Su‡rez çvila, Luis. ÒFuentes, paisaje e interpretaci—n cabal de LorcaÓ. Culturas Populares. Revista Electr—nica 4 (enero-junio 2007).

http://www.culturaspopulares.org/textos4/articulos/suarez1.htm

 

ISSN: 1886-5623

 

 

 

 

Fuentes, paisaje e interpretaci—n cabal de Lorca

 

                                                                                                          Luis Su‡rez çvila

                                                                                    I.U. Seminario RAMîN MenŽndez Pidal

                                                                                    Universidad Complutense. MADRID.

 

A la buena memoria de Jimena MenŽndez-Pidal Goyri, mujer pionera de la Generaci—n del 27.

 

 

Resumen

Fuentes del Romancero gitano, gitanismo de Lorca. Visita de MenŽndez Pidal y su hija Jimena a Granada el a–o 1922.  Descubrimiento del romancero de tradici—n oral por Lorca. Fracaso del Concurso de Cante Jondo de 1922 en Granada. El hallazgo de la Baja Andaluc’a. Su conversi—n definitiva.  Interpretaci—n de sus im‡genes y met‡foras.

Palabras clave: Federico Garc’a Lorca.  Romancero de tradici—n oral, Romancero gitano, Poema del cante jondo, Ram—n MenŽndez Pidal, Jimena MenŽndez Pidal, Manuel de Falla, Andaluc’a la Baja, çlvaro Picardo G—mez, Agust’n ÒEl MeluÓ.

 

Abstract

Sources of the Romancero gitano and gipsy influences in Lorca. Visit of MenŽndez Pidal and his daughter Jimena to Granada in 1922. LorcaÕs discovery of  the popular and oral balladry; his failure in the Cante Jondo contest of Granada in 1922; his definitive conversion. Interpretation of LorcaÕs images and metaphors.

Kewords: Federico Garc’a Lorca, Popular Ballads, Romancero gitano, Cante jondo, Ram—n MenŽndez Pidal, Jimena MenŽndez Pidal, Manuel de Falla, Andaluc’a la Baja, çlvaro Picardo G—mez, Agust’n ÒEl MeluÓ.

 

 

 

F

ederico Garc’a Lorca fue un trasgresor. Pero un trasgresor umbilicalmente unido a la tradici—n. Y es que la tradici—n –de tradere– es el resultado provisional y ef’mero de muchas entregas y desentregas del "testigo" cultural; la integraci—n de fermentos diversos, en estado de continua ebullici—n y movimiento, de "contaminaciones" y prŽstamos mutuos, de acciones y omisiones que van desde el olvido creador o la heterodoxia forjadora, hasta el surrealismo inconsciente e incontrolado o la anacr—nica y din‡mica alternancia verbal... En suma, trasgresi—n, al cabo. La tradici—n tiene un algo de frescura fŽrtil, de brote, de renuevo bot‡nico. Por eso Lorca "Fue un creador/ y un jardinero./ Un creador de glorietas/ para el silencio" que es lo que Žl le achaca y escribe de Silverio Franconetti.

            La "entronizaci—n" de Lorca, como hab’a presagiado Ricardo Baeza, en 1927, pasaba necesariamente por la publicaci—n del Romancero gitano" que ya circulaba, desde el oto–o de 1923, manuscrito, con variantes y adiciones, tanto en lecturas pœblicas y cen‡culos poŽticos, como parcialmente publicado en revistas de poes’a. Pero, en pocas semanas, en 1928, "la friolera de 3.500 ejemplares" que sac— la editorial de la Revista de Occidente, se hab’an agotado y Federico se hace definitivamente famoso.

            Algo parecido estuvo sucediendo con su Poema del cante jondo que circula, casi acabado, desde noviembre de 1921 y no aparece en letras de molde, como libro, hasta diez a–os despuŽs, en 1931, con afeites, a–adidos y omisiones dignos de tener en cuenta.

            Antes del per’odo que va desde 1921 a 1934, en que descubre y frecuenta la otra Andaluc’a, "Andaluc’a La Baja", Federico utiliza un paisaje andaluz ambiguo. Una de dos: o se equivoca de paisaje o crea un paisaje equ’voco. Y es que el paisaje, para Federico, es una exigencia de su subconsciente. Nos lleva a otra parte, pero Žl se traslada con su paisaje nativo, como quien viaja y se lleva su almohada.

             Le seduce la Andaluc’a real. La busca. Hace materia poŽtica de lo antipoŽtico; sublima lo t—pico en un metisaca continuo de im‡genes, met‡foras e incluso f—rmulas robadas; dota de misterio y espiritualidad a lo vulgar y tabernario; transmuta los mitos y la observaci—n emp’rica de la Naturaleza; descoloca perspectivas y a veces reinventa lo c—smico andaluz y lo universaliza.

            Antes, su horizonte estŽtico de Andaluc’a lo hab’an conformado las canciones que o’a al servicio de su casa –recordaba a las criadas Dolores "La Colorina" y Anilla "La Juanera"–, la lectura minuciosa de los Cantos populares espa–oles de Rodr’guez Mar’n o la Colecci—n de cantes flamencos de 1881 que recogiera "Dem—filo". No le fueron ajenas las continuas prŽdicas de aquel beat’fico sant—n adorable que fue Falla, incomprensiblemente te–idas de un enfermizo y falso orientalismo heredado de la maurofilia rom‡ntica que el gaditano, ciega e inexplicablemente, cultivaba y alimentaba, seducido por el atractivo tel—n de fondo de Granada.

