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Labrador Méndez, Germán. “Cuando ataca
Ronaldo ataca una manada. El discurso del fútbol en los media actuales como discurso épico (estructuras, formas y funciones
comparadas)”. Culturas Populares. Revista Electrónica 4 (enero-junio 2007). http://www.culturaspopulares.org/textos4/articulos/labrador.htm ISSN: 1886-5623 |
Cuando ataca Ronaldo ataca una
manada.
El discurso del fútbol en los media actuales como discurso épico
(estructuras, formas y funciones
comparadas)
Germán Labrador Méndez
Universidad de Salamanca
La littérature, qui
n’est en soi qu’une exploration des ressources du langage, dépend des
vicissitudes très diverses qu’un langage peut subir et des conditions de
transmission que lui procurent les moyens matériels dont une époque dispose.
-Paul Valery[1]
Para Antoni Rossell
Resumen
Este artículo pretende analizar comparativamente el
discurso mediático sobre el fútbol en la España contemporánea, específicamente
en su dimensión radiofónica, en relación con la épica románica medieval. Un
estudio comparado de los rasgos retóricos, estilísticos y narrativos de ambos
discursos revelará la presencia común de numerosos rasgos y la posibilidad de
entender un discurso en términos del otro. Ante la hipótesis de hallarnos ante
actualizaciones bien diferenciadas de un mismo tipo de narrativas, la parte
final del trabajo tratará de plantear la cuestión de una posible comparación
entre las funciones de ambos discursos en los entornos culturales en los que
surgieron.
Palabras clave: fútbol, épica, discurso.
Abstract
This paper analyzes the
discourse of football in media (specifically in radio-channels), in
contemporary Spain, in comparison with Medieval Romanic epic. A comparative
study of rhetorics, stylistic and narrative marks of both discourses reveals
the presence of several common characteristics and the possibility of
understanding one discourse in terms of the other. The final part of this paper
discusses the hypothesis of having two well-differenced actualizations of the
same type of narratives, both with discursive functions generated by their
cultural environment.
Keywords: Football, Epic, Discourse.
0.
El bien contra el mal
M |
e
gustaría empezar con un anuncio. Nos encontramos en un anfiteatro en ruinas
transportados al tiempo mítico de la narración épica: «un día de las vísceras
de la tierra emergieron para destruir el juego más bello del mundo» es la frase
que se encarga de marcar el tránsito hacia un fluir de imágenes. Las gradas de
tal lugar las encontramos repletas de seguidores fanáticos: llamas de antorchas
y bengalas, banderas rojinegras, esvásticas y gritos. El terreno de juego está
ardiendo. Allí se enfrentan dos equipos. El primero compuesto por una horda
demoníaca, el segundo por todos los campeones del Bien, una selección mítica
formada por los grandes héroes del fútbol mundial: Campos, Rui Costa, Figo,
Kluivert, Davis, Brolin, Maldini, Cantona, Ronaldo y Wright.
El
lance es intenso. En un primer momento, las violentas mesnadas demoníacas
amenazan con eliminar físicamente a todos los paladines del bien. Los jugadores
van cayendo derribados por una sucesión de patadas, cabezazos y golpes
variados. Pero, finalmente, una exitosa jugada viene a restablecer la
situación. Eric Cantona fulmina al capitán de la horda diabólica con un balón
de fuego acompañado de un “au revoir” que, por supuesto, acaba en gol y habría
de procurarle fama e imitadores en todo el mundo.
El
título de esta campaña publicitaria de Nike (1995) no era muy ingenioso: Good
us Evil. El imaginario del anuncio, entre lo
apocalíptico y lo épico, tampoco. Las imágenes correspondientes al público era
posible haberlas filmado en los fondos de cualquier estadio. Lo aparentemente
novedoso, y sin duda efectista, era la utilización de lo futbolístico como
alegoría explícita de una lucha cósmica. En el juego del fútbol, el anuncio
actualizaba la decisiva batalla entre las fuerzas del bien y del mal. El
partido representa el restablecimiento del orden amenazado, el triunfo de una
idea de civilización, de un mundo, identificados en una escuadra de jugadores
míticos. El encuentro utiliza la icónica de la guerra, del combate. La
combinación de ambas ideas hace que estemos en una dimensión significativa de
lo épico. La siempre atenta publicidad propone un sistema interpretativo de lo
que puede ser el fútbol.
1.
Fútbol es fútbol
La
segunda escena que quiero disponer en este inicio es un pequeño capítulo de las
Mitologías de Barthes: «El tour de Francia como
epopeya»[2].
En ese trabajo, bajo el punto de partida teórico según el cual es posible leer
objetos culturales a través de los discursos del pasado, es decir, entender la mitología del presente desde los mitos anteriores, le sirve a Barthes para
interpretar la vuelta ciclista gala como un acontecimiento de orden heroico,
inscrito en el imaginario colectivo bajo la cifra de lo épico. Para Barthes,
todo encaja en esa transferencia de léxicos (la lucha del hombre contra su
destino, la ritualidad de la epopeya, la relación entre la historia del héroe y
la historia colectiva, el lenguaje de la gesta y el del ciclismo...), de tal
manera que, al trasponer el léxico de la epopeya al deporte, accedemos a la verdad
del Tour de Francia, somos capaces de leerlo correctamente, sólo así lo entendemos. Eso es lo que también estaba haciendo la
publicidad para nosotros, intentando explicar un hecho desde un imaginario
anterior, mítico, marcado. De ese imaginario, que será el de la épica, con
todos sus problemas de deslinde, desconocemos si será capaz de ofrecer ninguna
verdad oculta o desvelar alguna naturaleza cierta, pero desde luego pensamos
que esa proyección no es inocente, y que contiene elementos suficientes en cuyo
análisis dispondremos de otra mirada sobre el fenómeno.
Afirmar
a estas alturas que el fútbol es épica no supone una gran novedad. Del sentido
en que queramos emplear esta aseveración ya tópica dependerá el alcance de sus
consecuencias. Existe una fructífera tradición de exégesis épica de lo
futbolístico, que, desde luego, arrancaría del texto fundacional de Barthes y
que, en nuestro ámbito cultural, tendría el libro de Vicente Verdú de 1980 como
hito de referencia[3].
La
tendencia general, reproducida luego en multitudes de ensayos, columnas y
artículos, es la de emplear esquemas arquetípicos, conectados de una u otra
manera con la lucha, con la guerra o con lo legendario, y aplicarlos a los
diferentes elementos de este deporte, para formar así una nueva mirada sobre
ellos que los conecta en un sistema interpretativo coherente. En ocasiones,
dependiendo de la mayor o menor habilidad del exegeta, las interpretaciones se
desvirtúan y ganan en complejidad lo que pierden en interés. Los campos
deportivos se llenan de símbolos fálicos, objetos libidinales y transferencias
de lo masculino. No obstante, en otros muchos casos, las miradas aciertan y
poco a poco vamos cobrando una nueva conciencia de este fenómeno cultural. De
esta forma, nos dice Verdú, que «los sociólogos, los psicólogos, los
antropólogos han explicado la interacción entre la tribu y su equipo, la
importancia de la metáfora belicista del juego y la manera como las naciones,
las pedanías o las ciudades se sienten representadas por la bandera de la
selección o el club» [4].
Y
los filólogos, ¿qué han hecho? El problema de partida, parece, reside en la
afirmación de que “el fútbol es
épico”, pues es un hecho evidente que el fútbol en sí mismo no lo es. Nada
épico hay en “veintidós tipos corriendo en pantalón corto detrás de un balón”
por utilizar el popular sintagma con el que se desacraliza este deporte. En sí
mismo el juego no remite a nada, salvo a sí mismo. Como mucho es posible
interpretar sus reglas, ver qué clase de ritos se activan con ellas, qué
elementos simbólicos se ponen en juego. Pero, desde este punto de vista, el
fútbol es difícil de equiparar a la epopeya.
Lo
épico, de estar en algún lugar, no lo está en el fútbol en sí mismo sino en su
discurso. La épica no se concentra en una realidad técnica (la manera en la que
un delantero es bloqueado por la defensa del equipo contrario) sino en la
acuñación lingüística con que la recubrimos (la carga de Ronaldo se estrella
contra las líneas defensivas de los de Pucela). Lo épico es una forma, es un
lenguaje. Bajo esta obviedad, que la interpretación metafórica debe realizarse
sobre la representación de una cosa no sobre la cosa en sí, sin embargo nos
trasladamos a un terreno más seguro, más firme, más fácil de medir.
Investigaremos
así el lenguaje que tenemos para hablar del fútbol, que no es otro que el que
los medios de comunicación, en especial la radio, nos han proporcionado. A lo
largo de este trabajo, sirviéndonos de un corpus de material periodístico,
radiofónico, y, en menor medida, publicitario, rastrearemos las organización de
ese discurso desde lo épico.
Pero
adoptar esta óptica teórica tampoco supone ningún hallazgo. Es necesario
mencionar aquí las aproximaciones de lingüistas como Grijelmo o Carreter,
quienes comprenden ante todo que lo épico futbolístico es, ante todo, un
lenguaje, y cómo tal lo leen:
Es ya tópico postular que las pugnas deportivas y sus
relatos, constituyen la manifestación actual de la épica. La cual, al par que
los otros géneros literarios, respondería a necesidades naturales de los
hombres, manifiestas hoy de modos bien peculiares. (..) El género heroico
implica la necesidad de ver en acción a los guerreros. (...) La literatura
acudió a satisfacer la demanda de lo heroico, y los rapsodas y aedos antiguos,
así como los juglares medievales, tradujeron en palabras las contiendas de los
paladines reales o legendarios.(...) [tras citar unos versos del Cid] Dígase si
momentos tan vibrantes podía declamarlos el juglar sin aguzar la voz, sin
alzarla al modo como los radiofonistas la encrespan y engallan hoy (...) Los
juegos deportivos modernos han venido a satisfacer el ansia de presenciar
hazañas[5].
A
pesar de lo que esta afirmación pudiera hacernos esperar, después de
introducirnos en la naturaleza épica del fútbol, Carreter por repasa toda una
serie de ejemplos tomados de locutores radiofónicos y periodistas deportivos,
que estarían destrozando la unidad y la pureza de la lengua castellana[6].
Presenta así un muestrario interesante de metáforas deportivas relacionadas con
el campo semántico de la batalla, del combate. Sin embargo, el único valor que
les otorga es el ornamental o el publicitario y su única repercusión es la de
ser caballos troyanos del fantasma de la disolución lingüística. Es decir, que
para Carreter, esta manera épica de narrar el fútbol sólo serviría al aumento
de las audiencias a cambio de prestar un flaco favor a la armonía del idioma
español.
Lo
que en Carreter se verificaba de una manera irónica se convierte en ideología
en el caso de Grijelmo quien en su análisis insiste sobre las mismas ideas, en
especial, en el carácter excéntrico del estilo, que considera gratuito. Para
él, la utilización de una lengua codificada en el discurso mediático del fútbol
responde a una patológica necesidad de su ámbito por autolegitimarse frente a
una mala consideración social[7].
Su idea es que este lenguaje, a pesar de la común opinión, no es en realidad
innovador u original, frente al castizo léxico de la tauromaquia, modelo de
contención y de hermosura. En todo caso, Grijelmo hace hincapié en su carácter
de lengua violenta, de jerga bélica que se correspondería perfectamente con la
naturaleza de este deporte. Su teoría es que estamos “ante una ficción bélica
de terribles consecuencias”: que de la violencia épica y guerrera del discurso
del fútbol pasamos con gran facilidad a una violencia física y real.
Sin
embargo, estos y otros teóricos del lenguaje épico-militar del balompié, no
suelen conceder a la metáfora guerrera mucho valor más allá de la inmanencia
lingüística[8]. Piensan que
es una manera de hablar, afortunada o no, interesante o monótona, pero que es
ante todo revestimiento ornamental. Frente a estas ópticas, me gustaría apostar
por el valor cognitivo de lo metafórico, que, con Lakoff y Johnson[9],
trasciende desde luego lo lingüístico y pasa a instalarse en el orden simbólico
y del imaginario. Comprender el fútbol en clave épica es un proceso con
necesarias consecuencias de tipo social y cultural. Que éstas no sean de orden
reactivo y que, frente a los temores de Grijelmo, no nos lleven a una guerra
mundial, no quiere decir que concebir el fútbol como épica sea una operación
inocente. Volveremos sobre esto.
En
todo caso, mi propósito en este trabajo será el de rastrear y documentar el
lenguaje del fútbol desde una perspectiva de lo épico, y específicamente desde
un concepto de épica románica medieval, comparando en la forma y en la función
ambos discursos, viendo en qué sentido uno pueda ser comprendido desde el otro,
con el objeto de responder a dos preguntas:
a) ¿Podemos hablar formalmente de una épica mediática (y
más estrictamente radiofónica) futbolística? Analizaremos cuáles son las
coincidencias entre el discurso de la épica medieval y el actual discurso
mediático del fútbol, a nivel de la forma y a nivel de la estructura.
b)¿Podemos hablar de las retrasmisiones deportivas como un
discurso épico en su función social? Trataremos de averiguar si, salvando la
distancia, de algún modo la función (o más bien, alguna de las funciones) que
la épica medieval cumplía en el mundo antiguo puede asumirla el fútbol en la
actualidad..
Una
última consideración previa será necesaria. El grado de lo igual es en sí mismo un problema que afecta al conjunto de este trabajo, con
lo que no haré si no reflexionar de una forma demasiado práctica tal vez sobre
problemas que la literatura comparada ha afrontado y resuelto. ¿De cuánta
igualdad estamos hablando? ¿cuánto de iguales tienen que ser dos cosas para que
podamos decir que son la misma? Es decir, que existirán posturas posibles para
posicionarse ante las semejanzas que creemos existentes entre ambos discursos.
Una primera postura, que será donde me inscribiré, potenciará la búsqueda de la
semejanza, la que se preocupe por señalar los parecidos entre textos de mundos
diferentes, aunque nunca obviará el hecho de estar ante hechos textuales bien
distintos. El hecho de mostrar una semejanza entre una canción de gesta
francesa del siglo XII y una retrasmisión deportiva de 2002 no implica negarle
a la primera toda su historicidad, su peculiaridad, su particular manera de
situarse en su tiempo, no pretende reducirla a una mera recurrencia formal,
pero sí que puede abstraer esos factores, y señalar
entre todas las condiciones singulares e individuales, una manera de semejanza,
un rasgo de parentela; para, a continuación, poder reescribir la historicidad
desde un nuevo sitio.
La
otra posición es la que niega la posibilidad de realizar tales mediaciones. A
una postura fuertemente historicista le bastará con señalar una diferencia de
ochocientos años entre las distintas manifestaciones que presentaremos para
negar la sola posibilidad de considerar posible la comparación. Siempre será
sencillo señalar matices para diferenciar la manera en la que, por ejemplo, se
presenta el sacrificio en la Chanson de Roldan y en
el discurso actual del fútbol. Cuánto espacio esta postura permita a la
mediación, cuánto terreno deje al contraste, es lo que permitirá (o impedirá)
algún diálogo entre ambas ópticas teóricas. Una discusión sobre el contenido de
este trabajo deberá venir precedida de una posibilidad de dicho diálogo.
Pienso, en todo caso, que estudiar comparativamente el discurso épico-mediático
del fútbol y el de la épica medieval es una opción teórica de la misma
naturaleza que la de buscar estructuras míticas de origen indoeuropeo en la
épica medieval y, por tanto, igual de (i)legítima[10].
2.
La posibilidad de una épica futbolística
Una
de las imágenes más sorprendentes que rodean al fútbol tiene lugar en el propio
interior del estadio. Allí, mientras el partido ocurre, cientos de seguidores
lo observan con los transistores al oído, escuchando la retrasmisión de aquello
que están viendo. ¿Qué les ocurre a esas gentes para llevarse la radio al mismo
campo de fútbol? ¿Por qué la escuchan al mismo tiempo? La respuesta, mi
respuesta al menos, es que, más allá de que quieran conocer el resultado de
otros partidos, quieren también oír lo que ocurre en el terreno de juego,
porque, en realidad, no entienden lo que está pasando allí. Allí, lo que hay,
en efecto, son “veintidós tipos corriendo detrás de un balón”, pero el
espectador necesita de una narración, de discurso que le cuente lo que ve pero
no entiende. Ese discurso es el discurso épico. Lo épico no acontece, se narra.
