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L—pez GutiŽrrez, Luciano. ŇDel mito a la
leyenda urbana: los hijos del agua y otros embarazos y engendros prodigiososÓ.
Culturas Populares. Revista Electr—nica 4
(enero-junio 2007). http://www.culturaspopulares.org/textos4/articulos/lopez.htm ISSN: 1886-5623 |
Luciano L—pez GutiŽrrez
I.E.S. ÓDolores Ib‡rruriÓ (Fuenlabrada,
Madrid)
Para
Araceli, como todo.
Resumen
An‡lisis de mitos, creencias, cuentos y leyendas sobre embarazos
milagrosos en madres v’rgenes, que se atestiguan en muchas Žpocas (desde la
antigźedad cl‡sica hasta hoy) y en muchas tradiciones culturales de todo el mundo.
Palabras clave:
Mito leyenda, cuento, leyenda urbana, embarazo, prodigio, agua, simbolismo.
Abstract
This paper analyzes myths, beliefs, short stories and legends about
miraculous pregnancies of virgin women, from the classical ages to nowadays, in
many cultural traditions around the world.
Keywords:
Myth, Legend, Folk Tale, Urban Legend, Pregnancy, Prodigy, Water, Symbolism.
E |
n
la famosa comedia de JosŽ Luis Alonso de Santos Bajarse al moro, estrenada en Madrid en el ya lejano 1985, concretamente en su primer
acto, nos encontramos con que la vivaracha Chusa y la ingenua Elena han
decidido viajar a Marruecos para pasar a Espa–a clandestinamente hach’s, pero
se les plantea el problema de que esta śltima no puede introducirse las bolas
de doble cero en su vagina porque todav’a es virgen, lo cual provoca la
indignaci—n de su protectora amiga y, a rengl—n seguido, el relato del extra–o
episodio del embarazo de la madre de la mencionada Elena:
CHUSA. M‡s vergźenza ten’a que
darte ser virgen en mil novecientos ochenta y cinco, y tan mayor. Debes quedar
tś sola, guapa.
ELENA.Yo y mi madre. TambiŽn es
virgen, Ŕsabes?
CHUSA. ŔQuiŽn? ŔTu madre? S’
claro. Y a ti te trajo la cigźe–ita.
ELENA. De ces‡rea. Nac’ de
ces‡rea. Y se qued— embarazada en una piscina municipal, con el ba–ador puesto
y todo, y eso que era de los antiguos. Bueno, eso dice ella.
CHUSA. ŔEn una piscina? ŔEn una
piscina municipal? Ser’a al tirarse del trampol’n. Habr’a uno debajo haciendo
la plancha, y Ázas!
ELENA. Es de verdad, no te lo
tomes a broma. Yo soy hija de mi madre y de un espermatozoide buceador.
CHUSA. Desde luego que no te
puedes fiar. ŔQuiŽn ser’a el animal que se puso all’ aÉ? ÁHay que ser burro y
bestia, yÉ! ÁAy, perdona, tś! No me hab’a dado cuenta de que era tu padre[1].
Evidentemente, Alonso de Santos se sirve de la narraci—n de
este lance de la vida de la madre de Elena para mostrar la candidez de esta en
tono decididamente burl—n, pero la historia, de gran antigźedad como
seguidamente veremos, entronca, con una serie de leyendas muy extendidas que
giran en torno a embarazos prodigiosos (algunos de ellos tambiŽn de v’rgenes)
que suelen reflejar el miedo a empre–ar de las adolescentes.
As’, Jan Harold Brunvand en su util’sima obra El
fabuloso libro de las leyendas urbanas incluye un famoso relato de estas caracter’sticas que lleg— incluso a
ser publicado en una revista mŽdica: durante una sangrienta batalla, un soldado
fue herido en el escroto, y la bala le arranc— el test’culo izquierdo. Una
muchacha que viv’a en una casa a trescientos metros del lugar en que se libraba
el encarnizado combate tambiŽn fue herida en el abdomen por una bala perdida.
Meses m‡s tarde la muchacha pari— un hermoso ni–o de cuatro kilos, aunque ella
aseguraba que continuaba virgen y en consecuencia no hab’a tenido relaciones
sexuales con var—n alguno. El bebŽ, que naci— perfectamente sano, pasados
algunos d’as, lloraba constantemente, como si estuviera sufriendo agudos
dolores, y el mŽdico, que resulta ser el mismo que atendi— a su madre y al
soldado herido en la batalla, descubre que el reciŽn nacido tiene alojada en su
propio escroto la misma bala perdida que atraves— el test’culo de su padre y
trasvas— restos de su semen al śtero de su madre[2].
En esta misma l’nea, el folclorista sueco Bengt af Klintberg tambiŽn recoge un caso de
pre–ez verdaderamente portentosa: un hombre tiene relaciones sexuales con una
prostituta negra y, a las pocas horas, yace con su propia esposa, que a los
consabidos nueve meses pare un ni–o de color, sin haber mantenido trato sexual
alguno con ninguna persona de esta raza. Tras arduas investigaciones por parte
de su ginec—logo, se resuelve el enigma: la hetaira en cuesti—n se hab’a
acostado poco antes de prestar sus servicios al marido adśltero con un cliente
negro, y, como no se hab’a lavado despuŽs de haber realizado el acto sexual,
traspas— el esperma del hombre negro a la mujer a travŽs del —rgano genital de
su propio marido, que tampoco deb’a de ser muy partidario de la higiene ’ntima[3].
