Difuntos Correa) y ha dedicado un tema a su memoria. Pero sa ya es parte de otra historia

 

 


Referencias bibliogrficas

lvarez, Flix R., 1967. Una nueva versin sobre la Difunta Correa. San Juan.

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Vorgine, Santiago de la, 1982. La leyenda dorada. Traduccin de Fray Jos Manuel Macas. Madrid: Alianza Editorial.

 



[1] Vase lo afirmado por Stith Thompson (1952: 3):

El vocablo leyenda se emplea para significar narraciones tradicionales que por lo general no se cuentan como ficcin sino que se suponen ser verdad. En el nivel folklrico tales narraciones corresponden a lo que se llama historia en el nivel literario. Aunque las leyendas puedan mezclarse con ficciones, la parte esencial de la narracin difiere del cuento folklrico, que es francamente ficcin, en que las leyendas dan a entender que relatan acontecimientos que pasaron en cierto tiempo y lugar, es decir, hechos histricos ms bien que puras fabricaciones de la imaginacin, y los elementos que localizan esos hechos son indispensables para la leyenda.

[2] Segn Northrop Frye (1992: 104), el herosmo considerado en trminos de sufrimiento constituye el ethos del mito cristiano, desde que el herosmo de Cristo cobra forma acabada al sufrir la Pasin.

[3] La cita del segundo folio corresponde a mi propia edicin del Ms. h-I-13, parte de la tesis doctoral defendida recientemente en la Universidad de Buenos Aires.

[4] Es iluminador recordar las palabras de Johan Huizinga (1965: 258-259) que, aunque enfocadas al anlisis de la piedad medieval, pueden hacerse extensivas al fenmeno ms general de la santidad popular:

Los santos eran figuras tan esenciales, tan presentes y familiares en la vida religiosa, cotidiana, que con ellos se enlazaban todos los impulsos religiosos ms superficiales y sensibles. Mientras las emociones ms ntimas fluan hacia Cristo y Mara, cristalizaba en la veneracin de los santos todo un tesoro de vida religiosa, cotidiana, ingenua y franca. Todo contribua a dar a los santos ms populares una realidad en la conciencia de las gentes que los colocaba de continuo en medio de la vida.