Hern‡ndez Fern‡ndez, çngel. ÒLos inicios de la recolecci—n de cuentos folcl—ricos en Murcia: D’az CassouÓ. Culturas Populares. Revista Electr—nica 4 (enero-junio 2007).

http://www.culturaspopulares.org/textos4/articulos/hernandezf2.html

 

ISSN: 1886-5623

 

 

 

Los inicios de la recolecci—n de cuentos folcl—ricos en Murcia:

 D’az Cassou

 

çngel Hern‡ndez Fern‡ndez

 

Resumen

D’az Cassou es el primer escritor de Murcia, y pr‡cticamente el œnico hasta finales del siglo XX, que incorpora a sus libros cuentos y leyendas de origen tradicional. Cerca de veinte cuentos adornan su obra, ya hoy pr‡cticamente olvidada, que resulta de gran interŽs para los investigadores del  cuento folcl—rico.

Palabras clave: D’az Cassou, cuentos folcl—ricos, leyendas, Murcia, Frutos Baeza, Alberto Sevilla, Boggs, Aarne-Thompson-Uther, Julio Camarena, Maxime Chevalier.

 

Abstract

D’az Cassou was the first Murcian author, and practically the only one until the end of the 20th Century, that included in his books both folktales and legends of traditional origin. Near twenty short stories can be found in his works, nowadays practically forgotten, yet of great interest for folktale research. 

Keywords: D’az Cassou, Folktales, Legends, Murcia, Frutos Baeza, Alberto Sevilla, Boggs, Aarne-Thompson-Uther, Julio Camarena, Maxime Chevalier. 

 

 

P

ese al escaso interŽs que, por lo general, ha despertado la recolecci—n y estudio del cuento folcl—rico en Espa–a, sorprende que en la Regi—n de Murcia haya que esperar hasta 1987 (Ánada menos!) para encontrar el primer libro que recoja, de forma rigurosa, una peque–a cantidad de su patrimonio cuent’stico tradicional. En Murcia ha ocurrido algo que es general en todo el pa’s, pero que en esta regi—n se manifiesta de manera exagerada: la desatenci—n y menosprecio absolutos de los intelectuales por el cuento popular. Los folcloristas murcianos de la segunda mitad del XIX se interesaron exclusivamente por las manifestaciones poŽticas de la literatura popular (romances, canciones, coplasÉ) y olvidaron las narraciones tradicionales. Es cierto que a la recolecci—n de leyendas se dedicaron con mayor empe–o, pero en lo que se refiere al cuento apenas encontramos muestras en la literatura regional, sin duda porque, siguiendo unos t—picos muy arraigados entre las minor’as intelectuales, ha sido considerado este gŽnero como de poca entidad literaria y v‡lido solamente para el pœblico infantil (cuentos Çde viejasÈ los llamaron ya los escritores del Siglo de Oro).

De modo que si consultamos el primer inventario realizado del cuento  folcl—rico espa–ol, el Index of Spanish Folktales de Boggs, publicado en Helsinki en 1930 por la prestigiosa Academia Scientiarum Fennica, observamos que entre la bibliograf’a s—lo incluye a dos autores murcianos: JosŽ Mart’nez Tornel y Pedro D’az Cassou. Del primero cita Boggs el libro Cuentos y cantares populares murcianos, que conoce s—lo por referencias pero que no ha consultado. En realidad, el libro de M. Tornel se titula Cantares populares murcianos, fue editado en la imprenta de ÇEl Diario de MurciaÈ en 1892, pero en Žl no encontramos ningœn cuento folcl—rico. Probablemente Boggs confundi— este libro con otro volumen de Tornel de prometedor t’tulo para nuestra materia, Cuentos y tradiciones murcianas, aparecido en 1880, en la misma editorial que el anterior, pero que tampoco incluye este tipo de relatos (se leen solamente tres narraciones de car‡cter costumbrista: ÇLa Dolorosa de SalcilloÈ, ÇLa Riada de San Calixto, a–o 1651È y ÇBlas ReyesÈ, sobre las andanzas de este bandolero). M. Tornel escribi— otros relatos costumbristas como ÇUn velatorio de çngelÈ o ÇEl ventorrilloÈ, pero su dedicaci—n a la literatura popular se centra en la poes’a y la canci—n.

Boggs cita tambiŽn dos libros de D’az Cassou: La literatura panocha. Leyendas, cuentos, perolatas y soflamas de la huerta de Murcia[1] y Pasionaria murciana. La cuaresma y la semana santa en Murcia[2], en los que descubre algunos cuentos populares, si bien han sido sometidos a tratamiento literario. Fue, por tanto, D’az Cassou  el primer escritor en Murcia que se dedic— a la recreaci—n literaria de cuentos tradicionales, llenando as’ un vac’o casi absoluto en las letras murcianas que no deja de extra–ar en una literatura machaconamente apegada al costumbrismo m‡s t—pico y repetitivo, aplicado a la recreaci—n de un arquetipo ficticio, el Huertano, y de su presunta habla. Y prueba de que este costumbrismo es un invento de ciertas Žlites que miran al pueblo desde el distanciamiento y paternalismo de su supuesta superioridad intelectual, es la ausencia en las obras de estos autores de aquellas manifestaciones orales y tradicionales —como el cuento— que precisamente han caracterizado la cultura de los iletrados.