            Desde, por lo menos, 1920, Federico ha conectado con la tradici—n oral y ha empezado a preocuparse de ella. En Buenos Aires, en 1933, Lorca calcula que son diez a–os, pero son algunos m‡s, trece. ƒl hab’a dicho: "Durante diez a–os he penetrado en el folklore, pero con sentido de poeta, no s—lo de estudioso". Antes, el a–o 1930, en invierno, se encuentra con Ignacio S‡nchez Mej’as en Nueva York y armoniza, para la Argentinita, varias  canciones: "Los cuatro muleros", "Los pelegrinitos", "Debajo de la hoja..." 

            En 1927, a Federico, ya se le hab’a colgado el sambenito de "gitano". Se lo reprocha a Bergam’n y se lo puntualiza a Ernesto GimŽnez Caballero. M‡s de una vez, desespera de su "gitanismo": "Los gitanos son un tema. Y nada m‡s. Yo pod’a ser lo mismo poeta de las agujas de coser o de paisajes hidr‡ulicos. Adem‡s el gitanismo me da un tono de incultura, de falta de educaci—n y de poeta salvaje que tœ sabes bien no soy. No quiero que me encasillen. Siento que me van echando cadenas. No...". As’ escribi— a Jorge GuillŽn.

            Pero, contra lo que pudiera pensarse, sigue: pocos d’as antes de marcharse para Granada, en julio de 1936, en El Heraldo de Arag—n se dice que tiene entre manos una comedia andaluza. "Se trata de un poema evocador de los cafŽs cantantes de Sevilla. No tiene t’tulo aœn. Pero por lo que se conoce y por lo que anticip— el poeta y dramaturgo, promete ser algo grande. Desfilar‡n por la escena los tipos m‡s famosos del cafŽ El Burrero de Sevilla". Sabemos que la obra se llamar’a ÒEl poema del cafŽ cantanteÓ, inspirado en un episodio de la vida de Rosario "La Mejorana", gitana de C‡diz, bailaora genial y madre de Pastora Imperio.

            El ambiente, por tanto, le ha subyugado y sigue busc‡ndolo con la perseverancia del arque—logo y, en verso o en prosa, va dejando vestigios de lo provechoso de su bœsqueda. El resultado es un gran retablo de las Andaluc’as, que rebasa sus propios l’mites. Es el Pante—n –en el sentido del total sagrado– de todos los mitos andaluces.

            Por eso, puede decirse que la universalidad de Lorca se debe, m‡s que nada, a haber dotado a lo andaluz de registros poŽticos universales y a las circunstancias tr‡gicas de su muerte. Pero negar la genialidad de los "otros Lorcas" ser’a una insensatez.

            A la chispa que encendi— su Romancero, al Poema del cante jondo, a sus fuentes, a sus paisajes y a la interpretaci—n cabal de algunas de sus im‡genes y met‡foras voy a intentar un acercamiento provisional’simo, jugando con material inŽdito y editado y con impresiones que he recogido de personas que le fueron cercanas.

 

 

Jimena y Lorca

 

En marzo del 89 pasŽ unos d’as en Madrid. El 2 de marzo, por la noche, en "El Corral de la Morer’a", cuando ya hab’an cerrado, tomando unas copas con mi amigo el guitarrista FŽlix de Utrera, recog’ al cantaor gaditano Manuel D’az Fern‡ndez ,"El Flecha", un impresionante texto del romance de Bernardo del Carpio (Con cartas y mensajeros). Al d’a siguiente, por la ma–ana, me enterŽ de que Jimena MenŽndez Pidal estaba, en la Cl’nica Nuestra Se–ora del Rosario, de Pr’ncipe de Vergara, ingresada por una dolencia en una pierna. Tan pronto como lo supe, me apresurŽ a mandarle el ramo m‡s grande de rosas que he visto y una carta con el texto del romance recogido. "Ah’ le mando estas flores nuevas y este romance viejo", le escrib’.

            Por la tarde, el mismo d’a 3, me decid’ ir a visitarla en su habitaci—n. Estaba sentada en un sill—n, cubiertas sus piernas con una manta y acompa–ada por su sobrina Enriqueta GalmŽs de Fuentes, monja de la Asunci—n, y la hija de Ana Valenciano.

            Jimena, que siempre me profes— -y yo le profesŽ- un gran cari–o y tuvo conmigo muestras impagables de generosidad y simpat’a, estuvo aquella tarde muy locuaz, y yo, como si fuera la œltima vez que la viera, que fue la œltima, estuve atento a cuanto contaba.

            Y la conversaci—n se desvi—, la desviŽ, por la excursi—n de don Ram—n, su padre, y de ella misma, a Granada, en septiembre del a–o 1920.

