Hern‡ndez Fern‡ndez, çngel. ÒLa huerta encantada: cuentos folcl—ricos en Memoria de una Arcadia, de Francisco S‡nchez BautistaÓ. Culturas Populares. Revista Electr—nica 4 (enero-junio 2007).

http://www.culturaspopulares.org/textos4/articulos/hernandezf1.htm

 

ISSN: 1886-5623

 

 

 

La huerta encantada:

cuentos folcl—ricos en Memoria de una Arcadia,

de Francisco S‡nchez Bautista

                                                                                            çngel Hern‡ndez Fern‡ndez

 

Resumen

En este art’culo se reœnen, catalogan y estudian los cuentos folcl—ricos incluidos en Memoria de una Arcadia (La Huerta de Murcia), de Francisco S‡nchez Bautista, libro que hasta ahora no ha sido suficientemente conocido y valorado por los investigadores de la literatura oral. Se ofrecen tambiŽn algunas orientaciones para el aprovechamiento did‡ctico de los cuentos en la Ense–anza Secundaria.

Palabras clave: Francisco S‡nchez Bautista, Memoria de una Arcadia, Huerta de Murcia, cuentos folcl—ricos, cuentos de animales, cuentos maravillosos, cuentos religiosos, leyendas,  did‡ctica del cuento, Ense–anza Secundaria.

 

Abstract: 

This paper locates, classifies and analyzes the folktales included in Memoria de una Arcadia (La Huerta de Murcia) by Francisco S‡nchez Bautista, a book which the oral literature scholars had paid little atention to. This study also poses some ideas for the didactic use of folktales in Secondary Education.

Keywords: Francisco S‡nchez Bautista, Memoria de una Arcadia, Huerta de Murcia,  Folktales, Tales of Animals, Religious Tales, Legends, Teaching folktales, Secondary Education.

 

 

M

emoria de una Arcadia[1] es una hermosa eleg’a a la huerta de Murcia, esa huerta ya hoy pr‡cticamente desaparecida bajo la presi—n del desarrollo urban’stico incontrolado y el abandono de la agricultura tradicional. Francisco S‡nchez Bautista traza en su libro una l’rica evocaci—n de esa perdida Arcadia, de ese paradis’aco paisaje en otro tiempo repleto de verdura y frutales regados con abundante y l’mpida agua, que ahora, polvorientos y descuidados (los que han podido sobrevivir a la imp’a exterminaci—n del hombre), agonizan agostados por la sed y la pronta amenaza del ladrillo o el asfalto.

Memoria de una Arcadia (La Huerta de Murcia) es un libro diferente a los que tradicionalmente se han escrito en Murcia. Se aleja deliberadamente del costumbrismo rampl—n que ha caracterizado buena parte de la literatura regional, aplicada machaconamente a la recreaci—n de un tipo ideal (el huertano), t—pico e intemporal, y de su habla (ese panocho artificial e inexistente del que aœn hoy no hemos podido librarnos). S‡nchez Bautista, en cambio, abandona en su obra la descripci—n de tipos humanos no porque ignore los trabajos y estrecheces de la vida, ni la angustia del ser que est‡ sujeto al devenir, sino porque su objetivo primordial consiste en recrear una naturaleza perfecta que efectivamente existi— y que, ajena a las penas y alegr’as humanas, se mantuvo perfecta e inalterable durante siglos hasta que la mano devastadora del progreso la arranc— de su terru–o originario.

Con un lenguaje de cl‡sicas resonancias virgilianas y en una prosa de ritmo y contenido l’ricos, el autor ha sabido devolvernos literariamente su infancia y la del mundo; ha recreado el mito paradis’aco impregnando las p‡ginas de su libro de una hermosa melancol’a, de una serena tristeza por la pŽrdida irreparable de la belleza y la juventud. Por eso Memoria de una Arcadia va mucho m‡s all‡ de la mera recreaci—n costumbrista de un lugar o paisaje, y su lectura ampl’a los l’mites de un interŽs exclusivamente local para convertirse en obra interesante en cualquier momento y lugar.

Pero adem‡s de los valores y mŽritos literarios que esta obra atesora, para los folcloristas resulta especialmente importante porque incluye varios cuentos folcl—ricos que, por lo visto, no han sido tenidos en cuenta por los estudiosos de este gŽnero. Ejemplo m‡s notorio de este desconocimiento es la ausencia de referencias a Memoria de una Arcadia en el cat‡logo tipol—gico de cuentos folcl—ricos hisp‡nicos de Julio Camarena y Maxime Chevalier[2]. Si tenemos en cuenta que el primer volumen de este cat‡logo, que reœne los cuentos maravillosos, se public— en 1995 y que el libro de S. Bautista apareci— un a–o antes, parece claro que los dos m‡ximos investigadores del cuento tradicional hispano no conoc’an el libro del autor murciano. Lo que pretendo, por tanto, es, en la medida de mis posibilidades, dar a conocer esta obra a los interesados y estudiosos del folclore y, en general, a cualquier persona, que sin duda no quedar‡ decepcionada por su lectura.

S. Bautista recrea, junto a las magn’ficas evocaciones del paisaje huertano, la cultura oral que de forma tradicional se ha ido transmitiendo de generaci—n en generaci—n entre las gentes de estos pagos. En especial se detiene en los cuentos y leyendas que Žl escuch— por v’a oral y que ahora reelabora literariamente en su libro. Sin ser una cantidad excepcional, no es ciertamente despreciable el caudal de cuentos que incluye en sus p‡ginas, testimonio important’simo de la cultura tradicional si tenemos en cuenta la escasez de tales documentos en las letras murcianas. Los relatos que encontramos tratan temas variados y los irŽ exponiendo aqu’ siguiendo la clasificaci—n universal de tipos folcl—ricos de Aarne-Thompson, recientemente revisada por Uther[3], y no por el orden en que aparecen en el texto.

Empezaremos con los cuentos de animales. Puede leerse en las p‡ginas 277-284 un largo relato que narra las el infortunio de un lobo que sale a cazar:

 

LAS DESVENTURAS DEL LOBO QUE
LE CRUJIî LA COLA[4]

(Casi f‡bula, casi cuento)

 

Muy de madrugada, todav’a llozco, cuando las som­bras emborian el paisaje, erraba por trochas y barran­cos el se–or Lobo. Y es que, al mediar la noche, tuvo un sue–o venturoso. Por eso, al levantarse para empren­der sus correr’as por ramblizos y descampados, les dijo a su se–ora Loba y a sus hijitos, los lobeznos: ÇHoy me he levantado con buen pie, pues nada m‡s echarlos en tierra me ha crujido la cola. Y esto, queridos, es se–al de buena suerteÈ.

Y, como vengo diciendo, sali— a los caminos y majadas en busca de rabadanes descuidados, de aquellos que olvidan a sus ovejas y maltratan a sus perros. Lo primero que encontr— fue a Blasa la madrugadora, una campesina que guardaba en la puerta de su horno una hermosa tabla de oloroso pan reciŽn cocido. Pero como le hab’a crujido la cola, augurio de buena suerte, levant— la pata y, en vez de arrapar los panes, se limit— a mearles desde–osamente, pues Žl, el Lobo feroz, no hab’a nacido para estos insignificantes hurtos. Lo suyo, de siempre, hab’a sido m‡s sonado, much’simo m‡s sanguinario. Y prosigui— alegre y confiadamente su peregrinaje.

A no mucho de all’, se tropez— con una cerda reciŽn parida, que mimaba entre roncos gru–idos a doce tiernos marranitos, fruto entra–able de su prol’fico parto. Al olor de aquellos jugosos lechones, se despert— en el Lobo su carn’vora condici—n de salvaje sin piedad, de criminal alima–a. ÇAh, se–ora Puerca, —dijo abriendo sus rojas fauces— quŽ rica ocasi—n me da usted para satisfacer Žstas mis lobunas hambres que soliviantan mis escurridas tripas. Llevo desde la media noche caminando y mi apetito es insaciable. Me  comerŽ a sus gorrinitosÈ.

ÇPiedad, se–or Lobo, —dijo do–a Cerda—. Perm’tame siquiera, due–o y se–or de estos territorios, que los bautice, y as’ me sentirŽ m‡s reconfortada despuŽs de que usted los devore. AcerquŽmonos hasta el r’o, y all’, mientras usted los suspende del rabito, yo con mi hocico les irŽ echando agua hasta que queden todos bautizadosÈ.

ÇNo me parece mal, porque la idea es feliz y propia de una madre piadosa y honestaÈ, —arguy— el se–or bobo, arreciando la voz con recochineo.

Y uno tras otro fueron acercando a los ariscos cer­ditos hasta las orillas del r’o. Pero no llevar’an m‡s de cuatro bautizados, cuando do–a Cerda, en un descui­do, empuj— bruscamente con su duro hocico al despre­venido Lobo, envi‡ndolo en mitad del r’o. Mientras que los cerditos y su madre hu’an a todo huir, el Lobo se esforzaba por ganar la orilla opuesta, esquivando la corriente que lo arrastraba en espumoso remolino hacia un peligroso gorgo.

Tan pronto se repuso de aquel inesperado ataque, prosigui— su camino cuando ya el d’a empezaba a mostrar sus primeros claros. Y, andando triste y mal­dolido, al poco, se tropez— con una yegua que pastaba en un verde y oloroso prado de tierna grama seguida de su peque–a potrilla que daba retozos y repullos aje­na a cualquier peligro. No as’ la yegua, que al ver al Lobo no pudo ocultar su pavoroso miedo. Pero sacan­do astucia de necesidad, empez— a cojear, arrastrando una de sus patas traseras, mientras dec’a: ÇFavor, se–or Lobo. SŽ que nos ha de comer a m’ y a mi tierna hijita, pero antes, se lo ruego, arr‡nqueme este agudo clavo que llevo hincado en la pezu–a y que me tiene transida de dolorÈ. El lobo mir— y remir— a la Yegua, y al fin, broncamente, dijo: ÇTœ, matalona apergaminada, tie­nes las carnes magras, duras y zumosas, por lo que no me apetece comerte. No obstante, serŽ caritativo y te sacarŽ el clavo para que puedas regresar a tu establo mientras yo me como a tu apetitosa hijita. ÁAh, quŽ suculento almuerzo me espera, con las hambres que tengo!È.

La se–ora Yegua levant— su pata, que dec’a lisiada, en tanto que el Lobo buscaba con sus afilados dientes el posible clavo. Cuando estaba en lo m‡s afanoso de su faena, la se–ora Yegua le lanz— un par de coces desbarat‡ndole sus mejores dientes mientras quedaba inconsciente tumbado en el suelo.

