Roitman, Gisela. ÒPoŽticas y pedagog’as del juego infantil: entre la tradici—n argentina y la espa–olaÓ. Culturas Populares. Revista Electr—nica 4 (enero-junio 2007).

http://www.culturaspopulares.org/textos4/articulos/roitman.htm

 

ISSN: 1886-5623

 

 

PoŽticas y pedagog’as del juego infantil:

entre la tradici—n argentina y la espa–ola[1]

Gisela Roitman

Jard’n de Infantes ÒMi LugarÓ

Escuela de Bellas Artes ÒManuel BelgranoÓ (Buenos Aires)

Resumen

El juego es un ingrediente indispensable e insustituible en la vida del ser humano. Sobre todo en los primeros a–os de vida. El hombre aprende a conocerse a s’ mismo, al espacio que lo rodea, a sus capacidades corporales e intelectuales y a los contextos sociales por su intermedio. Existen varios tipos de juego, de los que se distinguen dos grandes categor’as: los kinestŽsicos y dram‡ticos. Muchos juegos infantiles se ven acompa–ados de rimas y canciones, que otorgan sentido a la descarga motora que generan. Muchos juegos pertenecen al bagaje folkl—rico comœn de la humanidad.

Palabras clave: juego, Homo Ludens, conflicto, juego, juego individual, juego social.

 

Abstract
Playing is an essential and irreplaceable component of human life, specially during the first years of each individual. Through games and playing, people get to know themselves, their environment, their physical and intellectual abilities and skills and their social contexts. There are many types of games, and we can group them under two main kinds: the kinaesthetic and the role-playing. Many children games involve recitations and songs which give a meaning to the driving force release they generate. Many games belong to the folkloric heritage of mankind, and can be found virtually everywhere and across time.

Key words: Game, Homo Ludens, Conflict, Individual Game, Social Game.

 

 

Y

a a principios del siglo pasado, all‡ por la dŽcada de 1930, o, como dir’a un cuento, Òhace mucho tiempo, en un lugar que no recuerdoÉÓ, escribi— el fil—sofo Jan Huizinga, cuando se dedicaba a pensar en las constantes del comportamiento del hombre m‡s all‡ de la historia y la sociedad, un libro denominado Homo Ludens: [Òel hombre que juegaÓ], El juego y la cultura [2], dando por descontado que los seres humanos tenemos en nuestro bagaje genŽtico un parentesco con los animales, con los cachorritos de perros, que juegan a morderse entre s’, no para herirse, no para defender un hueso, sino simplemente para ejercitarse en una actividad que, en un futuro, se va a transformar en una caracter’stica diferenciadora de su familia canina. Sostiene el fil—sofo que los cachorros de hombre nos vamos diferenciando de los cachorros de perro porque mantenemos esa actividad lœdica no s—lo como parte del aprendizaje de la vida adulta, sino por una autŽntica sensaci—n placentera que se experimenta en el juego, generalmente acompa–ada por un intento de bœsqueda posterior de esa sensaci—n, al repetir la situaci—n lœdica.

Y el juego, bien entendido, es un asunto muy serio. Sobre todo para los chicosÉ y tambiŽn para los grandes, por quŽ no decirlo. Ya que una de las caracter’sticas del juego humano es que jam‡s desaparece de la vida del hombre. Lo acompa–a incluso hasta la muerte. PiŽnsese en la imagen lœdica de ÒAll that JazzÓ, y en el enfrentamiento del protagonista (y tambiŽn del mismo Bob Hope) con esa muerte seductora y erotizante, que muestra dram‡ticamente la forma de esa mujer que nos espera, como sosten’an los romanos, al final de nuestras vidas, para ponerle el tŽrmino a la misma. Una instancia de juego, de un juego dram‡tico que nos permite enfrentarnos con posibles soluciones para los futuros problemas ante los que seguramente nos vamos a encontrar, pero sobre los cuales todav’a no incluimos en nuestro bagaje de saberes los recursos ni intelectuales, ni afectivos, ni ps’quicos para encararlos. El juego nos permite intentar buscar soluciones a situaciones futuras.

Claro que no jugamos en todas las edades de la misma manera, ya que los conflictos y los problemas a los que nos tenemos que enfrentar en ese juego perpetuo que se llama ÒvidaÓ van variando segœn los distintos estadios del desarrollo del ser humano. En cada per’odo del mismo, segœn las caracter’sticas psicosociales espec’ficas, el juego tiene diversas formas de manifestarse, otra manera de disfrutar haciendo de cuenta que manejamos la realidad segœn nuestra necesidad. No es igual ver a una nena dando de comer a su mu–eca que a un adulto sentado en una mesa de p—quer, intentando ganar la mano y la partida. Cuanto m‡s crecemos, m‡s impronta tienen las reglas y las normas en nuestros juegos. Cuanto m‡s nos desarrollamos, m‡s importancia tiene tambiŽn el Žxito final en el juego.

Como ya dije, el juego es un ensayo de puesta en pr‡ctica de posibles soluciones, y tener Žxito es haber encontrado el clivaje, como lo llama Jean Piaget[3], en una inadaptaci—n —ptima al medio, y por lo tanto salir exitoso de los problemas implica haber solucionado el conflicto, y, en consecuencia, poder dejar ese problema solucionado. Problematizar y luego dar soluciones a la realidad, sin necesidad de pasar por la experiencia concreta y real, es, en general, uno de los objetivos intr’nsecos de todo juego.

Porque jugar, como todo en esta vida, es aceptar que la vida es conflictiva, y que requiere soluciones espec’ficas a problemas concretos. Todo jugador de ajedrez puede ser fiel testigo de esta œltima afirmaci—n: no sirve saber la teor’a de las aperturas para llegar a la mitad de juego, porque nunca va a dejarnos el contrincante desarrollar tranquilamente nuestra apertura, va a ponernos problemas pr‡cticos que, si no podemos solucionar, por m‡s que la teor’a la sepamos, nos va a imposibilitar adue–arnos en el medio juego de las diagonales que nos permitir‡n abrir nuestro campo de ÒbatallaÓ para, en su punto culminante, lograr tomar al rey contrario al final de la partida. Y, ÀquiŽn no vio la cara de placer de un ajedrecista cuando anuncia: Òmate en cuatroÓ, levantando la vista y mirando juguetonamente a su oponente? El placer del proyecto realizado no impide el apret—n de manos final, y el inicio de una nueva partida, para Òdarle la revanchaÓ. Porque el placer est‡ tanto en ganar como en jugar, aunque no parezca l—gico. Porque en el juego, si bien lo racional siempre est‡ presente, tambiŽn lo est‡ la irracionalidad involucrada en el placer mismo de jugar. Y se acepta el desaf’o, incluso sabiendo que se puede volver a perder.