Asimismo, dentro de nuestro propio pa’s, tiene bastante
vigencia, aśn en nuestros d’as, este tipo de leyendas, como demuestra el
profesor JosŽ Manuel Pedrosa en su magn’fico libro La autoestopista fantasma
y otras leyendas urbanas espa–olas, donde, en un
cap’tulo que Žl intitula Ňembarazos prodigiososÓ, aparecen chicas que se quedan
embarazadas, pongamos por caso, por usar un servicio previamente utilizado por
un chico, por realizar una felaci—n y tragarse el semen, por practicar el coito
anal teniendo una f’stula que comunica con el śtero, o, simplemente, por
tomarse un helado[4].
Y hasta tal punto ello es as’ que hace solamente unos d’as,
a m’ mismo me han contado uno de estas pre–eces milagrosas: un chico eyacul— en
un pa–uelo. Un tiempo despuŽs, su novia se vio precisada a usarlo, porque le
hab’a venido la regla y no dispon’a de ninguna compresa a mano. Como
consecuencia de ello, la chica qued—, sin remisi—n, embarazada.
La antigźedad de tales embarazos portentosos es notable, ya
que en pleno siglo XVI el cirujano Ambroise ParŽ, en su indispensable libro Monstruos
y prodigios, se ve en la obligaci—n de demostrar, por
ejemplo, que no es posible quedarse embarazada si los diablos arrojan el semen
de un hombre muerto sobre el regazo de una mujer, o si se implanta en la matriz
esperma que se ha recogido de la tierra:
Es absurdo por parte de Pierre
de la Pallude y de Mart’n dŐ Arles el sostener que, si los diablos derraman
semen de un hombre muerto en el regazo de una mujer, de ello puede engendrarse
una criatura: esto es manifiestamente falso, y para rebatir esta vana opini—n
dirŽ solamente que el semen, que est‡ hecho de sangre y esp’ritu y es apto para
la generaci—n, si se trasporta poco o nada, al punto se corrompe o altera, y su
virtud queda por consiguiente totalmente extinguida, al faltar el calor y el
esp’ritu del coraz—n y de todo el cuerpo, de forma que ya no es templado ni en
calidad, ni en cantidad. Por esta raz—n los mŽdicos han considerado que es
estŽril el hombre que tuviera la verga viril demasiado larga, debido a que el
semen, al recorrer tan largo camino, se ha enfriado ya antes de que la matriz
lo reciba. TambiŽn cuando el hombre se separa de su compa–era con relativa
prontitud, una vez emitido el semen, este puede verse alterado por el aire que
penetra en la matriz, no produciŽndose por ende fruto alguno. As’ pues, puede
comprobarse hasta quŽ punto se equivoc— torpemente Alberto el Escoliasta, al
escribir que si vuelve a colocarse dentro de la matriz el semen ca’do en
tierra, ser’a posible la concepci—n[5].
En efecto, tales pre–eces inveros’miles gozaron de una
enorme difusi—n en diferentes culturas antiguas, y quiz‡s reflejan restos de
creencias animistas y totŽmicas, en el marco de las cuales se considera
perfectamente normal que las mujeres queden gr‡vidas por los efectos, por
supuesto, del agua, pero tambiŽn del aire, de las piedras, de los rayos solares
o de la ingesti—n de determinados alimentos. Y hasta por el simple contacto con
ciertas plantas.
As’, por ejemplo, en Asturias exist’a la especie de que por
pisar una borraja una joven se pod’a quedar embarazada. Y Gonzalo de Berceo, en
los Milagros de Nuestra Se–ora, relata un asombroso
caso de una abadesa que result— pre–ada por haber pisado Ňuna hierba muy
enconadaÓ. Y es que, como recuerda don çlvaro Cunqueiro, a prop—sito de la doncella
Brialar de Logor, hab’a hierbas muy verriondas en los siglos oscuros del
Medioevo:
Que existen estas hierbas, no
hay duda alguna para muchos autores antiguos. Las hierbas y plantas susodichas
tienen los m‡s diversos aspectos, ya forma f‡lica, ya forma antropomorfa, ya la
capacidad reptante. Por ejemplo de este śltimo caso, digamos la aventura de la
doncella Brialar de Logor, quien viajando por la grande y antigua selva de
Brocelandia, se detuvo a beber en una fuente clara, y luego decidi— echar una siesta
en el verde campo florido, que era por v’speras de San Juan; tumbada en el
campo, su pierna derecha qued— mismamente junto a una trepadora enconada, la
cual, habiŽndose quedado dormida do–a Brialar, se lanz— a enroscarse
pantorrilla y muslo arriba, y hubiese violado a do–a Brialar si esta no tuviese
el sue–o ligero y despertase a gritos notando que le andaban en la cosa. Y un
su paje con su espada cort— la trepadora enconada, la cual sangr—. Un minuto
m‡s y do–a Brialar queda pre–ada. En Irlanda tambiŽn hab’a plantas de estas
cerca de las fuentes[6].
Y, en efecto, tambiŽn podemos encontrar testimonios de
estas fecundaciones florales en la mitolog’a grecolatina, pues no de otra
manera explica Ovidio en Fastos el nacimiento de
Marte: Juno estaba airada porque su esposo Jśpiter hab’a logrado tener a
Minerva por s’ solo, sin necesidad de su colaboraci—n, as’ que acudi— a la
diosa Flora para que la ayudara a engendrar sin auxilio de ningśn macho, y esta
le proporcion— una extra–a flor con cuyo simple contacto la madre de los dioses
concibi— al dios de la guerra, lance al que se refiere jocosamente en nuestros
Siglos de Oro Castillo Sol—rzano en su obra de poes’a burlesca Donaires del
Parnaso:
Entre los dioses festivos,
el bŽlico Marte hall—se,
avalentado de vista
arriscado de bigotes;
hijo nacido sin padre,
por la virtud de unas flores,
siendo la mayor patra–a
que Ovidio esparci— en el orbe[7].