            Jimena me cont— c—mo su padre acababa de formar parte del tribunal de las oposiciones a una c‡tedra de lat’n de la Universidad Central. Aspiraba a ella el profesor de Jimena. Pero la c‡tedra no la obtuvo el desdichado. Para evitar represalias con su hija, don Ram—n no la present— en junio, y decidi— trasladar la matr’cula a la Universidad granadina, para septiembre. As’ es como don Ram—n y Jimena, llegan a Granada el a–o 20. El Rector, Fernando de los R’os, les present— a un muchacho, alumno suyo, que cursaba, a la vez, Derecho y Filosof’a y Letras. ƒl ser’a el cicerone del padre y la hija. El muchacho, de apenas 22 a–os, era Federico Garc’a Lorca, que anduvo muy dicharachero con ellos y les mostr— todas las maravillas habidas y por haber de la ciudad de la Alhambra.

            Pero una cosa no sab’a aquel muchacho: que el Romancero segu’a vivo en la memoria de la gente iletrada, viv’a en variantes, y que tambiŽn era posible recogerlo en Granada.

            En aquel momento, Jimena se me representaba, hermosa, bell’sima, joven, con los reciŽn cumplidos 20 a–os, como la retrat— el escultor Julio Antonio en el busto de bronce que est‡ en la biblioteca de Don Ram—n, en Chamart’n, de perfil, ante el balc—n, por donde sigue divisando los olivos, las jaras, el madro–o y los tordos, o como la describe en "Memorias de la melancol’a" su prima Mar’a Teresa Le—n: "Jimena... en verde oliva, como era ella, con los ojos verdes, con el halo verde de su resplandor. Yo era la chica peque–a que nada sab’a aœn, pero que miraba. Y aquella prima m’a era mi primer tropiezo con la belleza".

            Reinaba yo en  la contemplaci—n de aquellas im‡genes de Jimena, y a Jimena la ten’a, con casi noventa a–os, pero nunca anciana, ante m’, habl‡ndome.

            El caso es que conclu’ que Jimena, despuŽs de haberme relatado los pormenores de la excursi—n, hab’a sido la chispa, la causa, el primer impulso, la posibilitadora, de una obra poŽtica sin parang—n: el Primer Romancero gitano, de Lorca.

            En aquella excursi—n conoci— Federico el Romancero oral. Adquiri— conciencia de su existencia y de en quŽ formas se podr’a encuestar a los portadores de esta tradici—n.

            Y no es que Federico mintiera cuando escribi— mucho despuŽs: "ÀQuŽ ser’a de los ni–os ricos si no fuera por las sirvientas, que los ponen en contacto con la verdad o la emoci—n del pueblo?...Estas nodrizas, juntamente con las criadas y otros sirvientes m‡s humildes, est‡n realizando hace mucho tiempo la important’sima labor de llevar el romance, la canci—n y el cuento a las casas de los arist—cratas y los burgueses. Los ni–os ricos saben de Gerineldo, de don Bernardo [?], de Tamar, de los amantes de Teruel, gracias a estas admirables criadas y nodrizas...". Y evoc— a las criadas de su casa Dolores "La Colorina" y Anilla "La Juanera".  Sin embargo, su hermana Isabel Garc’a Lorca, en ÒRecuerdos m’osÓ, aclara:  ÒSe ha dicho, se ha repetido casi demasiado, la posible fuente de inspiraci—n que fue Dolores [la Colorina] para Federico. Yo estoy por afirmar casi lo contrario: creo que fue Federico el que ilumin— su fantas’aÓ.

            Federico no minti—, pero al conocer el Romancero tradicional, vivo, de la mano de Don Ram—n y de Jimena, "rememor—", cay— en la cuenta, puso en valor algo lejano e impreciso, que no recordaba o se le perd’a en la nebulosa de la ni–ez. O, acaso, despuŽs, con el tiempo, Federico apeteci— que as’ deb’a haber sido.

            Don Ram—n dej— unas notas manuscritas que leo y releo con especial cari–o. En la visita a Granada les acompa–—, escribe, "el joven Federico Garc’a Lorca, quien se mostr— muy animado y amable". En esta excursi—n don Ram—n recogi— algunos romances de la tradici—n oral a los gitanos JosŽ Maya Campos El Pi–a, que los hab’a aprendido de un muchacho en Motril, mientras hac’a el servicio militar, y a Isabel Leandro Campos La Santa, gitana de 60 a–os, natural de Lorca (Murcia) de donde sali— con doce a–os y, donde, dec’a, aprendi— "un regular repertorio".

            "Una r‡pida visita por los barrios populares me puso en relaci—n con gitanos granadinos de la clase pobre que sab’an muchos romances", sigue escribiendo Don Ram—n. No obstante, no encuentra ninguno de tipo Žpico ni hist—rico y, los que halla, en nada difieren de los que cantan tradicionalmente los campesinos de cualquier regi—n espa–ola. Pero no era el "Romancero de los gitanos", que descubre EstŽbanez, redescubre Manrique de Lara, halla de nuevo çlvaro Picardo y la casualidad hace que yo lo siga encontrando viviente entre los gitanos bajoandaluces. No.

            Aquella excursi—n termin— m‡s pronto de lo que don Ram—n hubiera deseado. "La falta de tiempo –escribe en sus notas–, fue salvada con la oferta de recogerlos que nos hizo el joven Federico Garc’a Lorca...", quien, por lo que parece, descubri— con Don Ram—n y con Jimena el Romancero oral "que le revelaba un escondido aspecto de Granada desconocido de los granadinos".

