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Gonz‡lez Terriza, Alejandro Arturo. ÒLa Serrana de la Vera: constantes y
variaciones de un personaje legendarioÓ. Culturas Populares. Revista
Electr—nica 4 (enero-junio
2007). http://www.culturaspopulares.org/textos4/articulos/gonzalezt.htm ISSN: 1886-5623 |
La Serrana de la Vera:
constantes y variaciones de un personaje legendario*
Alejandro
Arturo Gonz‡lez Terriza
Resumen
La Serrana de la Vera
es uno de los personajes m‡s fascinantes del folklore espa–ol. Este art’culo
propone una clasificaci—n de los distintos textos tradicionales relativos a la
Serrana, as’ como una reconstrucci—n de los elementos que constituyen el nœcleo
de estas tradiciones.
Palabras clave: Serrana de la Vera, romances, serranillas, seductora diab—lica,
mujer salvaje, leyenda urbana.
Abstract
The Serrana de la
Vera is one of the most fascinating characters in Spanish folklore. This paper
attempts a clasification of the different traditional texts about the Serrana,
as well as a reconstruction of the main elements of these traditions.
Key
words: Serrana de la Vera, Romances,
Serranillas, Diabolical Seductress, Wild Woman, Urban Legend.
1. Introducci—n
E |
n el Campo Ara–uelo, vecino
a la tierra que le da nombre, la Serrana precisa poca presentaci—n. Como todos
sabemos, es un personaje
vinculado a la comarca de la Vera, especialmente a Garganta de la Olla y el
Piornal. Desde all’ se ha extendido por Espa–a. Los folkloristas han recogido
versiones del romance de la Serrana en zonas muy diversas: Canarias, Andaluc’a,
Castilla la Vieja, Asturias... (y, por supuesto, Extremadura)[1].
Esta
ponencia tiene varios objetivos: compartir con la comunidad seis etnotextos
inŽditos sobre la Serrana; ofrecer una clasificaci—n de los distintos textos
relativos al personaje; reconstruir ordenadamente los elementos que constituyen
el nœcleo de estas tradiciones y ofrecer ejemplos de c—mo la tradici—n, para
mantenerse viva, altera los detalles superficiales del relato y ensaya nuevas
funciones del mismo.
Comencemos
por lo primero. Desde el a–o 1999, en que lleguŽ al instituto August—briga de
Navalmoral, una de mis aspiraciones ha sido incentivar en mis alumnos el
interŽs por las tradiciones populares, empezando como es l—gico por las que les
tocan m‡s de cerca. Con el tiempo, gracias a la colaboraci—n inestimable de
Mari‡n Nuevo Marcos y FŽlix Contreras, esta actividad se ha convertido en un
proyecto perseverante, La memoria sumergida, que ha dado ya muchos
frutos: una p‡gina web monogr‡fica (http://www.augustobriga.net/memoria/index.htm), una ponencia sobre la
copla popular morala en la dŽcima edici—n de estos coloquios, un art’culo sobre
el proyecto en la revista Tribuna (Gonz‡lez Terriza y Nuevo Marcos 2005) y un Romancero
y Cancionero de Navalmoral, inŽditos por el momento, pero que esperamos reciban en algœn momento
el apoyo institucional que merecen[2].
2. Materiales inŽditos
2.1. Tres versiones del
romance
En el a–o 99, animŽ a los
alumnos que cursaban la asignatura de Mœsica en el Bachillerato nocturno a
recoger romances y canciones populares. Silvia Gil me trajo a los pocos d’as
una hoja manuscrita con la siguiente versi—n del romance de la Serrana de la
Vera, publicada aqu’ por vez primera:
La Serrana de la Vera (R1)
Informante:
Petra Borreguero, nacida en Trujillo.
Fecha de
nacimiento: 1943.
Recopiladora:
Silvia Gil.
Lugar:
Navalmoral de la Mata.
Fecha:
diciembre de 1999.
En Garganta
de la Olla,
legua
y media de Plasencia,
se pasea una
serrana
alta,
rubia y sandunguera
5 con
vara y media de espalda,
cuarta
y media de mu–eca,
con una mata de pelo
que
hasta el zancajo la llega.
Cuando la da gana de
agua
10 se
baja pa la ribera,
cuando la da gana de
hombre
se sube en las
altas pe–as.
Vio venir a un
soldadito,
licenciado
de la guerra;
15 le
ha agarrado de su mano,
para
su cueva le lleva.
No le lleva por
caminos
ni
tampoco por veredas:
le lleva por un
calvario
20 de cruces y calaveras.