Asimismo, si hacemos una incursi—n en las creencias que
sobre la pre–ez de determinados animales tienen los antiguos fil—sofos y
naturalistas, nos resultar‡ dif’cil salir de nuestro asombro. Por ejemplo, el
propio Arist—teles, en su Historia de los animales,
sostiene la opini—n, que gozar‡ de singular fortuna,
de que las yeguas pueden ser fecundadas por el viento, sin ser necesario que
copulen con macho alguno:
Entre las hembras, se pirran por
copular, la que m‡s la yegua, y luego la vaca. As’ pues, las yeguas se vuelven
locas por los caballos: de donde viene que sea este el śnico animal cuyo nombre
se utiliza en sentido ofensivo contra las mujeres que se pierden por los
placeres sexuales. Se dice tambiŽn de las yeguas que, cuando se encuentran en
esa coyuntura, pueden quedar pre–adas por el viento; esa es la raz—n por la que
en Creta no se separa a los caballos sementales de las yeguas. Y es que las
yeguas, cuando experimentan esa sensaci—n, se lanzan a la carrera lejos del
resto de la yeguada. Esa sensaci—n que experimentan las yeguas corresponde a la
que, en el caso de las cerdas, se llama andar al verr—n. Y, cuando les entra esa sensaci—n, no
consienten que nadie se les acerque, hasta que, una de dos, o dejan de correr
de cansancio o llegan al mar. Entonces expulsan una sustancia: se le designa
con el nombre de locura de yegua, lo mismo que la que presenta el potrillo al nacer, y es como la
mucosidad de la cerda, pero la de la yegua es lo que m‡s buscan las mujeres
dedicadas a las drogas y a las p—cimas[8].
La idea es recogida en las Ge—rgicas por Virgilio, quien explica el frenes’ sexual desmedido de estas
hembras como una concesi—n que les ha otorgado la diosa Venus en venganza de
Glauco, hijo de S’sifo, que impidi— a sus yeguas la copulaci—n para que fueran
m‡s veloces, lo que provoc— que muriera despedazado por ellas:
Mas no hay furia amorosa que supere
la de las yeguas. Fue la misma Venus
quien se la dio, para vengar a Glauco
por su cuadriga atarazado en Potnias.
Amor es quien las lanza desbocadas
tras las cumbres del G‡rgara o las olas
del resonante Ascanio: engavian montes,
pasan r’os a nado. En cuanto prende
en sus ‡vidas mŽdulas la llama,
en primavera sobre todo, el tiempo,
en que m‡s el ardor las compenetra,
vŽselas en las pe–as, vueltas todas
la boca hacia los CŽfiros, bebiendo
sus leves auras; y Áportento raro!,
sin m‡s ayuntamientos muchas veces,
del solo viento fecundadas vuelan
por riscos, pe–ascos y hondos valles,
no hacia el orto del sol ni hacia el del Euro,
sino al B—reas y al Cauro y hacia el punto
de donde ensombrecido sopla el Austro
y el cielo atrista con heladas lluvias.
Este es el tiempo en que destila espesa
de sus partes la lśbrica ponzo–a
que el nombre exacto entre pastores tiene
de hip—manes, que suelen las madrastras
confeccionar con hierbas y conjuros[9].
La creencia es retomada, entre otros, por Plinio en su Historia
natural, donde se muestra como protagonistas de tan
milagrosas fecundaciones a las yeguas lusitanas, y se a–aden ciertas
excelencias que tienen los potros engendrados de tan ins—lita manera:
Es sabido que en Lusitania,
cerca de Olisip—n y del r’o Tajo, las yeguas colocadas de cara al Favonio
conciben con un soplo fecundante y que la cr’a se engendra y nace
extraordinariamente r‡pida, pero no sobrepasa los tres a–os de vida[10].
Y la especie, como es l—gico, tuvo una excelente acogida
entre los literatos de nuestros Siglos de Oro, segśn se puede apreciar en este
soneto que G—ngora dedica al Conde de Villamediana para celebrar su gusto por
los diamantes, las pinturas y los caballos veloces:
Las que a otros neg— piedras
Oriente,
Žmulas brutas del mayor lucero,
te las expone en plomo su venero,
si ya al metal no atadas m‡s luciente;
cuanto en tu camar’n pincel
valiente,
bien sea natural, bien extranjero,
afecta mudo voces, y parlero
silencio en sus vocales tintas miente.
Miembros apenas dio al soplo m‡s
puro
del viento su fecunda madre bella,
Iris, pompa del Betis, sus colores,
que fuego Žl espirando, humo
ella,
oro te muerden en su freno duro,
oh esplendor generoso de se–ores[11].
O en estos otros versos jocosos en que Castillo Sol—rzano
se burla de lo recurrente que se ha vuelto este t—pico para aludir a la
velocidad de los caballos en las poes’as de los culteranos:
El lomo oprime de un morcillo el joven,
y aunque hermoso caballo,
no digo yo que los guijarros trincha,
ni que se manotea con la cincha,
que es ancho de cadera, el cuello corto,
ni que del mismo CŽfiro fue aborto,
largo de crin, de cola bien poblado,
que es estilo tra’do y manoseado;
solo dirŽ que con la silla y freno,
para aliviar cansancios era bueno[12].
Pero en este sorprendente mundo animal descrito por los
naturalistas antiguos hay una hembra que por su ardor sexual desmedido puede
competir, si no superar, a las mism’simas yeguas, se trata de la perdiz que,
segśn el mencionado Plinio, que sigue a Arist—teles, puede ser fecundada
simplemente por la escucha del canto del macho o por la recogida de su aliento:
Ningśn otro animal tiene una
sexualidad semejante. Si permanecen en pie frente a los machos, las hembras se
quedan pre–adas por el aliento que exhalan, pues, permaneciendo durante ese
tiempo con el pico abierto y la lengua fuera, se excitan. TambiŽn conciben con
el aliento de los machos que vuelan por encima de ellas, a veces incluso con
solo o’r la voz del macho[13].