            Garc’a Lorca no envi— despuŽs ningœn romance a MenŽndez Pidal. Tan s—lo algunos de los que se recogieron en aquellas jornadas granadinas se conservan manuscritos, con letra de Federico, en el Archivo MenŽndez Pidal. As’ don Ram—n, a–os despuŽs, en "Romancero Hisp‡nico", se lamentaba de que "juventud y poes’a le hicieron olvidadizo de su oferta y Garc’a Lorca no volvi— a intimar con la oscura y dif’cil tradici—n, aunque s’ con los gitanos. Entre ellos, en vez de escondidos y maltrechos romances viejos, o’a f‡cilmente romances vulgares y pens— enaltecer esa vulgaridad... aplic‡ndose a transfigurar ese gŽnero ’nfimo con genial fuerza imaginativa, maravillosa metaforizaci—n y poderoso lirismo".

            Otros muchos aspectos del viaje de Jimena y don Ram—n siguen aclarando las notas de Žste: "En la placeta de San Nicol‡s las muchachitas del barrio me recitaban a porf’a los romances con que solazan las noches del verano; su repertorio es corto, unos seis u ocho romances". Evidentemente no estaba hablando de muchachitas gitanas, pero a–ade: " M‡s dif’cil era la tarea entre los gitanos del barrio de San Crist—bal, adonde fuimos atra’dos por la fama de uno de ellos, llamado El Pi–a, que sab’a muy bien el Gerineldo. Los vecinos van apareciendo y agolp‡ndose en los desmontes que forman el techo de sus cuevas. Entre el recelo de aquella miserable vecindad, que a menudo tiene que ver con la polic’a y el juzgado, logramos que fuesen a sacar de la taberna del Borrachito al famoso Pi–a, el cual lleg— ante nosotros con la mirada soslayada y recelosa, acompa–ado de un amigo que en su silencio, adoptaba arrogantes posturas de desaf’o: –ÁC—mo que van a venir ustŽs s—lo por el Gerineldo! La tranquilizadora oferta de una propina disipa luego toda desconfianza y pronto pudimos escuchar el Gerineldo de boca de aquel gitano. Al olfato del dinero salieron de sus pobres cuevas las gitanas de la vecindad y all’, entre el grupo de ellas y sus harapientos chicuelos que nos rodeaban como moscas, fuimos sacando noticia de multitud de romances que, en aquel barrio se cantaban".

            As’ es como Garc’a Lorca se convierte en recolector de romances. As’ es c—mo, de pronto, salta el tema de Tamar, Altasmares, en boca de un gitano Granada.

            En octubre de 1920 Garc’a Lorca est‡ ya en Madrid, en la Residencia de Estudiantes. All’ ha prometido a su padre que terminar’a Filosof’a y Letras. Pero, el haber descubierto el fil—n de Tamar y sus posibilidades l’ricas le subyuga. 

            Jorge GuillŽn escribe: "Thamar y Amn—n. ÀPor quŽ un tema b’blico en el Romancero [Gitano]? Entre otras causas, porque el poeta, acompa–ando a don Ram—n y Jimena MenŽndez Pidal en su visita al Albaic’n, escuch— entre los romances cantados por los gitanos el de Altasmares: Tamar. (TambiŽn el poeta guardaba en su librer’a granadina Los cabellos de Absal—n de Calder—n y lo hab’a le’do)". Otros opinan que el romance que recrea Lorca es tributario de la tradici—n oral y de la tragedia de Tirso de Molina La venganza de Tamar, sobre todo de sus dos primeros actos. Manuel Alvar, decididamente, atribuye la inspiraci—n al romance tradicional.

            El caso es que cuando compone su Tamar, Federico lo lee a sus amigos de la Residencia de Estudiantes. Hasta 1923 no se ha decidido a emprender esa obra poŽtica que culminar’a, pulida y acabada, en 1928. "Thamar y Amn—n" es el broche, el œltimo poema del Romancero.

            En medio de aquellas fechas, 1920 y 1923, han sucedido multitud de cosas. Entre ellas, en 1921 tiene casi acabado el Poema del cante jondo (aunque algunas de sus Vi–etas flamencas las escribe y publica en Verso y prosa en abril de 1927 y el libro completo termina por publicarse en 1931) y ha ocurrido el fracaso del "Concurso de Cante Jondo", en Granada, el Corpus del a–o 1922.

 

 

Falla, Lorca, Picardo...