No es un hecho, es una interpretación de ese hecho.
«Pero
el fútbol exige palabras, no sólo las de los profesionales, sino las de
cualquier aficionado provisto del atributo suficiente y dramático de tener
boca. ¿Por qué no nos callamos de una vez? Porque el fútbol está lleno de cosas
que no se entienden. La atracción del fútbol depende de su renovada capacidad
de hacerse incomprensible»[11].
El partido ocurre en la manera en que es verbalizado. Y esta manera es
absolutamente épica: dos fuerzas enfrentadas en una pugna deportiva comprendida
con y desde el léxico
de la guerra, cuyo enfrentamiento al tiempo remite a un orden cósmico (con la
intervención de lo divino), social (cada una de las fuerzas actúa como signo de
una comunidad a la que representa y de la cual adquiere sus atributos) e
individual (la lucha del héroe épico, jugador, contra su destino y contra sus
propias características). Estos podrían ser los trazos básicos del discurso
mediático del fútbol, que describiré en el apartado siguiente, teorizados ya
por Verdú[12] y que, no
casualmente desde luego, coincidirían en su verbalización con la definición que
Jean Marcel Paquette acuñó de la epopeya antigua:
L’épopée est le récit d’une
action héroïco-guerrière se déroulant sur le double plan de l’histoire et de la
fiction ; elle est composée d’un tryptique où chacun des trois niveaux oppose
des forces, le premier, de nature globale, le second, de nature sociale, le
troisième, de nature existentielle; ce dernier niveau fait apparaître la figure
du couple épique duquel émerge en fin de compte l’individualité singulière du
héros titulaire.[13]
Si
admitimos lo expuesto estaríamos ante una narración-tipo muy similar. El
segundo aspecto que se menciona como rasgo característico de la épica medieval
es su carácter oral, performativo e improvisado y la figura del juglar como
mediador necesario con el acontecimiento y encargado de representar el cantar
de gesta en cada caso. Ese carácter y esa figura también los reconocemos en el
fútbol (y también los han reconocido numerosos estudiosos), bajo el disfraz del
locutor.
En los partidos de mi infancia, el hecho fundamental
fue que los narró Ángel Fernández, capaz de transformar un juego sin gloria en
una trifulca legendaria. Las crónicas de fut comprometen tanto a la imaginación
que algunos de los grandes rapsodas han contado partidos que no vieron; casi
ciego, Cristino Lorenzo fabulaba desde el Café Tupinamba; el Mago Septién y
otros pocos lograron inventar gestas de fútbol, a partir de los escuetos datos
que llegaban por radio a la estación de radio[14].
Este
tipo de relatos, donde los locutores aparecen como verdaderos artífices del
partido, que lo inventan, lo imaginan o lo sueñan, son muy abundantes en la
bibliografía del fútbol. El juglar del fútbol
moderno[15],
por falta de información primero y por una cuestión estética o retórica
después, propone una nueva realidad más allá de los acontecimientos. Su
narración se superpone al partido: tanto por que propone una dimensión
trascendente donde los sucesos se organizan según una lógica del destino-la
culpa-el esfuerzo, como porque, en ocasiones, la realidad pasa a ser
completamente ignorada, y la acción narrada no se reconoce en ella. La realidad
propuesta por el discurso épico futbolístico obtiene una extraña inserción “sur
le double plan de l’histoire et de la fiction”.
Pero
en efecto, dos simples objeciones interrelacionadas distanciarían enormemente
nuestra épica radiofónica de aquellas formas épicas medievales. Desde luego,
ahora el partido está sucediendo simultáneamente a su narración. El discurso
puede mantener una relación con él, semejante, parecida o vagamente similar a
la que la canción de gesta tenía con las gestas históricas concretas, pero,
ahora, al tiempo que ocurre el hecho, es verbalizado. De esto se deriva que
cada composición de la épica radiofónica es radicalmente diferente de las otras.
Son narraciones únicas para ocasiones distintas. No existe un concepto de
«obra» asimilable al de la época antigua. No podríamos llegar a decir,
adaptando a Zumthor, que la retrasmisión del partido del Real Madrid-FC
Barcelona fuese la suma de sus distintas retrasmisiones[16].
Es
decir, que el texto de la épica futbolística no es
tal, sino una realización única, irrepetible, firmemente ligada a una
circunstancia concreta, y desprovista de toda voluntad de fijación,
conservación o permanencia. Sin embargo, creo, esto no nos impide intentar una
comparación. La diferencia que aquí se nos muestra, se vuelve semejanza cuando
nos interrogamos por las marcas formales y estructurales de ambos discursos.
Se podría buscar una coherencia entre
las diversas retrasmisiones, objetando la existencia de estructuras más o menos
cíclicas que organizarían estas formas épicas, es decir, que las diferentes
retrasmisiones se agruparían en una suerte de grupos: ciclo de la Liga, ciclo
de la Liga de Campeones, ciclo de la copa del Rey, ciclo de la Eurocopa o del
Mundial... Aún admitiendo esta serialización, es evidente la inexistencia de
fuertes trazos de unión entre sus manifestaciones.
Si
al margen de analizar lo épico como una forma dada, lo concebimos también como
un tipo de discurso con una función concreta en lo social (unificación de la
comunidad en un discurso colectivo mítico-simbólico portador de una serie de
valores sobre la identidad, la legitimidad y la historia de dicha comunidad),
que en cada época y en cada sociedad adoptase una forma narrativa concreta, no
encontraríamos ninguna dificultad en englobar al fútbol en esa concepción. No
dejaría de ser un tópico afirmar que la sociedad occidental hubiera articulado
en un determinado tipo de películas y en las retrasmisiones deportivas una
modalidad de lo épico. En ese sentido, quiero mencionar las aportaciones de
Pedrosa, quien en el seno de una mucho más amplia «lógica de lo heroico»
integra el fenómeno futbolístico en el seno de dispositivos épicos generales,
afirmando que en la actualidad el deporte ha asumido una narratividad de tipo
heroico, en la cual una comunidad de héroes a través de su dominio de los
espacios estrechos (introducir un balón en una portería custodiada) reparte
bienes de tipo simbólico en el interior de la comunidad[17]. La coincidencia de la forma narrativa del rito del fútbol en el
interior de esquemas narratológicos asociados a lo heroico de tipo universal es
un punto de comienzo interesante para poder afirmar que, a partir de ahí, en el
discurso que narra ese rito (y que en gran medida lo suplanta) en su forma,
estilo y funciones posee características comunes a aquellas con las que
definimos la épica románica medieval.
Las
semejanzas formales y estructurales a las que me he referido ya, y que desarrollaré
en el epígrafe siguiente, harían viable una comparación entre esta segunda
forma contemporánea de lo épico y la forma correspondiente medieval, no para
proponer, insisto nuevamente, solapar sus diferencias, sino con la convicción
de que, a través de dicho cotejo, podamos entender el discurso mediático del
fútbol desde una perspectiva distinta y más profunda, cobrando una mayor
conciencia de su naturaleza, revalorizándolo en tanto que discurso e
interrogándonos por su papel en nuestra sociedad.
Pienso
que este tipo de discurso interpretativo, es, en realidad, una manera no sólo
legítima sino necesaria de revisitar la literatura medieval; utilizar los
discursos del pasado para entender aquellos de nuestro presente es una opción
teórica que abre también nuevas vías de entender la tradición. Es decir,
sabemos que la épica románica medieval nos sirve para comprender el discurso
mediático del fútbol, pero quizá este último (o a través de esta operación
interpretativa) nos pueda llegar a decir algo de la primera.
Otra
salvedad es necesario marcar aquí. Una cosa es que sea posible comprender,
organizar, construir el fútbol alrededor de la idea de «discurso épico», pero
ello no permite que todo pueda reducirse a eso. En todos sus niveles, el fútbol
presenta una complejidad que esta concepción no sería capaz de asimilar
completamente. Por ejemplo, junto con el léxico bélico, encontramos otros
campos metafóricos distintos en este discurso mediático (el de la sexualidad,
el de la economía, el de la aeronáutica...), o encontramos digresiones técnicas
por parte de sus comentaristas, cuñas publicitarias y otro tipo de estructuras
temáticas que no serían posibles de comprender desde lo épico. Será necesario,
pues, abstraer aquellos fragmentos estrictamente
épicos en lo sucesivo para organizar coherentemente este trabajo, siendo, sin
embargo conscientes de la existencia de otros cotextos.
No
obstante, alrededor del fútbol se organizan diversos grados de narraciones,
formas muy distintas de discurso, que van desde la retrasmisión deportiva, a la
crónica periodística y que, en última instancia, se introducen en las formas
altas de lo literario. En todos sus estadios es posible reconocer la
importancia de lo épico, como el eje conductor unificador de este discurso.
En
su primer grado, el del juglar-locutor, es donde
centraremos sobre todo nuestro análisis, por considerar que esta forma será la
más cercana a la de la épica medieval, por sus propias características
performativas. Se trata de comentaristas deportivos que narran el partido desde
unos códigos fijados. Su manera de hablar está igualmente codificada, a caballo
entre la recitación y la salmodia (con registro vocal que alterna sobre algunas
primitivas estructuras tímbricas cuyo empleo, al igual que en la épica medieval,
remite a situaciones concretas de la narración[18]).
Muchos son los teóricos del fútbol que en un sentido large han relacionado al locutor moderno con el recitador medieval:
Esa sostenida elevación del tono elocutivo, mucho más
agudo que el empleado en las demás funciones orales del lenguaje, revela la
naturaleza de registro especial que posee el idioma empleado para comentar los
espectáculos deportivos. Por sí solo, es signo del carácter a-normal que lo
caracteriza. Da cuenta de sucesos y de fenómenos no prácticos, ajenos a la
experiencia del común de las gentes, para las que aquello es una afición
improductiva. (...) También cambian de voz los recitadores de versos.[19]
Esa
extrañeza necesaria del lenguaje de la oralidad, que debe marcar claramente la
utilización de un uso “a-normal” del lenguaje, como una forma de ritualización
del discurso y que, al tiempo, sirve para captar la atención del oyente, se
convierte, en “profusión de figuras retóricas” en el segundo grado de las
narraciones mediáticas del fútbol, es decir, en las crónicas deportivas. “Es
lógico: el redactor, tiene también la necesidad de extrañar, para lo cual, fuerza y violenta la prosa ordinaria de la noticia. No
disponiendo de los recursos vocales del locutor, ha de compensarlos con un
despliegue ostentoso de ornamentos”[20].
De
este segundo estadio, utilizaremos mayoritariamente los titulares, lugares
donde se condensan las pretensiones épicas y la necesidad de impactar al
lector. Por su claridad, servirán de ejemplos ocasionales en el siguiente
epígrafe. El lenguaje de las crónicas se aleja ciertamente del estilo formular
de la retrasmisión radiofónica, y, según en qué casos, de la propia épica
deportiva. Habría que distinguir, con Verdú, diferentes tipos de crónicas[21],
de las cuales solamente algunos (aunque los más frecuentes) encajarían en lo
que podríamos llamar un discurso épico. En algunas ocasiones, ciertamente
escasas, encontramos crónicas que por su estilo y procedimientos, parecen
funcionar como verdaderas prosificaciones de retrasmisiones preexistentes, que no he dudado en emplear en el siguiente epígrafe.
Por
último, el fútbol entra también en la literatura culta. Los casos de escritores
fascinados por este deporte son muy numerosos y se pueden documentar al menos
en los últimos ochenta años. Sus composiciones van desde la novela
futbolística, al cuento breve y de la oda al haiku. En algunos casos, que son
los que aquí desde luego más nos interesarían, la escritura culta de lo
futbolístico se sigue procesando en clave épica. Un texto como “Oda a Platko”
de Rafael Alberti, “Gol y triunfo” de Rogelio Buendía o la nacional-socialista
“Oda a Ricardo Zamora” de Pedro Montón Puerto son ejemplos perfectos de
reelaboración poética de una épica futbolística anterior[22].
Me
gusta imaginar, examinando las relaciones entre estos estadios compositivos
diferentes, un panorama complejo que configura toda una suerte de «red épica»,
con fenómenos de interferencias, interrelación y transversalidad, con
representaciones icónicas (fotográficas y publicitarias) que podría llegar a
recordarnos (no digo a compararse) a aquel extraño paraje épico de la Edad
Media.
3.
Retórica del discurso épico-mediático del fútbol
Empezaremos
comparando dos pasajes. El primero pertenece a una retrasmisión de un encuentro
reciente entre el Deportivo de la Coruña
y el Celta de Vigo. El segundo pertenece al Poema de Mio Cid.
Vuelve a la carga el equipo blanquiazul,
esta vez por medio del incombustible Mauro Silva,
Mauro que la quiere pasar pero no puede,
se va para el medio del campo,
Mauro a Fernando, ¡lo que le ha hecho!,
Fernando con el esférico en el pie, aguantando,
ya ha visto a Pandiani adelantado,
qué bien se la mete en profundidad
qué bien lo ha visto rifle Pandiani,
avanza entre las filas celestes, firme la defensa,
alguien mete la pierna, sacará de banda. (...)
cuánto daño está haciendo a los defensas del Celta.
Cada vez que los de Coruña llegan, traen el peligro en
sus botas.[23]
37.Qué bien que estaba luchando, sobre su dorado arzón,
don Rodrigo de Vivar, ese buen campeador, (...)
38.A Minaya Alvar Fañez mataron le el caballo,
bien lo acorren mesnadas de cristianos.
la lanza a quebrada, al espada metió mano,
mager de pie buenos colpes iba dando.
Ya le ha visto Mio Cid Ruy Díaz el castellano,
se va para un alguazil que tenía un buen caballo,
cortol por la cintura y échale en medio del campo,
A Minaya Alvar Fañez ival dar el caballo: (...)
firmes están los moros, no nos van aún del campo.
Cabalgó Minaya el
espada en la mano
por estas fuerças fuerte mientre lidiando
a los que alcanza valos delibrando (...)[24]
A
mi modo de ver, los paralelismos entre ambos pasajes son lo suficientemente
evidentes como para pasar por alto el hecho de que los dos textos comparten un
mismo modo compositivo. La organización de los sucesos, la utilización de
estructuras rítmico-sintácticas, o la presencia de formas perifrásticas para
aludir a los personajes, nos sitúan en un mismo plano discursivo. Tenemos, o al
menos tengo, la impresión de estar ante un parecido tipo de discurso.
Hay
un hecho. La narración futbolística que estamos viendo es un tipo de
composición oral e improvisada que presenta sucesos de carácter guerrero o heroico, con lo que parece hasta cierto
punto lógico que fenómenos de naturaleza formal (maneras de captar la atención,
recursos rítmicos o mnemotécnicos) pudieran darse en ambos discursos. Desde
luego la narración futbolística no se canta y desde luego no todas las
narraciones orales e improvisadas son de la misma naturaleza. Quiero decir, que
ni el discurso radiofónico deportivo es igual a la
épica medieval, pero ni mucho menos su carácter oral e improvisado explica en
sí mismo las similitudes que con ésta muestra.
Lo
que pretendo mostrar aquí es que entre ambos discursos se dan un gran número de
coincidencias, en el nivel de su forma y en el nivel de la configuración de una
materia épica. En este apartado trataré de rastrear esas similitudes, de ver
cuáles son esos paralelismos, cómo funcionan, en qué sentido se articulan.
Intentaré mostrar hasta qué punto son semejantes ambos discursos.
6.1.