En este sentido D. Cassou se convierte en una excepci—n, y de ah’ el enorme interŽs de sus escritos en los que se aplica a rescatar esas preciosas expresiones art’sticas  (cantos, romances, coplas) de una cultura intemporal. Podemos decir que D. Cassou es el Grimm murciano, y aunque este apelativo resulte indudablemente exagerado tanto por la radical diferencia con sus colegas alemanes en el mŽtodo de trabajo utilizado como en la cantidad y calidad de los productos obtenidos, s’ creo en cambio que explica la importancia de nuestro escritor como conservador de una peque–a parte de ese tesoro tradicional, ignorado o menospreciado por sus contempor‡neos.

D. Cassou escribi— sus cuentos en el llamado panocho, supuesta lengua de la huerta de Murcia a cuya recreaci—n se dedicaron numerosos intelectuales que cayeron en evidentes exageraciones y ridiculeces lingŸ’sticas. No se le puede negar, sin embargo, al escritor murciano la gracia y la habilidad que tiene para reproducir el lenguaje coloquial con todos sus modismos y dialectalismos, aunque con frecuencia Çse le vaya la manoÈ en su af‡n por querer ser fiel al habla popular que pretende trasladar a sus cuentos. Aunque estas obritas costumbristas no han conseguido superar los l’mites geogr‡ficos y temporales que la hicieron nacer, para los amantes de la literatura popular (y en especial del cuento) atesoran sin embargo un indiscutible interŽs que las convierten en merecedoras de mayor reconocimiento y estimaci—n. Es lo que pretendo mostrar en este art’culo.

En su Pasionaria murciana, D. Cassou incluy— una narraci—n referida a diversas plantas y animales que tuvieron alguna relaci—n con la Pasi—n de Cristo[3]. Veamos primero la de las vegetales de la Pasi—n:

 

En nuestros campos y huerta, estuvo muy acreditada la especie de que Judas se ahorc— de una higuera: el contacto del cuerpo abominable vici— la madera de este ‡rbol, que, desde entonces, para nada sirve, ni aun para quemar; y es ‡rbol que no tiene la gala de la flor y, s’, el castigo de llevar dos frutos cada a–o, mientras que los dem‡s llevan s—lo uno.

Higuera y algarrobo tienen mala sombra: la primera, porque de ella se ahorc— Judas; el segundo, porque ‡ Žl se subi— el falso ap—stol, para ver pasar, sin ser visto, el entierro del Se–or. Las ca’das de ambos ‡rboles son, por la misma raz—n, peligrosas: tienen mala ca’a.

Otros creen que fuŽ ‡ un ‡lamo, al ‡rbol que se encaram— Judas para ver pasar el entierro de Cristo: al ‡lamo tembl—n, que tiembla desde que sinti— sobre s’ ‡ aquel aborto del infierno.

En cambio, la rosa blanca lo es porque los que en el santo entierro llevaban el cad‡ver de Jesœs, lo dejaron, mientras abr’an el sepulcro, junto ‡ un rosal encarnado, cuyas rosas palidecieron al contacto del cuerpo del Se–or y dieron origen ‡ los rosales blancos, desconocidos hasta entonces.

La pasionaria era una rosa sobre la que cay— una gota de sangre de Jesœs; la semilla de aquella flor produjo la rosa de pasi—n.

Hay espino blanco (cratoegus monogyna), y espino negro (ramnus lycioides L.), ‡ los dos se llama artos, en Murcia, y antes de Nuestro Se–or Jesucristo los dos eran s—lo uno: el negro. De espino negro era la corona de Nuestro Se–or, aquella corona cuyas espinas quisieron arrancar las cabernericas, que, desde entonces, tienen una mancha roja bajo el pico; y de espino negro era el bast—n de Josef de Arimathea. Lleg— un momento en que, teniendo que ayudar con ambas manos ‡ la santa obra de introducir el cuerpo de Jesœs en el sepulcro, Josef clav— el bast—n en tierra. Olvid—lo y ‡ la ma–ana siguiente, cuando volvi— por Žl, vi— que hab’a brotado, crecido y florecido en blanco, y cubr’a, defendiŽndola, la entrada del santo sepulcro; as’ se produjo el primer espino blanco, y as’ se explica que las piadosas caverneras (gilgueros) no se paren jam‡s sobre el negro espino.

La ca–a (arundo donax de Linneo) contribuy— ‡ la irrisi—n que se hizo de Jesœs, en las burlas sangrientas del Pretorio. Desde entonces Dios la abandon— al diablo, que la da ‡ las brujas para que monten en ella, y ha quedado estŽril: planta de Espa–a, que florece y no grana.

 

El escritor murciano ha reunido aqu’ en una sola narraci—n varias leyendas tradicionales, que en muchos casos pueden encontrarse ya en los evangelios ap—crifos. Por ejemplo, el relato etiol—gico que justifica la mancha roja del pico del jilguero por haber intentado arrancar las espinas de la corona de Cristo, ha tenido gran repercusi—n en el folklore y la literatura. As’, Stith Thompson, en su monumental cat‡logo de motivos folcl—ricos[4], incluy— dos entradas relacionadas con la acci—n piadosa de estos p‡jaros (u otros semejantes): A 2221.2.4., Las golondrinas arrancan las espinas de la corona de cristo; o A 2221.2.4.1, Las golondrinas se ponen de luto por la crucifixi—n. Adem‡s, JosŽ Fradejas ha rastreado la extensa difusi—n de estos motivos por la literatura popular y la escrita (Fern‡n Caballero, Rodr’guez Mar’n, Constantino Cabal, E. Noel, J. de Burgos y M. Aguado, el Conde de Navas, Selma LagerlšffÉ)[5].