 

Qued— demostrado que Granada no era la cuna. Falla, Lorca, y todos los intelectuales que promovieron el Concurso de Cante Jondo, se equivocaron. Ni Granada era la cuna, ni Granada ten’a nada que decir en cuesti—n de cante. La misma preparaci—n del concurso estuvo orientada a salvar del alma popular, algo que no era popular. Ya lo hab’a dicho, en 1881, "Dem—filo". Entre los muchos errores estuvo el de tratar de ense–ar a cantar, unas semanas antes del Concurso, mediante placas de gram—fono, a los aficionados granadinos. Y ocurri— lo que ten’a que ocurrir: que ganaron los premios el casi ni–o Manolo Caracol, que llevaba a sus espaldas toda la genealog’a cantaora de C‡diz y de Sevilla que fueron los Ortega, y Diego Bermœdez Cala, "El Tenazas", natural de Mor—n de la Frontera, viejecito, cuarter—n por Bermœdez, aquejado de una dolencia de pulm—n por mor de una antigua pu–alada, cantaor que hab’a bebido en las fuentes de Silverio y, a travŽs de Žl, de las de El Fillo. Lo de  los fandangueros Frasquito Yerbabuena, o La Gazpacha no fueron m‡s que unas anŽcdotas.

            Don Francisco de Paula Valladar, cronista oficial de la provincia de Granada, ya lo hab’a advertido en la revista "Alhambra", en febrero de 1922: "Soy entusiasta de la fiesta de los cantos populares granadinos, pero dejŽmonos del cante jondo. Corremos, no lo olvide el Centro, el peligro grav’simo de que esa fiesta pueda convertirse en una espa–olada".

            Pero el Centro Art’stico Granadino, anunciaba en el Defensor de Granada, el 11 de mayo de 1922, el establecimiento de una "Escuela de Cante Jondo", con toda urgencia, que "hab’a comenzado a funcionar con gran animaci—n...cont‡ndose para las ense–anzas con un excelente gram—fono y una rica colecci—n de discos del cl‡sico cante". ÁBuena forma de resucitar lo tradicional!.

            Falla, para apoyar al concurso de Granada, se puso en contacto con su amigo el mecenas, erudito y bibli—filo gaditano çlvaro Picardo G—mez y le sugiri— organizar en C‡diz un Concierto de Cante Jondo. ƒste se celebr— en la Academia de Santa Cecilia el 18 de junio de 1922 y comenz— a las nueve de la noche. Picardo organiz— y coste— el "concierto" y, como es l—gico, no tuvo que ense–ar a cantar a nadie. Se limit— a buscar a quienes eran portadores de la tradici—n: a los hijos de Enrique "El Mellizo", a Antonio JimŽnez y a Enrique JimŽnez "Er Morsilla". El tocaor fue Manuel PŽrez "El Pollo", disc’pulo de Pati–o el famoso maestro gaditano.

            çlvaro Picardo tuvo de donde escoger. En cualquier rinc—n de los barrios de Santa Mar’a, del arrabal del Matadero, del P—pulo, de la Vi–a... Estaban vivos, adem‡s, SolŽa la de Juanelo, Diego Antœnez, Enrique y Luisa Butr—n, Ignacio Espeleta y su hermano El Pollo Rubio, Rosa La Papera, Juan El Caoba, Chele Fateta, Aurelio, Manuel Ortega,  Chiclanita, MacandŽ, Charol, Remedios Fern‡ndez, Jose’co, Pepe El Limpio, Luis El Compare... todo el estado mayor del cante y del baile de C‡diz. E iba despuntando, en la intimidad de las casas gitanas, toda una constelaci—n que iluminar’a, con los a–os, el firmamento flamenco.

            En el "concierto" gaditano surgieron, como por ensalmo, cantes que hab’an estado soterrados, pero que pertenec’an a l’neas familiares de sus intŽrpretes y se hab’an forjado en el solar donde se estaban produciendo: las siguiriyas del portuense Tom‡s El Nitri, las de los gaditanos Curro Dulce, AndrŽs "El Loro" y Enrique "El Mellizo"; soleares de C‡diz y de Paquirri "El GuantŽ", serranas por el estilo de Tom‡s "El Nitri", polos, la ca–a de "El Fillo", saetas viejas, martinetes, el romance de Bernardo del Carpio y el del Moro Alcaide (Moro Tarfe) que fue el apoyo literario del enigm‡tico cante por "gilianas". Aqu’, en C‡diz, s’ que estuvo presente la llama viva de la tradici—n oral, casera, domŽstica, hermŽtica.

            Por eso, ya Lorca cuando quiere decir algo sobre el cante  o sobre los gitanos –se ha escrito– abandona la Andaluc’a de guardarrop’a rom‡ntica y equ’voca de un "Chorrojumo" esperpŽntico (autoproclamado Rey de los Gitanos que vend’a sus fotos a los turistas de la Alhambra, vestido con marsellŽs, calzonas abotonadas, catite y polainas de becerro) y el Sacromonte  refocilado en mantener una farsa a tono con los visitantes basada en la parodia y en el mercadeo del remedo, y se planta en la Andaluc’a real, viva y "verdadera" del Observatorio de San Fernando.

            Ya, en 1862, con motivo del viaje de Isabel II a Andaluc’a, se aprecia la diferencia. En la "Cr—nica del viaje de SS.MM. y AA.RR. a las Provincias Andaluzas..."por Don Francisco Mar’a Turino, se escribe que, durante la estancia de Isabel II en Granada: "A eso de las diez de la ma–ana una comparsa de gitanos estuvo bailando frente a palacio, ofreciendo cuadros y escenas caracter’sticas que marcan la debida distinci—n  entre los z’ngaros (?) de la Andaluc’a baja y los de las Alpujarras".