Y concepciones igualmente asombrosas atribuyen los antiguos
a otros animales como a la v’bora que queda pre–ada sin necesidad de
copulaci—n, mediante la introducci—n de la cabeza del macho en su boca, segśn
nos relata el excelente lexic—grafo toledano Covarrubias, quiz‡s por haber
hecho una lectura err—nea de Plinio:
Escriben de ella que concibe por
la boca, y que en el mesmo acto corta la cabeza al macho, apretando los
dientes, o por el gusto que recibe o por el disgusto que teme recibir despuŽs
al parir de los vivoreznos, los cuales siendo en nśmero muchos, los postreros
que han tomado m‡s cuerpo y fuerza, malsufridos y cansados de esperar, rompen
el pecho de la madre.
O como a la comadreja, de la que se dec’a tambiŽn que
conceb’a por la boca, aunque el recientemente citado humanista don Sebasti‡n de
Covarrubias lo desmiente en su imprescindible Tesoro:
Fabulosamente cuentan della
concebir por la boca y parir por la oreja, y algunos tambiŽn se han enga–ado,
pensando que los pare por la boca, por la inquietud que tiene mudando los
hijuelos a menudo de un lugar a otro, y como los lleva en la boca y ven que los
suelta della, han pensado que entonces los pare.
O como a los ratones, que no conciben como consecuencia de
la copulaci—n, sino por darse lametones o chupar sal:
Su reproducci—n se realiza,
segśn dicen, lamiendo y no por coito (...). Se cree tambiŽn que las hembras
quedan pre–adas por chupar sal[14].
Sin embargo, una vez concluida esta incursi—n por el
fascinante mundo animal descrito por los naturalistas griegos y romanos, voy a
centrarme en los embarazos inveros’miles y en los engendros portentosos que
tienen como base el agua, segśn mostraba el fragmento de Bajarse al moro al que me refer’ al principio de mi trabajo.
En efecto, una buena parte de las pre–eces prodigiosas de
que estamos tratando en este estudio son debidas al efecto del agua, lo cual no
constituye nada sorprendente, pues desde los principios de la humanidad el
l’quido elemento ha sido considerado s’mbolo de la fecundidad y de la
renovaci—n, ya que los prados, los campos, los sembrados y los bosques
adquieren su lozan’a por medio del agua, mientras que la sequ’a provoca su
agostamiento, y la consiguiente interrupci—n de la vida vegetal, con todas las
consecuencias que ello conlleva para la de los animales y la de los propios
hombres[15].
No obstante, me parece que hay que distinguir distintas
funciones que se pueden atribuir al agua en diferentes hechos inveros’miles que
saldr‡n ahora a la palestra, pues estas funciones pueden ser indicios de las
diversas mentalidades que sustentan cada tipo de creencia o leyenda.
Efectivamente, en primer lugar me voy a referir a una serie
de creencias en que el agua es una especie de principio generatriz, que es
capaz de dar lugar a nuevas criaturas, sin ningśn tipo de participaci—n
complementaria por parte de ningśn otro ser. No se olvide que muchas
cosmogon’as consideran que el agua es el origen del universo, y que todav’a en
los albores de la filosof’a occidental Tales de Mileto la se–al— como principio
del mundo bas‡ndose en la observaci—n, segśn apunta Arist—teles en un cŽlebre
pasaje de su Metaf’sica, de que el alimento de
todas las cosas es hśmedo, y de que la semilla de todas las cosas tiene una
naturaleza, asimismo, hśmeda.
Por lo tanto, nada tiene de extra–o que el propio
Arist—teles en su Historia de los animales sostenga, en contra de la opini—n de otros estudiosos de su tiempo,
que las anguilas no est‡n provistas de huevos, ni de conductos seminales ni
uterinos, por lo que surgen por generaci—n espont‡nea de la humedad del suelo:
Algunos son de la opini—n de que
las anguilas procrean, porque hay anguilas en las que se encuentran gusanos:
ellos creen que es de estos gusanos de los que nacen las anguilas. Pero esto no
es cierto, sino que nacen de las llamadas entra–as de la tierra, animalillos que nacen por generaci—n
espont‡nea en el fango en la tierra hśmeda.
Y lo mismo piensa el insigne fil—sofo, por ejemplo, con
respecto a unos pececillos denominados espuma, cuyo
nombre deriva, a decir del propio Arist—teles, de que surgen de la espuma que
provocan las lluvias torrenciales en su impetuosa ca’da[16].
Evidentemente, dada la aplastante autoridad que alcanz— el
fil—sofo por antonomasia, la creencia de que hay criaturas que surgen
espont‡neamente del agua, o de la humedad, fue admitida por otros estudiosos
posteriores. As’, Claudio Eliano nos relata curiosos casos de animales que son
engendrados por mor de las lluvias, de alguno de los cuales nos asegura que fue
testigo de vista:
Tengo o’do que en Tebaida,
cuando ha ca’do una granizada, se ven ratones en el lugar, una parte de los
cuales es todav’a barro y la otra carne. Yo mismo, al hacer un viaje de
N‡poles, ciudad de Italia, a Dicearqu’a, sufr’ los efectos de un aguacero de
ranas, y la parte de ellas adyacente a la cabeza ganaba terreno, porque la
mov’an dos patas, pero la otra parte se arrastaba todav’a informe, y semejaba
estar compuesta de una sustancia hśmeda[17].
Y en el contexto de la cultura espa–ola de finales del
siglo XVII acoge con verdadero entusiasmo este planteamiento de Arist—teles el
capuchino zamorano fray Antonio de Fuentelape–a, el cual, en su libro El
ente dilucidado[18], bas‡ndose precisamente en que muchos animales nacen por generaci—n
espont‡nea de la putrefacci—n, llega a sostener que nada menos que los duendes
tienen una naturaleza animal y que han surgido de los vapores gruesos que
emanan en los lugares hśmedos, l—bregos e inhabitados.