En la forma y en la elocución
En
los estudios sobre la épica medieval, me ha parecido advertir una preferencia
por identificar lo épico con una forma, de desplazar al terreno de lo verbal la
condición de epicidad. Zumthor quiso explicar la épica como un conjunto de types, a un sistema de fórmulas que se combinarían yuxtaponiéndose[25].
Para Rychner[26] la épica
medieval es también un conjunto de fórmulas y motivos que formarían el cantar y
que el juglar uniría, emplearía o no, situando la rigidez y la monotonía en su
base compositiva: “componer improvisando de viva voz implica que el juglar no
puede detenerse en la búsqueda atenta de formas originales y variadas[27]”.
La yuxtaposición, la recurrencia, la repetición son algunas de las
características con que más frecuentemente definen el lenguaje de los cantares
de gesta.
Esto
parece ser también la base compositiva de la retrasmisión deportiva, pensada
como una sucesión más o menos inconexa de pasajes distintos, que remiten a
situaciones preexistentes muy concretas y cuya actualización está fuertemente
codificada. Será necesario decir aquí que en nuestro discurso no encontraremos
realizaciones con una argumentación muy trabada entre sus episodios. Por mucho
que recurramos a los teóricos que afirman que la canción de gesta, sobre todo
en sus realizaciones orales, carecía de estructura unitaria, como lo hace
Rychner[28],
no podremos hablar de «narración» en un sentido comparable. En el discurso
épico-mediático del fútbol, las acciones son puntuales, se suceden, son
sucesiones de figuras, rodeadas de silencio, escenas prefijadas de personajes,
por imitar los términos que Auerbach[29]
utilizó para referirse a la épica medieval, pero no hay una lógica más allá del
relato futbolístico, con psicologías, causalidades, conflictos sociales.
Pero
si descendemos en los niveles de la organización formal del texto, abandonamos
el marco de los types-quadres (Zumthor) o de los thèmes (Rychner y Boutet), y nos introducimos en los motifs y formules, ahí sí podríamos reproducir
los análisis estructurales del lenguaje de la gesta medieval en el de la
retrasmisión deportiva. Podríamos realizar nuestro sistema de listados y de
enumeraciones con un corpus de retrasmisiones de fútbol y, de esta manera, establecer
también nuestra lista de types, en la que
incluiríamos el gol, el lanzamiento del corner, el lanzamiento del penalti, la
asistencia médica al jugador caído, el ataque, el contragolpe, la parada, el
desmarque, la falta... y un largo etcétera.
A su vez, a cada tipo le podremos
asignar una serie de fórmulas sin mayor dificultad. Así, el tipo o motivo del
lanzamiento del penalti incluye la discusión por el ejecutor (quiere tirarlo
Ronaldo, Roberto Carlos dice que quiere tirarlo...), posición del lanzador
(brazos en jarra, mirada fija...), establecimiento del punto de penalti
(adelanta la pelota, protestas de los rivales), posición del portero (en medio
de los palos, bajo el larguero...), intentos de despistar del portero, amagos
del ejecutor... Podríamos realizar este análisis y sistematizar todas las
posibilidades de la retrasmisión deportiva en un complejo sistema de tablas y
en un léxico finalmente limitado de elementos verbales. Sin embargo, tal
análisis excedería el marco de este trabajo: lo que me interesa es la
posibilidad de llevarlo a cabo, de someter a una misma metodología crítica
ambas formas discursivas con el convencimiento de obtener resultados
equiparables, señalando así una familiaridad estructural.
Para
demostrar dicha posibilidad nos bastaría con un sencillo procedimiento. A
través de una serie de calas en un buscador en internet, podemos deducir que las fórmulas empleadas en las retrasmisiones
deportivas y en las crónicas escritas se encuentran muy codificadas. Podemos
también obtener comparativamente sus grados de recurrencia. Así, por ejemplo,
un penalti rige los adjetivos “clamoroso”, “claro”, “dudoso”, “absurdo”; un
tiro a puerta puede ser “envenenado”, “imparable”, “desviado”, “raso”, “alto”,
“inocente”, “afortunado” o “acertado”; una jugada “personal”, “de equipo”, “ensayada”... En el fondo
las posibilidades de desarrollo de las distintas fórmulas son bastante
reducidas, sólo en ocasiones mejoradas por la creatividad del locutor de turno.
Ofreceré
otro ejemplo: el motivo de la arrancada. Esta vez todos los ejemplos están
tomados de las retrasmisiones deportivas de la última jornada de la liga
2003-2004. Observamos una tendencia a situar al final del verso el nombre del futbolística (sólo el nombre o acompañado o sustituido
por el epíteto épico), y a situar el verbo al comienzo. Por lo demás, pequeños
detalles circunstanciales, referencias a la velocidad.
“Arranca
por la banda Ronaldo el pichichi del Madrid”
“Arranca
de detrás Roberto Torres”
“Qué
bien se va el central del Valencia”
“Qué
rápido arranca el caño Ibagaza”
“Se
va por la banda rifle
Pandiani”
“Se
va por velocidad el caño Ibagaza”
“Se
va de dos centrales Ronaldiño”
“Intenta
ganarles la carrera Ronaldiño”
“La
arrancada de Ronaldo al pase del central”
La
impresión de conjunto es pobre. La sensación de estar ante un lenguaje
codificado, monótono, aburrido, solapa cualquier consideración de tipo
estético. Podríamos recordar las palabras de cualquiera de los teóricos
medievales citados, para argumentar que, en este tipo de géneros orales, toda consideración sobre la calidad del texto se desplaza hacia su
realización. En todo caso, las razones de esa recurrencia de lo formular, de
esa parecida manera de elaborar un código épico son en el fondo las razones de
la similitud estructural entre ambos discursos. Aunque sobre esta cuestión
volvamos al final de este apartado, sí que me gustaría señalar aquí la
rentabilidad comunicativa de esta técnica y su adecuación retórica a una
función social. Es decir, que quizá esta manera de contar sea la más adecuada
para la función que desarrolla y que el estilo formular y reiterativo y la
yuxtaposición de escenas (y la persistencia de toda una amplia gama de recursos
retóricos), sean la mejor manera de atraer la atención del público, transmitiendo
una idea de inmediatez y cercanía respecto a lo narrado, e introduciendo en los
receptores la tensión consustancial a lo épico.
Este
poética circular y monótona, lo hemos dicho, sólo se completa en su
actualización, y es ahí donde debe juzgarse. Ahí la lengua épica debe ser
siempre excesiva, un lenguaje más lúdico que estético[30],
mucho más en sus manifestaciones orales, como requisito básico para captar la
atención de un espectador, intentando por medio de una sobrecarga estilística,
compensar el hecho de la falta de presencia del receptor en el acontecimiento
relatado. Ese factor de mediador del juglar-locutor
respecto a la experiencia le obliga a dotar a su discurso de un plus de
innovación lingüística, a la configuración de una lengua extraña así legitimada
para hablar del acontecimiento. Incluso los detractores de esta práctica han
sabido señalarla ad contrarium:
Nada les importa ser chocantes: en eso reside lo que,
en su propia lengua, se llama su «carisma». Y así van apartándose del pueblo
hablante, y destrozando la unidad lingüística de los hispanos, cuando, si
tuvieran una pizca de seso, fortalecerla debiera ser su obsesión.[31]
Lo
que Lázaro Carreter afirmaba a propósito del sintagma “de cara a la portería
contraria”, no debe considerarse
como una amenaza potencial a la integridad de un sistema lingüístico. Con su
uso extrañante, el recitador (antes y ahora) se confiere de legitimidad para
desempeñar su función, con esa lengua marcada, ritual y, ante todo
espectacular. Con ese uso oblicuo del lenguaje el actor construye su prestigio
y logra seducir al espectador. No debemos olvidar la condición “literaria” o
“estética” de esta variedad que el hablante percibe muy bien como un registro
especial del lenguaje, hecho que constituye una barrera ante ese supuesto
efecto corruptor que desempeñaría en el conjunto del sistema lingüístico. Otro
tanto se puede decir de las críticas ante los anglicismos que la épica
deportiva incorpora[32]:
un mínimo ejercicio de memoria histórica nos hará ver que la épica medieval
española, pese a la masiva entrada de tecnicismos bélicos galos, no nos hizo
perder un ápice de integridad idiomática, sino más bien lo contrario, le
otorgamos el papel de texto fundador.
En
todo caso, y no será necesario ampararse de nuevo en Zumthor para justificar la
afirmación, la característica más importante del lenguaje épico oral es de
orden performativo. En la actuación, la entonación de la voz con todas su
diferentes posibilidades rítmicas, tímbricas y melódicas, y los códigos proxénicos
(cuando los hubiere) actúan como un nivel superior en la enunciación que
recubre y determina todo el mensaje. Esa función especial de la voz, tan fácil
de identificar en nuestros actuales locutores radiofónicos (caRRRRRUsseLLLL
depoRRRtivOOOOO) es en realidad una de las armas retóricas más efectivas del
lenguaje épico. Todas sus manifestaciones históricas emplean usos extrañantes
de la voz, recitativos, salmodiados, formas especiales de la enunciación. Según
Roberto Ruíz Capellán, inspirado por Zumthor:
Antes de servir de vehículo al lenguaje, la voz se
manifiesta en grito o susurro, en risa o llanto, dando así salida, sin otra
mediación, a lo indecible, a lo profundo y más intenso del ser; de ahí, más
allá de lo que la palabra dice, la capacidad de la voz para expresar la emoción
y suscitarla, o para seducir y apaciguar. Por eso, la palabra hablada posee un
calor vital y un poder de seducción muy superiores a los de la escrita y es
garantía de veracidad. En el curso de la declamación alterarían no sólo
diversos ritmos, arrebatados, moderados o más lentos, sino acaso modulaciones y
timbres distintos de voz a tenor de la intensidad del pasaje y de su carácter
narrativo, lírico o dialogado, serio o jocoso[33].
Si
nos adentramos en el texto y dejamos de lado la
dimensión enunciativa, y analizamos internamente el discurso mediático actual
del fútbol desde los parámetros que los teóricos de la épica medieval
identificaron como característicos de la misma, podríamos evidenciar una
vigencia y eficacia de idénticos mecanismos retóricos, con la intención de
demostrar, a través del análisis estructural, una profunda similitud entre
ambos mundos épico-narrativos que nos llevará a concluir que nos encontramos
ante formas iguales del discurso.
Este
lenguaje al que nos referimos es claramente el de la guerra. El encuentro
futbolístico será explicado como un combate. Los diferentes sucesos del
encuentro encontrarán un acomodo en la lógica del discurso militar. Además, no
se tratará de una bélica cualquiera, sino de un discurso de la lucha que no
podrá dejarnos de remitir a la Edad Media. Cierto es que las metáforas
guerreras hablarán también de «obuses» y «cañonazos», pero, mayoritariamente,
presentarán el combate desde unos modos que se nos ofrecen antiguos, desde nuestra
visión de lo que puede ser la batalla campal en un sentido clásico. Para
demostrar estas afirmaciones, citaré un largo pasaje de Grijelmo, en el que se
compilan un amplio número de metáforas guerreras:
Un jugador será la punta de lanza, y antes del partido las espadas estarán en todo lo alto... y los equipos
buscan un jugador-ballesta (...).
Y también un delantero con
instinto asesino, que pueda
ser el verdugo del máximo
rival. Las figuras de los dos equipos en pugna mantendrán a su vez un duelo particular, quien tal vez decida el enfrentamiento. La estrategia general del juego se asemeja a la de un campo de
batalla, puesto que no hay que descuidar la retaguardia, la mejor defensa es un buen ataque, a veces se precisa acometer un repliegue de líneas para luego situarse en una demarcación
no vigilada, acumular peones
para ejercer la presión.
(...)... El entrenador arenga a los jugadores como el general a los soldados, y
además extiende su mando a través del capitán del equipo. Y cuando las tropas están cansadas, acude
a los hombres de refresco que
supongan un revulsivo. Por
supuesto, aquellas selecciones nacionales que se forman con hombres repartidos
por diversas ligas extranjeras (caso de Dinamarca) están formadas por
"mercenarios". (...) Pero los defensas a menudo
desentierran el hacha de guerra, y tal vez acabarán con él, no siempre jugando en buena lid. Porque los zagueros deben ser un baluarte para el equipo, un buen escudo defensivo.
Está en liza el honor del
club. El resultado campeará en
el marcador, el ataque pondrá cerco a la portería contraria, el equipo de casa juega en su
feudo, se ha armado bien en defensa... Ya veces se sale de un
partido con varias bajas gracias
a la benevolencia del juez de la contienda para con el juego agresivo del equipo rival. Antes de retirarse del campo, el
futbolista habrá estado renqueando, flaqueando, resquebrajándose... sostenido sólo por su pundonor.(...) Además, el jugador milita en un equipo, se integra en sus filas...[34]
El
primer problema que surge en la comparación lingüística es de orden estrófico.
La estructura compositiva básica de la épica medieval, la laisse o «tirada» es difícil de reconocer en nuestras modernas
retransmisiones. Si bien es cierto que el carácter paralelístico de esta
estrofa se repite en las secuencias de las retrasmisiones radiofónicas, no
obstante, la condición de rima asonantada está generalmente ausente, hecho que
impide la utilización de la terminología estrófica medieval salvo en un sentido
muy relajado. Digo, en todo caso generalmente, porque, en ocasiones, sí es
posible reconocer una primitiva estructura rítmica en ciertos pasajes:
Gol del Moro, Gol de Morientes
balón que le mete en profundidad Barajas
balón que va despacio
el Moro
controla con la pierna derecha abajo
batió al guardameta andorrano
marcó el Moro, marcó,
gol del Moro[35]
Hay gol en Valladolid, gol del Valladolid, el tercero,
de cabeza Caminero,
la contra de Xavi Mora espléndido
la puso a la cabeza del madrileño
impecable a la escuadra izquierda de Reina, marca el
tercero,
no sirve de nada, Valladolid tres, gol de Caminero
Villarreal cero[36]
pase largo que
envía el esférico al área,
España al
remate, Raúl, ¡falla!
el balón se
fue, Raúl que casi llegaba,
estoy seguro
que si él no intenta rematar
venía detrás
Torres como un león[37]
En
realidad, la estrofa, si se puede hablar de algo así, de nuestra épica
futbolística, estará marcada por una gran libertad métrica, estructurándose
normalmente por medio de recursos paralelísticos, por la aliteración y por la
antítesis. Se podría argumentar que en otras tradiciones épicas estos son los
rasgos estróficos fundamentales, frente a la apuesta por la asonancia y los
hemistiquios de nuestras épicas romances. Respecto a este último recurso, sí se
nota en el corpus una tendencia más o menos constante a la bipartición del
verso, que por lo demás resulta completamente anisosilábico.
En
la trascripción de las estrofas que aquí presento,
la decisión de marcar el final del verso se ha
llevado a cabo desde criterios prosódicos. Es la entonación la que en nuestro
discurso determina la estrofa. La épica futbolística propiamente dicha sólo es
oral; salvo excepciones no se ve configurada, regularizada por una tradición de
escritura como es el caso de la épica medieval (Boutet). Los usos estróficos de
una y de otra no son fácilmente comparables.