            Su conversi—n se oper— lentamente, pero no cerr— en falso. Por lo pronto, la Semana Santa del a–o 21, la pasan en Sevilla Falla, Federico y su hermano Francisco. All’ es donde conocen a Manuel Torre, que ser‡ luego "el hombre con mayor cultura en la sangre que he conocido", y que sorprende a Falla cuando afirm— que "todo lo que tiene sonidos negros tiene duende". En Granada, durante el Concurso del a–o 22, Manuel Torre prosigue su amistad con Falla y Lorca, porque interviene en algunas fiestas privadas que organizan. Luego, el 27, en "Pino Montano", el cortijo sevillano de S‡nchez Mej’as, con la excusa de G—ngora, se desemboca en juergas nocturnas a las que acude el cantaor jerezano. Para m’ que es Ignacio S‡nchez Mej’as quien transfigura a Lorca y lo pone definitiva y visceralmente en contacto con Andaluc’a La Baja.

            En C‡diz, Lorca intima con Pastora Pav—n, "La Ni–a de los Peines, "sombr’o genio hisp‡nico, equivalente en capacidad de fantas’a a Goya o a Rafael El Gallo", que cantaba en una tabernilla gaditana. En C‡diz, se oficia una reuni—n flamenca a la que asiste Lorca y "all’ estaba Ignacio Espeleta, hermoso como una tortuga romana,... All’ Eloisa, la caliente arist—crata, ramera de Sevilla, descendiente directa de Soledad Vargas, que en el treinta no se quiso casar con un Rothschild porque no la igualaba en sangre. All’ estaban los Florida que la gente cree carniceros, pero que en realidad son sacerdotes milenarios que siguen sacrificando toros a Geri—n, y en un ‡ngulo, el imponente ganadero Don Pablo Murube, con aire de m‡scara cretense".

            Por cierto que el inefable Juan Antonio Campuzano, el poeta de Puerto Real muerto hace unos veinte a–os, afirmaba que los Florida no son otros que los "Melu" de C‡diz, segœn confesi—n del propio "Perico El Melu", y que Joaqu’n Romero Murube dec’a que el don Pablo Murube, no existi—; que era Don Felipe Murube, el ganadero, el que ya, en el a–o 21, proporcion— un balc—n, en la calle Sierpes de Sevilla, a Falla y a Federico y a Francisco Garc’a Lorca para presenciar el paso de la cofrad’as de la Semana Santa. A–os despuŽs, el ganadero estuvo en la reuni—n de C‡diz. No pod’a ser otro que Felipe Murube, el œnico que, por sus facciones, pod’a tener aire de m‡scara cretense. Felipe Murube, que es, para Fernando el de Triana (1935), uno de los mejores entendidos de cante flamenco que hay en el momento.

            Y es que, adem‡s, Lorca va atando cabos y sacando conclusiones, despuŽs de lo ocurrido en Granada, de su conocimiento de Manuel Torre, de Pastora Pav—n, de "La Macarrona", de Chac—n... que anduvieron, inexplicablemente, por fuera del Concurso del a–o 22. Va convenciŽndose de aquello que, por fin, dice en una entrevista que le hacen en el "Mercantil Valenciano" en 1933: "Desde Jerez a C‡diz, diez familias de la m‡s impenetrable casta pura guardan con avaricia la gloriosa tradici—n de lo flamenco...". Ha ca’do de su peso: diez familias, de Jerez a C‡diz. Lo dem‡s, es abandono ominoso del propio folklore, rico y antiguo, en las otras Andaluc’as, para pretender, mimŽticamente, cantar por siguiriyas o soleares, desde que Silverio hace sus giras, o desde que hay placas de gram—fono. Dejaron en la cuneta sus fandangos locales, sus "ro‡s", sus "moscas", sus "cachuchas" granadinas, sus "zambras"... para querer tener el atractivo de la Andaluc’a menos islamizada y m‡s real.

            Anto–ito el Camborio es un nombre verdadero; "El Amargo" es un apodo o’do. Pertenecen ambos a personas que han sido transculturadas poŽticamente por Lorca. Son, Anto–ito el Camborio y "El Amargo", nombres sonoros, poetizables. Como escriben Allen Josephs y Juan Caballero, "cuando el poeta precisa que su Anto–ito el Camborio es el prototipus del veritable gitano, no es porque ha poetizado al gitano ver’dico de ese nombre que vivi— en Chauchina, un pueblo cerca de Fuentevaqueros, sino porque ha dado su nombre de Anto–ito el Camborio a una personificaci—n poŽtica de algœn miembro de una de esas diez familias".

            Caso parecido sucede con "El Amargo". Federico recordaba y dej— escrito: "Teniendo yo ocho a–os y mientras jugaba en mi casa de Fuente Vaqueros se asom— a la ventana un muchacho que a m’ me pareci— un gigante y que me mir— con un desprecio y un odio que nunca olvidarŽ y escupi— dentro al retirarse. A lo lejos una voz lo llam—: ""ÁAmargo, ven!""...Esta figura es una obsesi—n en mi obra poŽtica. Ahora ya no sŽ si la vi o se me apareci—, si me la imaginŽ o ha estado a punto de ahogarme con las manos..." Y Lorca se venga de esta obsesi—n, emplaz‡ndolo, como los Carvajales a Fernando IV.