Pero no quiero ahora analizar al Homo ludens adulto, sino centrarme en los ni–os y en los juegos infantiles.

En primera instancia, el juego se caracteriza por estar marcado por la vivencia personal. En los ni–os, no existe el jugar desde fuera. Solamente se juega involucr‡ndose directamente en la estructura lœdica. Esto implica la conciencia del peque–o de estar entrando en el contexto ficcional del cual participa. Es importante esta caracterizaci—n, ya que implica la diferenciaci—n entre el ‡mbito lœdico y el ‡mbito inconciente o del sue–o. La fantas’a se pone en juego dentro del juego, tratando de que la realidad se asimile a las instancias que desde nuestra fantas’a intentamos manejar. El juego es, y uno es en el juego, Òcomo si fueseÓ.

Cuando se hace una apreciaci—n de los juegos tradicionales a los que suelen jugar los chicos de toda cultura, llama la atenci—n su universalidad. En cada rinc—n del globo, por m‡s que las culturas contextuales sean completamente distintas, muchos de los juegos que conocemos son comunes a todos los infantes. He observado a nenes de lenguas maternas completamente dis’miles, jugando al mismo juego, comunic‡ndose por medio de gestos y del cuerpo. Y, si se hace un somero repaso de los juegos b‡sicos tradicionales, se constatar‡ otra cosa: la descarga corporal/kinestŽsica es tan importante como la satisfacci—n emocional. El ni–o, por medio del juego, en principio conoce las posibilidades de su propio cuerpo, luego el espacio que lo rodea, luego las relaciones interpersonales, con todo lo que traen aparejado: el manejo del poder, los roles, las conformaciones estructurales sociales (organizaciones institucionales –familia, profesiones, espacios socioecon—micos, medios de comunicaci—n tanto orales como escritos, etc.–), para finalmente ingresar en el mundo de la racionalidad, por medio de la introducci—n de reglas de juego, que deben ser respetadas para que el juego alcance su finalidad social.

Desde la descripci—n precedente, se pueden categorizar los juegos en varios tipos, ya que involucran v’nculos con uno mismo o con los otros: los juegos individuales, los juegos sociales, los juegos de reglas. Cuanto m‡s individual sea el juego, m‡s se centrar‡ en la elaboraci—n del egocentrismo infantil y en la personalizaci—n del ser humano; cuanto m‡s social, m‡s permitir‡ observar el desarrollo de la sociabilidad del mismo.

El juego aparece antes que el lenguaje. Las primeras sonrisas ante el descubrimiento de la imago del rostro, de las que nos habla Spitz[4], son una especializaci—n de la sonrisa motriz que surge en el ser humano, que simplemente involucra la reacci—n espont‡nea de los movimientos musculares que rodean a los labios, cuando se estimula al lactante con el roce al lado de la comisura de la boca. Ver el conjunto ojos/nariz/boca moviŽndose delante de su vista, a los tres meses, estimula en el bebŽ, amŽn del movimiento kinestŽsico agradable, un intento de comunicaci—n con el mundo externo. Cualquier cosa que se mueva en el espacio exterior ya diferenciado del cuerpo propio, llevar‡ al bebŽ a un balbuceo constante, con sonrisa incluida.

Es ya conocido el famoso fuego del for/da que Sigmund Freud[5] caracteriz— como una de las elaboraciones de cualquier bebŽ, que a los ocho meses da cuenta de que la imagen de su madre aparece y desaparece, hall‡ndose tambiŽn esbozado en la angustia de los ocho meses, descrita por Spitz, de cuando ya hay identificaci—n de imagen materna por parte del bebŽ.ÀY quiŽn no ha visto y jugado, con un bebŽ en brazos, a ser buscado detr‡s de una tela, a llamarlo de uno y otro lado de la espalda de la madre, al famoso ÒLobo, Àest‡s?Ó del juego? Piaget lo ha descrito en su libro Psicolog’a del Ni–o[6] como la puesta en juego de las primeras estructuras inteligentes de cualquier operaci—n que involucre la agrupaci—n de objetos en un espacio comœn, que no se desintegra cuando el mismo deja de ser percibido, sino que, por el contrario, se construye mentalmente incluso ante la falta de visi—n. Esta actividad, segœn el propio Piaget, da se–ales de la aparici—n del objeto permanente, necesario para una aprehensi—n no desestructurada del medio f’sico.

Al a–o aparece el objeto transicional de Winnicott[7], reemplazando la presencia de la madre, al que los ni–os dan una importancia absoluta. Es un objeto que se carga de representatividad, ya que es materialmente el representante de la madre, cuando Žsta est‡ ausente. Varias veces, en mi trabajo con ni–os, he visto carteras, cartucheras de anteojos y llaveros con mu–ecos, llenarse de papilla, mientras el ni–o com’a en su salita del jard’n. Y, al intentar limpiarlo, el ni–o se ha puesto a llorar y a patalear, ya que le estaba quitando a su ÒmamitaÓ. Cosas de la vida: la siesta con el objeto transicional con olor a leche cuajada o purŽ rancio, para ellos era lo m‡s hermoso del mundo.

Cuando ese objeto se transforma en algo as’ como el compa–ero de andanzas, despuŽs del a–o, ya es un recurso necesario para afrontar el contexto. El objeto transicional pasa a transformarse, las m‡s de las veces, en ese mu–eco predilecto, que tiene que acompa–ar a los chicos d’a y noche, en vigilia o durante el sue–o, porque, si no, el mundo no es tal. En Žl comienzan a depositarse afectos y sentidos que trascienden al objeto en s’, para resignificarlo. Y aqu’ comienza el verdadero juego como representaci—n de la realidad. El famoso Òcomo siÓ. Ese objeto es para m’ como si fuese (mi mam‡/mi pap‡/mi casa/mi perro). El objeto es una representaci—n simb—lica de otro objeto que en estos momentos no se encuentra en el contexto, y que ejerce dentro del mismo las mismas funciones, o bien sus opuestas, que las que ejercer’a el objeto ausente.

ÀPor quŽ estoy relacionando a partir del a–o y medio de vida del ni–o el tema de la representaci—n? Porque justamente en el juego van a representarse, es decir, se va a hacer de cuenta que lo que se est‡ poniendo en juego es algo real, aunque en verdad es simplemente un s’mbolo de un significante otro, que est‡, por determinados motivos, fuera del contexto real, y que, obviamente, yo necesito tener presente.