A continuaci—n, Boggs habla de los animales, que hablaban al comienzo del mundo pero que despuŽs perdieron esa facultad debido a sustos o castigos divinos. A travŽs del di‡logo (en dialecto murciano) entre dos personajes, se van mencionando los animales cuyas voces supuestamente aluden a algœn episodio b’blico. ƒstas son las secuencias de que consta la narraci—n:

 

El perro la perdi— el habla cuando vio morir a su amo Abel a manos de su hermano, por lo que repite el nombre del agresor Ca’n.

El gallo la perdi— cuando San Pedro neg— a Cristo, y desde entonces proclama con su canto el sacrificio del redentor.

Las borregas parecen decir: ÇBee...lemÈ.

El buey est‡ bendito porque calentaba al Ni–o, mientras que la mula, por comerse la paja entretanto, ni pare ni se come su carne.

Segœn otra versi—n, la Virgen se cay— de la burra por culpa de una serpiente, que hasta entonces andaba erguida y desde ese momento anduvo a rastras.

El cuervo dice ÇÁClavao!È refiriŽndose a la cruz, aunque otros piensan que dice ÇÁCaraja!È desde que vio c—mo se qued— el mundo despuŽs del diluvio.

Las golondrinas y las caverneras quitaron las espinas y los clavos a Jesœs. En memoria de ello, las golondrinas llevan manto y las caverneras una mancha colorada debajo del pico.

El mochuelo parece decir ÇÁCruz, cruz!È y la codorniz ÇÁTente all‡!È, frase con la que intent— detener al soldado que clav— la lanza en el costado de Jesœs. Otros dicen que la codorniz, a causa de que le pis— su nido la Virgen cuando iba a escondidas a Egipto, iba pregonando a todo el mundo la presencia de la Sagrada Familia con la expresi—n ÇÁAll‡ va!È.

 

Boggs catalog— este relato con el nœmero-tipo *243A, que resumi— as’: ÇAnimales y aves anuncian la Pasi—n de CristoÈ. Remite Boggs tambiŽn al relato ÇEr cuento del acomisionaoÈ de La literatura panocha, que luego comentarŽ, para el discurso que realizan los animales. El tipo *243A de Boggs no ha tenido cabida en el cat‡logo de cuentos hisp‡nicos de Camarena-Chevalier porque en realidad se compone de varios cuentos de animales y leyendas que D’az Cassou reuni— en uno solo con el t’tulo de ÇAnimales de la Pasi—nÈ. Confirma el escritor murciano con sus palabras que escuch— los cuentos y que despuŽs los refundi— literariamente: ÇDe ellos hablan cuentos panochos que o’ contar separadamente...È, dice justo al comienzo de la narraci—n.

Efectivamente, la mayor’a de estos relatos gozan de vida independiente en la tradici—n oral. Ya he comentado el de la golondrina (o jilguero) piadosa. Otro tambiŽn muy conocido es el de la esterilidad de la mula como castigo por haberse comido la paja que calentaba al Ni–o, el cual fue catalogado por Julio Camarena y Maxime Chevalier[6] con un nuevo nœmero tipo, el [750I], Por quŽ la mula no puede tener hijos. A las versiones enumeradas por estos autores habr’a que a–adir varias recogidas por A. S‡nchez Ferra en el municipio de Torre Pacheco (Murcia)[7]. As’, los cuentos 68, 69 y 70 explican la esterilidad de la mula porque no calent— a Jesœs en el pesebre; los nœmeros 71 y 72, en cambio, atribuyen la causa de la maldici—n a que el animal derrib— a la Virgen porque se asust— cuando se cruz— en el camino una culebra. En este caso, el castigo se traslada al reptil, verdadero culpable de la ca’da. De este modo, la narraci—n cobra un sentido etiol—gico para explicar la ausencia de patas en las serpientes o culebras. Camarena-Chevalier crearon tambiŽn un nuevo nœmero-tipo relacionado con esta leyenda, el [157F], Por quŽ la culebra no tiene patas, aunque en este caso el origen de la mutilaci—n proviene de que Dios quit— las patas al reptil para que hiciera el menor da–o posible, mientras que al lagarto se las dej— porque no manifest— ningœn instinto agresivo. Camarena-Chevalier dieron testimonio de cuatro versiones ibŽricas: dos madrile–as, una gallega y dos portuguesas. A Žstas a–adirŽ el ejemplar recogido por el equipo de S. Ferra en la pedan’a de CaprŽs (Fortuna) con el n.¼ 32[8].

Otra de las secuencias antes transcritas cuenta la delaci—n de la codorniz a la Sagrada Familia en su huida a Egipto. Aqu’ tambiŽn podemos hablar de otra narraci—n muy arraigada en la tradici—n oral. De nuevo hay que citar a Camarena-Chevalier, quienes crearon otro tipo hisp‡nico para albergar este relato, concretamente el [750K], La planta bendecida. De este cuento mencionan una versi—n noruega y tres versiones tradicionales espa–olas: la catalana de Coll i Mart’, una extreme–a inŽdita registrada por JosŽ Luis Puerto, y otra gallega. En mi art’culo ÇEl milagro del trigo: de los evangelios ap—crifos al folklore y la literaturaÈ[9], me he referido a otras versiones y variantes de este cuento, donde la planta puede ayudar a la Sagrada familia en su huida de las tropas herodianas, o por el contrario, negar su ayuda. La consiguiente recompensa o castigo divinos depender‡n, naturalmente, de una u otra acci—n.