            Sin embargo cuando recurre, en sus Vi–etas flamencas, a Silverio Franconetti o a Manuel Torre, est‡ tratando nombres y personajes reales, estantes y oficiantes en su medio natural.

            "De Jerez a C‡diz", que es lo mismo que han acu–ado los flamencos en el dicho de que "De El Cuervo para abajo est‡ el ajo".

            O el exabrupto del ganadero, poeta, espiritista y te—sofo, Fernando Villal—n-Daoiz Halc—n, Conde de Miraflores de los çngeles: "El mundo se divide en dos partes: C‡diz y Sevilla". Evidentemente eran el horizonte de su espacio vital y el per’metro donde se forjan las manifestaciones que, con raz—n o sin ella, llegan a ser la car‡tula t—pica de la espa–olidad. No debe olvidarse la amistad entra–able de Villal—n, ya madurito, con Lorca, desde que fueron presentados por Ignacio S‡nchez Mej’as: "Federico, aqu’ te presento a Fernando Villal—n, el mejor poeta novel de Andaluc’a".

            Porque, a ra’z de todo eso, para Lorca, la "ciudad de los gitanos" es Jerez de la Frontera y lo tiene grabado, indeleblemente, en su memoria ("Que te busquen en mi frente"), y el "locus" flamenco por excelencia, "Las calles de C‡diz". Las juergas, en C‡diz, eran ambulantes, en coches de caballo, por las calles, con paradas se–aladas, puntuales y gloriosas en tabernas, colmados y ventorrilos de extramuros. As’, "Las calles de C‡diz", titula el espect‡culo que, con Ignacio S‡nchez Mej’as, estrenan en el Teatro Espa–ol de Madrid, el a–o 32. En Žl figuran nada menos que Ignacio Espeleta, El Ni–o Gloria, Rafael Ortega, Juana La Macarrona, La Malena, La Geroma, Manolita Maora, Pablito y Gineto de C‡diz, Adelita la de Chaqueta... la flor y nata del flamenquer’o bajoandaluz. Y la Argentinita y Pilar L—pez.

 

 

Lorca y Agust’n ÒEl MeluÓ

 

Agust’n dec’a que conoci— a Lorca. Yo no sŽ si ser’a verdad o no. Agust’n Fern‡ndez L—pez, "El Melu", por los a–os 60, era ya sexagenario. Es decir que iba m‡s o menos con el siglo. Hab’a nacido en C‡diz, en una familia gitana, como Dios manda. Por Fern‡ndez descend’a de su abuelo Pedro Fern‡ndez Pi–a, "El Viejo de la Isla", y su t’a abuela fue Mar’a Fern‡ndez Pi–a, "Mar’a Borrico", dos impresionantes siguiriyeros. Por Fern‡ndez, era primo segundo de Ram—n Medrano Fern‡ndez, gitano, concesionario del carro de la carne, que conoc’a toda la escuela de cantes de Sanlœcar. Por L—pez, Agust’n descend’a de los L—pez de El Puerto de Santa Mar’a, una familia gitana apodada "Tabares", matarifes y carniceros, de los mismos L—pez que el de Juan JosŽ Ni–o L—pez, el mayor romancista andaluz, gitano, nacido en El Puerto en 1859 y hermano de otro romancista y rancio cantaor: Manuel Sacramento Ni–o L—pez, tatarabuelo –Álo que son las cosas!– de Josemi Carmona Ni–o, el de "Ketama".

            Toda la familia de Agust’n, su padre y sus hermanos, JosŽ y Perico, fueron tablajeros y adem‡s, Agust’n, novillero, criador y exportador de gallos de pelea, cantaor y due–o de una taberna, santo lugar gaditano de la flamenquer’a, llamada "El Burladero". Su hermana Milagros, bailaora, se cas— con el guitarrista V’ctor Rojas Monje, hermano de Pastora Imperio.

            ÁQuŽ raz—n tuvo Federico cuando concluy— con que s—lo son diez familias de la m‡s impenetrable casta pura...! ÁDesde Jerez a C‡diz! Ah’, en Agust’n, hay una muestra de la endogamia y de la avaricia con que han guardado la tradici—n de lo flamenco.

            Pues Agust’n dec’a haber conocido a Lorca, cosa que no me puse a averiguar, e impart’a, como he escrito ya, en otra ocasi—n, su "edici—n cr’tica oral" del Romancero gitano, en su c‡tedra de la calle Columela, en el Bar Andaluc’a, dentro, al lado de una de las ventanas, la de la izquierda, segœn se mira la fachada, en la tertulia que manten’a con JosŽ Brea, que hab’a sido novillero, gallero de post’n y buen aficionado al cante, con otros cuantos no menos aficionados y los que por all’ recal‡bamos. En el Bar Andaluc’a, en la terraza, se sentaba tambiŽn JosŽ Espeleta, hijo de Ignacio, que ten’a por oficio pegar carteles de toros o de lo que fuera y rezaba en las tarjetas que repart’a, como su profesi—n: "Fijador de propaganda mural". Digno hijo de su padre, porque, para m‡s identidad, cantaba con gracia y sabor inenarrables las cosas de Ignacio.