La se–ora Yegua y su potrilla tomaron un galope apresurado hasta llegar a casa de su amo. Cuando el Lobo volvi— en s’, solo reconoci— el enga–o, las quijadas magulladas y unos cuantos colmillos de menos. Pero no se arredr—. Y continu— su camino, pues cre’a que su estrella no se hab’a eclipsado, que su esperada ventura gratificar’a los m‡s duros reveses.

En estas meditaciones iba cuando a lo lejos divis— dos carneros enzarzados en una pelea por la repartici—n de unas tierras. Ni corto ni perezoso, poco a poco, como el que ventea un banquete enjundioso con el que acallar las exigencias del bandullo, se fue acercando adonde los dos borregos litigaban por la herencia que su buen padre, ya fallecido, les hab’a dejado sin testar, causa de tantas y acaloradas disensiones.

Sorprendidos por la llegada del Lobo, los dos borregos se apresuraron a suplicarle que les ayudase a deslindar tan engorroso asunto, sirviŽndoles de ‡rbitro, pues ten’an conocimiento de su prudencia y equidad. El Lobo accedi— con la condici—n que se habr’a  de comer al que llegase el œltimo, pues, ladinamente, les hab’a puesto como requisito que Žl se pondr’a en medio de la parcela a dividir. Y as’ lo hizo.

Esperaba el Lobo haciendo diente anguila a que uno de los dos corderos llegase a Žl, que serv’a como hito, con el retraso suficiente para as’ poder perpetrar sus sanguinarias intenciones. Pero como nadie est‡ en el pellejo de nadie —es decir, en las ocultas intenciones de los dem‡s—, la malicia de los dos carneros coinci­di— en que topar’an al mismo tiempo, cogiendo al Lobo en medio del encontronazo. Y as’ lo hicieron, despuŽs de tomar una briosa carrera opuesta. Del tremendo y doble topetazo, el Lobo qued— descoyuntado y mal­trecho en el suelo; mientras, los carneros hu’an, dando brincos de gozo, al cobijo de sus majadas.

Mientras que el Lobo se iba reponiendo de tan in­esperado ataque, (siempre consider— modorros a los borregos) a hurtadillas, derrengado y arrastr‡ndose, busc— abrigo en un lugar apartado y umbroso donde pasar el d’a. Y all’ esper— hasta que, una vez atardeci­do, emprendi— penosamente el regreso a su guarida, desandando el camino que tan alegremente hab’a emprendido en la madrugada de ese mismo d’a.

Esta vez volv’a lisiado y hambriento pensando en la se–ora Loba y sus peque–os hijos, los lobeznos, y de quŽ manera m‡s triste, pues se sent’a un derrotado, hab’a de presentarse ante su necesitada familia, a la que prometi— un hermoso y abundante d’a, pues le hab’a crujido la cola.

HaciŽndose iba estas atribuladas meditaciones cuan­do record— a Blasa, la campesina, a la que le hab’a meado el pan por parecerle poco digno de su aventura. Y, sin pens‡rselo dos veces, all‡ que volvi— por si la encontraba descuidada y pod’a robarle algo sustancioso que llevar a su familia que le aguardaba m‡s arriba el collado, en el barranco donde ten’a su oscura guarida.

Al acercarse a la casa, lo primero que encontr— fue la puerta del gallinero abierta. Con el sigilo y la astucia que da el hambre, penetr— en Žl. Pero, ah, traici—n, el gallo amochuelado, de roja cresta y poderoso canto, alert— del peligro juntamente con el alluecado cloqueo de algunas alborotadas gallinas. Blasa la madrugadora, creyendo, como en otras ocasiones, que se trataba algœn raposo bajado de las barranqueras, se provey— de un cortante corvill—n y aguard— a que la espantada fierecilla saliese jopada, para cogerla cautamente entre la puerta del gallinero, como as’ ocurri—. Cuando lo tuvo a tajo, le asest— un enorme corte en los mism’simos huevos que se los saj— inmisericordemente.

Dando lastimosos aullidos de dolor y desconsuelo, lleg— el se–or Lobo a la oscura entrada de su cueva, donde la se–ora Loba y sus peque–os lobeznos espera impacientes de hambre y preocupaciones. Tan pronto como lo divis—, la se–ora Loba, en aullar clamoroso, exclam—: ÇDesde esta madrugada que saliste tan airoso y confiado, ahora vienes, tranquil—n de esposo, cuando el sol traspone, con todos tus huevosÈ.

ÇÁOjajajalaa‡ que los trajera!È —contest— el Lobo en un aullido agudo y prolongado, hecho un mar de llanto y deshecho por el tremendo dolor que lo atenazaba—. Y cay— desfallecido. Su mujer, la se–ora. Loba, y sus hijos, los lobeznos acarrearon con sus finos hocicos una enorme piedra con la que taparon la puerta de entrada a la cueva, dejando al se–or Lobo a la intemperie. Este era el pago recibido por su fracaso. Y fue entonces cuando el Lobo, arrastr‡ndose, se arrim— a un alto pino y empez— a clamar:

ÇReniego de m’ y de aquŽl que me dijo arteramente que cuando a uno le cruje la cola le acompa–a toda clase venturas durante ese d’a.

ÇÀPor quŽ mi soberbia me llev— a mear desde–osam­ente el pan de Blasa la madrugadora, creyendo que esos peque–os robos son m‡s propios de perros rate­ros, hambrientos y sarnosos y de gatos encanijados que de lobos feroces.

ÇÀQuiŽn me ha ordenado a m’ sacerdote, ni siquie­ra sacrist‡n ni monaguillo, ni dispensado en cosas de iglesia, para poder bautizar cerditos mugrientos y abu­bados de robineras y usagres?

ÇÀQuiŽn me ha hecho a m’ maestro albŽitar, veteri­nario de ro–as, sacador de clavos, sajador de esparaba­nes y mullidor de brujones y lupias?

ÇÀPor quŽ me met’ a picapleitos, a medidor de tie­rra, a lobo bueno entre borregos codiciosos y litigan­tes, ruines y arrapadores de herencias paternas?È

ÇY, por fin, ÀquŽ locura fue la m’a, la de meterme en un gallinero, trabajo Žste que me humilla y me em­peque–ece ante mis lobunos parientes, pues que s—lo este menester est‡ reservado a los recelosos zorros, cacos de menudencias y ladronzuelos de pusil‡nimes gallinas?È

ÇÀA esto vino a parar el temido Lobo sanguinario, el Lobo feroz, terror de las majadas, espanto de los caminantes perdidos en la nevasca, sembrador de pavores en la noche oscura y protagonista œnico de temerosos cuentos y leyendas?È

Y arreciando en sus terribles aullidos, se maldijo diciendo: ÇÁMal rayo caiga y me parta en dos, triste de m’, crŽdulo de m’, simple de m’, pues torc’ mi camino y me dejŽ llevar como cualquier otro ignorante por la vana superstici—n de que aquello de crujirme la cola era un augurio venturoso. Cœmplase la voluntad del que est‡ en lo alto, pues, abandonado como estoy de los m’os, me niego a vivir huyendo eternamente como un gardu–o de los ca–ares, como un lisiado de los ramblizos, en este afrentoso y miserable estado adonde mi candidez me ha tra’do!È

... Y un cabrero que a toda prisa cortaba pi–as y ramujas en lo alto del pino, al o’rlo aullar tantas y tan terribles imprecaciones, dej— caer el hacha partiŽndole en dos la cabeza al infeliz Lobo, terminando all’ sus tr‡gicas desventuras.

 

Se trata de un conocido cuento internacional que ha sido catalogado como tipo 122A, El lobo (zorro) busca su desayuno, tipo que incluye diversos episodios que, en ocasiones, pueden aparecer solos en la tradici—n oral. En la versi—n que acabamos de transcribir se pueden aislar distintos elementos, todos ellos perfectamente reconocibles en la tradici—n:

1) Al lobo, cuando sale a buscar comida, le cruje el rabo, lo que interpreta como una se–al de buena caza. Eso le hace despreciar un oloroso pan reciŽn horneado.

2) Una cerda ruega al depredador que le permita bautizar a sus lechones antes de devorarlos, y entonces lo empuja al r’o (Thompson[5], K551.8).

3) Cuando el lobo va a comerse a una yegua y su potrillo, la madre le pide que le arranque una espina clavada en su casco. Entonces lo cocea (tipo 47B en la revisi—n de Uther, El caballo cocea al lobo en la boca; tipo 122J en el cat‡logo de A. Aarne y S. Thompson[6]).

4) Quiere el lobo despuŽs hacer de juez entre dos carneros que est‡n litigando por unas lindes. Se coloca en mital del terreno y los carneros le embisten (tipo 122K*, El lobo como juez).

5) Entra en un gallinero pero lo soprende la due–a, que lo castra.

6) Regresa a la guarida sin nada y su familia lo despide tras recriminarle su desidia.

7) Por fin, un cabrero le arroja un hacha y termina con las atribuladas lamentaciones del animal.

 Este cuento es—pico pertenece a la tradici—n literaria europea y la mayor’a de sus elementos se encuentran en las antiguas colecciones de f‡bulas latinas[7]. Segœn Espinosa (III, 245-252)[8], el tipo fundamental del cuento es europeo, pues se halla solamente en las versiones de los esopos del siglo XV en adelante y en la tradici—n moderna. En Espa–a se conserva con gran fidelidad el tipo es—pico de los siglos XVI y XVII, por lo que, para Espinosa, no cabe duda del origen literario del cuento. Y adem‡s opina ewste eminente investigador que debe de tratarse de un cuento hisp‡nico en su origen y formaci—n, creado a partir de motivos es—picos.

La m‡s antigua versi—n castellana del relato del lobo buscando comida est‡ en el Libro de Buen Amor, estrofas 766-779. En este caso el lobo interpreta un estornudo (en las versiones tradicionales se trata de un pedo) como se–al de buen agŸero, de que hallar‡ f‡cil y abundante comida, y desprecia un torrezno que encuentra (motivo *J344.3 del cat‡logo de Goldberg[9], presente tambiŽn en el Esopete medieval); a continuaci—n el lobo es topado por dos carneros que lo han hecho juez de la disputa entre ambos para saber a cu‡l corresponder‡ el prado que heredar‡n de sus padres; y por œltimo es arrojado al rodezno de un molino por una cerda, que finge estar bautizando a sus lechones.  Falta por tanto el episodio de la muerte del animal a manos del hombre.