 

* * * * * * * * * * * *

 

El otro libro de D. Cassou mencionado por Boggs es La literatura panocha. Leyendas, cuentos, perolatas y soflamas de la huerta de Murcia. Aqu’ aparecen seis cuentos de los cuales dos (nœmeros II y III) no fueron tenidos en cuenta por Boggs en su ’ndice. ƒstos son los cuentos:

 

(I): Ar que se muere, lo entierran, que los que quean ya sÕapa–an...  Un hombre muere y su mujer queda desconsolada. Llega al cielo y all’ pide con tanta insistencia que lo dejen volver a la tierra que al final lo consigue. Pero al regresar nadie lo reconoce, y sin embargo comprueba que su mujer lo ha olvidado f‡cilmente con el mozo de la casa. S—lo su madre est‡ rezando por Žl, por lo que se la lleva al cielo.

(II): Er cuento del acomisionao. Cuatro animales (perro, gato, gallo y pollo) ahuyentan a un recaudador de impuestos que ha pasado la noche en casa de un contribuyente. El ÇacomisionaoÈ cree entender en los aullidos de las animales estas palabras: ÇÁHambre!È, ÇÁMiseria!È, ÇÁAqu’ no hay n‡!È y ÇÁVete de aqu’!È, por lo que se marcha de aquella casa en la que parece reinar la m‡s absoluta pobreza.

(III): Er canto er cuco. Dos hombres discuten absurdamente sobre un tema balad’: para cu‡l de los dos ha cantado el cuco. Llevan la disputa hasta un abogado que zanja la cuesti—n diciendo que el ave en realidad cant— para Žl, con lo que deja en rid’culo a los litigantes.

(IV): La salœ Ž la iguera, y las plagas Ž las bi–as. Se trata en realidad de dos cuentos: en el primero (que como dije, forma parte tambiŽn de la narraci—n m‡s larga sobre los animales y la Pasi—n de Cristo que se incluye en Pasionaria murciana) Jesœs recompensa la caridad de un hombre otorg‡ndole el don de que su higuera tenga mucha salud, y que el que suba a quitarle los higos sufra una mala ca’da; en el segundo cuento, para castigar al borrach’n de San Pedro, Jesœs echa a las cepas las plagas que le hab’a quitado a la higuera.

(V): ÁConformi‡!... Que Dios sabe lo que se hace. Cristo no ayuda a un hospitalario criador de gusanos de seda, que muere en la miseria, mientras que recompensa a otro grosero y mezquino porque de Žl depende la vida de su familia. Un cura cuidar‡ de la mujer y del hijo del difunto.

(VI): A lo que Dios cr’a, no hay que buscalle la  mejor’a. San Pedro no entiende por quŽ una mata puede dar grandes melones y en cambio la encina s—lo ofrece peque–as bellotas. Le dice al Se–or que pida a Dios para que arregle esta incongruencia. Pero cuando le cae una bellota en las narices se alegra de que no haya sido tan grande como un mel—n.

 

De casi todos estos cuentos pueden encontrarse paralelos literarios y folcl—ricos. Los comentarŽ brevemente a continuaci—n.

(I): Boggs le asign— a este cuento un nuevo nœmero-tipo, el *808, y s—lo mencion— la versi—n de D’az Cassou. No parece que hayan sido registradas otras versiones.

(II): Su argumento tiene relaci—n con el tipo 106[10], La conversaci—n entre los animales, si bien presenta la particularidad de que las voces sirven para alejar al invitado molesto. En este sentido, el relato se relaciona claramente con el n.¼ 21 del Etno-Escatologic—n[11], titulado El pobre, los animales y el hambre. Aqu’, los animales (perro, gallo y gato) ahuyentan a un pobre que va pidiendo. Las frases de los animales son: ÇÁHambre!È (perro), ÇÁSiempre la ha habido!È (gallo), ÇÁEsto es plaga!È (gato). Al o’r estas exclamaciones, el pobre se aleja de all’[12].

(III): El chiste lo encuentra Maxime Chevalier en la literatura del Siglo de Oro[13] y nos ofrece varios ejemplos tomados del Sobremesa y Alivio de caminantes de Timoneda, de la Floresta espa–ola de Melchor de Santa Cruz, de la Filosof’a antigua poŽtica de L—pez Pinciano y del Tesoro de la lengua espa–ola de Covarrubias. Por otra parte, JosŽ Fradejas ampl’a las referencias a Ambrosio de Salazar, Lope de Vega, Tuningio, Aurelio del Llano, R. M. Azkue, Cuentos de Lugo (n.¼ 147) y El Folklore andaluz (1881)[14]. Otra versi—n tradicional fue recogida en el penal del puerto de Santa Mar’a[15]. Puede incluirse en el tipo 1861, AnŽcdotas acerca de jueces.

(IV): Hay distintos argumentos para explicar por quŽ la higuera da dos cosechas al a–o. Segœn el episodio m‡s arriba transcrito de Pasionaria murciana, no se tratar’a de un premio divino sino de una maldici—n porque en sus ramas se ahorcar’a el traidor Judas. Sin embargo, en La literatura panocha se ofrece otra interpretaci—n diferente: Jesœs recompensa la caridad hospitalaria de su anfitri—n y le otorga el don de que su higuera tenga mucha salud, y que los que pretendan robarle higos sufran muy mala ca’da; despuŽs, para castigar a San Pedro, echa sobre las cepas las plagas que antes soportaba la higuera. Boggs le asign— a esta narraci—n un nuevo nœmero-tipo, el *846, pero s—lo mencion— el cuento de D’az Cassou. Otra versi—n diferente a las del escritor murciano est‡ catalogada en el ’ndice de Aarne-Thompson con el nœmero 774G, La fruta favorita de San Pedro (aunque ha sido eliminado en la reciente revisi—n de Uther[16]): Cristo pregunta a San Pedro quŽ fruta le gusta m‡s, y aunque el santo prefiere las uvas y el vino, dice que los higos, y por eso las higueras dan cosecha dos veces al a–o. Camarena-Chevalier ofrecen abundante bibliograf’a hisp‡nica de este tipo, a la que a–adirŽ una versi—n de S‡nchez Ferra (municipio de Torre Pacheco), con el n.¼ 78, y otra riojana de Javier Asensio[17]. Todav’a otra tradici—n sostiene que la higuera da dos cosechas al a–o como premio por haber cobijado a la Virgen en su huida a su Egipto[18].