            Agust’n "El Melu" –no se sabe de d—nde lo hab’a aprendido–, dec’a que el Romancero gitano era un libro "mitol—gico y arcano". Y lo dec’a con propiedad. Afirmaba conocer el secreto de muchas im‡genes y met‡foras del "Romancero" de Lorca que hab’an escapado a la cr’tica literaria m‡s circunspecta. Y lo acreditaba.

            Por ejemplo, despuŽs de hacer un breve discurso sobre el culto a la virginidad de las muchachas de su raza, de la ceremonia ancestral de la boda, en que, de madrugada, una vieja gitana, la torera o matadora, doblando sobre un dedo un pa–uelo blanco de seda, comprobaba la doncellez de la desposada, la desfloraba y, los restos sanguinolentos del himen, quedaban, tal cual tres rosas, en el pa–uelo desplegado; despuŽs de contar el jœbilo de la comunidad gitana, por la comprobaci—n de la virginidad de la novia, a la que se le sub’a en volandas, se le vitoreaba, se le aclamaba y se le colgaban las toronjas en el cuello y se le echaban cantidades verdaderamente industriales de almendras peladillas. Entonces se entonaba el canto cuasi sagrado de la albore‡: "En un verde prado/ tend’ mi pa–uelo;/ nacieron tres rosas/ como tres luceros"; "Esta noche mando yo/ ma–ana, mande quien quiera,/ esta noche voy a poner/ por las esquinas banderas". DespuŽs de explicar todo eso, Agust’n dec’a: "Verde que te quiero verde", equivale a decir "Virgen que te quiero virgen". Sagaz interpretaci—n de quien, como los de su raza, compara la virginidad de sus mocitas con el verdor de un prado. Y continuaba: "El barco sobre la mar/ y el caballo en la monta–a, porque la virginidad es que cada cosa estŽ en su sitio". A rengl—n seguido, por ejemplo, la emprend’a con el romance de "San Gabriel", donde Lorca escribe: "El ni–o canta en el seno/ de Anunciaci—n sorprendida./ Tres balas de almendra verde/ tiemblan en su vocecita", porque, dec’a "El Melu", "las almendras que se le tiran a las novias gitanas son s’mbolo de la fecundidad".

            Verdad, le dije yo, que hab’a le’do, por aquellos entonces, "La rama dorada" de Frazer que dec’a que "la almendra hace concebir a las v’rgenes; basta con ponerlas en su regazo". O que "los frigios representaban al padre de todas las cosas en forma de almendro. El almendro es el s’mbolo de la virilidad fecundante que engendr— a Atis".

            Cuando la emprend’a con los versos "ÁOh ciudad de los gitanos!/en las esquinas, banderas...", sacaba a colaci—n la letra de la albore‡ ".../.../esta noche voy a poner/ por las esquinas banderas".

            Volv’a con lo de "Alrededor de Thamar/ gritan v’rgenes gitanas/ y otras recogen las gotas/ de su flor martirizada./ Pa–os blancos enrojecen/ en las alcobas cerradas..." Y explicaba c—mo Tamar era una m‡rtir de la virginidad, como Santa Mar’a Goretti, y que las gitanas recogieron su virgo en un pa–uelo blanco, en la alcoba, sin que los extra–os pudieran entrar, como en las bodas gitanas.

            Una vez, dec’a "El Melu", vino aqu’, a C‡diz, un doctor del Instituto Pasteur, de Francia, y confirm— que la saliva es el mejor curativo para las heridas, los rasgu–os y los eczemas. F’jate que a los ni–os las madres les ponen saliva y le dicen: "Sana, sana/culito de rana;/ si no sanas hoy,/ sanar‡s ma–ana", pues Lorca coge eso y dice: " La Virgen cura a los ni–os/ con salivilla de estrella", porque la saliva, mojada, da reflejitos, como estrellas y porque la saliva es de la Virgen, es saliva del cielo, como las estrellas.

            De "las altas barandas" y "los barandales de la luna", dec’a Agust’n que hab’a que tener en cuenta que en el cielo hay barandas y balcones, como se desprende del romance de Santa Catalina, "Por las barandas del cielo/ se pasea una zagala..." y el villancico de que "En el cielo se alquilan balcones/ para una boda que se va a hacŽ;/ que se casa la Virgen Mar’a/ con el Patriarca Se–— San JosŽ".

            Agust’n todo esto lo dec’a con autoridad, remarcando las frases, d‡ndole el son al verso, creyendo lo que contaba, misteriosamente.

 

 

Coda

 

En su conferencia sobre G—ngora, Lorca dijo: "Se vuelve de la inspiraci—n como se vuelve de un pa’s extranjero. El poema es la narraci—n del viaje". Si se me permite escribirlo, no es del extranjero de d—nde vuelve Lorca. Se percibe que vuelve de un viaje por las Andaluc’as, con parada y fonda en Andaluc’a La Baja ("ÁOh ciudad de los gitanos! / ÀQuiŽn te vio y no te recuerda?/ Que te busquen en mi frente...").

            Claro que la instigadora del viaje fue Jimena MenŽndez-Pidal Goyri, una de las mujeres fuertes del 27, de las m‡s punteras, de las m‡s olvidadas.