Respecto del cuentecillo de la espina en el casco, Rodr’guez Adrados lo documenta en la f‡bula greco-latina: H198=M221 y H257, pues se lee en Esopo, 187, y Babrio, 122. TambiŽn en las estrofas 298-303 del Libro de Buen Amor encontramos este relato (vŽase Goldberg, motivo K1121.1). En una variante del cuento el resultado es el mismo, pero el enga–o del caballo consiste en hacer creer a sus enemigos que lleva una carta o credencial escrita en el casco (elemento B2 de Espinosa, cuentos 199, 200, 201 y 204). La versi—n completa del cuento relata c—mo el burro se ausenta del parlamento de los animales y entonces el le—n env’a al zorro y al lobo para que lo traigan. El burro alega que su t’tulo de exenci—n o partida de nacimiento va en el casco y a continuaci—n cocea a los emisarios reales. El cat‡logo de Camarena-Chevalier s—lo ofrece una versi—n tradicional, la catalana de Amades, Rondall’stica, 272. En cuanto a las versiones literarias, Rodr’guez Adrados enumera versiones medievales de la f‡bula, bajo las signaturas M56 y M273. Ya en la Disciplina clericalis, n.¼ 4, leemos el cuento del mulo que interrogado por la zorra acerca de quiŽn es su padre, contesta que el caballo es su abuelo para as’ encubrir su verdadero linaje (vŽase Rodr’guez Adrados, M297 y cf. H285). No hay agresi—n contra la zorra. Esta versi—n del relato la sigui— tambiŽn S‡nchez de Vercial en su Libro de los ejemplos, n.¼ 199 (128). Goldberg documenta el relato en su cat‡logo medieval como motivo *J2339. En la literatura ‡urea recoge el cuento Juan de Mal Lara en su Filosof’a vulgar, X-30. Maxime Chevalier[10] atestigua la presencia del relato en la literatura del Siglo de Oro (tipo 47B): Fabulario de Sebasti‡n Mey (27) y Juan de Mal Lara, Filosof’a vulgar, IV. TambiŽn encontramos el cuento en el Roman de Renart XIX, La Fontaine (V, 8)  y Grimm (86).

El episodio del animal castrado no aparece en ninguno de los cat‡logos folcl—ricos manejados. Pero tambiŽn en este caso podemos aducir ejemplos, tomados del ‡rea murciana, que dan fe de su existencia tradicional, al menos en la zona referida. Asi, lo encontramos en Cuentos murcianos de tradici—n oral[11], p‡gina 310 (versi—n registrada en Sangonera la Seca), como final del relato del animal que se hace el muerto para robar el pescado de una carreta (tipo 1). TambiŽn en la colecci—n registrada en el municipio de Torre Pacheco por Anselmo S‡nchez Ferra[12] hay otra versi—n, con el nœmero 15, donde aparece s—lo el cuentecillo del lobo castrado. Adem‡s, en su estudio a este cuento (p‡gina 227), menciona el autor otra versi—n, inŽdita, recogida en Molina de Segura. Por œltimo, mencionarŽ otra versi—n obtenida por m’ en la pedan’a murciana de Javal’ Nuevo, ejemplar que aparece como principio del cuento del lobo o zorro que busca su comida (tipo 122A)[13]. Todo esto apunta a la existencia tradicional de este relato, al menos en la Regi—n de Murcia, ya que no conozco otras versiones distintas a las murcianas que he citado. Propongo que se catalogue como tipo [62C], [El zorro (lobo) castrado].

Del cuento del lobo castrado podemos encontrar un precedente literario, aunque diferente, en la historia que se cuenta en la rama Ib del Roman de Renart, titulada Renard tintorero y juglar. Concretamente en los versos 2205-2750 se narra c—mo Renard el zorro cae en una cuba de tinte; as’, y simulando que chapurrea una lengua extranjera, no es reconocido por Ysengr’n el lobo. Juntos van a robar una vihuela, pero cuando el lobo penetra en la casa y le entrega al zorro el instrumento musical por la ventana, el taimado Renard la cierra. Entonces el mast’n de la casa castra de un bocado a Ysengr’n, que m‡s tarde ser‡ repudiado por esta causa por su esposa Hersent[14].

Anteriormente, en la p‡gina 125 de Memoria de una Arcadia, hab’a narrado S. Bautista otro cuentecillo que habitualmente forma parte como episodio del anterior aunque en este caso se relata como narraci—n independiente:

 

Ten’a —y tiene— el r’o sus leyendas y cuentos. Uno de los m‡s celebrados por nosotros, ni–os al fin, era aquel de la zorra que cogieron descuidada en un galli­nero de ÇEl SecanoÈ, y al atontarla de un le–azo cre­yŽndola ya muerta, mandaron a unos cr’os a que la echasen al r’o. Dicen que los peque–os comentaban de echarla sobre una bardomera, a lo que la raposa, como en las viejas f‡bulas, charlotera y astuta, iba comentan­do entre dientes: ÇMejor as’. Igual me da. Para Orihuela voy...È.

 

Es el tipo 67, El zorro en la riada, del que se enumeran  siete versiones hisp‡nicas en el Cat‡logo de Camarena-Chevalier. A Žstas hay que a–adir las versiones murcianas referidas anteriormente del tipo 122A. TambiŽn Rodr’guez Adrados lo incluy— en su obra sobre la f‡bula greco-latina (H231) pues lo recogi— Esopo, n.¼ 232. En la literatura espa–ola recrearon el cuento el fabulista Blanco, Fern‡n Caballero y Trueba.

 

* * * * * * * * * * *

 

TambiŽn el cuento maravilloso y religioso, junto con la leyenda de tema sobrenatural, encuentran acogida en Memoria de una Arcadia. As’, leemos en las p‡ginas 175-179 otro conocido relato tradicional, en este caso protagonizado por brujas:

 

 

ÀQUIƒN HA VISTO A LAS DAMAS BAILAR?

(Una leyenda de brujas)

 

Varios pueblos y pedan’as de Murcia, entre ellos Alcantarilla y Llano de Brujas, entran en el ‡rea de la vana superstici—n de que por all’ se las pasan las brujas a sus anchas. Nadie las ha visto —ni siquiera Caro Ba­roja—; pero lo cierto es que circulan leyendas orales que nos hablan de su existencia en otros tiempos. Todo, ciertamente, producto de imaginaciones enfermizas, pero que encajaron perfectamente en las largas veladas del invierno huertano.

Segœn las consejas y cuentos viejos, no se manifies­tan nuestras brujas con la misma crueldad y virulencia que aquellas otras n—rdicas, como las de los dramas de Shakespeare y Goethe, y ello es debido, al parecer, a que por aqu’ carecemos de aquellos climas brumosos y bosques espesos y misteriosos.

Alegres eran, por la informaci—n oral que yo conoz­co, nuestras brujas, y s—lo hac’an p’caras acciones o bagatelas de poca monta como aquellas de convertir la llocada de polluelos en piedras, o a la moza sacada en D’a de Difuntos en cabra cerrera.

Otras leyendas sobre metamorfosis de personas y animales poblaron en otros tiempos la imaginaci—n de ni–os y mayores, pero justo es decir en descargo de esta falsa creencia que a Llano de Brujas le viene su nom­bre por las arenas de su vecino el r’o Segura; arenas Žstas llamadas brujas por su finura penetrante, y que en tiem­pos en que el r’o no aguantaba m‡rgenes se hac’an ver­daderas dunas. Ni–o era yo cuando El Secano era en su mayor parte un mont—n de arena bruja, cuyas tahœ­llas han ido convirtiŽndose poco a poco en fŽrtiles tie­rras de naranjos.

Ahora no existen esas dunas, pero a poco se ahon­de cavando, siempre se encontrar‡ el huertano con pro­fusas vetas de esta arena. De ah’ el nombre de esta pe­dan’a. Por eso, si alguna vez la leyenda invent— o nos trajo a travŽs del tiempo que aqu’ en Llano de Brujas aparec’an las damas —como galantemente se las llama­ba— entre sus apacibles frondas de naranjos y limoneros, o en el cruce de cada camino vecinal o entre los huecos de las oscuras tejas morunas de alguna abando­nada y vieja casa de labor, tiempo es ya de ir desechan­do esta absurda creencia.

Pero como la leyenda y el mito superan la realidad, el caso es que en esta pedan’a de Llano de Brujas se comentan todav’a hechos ins—litos de brujer’as y duen­des. Una de las leyendas m‡s interesantes es aquella de los vecinos, jorobados ambos e inquinosos que, media­neros de tierras, se ten’an declarada la eterna guerra.

Uno de estos vecinos, llamado el Çt’o VidalÈ, cuen­tan que ten’a relaciones con las damas. Gustaba al hom­bre regar de noche, a esas altas horas en que el ave nocturna turba el hondo misterio de la huerta con su espeluznante canto; e incluso aprovechaba las tandas de los dem‡s huertanos para birlarles el agua.

En una de esas c‡lidas noches del oto–o murciano, cuando los membrillos, los j’njoles y las manzanas tar­d’as dejan el impacto de su profundo olor entre el pai­saje huertano, sali— el Çt’o VidalÈ a regar sus hortali­zas. Apenas llevaba unos tablares regados cuando oy— en la lejan’a un estruendo de guitarras y laœdes que inundaban el lugar con sus extra–as y dulces mœsicas. Nada ni nadie ve’a el Çt’o VidalÈ, pero las mœsicas y los c‡nticos se hac’an cada vez m‡s presentes cantando a su alrededor:

 

 Grana’co dulce,

grana’co albar,

 Àquien ha visto a estas horas las damas bailar?

 

Mientras repet’a el coro:

 

Quitemos la joroba

al t’o Vidal.

Hagamos un hombre nuevo del t’o Vidal.

Porque el Çt’o VidalÈ era un viudo entrado en a–os al que su chepa y sus largas soledades lo aparentaban m‡s viejo. Por eso, las damas, record‡ndole su viudez, una noche le cantaron:

 

ÁAy, maridito m’o,

c—mo nos perdemos;

tœ, para nada;

yo, para menos!

 

 

Reconociendo en lo m‡s tierno de la copla la voz de su difunta esposa. Pero esta noche, en medio de la algarab’a y risas, se lanzaron sobre el jorobado tir‡n­dole hacia el cielo en una especie de suave manteo, y arranc‡ndole la chepa hicieron de aquel adefesio un hombre joven y atractivo. Muchos vecinos, entre ad­mirados y temerosos, se hac’an lenguas comentando el prodigio, pues les costaba creer lo que ve’an sus ojos.