Esta cuesti—n fue ya abordada por el psicomotricista AndrŽ Lapierre[8], quien, justamente para solucionar algunos conflictos de personalidad en los ni–os peque–os, a los que les cuesta verbalizar siquiera lo que les sucede, aconseja al adulto experto en tŽcnicas corporales, ofertar su cuerpo como depositario de ese conflicto, entreg‡ndolo al juego de los peque–os. Personalmente he tenido la suerte de haber pasado por una situaci—n vivencial en la cual, tras una situaci—n estresante y de contacto con la muerte de un grupo de ni–os de cuatro a–os, que se hallaban frenados en su desarrollo de la palabra, al poner en juego mi cuerpo para que ellos lo manipulasen, tuve la suerte de vivir c—mo un grupo de cinco ni–os, golpeaba ese cuerpo del adulto hasta ÒmatarloÓ, lo cortaban en pedacitos que tiraban a la basura, para luego transformarse en los mŽdicos que inmediatamente cos’an el cuerpo del adulto mutilado, lo operaban Òen la panzaÓ, para devolverle la vida, y, finalmente, terminaban saliendo todos, los cinco m‡s el adulto, de paseo para ver los patitos del zool—gico. Fue interesante apreciar c—mo, a partir de la posibilidad de poner en juego la situaci—n estresante y su relaci—n con la muerte y con el cuerpo adulto, ese grupo tuvo un nuevo encuentro con la palabra, ampliando su vocabulario r‡pidamente, y comenzando a comunicarse m‡s all‡ de la violencia, por intermedio del habla. No volvieron a cortar en pedacitos a ningœn adulto, para poder tener una voz propia.

De all’ al juego dram‡tico hay muy poco camino que recorrer. El juego dram‡tico es justamente una situaci—n en la que el ni–o acomoda la realidad a sus necesidades, dramatizando los distintos conflictos a los que se ve enfrentado cotidianamente, y en el cual busca la soluci—n que m‡s satisface su necesidad espec’fica. Todo adulto que entra en una sala del jard’n de infantes de cuatro a–os, en el per’odo en el cual los ni–os tienen libertad de armar su propia actividad, va a encontrarse seguramente con un grupito que juega a la familia y que, por medio de disfraces, escenograf’a, objetos relacionados, roles espec’ficos y una escena m’nimamente planificada, pone en juego el desayuno cotidiano, o bien la visita a otra familia, o la consulta al mŽdico, o el momento de acostarse, desarrollando conductas que a ojos vista son un s’mil de las que suceden en la realidad, pero poniŽndoles ese toque personal que est‡ implicado en su propia concepci—n del momento dramatizado.

Un ejemplo pr‡ctico de esta situaci—n fue cuando, ante una fiesta patria en una sala de cinco a–os, propuse al grupo mostrar a los padres c—mo hab’a sido la historia del surgimiento de la Argentina. Los chicos se distribuyeron los roles entre ellos, y contaron la anŽcdota que pudieron internalizar como propia de esa fecha patria. Como dijo uno de los que dramatizaban a los soldados: Òsi no quiere irse solo, lo vamos a echar a patadas en el cÉ al virrey ese. No necesitamos que ese se–or nos mande. Nos podemos mandar solosÓ. Cosa que hicieron sobre el escenario, pero sin pegarse de verdad. Obviamente, el ÒvirreyÓ se dej— empujar sin defenderse, y se fue corriendo del escenario. No sŽ si los patriotas se hubiesen re’do como lo hicieron los padres del grupo, ante esta salida, que no estaba prevista. Pero s’ sŽ que ese grupo entendi— perfectamente lo que signific— la Revoluci—n del 25 de Mayo para la Argentina, en su proceso de liberaci—n de la metr—poli espa–ola.

Y, ÀquiŽn no jug— a ser los personajes de las revistas de historietas y de los libros que m‡s nos hab’an gustado (narrados por otros o le’dos por uno mismo) cuando no exist’a la televisi—n, y quiŽn no jug— a ser el superhŽroe de moda, a partir de la expansi—n de la caja boba? Salvadores de la humanidad, cazadores como Daniel Boom, o, como recordaba mi informante Gabriel (1959, Capital Federal, Argentina): ÀquiŽn no tuvo sus primeras heridas de guerra cuando, despuŽs de atarse una toalla o s‡bana al cuello, era BatmanÉ hasta que su cabeza iba a pegar contra el ‡ngulo de la mesita de luz o de la cama?

 

Juegos individuales y colectivos con descarga y habilidad kinestŽsica

Pero al mismo tiempo que se desarrolla el juego dram‡tico en los peque–os, tambiŽn se desarrollan otro tipo de juegos, que se relacionan m‡s con las descargas kinestŽsicas, desde el balancearse en un columpio, las cabalgatas en los caballos de madera, que se relacionan con la masturbaci—n, como aquellos otros m‡s sociales, en los que hay un perseguidor y un perseguido como m’nimo, y donde el grupo se transforma en un colectivo que puede funcionar ya como aliado del perseguidor, ya como aliado del perseguido.

Los juegos de ronda, en los que todo el grupo debe realizar un mismo movimiento, haciendo girar la ronda, o bien en los que se selecciona a uno de los participantes para bailar en el centro de la misma. Ejemplos de estos juegos nos ha proporcionado Irene (1959, Capital Federal, Argentina):

 

Creo que los primeros juegos que tuve en el barrio fueron los juegos de ronda. Eran muy simples, y todos los nenes chiquitos pod’amos jugarlos todos juntos. Me acuerdo que despuŽs de la siesta sal’a a jugar con mis vecinas a la calle. Sacaba las mu–ecas y a veces el triciclo. En general, termin‡bamos jugando a las rondas: el Òarroz con lecheÓ b‡sicamente. Ah, y tambiŽn Òla FaroleraÓ o Òla MarineritaÓ.Era una cuesti—n de ir dando vueltas en ronda, agarradas de la mano, mientras cant‡bamos la canci—n. Creo que, aparte de las nenas, que Žramos como cuatro, tambiŽn estaba Eduardito, y Carlitos, que lo cruzaba la mam‡.

El ÒArroz con LecheÓ es muy simple. Todos agarrados de las manos hay que girar en ronda mientras se canta:

 

Arroz con Leche,

me quiero casar,

con una se–orita

de San Nicol‡s,

que sepa cocer,

que sepa bordar,

que sepa abrir la puerta

para ir a jugar.