(V): Pertenece al tipo 759, La justicia de Dios vindicada, y es un relato moralizante, de gran arraigo en la tradici—n espa–ola, que explica las aparentes arbitrariedades de los actos divinos, muchas veces incomprensibles para los humanos. Fern‡n Caballero incluy— una versi—n m‡s breve de este relato, con el t’tulo de ÇSan PedroÈ, en su libro Cuentos, oraciones, adivinas y refranes populares e infantiles, concretamente en el apartado ÇCuentos infantiles religiososÈ. En esta versi—n, San Pedro no comprende por quŽ el Se–or no recompensa la amabilidad hacia ellos de un anciano viudo que pasa calamidades con sus tres hijos. El Se–or le responde que la divina providencia se encargar‡ de cuidar a esas criaturas, que llegar‡n a alcanzar altos cargos eclesi‡sticos. Termina el relato describiendo la proverbial cobard’a del santo, que se esconde en una alcuza cuando se acercan unos ladrones. Julio Camarena y Maxime Chevalier le asignan a este esquema argumental un nuevo nœmero-tipo, el [759**], La providencia de Jesucristo, que incluyen en el volumen de cuentos religiosos de su Cat‡logo tipol—gico del cuento folkl—rico espa–ol.

(VI): Boggs catalog— este cuento como tipo 759, lo mismo que el anterior. Sin embargo, se trata sin duda del nœmero 774P, San Pedro y las nueces. Es f‡bula muy conocida que ya tratara La Fontaine (IX, 4) y de la que disponemos de numerosas versiones en todo el mundo. Camarena-Chevalier no mencionaron en su cat‡logo de cuentos hisp‡nicos la versi—n de D. Cassou.

 

* * * * * * * * * * *

 

Boggs no mencion— en su ’ndice otro libro de D. Cassou que contiene cuentos folcl—ricos. Se trata de Tradiciones y costumbres de Murcia. Almanaque folkl—rico, refranes, canciones y leyendas[19]. El apartado de leyendas reœne, pese a su t’tulo, seis relatos que son en realidad cuentos tradicionales.

 

(1): El llano de las brujas. El Padre Tomatera es llevado por unas brujas hasta un aquelarre en el que el diablo ofrece recompensa a sus sœbditos despuŽs de que le besen el rabo. El fraile pide dinero para su convento, que est‡ en obras, y cuando lo recibe responde con un ÇÁDios te lo pague!È. Entonces los diablos y brujas desaparecen.

(2): Bienaventurados los tontos. Un tonto de Murcia llama a las puertas del cielo pero San Pedro le niega la entrada porque los tontos no tienen lugar reservado all’. Perete insiste en que no le corresponde ir al infierno ni al purgatorio, y tanto marea al portero que Žste por fin lo deja pasar. La conclusi—n es que los tontos de Murcia no son tontos sino mindangos o cam‡ndulas, es decir, marrulleros y gandules.

(3): ÁMia que te rempujo! Un joven pide ayuda al ped‡neo del pueblo para que lo libre del acoso de una muchacha. El alcalde le propone que la haga correr detr‡s de Žl, descalza entre los matorrales, con el pretexto de una promesa realizada. Pero la joven, sin dote y con fama de tonta, lo persigue hasta la casa de la autoridad y no lo deja escapar, con lo que la boda resultar‡ inevitable.

(4): El chuscarraiquio en misa. Es el cuento del campesino enviado a misa por su madre que cuenta disparates acerca de lo que ha visto en la ceremonia religiosa.

(5): QuÕantes se pilla a un embustero, quÕa un cojo. Jesœs y San Pedro, en una abrasadora tarde de verano, se dirigen hacia Murcia. Ven las orejas de un burro sobre un campo de trigo. Jesœs env’a entonces a S. Pedro para que coja al burro, pero el santo, por miedo a que el due–o del animal lo sorprenda, le dice que las orejas entrevistas pertenecen a una enorme liebre. El maestro finge que se cree la mentira de su disc’pulo. Cuando llegan a la ciudad, Jesœs enga–a a Pedro diciŽndole que cruzar‡n un puente por el que los mentirosos caen al r’o, que es el Puente Viejo sobre el r’o Segura. San Pedro, asustado, se delata y  confiesa entonces su embuste.

(6): La confesi—n del t’o Porretas. Es un ignorante que interrogado por el cura en materia de fe no responde nada con sentido. Afirma que cumple el primer mandamiento, porque no le cuesta nada, pero en cuanto al segundo no puede precisamente decir lo mismo ya que se pasa el d’a jurando en vano. Pide la absoluci—n bas‡ndose en el argumento de que vaya una cosa por otra. Al final el cura no se la otorga porque como ya la recibi— el a–o pasado en otro lugar, vaya lo uno por lo otro (rŽplica aguda que utiliza el mismo razonamiento del contrincante dialŽctico, caracter’stica del relato tradicional).