Pero
será sin duda la larga lista de figuras retóricas paralelísticas la que con más
claridad se reconozca en el análisis de las tiradas
futbolísticas. Las frases bimembres con miembros antitéticos (se tiró el
portero a la izquierda y él se lo tiró a su derecha), secuenciados (brazos en
jarra, Gavanon debajo) o complementarios (marcó de penalti Vicente y llegamos
al descanso); las anáforas (ahí va Jeremy Gavanon, que tiene nombre de perfume
/ ahí va Vicente, tira Vicente); el paralelismo entre los dos hemistiquios (se
acabó la primera parte, se acabó de la mejor manera imaginada); la catáfora
(vamos al penalti, ahí va, Vicente Rodríguez / ahí va Vicente, tira Vicente,
gol, gol de Vicente Rodríguez ); la reiteración de mots clés (Gavanón, penalti, Vicente, gol); el quiasmo (y ahora mismo sí que hay
dos partes en el campo, enloquecida la naranja, la blanquiazul casi muerta);
serán los recursos más productivos y reiterados. También podemos mencionar un
uso literario que lleva a desplazar al final del verso aquellos términos claves en el pasaje (en el descuento, en el dos y
medio, Valencia uno, / Olympique de Marsella cero). Todos estos procedimientos
se emplean de una manera sistemática, intuitiva, en la épica radiofónica,
formando una compleja trama rítmico-sintáctica que es la que en última
instancia da coherencia a la estrofa. Del mismo
modo que ocurría en la poesía épica oral, el locutor se entrena en el dominio
de estos recursos que le permiten, desde unos moldes asumidos, improvisar con
comodidad tiradas elegantes:
ahí va Jeremy Gavanon, que tiene nombre de perfume,
vamos al penalti, ahí va, Vicente Rodríguez,
brazos en jarra, Gavanon debajo,
ahí va Vicente, tira Vicente,
gol, gol, goooooooooooooooooool
de Vicente Rodríguez,
lanzó el penalti, como si hubiera lanzado mil
se tiró el portero a la izquierda y él se lo tiró a su
derecha
en el descuento, en el dos y medio, Valencia uno,
marcó de penalti Vicente y llegamos al descanso,
Olympique de Marsella cero,
se acabó la primera parte, se acabó de la mejor manera
imaginada
y ahora mismo sí que hay dos partes en el campo,
enloquecida la naranja, la blanquiazul casi muerta[38]
Entre
ambas partes de esta retrasmisión existe una relación de paralelismo en un
grado idéntico al de las laises similaires que
describió Rychner[39]. Es la única de las estructuras paralelísticas de enchaînement que señala en su trabajo que es fácil reconocer en el discurso
épico-mediático del fútbol. Se trata generalmente de una primera estrofa de ritmo rápido que concluye con una acción contundente (falta, fuera,
gol...) y una segunda que es reprise y amplificatio de la primera, donde el uso de los verbos se hace en tiempo pasado y
donde el locutor utiliza un tempo lento en la
descripción de los detalles[40].
Dentro
de esos procedimientos estructuradores comunes a la épica podemos mencionar el
especial tratamiento de las exclamaciones retóricas, donde al tiempo que se
enfatiza la acción se transmite una sensación de proximidad, de inmediatez.
Aquellos “¡Dios, commo es bien barbado!” no se alejan demasiado de nuestras
exclamaciones modernas :
el caño Ibagaza pone la pelota al primer palo
y el uruguallo de los Santos
de cabeza bate al guardameta israelí Dudú
marcó el Atlético, marcó los Santos
¡madre mía qué bien la puso el caño Ibagaza
con esa bota que es un guante!
¡y qué bien entró, con qué rabia De los Santos!
¡poquito, poquísimo, diría yo, ha durado la alegría de
una afición![41]
La
aliteración será otro de los procedimientos habituales de la épica que volvemos
a encontrar en las retrasmisiones deportivas. A causa de esa necesidad de
producir lenguajes expresivamente marcados, y como un recurso más de la lengua
para producir unidad en el discurso, “los locutores ponen énfasis en las
palabras que denotan agresividad, violencia fonética sílabas explosivas, las
fricativas sonoras. Por eso las expresiones típicamente futbolísticas están
llenas de erres, esas consonantes feroces que ya estudiamos en sus efectos
poéticos y políticos: regate, rapidez, recorte, rechace, atrapa, irrumpe,
aferra, penetra, se incrusta,
barrera, travesaño, destruye, rompedor...” [42] Esta figura se ve enriquecida por el alargamiento excesivo de
determinadas consonantes, siempre oclusivas o vibrantes (será difícil encontrar
a un locutor radiofónico aliterando sibilantes), lo que multiplica su eficacia.
Alejada
un poco ya de la mera estructuración del texto, y con consecuencias evidentes
sobre su sentido, se observa un frecuente uso dislocado de los deícticos[43]. El locutor debe marcar su proximidad con los hechos, debe hacernos
creer que está presenciando, integrándose en los acontecimientos, que tiene un
acceso directo a los mismos. Nos es necesario imaginarlo en el fragor de la
batalla como un soldado más, o como el jugador duodécimo sobre el terreno de
juego (pues estas consideraciones son aplicables a ambos tipos de discurso
épico). “Ahí va Jeremy Gavanon, /
vamos al penalti, ahí va, Vicente Rodríguez” (vid. supra). O, más recientemente: “ahí va Luque, Luque en el área / ¡falló! ¡y
es que es zurdo![44]”. Este uso de los deícticos participa también del empleo de fórmulas
enfáticas donde el locutor se dirige a los jugadores: “ahí, vamos al desmarque Fernando, vamos Niño[45]”.
Quizá
el rasgo más singular de una retórica épica son los llamados epítetos épicos,
fórmulas más o menos lexicalizadas que acompañan al nombre de los héroes o
protagonistas, sirviendo al tiempo de presentación y caracterización del
personaje. En este sentido, nuestro discurso se muestra especialmente rico,
habiendo generado una gran cantidad de formulaciones variadas, facilitando en
ocasiones varios epítetos para aquellos personajes
que lo merezcan. Estos se refieren a cualidades físicas o tácticas de carácter
hiperbólico: Marcelo “Matador” Salas, Desailly “La Roca”, “Muralla” Kahn,
“Locomotora” Hierro, el “Cerebro” Guardiola, “Tiburón” Figo, Iván de la Peña
“El divino calvo”, “Toro” Acuña,
el galgo Finidi, “rifle” Pandiani, el incombustible Mauro Silva, el
eterno Donato, el sobrio Djukic, el loco Revivo... Al igual que sucede en la
épica medieval, estos epítetos se imponen por la tradición, vienen dados y los juglares los repiten y enriquecen. Junto con estos epítetos épicos de
naturaleza figurativa encontramos otros, atribuidos a personajes más
importantes que los caracterizan por su función en el equipo: Fran es “La zurda
blanquiazul”, Naybet “El mariscal de la defensa”, Raúl “la joya de la corona
blanca”, Franco Baressi “Gran Capitán” o “el zar” Mostovoi. Por último,
encontramos aquellos que hacen alusión a la historia del personaje, que se
adjudican a título honorífico en reconocimiento a las hazañas realizadas:
Cantona “El enfant terrible” (también apodado “la bestia”), Koeman “el héroe de
Wembley” o Ronaldo “o Rei” o también “a folha seca” (epíteto que le viene de la
siniestra parábola que imprime a sus disparos).
La
naturaleza de estas acuñaciones está muy próxima de aquellas medievales: se
elogia la fuerza, la rapidez o la inteligencia, se alude a algún rasgo físico,
o bien se distingue con una especial relevancia en el seno de la comunidad, o
se mentan acciones pasadas. Al igual que ocurría en la épica medieval, también
es frecuente formar el epíteto épico a partir del lugar de nacimiento: decir “el
de Valencia” para referirse a Vicente Rodríguez, o “el de Marsella” hablando de
Zidane, es exactamente lo mismo que decir “el de Vivar” en lugar del Cid.
Igualmente, estas denominaciones son extensivas al grupo, así, al igual que
“los de Francia” o “los de Castiella” eran alusiones frecuentes en los textos
medievales, ahora es fácil escuchar “los de Sevilla” o “los de Coruña”.
Menos
frecuentemente que en los cantares de gesta, podemos también encontrar
utilizaciones de verba dicendi, para introducir el
discurso directo en las tiradas, con el objeto de
producir esa inmediatez y presencia de la que hablábamos[46]. El objetivo es sentir a los personajes, oírles expresarse en medio de
la batalla: “Se acerca Hierro al árbitro, le va a mostrar la tarjeta, / Hierro
le dice: «no he hecho nada, se ha caído»”; “Raúl se dirige a sus compañeros,
«vamos, arriba» les dice, / intenta todavía animarles, pero el partido está ya
sentenciado” [47]. Las funciones de estas rupturas del grado de la enunciación son
básicamente la arenga o la disculpa, pero raramente profundizan en la psique
del jugador. Especialmente escasas resultan las conversaciones entre los
enemigos, tan queridas en los enfrentamientos medievales, aunque podamos
documentar un ejemplo ciertamente interesante:
por el centro del área, Mista pierna izquierda,
gol, gol, gol, gol, gol, gooooooooool de Mista,
el centro por la izquierda de Vicente Rodríguez a la
contra,
el contragolpe del Valencia, centra Vicente por encima
del defensor,
venía Mista de derecha a izquierda,
controla con el pecho, perfila el cuerpo
mira a Gavanón y le dice “toma cabrón”,
y se la pone a su derecha, imparable el tiro de Mista,
minuto trece de la segunda parte, Valencia dos,
Mista y Vicente, Olympique de Marsella cero
la alegría se desborda por las gradas,
la fuente de San Luis ha vuelto a reventar[48]
El
último de los rasgos retóricos recurrentes que quiero señalar es la frecuente
utilización de hiperbola. Dentro de la necesidad de
magnificar las acciones, los locutores frecuentemente recurren a imágenes
exageradas, implementando los sucesos. Un buen ejemplo lo encontramos en uno de
los pasajes citados: “¡madre mía qué bien la puso el caño Ibagaza con esa bota
que es un guante![49]”. Otro, corresponde al comentario de un locutor a un disparo al poste
de Bekham: “el balón que lanza contra el poste, un trueno que quiere hundir el
mundo[50]”. Los titulares de las crónicas deportivas son especialmente proclives
al empleo de esta figura: “La hora de los gigantes”[51], “Senegal reta al mundo”[52], “Carnicería rojiblanca en Riazor” [53].
6.2.
En la organización del discurso
Pero
esta recurrencia de types entre el discurso de la
épica medieval y el de las retrasmisiones futbolísticas no se produce solamente
en el nivel más superficial del texto, en lo que se suele nombrar como su
estilo. Existen también paralelismos que van más allá de la coincidencia de
rasgos formales y de recursos expresivos. Encontramos, en la estructuración de
la narración, puntos en común, que se refieren a las figuras heroicas, a la manera
de construirlas, revestirlas, mitificarlas; o que tienen que ver con el modo de
presentar ambos fenómenos, las gradaciones de la victoria al fracaso, el
revestimiento del acontecimiento con una capa de enseñanza moral, la manera que
los sucesos tienen de remitir a algo trascendente o mítico. En ocasiones, la
similitud de esquemas nos lleva a plantear cuestiones de fondo, a cerca de la
posibilidad o imposibilidad de plantear lo épico desde modos narrativos
diferentes o sobre la existencia de un esquema narrativo base, de una
estructura latente común que se activa al plantear una narrativa, la que sea,
de carácter épico.
La narración será siempre agonística. La épica futbolística se plantea
como el combate de dos fuerzas contrarias, que deben revalidar su posición en
el mundo a través del partido. La intensidad de esa oposición no es siempre la
misma. Según nos encontremos en un llamado derby o
en un partido sin mayor trascendencia, los locutores se encargarán de acentuar
más o menos los aspectos bipolares del combate. Así, en los torneos
internacionales, y, sobre todo, en aquellos donde lo que compiten son
selecciones y no clubes, la narración épica se presentará como un verdadero
enfrentamiento de nosotros-ellos, donde el juglar
se erige en portavoz de la historia colectiva, y se compromete en la
enunciación, toma claramente partido por ese nosotros.
Expresiones
del estilo “España se lo juega todo” (donde el nombre genérico del equipo
funciona al tiempo como el nombre de la nación, como nombre al cabo de la
comunidad que representa), “España se enfrenta a su destino”, el léxico del
“orgullo español”, o el discurso de “los enemigos de España” parecen querer
situar el encuentro en un plano trascendente, donde las fuerzas del bien y del
mal, de la civilización y su barbarie, han sido convocadas para librar el
combate decisivo, fruto del cual se podrá reestablecer el orden violentado. Ése
es el discurso de la epopeya, o, para ser exactos, de algunas de las epopeyas.
Es también la narración que articula el anuncio de Nike que abría este trabajo[54].
Es
ese carácter agonístico, que singulariza cada partido y que lo inscribe en una
lógica de lo irrepetible, de lo crucial, lo que dota al discurso radiofónico
del fútbol (de cuando en cuando) de su intensidad y de su tensión dramática. El
receptor se adhiere emocionalmente a la narración y pasa a afectarle, a ser
entendida en clave religiosa. La narración se refiere a su identidad colectiva.
Que España gane o pierda puede no ser muy importante
pero tiene muchísima importancia. La vida de los aficionados cambia
fundamentalmente de un resultado a otro. (...) ¿Quién no experimenta que el
mundo se le cae encima cuando su equipo sucumbe y quién no supone que todas las
cosas van a ir mejor cuando su selección gana el Mundial”? (...) Para los
hinchas argentinos no sólo no hay porvenir porque el país se encuentre
arruinado sino porque la esperanza mágica se ha esfumado en la tesitura de ser
apartados de la competición[55].
Suponemos
que esa inscripción emotiva en el discurso del partido debe ser un síntoma del
carácter épico del fútbol. De ello tendremos ocasión de hablar al final de este
trabajo. En todo caso, la lógica agonística será la que permita configurar las
restantes figuras y secuencias de esta narración en un determinado sentido. El
papel de los jugadores, las pruebas a las que se enfrentan, sus sentimientos,
sus motivaciones sólo se explican desde este enfrentamiento básico que lo
estructura todo. Veamos ahora cómo eso se lleva a cabo.
En
primer lugar deberemos hablar de la figura del héroe, figura con la que
normalmente se marca a un jugador. Si bien es cierto que desde un punto de
vista técnico, el fútbol no es un deporte donde la figura del cabecilla esté
tan marcada como por ejemplo en el ciclismo, para fortuna de Barthes, no
obstante, en su discurso, siempre se tiende a escoger a un jugador como el
líder del equipo. El equipo se presenta en el discurso jerarquizado como un
ejército (por más que su realidad no permita sostener totalmente esta
estructura militar) en la base de la cual se supone una grey (que, a diferencia
de la épica nunca perderá su nombre, siempre presentará un grado de
individualidad), una base de combatientes, de la cual emergerán una serie de individualidades, y entre ellas encontraremos a un jugador estrella. Este héros titulaire, el crack, el líder (papel que siempre corresponde a
delanteros o mediapuntas) será el responsable de las victorias y triunfos del
equipo, y la afición tenderá a identificarle como el centro de la acción
dramática, el jugador que resuelve los partidos y otorga los éxitos.
Allá donde se cruzan los caminos
irrumpió Ronaldo Nazario da Lima. El Santiago Bernabeu rugió como un tigre de
Bengala nada más verle saltar. Ochenta mil almas intuían que algo grande iba a
pasar. Su imponente estampa, su sonrisa, su instinto básico ante el gol (...)
Ronaldo se coronó como ese príncipe capaz de hacer feliz a un pueblo entero.
El seis de octubre de 2002
quedará inmortalizado como el domingo de gloria
en que Ronaldo tuvo el privilegio de debutar con la
sagrada camiseta como sólo lo hacen los elegidos: con una actuación majestuosa.
Le bastaron sesenta y un segundo para tapar las bocas de los que hablaban.
(...)
Magnífico control de pelota con
el pecho, sangre helada para programar el disparo, y volea picada a la escuadra
de Dutriel. Gol del crak, gol del mejor nueve del mundo.[56]
En
el lenguaje de la crónica de Tomás Roncero, se presenta claramente al
futbolista como el héroe épico, dotado de las características físicas adecuadas
para ese papel, depositario de la esperanza de la comunidad (capaz de hacer
feliz a un pueblo entero), tocado por una fuerza de
origen divino para consumar un destino individual y colectivo (elegido para vestir la sagrada camiseta). Después,
la descripción del golpe crucial del combate, con la mezcla de sobriedad
técnica y emoción habituales de la épica[57].