Con Žsta s’,

con Žsta no,

con esta se–orita

me caso yo.

 

Igual ahora no recuerdo bien si hab’a alguien dentro de la ronda o no, pero creo que no. Lo divertido creo que estaba en cambiar de direcci—n de repente, o en ir acelerando el tiempo y no quedarse a contrapiŽ. Pero s’ ten’a una segunda parte; por lo tanto, seguro que hab’a alguien adentro de la ronda. Y la segunda parte era:

 

Yo soy la viudita

del barrio del rey;

me quiero casar

y no sŽ con quiŽn;

con Žsta s’,

con esta no,

con esta se–orita

me caso yo.

 

Pero eso es lo que recuerdo.

Ya Òla FaroleraÓ y ÒLa MarineritaÓ eran para m‡s grandes, porque hab’a alguien adentro de la ronda que ten’a que seleccionar a la pr—xima Farolera o Marinerita. En estas dos rondas, la persona que estaba dentro giraba para un lado, y la ronda para el otro.

La letra de la Farolera era as’:

 

La Farolera tropez—,

y en la calle se cay—,

y al pasar por un cuartel

se enamor— de un coronel.

Alcen la barrera

para que pase la Farolera

en la puesta del sol.

Sube la escalera

y enciende el farol,

y a la medianoche

se puso a contar,

y todas las cuentas

le salieron mal.

Dos y dos son cuatro,

cuatro y dos son seis,

seis y dos son ocho,

y ocho diecisŽis,

y ocho veinticuatro,

y ocho treinta y dos,

‡nima bendita,

me arrodillo en vos.

Entonces, se giraba hasta donde dice ÒAlcenÉÓ.Ah’ la ronda se paraba, y levantaba los brazos, como formando un puente. El que hac’a de Farolera ten’a que ir esquivando los cuerpos, pasando por debajo de los puentes formados hasta que al llegar a Òme arrodillo en vosÓ, se arrodillaba delante de la persona que en ese momento enfrentaba, y se cambiaba la protagonista de la ronda.

La Marinerita era distinto. La letra era as’:

 

Yo soy la marinerita,

ni–a bonita

del regimiento,

que todos los soldados

la saludan al momento.

ÁEscuadra, primera!

Me gritan al pasar:

ÒMarinerita, ni–a bonita,

yo me quisiera

casar con vos;

una semana,

de buena gana,

junto a tu lado

estar’a yo.

 

Y se jugaba as’: se giraba en contrasentido hasta ÒEscuadraÓ. Ah’, el que hac’a de Marinerita se enfrentaba con la persona que le tocaba en suerte. Todos, saltando con los dos pies juntos en el lugar, ten’an que hacer la venia, cambiando a cada salto de mano. En total eran cinco saltos, segœn el ritmo de la melod’a. Cuando se llega a ÒMarinerita, ni–a bonitaÉÓ, el que est‡ dentro de la ronda saca a bailar al centro al otro, haciendo molinete, es decir, tom‡ndose de la cintura y girando alrededor de un eje, hasta el final. El que estaba adentro entra en la ronda, y se cambia de protagonista.

Pero ahora me doy cuenta de lo que significaba la letra, jajajaja. Juro que no sab’amos quŽ era lo que est‡bamos cantando, creo. O, por lo menos, yo no ten’a idea. Creo que estas rondas las aprend’ jug‡ndolas.

Ah, tambiŽn hab’a otra: ÒLa Paloma blancaÓ. Y dec’a:

 

Estaba la paloma blanca

sentada en un verde lim—n,

cn el pico cortaba la rama,

con la rama cortaba la flor,

Áay! ÁAy! ÁAy!

Cuando verŽ a mi amor.

 

Me arrodillo a los pies de mi amante,

me levanto constante constante:

dame una mano,

dame la otra,

dame un besito

sobre mi boca;

darŽ la media vuelta,

darŽ la vuelta entera,

haciendo un pasito atr‡s,

haciendo la reverencia,

pero no, pero no, pero no,

porque me da vergŸenza,

pero s’, pero s’, pero s’,

porque te quiero a ti.

 

Se jugaba parecido a las dem‡s, haciendo girar la persona de dentro y la ronda, hasta Òme arrodilloÉÓ.

A partir de entonces se Òeleg’aÓ a la pareja y, por medio de m’mica, se hac’a en pareja lo que dec’a la letra: arrodillarse, pararse, etc. Cuando llegaba Òporque te quiero a tiÓ, tom‡ndose las manos hac’an un medio giro, ingresando la que hab’a sido la paloma a la ronda, y quedando dentro de la misma la persona favorecida.

Te juro que, reciŽn ahora, tomo conciencia de lo que cantaba siendo tan chica jajaja. ÁVaya sorpresa! La verdad, no puedo creerloÉ Mir‡ lo que cant‡bamos siendo tan chicas.

 

Rondas con persecuci—n: Sebasti‡n (1985, Capital Federal, Argentina). Aporta varios juegos de ronda y persecuci—n que Žl jug— durante su infancia:

 

Me acuerdo que jug‡bamos con los chicos a varios juegos de ronda donde nos persegu’amos. El Oso Dormil—n es el que recuerdo haber jugado muy chico, a eso de los tres o cuatro a–os. Hab’a un nene que se acurrucaba en el suelo, y el resto de los chicos hac’amos una ronda a su alrededor.

Le dec’amos:

 

Oso dormil—n,

Àest‡s despierto?

 

El que estaba en el suelo pod’a contestar que no o que s’. Si dec’a que s’, sal’a a correr a todo el grupo, hasta que agarraba a alguien. Ahora eran dos los Osos dormilones.

La mec‡nica se repet’a as’, hasta que un solo chico quedaba sin atrapar, o nos aburr’amos de jugar.

Otro era el Pato „ato.

Todos los chicos est‡bamos sentados en el suelo en ronda. Uno giraba por afuera alrededor de la ronda, tocando la cabeza de los sentados, y diciendo ÒpatoÓ cuando tocaba la cabeza, pero dec’a Ò–atoÓ, el sentado ten’a que levantarse y correr para atrapar al que lo hab’a seleccionado. Este se salvaba si lograba correr alrededor de la ronda, hasta poder sentarse en el lugar del elegido sin ser atrapado. As’, el que no hab’a podido agarrar al perseguido era el pr—ximo en elegir a uno de la ronda.