 

De estos relatos he localizado los siguientes paralelos folcl—rico-literarios:

(1): Se corresponde, aproximadamente, con el nœmero-tipo [746A] creado por Gonz‡lez Sanz en su cat‡logo de cuentos folcl—ricos aragoneses: La oraci—n espanta a las brujas, que resume el autor del siguiente modo: ÇUn hombre se une a un baile que resulta ser un aquelarre. Al pronunciar el nombre de Dios o de Mar’a se espantan todas las brujasÈ (cf. el nœmero-tipo 817*, El diablo se va cuando se menciona el nombre de Dios).

(2): En el transcurso de la narraci—n del cuento del tonto que consigue entrar al cielo embaucando al portero celestial, se alude a otro cuento folcl—rico (pp. 237-238): ÇVamos Pedro, dijo el Se–or, tœ le tienes tema a los de la huerta de Murcia, desde que, por aquello que te pas— de las gachasmigas, te quedaste sin el poco pelo que ten’asÈ. ƒste es el tipo 774J, Por quŽ San Pedro se qued— calvo: no comparti— los pasteles con Jesœs. En su cat‡logo de cuentos folcl—ricos aragoneses, Gonz‡lez Sanz define el tipo 774J con estas palabras: ÇSan Pedro roba una torta reciŽn horneada y la oculta bajo la boina para que Cristo no la descubra. Se quema la cabezaÈ.

(3): En cuanto al asunto principal del cuento, el empecinamiento amoroso de la protagonista en la persecuci—n de su amado, que al final ha de rendirse, este cuento guarda relaci—n con el nœmero 122 del Etno-escatologic—n de F. L—pez Meg’as (ob. cit.). En Žsta, el cura de Alpera, ante la tenaz insistencia del sacrist‡n, tiene que regalarle su petaca. Cuando el mismo cura oye en confesi—n a una muchacha que le dice que su novio la acosa para llev‡rsela a la cama, novio que no es otro que el mismo sacrist‡n, el cura replica: ÇÁAy, nena, pues entonces date por jodida!È. IdŽntico chiste final se repite en el relato n.¼ 232 (Insistencia irresistible) de los Cuentos populares sevillanos de J. L. Agœndez[20], cuyo desarrollo argumental es similar al de la versi—n resumida del Etno-escatologic—n. Agœndez menciona en nota a este cuento tres versiones literarias relacionadas: una de Rodr’guez Mar’n, que toma los elementos principales de la historia pero que luego se aparta de las versiones populares; otra de Campillo, en la que el cura se identifica con el enojo de la muchacha pero que no repite el chiste final; y otra del Conde de las Navas, muy similar a las tradicionales, con la peque–a diferencia de que  un joven (inglŽs) se encapricha de la cotorra del cura, en lugar de la petaca. Otra versi—n tradicional puede leerse en los Cuentos burgaleses de tradici—n oral, n.¼ 168: El alguacil insistente[21].

(4): Se trata del tipo 1678** (en la revisi—n de Hans-Jšrg Uther), tipo miscel‡neo en el que se incluyen varios cuentos con un inicio similar: un muchacho ignorante entra por primera vez a una iglesia. A continuaci—n, la narraci—n desarrolla el motivo de los disparates realizados por el tonto dentro del templo, quien desconoce completamente el ritual de la misa; o, en otras versiones, el protagonista interpreta de forma excŽntrica lo que all’ ha visto. A partir de esta trama general, pueden reconocerse distintas  variantes, que en la Regi—n de Murcia adoptan las formas siguientes: a) el joven piensa que la pila del agua bendita es un caldo del que se han comido la carne, y por ello protesta; b) el cura reparte la comuni—n pero el bobo piensa que est‡ convidando a comer a sus feligreses; entonces interrumpe la misa para invitar Žl a la siguiente ronda; c) cuando ve que el monaguillo levanta la casulla del cura, Žl hace lo propio con la falda de la mujer que se sienta en el banco de delante (o le pinchan con un alfiler y Žl repite la acci—n con la mujer), Žsta le propina una bofetada y Žl responde con otra al que se sienta detr‡s, a quien invita a que siga el ÇtajoÈ; d) mete el burro en la iglesia, lo ata a la pila del agua bendita y amenaza al cura cuando el animal se asusta al o’r la campanilla del monaguillo; e) el ignorante interpreta de modo disparatado el ritual de la misa; f) bien porque se ha quedado sin formas, bien porque el bobo comulga repetidas veces para saciar el hambre, el sacrist‡n elabora falsas hostias con estropajo, suela de zapato, etc. (el comulgante pregunta al salir de la iglesia quŽ es la comuni—n y le responden que consiste en comer el cuerpo de Cristo; entonces replica que a Žl le ha tocado el pellejo, sobaco, etc.[22] O, en una variante, un creyente restriega las almorranas por el dedo del pie de una estatua milagrosa. A continuaci—n, el que viene detr‡s se mete el pie en la boca para curar sus muelas. Cree que el Cristo pis— una mierda esa ma–ana).

(5): Aunque por los protagonistas que aparecen pudiera pensarse que se trata de una variante no catalogada del tipo 774, el cuento de las andanzas de Cristo y San Pedro por el mundo, es en realidad un cuento de mentiras adscrito a una variante del tipo 1920D, El mentiroso reduce el tama–o de su mentira. Chevalier[23] encontr— el cuento de la exageraci—n progresivamente dismunida en la literatura ‡urea (Di‡logos familiares de Juan de Luna, Duelo de honor y amistad de Jacinto de Herrera, El Critic—n de Graci‡n, y en Las mil y una barbaridades de Monlau, escritor del siglo XIX), pero no apunt— versiones tradicionales. En la Regi—n de Murcia aparece tambiŽn en la antolog’a de S. Ferra (Torre Pacheco), n.¼ 270, donde un cura afirma en el serm—n que Jesœs naci— a varios kil—metros de la cueva y que se fue andando hasta all’ Žl solo; y en el Cancionero-refranero y anecdotario poŽtico popular (Recopilaci—n del sentir popular huertano), de Escol‡stico Riquelme S‡nchez[24], a prop—sito de un supuesto garbanzo gigantesco (y tambiŽn con el motivo, presente en la versi—n de D. Cassou, del puente que se hunde al paso del mentiroso).