Exactamente,
al igual que en la épica, el héroe deberá someterse a una serie de pruebas en
cuya superación llegará a consumar un destino que le está reservado, que se
hace extensivo a la comunidad. Además, existe también un panteón de héroes
legendarios, una aetas clasica[58], a la que los juglares se remiten
constantemente, a la hora de referirse a las hazañas de sus héroes,
inscribiéndolos definitivamente en una Historia con mayúsculas, divinizándolos
(inmortales):
Pero
fue el gol y Zidane pasó la última prueba, el desafío que tenía que superar, el
gol decisivo y espectacular en una gran final, cuatro años después de sus dos
cabezazos a Brasil en la del Mundial 98, para entrar en el círculo más
restringido de la historia del fútbol, cerca de los inmortales Cruyff,
Beckenbauer, Pelé, Maradona o Di Stéfano, que se consagró 42 años atrás en el
mismo césped de Glasgow.[59]
Por
supuesto, como siempre que encontramos procesos literarios de proyección
trascendente de la realidad, en ocasiones, la diferencia entre una realidad
modesta y una amplificación épica, produce en ocasiones resultados chocantes:
«Las páginas gloriosas que narrarán para siempre este campeonato honrarán a las
ya escritas por nuestros antiguos héroes, que al estrecharse con las de hoy se
funden en un abrazo de gloria y grandeza y que el esfuerzo que hicieron ellos
no ha sido estéril y así coronado por lo más brillante del fútbol juvenil
cacereño»[60].
Esta
individualidad, muchas veces, aparece acompañada, complementada, con la figura
de un compañero, actualizando otra de las estructuras recurrentes de la épica,
la llamada pareja épica. Vicente Verdú, en el ensayo ya referido, señalaba la
presencia de este fenómeno y lo analizaba desde las claves de aquélla: “De
estos dos puntales (...) uno de ellos, como así sucede en la mitología, es el
reflexivo y estilista, el otro el luchador y corajudo. El uno representa el
poder de la astucia, el otro la virtud de la fuerza; uno es «cazador feroz, el
otro pastor apacible»; uno es lento pero inteligente, como Del Bosque, el otro
es acometedor y sanguíneo, como Steilike. Jung entre los ciclos del mito del
héroe, señalaba el ciclo de los Twins[61]”.
“Dely
Valdés y Darío Silva, la doble D del Villarreal[62]”, “Los dos pelirrojos:
Scholes y Butt se han convertido en la roca y el eje de Inglaterra[63]” son dos ejemplos tomados de las crónicas periodísticas. También
podríamos hablar del tandem Marchena e Iván
Helguera en la selección española actual o de aquella pareja formada por
Romario y Bebeto en el equipo brasileño y, sin duda, de la couple mítica Di Stéfano y Puskas
en el Real Madrid. En todas ellas, reconocemos el elemento proz y su complementario sage. En algunos casos
la contraposición se desarrolla mucho, reconociendo claramente el ella, el
jugador heroico, y el jugador técnico, moderno, como figuras pertenecientes a
tiempos diferentes, a éticas distintas, a sistemas de valores contrapuestos[64]:
Uno es hijo de la lógica; el otro del instinto.
Guardiola dirige el centro del campo,
Raúl afila los colmillos en el área.
Si Guardiola es un cartesiano,
Raul deposita todas sus emociones en los partidos[65].
En
ocasiones, una conjunto excelente de jugadores pasa a configurarse como un
todo. Al igual que en la épica medieval encontramos los doce pares de Francia
como agrupación mítica de guerreros[66], en ocasiones, la abundancia de buenos jugadores en un equipo es
nombrada por epítetos épicos en el discurso del fútbol. Podemos mencionar entre
estos “la quinta del buitre”, el “Dream Team”, o más recientemente “los
Galácticos”. La prensa deportiva nos proporciona otro ejemplo: “El que ataca
con un quinteto formado por Figo, Zidane, Ronaldo, Raúl y Roberto Carlos. Cinco
futbolistas que han inspirado un mote: los Cinco magníficos”[67].
A
la hora de caracterizar los personajes, las psicologías esquemáticas de la
épica antigua parecen funcionar eficazmente también en nuestro material de
estudio. Los jugadores pasan a verse resumidos en un rasgo de carácter, a
presentarse casi como abstracciones,
como personificaciones de valores. Cada elemento del carácter pasa a
explicarse como un jugador. Así, Figo es la avaricia[68], Guardiola la racionalidad, Ronaldo la improvisación, Bekham la
vanidad o Mauro Silva el tesón. A tal efecto, me parecen pertinentes las
palabras que Barthes empleaba al respecto del ciclismo:
Los nombres de los corredores parecen proceder de una
edad étnica muy antigua, de un tiempo en que la raza sonaba a través de un
número de fonemas ejemplares (...) Además, esos nombres vuelven sin cesar;
constituyen puntos fijos dentro del gran azar de la prueba cuya tarea consiste
en sujetar una duración episódica, tumultuosa, a las esencias estables de los
grandes caracteres, como si el hombre fuese, ante todo, un nombre que logra
sujetar los acontecimientos: Brankart, Geminiani, Lauredi, Antonin Rolland, son
patronímicos que se leen como los signos algebraicos del valor, la lealtad, la
traición o el estoicismo[69].
Un
punto esencial de la caracterización de los personajes es la dialéctica entre
la contención y el exceso, entre las acciones que son producto de la reflexión
y la economía del esfuerzo y aquellas que responden al arrebato y la actuación
instintiva. No podemos decir que la épica futbolística condene ninguna de ambas
posibilidades, sino más bien que propone un equilibrio entre ambas maneras de
jugar. Así, ciertos jugadores aparecerán marcados por el signo del derroche, y
otros por el de la contención, y del mismo modo, los equipos y las selecciones
(y por tanto, las naciones que simbolizan) también se inclinarán hacia uno u
otro extremo.
“La
garra española”, la “rabia hispana” y otras formulaciones semejantes,
encajarían en el segundo de los términos de esta dilogía. La “furia” parece ser
una de las características definitorias de la selección española, que se
activaría en los momentos más difíciles, dando lugar a “hazañas”, “gestas”,
“heroicas victorias”[70]. No obstante, la ideología del fútbol, no permite que un equipo
apueste todo su potencial guerrero a esa baza. “El heroísmo estuvo bien, pero
¿y el equipo?[71]”, desmitificaba un comentarista deportivo tras la actuación de un
Casillas que había parado tres penaltis permitiendo el pase a cuartos de final
de su equipo en el anterior Mundial. Esa misma lógica de contrapesos, acaba
exigiendo un castigo que, aunque no le reste un ápice de honor, valentía y
demás características roldanescas, sitúe en el
centro de la polémica cuestiones técnicas. Así, en aquel momento, un partido
contra la selección coreana presida por una pésima actuación arbitral sirvió de
correctivo en la narración colectiva de nuestro paso por el mundial.
En
la base de la épica futbolística se encuentra pues la hybris, centro de la ideología de su discurso, que oscilará entre la técnica
y el coraje, la maestría y el esfuerzo, en un balance moral de premios y
castigos. En el fondo, volveré sobre ello, la narración futbolística (de un
modo semejante al que lo tuvo la épica antigua) contiene una reflexión sobre la
violencia, sobre los modos en que ésta debe ser procesada, liberada, utilizada.
El debate se centrará el sus límites, sus condiciones de utilización y no en
una condena o un elogio per se. De lo que se trata es de un empleo inteligente, de la construcción de
un sistema de normas que la canalicen. El buen jugador no es el que derrocha
energía, reacciona impulsivamente, se muestra confiado de sus capacidades y no
duda en buscar el enfrentamiento físico con sus rivales, sino aquel que somete
todo su potencial libidinal a una estrategia más amplia, a una idea general de
juego, colectiva[72].
“La
ira de Zidane”[73], “La ira de Luis Enrique[74]”, “El rebote de Helguera[75]” son algo más que titulares de prensa. “Con los años he ido
controlando mi cólera[76]” es la afirmación orgullosa de otro futbolista. El discurso del fútbol
está lleno de pequeños Aquiles que se niegan a jugar cuando la situación lo
requiere por cuestiones de honor, que se amotinan, que violan las reglas éticas
del fútbol enzarzándose en violentas escaramuzas. La visión general es negativa
hacia ellos.
Pero
también la hybris es presentada positivamente, ya
sea a nivel individual o a nivel del equipo, cuando se dirige a alcanzar
objetivos deportivos. En ocasiones equipos enteros son presentados en un estado
de exaltación guerrera, donde potencian todas sus habilidades, poseídos de un
espíritu de combate. Un ejemplo perfecto nos lo propone la siguiente crónica
deportiva que me he permitido transcribir en versos:
Cuando el Madrid ruge, se acaba la discusión.
Cuando su fútbol se enciende, ya no hay nada más que
hablar.
No pregunta, simplemente aplasta.
Si se agrupan todos de golpe, no existe ni la manera
de pedir socorro.
Esto le ocurrió ayer al Marsella, que durante un rato
se sintió dentro del partido.
El Marsella no supo qué hacer cuando se despertó la
bestia,
cuando, al sentir la herida del marcador en contra, el
Madrid se enfureció.
El huracán duro un cuarto de hora. De pronto todos los buenos se juntaron.
Zidane comenzó a recitar poesía con el balón
y Beckham se puso a pintar curvas con sus centros;
Ronaldo se retrasó unos metros para entrar por el área
como un búfalo (...)
Todos juntos, todos a la vez.
Cuando el Marsella acertó a levantar la vista,
cuando encontró un segundo de paz tras el vendaval de
fútbol,
no sólo ya perdía, sino que ya no tenía nada que
hacer.
En
estos casos, la actitud del compositor es claramente elogiosa, se implica en la
exaltación del equipo y participa de esa misma lucha. Si la violencia se
dispone dentro de las reglas marcadas, sólo merece la aprobación. Estos usos de
la hybris tienden a dotarse de una dimensión
trascendente, e implicar a fuerzas de orden divino, relacionándose con el
destino épico, con la hazaña y con la historia[77].
La
inserción del partido de fútbol en la historia colectiva, uno de los rasgos
esencialmente épicos de nuestro discurso, sólo se produce en determinadas
circunstancias. Parece ser exigido un cierto grado de “epicidad” en el partido,
un cierto derroche de energía y una gran tensión dramática. La gesta épica futbolística
siempre se vincula a unos lugares concretos: “Los héroes de Elland Road. Dely
Valdés, con sus goles, lideró la gesta europea del Málaga en Leeds[78]”, “Diego Tristán más los héroes de Munich[79]”. En ellos se consuma esa inscripción histórica por medio de la
intervención de la divinidad.
“Las
Manos de Dios”[80], “Dejadme tocarlo”, “Íker tiene Ángel de la Guarda”, “El milagro de
Casillas”[81], fueron algunos de los titulares que una vez se le dedicaron a un
afortunado portero de la selección española tras la derrota de la selección
irlandesa. En términos parecidos se expresaba un comentarista de la Cadena Ser:
¡Dios mío, lo que ha parado esta mañana Casillas!
¡Un ángel se le ha aparecido bajo los palos!
Con qué frialdad aguantó, qué bien intuyó la dirección
de la bola,
¡Dios, que gran portero que nos mete en los cuartos!
¡Casillas está tocado por una mano del cielo![82]
La
actuación meritoria del portero se ejerce también en un plano divino
(encontramos hasta cuatro advocaciones en el fragmento). No será necesario
recurrir a las ideas de Zumthor[83] para justificar que la implicación de lo mágico-religioso en el plano
terrenal y material está muy presente en la épica antigua. La intervención de
lo divino en la historia humana, inscribiéndola en una dimensión de trascendencia,
de destino colectivo, podría funcionar de modos comparables en ambos discursos.
La invocaciones a la divinidad o las alusiones a las prácticas religiosas han
llegado a ser tópicas en el discurso deportivo (“¡Dios ha descendido sobre la
portería de Paco Buyo!”[84], “La selección brasileña agradeció sobre el césped a la fuerza divina
el pentacampeonato recién conquistado[85]”, “Unos rezan pero otros no[86]”, “Corea pretende el último milagro[87]” “El ángel exterminador[88]”), pero tienden a responder al sentido mencionado: atar la anécdota,
la circunstancia y circunscribirla en un plan preestablecido, en un proyecto
divino que el equipo simplemente ejecuta. Casillas puede “ver a los ángeles en
el larguero”[89], y eso nos hace conscientes de su función de mediador, de agente con
una divinidad que le desea.
Hybris y voluntad divina pueden ir también muy de la mano. Hemos visto cómo
en ocasiones, la violencia mal canalizada exigía una respuesta punitiva,
legitimada o no por la intervención de lo trascendente. No obstante, cuando el
equipo entero entra en ese estado de exaltación guerrera, lo hace muchas veces
infundido por una suerte de “espíritu divino”, por una fuerza sagrada de
aspecto veterotestamentario. La divinidad parece conducir enteramente a su
equipo escogido hacia la victoria:
Algo de esto sucedió en Riazor, donde la noche se
llenó muy pronto
de los presagios más favorables para el Deportivo,
como si un viento de origen divino empujase a los de
Irureta
y una fuerza misteriosa les guiase hacia el triunfo
(...)
La vieja escuela del catenaccio habría dictado orden general de retirada
para resistir la amenaza que se cernía sobre los
pendones rojinegros.
Pero este Milan llegaba envuelto en aires de grandeza
y su reacción fue la inversa.
Sacó la caballería y se lanzó a todo galope sobre la
meta contraria.
Durante un rato se vio al gran Milan de San Siro,
lleno de talento y orgullo.
El Depor resistió la feroz acometida sosteniéndose
sobre dos columnas de hierro,
el siempre exhuberante Andrade y un Molina fantástico
(...)[90]
En
sí misma, una remontada en la eliminatoria europea al vencer 4-0 al equipo
italiano es una circunstancia anómala, pero que en el discurso épico
futbolístico obtiene una justificación. La humildad (¿cristiana?) del Deportivo
y su fe en la victoria, es lo que le permite vencer a un Milán que por su
orgullo y su soberbia es derrotado. Todo ello aliñado con una inquietante
intervención omnímoda de la divinidad (viento de origen divino, fuerza
misteriosa, amenaza que se cernía sobre los pendones rojinegros). Creo que se
puede afirmar en este caso la persistencia de una retórica bíblica bajo las
metáforas épicas.
Pero
la voluntad divina no siempre se ejecuta en un sentido victorioso.
Frecuentemente la tragedia, la derrota, el sacrificio son también sus
atributos. “A partir de entonces, Riazor asistió a una vieja tragedia. Diez
años después, como aquel día del penalti de Djukic, Riazor se cubrió de
lágrimas[91]”. En la dimensión de la tragedia se reúnen una serie de presagios, de
maldiciones antiguas, de profecías que se confirman, de malos augurios, de
campos malditos: “Un tortuoso viaje remata los malos augurios rojiblancos ante
su duelo ante el Lazio”[92], “La lista es larga: el error de Cardeñosa frente a Brasil en el
mundial del 78; el penalti que falló Eloy en México 86 la esquiva de Michel al
tiro libre de Stojkovic en Italia 90; la ocasión de Julio Salinas ante Pagliuca
en Boston; el mortal despeje de Zubizarreta frente a Nigeria en Francia 98
(...)[93]”.
Existe
toda una épica de la derrota, desde luego, donde se articula una narración que
intenta encontrar un sentido en el fracaso deportivo dentro de un plan más
amplio. Nuevamente, introduciendo fuerzas exteriores como responsables del
suceso se trasciende el encuentro, se sublima la derrota. El sacrificio emerge
como la figuración más inquietante de un imaginario futbolístico de la pérdida.
Momentos donde, a pesar del esfuerzo, de la energía, del valor (el merecer
ganar) la derrota se consuma y se personifica en un jugador, en un héroe
trágico, que por algún error táctico (motivado generalmente por el orgullo, el
exceso de confianza o la valentía, es decir, justificable dentro de una ética
futbolística o feudal), emerge como el responsable de la derrota. “Triste
epílogo para Tristán”[94], “El mal día de Ayala”[95], “Joaquín no merecía este final”[96].