Otro juego m‡s de persecuci—n en ronda era el de ÒEl Huevo PodridoÓ. La din‡mica era similar al de ÒEl Pato „atoÓ, pero en vez de tocar las cabezas, se ten’a un objeto en la mano, que se depositaba en el suelo del elegido, a su espalda. El chico giraba alrededor de la ronda, mientras se cantaba

 

Jugando al huevo podrido,

se le tira al distra’do.

El distra’do lo ve,

y huevo podrido es.

 

El objeto se pon’a cuando terminaba la canci—n, pero no ten’a que ser obligadamente en ese momento. El chico pod’a tomarse su tiempo para elegir al m‡s distra’do o lento del grupo. Aqu’ empezaba a tener importancia el darse cuenta que era el seleccionado para la persecuci—n. No solamente estaba la persecuci—n, sino el apiolarse que le tocaba correr a uno. Por lo tanto, era importante la atenci—n que se pon’a en el juego.

 

Irene (1959, Capital Federal, Argentina) aporta tambiŽn ÒEl Gato y el Rat—nÓ, el ÒCocodrilo, ÀquŽ hora es?Ó, o el ÒLobo, Àest‡s?Ó:

En ÒEl Gato y el Rat—nÓ son dos los roles especiales, mientras el resto del grupo hace la ronda. El juego es muy simple. Dentro de la ronda est‡ el rat—n. El gato ronda afuera. La idea es que el rat—n salga de la ronda, y que sea perseguido por el gato. En esto colabora el grupo, que est‡ tomado de las manos, sin girar. El rat—n puede salir siempre que se abra una puerta, representada porque dos miembros de la ronda se agachan, con las manos tomadas. El gato pod’a entrar al centro de la ronda en esta misma situaci—n. Para impedirlo, la ronda de chicos ten’a que elevar sus manos tomadas a la altura de la cintura. El objetivo era que el gato no atrapase al rat—n. Los roles especiales iban rotando, por decisi—n personal y del grupo.

ÒCocodrilo, ÀquŽ hora es?Ó tiene una din‡mica similar a la de ÒEl Oso Dormil—nÓ. Nada m‡s que se cambia lo que se dice. El grupo pregunta ÒCocodrilo, ÀquŽ hora es?Ó, y el cocodrilo dice el nœmero que se le ocurre. Solamente puede salir a perseguir a los chicos cuando contesta Òson las doceÓ. En este caso, se juega con la dilaci—n de la persecuci—n, hasta que el perseguidor decide decir Òson las doceÓ. Los alcanzados y capturados se transforman en cocodrilos. Gana el que ha logrado esquivar la persecuci—n de todo el grupo. O el juego se termina cuando una se aburre de jugar.

Otro juego de persecuci—n con dilaci—n de la misma es el ÒLobo, Àest‡s?Ó. El chico que hac’a de lobo estaba en el suelo, acuclillado. El resto del grupo preguntaba, ÒLobo, Àest‡s?Ó. Y el ÒloboÓ contestaba: Òme estoy poniendo (las medias, la camisa, los pantalones, etc.)Ó. La persecuci—n comenzaba cuando el ÒloboÓ contestaba: Òya estoy vestidoÓ. En cuanto alguno de los chicos era atrapado, se volv’a al comienzo, siendo el atrapado el nuevo lobo.

 

Un juego de ronda venezolano lo aporta Alsu (1978, Caracas, Venezuela):

Uno que se llamaba "pisŽ", donde se hac’an ruedas de chicos junt‡ndose por los pies, y consist’a en pisarse uno al otro. Ganaba el que lo pisaban menos.

 

Todos estos son ejemplos en los que se manifiesta la tradicional ronda, que sobrevive en algunos bailes populares o rondas adolescentes, en los que los personajes principales se van rotando, poniendo por medio de la persecuci—n a todo el grupo expectante de lo que acontezca. Son ejemplos de juegos tradicionales en los que la descarga f’sica se relaciona tambiŽn con la representaci—n emocional y social de los ni–os que participan de esta actividad. Es llamativo que todos estos juegos muchas veces van acompa–ados de rimas, recitados o enunciaciones orales que prestan mayor credibilidad al juego persecutorio, ya que resemantizan la pura descarga de la corrida persecutoria o perseguida, en un hecho social y que lleva a un objetivo determinado, el correr para no dejarse atrapar, o el correr para atrapar al otro, que de por s’ aparece, con un sentido b‡sicamente kinestŽsico a partir de los dos a–os.

Dentro de los juegos de persecuci—n, otra variable son las manchas, que comienzan a ser jugadas a partir de los cuatro a–os con reglas de juego b‡sicamente simples. Est‡n reglados el tipo de mancha, y el tipo de salvataje que podr‡n tener los manchados. Hay manchas simples, en las cuales un solo ni–o oficia de mancha, y va cambiando este rol en la medida en que puede tocar a otro. Otras variantes de manchas, sin embargo, se problematizan m‡s, ya que el manchado puede salvarse. Las ÒmanchasÓ m‡s conocidas, adem‡s de la simple de tocar al otro, son: Òmancha pelotaÓ[9] (es mancha aquel que es tocado por la pelota que no puede atajar), Òmancha venenosaÓ[10] (que obliga a correr con una mano puesta en el lugar donde se ha sido tocado), Òmancha enanoÓ o ÒagachadaÓ[11] (que obliga al manchado a seguir jugando y corriendo, pero en cuclillas), Òmancha hieloÓ[12] (que obliga al manchado a quedarse quieto y est‡tico, en la posici—n en la que ha sido manchado), Òmancha cadenaÓ[13] (la mancha tocaba a un chico que se un’a a Žl por la cintura, ahora la mancha la conformaban los dos, y ambos pod’an manchar a dos m‡s, que se un’an a la cadena, solamente pod’an manchar las personas de los extremos de la cadena). En aquellas manchas en donde el tocado ten’a la obligaci—n de guardar cierta posici—n o correr de determinada forma, era posible salvarlos. La salvaci—n se realizaba cuando una persona no manchada los tocaba, salv‡ndolos. Algunas manchas ten’an lugares seguros para los perseguidos, llamados casas, en los cuales se pod’a descansar porque all’ no se pod’a ser manchado. En general, se comienza a jugar a Óla manchaÓ alrededor de los seis a–os.

Un juego similar, pero denominado de otra manera es el que se jugaba en Venezuela. Alsu (1978, Caracas) nos informa de que

Uno que se llamaba "la ere". Que consist’a en una persona que era la "ere" y corr’a detr‡s de otro grupo de personas a las que trataba de tocar antes de que llegaran a la "taima", que era un lugar de seguridad en la que estabas a salvo si la tocabas con cualquier parte del cuerpo. Ten’as que correr entre las mœltiples taimas. Cada vez que la "ere" tocaba a uno, Žste se convert’a en la ere y ten’a que perseguir a los dem‡s.