El otro chepado, al ver a su vecino gallardo y desa­fiante, no pudo contener la envidia, que unida a su antigua vidriosidad, lo hac’a ahora m‡s intratable. As’ las cosas y las intenciones, simul— estar regando otra hermosa noche con la esperanza de que tambiŽn a Žl le librasen las damas de su abominable peso. Y volvieron las brujas; pero esta vez dispuestas a darle un chasco al mentido regador. As’ que, entre mœsicas y c‡nticos, le acumularon la chepa del Çt’o VidalÈ sobre la suya, ya de por s’ abultada, por lo que anduvo el resto de su vida agriado por su defecto f’sico y las iron’as y chan­zas de sus malintencionados vecinos.

Tal vez esta leyenda tenga su moraleja —y de he­cho, la tiene—, ya que corre en la huerta la m‡xima de que hay que llevarse bien hasta con el diablo, no sea que nos mande a sus demonios y nos enzancadillen, agu‡ndonos la fiesta.

As’ se nos contaban a los ni–os estas leyendas al calor de las buenas troncadas invernales, o en las eras, sobre la parva reciŽn trillada, durante el buen tiempo del verano, mientras los grillos cantaban bajo el fres­cor de las matas y las ranas croaban a lo lejos zambu­llidas en las charcas y brazales huertanos.

 

Se trata de una versi—n, relatada en forma de leyenda, del tipo 503, Los regalos de los enanos, un cuento maravillosos protagonizado por brujas como donantes, personajes habituales en las versiones tradicionales hisp‡nicas. El texto que reelabor— literariamente S. Bautista resulta particularmente interesante pues, hasta la fecha, no disponemos de otros ejemplares en la Regi—n de Murcia. S’ hay, en cambio, bastantes versiones, populares y literarias, editadas en Espa–a e HispanoamŽrica que fueron inventariadas, en 1995, por Camarena-Chevalier en su volumen de cuentos maravillosos (donde mencionan tambiŽn algunas versiones judeo-espa–olas y portuguesas). A Žstas puedo a–adir las que se relacionan en los cat‡logos de Carlos Gonz‡lez Sanz (Arag—n)[15] y Oriol-Pujol (Catalu–a)[16].

Segœn Stith Thompson[17], Çeste cuento apareci— en el siglo XVII en la literatura de Italia e Irlanda. Anteriormente hubo un cuento literario ‡rabe que data del siglo XIV, en el cual un demonio (afrit) quita la joroba y se la coloca al segundo hombreÈ. Pueden consultarse m‡s datos acerca de la difusi—n internacional del cuento en la EnzyklopŠdie des MŠrchens, tomo 5, 637-642.

Un poco m‡s adelante (p‡ginas 189-196) descubrimos un relato, bajo forma legendaria, de ambiente terror’fico e intervenciones sobrenaturales. Ve‡moslo:

 

LA NOCHE DE SAN JUAN

(Leyenda de pavor y de muerte)

 

Con acento misterioso y palabra apagada y profun­da, contaba la abuela c—mo muri— aquel joven que una noche de San Juan quiso acostarse con su novia. Des­puŽs de haber saltado sobre las crepitantes hogue­ras —la abuela era habilidosa para bordar la trama— y haber bailado a corro alrededor del rescoldo, todos los j—venes del caser’o se recogieron a sus casas. Pero Juan, solo y cabizbajo, caminaba desconcertado porque el diablo, que no duerme, ya lo hab’a tentado en el m‡s ardiente de sus deseos: el de acortarse con su novia en la c‡lida noche de San Juan.

Sabed, hijas, —prosegu’a la abuela— que en esa noche ocurren muchas apariciones y hay quien ve su propio destino reflejado en el espejo, si se atreve a mirarse, pues hay que asustar al miedo para llegar a tanto. Contaban que hubo quien se vio hecha una bruja en las espejeadas aguas de la acequia al resplandor de la luna; y otras que deseaban ver a su amante en el azogue del espejo, se vieron a s’ mismas andrajosas y enlutadas y con una escoba al hombro. En esa noche de sortilegios y adivinaciones, muchas zagalas en edad de merecer quemaban la morada flor del cardo y la echa­ban debajo de la cama. Si a la ma–ana siguiente hab’a florecido, es que el mozo en quien pensaban las que­r’a. Algunas, coqueteando con el espejo, Žste les devolv’a la imagen de una cabra cerrera y pelicarda, caus‡n­doles un horror espantoso. Otras amasaban peque–os panecillos con unos papelitos en su interior donde iban escritos los nombres de sus posibles pretendientes y los esparc’an en cualquier rinc—n de la casa. DespuŽs, pal­pando nerviosamente, tomaban uno al azar encontran­do en Žl un nombre de muchacho al que, segœn la creen­cia, tarde o temprano, le gustase m‡s o menos, unir’an sus destinos.

Hay muchas leyendas como Žsta, —agregaba la abuela— pero voy a continuar con la ya empezada, que o’ siendo una ni–a, no sin eriz‡rseme el pelo. Y la abuela, ahondando en su envidiable memoria, segu’a diciendo:

—Aquella noche clara y c‡lida de San Juan, despuŽs de haber terminado la loca fiesta del fuego, vino una vecina de la misma edad, como todas las noches, a ha­cerle compa–a a su amiga huŽrfana (porque, sabed, afir­maba la abuela, que esta es la leyenda de una honrada doncella). Mientras la huŽrfana revisaba puertas y echa­ba cerrojos, su otra vecina, de un modo casual, se puso a arreglar los flecos del cobertor, viendo moverse algo extra–o debajo de la cama, reconociendo por el calza­do y parte del pantal—n mal ocultados, que el que all’ se escond’a era el novio de su vecina. Cuando la pobre huŽrfana volvi— de asegurarse de la seguridad de su vivienda, encontr— a su amiga que volv’a a su casa. Aleg—, para ello, que hab’a olvidado unas cosas, que iba a recogerlas y que despuŽs volver’a. Pero, en ver­dad, la muy mal intencionada, lo que pens— es que hab’a un acuerdo entre su vecina y el novio, ocult‡ndolo, por eso, debajo de la cama.

En vano esper— la pobre muchacha a su vecina du­rante muchas horas de la noche. Cansada de aguardar, decidi— acostarse. Se sent— al borde de la cama y lenta­mente fue rezando una vieja y extra–a oraci—n que su difunta madre le hab’a ense–ado cuando todav’a era una ni–a. Con sagrado y profundo recogimiento acab— sus jaculatorias con este sobrecogedor conjuro:

 

En la puerta de la calle,

el Se–or y su Madre.

 

En la del corral,

la Virgen del Pilar.

 

En la cocina,

Santa Catalina.

 

En la ventana,

San Joaqu’n y Santa Ana.

 

          En la cama,          

          el Se–or enclavado.         

 Vamos a dormir,  

 todos sin cuidado.

 

Y apag— el candil, dejando la casa toda envuelta en oscuridad y silencio.          

Poco tiempo llevar’a acostada cuando Juan, saliendo callado y acechador como un felino, empez— a tantear por encima de las colchas lo que Žl cre’a el deseado cuerpo de su novia. Desde un principio entr— en te­mores y sorpresas, ya que, al tacto, se le presentaban unos pies y unas rodillas duras y fr’as, cuando no rasposas como de corcho o cart—n. Aquella falta de elas­ticidad y calor de vida, lo achacaba a su nerviosismo. Y sigui— palpando. Conforme iba cuerpo arriba, le desconcertaba tanta fr’a rigidez. Lleg— a la cabeza, ligeramente cubierta por la s‡bana, intentando acariciar sus facciones en medio de la oscuridad. Empez— por manosear un pelo fr’o y desmadejado; y conforme iba buscando el lugar de la nariz y los ojos, se pinch— con algo parecido a espinos o abrojos. Sœbitamente, como inducido por una corazonada, encendi— el candil y se puso a descubrir las s‡banas del lecho donde se hab’a acostado su novia. Y sus desorbitados ojos, desencajados por el espanto, pudieron ver tendido a lo largo de la cama a Cristo Crucificado, con sus llagas en pies y manos, con su lanzada en el costado y su corona de es­pinas y ese gesto l’vido y fr’o de la muerte.  Se hab’a realizado el milagro:

 

       En la cama,

          el Se–or enclavado.

Vamos a dormir,

todos sin cuidado.

 

 

De un manotazo apag— el candil y retrocedi— ate­morizado buscando la puerta de salida. En su instinti­va huida alcanz— la puerta de la calle. Pero no pudo salir porque all’ estaba el Se–or y su Madre impidiendo la salida:

         

        En la puerta de la calle,

        el Se–or y su Madre.                                                    

 

Sali— precipitado hacia el corral; tampoco pudo sa­lir porque en su gloriosa columna la Virgen del Pilar vigilaba la puerta:

 

         En la puerta del corral,

         la Virgen del Pilar.                                                      

 

Desnortado y ciego, se encamin— hacia la cocina y all’ se tropez— a Santa Catalina montando su guardia envuelta en sus gloriosas palmas de martirio: 

 

         En la cocina,

         Santa Catalina.

Entonces, como œltimo recurso, se dirigi— a la ven­tana, y cu‡l no ser’a su asombro cuando vio a San Joa­qu’n y Santa Ana obstaculizando aquella œltima salida:

En la ventana,

San Joaqu’n y Santa Ana.

 

Con un temblor indescriptible, casi de inminente muerte, regres— de nuevo a la habitaci—n donde su novia dorm’a convertida en Cristo Crucificado. Y todo se­gu’a igual dentro de aquella casa: un asfixiante silencio y un coro de Santos y Bienaventurados vigilando sus puertas y ventanas. Se hac’a milagro la oraci—n y se cumpl’a en asombrosa realidad la invocaci—n de la pobre y solitaria huŽrfana. Afuera, en la madrugada sanjuanera, ya cantaban los gallos, y Juan aœn segu’a en aquella casa aturdido por las visiones. En un nuevo y desesperado intento volvi— a la puerta del corral, la que daba a los bancales arbolados y espesos de som­bra. Pudo comprobar con verdadero alivio que la Vir­gen del Pilar ya hab’a desaparecido, franqueando la puerta.

Aprovechando las œltimas sombras de la madruga­da, cruzando quijeros y ca–ares, esquivando caminos, ya transitados a esas horas, atravesando sendas, pudo llegar a su casa sin que ningœn vecino lo viera, donde su padre, en vela, ya lo esperaba varias horas.

—ÀDe d—nde vienes a estas horas, hijo m’o? —pre­gunt— el padre.

—Vengo del pavor y de la muerte, padre, —contes­t— Juan.