(6): Est‡ relacionado con el tipo 1832* y variantes, El muchacho contesta al sacerdote. Fern‡n Caballero recogi— una versi—n abreviada de este relato en su libro Cuentos y poes’as populares andaluzas, m‡s concretamente dentro del apartado titulado ÇChascarrillosÈ.

En total, podemos contar cerca de la veintena de cuentos folcl—ricos diseminados en la obra de D’az Cassou, lo cual no resulta un nœmero considerable, desde luego, pero s’ es un conjunto importante si tenemos en cuenta la escasez casi absoluta de patrimonio cuent’stico murciano por esas fechas. L‡stima que el camino emprendido por el autor murciano no lo siguieran otros folcloristas y que tengamos que esperar hasta fechas muy tard’as para encontrar las primeras recopilaciones importantes de cuentos tradicionales murcianos.

Sin embargo, s’ podemos espigar algœn ejemplar m‡s de relato tradicional en la literatura costumbrista murciana de finales del XIX y principios del XX. As’, en la interesante novela hist—rica de JosŽ Frutos Baeza, El ciudadano Fortœn[25], encontramos un cuento que tiene el aspecto de ser tradicional. Lo titula el autor ÇEl cuento de Mangas-VerdesÈ. Se trata de un gandul que tiene un hermano muy trabajador. A una imagen de Jesœs le pide que le indique el lugar donde est‡ escondido un tesoro de los moros. El hermano, oculto tras la estatua, le repite que doble, lo que el vago interpreta como que multiplique la ofrenda de aceite que le hace el santo a cambio de la informaci—n. Al final el hermano le explica el sentido de la palabra: lo que tiene que doblar son las costillas y trabajar[26].

TambiŽn en el libro De mi tierra: romances, bandos, cuentos y juegos representados en la huerta de Murcia, del mismo Frutos Baeza[27], aparece un cuento, titulado ÇEl cuervo viejoÈ, cuyo argumento es el siguiente: un cuervo viejo que ha suplantado a otro joven del nido para alimentarse sin trabajar, ve truncados sus planes a causa de una sequ’a que impide a sus padres conseguir comida; entonces se delata cuando les dice d—nde pueden encontrarla, e inmediatamente es expulsado. J. L. Agœndez (ob. cit.) incluye una versi—n similar en sus Cuentos populares sevillanos (tomo I, p. 127, cuento n.¼ 14: Hijo exigente), que relaciona con el tipo 910A, Sabidur’a a travŽs de la experiencia. A continuaci—n cita dos textos del EspŽculo de los legos, un ejemplario medieval: el cuento n.¼ 28 de esta colecci—n, que recuerda la historia del cuco, que pone sus huevos en el nido de la cogujada, quien cuida al hijo del cuco como si fuera suyo hasta que crece y la devora; o el n.¼ 535, que cuenta c—mo el bœho puso sus huevos en el nido del azor pero ensuciaba mucho y fue expulsado.

Opino, sin embargo, que este cuento presenta claras semejanzas con el tipo 230, La crianza del p‡jaro con cabeza grande y ojos grandes, cuya descripci—n es:

 

Un ‡guila (halc—n) cr’a a un bœho. Cuando la que est‡ criando al bœho se da cuenta de su gran edad, lo mata.

 

Puede leerse otra versi—n del cuento en la antolog’a mencionada de Escol‡stico Riquelme S‡nchez, Cancionero-refranero y anecdotario poŽtico popular, n.¼ 291.

Es posible aœn encontrar muestras de cuentos tradicionales (sobre todo, seriados y formul’sticos) en antolog’as de poes’a popular murciana. Es el caso del Cancionero popular murciano de Alberto Sevilla[28]: en la p‡gina 48, la copla nœmero 83 ofrece una versi—n del tipo 2011, ÀAd—nde te has ido, ganso?; y las nœmeros 30 y 31 (ambas en la p‡g. 29) conforman dos versiones del cuento de nunca acabar (tipo 2275).

Pero, como ya se ha repetido, con la excepci—n de D’az Cassou, las letras murcianas ofrecen un panorama triste y desolador en lo que a recuperaci—n y reelaboraci—n de cuentos folcl—ricos se refiere. Y es una verdadera l‡stima, ya que las antolog’as que se publicar‡n casi a finales del siglo XX dar‡n fe de una admirable riqueza cuent’stica en la regi—n, como quiz‡ podamos demostrar en otro momento.

 



[1] La literatura panocha. Leyendas, cuentos, perolatas y soflamas de la huerta de Murcia, Murcia: imprenta Belmar, colecci—n ÇHoja de laurelÈ, n.¼ 4, 1972. Es reimpresi—n de la primera edici—n en Madrid: imprenta Fortanet, 1895.

[2] Pasionaria murciana. La Cuaresma y la Semana Santa en Murcia, Murcia: Academia Alfonso X El Sabio, 1980. Es reimpresi—n de la primera edici—n en Madrid: imprenta Fortanet,  1897.

[3] Aparece a partir de la p‡gina 231 en la primera edici—n y en la 229 en la edici—n de la Academia Alfonso X El Sabio.

[4] Motif-Index of Folk Literature. A classification of narrative elements in folktales, ballads, miths, fables, medieval romances, exempla, fabliaux, jest-book and local legends, 6 vols. (Copenhague y Blomington: Indiana University Press, 1955-1958).