 

Algo muy parecido sucede con las escondidas[14], en las cuales las reglas son tambiŽn muy simples, especificando simplemente la piedra donde se deber‡n librar a los buscados, y el œltimo salvataje, que puede obligar a quien debe buscar a los escondidos, a contar otra vez. El procedimiento del juego es muy simple. Se elige un lugar en donde un ni–o debe permanecer, sin mirar, mientras el resto del grupo busca un escondite. Ese lugar recibe distintos nombres segœn los pa’ses. Al cabo de un tiempo, el que esper— sale a buscar al resto del grupo diciendo, por lo menos en la Argentina: Òpunto y coma, el que no se escondi— se embromaÓ. La idea es que el que esper— descubra a todos los escondidos, y el que se escondi— logre tocar el lugar de la espera, para ganar. El que busca debe decir el nombre del encontrado y el lugar donde est‡ escondido. Si se confunde o equivoca, el escondido sigue en el juego. El œltimo en no aparecer tiene la posibilidad de librar a todos los compa–eros encontrados, siempre que llegue a Òla piedraÓ antes que el que lo est‡ buscando y ÒcanteÓ: Òpiedra libre para m’ y para todos mis compa–erosÓ.

Si esto suced’a, el que hab’a contado o esperado, volv’a a ser de vuelta quien deb’a salir a buscar a los dem‡s. Si no, contaba aquel que hab’a sido descubierto en primer lugar. En Espa–a, en Zaragoza, este juego recibe nombres distintos a los de argentina. Fernando y Alberto nos han informado que:

 

Lo del marro (prisionero, creo que le llam‡bamos) consist’a en que un fulano la pagaba mientras que el resto de los jugadores se escond’an. DespuŽs de haber contado hasta..., el que la pagaba ten’a que descubrir uno por uno a los jugadores que, para salvar a sus compa–eros, deb’an llegarse hasta el marro y decir: "Voto por m’ y por todos mis compa–eros". Y los que hab’an sido descubiertos se libraban de pagarla la vuelta siguiente.

 

Existen algunas variantes de este juego que se dieron en Espa–a y Argentina. Nos informa Xurxo (1977, Ferrol, La Coru–a, Espa–a) de que

Aqu’ del escondite ten’amos una versi—n un poco especial: pon’amos una lata o pelota en medio, y uno le daba una patada. Entre que iba y volv’a a colocarla al que le tocaba buscar a la gente el resto nos escond’amos, y si alguien le daba una patada mientras buscaba a la gente a los que hab’a cogido, pod’an esconderse de nuevo mientras iba a por la latita de marras (Ácu‡nto he corrido, ufffff!) nos duraba una tarde entera. De hecho, como tuvieras un mal d’a, te tirabas toda la tarde detr‡s de la dichosa latita. Menos mal que no hac’a falta contar aun encima.

 

Otra variante alternativa de la escondida es la que nos narra Irene (1959, Capital Federal, Argentina), ya que la misma se realizaba Òen parejas, a eso de los diez u once a–os, en bicicleta y de noche, por todo el barrio. Los que ten’an que salir a buscar tambiŽn lo hac’a en bici. Lo importante es que las parejas ten’an que ser heterosexuales obligatoriamenteÓ.

Dentro del caso de los juegos persecutorios, tenemos a aquellos que no dependen de rondas como formato original, sino que dependen de elecciones previas generadas por azar o por decisi—n personal, para luego transformarse en juegos persecutorios. Comenzando con la divisi—n de equipos al azar, hablo espec’ficamente de juegos como ÒPisa pisuelaÓ, cuya descripci—n nos comienza a dar Susana (1959, Capital Federal, Argentina):

Estaba el "Pisa Pisuela". ÀLo conocŽs? Se cantaba:

 

Pisa, pisuela,

color de ciruela,

v’a, v’a,

 

o este pie:

 


No ha de menta

ni de rosa

para mi querida esposa

que se llama Do–a Rosa

y que vive en Mendoza.

 

Se pon’an en fila una al lado de otra, contra la pared, y se iba marcando s’laba por s’laba con el pie de cada uno. Si te tocaban los dos pies quedabas eliminada.

 

A este momento sigue agregando Irene (1959, Capital Federal, Argentina), una segunda fase del juego que es la que sigue, segœn sus palabras:

 

Las que iban quedando eliminadas de la fila contra la pared, hac’an una fila en relaci—n con sus puestos de eliminaci—n. Cuando todas las jugadoras estaban formadas, la que hab’a hecho la selecci—n, se alejaba aproximadamente unos 50 metros y se enfrentaba a la hilera. La que hab’a quedado œltima contra la pared, se colocaba en el centro de la separaci—n. Ella era Òel diabloÓ. La que hab’a hecho la selecci—n entonces gritaba a la primera de la fila enfrentada: Òprimer ‡ngel, ven a mêÓ, y la susodicha contestaba Òno puedo, porque est‡ el diabloÓ. La seleccionadora entonces volv’a a decir: Òno importa, abre tus alas y ven a m’Ó. En ese momento la primera de la fila corr’a en busca de la seleccionadora, mientras la que hac’a de diablo intentaba capturarla durante la carrera. As’ hasta que pasaban todas las chicas (los ‡ngeles) que estaban formadas. Esto hac’a que el grupo completo se divid’a en dos subgruposÉ Estos, se formaban en fila enfrentados, cada hilera tomada por la cintura, y se armaba una cinchada. Ganaba aquella fila que lograba mover a la contraria, alrededor de diez metros a su favor. El que hab’a sido diablo ahora pasaba a ser el seleccionador.

 

Todos estos juegos implican, en principio, algœn tipo de selecci—n de aquel que va a empezar por contar, por ser mancha, por estar dentro de la ronda, por ser el gato o la farolera. Esta selecci—n tambiŽn se realizaba por medio de juegos de selecci—n, que siempre involucraban una alta dosis de azar, y otra dosis de c‡lculo. Ejemplos de estos nos dan Sebasti‡n (1985, Capital Federal, Argentina) con el ÒTa Te TiÓ:

 

Puestos en ronda todos los jugadores, se van contando hasta que alguno saleÉEl Ta Te Ti, por ejemplo, se hac’a recitando una especie de poemita:

 

Ta te ti,

suerte para m’;

si no queda para m’,

queda para ti.