Y lo cierto es que, sin mantener hip—tesis tan audaces como
la defendida por el padre Fuentelape–a, que en otra ocasi—n, por ejemplo, llega
a sustentar, siguiendo a Olao Magno en su divulgad’sima Historia de gentibus
septentrionalibus, que existen en Escocia unas aves
que nacen del agua al haberse ca’do previamente las hojas de determinados
‡rboles, parece que la creencia de que ciertos animales nacen por generaci—n
espont‡nea de las aguas putrefactas es un lugar comśn en nuestros Siglos de
Oro, como nos recuerda el profesor Pedrosa en su muy valioso estudio
introductorio a El ente dilucidado mencionado en
nota anterior, sacando a colaci—n, entre otros, el siguiente texto
perteneciente a la Vida del Escudero Marcos de Obreg—n de Vicente Espinel:
Verific—se el d’a siguiente que,
yendo caminando, en todos los charquillos que se hab’an hecho del grande
turbi—n del agua hab’a animalejos, como sapillos, renacuajos, y otras sabandijas, engendradas en tan poco
espacio, que se causa de la humidad maliciosa del terru–o. Y en aquellos fosos
de Mil‡n se veen unas bolas de culebras en mucha cantidad, engendradas de la
bascosidad y putrefacci—n del agua, y la humidad gruesa de la misma tierra[19].
Otras veces, no obstante, estos portentosos engendros no se
llevan a cabo de una manera autosuficiente por parte de las aguas, sino con la
colaboraci—n correspondiente de machos y hembras. As’, por ejemplo, todos
recordamos el famoso episodio de la mitolog’a griega en que se narra el nacimiento
prodigioso de la diosa Afrodita de la espuma del mar en donde hab’a ca’do el
miembro viril de Urano rebanado con una hoz por su hijo Cronos. Pues bien, el
ya citado naturalista Claudio Eliano, en esta misma l’nea, nos relata el
fascinante nacimiento de las grullas marinas. Segśn Žl, son estos animales unos
peces que se cr’an en el mar de Corinto que tienen unos quince pies de largo y
el grosor aproximado de una anguila. Ahora bien, estas extra–as criaturas
tienen la cabeza y la boca semejantes a las grullas, y sus escamas se parecen
enormemente a las plumas de las referidas aves. Y ello es as’, segśn Eliano,
porque estos peces se engendraron en cierta ocasi—n en que una bandada de
grullas sobrevolaba este mar en uno de sus habituales viajes migratorios, y se
dio la circunstancia de que, gracias al soplo del viento, machos y hembras
experimentasen deseos sexuales irreprimibles, de modo y manera que se
dispusieron a copular en pleno vuelo, pero como el apareamiento, debido al
excesivo peso que ten’an que soportar las hembras con los machos sobre ellas,
fue imposible, estos śltimos, presos de una excitaci—n desmedida, derramaron su
semen sobre las aguas del mar, que lo acogi— en su seno para dar lugar a esos
sorprendentes engendros denominados grullas marinas[20].
Sin embargo, suele ser m‡s frecuente que en el surgimiento
de estas criaturas portentosas el agua asuma el papel masculino y fecunde a
determinadas mujeres que se sumerjan o, simplemente, tomen contacto con ella,
tal como pensaban los melanesios que, segśn Malinowski, consideraban que sus
mujeres empre–aban por exponerse imprudentemente a la lluvia o al goteo de una
estalactita en una cueva, lo que posibilitaba que se introdujera en su cuerpo
el ni–o-esp’ritu[21].
En efecto, las leyendas que responden a esta tipolog’a son
muy abundantes y de gran antigźedad[22].
As’, en la mitolog’a hindś se da por hecho que Parvati, la esposa de Siva, es
el fruto de un ba–o de su madre Ganesa, que no tuvo ningśn contacto sexual con
macho alguno. Y, en este mismo sentido, las tribus algonquinas de AmŽrica
explicaban la aparici—n de la especie humana en el mundo relatando que dos
hermosas j—venes, anteriores a nuestra raza, tras haberse ba–ado en el mar,
quedaron gr‡vidas, y que de una de ellas naci— un ni–o y de la otra una ni–a,
que son los primeros padres de todos los hombres. Y en esta misma l’nea, los
sabeos creen que la madre de san Juan Bautista qued— encinta por v’a oral al
beber un vaso de agua que le ofreci— un ‡ngel por mandato de un personaje
celestial que hab’a pronunciado sobre el agua una especie de conjuro, lo que
provoc— el inmediato embarazo de la mujer, y un asombroso parto, tras los meses
de rigor, tambiŽn por v’a oral[23].
Y en el mundo animal tenemos el caso, por ejemplo, de las
conchas perl’feras, que, segśn Covarrubias, que a su vez lo toma de Plinio,
conciben las perlas, a las que deben su nombre, al abrir sus valvas en Žpoca de
celo para recibir una especie de roc’o fecundante, del color del cual, claro u
oscuro, resulta la correspondiente tonalidad de la perla engendrada.