En
la tragedia, al jugador de fútbol, igual que al personaje épico, se le permite
el lloro, lloro que no está reñido con la masculinidad, sino que, al contrario,
reviste de dignidad al personaje. “El llanto de Seaman”[97], “El llanto de Hierro” [98] y otros llantos parecidos son frecuentes titulares de crónicas
deportivas. Sintagmas “con los ojos llenos de lágrimas”, “las lágrimas que le
empañan los ojos” son habituales en las retrasmisiones radiofónicas.
En
el interior del sacrificio se condensa toda la épica futbolística, casi más que
en la victoria. Recubierto en ocasiones de un lenguaje cristológico, el fracaso
se presenta así a la afición como algo digerible, racionalizable. La derrota
propone una enseñanza y encierra un mensaje de redención. En el partido
Deportivo de la Coruña – Atlético de Madrid, cuyo resultado final fue
5-1, se escuchaba:
En vano atacan ya los rojiblancos,
de nada sirve ahora el esfuerzo,
la tocó Vieri, por la banda. Fuera.
Buscaban al menos el gol de la venganza
por la humillación recibida.[99]
Para
un seguidor del Atlético, la derrota de su equipo obtiene fácil comprensión
inserta en un esquema general donde las fuerzas del universo confabulan contra
ellos, aplazando una vez más un destino prometido que tendrá que llegar al
cabo. Así, detrás de cada derrota, se oculta una nueva promesa de redención
futura, una segunda bajada del Mesías. El pasaje citado contiene un cierto
sabor roldanesco:
Ya inútil nos sería el olifante sonar,
mas, pese a ello, el hacerlo mucho mejor será:
que vuelva nuestro rey y nos podrá vengar,
Y aún esos de España contentos no se irán.[100]
Roland
Barthes hablaba de un vocabulario enfático, heroico, que se emplea en para
describir las crisis (en las competiciones ciclísticas) que “solidifica lo
inasible y le da la grandeza épica necesaria”[101]. Es decir, que nuevamente inscribe el suceso deportivo, real (con sus
trascendencias comerciales, económicas, sociales) en un plano discursivo que lo
trasciende, que lo conforma y dispone en una ideología del “deber”, del
“sentido” y del “sacrificio”. Suscribimos su afirmación de que “esta medición
de la inteligencia entre la pura moral del sacrificio y la dura ley del éxito
traduce un orden mental complejo, a la vez utópico y realista, conformado con
los vestigios de una ética muy antigua, feudal o trágica, y con exigencias
nuevas, apropiadas al mundo de la competencia total”[102], afirmación que nos parece que recoge perfectamente el sentido y las
contradicciones que surgen al aplicar al fútbol el discurso de la épica.
Lo
importante no es la historia que se cuenta, son los mitos que se activan, los
símbolos que se ponen en funcionamiento, lo que manifiesta la estructura épica
latente bajo la sucesión de narraciones topificadas de jugadas concretas.
Sustituyendo la guerre por el fútbol, y si eliminamos anciens, podríamos
ampararnos cómodamente bajo la afirmación de Zumthor según la cual:
Tous ces éléments du
contenu constituent comme un clavier dont jouent les auteurs. L’histoire qu’ils
racontent est, en cela, moins significative et moins émouvante que la manière
dont ils la mettent en forme et en cadence, dont ils magnifient (...) les héros
anciens, réels ou imaginaires. Leur art consiste, au moyen d’une sorte de
rythme thématique, à prêter à la guerre la qualité et le sens que, dans la
situation où ils se trouvent, ils sentent vrais[103].
Todo esto parece llevarnos al problema de la recepción. Si las formas
del discurso, con el espacio de los siglos, emergen nuevamente, de forma
parecida, o al menos todo lo parecidas que puedan ser formas alejadas más de
ochocientos años, si en la superficie del texto se reconocen mecanismos y
figuras, si en su estructura profunda los elementos parecen configurarse
también de modos comparables, es decir si el discurso es el mismo, en el sentido que ya hemos mencionado, como si fuese un primo lejano,
¿cabe esperar que pueda alargarse la comparación a su función social? Es decir,
¿es previsible que reconozcamos en el funcionamiento de estos discursos en el
mundo rasgos semejantes? ¿La utilización de una forma tan marcada como esta,
tan específica, podría exigir o solicitar una determinada función?
4.
Conclusiones: ¿funciones épicas?
Comenzaremos
por intentar señalar algunas de las funciones sociales del discurso futbolístico.
Una de las dificultades de moverse en el campo del saber futbolístico es que,
en general, abunda una práctica intelectual puntual, espontánea, articular.
Rastreando estos textos, junto con la bibliografía ya señalada, las funciones
que se le atribuyen a nuestro discurso épico mediático suelen ser tres:
divertimento, sublimación de la violencia (catarsis) y cohesión de la
comunidad.
La
diversión, el entretenimiento, el ocio es sin duda la más superficial e
inmediata misión de este discurso. Un problema cabe plantear: ¿cuál es la
misión de la épica radiofónica dentro del espectáculo total que es el fútbol?
Parece claro que, generalmente, nuestro discurso forma parte de un todo, que
sólo se completa en la medida que se visualiza el partido, en directo o
retransmitido. No es lo mismo ir al fútbol que escucharlo. Pero parece al
tiempo, lo hemos visto, que este discurso épico-mediático es necesario también,
es un código que se superpone al espectáculo y que forma parte del conjunto de
su fiesta. En este sentido, de manera clara, estaríamos ante un fenómeno de
naturaleza bien diferente al de la épica medieval.
Sin
embargo, no podemos obviar (aunque hasta aquí lo hayamos hecho) una larga
evolución de las retrasmisiones deportivas que se han ido progresivamente
tecnificando y asociando definitivamente a la imagen. Hubo, no obstante, un
primer periodo, donde el discurso épico-radiofónico era el mediador único con
esa realidad que aparecía completamente distante y alejada, instalada en un
tiempo mítico. En ese momento, no cabe duda, la simultaneidad del
acontecimiento con su discurso se veía neutralizada en la recepción, ante la
imposibilidad de acceder a aquél, siendo entonces posible realizar una
equiparación con la recepción de la épica medieval, y, en todo caso, quedando
completamente centralizado el factor lúdico en el discurso, y separado del
espectáculo[104].
Un
discurso del entretenimiento, de acuerdo, pero también un discurso del dolor,
del sufrimiento, de la tragedia. El espectador, según Verdú, no busca el
divertimento sino la tensión, el padecimiento. “En el fútbol prende el sentido
trágico y escasea el sentido del humor”[105]. El fútbol es algo serio; un espacio social de proyección libidinal y
de representación. Es un teatro[106]. Es un espacio ritualizado, revestido de un aura religiosa, sacra,
configurado como algo central en la organización simbólica de la sociedad:
Un
club es un símbolo, una catedral espiritual, un tótem. En los oficios
religiosos y en los encuentros de fútbol queda excluida la inclinación a
bromear. (...) Hay partidos en la cumbre, duelos de titanes, partidos de vida o
muerte, encuentros tan grandiosos como fiestas mayores y alborozos o lutos que
sólo la Iglesia ha sabido escenificar igual[107].
Grandes
fiestas, espectáculos, escenificaciones donde los sujetos pierden su
individualidad y se presentan como masa, como todo. Se vinculan a los ciclos
rituales, al calendario a momentos de cambio, a fechas de renovación y
metamorfosis[108]. Es un espacio catártico, donde las referencias reales se suspenden y
se instala una dimensión diferente de carácter mágico-religioso. “Un universo
marginal fuera de la realidad”.
En la creación de la materia correspondiente al fútbol
como ceremonia-acontecimiento
interviene un tiempo que es el Gran Tiempo (mítico, no cronológico), un espacio
que es la escena tribal y una energía que es la líbido (vida/muerte). Su
destinatario (productor) es el hincha y los aficionados «calientes», cuya
adhesión al fútbol está impregnada de esos elementos, míticos, tribales, religiosos,
que multiplican el suceso y lo trascienden.[109]
Los
espectadores saben que no están asistiendo a la mostración de una realidad,
sino que cada uno de esos elementos remite a un discurso más amplio de sentido
trascendente, a una narración de carácter épico donde los elementos del
espectáculo adquieren su significación correcta. Lo que los espectadores hacen
ante el fútbol es un ejercicio de interpretación.
Una
apasionante polémica bizantina que no podremos desde luego dirimir aquí es la
que vincula a los intelectuales y el fútbol. Diré de ella tan sólo que se
refiere justamente a la naturaleza ritual del fútbol y al sentido de dicho
ritual. La discusión se articula en dos polos, aquellos que ven su función
social en clave de sublimación necesaria de la violencia y catarsis colectiva,
y los que prefieren subrayar su carácter de «opio del pueblo» y generador de
actos violentos. Esta segunda postura, que históricamente perteneció a los
pensadores de izquierdas[110], ha sido abandonada generalmente en favor de análisis más profundos.
No obstante prevalecen vagamente ambos posicionamientos en la actualidad.
Permitídenos recordar o que dixo
Orwell do mesmo deporte: “¿non hai causas reais dabondo de conflictos, para que
ademais as incrementemos incitando ós xóvenes a darse patadas en nos xeonllos
no medio do ruído dos espectadores enfurecidos?” Dende logo, o fenómeno da
violencia está unido ó deporte, pero ¿é esencial? ¿É algo accidental? ¿É
constitutivo do ser humano? ¿Qué ocorrería se os impulsos, os fracasos, os paros
que hai na nosa sociedade non tivesen eses escapes? ¿Ocultan os deportes os
problemas dunha sociedade que por certo no vai ben?[111]
Una
corriente de pensamiento sitúa las raíces mismas de la violencia en el propio
discurso del fútbol y la relaciona con la organización del poder señalando al
tiempo su carácter subsidiario respecto de violencias más profundas. Era
aquello sobre lo que, desde un plano verbal, nos advertía Grijelmo, la
perversidad de un lenguaje cargado de violencia que por su propia naturaleza
estaba llamado a crear violencias no verbales. Así, de pronto, una sombra de
sospecha parece extenderse sobre el lenguaje épico del fútbol. Frente a esto,
surge una posición distinta, aquella que, desde un cierto pragmatismo, piensa
en un necesario control social de la agresividad, mediante los dispositivos
mediáticos y espectaculares del deporte, una representación que en su carácter
controlado vacunase de sus efectos perversos, y
evitase riesgos mayores, macrosistémicos, de las estructuras sociales. En tal
sentido, en un contexto no demasiado lejano, podríamos mencionar esas mismas
ideas, vinculando ahora dispositivos de control y estructuración de los
discursos:
Nunca
nos desembarazaremos de la violencia y, es más, sólo cabe aplacarla sucumbiendo
a una institucionalización de sus formas. Entonces, el exorcismo acaba siendo
la máscara que desaloja y hace retroceder un oscuro dominio. Y, sin embargo,
nunca se habrá de prescindir de tal energía que, coagulando en una
representación ritmada, muestra repentinamente el desencadenarse de una
evidencia que es fundadora. (...) Pues toda entropía y afán de acabamiento pide
ser desviado de sus fines; atenuado y finalmente neutralizado en el interior de
un discurso o dispositivo de razón que la teatralice[112].
Ambas
corrientes de pensamiento sitúan el lenguaje en el centro de la utilización
socio-política del fútbol. Para todos ellos es justamente a través de una
manera codificada (el registro mediático) de hablar del fútbol, de la manera de
procesarlo desde una narración épica, como se consigue estructurar un espacio
complejo en las que todas esas dimensiones no verbales encuentran un lugar de
sentido. Algo que vincula el lenguaje futbolístico en el ámbito más complejo
del juego, en la antropología del homo ludens[113].
Parece
ser, a juzgar por el acuerdo al respecto, que ese discurso épico-mediático que
hemos estado analizando es el material con el que se procede a estructurar todo
este espacio. De este modo, lo épico deja definitivamente de ser un aspecto
puntual, una jocosa comparación, para convertirse en un elemento estructural en
la organización social del fútbol. Quizá por ello sea tan común y tan intuitivo
hacer referencia al carácter épico de este deporte hasta el punto de haberse
convertido en un tópico.
Bastenier[114] va más allá, y examina en un doble orden (lingüístico y de la
representación) el fútbol como dimensión idealizada de lo real, donde, no sólo
se asistiría a una sublimación primitiva de la violencia, sino que se trataría
de un lugar de sofisticada expresión de los conflictos reales. Para él, el
fútbol es “un sustituto incruento de la política”, un espacio donde el juego
sería su simulacro, un verdadero teatro en el cual se representarían los
conflictos geopolíticos del orbe. Así, según su óptica, el mundial de Corea y
Japón supone una advertencia al primer mundo de la emergencia de nuevas
economías emergentes. En un segundo momento, la importancia del ritual se
traspasa a la formación de un discurso épico en el cual puede ser comprendido,
interiorizado y trasmitido. En ese discurso el fútbol “construye toda su
simbología que es lo mismo que decir su literatura con los términos tomados en
préstamo de la guerra entre los pueblos”.
En
una parecida línea, Étienvre[115], vincula el lenguaje bélico del juego con el de la política, como
modelos mutuos, léxicos que se retroalimentan, que en ocasiones se neutralizan
mutuamente o que se potencian. Para él, la dialéctica neutralización-producción
de la violencia debe entenderse en ambas direcciones, como una estructura que
puede servir en dos sentidos en función de las circunstancias que converjan.
Casi
sin quererlo, nos hemos trasladado ya a la tercera de las funciones que el
fútbol parece cumplir en el espacio social, que es la de cohesión de la
comunidad por medio de un discurso de la identidad colectiva. A esto, a lo que
nos hemos anteriormente referido, era a lo que Verdú aludía al principio de su
libro: “Cada tribu, en cualquier tiempo y lugar, vive una mítica promesa de
salvación y se cree elegida para realizarla con el concurso de sus héroes y
dioses”. (...) “El Héroe o el Redentor llega de un lugar remoto, un más allá, habiendo tomado en elección a este pueblo para conducirlo a un gran
destino eternamente preparado”[116].
El
discurso épico-mediático del fútbol ofrece a sus receptores un modelo de
historia colectiva donde refugiarse, una narración (no racional, ni lógica) que
los legitima como miembros de una comunidad. Sus receptores “abandonan al punto
su individualidad para serializarse, para integrarse al grupo con el que
terminan de fusionarse”[117]. Hechos que según Vidal-Beneyto, activarían esas estructuras
antropológicas de una manera nueva en nuestro Occidente posmoderno, cuyas
actualizaciones de esquemas narratológicos tradicionales no harían sino dar la
respuesta necesaria a unas necesidades históricas específicas.
El hiperindividualismo de las sociedades
contemporáneas que nos enclaustra en la irrelevancia de nuestros problemas
individuales y nos condena al solitario desamparo de una identidad hermética y
estrictamente confinada en nuestro perímetro personal, necesita y encuentra en
los deportes-espectáculo y, en particular, en el fútbol, ámbitos colectivos en
los que integrarse para producir en ellos esos lazos sociales, esos vínculos
solidarios que nos faltan y a los que una causa común -el éxito del equipo-
dota de una extraordinaria vigencia.[118]
Vidal-Beneyto
acierta al plantear el fútbol como un ámbito de fusión, de socialización
explicado desde coordenadas urbanas e individualistas. Sí me gustaría recalcar
una vez más que es en el discurso, no sólo en el espectáculo, donde esa unión
se puede consumar, o mejor también en el espectáculo en cuanto resulta una
teatralización de dicho discurso, obteniendo el individuo al tiempo una
consolación en tanto propietario de un lugar legítimo dentro del orden social
de la historia y del orden trascendente de lo divino.