Ta te ti.

 

El que era se–alado cuando se dec’a el œltimo ti ya no contaba.

 

Otro caso de juego selectivo lo da Irene (1959, Capital Federal, Argentina), que recuerda el siguiente, en ÒitalianoÓ macarr—nico:

 

Una do li tu‡

de la li men ta

osofete colorete

una do li tu‡.

 

O bien este otro:

 

Don Pepito el verdulero

se escondi— dentro un sombrero;

el sombrero era de paja,

se escondi— dentro de una caja;

la caja era de cart—n,

se escondi— dentro de un caj—n;

el caj—n era de vino,

se escondi— dentro de un pepino;

el pepino madur—

y Pepito se salv—.

 

O bien:

 

En la casa de Pinocho

todos cuentan hasta ocho:

pin uno,

pin dos,

pin tres,

pin cuatro,

pin cinco,

pin seis,

pin siete,

pin ocho.

 

Obviamente, aquellos que quedaban œltimos, eran los encargados de los roles individuales dentro de los juegos colectivos. Si hab’a que elegir a dos personas, el procedimiento era el mismo, s—lo que quedaban seleccionadas las œltimas dos.

Como se puede observar, los mismos juegos, jugados por generaciones distintas, en distintos pa’ses. Ha sido muy divertido, en una actividad en donde los abuelos ven’an a jugar con los nietos, en un jard’n de infantes, durante la dŽcada de 1990, ver las caras de nuestros abuelos al descubrir que el juego que estaban ense–ando, que era para ellos oriundo de sus colectividades del pa’s natal, verlo desarrollarse tambiŽn en otras, con las mismas caracter’sticas musicales, y con apenas dos o tres palabras de diferencia. Este descubrimiento nos llev— a realizar, en el mismo Jard’n, un experimento. Consist’a en solicitarle a los abuelos que, en un Òcuaderno viajeroÓ, compartiesen con todo el grupo de sus nietos sus juegos de la infancia, y, si se acordaban de la canci—n o enunciaci—n que lo acompa–aba, transcribirla por escrito, en fonŽtica, para luego ser ense–ada a todo el grupo.

La experiencia m‡s interesante fue cuando una abuela coreana jugaba a algo muy parecido a ÒLa FaroleraÓ, ya que la letra contaba unas peripecias bastante parecidas a las de la farolera, incluyendo el juego con los nœmeros, aunque la melod’a era completamente distinta. El cuaderno qued— en posesi—n del grupo.

Evidentemente, los juegos de persecuci—n son universales, y tambiŽn tradicionales, porque todos los que los han jugado los aprendieron jugando. Es el derecho de piso que todos los chicos del mundo entero saben que tienen que pagar. Solamente se aprende, y se aprende a jugar, jugando.

Otra categor’a de juegos en los cuales priman las reacciones kinestŽsicas, son los juegos con elementos para arrastrar o para arrojar, que comienzan en forma individual; por ejemplo, corriendo detr‡s de una pelota, con el simple objetivo de volver a empujarla cuando se llega a ella, sin manejo de las relaciones espaciales, de fuerza o sociales; para llegar, a eso de los cinco a–os, a distintos juegos con pelotas, en los cuales la gracia del juego pasa por lograr que la esfera llegue a destino, con la fuerza y la direcci—n necesarias para que otro la arroje nuevamente, manifestando de esta manera la conciencia de la necesidad del otro para poder seguir divirtiŽndonos, ya que el simple hecho de arrojar o arrastrar ya no satisfacen el placer b‡sico que el ni–o tiene en este tipo de juegos. Aqu’ encontramos, amŽn del fœtbol, juego ya podr’a decirse que tradicional en todas las sociedades, desde los cuatro o cinco a–os, hasta el juego de las bolitas.

Dentro de esta categor’a de juego, forman una colecci—n aparte los juegos que involucran la punter’a, y, por lo tanto, el ejercicio de la coordinaci—n visual-manual, la mejora de la pinza fina y gruesa, y la habilidad de rotaci—n de las articulaciones. En general, estos juegos de destreza pueden ser jugados en forma individual y grupal, siendo m‡s frecuente la individual en el caso de los ni–os peque–os, frente a la grupal de los ni–os m‡s grandes. Dentro de esta subclasificaci—n encontramos el juego de las figuritas[15], bolitas o canicas[16], tinenti[17] (juego con cinco piedras que se tiran por los aires en distintas formaciones: el juego consiste en ir sumando puntosÉ solamente pueden ser tomadas con una o dos manos, segœn las reglas que se impongan, implica la inmovilidad de todo el resto del cuerpo, salvo la cabeza), el trompo (juego en que se pod’a apropiar del trompo del otro, el que lograba hacer bailar a su trompo por m‡s tiempo, en una competencia de habilidad de todos contra todos)[18], o el OM (que es un juego con pelota, en el cual se realizan distintas piruetas, siempre con una pelota que es tirada hacia el aire, para luego ser atajada por el que est‡ jugando, siguiendo la enunciaci—n que anticipa la pirueta que se tiene que hacer, mientras se lanza al pelota).

Una categor’a distinta lo conforman los juegos que involucran salticados. La cuerda, el el‡stico, ÒCapurra mont— a la borraÓ, son juegos en donde se prioriza la descarga y el movimiento kinestŽsico, pero que, a la hora de jugarse, en general implican jugar con otros. Este tipo de juego facilita la cooperaci—n interpersonal y grupal, ya que, si uno falla, el juego no puede seguir desarroll‡ndose, y tiene que volver a ser comenzado desde un inicio.

Todos los juegos hasta aqu’ mencionados suelen jugarse a repetici—n, hasta que sus participantes se cansan de correr y necesitan un respiro, para luego recomenzar, un rato despuŽs o al otro d’a. Todos estos juegos tienen, tambiŽn, posteriores desarrollos m‡s complejos, durante la segunda infancia o la adolescencia.

Y quien m‡s, quien menos, todos nosotros hemos jugados a cada uno de ellos, en la esquina del de la casa, en la vereda de enfrente, en el potrero de la vuelta, o en el momento de jugar libremente, en el colegio. Todos estos juegos los fuimos aprendiendo a jugar, jug‡ndolos, perfeccion‡ndonos a medida que m‡s los jug‡bamos. Todos estos juegos se juegan, en forma general, en todo el mundo.