No obstante, las leyendas antiguas que guardan mayor
relaci—n con el pasaje de Bajarse al moro sacado a
la palestra al comienzo de este art’culo son aquellas, sin duda derivadas de
las anteriores, pero m‡s evolucionadas, ya que muestran un intento de
racionalizaci—n, pues suponen la uni—n de los gametos masculino y femenino para
originar un nuevo ser, en que las criaturas nacidas con la colaboraci—n del
agua son producto de la fecundaci—n de las hembras por parte de los machos, si
bien el agua actśa como el veh’culo imprescindible que arrastra el semen hasta
la madre y provoca su embarazo, por v’a oral o vaginal sin que ella haya tenido ningśn tipo de
trato sexual, por lo que puede conservar su virginidad. As’, los guebres
aseguran que su profeta Ibrahim en cierta ocasi—n en que cruzaba milagrosamente
un r’o sin ayuda de una barca dej— caer sobre sus aguas tres gotas de semen que
permanecer‡n all’ indefinidamente conservando toda su virtud fecundante y que,
con el paso del tiempo, Dios escoger‡ a su hija predilecta, har‡ que se quede
embarazada con estas gotas de semen, y que alumbre a los tres hijos del
profeta, que ser‡n los encargados de predicar la ley de su padre y de conseguir
que sea aceptada por su propio pueblo y por los restantes pueblos del mundo
para que pueda producirse la resurrecci—n universal.
Otras veces no es el agua la que actśa como agente
trasmisor del esperma, sino alguna fruta o baya donde ha sido depositado a tal
efecto. Tal es lo que ocurre en una antigua leyenda inca, en la que se cuenta
que una joven diosa virgen se qued— encinta gracias a que comi— un fruto al que
hab’a rociado con su semen el poderoso dios Viracocha. Y lo mismo sucede en una
leyenda irlandesa donde la princesa Bred, hija del rey Ronan, se qued— embarazada
cuando se comi— un berro que hab’a junto a una fuente en el que el astuto
Findach hab’a derramado su semen para tener descendencia de la bella princesa.
Pues bien, me parece evidente el parentesco de estas
śltimas leyendas que he recogido aqu’ con el episodio de Bajarse al moro trascrito al abrir mi estudio, pues la recurrencia de motivos y la
creencia que los sustenta as’ lo demuestran, ya que en todos estos casos se
produce un embarazo sin que haya habido una relaci—n sexual, debido a que un
agente externo a los padres, unas veces el agua y otras una fruta, conserva el
esperma paterno con su poder fecundante intacto hasta hacerlo llegar al cuerpo
de la madre.
Sin embargo, la funci—n social de las leyendas antiguas es
distinta a la de las que aparecen en las conversaciones de los adolescentes de
nuestros d’as, pues en la leyenda inca o en la leyenda de los guebres, por
ejemplo, el embarazo prodigioso se produce respondiendo al designio de algśn
dios o hŽroe, y su propio car‡cter portentoso, unido al hecho de que
generalmente la madre es virgen, es un anuncio del car‡cter excepcional que va
a tener la criatura producto de tan asombrosa concepci—n, cuando no prueba de
su car‡cter divino o casi divino por la condici—n de su progenitor.
En las leyendas que responden al tipo de la recreada por
Alonso de Santos, en cambio, el embarazo resultante no responde a ningśn
designio de un ser excepcional, sino que se produce por azar, como una especie
de contagio, de tal manera que, como se–alŽ al principio del trabajo, parecen
reflejar el miedo de las adolescentes a quedarse embarazadas, o tener su origen
en los mayores que pretenden infundir este miedo a los adolescentes, o en
personas que tratan de ocultar la verdad con esta clase de narraciones eufem’sticas, como hac’a una
arist—crata espa–ola, segśn contaba don Camilo JosŽ Cela, que, tras recibir la
noticia de su mŽdico de que ten’a una enfermedad infecciosa de trasmisi—n
venŽrea, intent— convencerle de que la hab’a debido de contraer en un servicio,
a lo que el galeno respondi—: ŇS’, la ha podido contraer en un servicio, pero
jodiendoÓ[24].
Y es que, efectivamente, tales leyendas guardan bastantes
semejanzas con otras que se cuentan sobre contagios inveros’miles o sobre
animales que invaden el cuerpo a travŽs de cualquiera de sus orificios, y, tal
vez, responden a los mismos temores, o son instrumentalizadas en idŽntico
sentido.
As’, en el
reciente libro de divulgaci—n de Santiago Camacho Leyendas urbanas. ŔQuŽ hay de verdad en ellas?, se cuenta el
caso de una empleada de correos que, antes de que se usaran los sobres y sellos
autoadhesivos, estaba acostumbrada a pegarlos chup‡ndolos, hasta que un d’a
sinti— una gran hinchaz—n en la lengua, que provoc— que tuviera que visitar a
varios mŽdicos para que le aliviaran las molestias de tan extra–a enfermedad, de diagn—stico nada f‡cil. Por fin,
uno de ellos decidi— realizar una peque–a incisi—n en el bulto en vista de que
la paciente no respond’a a los diferentes tratamientos, y, para sorpresa de
propios y extra–os, se encontr— con que sal’a de Žl una cucaracha moribunda y
sanguinolenta, lo que explicaba la causa de la hinchaz—n que no era otra sino
que en algśn sobre o sello estaba pegado algśn huevo de cucaracha que se hab’a
incubado en la lengua de la imprudente oficinista gracias al calor y a la
humedad.
En este mismo sentido, el ya citado Jan Brunvand en su obra
The Choking Doberman recoge
la historia de una joven californiana que un buen d’a empez— a experimentar
s’ntomas de embarazo, aunque ella aseguraba que no hab’a tenido ninguna
relaci—n sexual. Examinada concienzudamente por los mŽdicos, se descubri— que
la hinchaz—n que se observaba en su abdomen era nada menos que un peque–o pulpo
vivo que se aferraba a las paredes de su est—mago, pues sin duda la chica mientras
nadaba en el mar se hab’a tragado un huevo de este animal que incub— y lleg— a
eclosionar en el interior de su cuerpo.