Documentar
parecidas funciones en la épica medieval no es tarea imposible. Al margen de
los problemas que la estética de la recepción haya enfrentado a la hora de
estudiar las funciones sociales de los cantares de gesta[119], sí que, en líneas generales, hay un cierto acuerdo sobre estos mismos
puntos. Parece, lo anticipo ya, que sí puede trazarse un puente entre aquellas
funciones que el discurso épico medieval cumplió en su tiempo y aquellas que
hemos expuesto que realiza la épica radiofónica. Nuevamente aquí tendríamos que
afrontar la cuestión de la dimensión histórica, que ya soslayamos en el
análisis de su forma. Evidentemente, la épica evolucionó en su relación con su
historia, y de las primeras composiciones a los cantares del XIII la
bibliografía señala evoluciones profundas en el rol
que jugaron en su tiempo. Tanto por su forma («estructura anecdótica de los
primeros cantares de gesta»[120]) y como por función social (en tanto que discurso aglutinador de la
comunidad y ritual catártico) nuestra épica radiofónica estaría más próxima de
una épica románica antigua. La
épica de la segunda edad feudal se encontraría más
apartada.
El
carácter lúdico, de entretenimiento de la épica medieval es algo que no ha sido
nunca puesto en duda, desde los teóricos románticos a nuestros días. Basándose
en los cantos épicos serbios, Rychner sitúa el entretenimiento y la diversión
como las motivaciones básicas de todo el arte juglaresco, no proponiendo
ninguna otra vía de lectura de sus fines. Incluso aquellos autores que, como
Ruiz Domenec, depositan toda su atención en la naturaleza sacra de la epopeya
medieval, no dejan de señalar el fuerte «carácter lúdico del pathos aristocrático».
La épica medieval será un juego, del
mismo modo que lo es la futbolística, pero un juego muy serio, un divertimento
profundo, en cuya realización se activan mecanismos de representación
mítico-simbólica. “En la Chanson de Roland el juego es penetración vigorosa en la irrealidad, entendiendo aquí por tal «el trazo fundamental de una representación
simbólica de todo el mundo por su ser intramundano. El juego cultural
representa el complejo universal del sentido de la existencia primitiva y asume
su relación cósmica. (..) La metáfora del juego cósmico es una institución
grandiosa de la poesía épica y de la Chanson de Roland especialmente.”[121]
Unas
narraciones que funcionan como mitos, articulados entorno a un pathos épico que Domenec expresa con un estilo muy semejante al que Verdú
utilizaba para hablar del pathos futbolístico.
Narración que se presenta como portadora de una verdad tensa, agónica,
patética. “En la visión «tremenda y fascinante» que asume la aristocracia de
este período; vida y muerte, nacimiento y decadencia de lo finito se encuentran
entrelazados. El pathos aristocrático no es un
pensamiento huero –frente a la pretensión ideológica de la Iglesia- sino
que es una afirmación de ésta, un asentamiento jubiloso incluso en lo terrible
y horrible, a la muerte y a la ruina.”[122]
Se
plantea así, en lo épico medieval, también un discurso / representación (por lo
que tiene de ritual colectivo, de observación propia) cíclico y total, que
atiende a las verdades reveladas de la vida, un teatro donde articular las
pulsiones de muerte y destrucción colectivamente, un lugar de conflicto
psíquico dentro de la comunidad, un espacio discursivo de sublimación, como
bien lo supo ver Boutet: “cependant les crises, dans la chanson de geste,
aboutissent la plupart du temps à une remise en ordre, une catharsis qui vise au rétablissement de la relation d’amor qui est la condition et l’expression d’un ordre durable[123]”.
La
dimensión verbal que el cantar de gesta crea, al igual que le ocurría a la del
discurso futbolístico, se situaba en un espacio distinto de la historia, en una
dimensión «literaria», que proyectaba sus sombras sobre el presente[124]. “Au fond, la
structure et le réel entretiennent des rapports dialectiques: le réel permet à
la structure d’exister, et la structure se glisse et met de l’ordre dans les realia, donne unité et sens à une réel éclaté.[125]” Esta naturaleza de
espacio al di là, de tiempo que es un Tiempo, donde
la historia se detiene en la temporalidad de la recitación, sería una
consecuencia directa del carácter circular, reiterativo, codificado de la forma
épica[126].
Para
que este espacio pueda funcionar en este sentido ritualizante, lo hemos dicho
ya, tiene que ser conflictivo, tiene que estar articulado bajo el signo de la
lucha entre principios civilizadores y entrópicos, donde las “fuerzas del bien”
deban imponerse a una permanente amenaza de desestructuración. “L’individu, la société, le divin sont le
théâtre d’un seul et même affrontement, d’une même bipolarité structurelle, que
la pensée chrétienne tente de ramener à un ordre unique qui cesserait d’être
duel, bifrons.[127]” Este agonismo
fundante se actualiza en cada representación –en cada juego, en cada
partido-, permitiendo el ritual y consumándolo. Nuevamente, esta vez
queriéndolo, nos hemos desplazado hacia el terreno del lenguaje, materialidad
donde se articula esta lucha:
Cette vérité est incontestable
parce qu’elle est d’abord de l’ordre du chant. Ce faisant, elle dit sur la
société présente ce qu’il y a d’essentiel pou elle, ce qui la fonde. On
retrouve sans peine les schémas structuraux de l’anthropologie :
opposition et conjonction entre le Ciel et la Terre, avec les interventions
divines (...) ; opposition entre les forces du Bien et du Mal, du Droit et
du Tort, du Même et de l’Autre. [128]
Es necesario un discurso, «un dispositivo de razón», para dominar la
violencia, las pulsiones desestructuradoras en el seno de una comunidad, aunque
para ello sea necesario citar a Freud. Se necesita un lenguaje de crisis, de
celebración dramática del conflicto, y esto es igualmente aplicable al discurso
épico radiofónico o al cantar de gesta medieval. “Avec la chanson de geste,
la mémoire revêt un (...) aspect, de quelque manière, ontologique, dans la
mesure où la société recherche et/ou proclame sa vérité au moyen du texte
épique, dit ce qu’elle ressente comme son essence la plus intime. La célébration est inséparable de la
voix du récitant.”[129]
¿Pero en qué sentido se procesa la violencia en el discurso de la épica
medieval? ¿Puede pensarse en términos parecidos a los del discurso
épico-mediático del fútbol? ¿Existirá igualmente una tensión entre un uso
compensatorio del discurso y una utilización política de la violencia? Parece
que sí es posible encontrar, si no una misma polémica, sí unas mismas posiciones
entre los teóricos de la épica medieval. Quepa decir que la alegría que los
pensadores de fútbol muestran a la hora de hallar causas sociopolíticas a los
usos del deporte se vuelve cautela o reticencia en los estudiosos de la epopeya
románica, ante la falta de pruebas y a causa de un compromiso mayor con la
documentación.
En primer lugar, aunque escasos, no faltarán aquellos que señalen una
función evasiva en la motivación de la épica, de tal forma que ésta funcionaría
como un discurso del poder consolatorio, mayormente hacia la clase
aristocrática, frente a una realidad en retroceso. La gesta épica propone una
«utopía arcaica» (Domenec) que funciona como ensoñación elegíaca de fin
d’époque, al tiempo que en su interior se dispone ya
una visión «contrautópica»[130].
Así, insinúa Boutet, en una época de reyes “inertes, inútiles” la épica se
entrega a la construcción de realidades fuertes, mitos compensadores alienantes[131].
Ruiz
Domenec va aún más allá, proponiendo el discurso de la épica como un juego donde
se proponga una imagen conflictiva del mundo que, a través de un lenguaje
violento del poder, permita salvar las contradicciones sociales proponiendo un
mito trágico de la destrucción no exento de victimismo. En el juego épico la
sociedad renueva sus estructuras, asume sus fracturas y sublima sus conflictos:
En
la Chanson de Roland la
desaparición radical de este desnivel creado en la sociedad feudal [entre viejo
feudalismo y moderna monarquía] no puede ser más que asumido mediante la idea
de juego. La vinculación
progresiva de los sistemas de clasificación social a una imagen del universo
cerrado y concluso, desarrolla una actitud agónica y patética en los grupos
sociales dirigentes, caracterizando su mundanidad como un objeto
lúdico-festivo.” [132]
Sin embargo, frente a estas posturas que apuestan por la sublimación o
la alienación como objetivos del discurso épico medieval, la mayor parte de las
opiniones optan por pensar la épica como preparación de la violencia. Según
estas tesis, el discurso de la guerra de la épica estaría dotando de valores,
legitimando, canalizando y justificando la violencia. Las instancias de poder
utilizarían la canción de gesta para dirigir la agresividad hacia sus intereses
políticos concretos. Esta postura es la misma que encontramos en el fútbol
entre los defensores de la relación entre lenguaje bélico y violencia, o los
intelectuales que veían en el discurso futbolístico un medio de disponer la
agresividad hacia otras comunidades. En ese sentido, en aquel momento, nos hubiera
faltado trazar una utilización política concreta del discurso épico del fútbol,
tal y como lo hace Shaw[133].
En el panorama medieval, hay un cierto
acuerdo entre la relación entre el periodo de la composición de los cantares de
gesta medievales y la época de las cruzadas (entre 1096 y 1270)[134],
contexto donde la épica funcionaría como uno de los sustratos ideológicos que
las hicieron posibles, un lenguaje de estimulación del odio al otro[135].
Las expectativas de la cruzada necesitarán de un discurso que ordene las
líbidos en un momento concreto y las dirija a la consecución de unos objetivos.
Así, “todo el universo nacerá de nuevo en un agitado impulso que ordenará la
agresividad y la muerte”. Será la divinidad en última instancia la depositaria
de todo el peso moral de esta elección: “el supuesto sobre el que descansa esta
visión es que la humanidad entera y los individuos humanos dependen de los
poderes de la incidencia de Dios como guerrero, de forma que la salvación
hierofánica de uno es impensable sin una justa dirección de la guerra y la
agresión”[136].
Lo
que para estos teóricos el cantar de gesta busca, insistiré, es canalizar la
violencia “En una palabra, llevar a sus últimas consecuencias el ideal
caballeresco educando al mundo militar en las virtudes patrísticas y
moralizando sus impulsos guerreros. Esta educación de la Iglesia es el
instrumento de igualación horizontal de la comunidad entera, gracias al cual
todo guerrero en la sociedad feudal puede acceder al nivel de corrección que la
ideología impone; impidiendo de esta forma las oposiciones trágicas en el seno
de la aristocracia y las luchas sociales.”[137]
Se superan las contradicciones sociales, promoviendo una agresividad hacia el
otro y evitando que ésta pueda desarrollarse internamente en el seno de la
comunidad.
En
el fondo, aunque estas teorías insisten en que el discurso épico medieval
generaría una praxis igualmente violenta, su manera de pensar el problema deja
abierta una puerta interpretativa. En ocasiones, uno tiene la impresión de que,
en el fondo, se trata de una violencia ante todo discursiva, cuya práctica real
no es tan evidente, con lo que en realidad, al menos parcialmente, sí podríamos
hallarnos en el terreno de la neutralización, de la distensión, de la
sublimación discursiva, donde la épica medieval fuese finalmente, al menos
también, un mecanismo de pacificación social en la misma manera que lo puede
ser en discurso fútbolístico y no generase toda esa violencia que se le supone.
En
todo caso, donde sí parece haber un acuerdo entre todos los teóricos es en la
importancia de la idea de comunidad en el nacimiento de la poesía épica[138].
No supone ninguna novedad afirmar que este género proporcionaba a sus
receptores un espacio común donde ubicarse, una comunidad imaginaria. Bajo un
discurso de la lucha civilizadora, presentando lo real-histórico bajo una forma
trágica, apoyando su legitimidad en la intervención de lo divino, los
individuos podían reconocerse como miembros de un mismo grupo social. Esta
función de cohesión se basa, nuevamente, en un lenguaje y, más concretamente,
en una forma:
Tout cela, la chanson de geste
ne peut le dire sans la médiation de son langage ritualisé et de l’oralité qui,
fictive ou non, fait qu’elle s’adresse non à des lecteurs isolés amateurs de la
littérature, mais à une communauté rassemblée, fervente, avide d’entendre ou de
pouvoir pressentir ce qu’il y a de plus profond en elle-même, et qui définit
son essence historique.[139]
En
palabras de Jean-Marcel Paquette, la epopeya tenía “pour fonction, tant dans
le développement de la culture que dans l’évolution du type de narrativité
qu’elle inaugure de répondre à un besoin nouveau : faire apparaître
l’histoire sous sa forme dramatique. Or l’élaboration de cette forme
intervienne pour infléchir l’histoire dans le sens du drame : tout art
épique y trouve sa fin.[140]
”. Se convierte lo histórico en un discurso dramático,
tenso, urgente, que sepa activar en su público la adhesión sentimental a sus
contenidos. La comunidad es representada y es unificada en la articulación de
este discurso, que trasmite la emergencia de una historia en conflicto que
parece estar resolviéndose en el tiempo de su recitación. Sus espectadores asisten en directo a la resolución del acontecimiento.
En esa función última, que no anula a las demás expuestas, sino que las
concentra, es donde la forma especial del discurso épico medieval y del
futbolístico, parece encontrar una justificación. Sus mecanismos repetitivos,
su retórica de la urgencia y el énfasis, los conflictos bipolares de su estructura,
todo se dirige a esa mise en drame de la historia.
La cohesión de la comunidad al someterla a una visión trágica de sí misma y de
su mundo, uniendo a sus miembros al presentarles la evidencia de una lucha
desgarradora entre los principios civilizadores y desestructuradores que
comprometen la propia pervivencia de su sociedad, es una misma motivación que
anima la epopeya antigua o el discurso épico-mediático del fútbol. Una forma
semejante, unas funciones parecidas, nos invitan a pensar que nos hallamos ante
hechos literarios muy próximos.
Me
gustaría cerrar este trabajo remitiéndome a las palabras de Paul Valery que
abrían estas páginas y que cerraban el libro de Jean Rychner. Para ambos, las
condiciones materiales de la escritura subordinan completamente la práctica
textual de una época. Valery soñó un mundo donde la radio desplazaría al texto
escrito y la literatura involucionaría hacia una oralidad que nunca la había
completamente abandonado. Pese a que sus profecías no se consumaron, resultan
pertinentes en el terreno que nos ocupa. La épica, forma literaria íntimamente
relacionada en todas las culturas con lo oral, parece haber encontrado en el
apoyo tecnológico de la radiofonía una nueva manera de expresarse, de
actualizarse. El medio tecnológico determina la tipología de texto que podrá
generar y por tanto, no podemos exigir a este género que se comporte como lo
hacían los cantares de gesta medievales. Nos basta con que un análisis formal y
funcional pruebe, como me parece que al menos en parte lo ha hecho, la
similitud profunda entre ambos discursos de lo épico. Querría, simplemente,
para concluir, evocar como alegato en favor de una imaginación comparada la
entrañable figura de Cristino Lorenzo ciego y del Mago Septién entre telegramas inventando partidos de fútbol que nunca vieron
o imaginar a Manolo Lama, en plena Edad Media, si se me permite,
retransmitiendo en directo una batalla campal: “Arranca por la banda Rodrígo
Ruíz Díaz de Vivar, Álvar Fáñez a la derecha, Martín Antolínez al desmarque, ¡vamos
Rodrígo!, ¡vamos Cid!....”
[1]La primera parte del título de este
artículo es una cita del titular de portada del diario AS el 21.09.02. La cita
introductoria corresponde a VALERY, Paul, Regards sur le monde actuel et
autres essais, Paris,
Nouvelles Éditions, 1945, p. 214.
[2] BARTHES, Roland, Mitologías, Madrid, Siglo
XXI, 1999, p. 112-124.
[3] VERDÚ, V., El fútbol : mitos, ritos y símbolos, Madrid, Alianza Editorial, 1980.
[4] VERDÚ, V., “La clave está en el corazón”, EP, 30.06.02.
[5] CARRETER, Lázaro, El dardo en la palabra,
Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1998, pp. 93-94.
[6] CARRETER, Lázaro, “Desmesuras deportivas”, pp. 595-598; “Derby”, pp.
644-647; “Perdonar”, pp. 700-701, en op. cit.
[7] GRIJELMO, Álex, “La incursión en el área ajena” en La seducción de
las palabras, p. 229.