Le pregunta el soldadito
que
quŽ cruces son aquŽllas.
—Veintinueve
muertes que he hecho,
la
tuya me har‡n las treinta.
25 Ya
llegaron a la cueva
y
empez— a poner la cena:
era un guiso muy
sangriento
que
daba pena comerlo.
—Come, come,
soldadito,
30 que
est‡ muy rica la cena.
—No, se–ora, no
la quiero,
porque
me espera mi madre,
que tendr‡
la mesa puesta.
Al
terminar de cenar
35 se puso a
dormir la siesta
y
el soldadito valiente
se
qued— de centinela.
Cuando la sinti—
dormida,
se
ech— por la puerta afuera,
40 que
corr’a como un gamo
pa abajo por
la ribera.
Cuando le ha echado
de menos,
relincha
como una yegua:
—Vuelve,
vuelve, soldadito,
45 que
te quedas una prenda,
que es de rico pa–o
fino
y
es l‡stima que se pierda.
—No volverŽ yo,
por cierto,
ni
aunque de oro se volviera;
50 mis padres me dar‡n otra
y
si no, andarŽ sin ella.
Aqu’ termina esta
historia
de
la Serrana de la Vera[3].
Tres a–os despuŽs, mi vecina
Guadalupe Alegre, de Jara’z de la Vera, comparti— conmigo otra versi—n del
romance, la m‡s detallada que conozco:
La
Serrana de la Vera (R2)
Informante: Guadalupe Alegre
Garc’a, de Jara’z de la Vera.
Fecha de nacimiento: 1 de julio de
1955.
Lugar: Navalmoral de la Mata.
Fecha: Oto–o del 2002.
Recopilador: Alejandro Gonz‡lez.
All‡ en
Garganta la Olla,
siete leguas de Plasencia,
habitaba una serrana
alta, rubia y sandonguera
5 con vara y media de pecho,
cuarta y media de mu–eca,
con una mata de pelo
que a los zancajos la llega.
La serrana cazadora
10 gasta falda a media pierna,
bot’n alto y argentino
y en el hombro una ballesta.
Si ten’a
ganas de agua,
se bajaba a la ribera;
15 si ten’a ganas de hombres,
se sub’a a las altas pe–as.
Pasan unos,
pasan dos
y no pasa el que ella espera
y vio venir a un serrano
20 con una carga de le–a.
Le ha cogido de la mano,
pa la cueva se lo lleva.
No le lleva
por caminos
ni tampoco por veredas,
25 le lleva por entre el monte
por donde nadie les vea.
Al entrar
en la caba–a
el serrano, ÁquŽ sorpresa!,
y al resplandor de las llamas
30 vio un mont—n de calaveras.
—ÀDe
quiŽnes son estos huesos,
cœyas estas calaveras?
—Son de hombres que he matado
pa que no me descubrieran.
35 —Bebe, bebe, serranillo,
bebe de esta calavera,
que puede ser que algœn d’a
otro de la tuya beba.
Buenas
noches, caminante,
40 buena noche nos espera
de perdices y conejos
y t—rtolas y arroyuelas,
de plan blanco y de buen vino
y de tu cara risue–a.
45 Si buena cena le di,
mi mejor cama le diera
y entre pieles de venado
mi mantelina tendiera.
La serrana
al serranillo
50 le mand— cerrar la puerta
y el serrano, como astuto,
la dej— un poco entreabierta.
—Serranillo, serranillo,
Àsabes tocar la vihuela?
55 —S’ se–ora, s’ se–ora,
y el rabel si usted me diera.
Pens—
adormecerle a Žl,
mas le adormeci— Žl a ella.
Por un cantar que ella canta
60 y Žl cantaba una docena.
Cuando la
sinti— dormida
fue muy despacio a la puerta,
las albarcas en la mano
para que no le sintiera.
65 Media legua lleva andada
y sin volver la cabeza,
pero cuando la volvi—,
como si no la volviera.
Vio venir a la serrana
70 bramando como una fiera,
saltando de cancho en cancho,
brincando de piedra en piedra.
Una china lleva en la honda
que pesaba arroba y media.
75 Con el aire de la china,
le ha derribao la montera.
—Vuelve, vuelve, serranillo,
que te dejas tu montera,
que es de pa–o rico y fino
80 y no es menester se pierda.
Si es de
pa–o rico y fino,
y as’ se gasta en mi tierra.
Mis padres me compran otra
y si no, me estoy sin ella.
85 —Por Dios te pido, serrano,
que no descubras mi cueva.
—Descubierta no ser‡
y hasta la primera venta.