Evidentemente, estas narraciones de mujeres que se quedan
embarazadas de espermatozoides flotantes, o incuban dentro de su organismo huevos
de los m‡s insospechados seres que desovan en el agua, tienen una gran
antigźedad, pues probablemente se sustentan en reminiscencias de las
ancestrales creencias del l’quido elemento como potencia generatriz, segśn he
expuesto arriba.
Por lo tanto, nada tiene de raro que el mŽdico renacentista
francŽs antes citado Ambroise ParŽ, en su magn’fico libro Monstruos y
prodigios, tenga que rebatir por falsos relatos como
el del pulpo que acabo de citar:
Se han visto mujeres que
arrojaban por la matriz serpientes y otros animales, cosa que puede ocurrir por
la corrupci—n de ciertos residuos retenidos en el śtero, igual que se forman en
los intestinos y en otras partes de nuestro cuerpo gusanos gruesos y largos,
incluso velludos y con cuernos, como los mostraremos a continuaci—n. Algunos
han querido sugerir que semejante cosa puede producirse cuando se ba–a una
mujer, si accidentalmente algśn animal venenoso, como una serpiente o similar,
ha desovado y expandido su semen en el agua, y en tal lugar sucede que con el
agua se saque semejante suciedad; si, adem‡s, la mujer se ba–a en ella poco
despuŽs, teniendo en cuenta sobre todo que, a causa del sudor y del calor,
todos sus poros est‡n abiertos. Pero semejante circunstancia no puede
producirse, ya que la virtud generadora de este semen queda sofocada y apagada
por la gran cantidad de agua caliente, unido ello tambiŽn al hecho de que la
boca de la matriz no se abre, de no ser en el momento del coito, o si manan las
reglas.
Y lo mismo se vio obligado a hacer con las historias
relativas a las pre–eces provocadas por los espermatozoides flotantes en los
ba–os, cuya creencia, segśn Saintyves que cita a De Charencey y Hartland, se
remonta a Arist—teles y Averroes:
As’ pues, puede comprobarse
hasta quŽ punto se equivoc— torpemente Alberto el Escoliasta al escribir que,
si vuelve a colocarse dentro de la matriz el semen ca’do en tierra, ser’a
posible la concepci—n. Otro tanto puede decirse de la vecina de Averroes, que
le hab’a jurado, segśn cuenta Žl, que hab’a concebido un hijo del semen de un
hombre que hab’a eyaculado en el ba–o, y que ella qued— embarazada al ba–arse
en el mismo[25].
No obstante, a pesar de los intentos del
eminente cirujano francŽs por negar la veracidad de estos relatos, lo cierto es
que hay contempor‡neos nuestros que siguen d‡ndoles crŽdito, segśn se constata
en los libros sobre leyendas urbanas de JosŽ Manuel Pedrosa y de Santiago
Camacho mencionados arriba, por lo que no tiene nada de sorprendente que el
capuchino de finales del siglo XVII fray Antonio Fuentelape–a en su libro
varias veces citado El ente dilucidado continśe
sosteniendo que los hombres pueden engendrar dentro de s’ ratones, moscas u
otras sabandijas, si se da la circunstancia de que ingieran almentos
impregnados de los l’quidos seminales de estos animales, o nos relate extra–os
embarazos como el de una casta doncella que dorm’a en la misma cama que su
honesto padre, con tan mala suerte que se qued— encinta, porque su progenitor
eyacul— en sue–os, y ella absorbi— el semen paterno con sus poros, lo que
provoc— que llegara hasta su matriz con funestas consecuencias.
Y,
en este mismo sentido, uno de nuestros escritores m‡s afamados de los Siglos de
Oro, el inmortal Lope de Vega, en una de sus cartas a su benefactor el Duque de
Sessa, carta de acendrada cr’tica anticlerical, escribe las siguientes
palabras, muy reveladoras del poder genes’aco de los reverendos tonsurados:
A la fe, Se–or, ellos tienen
hijos y otros los cr’an; perdone lo descalzo; pero yo sŽ que un letrado
portuguŽs prob— en una informaci—n que se hab’a de mudar una casa de bonetes
del sitio en que estaba, porque a un r’o ven’a a dar, adonde se cog’a agua para
beber el pueblo; y dec’a que como se lavaba en el colegio la ropa de los tales
padres, no sŽ quŽ manchas de las camisas se deshac’an en el agua y de aquella
andaban pre–adas todas las mujeres que la beb’an[26].
[2] VŽase Jan Harold Brunvand, El fabuloso
libro de las leyendas urbanas. Demasiado bueno para ser cierto (Barcelona: Alba Editorial, 2002), v. II, pp.
326-331.
[3] Cf. Antonio Ort’ y Josep Sampere, Leyendas urbanas en Espa–a (Barcelona: Ediciones Mart’nez Roca, 2000), pp. 162-163.
[4] JosŽ Manuel Pedrosa, La autoestopista
fantasma y otras leyendas urbanas espa–olas (Madrid: Editorial P‡ginas de Espuma, 2004), pp.
269-272.
[5] Ambroise ParŽ, Monstruos y prodigios, traducci—n de Ignacio Malaxecheverr’a
(Madrid: Siruela, 1993), pp. 82-83.
[6] çlvaro Cunqueiro, La bella del drag—n: de
amores, sabores y fornicios,
edici—n de CŽsar Antonio de Molina (Barcelona: Tusquets, 1991), pp. 115-116. Es
muy probable, no obstante, que Berceo se refiera al lance de la Ňhierba muy
enconadaÓ de manera ir—nica y eufem’stica.
[7] Alonso de Castillo Sol—rzano, Donaires del
Parnaso, edici—n electr—nica
de Luciano L—pez GutiŽrrez (Madrid: Universidad Complutense, 2005), pp.
353-354. RecuŽrdese que hay cuentos populares que afirman que los ni–os nacen
de las coles.
[8] Arist—teles, Historia de los animales, edici—n de Luis Vara Donado (Madrid: Akal,
1990), 572a 14.