[8] P.ej. HOLGADO, Jesús, El fútbol. Léxico,
deporte y periodismo, Cáceres,
Universidad de Extremadura, 1999; o CASTAÑÓN, Jesús, Reflexiones
lingüísticas sobre el deporte, Valladolid,
1995, ed. del autor.
[9] LAKOFF, George y JOHNSON, Marc, Metáforas de la vida cotidiana, Madrid, Cátedra, 1991.
[10] Como hace, por ejemplo, GRISWARD, Archéologie de l’épopée
médiévale. Structures
tri-fonctionnelles et mythes indo-européens dans le cycle del Narbonnais, Paris, Bibliothèque Historique, 1981. Se trata de leer los discursos de un momento concreto con aquellos
pertenecientes a otro.
[11]VILLORO, Juan, “El balón y la cabeza” en VVAA, “Pensar el fútbol”, Letras
Libres, Mayo 2002, nº 8, p. 23.
[12] Op. cit., pp. 7-85, aprox.
[13] PAQUETTE, Jean-Marcel, “Définition du
genre”, p. 25 y pp 34-35 en L’epopée. Typologie des Sources du Moyen Âge, Turnhout, Brepols, 1987.
[14] VILLORO, Juan, op.cit., p.22
[15] Utilizaré en lo sucesivo, puntualmente, los tecnicismos de la épica
antigua para referirme al discurso mediático del fútbol. En los casos en que
utilice dichos términos en un sentido oblicuo, lo marcaré con la cursiva.
También aplicaré las categorías literarias y narrativas propias de los textos
escritos a los testimonios orales marcándolas con la cursiva: en la consideración
del discurso oral como texto sigo la aportación que
las teorías pragmáticas del lenguaje han hecho.
[16] ZUMTHOR, Paul, Essai de Poétique
Médiévale, Paris, Éds. du
Seuil, 1972, p. 73.
[17] PEDROSA, José Manuel. “La lógica de lo heroico: mito, épica, cuento,
cine, deporte... (modelos narratológicos y teorías de la cultura)”, Los
mitos, los héroes, Urueña, Centro Etnográfico de
Castilla y León, 2003, pp. 37-63.
[18] RYCHNER, Jean, La chanson de geste.
Essai sur l’art épique des jongleurs, Ginebra, Société de Publications Romanes et Françaises, 1955, pp. 24 y
69-70. Las observaciones sobre las condiciones y
características del canto son frecuentes en toda la obra.
[19] CARRETER, Lázaro, “Épica y deporte”, p. 593 en op. cit., pp. 593-595.
[20] Ibíd., p. 595.
[21] VERDÚ, V., “La crónica del partido” en El fútbol : mitos,
ritos y símbolos, pp.165-185. Sobre las cuestiones
estilísticas de este género véase FERNÁNDEZ, Néstor, El lenguaje de las
crónicas deportivas, Madrid, Cátedra, 1997.
[22] De GARCÍA CANDAU, José, Épica y lírica del fútbol (Madrid, Alianza Editorial, 1996) resulta tan sólo útil la selección
de textos que antologa, entre los cuales se encuentran estos tres.
[23] ZUMTHOR, Paul, op. cit., p. 82-100.
[24] ANÓNIMO, Poema de Mio Cid, Madrid,
Cátedra, 1998, ed. de SMITH, Colin, tiradas 37-38, pp. 171-172.
[25] ZUMTHOR, Paul, “Le poète et le texte”,
pp. 64-106 ; “Annexe : Trois points d’histoire”, pp. 455-466 en op.
cit.
[26] RYCHNER, Jean, op.
cit.,
cap. V y ss.
[27] Ibíd., p. 59.
[28] Íbid., p. 47.
[29] AUERBACH, Eric, Mímesis, México DF, FCE,
1998, capítulo quinto.
[30] ZUMTHOR, Paul, op. cit., p. 456.
[31] CARRETER, Lázaro, “De cara al mundial de
fútbol”, op. cit., pp.
207-210.
[32] CARRETER, Lázaro, “«Pressing»”, op. cit., pp. 349-352.
[33] RUÍZ CAPELLÁN, Roberto,
“Narrativa religiosa y cantar de gesta”, p. 59 en VVAA, Historia de la
Literatura Francesa, Madrid, Cátedra, 1994.
[34] GRIJELMO, Álex, op. cit., pp. 235-236. La sucesión de términos bélicos
en este párrafo cubre todos los órdenes de la lucha: el armamento, la jerarquía
y las funciones dentro del ejército o las diferentes acciones militares.
[35] Carrusel Deportivo,
España 4-Andorra 0, 05.06.04.
[36] CD, Valladolid
3-Villarreal 0, 23.05.04.
[37] CD,
Portugal –España, 20.06.04.
[38] CD, Valencia, 1-Olympique de Marsella,0, 04.
[39] RYCHNER, Jean, op. cit., pp. 100-107.
[40] La réplica de este procedimiento en la retrasmisión televisada es la
repetición de la acción.
[41] CD, Racing,1-At.Madrid,2, 09.05.04.
[42] GRIJELMO, Álex, op. cit., pp. 237-238.
[43] Sobre los deícticos y otras de las figuras retóricas aquí mencionadas
puede verse BOUTET, Dominique, La chanson de geste,
París, PUF, 1993, p. 75 y ss.
[44] CD, Portugal 1 – España 0, 20.06.04.
[45] Íbid.
[46] Ni que señalar tiene que son completamente falsas, que los locutores
las inventan. No pueden oírlas.
[47] CD, Real Madrid 1-Real Sociedad 4, 23.05.04.
[48] CD, España 4-Andorra 0, 05.04.
[49] CD,
Racing,1-At.Madrid,2, 09.05.04.
[50] CD, Zaragoza - Madrid, 15.06.04.
[51] EP, 21.06.02, p. 63
[52] As, 17.06.02, p. 24.
[53] EP 05.10.03, p. 50.
[54] Las relaciones entre épica e historia es uno de los capítulos más
interesantes del estudio de este género. Podemos argumentar que, en nuestro
caso, en efecto, en ocasiones la confrontación “mítica” del fútbol, en
realidad, recubre una confrontación real. Son momentos donde la épica deportiva
se superpone al conflicto histórico y, ciertamente, el partido entre dos
selecciones es sentido como una verdadera confrontación donde está en juego el
destino colectivo o la posibilidad de corregir el
acontecer histórico por medio del discurso. Citaré, por muy conocidos, los
goles de Argentina contra Inglaterra después de la Guerra de las Malvinas. A
título de mera divagación, quizá se podría señalar un parentesco entre esta
operación de corrección histórica, y aquella que La
chanson de Roldan ejecuta respecto al desastre militar
de Carlomagno en España (lógicamente, no pretendo equiparar ambas
transformaciones de la historia, sólo señalar que parecen efectuarse en un
sentido comparable).
[55] VERDÚ, Vicente, “Corea”, EP, 22.06.02, contraportada.
[56] RONCERO, Tomás, “El gol de un dios con cara de niño”, en As, 07.10.02, p.8.
[57] Dos rasgos más interesantes en el pasaje: la utilización de un
topónimo épico “allá donde se cruzan los caminos” (Madrid), y la utilización de
otro epíteto para referirse a la camiseta del Real Madrid (“la sagrada
camiseta”). Y otra idea más interesante, la del personaje de los murmuradores,
«los que hablaban», agentes obstaculizadores de la narración épica que buscan
la desgracia del héroe por vía de minar con infamias su prestigio épico.
[58] Es éste presentado como un tiempo mítico
donde “el guardameta Zamora se fumaba dos paquetes de cigarrillos diarios y no
descansaba los pulmones ni cuando esperaba en la cancha a que lo atacasen. Eran
otros tiempos. (...) Lo único que se tomaba era cerveza la noche antes del
partido, por supuesto, pues así llegaba el sueño.” FRESÁN, Rodrigo, en VVAA,
“Pensar el fútbol”, Letras Libres, Mayo 2002, nº 8, p.33.
[59] EP, 17.02.02.
[60] Diario Extremadura, 17.04.40. Cit. por
GRIJELMO, Álex, op. cit., p. 37.
[61]VERDÚ, V., El fútbol : mitos, ritos y símbolos, p. 108.
[62] EP 14.12.02.
[63] EP, 21.07.02.
[64] Sobre este punto en la épica medieval, puede ser interesante consultar
RUIZ DOMENEC, J.E., “Contrautopía arcaica en el Cantar de Roldán”, pp. 189-190,
en CIRLOT, Victoria (ed), Epopeya e Historia,
Barcelona, Argot, 1985, p. 175-202.
[65] SEGUROLA, Santiago, “Guardiola-Raul, la pareja del año”, EPS, 02.05.99. Nuevamente me he atrevido a disponer el texto en «versos».
[66] Para una matización sobre este punto y para la realidad jurídica del
mismo, víd. “«Conseil des barons» «Jugement des barons»” en CIRLOT, Victoria (ed.), op.
cit, p. 91.
[67] “Los Magníficos no marcan”, EP, 05.11.02 .
[68] Habría que matizar según para qué receptores.
[69] BARTHES, Roland, op. cit, p. 115.
[70] Marca, 17.06.02, pp. 8-12.
[71] Ibíd., p.14.
[72] Este mismo debate está presente en gran parte de la épica medieval. La
chanson de Rolland, o el Raoul de Cambrai.
[73] EP, 20.04.03, p, 39.
[74] EP, 16.04.03, p.44.
[75] EP, 05.06.02, p.53.
[76] EP, 12.06.03 p. 56.
[77] Aquí la hybris funciona como jump para Barthes (op.cit., pp. 116-117).
[78] EP, 14.12.02.
[79] AS, 21.09.02, p.10.
[80] “Iker paró tres penaltis y nos mete en
cuartos”, Marca, 17.06.02.
[81] AS, 17.06.02, portada, p. 4 y p.16.
[82] CD, España-Irlanda, 16.06.02.
[83] ZUMTHOR, Paul, op.
cit., p.
460: « Liens entre la chanson de geste et la vie de saints. Les chansons
de saint font une grande place aux thèmes chevaleresques (polithiques, ou même
guerriers) ; les chansons de geste les plus anciennes sont dominées par
quelques antithèses simples, à valeur religieuse (chrétien- païen, victoire de la foi - défaite du
démon, élection du chevalier – damnation de son adversaire), illustrées
de motifs quasi hagiografiques. »
[84] Cit. por CARRETER, Lázaro, op. cit., p.
596. Expresión que CARRETER compara con la cidiana “¡Dios, que buen vassalo!
¡Si oviesse buen señor!”, desde un punto sintáctico y como evidencia mutua de
la invocación divina.
[85] Marca, 01.07.02, p.4.
[86] EP, 27.06.02.
[87] EP, 25.06.02.
[88] EP, 22.06.04.
[89] As, 17.06.02, p.2.
[90] La versificación es mía. “El Depor (sic.)
derriba el imperio Berlusconi”, EP, 08.04.04, p.32.
[91] EP, 05.05.04, p.50.
[92] “Roma juzga al Atlético”, EP, 14.04.98.
[93] EP, 24.06.02, p.47.
[94] EP, 20.04.03, p. 45.
[95] EP, 23.04.03, p. 49.
[96] Sport, 23.06.02, p.12.
[97] EP, 22.06.02, p.46.
[98] Sport, 23.06.02, p.4.
[99] CD, 05.10.03.
[100] La Canción de Roldán (vv.1742-5)
[101] BARTHES, Roland, op. cit, p. 118.
[102] Ibíd., p.120.
[103] ZUMTHOR, Paul, op. cit., p. 456.
[104] A tal efecto, puede consultarse ISOLA,
Gianni, “Les hérauts du foot: l’invention du reportage sportif à la radio
italienne”, pp. 295-308, en VVAA, Football &Sociétés, París, CREDHESS, 1998. Una percepción de esta atmósfera, mediatizada por el recuerdo, puede
encontrarse en BARRIOS, Nuria, “Tarjeta roja” en VVAA, “Pensar el fútbol”, Letras
Libres, Mayo 2002, nº 8, pp. 40-42.
[105] VERDÚ, V., El fútbol : mitos, ritos y símbolos, p. 28.
[106] VALDANO, Jorge, “El miedo escénico”, Revista de Occidente, nº 62-63, julio-agosto 1986, pp. 103-109.
[107] VERDÚ, Vicente, “Sra. Rushmore”, EP,
01.06.02.
[108] VERDÚ, Vicente, “Metamorfosis del mundial de fútbol”, Revista de
Occidente, nº 14, 1982, pp. 81-85.
[109] VERDÚ, Vicente, El fútbol : mitos, ritos y símbolos, pp. 8-10.
[110] Para un análisis profundo del caso español, víd. VILARÓS, Teresa, “El odio al fútbol de la izquierda” en El mono del
desencanto. Una crítica de la transición española, Madrid,
Siglo XXI, 1998, pp. 42-47.
[111] Conclusiones XIX Semana Galega de Filosofía, Filosofía e Deporte,
Pontevedra, 2002.
[112] R. DE LA FLOR, Fernando, “Ritual, simulación y crisis trágica en el
espacio público”, pp. 63-64, Falsirena, nº 2, julio 2002, pp. 61-72.
[113] Los juegos propiamente
dichos son más complejos y requieren satisfacer la condición de ser una
“representación”, una “imitación” de algo. Cada tipo de juego colectivo puede
traducirse a un lenguaje social más complejo. En el fútbol se habla de retaguardia,
atacantes y defensa. NUÑO, Juan, “Teoría de los Juegos”, pp. 8-13, en VVAA,
“Pensar el fútbol”, Letras Libres, Mayo 2002, nº 8, p. 8.
[114] BASTENIER, Miguel Ángel, “La geopolítica del deporte”, EP, 30.06.02.
[115] ÉTIENVRE, Jean-Pierre, “La metáfora del juego y la vida política: de
la imagen al modelo”, Revista de Occidente, nº 102,
noviembre 1989.
[116] VERDÚ, V., El fútbol : mitos, ritos y símbolos, pp. 14-16.
[117] NUÑO, Juan, op. cit., p.10.
[118] VIDAL-BENEYTO, José, “Fútbol y mundialización”, EP, 02.06.02.
[119] CIRLOT, Victoria, “Introducción”, en CIRLOT, Victoria (ed), op.cit., pp. 7-14.
[120] MENEGHUETTI, María Luisa, “El botín, el honor, el linaje. La carrera
de un héroe épico”, pp. 206-207 en CIRLOT, Victoria (ed.), op. cit, pp. 203-221.
[121] RUIZ DOMENEC, J.E., op. cit., p.187.
[122] Íbid, p.183.
[123] BOUTET, Dominique, op.cit., p. 255.
[124] Íbid., p.46
[125] Íbid., pp. 58-59.
[126] Esta es una de las tesis centrales del ensayo citado de BOUTET, que él
fundamenta en la obra de ZUMTHOR Introduction à la poésie orale.
[127] BOUTET, Dominique, op.cit., p. 64.
[128] Íbid., p. 253.
[129] Íbid., p. 101.
[130] RUIZ DOMENEC, op. cit.
[131] BOUTET, Dominique, “Gesta y Consolidación del poder real”, pp. 164-165
en CIRLOT, Victoria (ed), op.cit., pp. 157-175.
[132] RUIZ DOMENEC, J.E., op.cit., p.182.
[133] SHAW, Duncan, “La política del fútbol”, Revista de occidente, nº 56, enero 1989, pp. 104-114.
[134] JONIN, Pierre, “Ambiente de cruzada en los cantares de gesta” en
CIRLOT, Victoria (ed), op.cit., pp. 65-82.
[135] Por más que el propio JONIN en el texto ya citado haya demostrado que
también existían actitudes de proximidad, respeto, reconciliación con el otro.
[136] RUIZ DOMENEC, J.E., op.cit., p 179.
[137] Íbid., p. 190.
[138] BOUTET, Dominique, La chanson de geste, p. 262.
[139] Íbid., p. 259.
[140] PAQUETTE, Jean Marcel, op. cit., p. 27.