—No bromees, hijo, Àde d—nde vienes? —insisti— el padre cari–osamente.

—Padre, no bromeo; vengo a morirme —a–adi— Juan todo estremecido.

Que cierren la puerta y las ventanas de mi cuarto; que no pase nadie a verme, dec’a, mientras un fr’o su­dor le inundaba el cuerpo y un temblor casi epilŽptico lo ten’a azogado. Se acost—, y volviŽndose cara a la pared, no volvi— a probar bocado. Cuatro o seis d’as estuvo debatiŽndose con la muerte. Un d’a, con hilo de voz casi imperceptible, de tan apagado, llam— a su madre y le dijo que avisaran al cura, pues quer’a con­fesarse. Y vino el cura a darle el Se–or. Por el camino tocaban una campanilla anunciando el Vi‡tico, mien­tras los labriegos del lugar, dejando moment‡neamen­te su faenas, se descubr’an y se arrodillaban a su paso.

Al entrar en la habitaci—n, el cura pudo comprobar que el mozo estaba en las œltimas. Una peque–a mesa cubierta con unos blancos manteles hac’a de sencillo altar. Rosas y claveles formaban una peque–a guirnal­da en el centro donde fue depositada la sagrada forma.

Con moribunda voz, durante la confesi—n, el mu­chacho dijo al p‡rroco lo ocurrido la noche de San Juan en casa de su novia, advirtiŽndole que la vecina lo ha­b’a visto. Para evitar habladur’as e infamaciones, le rog— al cura que dijese en misa mayor su confesi—n una vez que Žl hubiese muerto. Quer’a salvar, con esto, el buen nombre de su novia, pues hasta su lecho de muerte se hab’a filtrado el pŽrfido comentario que por boca de su antigua amiga corr’a por el pueblo.

Muri— el pobre Juan. Y un hermoso domingo, en Misa Mayor, cuando estaban reunidos todos los feli­greses, as’ lo dijo el cura ante la admiraci—n de las gen­tes, que desde entonces miraron a la novia del infeliz muchacho como un dechado de pureza.

Todos los a–os, mientras vivi—, llegado el d’a de San Juan, la abuela nos relataba esta leyenda o cuento.

 

Estamos ahora ante un relato impregnado de elementos moralizadores y religiosos. Ya Ralph S. Boggs[18] lo catalog— en su momento como tipo *836G y mencion— las versiones asturianas de Ampudia y Cabal, y la n.¼ 94 de Espinosa. Precisamente Espinosa (II, 368) afirma en nota a su relato que Çel cuento es evidentemente de origen tradicional, destinado a demostrar la gravedad del pecado de levantar falsos testimonios contra la virtud en la mujerÈ. S—lo en este sentido puede relacionarse nuestra versi—n con la de Espinosa: en Žsta una esposa consigue de Cristo que le devuelva a su marido muerto; pero con el tiempo se harta de Žl y empieza a contarle embustes sobre lo que hace cuando est‡ fuera de casa. Al final, gracias al consejo de un cura, consigue que, escandalizado, desaparezca el marido cuando le dice que ella ha levantado falsos testimonios contra solteras y casadas. En cambio, las otras dos versiones asturianas mencionadas por Boggs son muy semejantes a la que comentamos, que sigue a la de Fern‡n Caballero, a su vez copiada por Luis Coloma.

Aarne-Thompson catalogaron este cuento como 836B*, aunque este nœmero ha sido eliminado en la reciente revisi—n de Uther, probablemente por tratarse de un ec—tipo confinado al area ibŽrica. Camarena-Chevalier a–aden en su cat‡logo a las referidos los ejemplares mencionados por Gonz‡lez Sanz en Arag—n. Adem‡s incluyen una versi—n colombiana catalogada por Hansen (836*G) y otra portuguesa. Monserrat Amores[19] da cuenta del relato en su cat‡logo de cuentos folcl—ricos en la literatura decimon—nica y se–ala, adem‡s de las versiones ya mencionadas, dos cuentos, de Carlos Rubio y de Romualdo NoguŽs y Milagro, y una f‡bula de Doncel.

Otra versi—n tradicional, no incluida en los cat‡logos mencionados, es la n.¼ 94 del Etno-escatologic—n[20], que presenta la variante de que el novio declara la verdad desde el principio: que no pudo salir de debajo de la cama porque se qued— toda la noche encerrado entre paredes. De ah’ que falte la secuencia de la expiaci—n del pecado de difamaci—n cometido por el joven.

Ofrezco ahora otra versi—n todav’a inŽdita, recogida en Mula por mis alumnas M.» Dolores Gonz‡lez Ib‡–ez y M.» Encarna Pi–ero Ruiz a Josefa G—mez Ruiz: 

[Reconciliaci—n en la muerte]

 

Pues esto era una muchacha que viv’a sola en un campo y ten’a una vecina que se llevaba muy bien con ella. Y le dijo ella:

—Vecina, hay un chico que me quiere. Si tœ quisieras me acompa–ar’as cuando est‡ conmigo y yo te lo agradecer’a mucho.

Entonces ella dijo:

—Bueno, s’.

Y ya cada vez que el muchacho ven’a, la vecina le hac’a compa–a, y as’ pasaba mucho tiempo.

Y ya un d’a que fue Žl a verla, era en invierno y estaban en la cocina; y cuando se hizo la hora de irse, Žl dijo:

—Bueno, buenas noches, que lo pasŽis bien.

Y en vez de irse le dio la mala idea de meterse en la habitaci—n y se meti— debajo de la cama. Y pens—:

ÇMe meto debajo de la cama y cuando estŽ durmiendo le doy un beso a mi novia y me voy.È

Y ellas no sab’an ni media. ƒl se qued— all’ y ellas en su cocina.

Lleg— la hora de acostarse y la vecina dorm’a con ella; y se fueron a la habitaci—n, se desnudaron para acostarse y entonces la vecina le dio las ganas de orinar. Sac— el orinal y al sacarlo vio al novio debajo de la cama. ÀY quŽ pens— ella?: que la muchacha lo sab’a. Y entonces le dijo:

—Me voy.

—ÀC—mo que te vas? No me dejes sola.

—Si tœ no tienes miedo.

—S’ tengo; no te vayas.

Y dice ella:

—No, no, me voy, me voy.

Y entonces la pobre llor— y se qued— triste, pero se acost— y rez— una oraci—n que ella siempre ten’a costumbre de rezar, que era:

 

Con la cruz de Dios me encuentro armada;

con el manto de la Virgen, acobijada;

con la espada de San Bernardo, defendida.

San Bernardo me defiende en muerte y en vida.

 

Se tap— y se durmi— y pas— la noche en la gloria. Pero Žl a media noche, cuando vio que estaba durmiendo, pues dice:

ÇVoy a darle un beso y me voy.È

Se levant— y empez— a tocar as’ por la cara y no hab’a m‡s que madera, y era la cruz de Dios que le estaba guardando; luego le empez— a tocar m‡s adentro y no encontraba n‡ m‡s que ropa, y era el manto de la Virgen que le estaba guardando; fue a tocarle la cabeza para darle el beso: una espada le pinchaba, y era la espada de San Bernardo. Y entonces Žl le dio miedo y se fue.

Y a otro d’a por la ma–ana pues ella se levant— tan fresca, tan tranquila, sin saber media palabra y sali— a barrer la puerta. Dice:

—Buenos d’as, vecina. ÀC—mo has pasado la noche?

—Bien, gracias. Me quedŽ durmiendo cuando tœ te fuiste y me he despertado pa levantarme.

—ÁYa lo sŽ, a ver si te crees que soy tonta! ÀEs que no sŽ lo que pas— anoche?

—ÀQuŽ pas— anoche?

—Que tu novio estaba debajo de la cama y tœ lo sab’as.

—ÁOh, yo no lo sab’a! ÁNo digas eso, no me ofendas!

Y fue tanta la tristeza que le dio que se puso enferma. Y el novio, al ver que estaba tan enferma, fue al cura y le dijo:

—Padre, tengo que confesarme con usted.

—ÀPues quŽ pasa?

—Que tuve la mala idea de esconderme debajo de la cama de mi novia para darle un beso, pero la vecina me vio y ahora mi novia est‡ muy enferma.

—Yo no puedo perdonarte ese pecado: tienes que ir a ver al Papa.

Entonces fue a ver al Papa en Roma y se lo cont—. Y el Papa le dijo:

—Tienes que volver a tu pueblo y pasar la noche con la persona que se haya muerto ese d’a.

Cuando lleg— a su pueblo y pregunt— quiŽn se hab’a muerto esa noche, le dijeron que se hab’a muerto su novia. Y Žl estuvo toda la noche all’ con ella, vel‡ndola. A las doce ella se levant— y dijo:

—ÀQuŽ hora es?

Y Žl le respondi— que eran las doce. Entonces ella le dio una zafa de agua y le dijo a Žl que la tirara por el suelo: Žl la tir—. Y ella le dijo:

—Ahora recoge el agua que has tirado.

—No puedo.

—Pues yo tampoco puedo recuperar la honra que tœ me has quitado. ÀQuŽ quieres?

—ÀYo? Morir contigo.

Entonces Žl se muri— y al d’a siguiente, cuando fueron, se lo encontraron all’ y lo enterraron.

Y color’n colorado, este cuento se ha acabado.

 

Es importante destacar que las dos versiones murcianas —la m’a y la de S. Bautista— desarrollan el motivo sobrenatural de la transformaci—n del cuerpo de la muchacha en el de Cristo yacente en la cruz (o en objetos sagrados), con lo que se evita su deshonra. El motivo del agua derramada que no se puede recoger como met‡fora de la honra perdida e imposible de recuperar, resulta comœn a la mayor’a de las versiones.

El œltimo relato folcl—rico que he localizado en el libro de S. Bautista (p‡ginas 207-213) combina varios episodios que pueden tambiŽn aparecer de forma independiente en la tradici—n. La parte fundamental de la narraci—n cuenta la historia del cura difunto que, a causa de una maldici—n, no puede descansar en paz hasta que alguien le ayude a celebrar su œltima misa. Esa penitencia es impuesta, habitualmente, porque el cura no celebr— una misa que cobr— en vida. El protagonista le sirve de monaguillo y as’ lo libera de la maldici—n. Ocasionalmente (aunque aqu’ no es el caso) el joven recibe una recompensa directamente o el difunto le dice d—nde puede encontrar un tesoro o dinero. Por esta raz—n, el relato aparece a veces contaminado con el cuento del muerto agradecido (tipo 506)[21]. He aqu’ el texto:

 

DON OLEGARIO, EL APARECIDO

 

Nos contaba el abuelo que aquella madrugada fr’a, v’spera de la fiesta de Todos los Santos, volv’a Ant—n el Rico de depositar la novia, que hab’a sacado esa misma noche, de casa de un pariente que viv’a en una pedan’a vecina, cuando en la iglesia parroquial son— un doblar de campanas como llamando a misa de difun­tos. Ant—n pens— que el cura hab’a madrugado un poco m‡s de lo acostumbrado para oficiar la misa. Llevado de su devoci—n —porque Ant—n era muy devoto— ­entr— en la Iglesia. Pretend’a con ello rezar arrepenti­do de la mala acci—n de haberse llevado la novia en la v’spera de un d’a tan se–alado como era el de Tosan­tos.