[9] Ge—rgicas, incluidas en Obras completas, traducci—n de Aurelio Espinosa P—lit
(Madrid: C‡tedra, 2003), III, vs. 268-283.
[10] Plinio, Historia
natural (antolog’a), traducci—n de Josefa Cant— et
alii (Madrid: C‡tedra, 2002), VIII, 166.
[11] VŽase la excelente antolog’a elaborada por
Antonio Carreira (Madrid: Castalia, 1987), p. 317.
[12] Op. cit., p. 307. RecuŽrdese que al famoso atleta de la
dŽcada de los noventa Carl Lewis todav’a se le denominaba Ňhijo del vientoÓ
para enfatizar su velocidad. ňltimamente, la profesora Alicia Canto, del
Departamento de Prehistoria y Arqueolog’a de la Universidad Aut—noma de Madrid,
ha intentado, a la luz de los nuevos avances de la Biolog’a, demostrar el fondo
de verdad que puede haber en esta leyenda tan antigua y difundida. Segśn ella,
la proteobacteria Wolbachia, de existencia probada en peces e insectos, por su
papel de Ňclonadora naturalÓ, pudo provocar la generaci—n asexual de las yeguas
lusitanas.
[13] Op. cit., X, 102.
[14] Plinio, op. cit., X, 185.
[15] De ah’ la importancia que tiene el agua como
s’mbolo en muchas manifestaciones literarias, en especial en la l’rica
tradicional, segśn puede apreciarse, por ejemplo, en los excelentes trabajos de
Eugenio Asensio PoŽtica y realidad en el cancionero peninsular de la Edad Media (Madrid: Gredos, 1970); o de Egla Morales Blouin, El
ciervo y la fuente: mito y folklore del agua en la l’rica tradicional (Madrid: JosŽ Porrśa Turanzas, 1981); o de
Margit Frenk ŇS’mbolos naturales en las viejas canciones populares hisp‡nicasÓ,
incluido en Poes’a popular hisp‡nica: 44 estudios ( MŽxico: Fondo de Cultura Econ—mica, 2006), pp. 353-372.
[16] Op. cit., respectivamente, 570a 5 y 569b.
[17] Claudio Eliano, Historia de los animales,
traducci—n de JosŽ Vara Donado (Madrid, Akal, 1989), II, 56.
[18] Debo al profesor JosŽ Manuel Pedrosa el conocimiento de la existencia
de una edici—n moderna de este curioso libro que todav’a se encuentra en
prensa: se trata de El ente dilucidado, edici—n de
Arsenio Dacosta, trascripci—n y revisi—n del texto de Paul Silles Mclaney y
Maite Eguiaz‡bal con la colaboraci—n de Mar’a Antonia Muriel Sastre. La obra
viene precedida, adem‡s, por tres esplŽndidos estudios introductorios de
Te—filo EstŽbanez,de Arsenio Dacosta y del propio Pedrosa, al que agradezco
desde aqu’ que me haya posibilitado el acercamiento a tan util’sma edici—n.
[19] Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obreg—n, edici—n de Mar’a Soledad Carrasco Urgoiti (Madrid: Castalia, 1972),
t. II, p. 120. Cf. JosŽ Manuel Pedrosa, ŇEl ente dilucidado: entre la voz y el museo de monstruosÓ, estudio introductorio a la
edici—n en prensa de la obra de fray Antonio de Fuentelape–a citada en nota
anterior.
[20] Op. cit., XV, 9.a.
[21] Borislaw Malinowski, Sexo y represi—n en la sociedad primitiva (Buenos Aires: Nueva Visi—n, 1974), p. 127.
[22] Aunque siguen teniendo vigencia en la actualidad, pues hace solamente
unos d’as mi alumna Laura Campos me aseguraba que hasta hace pocos a–os en el
pueblo conquense de Las Mesas las se–oras mayores dec’an a las adolescentes que
si se duchaban teniendo la regla se pod’an quedar embarazadas.
[23] Para este tipo de leyendas es obligada la
consulta del libro de Pierre Saintyves, Las madres v’rgenes y los embarazos
milagrosos (Madrid: Akal,
1985). La traducci—n es de Juan Carlos Bermejo Barrera. Seguramente son ecos de
estas creencias los rituales, todav’a muy abundantes en distintas latitudes,
sobre todo en torno a determinadas festividades como San Juan o Pascua, en que
las mujeres se ba–an en determinadas fuentes, r’os, lagos o playas, porque
consideran que el entrar en contacto con el agua o beberla facilitar‡ su
posterior fecundaci—n.
[24] En el ya citado libro de JosŽ Manuel Pedrosa La autoestopista fantasma y otras leyendas urbanas espa–olas, se nos ofrece el testimonio de un informante que interpreta en este
śltimo sentido la leyenda recreada en Bajarse al moro: ŇLo de la embarazada por ba–arse en una piscina recuerdo haberlo o’do
comentar a una profesora cuando yo hac’a BUP. Ella lo dec’a como ejemplo de lo
que se dec’a antes para justificar un embarazo de soltera. Aparece en Bajarse
al moro, donde la madre de la protagonista, que es
bastante pija, ha hecho creer esto a su hijaÓ. Cf. op. cit., p. 270.
[25] Op. cit., p. 62 y pp.82-83,
respectivamente.
[26] VŽase Epistolario de Lope de Vega, edici—n
de Agust’n Gonz‡lez de Amezśa, (Madrid: Real Academia Espa–ola, 1941), t. III,
pp. 345-346 (nĽ 353). Cf. Julio Caro Baroja, Introducci—n a una historia contempor‡nea del anticlericalismo espa–ol
(Madrid: Istmo, 1980), pp. 48-49. He modernizado la ortograf’a.