[5] Los evangelios ap—crifos en la literatura espa–ola, Madrid: BAC, 2005, pp. 263-266.

[6] Cat‡logo tipol—gico del cuento folkl—rico espa–ol, 4 vols., Madrid y Alcal‡ de Henares: Gredos y Centro de Estudios Cervantinos (I, cuentos maravillosos: 1995; II, cuentos de animales: 1997; III, cuentos religiosos: 2003; IV, cuentos-novela: 2003).

[7] S‡nchez Ferra, A. (2000), ÇCam‡ndula (El cuento popular en Torre Pacheco)È, Revista Murciana de Antropolog’a, 5, Murcia: Universidad, p. 93.

[8] G. Garc’a Herrero, A. S‡nchez Ferra, J.F. Jord‡n Montes (1999), ÇLa memoria de CaprŽsÈ, Revista Murciana de Antropolog’a, 4, Murcia: Universidad, p. 186.

[9] Editado en Culturas Populares. Revista Electr—nica, 3 (septiembre-diciembre 2006). http://www.culturaspopulares.org/textos3/articulos/hernandez.htm.

[10] De acuerdo a Antti Aarne y Stith Thompson, Los tipos del cuento folkl—rico. Una clasificaci—n, traducci—n de F. Pe–alosa, Helsinki: Academia Scientiarium Fennica, 1995.

[11] Francisco R. L—pez Meg’as, Etno-Escatologic—n. Tratado del hombre en cuclillas y en las camas del alto de la villa, Murcia: ed. de L—pez Meg’as, 2000, pp. 25-26.

[12] VŽase tambiŽn el nœmero-tipo [1854A], El sastre cobarde confunde las voces de los animales, creado por Carlos Gonz‡lez Sanz en su Cat‡logo tipol—gico de cuentos folkl—ricos aragoneses, Zaragoza: Instituto AragonŽs de Antropolog’a, 1996. Este tipo fue eliminado, sin embargo, en la revisi—n que el autor realiz— posteriormente de su obra.

[13] Cuentecillos tradicionales en la Espa–a del Siglo de Oro, Madrid: Gredos, 1975, C3.

[14] Edici—n a los Cuentos de Ambrosio de Salazar, Murcia: Academia Alfonso X El Sabio,  2004, cuento n.¼ 291 y nota correspondiente (pp. 223-224).

[15] VŽase Emilio Pend‡s Trelles, Cuentos populares recogidos en el penal del Puerto de Santa Mar’a (1939), ed. Jesœs Su‡rez L—pez, Gij—n: Fundaci—n Municipal de Cultura, Educaci—n y Universidad Popular, 2000, cuento n.¼ 58.

[16] H.-J. Uther, The Types of International  Folktales. A Classification and Bibliography (Based on the System of Antti Aarne and Stith Thompson), Parts I-III, Helsinki: Academia Scientiarum Fennica, 2004.

[17] Cuentos riojanos de tradici—n oral, Logro–o: Gobierno de La Rioja, 2002, p. 122: La fruta favorita de San Pedro.

[18] En Francisco R. L—pez Meg’as y Mar’a Jesœs Ortiz L—pez, El Etnocuent—n. Tratado de las cosas del campo y vida de aldea, Almansa: ed. de L—pez Meg’as, 1997, p. 265.

[19] Murcia: Academia Alfonso X El Sabio, 1982. Es reimpresi—n de Almanaque folkl—rico de Murcia (Tipograf’a La Paz, Murcia, 1893), El Cancionero Panocho: Literatura Popular Murciana (Imp. Fortanet, Madrid, 1900) y Leyendas murcianas (Imp. Viuda de J. Perell—, Murcia, 1902).

[20] Cuentos populares sevillanos (en la tradici—n oral y en la literatura), 2 tomos, Sevilla: Fundaci—n Machado, 1999 (tomo II, pp. 264-265).

[21] El’as Rubio Marcos, JosŽ Manuel Pedrosa y CŽsar Javier Palacios, Cuentos burgaleses de tradici—n oral (Teor’a, etnotextos y comparativismo), Burgos: Autor, 2002.

[22] Tipo [1832Q] segœn Gonz‡lez Sanz en su ÇRevisi—n del Cat‡logo tipol—gico de cuentos folkl—ricos aragoneses: correcciones y ampliacionesÈ, Temas de Antropolog’a Aragonesa, 8 (1998), pp. 7-60.

[23] Cuentos folkl—ricos en la Espa–a del Siglo de Oro, Barcelona: Cr’tica, 1983, n.¼ 255.

[24] Murcia: Autor, 2002, n.¼ 260.

[25] Murcia: El Tiempo, 1909. Ha sido reeditado por la Academia Alfonso X el Sabio en 1978. El cuento est‡ en el cap’tulo XXII de la novela.

[26] El relato n.¼ 127 del Etno-escatologic—n, de Francisco L—pez Meg’as, comparte con el de Frutos Baeza el motivo de las reconvenciones que un hombre, que se hace pasar por santo, hace a otro por alguna causa: pereza en la de Frutos Baeza o esp’ritu derrochador en la de L—pez Meg’as. El asunto de este œltimo cuento es que un mulero derrochador le pide a Jesœs que le dŽ un capote, en tanto que el sacrist‡n, que lo oye, se esconde detr‡s de la estatua y le replica que ahorre y as’ podr‡ conseguirlo.

[27] Murcia: Tipograf’a de Antonio de Echenique, 1897, pp. 95-99.

[28]  Murcia: Sucesores de NoguŽs, 1921.