Empuj— suavemente la puerta del templo, que cru­ji— de una manera que a Žl le pareci— extra–a; y cual no ser’a su asombro al ver desierta toda la nave del tem­plo y s—lo, all‡ en el fondo, junto al altar estaba el se­–or cura inclinado sobre un viejo y voluminoso misal. Desde lejos le pareci— que el cura era m‡s peque–o y acartonado. ÇSer‡n imaginaciones m’asÈ —pens— Ant—n el Rico, un tanto temeroso. Pero se llen— de valor y decididamente avanz— hacia el altar, donde el cura mascullaba enrevesados latines.

—Llegas a tiempo, Ant—n; necesito un monaguillo pues el sacrist‡n duerme a estas horas. Me ayudar‡s a decir la Santa Misa —dijo al tiempo que volv’a la cabeza hacia el lado donde Ant—n estaba. No pudo Ant—n contener el gesto de terror, pues no era el mismo cura que esos d’as regentaba la parroquia, sino el viejo cura Don Olegario, que hac’a ya muchos a–os que hab’a muerto y que Žl conoci— de ni–o y lo hab’a cristianado igual que a otros cr’os del lugar.

Estaba incorrupto y amarillo y r’gido de facciones. Ante esta descarnada visi—n, Ant—n quiso retroceder pero le pareci— irreverente salirse de la iglesia en presencia del se–or cura. Y se invent— una estratagema para salir de aquel pavoroso templo, de aquella situaci—n l’mite.

—Mire usted, Don Olegario, que me he dejado la puerta de la iglesia abierta; y observe la madrugada fr’a que est‡ haciendo. ÀPuedo ir a cerrarla? —dijo Ant—n con la voz entrecortada y metida en el cuerpo por el pavoroso miedo.

Don Olegario asinti— con la cabeza. Entonces, An­t—n, de soslayo, con pasos nerviosos y precipitados, se fue para la puerta con la intenci—n de salirse. Ya estaba medio en la calle cuando Don Olegario, desde el altar, estir— una larga pierna que lleg— hasta la puerta, dejan­do a Ant—n a la intemperie, no sin antes haberle apre­sado media blusa entre sus chirriantes hojas.

Espantado sal’a Ant—n vereda abajo cuando tropez— ­con un desconocido que viŽndolo de aquel extra–o modo le pregunt— los motivos de su actitud despavorida. Entonces, Ant—n, un tanto aliviado, le cont— lo de la novia depositada, lo del cura muerto y aparecido y lo de su largu’sima pierna, tan larga como toda la nave del templo. El extra–o, con voz cavernosa, dijo: ÇÀSe­r’a tan larga como esta?È Y estir— una pierna que para la asustadiza imaginaci—n del pobre muchacho llegaba a las laderas de los lejanos montes.

Atemorizado hasta del ruido de sus propios pasos, Ant—n sigui— su camino. No hab’a andado mucho cuando tropez— con una llocada de polluelos piando y picoteando las esparcidas briznas del suelo. Este hallaz­go me halaga m‡s —se dijo—. Y empez— a llamar —mini-mini— a los pollitos, que cog’a de sus peque­–as alas y se los echaba al bolsillo. Confiado y un poco m‡s alegre iba Ant—n cuando empez— a notar un peso insoportable en los bolsillos. Se meti— la mano, y lo que eran suaves y c‡lidas plumillas de polluelos se le hab’an convertido en riscosas y fr’as piedras. Como quien se quita avispas, se las fue sacando, y al instante se convirtieron en un espeluznante bando de grajas graznadoras. Se le puso la carne de gallina. Caminaba huyendo de las sombras. Cualquier roce con las ramas o el liviano ruido de la hojarasca, le hac’a volver la cabeza a todas partes con la desconfianza propia del zu­llido por lo pavoroso e inexplicable.

No llevar’a andados m‡s de cien pasos, cuando tris­cando delante de Žl se le apareci— un blanco corderillo. Pens— que estos indicios le traer’an mejor suerte. Cogi— el lechal y lo cruz— sobre su cuello como si fuera el pastor y due–o del c‡ndido y solitario corderillo. Anduvo as’, con esta liviana carga algœn trecho. Por vez primera, durante toda la madrugada, se sent’a plenamente contento. Not— que en el bolsillo aœn le quedaban algunos tostones. Instintivamente se sac— un pu–ado y, arrim‡ndoselo a hociquito, le dijo:

—Borreguito, Àquieres tostones?

—ÀTiene tu novia as’ los dentalones? —contest— con ronca y empalagada voz el sorprendente animal. Ant—n el Rico volvi— la cabeza al o’r c—mo hablaba lo que Žl cre’a un inofensivo cordero, y cu‡l no ser’a su asombro cuando pudo contemplar, todo estremecido, a un extra–o engendro, mitad diablo, mitad macho cabr’o con unos negros y encorvados cuernos y una lengua roja, de arrebatado fuego, asom‡ndole burlescamente entre unos largos e incisivos colmillos. Haciendo corcovas y empin‡ndose sobre sus patas traseras, el horroroso bicho se perdi— entre la espesura de los huertos.

Su asombro y su miedo crec’an juntos. Sin capacidad de reacci—n, no le sal’a la voz del cuerpo, le temblaban las piernas y apenas si pod’a adelantar un paso. Sacando fuerzas de flaquezas, sigui— adelante. Su ansia por desembarazarse de aquella agobiante pesadilla le hac’a acelerar el paso. Ya estaba cerca del peque–o ca–al que atravesaba la landrona y que serv’a de atajo. Quiso pasar, pero una turba de apariciones le cortaba el paso. En el centro mismo del canal, el que pasaba el agua de un bancal a otro, danzaba y se contorsionaba en endiabladas cabriolas ense–ando la lengua y dando gru–idos guturales aquel espeluznante aquelarre.

Sobrecogido por el espanto, retrocedi— en busca de un paso estrecho que la misma landrona ten’a un poco abajo y que Ant—n hab’a saltado tantas veces. En precipitada huida iba recordando cuentos de brujas, duendes, fantasmas y aparecidos que cuando era ni–o contaban sus mayores al calor de la lumbre en las noches invernales. Y le vino a la mente aquella historia de la bruja que al mediar la noche abandonaba su cuerpo y se iba a bailar con otras por los caminos y campados mientras el marido azotaba vanamente el cuerpo sin ‡nima que le acompa–aba en la cama. Tambi­Žn record— el de aquella otra que el esposo la dej— errante de por vida porque puso las tijeras hechas cruz sobre el cerrojo de la puerta. O el galope de un invisi­ble caballo alrededor de la casa, sin dejar huellas de herraduras, en otra noche de difuntos, cuando Žl era ni–o y se re’a porque su madre y sus t’as y vecinas all’ reunidas, rezaban un rosario a las benditas ‡nimas del Purgatorio.

Entonces lo comprendi— todo; las damas, —con este galante nombre se las nombraba— las inveteradas bru­jas, las contumaces noct‡mbulas, las eternas viajeras de la noche, le ven’an siguiendo desde el instante mismo en que dej— a su novia depositada en casa de su parien­te.

En estos pensamientos iba cuando lleg— al paso es­trecho. Y cu‡l no ser’a su terror cuando vio nuevamente sobre la estrecha senda las mismas apariciones que en el canal de riego. El espantoso aquelarre hac’a extra­–os y horripilantes visajes en medio de la todav’a os­cura madrugada, mientras cantaba o coro:

 

ÇTu alma condenada

pertenece al diablo.

Ven y haznos compa–a:

nos est‡ esperando.È

 

Y entre aquellas espantosas apariciones aœn se le figur— otra m‡s aterrante, y es que un gato, que Žl quer’a mucho, lo reconoci— caminando entre aquella procesi—n de espectros. Lo cogi— entre sus brazos, pero pronto quiso acariciarlo cuando se le encresp— sacando unas agresivas u–as. Lo despidi— de s’ con violencia sobre las aguas del cauce, mientras dec’a: ÇAh’ vas, almaÈ.

—Eso es lo que yo quiero: tu alma —habl— el gato con voz cavernosa y endemoniada, mientras se zambull’a en las fr’as aguas con un ruido envuelto en humo, como aquel que hace una troncada al apagarla con un caldero de agua.

Entonces record— las santas palabras que su madre dec’a siempre para conjurar al enemigo invisible. E invoc— con todas sus fuerzas:

—ÁAve Mar’a Pur’sima! ÁJesœs, Mar’a y JosŽ! ÁEn el dulc’simo nombre de Jesœs! ÁL’brame, Dios m’o, de estas terribles visiones!

Al instante mismo desaparecieron todos aquello seres —si es que a tan fat’dica turba pod’an llam‡rsele seres— pudiendo llegar a su casa sano y salvo, Ant—n el Rico. Aquella misma semana se cas— con brevedad, pues todo lo acaecido lo atribu’a a que hab’a sacado la novia en noche tan se–alada.

As’ terminaba el abuelo, con un tono de voz baj’si­mo, casi apagado, su temeroso cuento. A nosotros, los ni–os, no nos cab’a la ropa en el cuerpo del pavor y del miedo. Luego, no quer’amos ir a la cama. Y nos costa­ba tiempo reconciliar el sue–o.