Obviamente, este trabajo no intenta ser exhaustivo en su bœsqueda de distintos juegos, ni tampoco clasificador de las distintas formas de juegos que los chicos del mundo tenemos para divertirnos, comunicarnos con los dem‡s, aprender a conocer el propio cuerpo y el espacio que lo rodea, perfeccionarse en determinadas habilidades corporales o bien, comunicarse con los dem‡s. Simplemente intenta ver los distintos elementos involucrados en la vida de los ni–os, que sin que los adultos gu’en sus tiempos de ocio, ellos aprenden, riŽndose y jugando.

Ser’a importante intentar, en un futuro, lograr hacer una clasificaci—n de juegos tradicionales (folkl—ricos tambiŽn podr’amos llamarlos) que involucran distintas maneras de divertirse con otros ni–os, mientras los adultos no est‡n; pero no localizados regionalmente, ya que sobre el tema se han escrito infinidad de materiales, tanto desde los te—ricos de la Educaci—n Corporal, como desde el folklore regional. Ser’a interesante comparar las distintas versiones de juegos que se encuentran en todas partes del mundo. Encontrar aquellos juegos que se jugaron y que por determinadas circunstancias hoy son desconocidos, juegos que resignificaron las verbalizaciones que los acompa–aban. El mundo del juego es amplio, variable, pero a su vez, permanente en el tiempo.

Espero que en un futuro puedan encontrarse estudios comparados del juego.

Yo, mientras tanto, voy a seguir buscando en el baœl de los juegos, que siempre hay algœno nuevo por descubrir. Porque, a pesar de Cortazar, o por el mismo Cortazar, el ÒFinal del JuegoÓ[19] aœn no me ha llegado.

 

 

Bibliograf’a consultada

CORTçZAR, Julio: ÒFinal del JuegoÓ en Ceremonias. Barcelona, Espa–a, Seix Barral, 1994.

 

FREUD, Sigmund: Obras completas. Amorrortu, 1984.

 

HUIZINGA, Jan: Homo Ludens. El juego y la cultura. Buenos Aires, Argentina, Alianza Editores, 2002.

 

PIAGET, Jean: La representaci—n del mundo en el ni–o. Madrid, Espa–a, Morata, 1978.

 

________: Seis estudios de Psicolog’a, Barcelona, Espa–a, Seix-Barral, 1976.

 

________: La formaci—n del s’mbolo en el ni–o, MŽxico DF., MŽxico, Fondo de Cultura Econ—mica, 1980.

 

PIAGET, Jean e INHELDER, Barbel: Psicolog’a del ni–o. Madrid, Espa–a, Morata, 1978.

 

SPITZ, RenŽ: El primer a–o de vida del ni–o. MŽxico DF., MŽxico, FCE, 1991.

 

WINNICOTT, D.: Realidad y juego. Buenos Aires, Argentina, Granica, 1972.

 



[1] Agradezco infinitamente a todos los que fueron chicos y recuerdan los juegos que jugaron. A todos los informantes que colaboraron con este estudio, al Dr. Pedrosa por darme la posibilidad de hablar de un tema que me interesa much’simo, y sobre todo, a los chicos de hoy, que siguen jugando a lo que desean, cuando tienen ganas. De la misma manera, mi agradecimiento a Sebasti‡n Buchhalter y a Eliezer Nowodworski, por su ayuda en la traducci—n del resumen.

[2] HUIZINGA, Jan: Homo Ludens.El juego y la cultura.Buenos Aires, Alianza Editores, 2002.

[3] PIAGET, Jean: La representaci—n del mundo en el ni–o. Madrid, Espa–a, Morata, 1978; PIAGET, Jean e INHELDER, Barbel: Psicolog’a del ni–o. Madrid, Espa–a, Morata, 1978; PIAGET, J.: Seis estudios de Psicolog’a, Barcelona, Espa–a, Seix-Barral, 1976; PIAGET, J.: La formaci—n del s’mbolo en el ni–o, MŽxico DF., MŽxico, Fondo de Cultura Econ—mica, 1980. El concepto de clivaje, que se utiliza en todos ellos en forma general, tiene el sentido de llegar a un lugar de anclaje de estructuras cognitivas que permitan organizar los elementos del contexto en forma estructural y coherente con las estructuras inteligentes movilizadas en esa lectura. El clivaje se da en los œltimos momentos del desarrollo de cada uno de los estadios del desarrollo de la inteligencia.

[4] SPITZ, RenŽ: El primer a–o de vida del ni–o. MŽxico DF, MŽxico, FCE, 1991.

[5] FREUD, Sigmund: M‡s all‡ del instinto del placer, Obras completas XVIII. Buenos Aires, Argentina, Amorrortu, 1979.

[6] PIAGER e INHELDER: op cit.

[7] WINNICOTT, D.: Realidad y juego. Buenos Aires, Argentina, Granica, 1972.

[8] Texto mimeograf’ado de un seminario que Lapiere dio en la Escuela de TŽcnicas Corporales, en Buenos Aires, en el a–o 1981. Carezco de otras referencias distintas que el t’tulo del trabajo: ÒEl Cuerpo GrupalÓ.

[9] Informantes: Sebasti‡n, 1985, Capital Federal, Argentina.

[10] Informantes: Irene, 1959, Capital Federal, Argentina; Gabriel, 1964, Capital Federal, Argentina; Eliezer, 1962, Capital Federal, Argentina.

[11] Informantes: Irene, 1959, Capital Federal, Argentina; Gabriel, 1964, Capital Federal, Argentina.

[12] Informantes: Irene, 1959, Capital Federal, Argentina; Eliezer, 1962, Capital Federal, Argentina; Gabriel, 1964, Capital Federal, Argentina.

[13] Informante: Gabriel, 1964, Capital Federal, Argentina.

[14] Informantes: Eliezer, 1962, Capital Federal, Argentina; Irene, 1959, Capital Federal, Argentina; Fernando, 1965, Zaragoza, Espa–a; Sebasti‡n, 1985, Capital Federal, Argentina; Roberto, 1970, Madrid, Espa–a; Alberto, 1964, Zaragoza, Espa–a; Gabriel, 1964, Capital Federal, Argentina.

[15] Informantes: Gabriel, 1964, Capital Federal, Argentina; Sebasti‡n, 1985, Capital federal, Argentina.

[16] Informantes: Irene, 1959, Capital Federal, Argentina; Xurxo, 1977, La Coru–a, Espa–a.

[17] Informantes: Irene, 1959; Gabriel, 1964.

[18] Informantes, Irene, 1959 y Xurxo, 1977.

[19] CORTçZAR, Julio: ÒFinal del JuegoÓ en Ceremonias. Barcelona, Espa–a, Seix Barral, 1994