 

La primera secuencia del relato se corresponde con un tipo folcl—rico creado por Camarena-Chevalier en su volumen de cuentos religiosos: es el [760D], [El monaguillo del alma del cura]. A tenor de las numerosas versiones enumeradas por los dos m‡ximos estudiosos del cuento hisp‡nico, estamos ante una narraci—n extensamente difundida en el mundo hispanoamericano y portuguŽs. Como dije antes, a veces queda contaminada al final por el cuento del muerto agradecido, si bien la versi—n de S. Bautista continœa con una segunda secuencia que relata apariciones sobrenaturales de brujas y metamorfosis fant‡sticas de animales, todo como castigo divino contra el protagonista porque ha  quebrantado el precepto religioso-moral de respetar sexualmente a la novia hasta el d’a del matrimonio. En concreto, hay dos episodios que aparecen con frecuencia en la tradici—n de manera independiente:

a) la leyenda del animal (habitualmente, cabra o cordero) transportado sobre los hombros que se transforma en demonio o bruja (Boggs, 831*B; A. Espinosa hijo[22], cuentos 175-176), de la que se pueden encontrar numerosos ejemplares en la Regi—n de Murcia;

b) la de los seres diab—licos que desaparecen cuando el protagonista nombra a Dios (tipo 817*, El demonio huye cuando se menciona el nombre de Dios). A las versiones de este tipo enumeradas en Camarena-Chevalier a–‡dase la de Murcianos (Aplicaciones Did‡cticas)[23], p. 214, precedida de la leyenda anterior.

En fin, como hemos podido comprobar, Memoria de una Arcadia alberga un hermoso tesoro de cuentos y leyendas tradicionales, reelaboradas literariamente por el autor, que han nutrido la imaginaci—n de peque–os y mayores desde tiempos remotos. La inclusi—n de tales relatos en el conjunto del libro es uno de los muchos mŽritos (y no ciertamente el menor) de Memoria de una Arcadia, y un aliciente m‡s para animar a quien no haya emprendido todav’a la lectura de esta interesante obra.

 

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Orientaciones para el aprovechamiento did‡ctico de los cuentos de Memoria de una Arcadia en la Ense–anza Secundaria

 

Soy profesor de Lengua y Literatura en la Ense–anza Secundaria y por ello he podido comprobar repetidas veces en mis clases las enormes posibilidades que los cuentos folcl—ricos nos ofrecen para motivar a los alumnos y despertar su interŽs por la literatura. Los textos de S. Bautista que aqu’ se han transcrito y comentado nos permiten realizar multitud de interesantes actividades en las clases de E. Secundaria, de las cuales voy a proponer unas cuantas sin ‡nimo de exhaustividad sino solamente con la pretensi—n de sugerir algunas posibilidades pedag—gicas.

Por supuesto que una de las actividades m‡s lœdicas que se pueden presentar es la de comparar los cuentos de Memoria de una Arcadia con otras versiones —tradicionales o literarias— que de ellos existen, como las que se han mencionado antes en el an‡lisis de los textos. As’ los alumnos observar‡n las diferencias de estilo, finalidad, detalles, etc., entre las distintas versiones y variantes de un mismo cuento. Pero a la vez descubrir‡n la misteriosa y admirable ley de la universalidad del folclore, es decir, de la pervivencia fundamental de temas, tipos y motivos (con variaciones de detalle) en narraciones de culturas y tiempos distantes.

Adem‡s —y Žste es un aspecto importante sobre el que los recolectores y estudiosos del cuento folcl—rico no han volcado suficientemente su atenci—n—, debemos atender en nuestro comentario y an‡lisis, no s—lo al enunciado de los cuentos (el texto), sino tambiŽn a su enunciaci—n, es decir, al contexto comunicativo en que se transmite. Como acto de habla que es —y por tanto sujeto a la relaci—n comunicativa directa entre un emisor y uno ovarios receptores— el cuento es transmitido segœn una serie de pautas y condicionamientos culturales y sociales que es preciso considerar pues determinan en gran medida el enunciado emitido. Y por eso hemos de explicar a los alumnos las diferencias entre literatura oral y escrita, que emplean medios y recursos diferentes, aunque en esencia responden a idŽntica necesidad primordial del ser humano por contar y cantar.

Los cuentos de S. Bautista no has sido recogidos directamente de los narradores orales, sino reelaborados por el autor, por lo que en rigor han de ser considerados como cuentos tradicionales sometidos a tratamiento literario. No estamos, por tanto, ante una antolog’a de literatura folcl—rica en la que un recopilador recoge de viva voz los documentos orales y los transcribe literalmente para darlos a conocer: no era esa la intenci—n del autor. Los textos reproducidos ofrecen un lenguaje cuidado que, aunque imita la cadencia, ritmo y hasta expresiones del habla popular, muestra una evidente riqueza lŽxica, sint‡ctica y ret—rica. Sin embargo, s’ se han reproducido con bastante fidelidad las circunstancias ambientales y sociales en que esos cuentos se comunicaban. Hacia ese importante aspecto debemos dirigir la atenci—n de nuestros alumnos.

En primer lugar, est‡ claro que los narradores son miembros de la familia, principalmente los abuelos (aunque tambiŽn se mencione, en una ocasi—n, a los padres), por lo que se confirma que la transmisi—n oral se realizaba la mayor parte de las veces en el ‡mbito domŽstico. Las voces de los mayores llegan todav’a vivas y c‡lidas a los o’dos del escritor, y Žl nos las transmite con el temblor y emoci—n propios de los recuerdos de la infancia. Ante la venerable figura del patriarca de la familia, un coro de chiquillos ansiosos se regocija con las historias de siempre: unas veces se oyen risas, otras un expectante silencio; en ocasiones, muecas de indisimulado p‡nico dibujan los rostros de los peque–osÉ Pero siempre las palabras de los viejos infunden en sus agradecidos oyentes el sagrado misterio del mito, de los or’genes, de la vida.

S. Bautista ha hecho tambiŽn alusi—n en sus relatos a los momentos del d’a y del a–o propicios a la noble tarea de contar. Y es principalmente la larga noche invernal  (c‡lida gracias al alegre crepitar del hogar) la que ofrece, en forma de fantas’a, su b‡lsamo relajante a las penosas tareas de la vigilia: ÇSe nos contaban a los ni–os estas leyendas al calor de las buenas troncadas invernalesÉÈ, afirma el autor, quien casi inadvertidamente ha sido transportado a los d’as de su infancia merced a la magia de las palabras. Aunque tambiŽn sugiere la oportunidad del cuento en el descanso de las faenas agr’colas: ÇÉ O en las eras, sobre la parva reciŽn trillada, durante el buen tiempo del veranoÉÈ

Importante es tambiŽn la informaci—n que obtenemos a prop—sito de la narraci—n de los cuentos en fechas se–aladas del a–o. As’, el relato titulado La noche de San Juan se desarrolla en esta fecha m‡gica, cuando las brujas hacen de las suyas o las mozas celebran ritos m‡gicos para averiguar la identidad de sus futuros esposos. O la noche de Todos los Santos (Tosantos), momento terror’fico de espectrales apariciones en que Don Olegario, el cura muerto, oficia su macabra misa ante el joven que, infringiendo secular prohibici—n, se ha llevado a su novia en tan se–alado momento. A la luz de estos ejemplos, parece que ciertos cuentos se dec’an en d’as concretos, cuando el efecto sobre la audiencia era mayor pues se confund’an con creencias, supersticiones y ritos propiciatorios: ÇTodos los a–os, mientras vivi—, llegado el d’a de San Juan, la abuela nos relataba esta leyenda o cuentoÈ, vuelve a decirnos el escritor al final de unos de sus relatos.

Y para no alargarme excesivamente, aludirŽ a la funci—n social que estas narraciones desempe–aban: unas veces, meramente lœdica o humor’stica; otras, admonitoria, did‡ctica o transmisora de valores y normas morales aceptados por la comunidad; las m‡s, una combinaci—n de ambas. Lo cierto es que el cuento oral ha servido tanto de veh’culo de transmisi—n de normas morales y de conducta como de v‡lvula de escape de las tensiones y penurias de la vida cotidiana. Y lejos de constituirse en pasatiempo apto s—lo para ni–os o iletrados (como comœnmente se ha cre’do), ha alimentado la imaginaci—n de todos los seres humanos desde los albores de la civilizaci—n.

Voy ahora a proponer algunas (de las much’simas) actividades que se pueden plantear en clase como complemento a la lectura y comentario general de los cuentos.

 

1) Las desventuras del lobo al que le cruji— la cola

 

-Resumen del argumento y de los episodios que lo componen.

-Afirma el autor en la nota del comienzo que el cuento se lo cont— su abuelo y su padre, y que Žl lo ha escrito Çcasi con las mismas palabrasÈ que lo oy—. Matizaciones a esta afirmaci—n: Àest‡ reescrito literariamente?

-Comparaci—n con otras versiones, diferencias m‡s acusadas: Libro de buen amor (estrofas 766-779 y 298-303), Esopo 187, La Fontaine V-8É

-Definici—n y explicaci—n del concepto de Çf‡bulaÈ frente a ÇcuentoÈ.

-Identificaci—n de Esopo y resumen de alguna de las f‡bulas de este autor que el alumno conozca. Invitaci—n a la lectura de su obra.

-Relaci—n entre los animales en las f‡bulas: animal depredador/v’ctima. ÀQuiŽn suele triunfar y cu‡les son sus recursos?

-ÀPor quŽ cree el lobo que tendr‡ un buen d’a de caza?

-Buscar la palabra que significa Çindicio de algo futuroÈ. Escribir algœn sin—nimo de ella.

-Reproches de la loba al lobo. ÀQuŽ significa la expresi—n coloquial que utiliza la esposa? ÀEn quŽ consiste lo c—mico de la expresi—n?

-ÀPredominio de narraci—n, descripci—n o di‡logo? ÀHay algœn mon—logo?

-ÀMoraleja expl’cita o impl’cita? ÀMerece el lobo el castigo?

-ÀSe podr’an a–adir m‡s episodios? Creaci—n de otro que no aparezca en el texto.

-Uso de dialectalismos murcianos y, en general, de un vocabulario rico. Dependiendo de la competencia lingŸ’stico del alumnado y del nivel acadŽmico en que nos encontremos, tendremos que trabajar el significado de m‡s o menos palabras. Algunas de uso muy poco habitual son:

Arrapar: hurtar.

Bandullo: las tripas.

Emboriar: derivado de boria (met‡tesis de boira), niebla.

Esparab‡n: esparav‡n, tumor en la parte inferior del corvej—n.

Gorgo: hoyo en el suelo de un r’o o acequia que ocasiona un remolino de agua.

Jopada: derivado de jopo, rabo.

Llozco: llosco, entre dos luces (murcianismo no incluido en el diccionario de la RAE).

Matalona: caballer’a flaca, endeble, con mataduras.

Modorro: so–oliento, ignorante.

Repullo: salto.

Robinera: decaimiento, herrumbre, se aplica alos enfermos (murcianismo no incluido en la RAE).

Usagre: erupci—n purulenta seguida de costras, sarna en los animales.

Ventear: olfatear.

Puede ser œtil y divertido que los alumnos manejen algœn diccionario del dialecto  murciano, como por ejemplo el de Alberto Sevilla o cualquier otro. Encontrar‡n vocablos que no son simplemente vulgarismos y aprender‡n a valorarlos. Tampoco pretendemos el efecto contrario de alimentar la creencia en una supuesta lengua murciana o panocho: huyamos tanto del purismo lingŸ’stico como del estŽril y falso nacionalismo lingŸ’stico.

 

2) [La zorra arrojada al r’o]

 

-Buscar t’tulo para este brevisimo cuento.

-Vocabulario: bardomeras, broza que llevan los r’os o corrientes de agua (murcianismo).

-Resumen del argumento.

-Interpretaci—n del comentario del animal ante su peligrosa situaci—n: Àdice lo que piensa?

-Relaci—n, en cuanto a la moraleja, entre este cuento y una conocid’sima f‡bula es—pica protagonizada tambiŽn por la zorra (La zorra y las uvas).

-En algunas versiones tradicionales, este relato se inserta como un episodio m‡s del cuento anterior del lobo que busca comida. ÀD—nde se podr’a situar de manera que resultara coherente con el conjunto de la narraci—n? (A continuaci—n del episodio de la cerda que arroja al depredador al r’o mientras finge bautizar a sus hijos.)

 

3) ÀQuiŽn ha visto a las damas bailar?

 

-Introducci—n: c—mo son las brujas de aqu’, en quŽ se diferencian de las de los pa’ses n—rdicos y por quŽ.

-El relato viene subtitulado como leyenda. Diferencia entre este gŽnero y el cuento. A tenor de las afirmaciones del autor, Àse tratar’a de leyenda o cuento?

-Otros tŽrminos empleador en el texto para designar este tipo de relatos (consejas, cuentos viejos, mitos).

-Etimolog’a de Llano de Brujas.

-Eufemismo con que se designa a las brujas.

-Informaci—n sobre Shakespeare (Machbeth, especialmente) y Goethe.

-Resumen del argumento del cuento.

-Moraleja del texto segœn el autor.

-Moraleja impl’cita (recibe severo castigo quien, movido por la envidia o la codicia, pretende burlar a brujas y seres sobrenaturales).

-Relaci—n con otros cuentos con una moraleja semejante (por ejemplo, Las Hadas, de Perrault, o El hacha ca’da al r’o, tipo 729 en los cat‡logos internacionales de cuentos folcl—ricos).

-ÀEn quŽ fechas y situaciones se contaba el cuento y quiŽnes eran sus receptores?

 

4) La noche de San Juan

 

-Introducci—n: ÀquŽ hechos ocurren en la noche de San Juan, quŽ tiene de especial y por quŽ? Explicaci—n de los ritos adivinatorios amorosos que practicaban las j—venes.

-Buscar algœn texto literario ambientado en esta fecha (por ejemplo, muchos romances, en especial el del infante Arnaldos).

-Resumen del argumento de la narraci—n.

-ÀQuiŽn protege a la joven y quŽ sobrenatural transformaci—n experimenta?

-Puede compararse la versi—n de S. Bautista con la otra que transcrib’ atr‡s y comprobar sus diferencias.ÀCu‡l de las dos se ajusta m‡s al gusto popular?

-ÀSe contaba el relato en fecha concreta del a–o?

 

5) Don Olegario, el aparecido

 

-ÀCu‡ndo ocurren los hechos que narra el cuento?

-ÀQuŽ historias se sol’an contar en esa fecha? Mencionar algœn texto literario que se base en idŽnticas creencias (El monte de las ‡nimas, de BŽcquer, o D. Juan Tenorio, por ejemplo.)

-Resumir y explicar las dos partes de que consta el texto.

-ÀCu‡l es la causa de la aparici—n de tan terribles espectros? ÀC—mo se libra el protagonista de ellos?

-ÀEn quŽ consist’a la pr‡ctica de sacar o llevarse a la novia y por quŽ se hac’a?

-Estamos ante un cuento de miedo pero con algœn rasgo humor’stico con el que seguramente se pretend’a asustar al auditorio (infantil). ÀCu‡l?

 

ƒstas son, sin ‡nimo de ser exhaustivos, algunas de las muchas cuestiones que se pueden debatir en clase. Es muy interesante tambiŽn proponer a los alumnos un trabajo de recolecci—n de cuentos y leyendas tradicionales. Deben grabarlos a sus familiares y despuŽs transcribirlos literalmente, anotando en una ficha los datos personales del encuestado. Los resultados son sorprendentes. Una vez transcritos, se leen los relatos en clase y as’ los alumnos se divierten y toman conciencia de la importancia de recuperar y conservar el patrimonio de la cultura oral.[24]

 

 

 

 

 

 

 



[1] Editada en Murcia: Academia ÇAlfonso X el SabioÈ, 1994.

[2] Cat‡logo tipol—gico del cuento folkl—rico espa–ol, 4 vols., Madrid y Alcal‡ de Henares: Gredos y Centro de Estudios Cervantinos (I, cuentos maravillosos: 1995; II, cuentos de animales: 1997; III, cuentos religiosos: 2003; IV, cuentos-novela: 2003).

[3] VŽase Hans-Jšrg Uther, The Types of International Folktales. A Classification and Bibliography (Based on the System of Antti Aarne and Stith Thompson), Parts I-III, Helsinki: Academia Scientiarum Fennica, 2004.

[4] Este relato, casi f‡bula, casi cuento, me lo contaba mi abue­lo paterno y tambiŽn mi padre, haciendo las delicias de mi lejana ni–ez.

Al recrearlo nuevamente, casi con las mismas palabras que ellos me lo contaban, he vuelto a encontrar en Žl m‡s n’tidamente el en­tramado de f‡bula de Esopo y otros a–adidos de cuentos tradiciona­les que lo componen.

TambiŽn hay mucho de la imaginaci—n nativa de mis antepasa­dos. Todo ello hace que Las desventuras del Lobo al que le cruji— la cola, tenga todav’a, y a pesar del tiempo transcurrido, la suficiente magia para emocionarme. [Nota del autor.]

 

[5] Motif-Index of Folk Literature. A classification of narrative elements in folktales, ballads, miths, fables, medieval romances, exempla, fabliaux, jest-book and local legends, 6 vols. (Copenhague y Blomington: Indiana University Press, 1955-1958).

[6] Los tipos del cuento folkl—rico. Una clasificaci—n, traducci—n de F. Pe–alosa, Helsinki: Academia Scientiarium Fennica, 1995.

[7] VŽase F. Rodr’guez Adrados, Historia de la f‡bula greco-latina (cuatro volœmenes). Madrid: Editorial de la Universidad Complutense, 1987 (utilizado especialmente el vol. IV: ÇInventario y documentaci—n de la f‡bula greco-latinaÈ, signatura M245).

[8] A. M. Espinosa, Cuentos populares espa–oles recogidos de la tradici—n oral de Espa–a (tres volœmenes), Madrid: CSIC,1946-19472.

[9] Harriet Goldberg, Motif-Index of Medieval Spanish Folk Narratives, Tempe [Arizona]: Medieval & Renaissance Texts and Studies, 1998.

[10] Cuentos folkl—ricos espa–oles del Siglo de Oro, Barcelona: Cr’tica, 1983.

[11] Elvira Carre–o [et al.], Cuentos murcianos de tradici—n oral,  Murcia: Secretariado de Publicaciones de la Universidad, 1993.

[12] ÇCam‡ndula (El cuento popular en Torre Pacheco)È, Nœmero Monogr‡fico de la Revista Murciana de Antropolog’a, 5 , 2000.

[13] Puede leerse en A. Hern‡ndez Fern‡ndez, ÇCuentos populares de la pedan’a murciana de Javal’ NuevoÈ, Revista de Folklore, n.¼ 289, p. 9.

[14] Para conocer una complet’sima bibliograf’a actualizada de versiones orales hisp‡nicas del tipo 122A, consœltese JosŽ Luis Agœndez, Cuentos populares sevillanos (en la tradici—n oral y en la literatura), 2 tomos, Sevilla: Fundaci—n Machado, 1999 (tomo I, pp. 128-130, estudio al cuento n.¼ 15: Se ha de bautizar a los hijos).

[15] Cat‡logo tipol—gico de cuentos folkl—ricos aragoneses, Zaragoza: Instituto AragonŽs de Antropolog’a, 1996. Y tambiŽn, del mismo autor, ÇRevisi—n del Cat‡logo tipol—gico de cuentos folkl—ricos aragoneses: correcciones y ampliacionesÈ, Temas de Antropolog’a Aragonesa, 8 (1998), pp. 7-60.

[16] Carme Oriol y Josep M. Pujol, êndex tipol˜gic de la rondalla catalana, Barcelona: Centre de Promoci— de la Cultura Popular i Tradicional Catalana, 2003.

[17] El cuento folkl—rico, traducci—n de Angelina Lemmo, Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1972.

[18] VŽase su Index of Spanish Folktales, Helsinki: Academia Scientiarum Fennica, 1930.

[19] Cat‡logo de cuentos folcl—ricos reelaborados por escritores del siglo XIX, Madrid: CSIC, 1997.

[20] Francisco R. L—pez Meg’as y Mar’a Jesœs Ortiz L—pez, Etno-Escatologic—n. Tratado del hombre en cuclillas y en las camas del alto de la villa, Murcia: ed. de L—pez Meg’as, 2000.

[21] Lo que ocurre en una versi—n registrada por m’. VŽase A. Hern‡ndez Fern‡ndez, ÇCuentos populares en la pedan’a murciana de Javal’ NuevoÈ (ob. cit.), pp. 17a-17b: El alma del cura.

[22] Cuentos populares de Castilla y Le—n, dos volœmenes, Madrid: CSIC, 1987-1988.

[23] A. L—pez Valero (coord.), Cuentos Murcianos de Tradici—n Oral (Aplicaciones Did‡cticas), Murcia: Centro de Profesores, 1993.

[24] No detallo aqu’, por no alargar excesivamente este trabajo, la metodolog’a empleada por m’ mismo en la recogida indirecta de cuentos a travŽs de los alumnos de E. Secundaria. Los frutos est‡n —en parte— a la vista gracias a dos antolog’as importantes que he podido reunir (en Albacete y Mula), de las cuales s—lo una est‡ editada: Cuentos populares de la provincia de Albacete (recogidos por los alumnos del IES ÇMixto Nœmero CincoÈ), Albacete: Instituto de Estudios Albacetenses ÇDon Juan ManuelÈ, 2001.