Cuando a Garganta lleg—,
90 enseguida fue a dar cuenta.
Muy pronto los cuadrilleros
de los pueblos de la Vera
subieron a la monta–a
y rodearon la cueva.
95 La toman declaraci—n
por si ella lo deniega.
—Y un desenga–o amoroso
me hizo perder la cabeza
y marcharme a la monta–a
100 y vivir como una fiera.
En la plaza
de Garganta
fue la primera reyerta.
La toman declaraci—n
y la llevan a Plasencia;
105 por mandato del Supremo
va y la cuelgan de una cuerda.
Y aqu’ se acaba la historia:
y aqu’ se acaba el romance,
yo sos la canto, se–ores,
110 como
la cant— mi padre.
La tercera versi—n que les ofrezco, inŽdita,
fue recogida en abril de este a–o por Leticia Collado Soleto, alumna de 2¼ de
ESO. Dice as’:
La Serrana de la Vera (R3)
Informante: Mar’a Mateos Cerezo.
Fecha de nacimiento: 17 de abril de 1937.
Lugar: Robledollano.
Fecha: 19 de abril del 2005.
Recopiladora: Leticia Collado Soleto.
En Garganta
la Olla,
siete leguas de Plasencia,
habitaba una serrana
alta, rubia y sanduquera
5 con vara y media de pecho,
cuarta y media de mu–eca,
con una trenza en el pelo
que a los zancajos la llega.
A uso de cazaores
10 gasta falda a media pierna,
en la cintura, correa
y en los hombros, la ballesta.
Cuando
tiene gana de agua,
se baja a la ribera;
15 cuando tiene gana de hombres,
se sube a las altas pe–as.
Pasa unos,
pasan dos
y no ha pasado el que ella quiera.
Ha pasado un serranillo
20 con una carga de le–a.
Le agarr— de la mano,
para llevarle a su cueva.
No le lleva
por caminos
ni tampoco por veredas,
25 le lleva por altos montes
por donde nadie le viera.
Ya llegaron
a la cueva,
le mand— cerrar la puerta
y el serrano, muy astuto,
30 se la dej— entreabierta
Al entrar
en su escondrijo
vio un
mont—n de calaveras
de hombres
que hab’a matado
aquella terrible fiera.
35 —AlŽgrate, serranillo,
buena noche
te espera
de conejos
y perdices
te guisŽ
una rica cena.
—Bebe, serranillo, bebe,
40 agua de esa calavera,
que puede ser que algœn d’a
otros de la tuya beban.
—Dime, serranillo,
Àsabes tocar la vihuela?
45 —S’, se–ora, s’ lo sŽ,
y el rabel si lo hubiera.
—Tœ
tocar‡s el rabel,
yo tocarŽ
la vihuela.
Pens—
dormir al serrano,
50 el serrano durmi— a ella.
Apenas la vio dormida
sali— corriendo hacia afuera,
pero pronto despert—
aquella maldita fiera.
55 Mucho rato va corriendo
sin atr‡s volver cabeza,
pero cuando la volvi—,
como si no la volviera.
Vio venir la serrana
60 saltando de pe–a en pe–a
con una jonda en la mano
bramando
como una fiera.
Puso una china en la jonda
que pesaba arroba y media
65 y con la fuerza que lleva
la ha quitao la montera.
—Vuelve, serranillo, vuelve,
vuelve atr‡s por la montera,
que es de pa–o rico y fino
70 y no es raz—n que se pierda.
—Si
es de pa–o rico y fino,
as’ se estila en mi tierra.
Mis padres me comprar‡n otra
y si no, me estoy sin ella.
75 —Por Dios te pido, serrano,
que no descubras mi cueva,
que si
acaso la descubres
puede ser
que en ella mueras.
Tu padre ser‡ el caballo,
80 tu madre ser‡ la yegua
y tœ ser‡s
el potrillo
que
relinche por las sierras.
Ya la
llevan por la ronda,
ya la
llevan prisionera,
85 que no falta ya mucho
para que
muera ahorcada
en la
cuerda.
2.2. Tres versiones de la leyenda
A estas tres versiones del romance tradicional, han venido a a–adirse
tres versiones en prosa de la leyenda de la Serrana, recopiladas por alumnos
del August—briga entre los a–os 2001-3 e incluidas tambiŽn en la p‡gina web.
La
Serrana de la Vera (L1)
Informante:
Enrique, nacido hacia 1956 en Talayuela.
Fecha:
julio del 2001.
Lugar:
Losar de la Vera (campamento)
Recopilador:
Enrique Laso Quintana.
Se cuenta que por la noche, en los alrededores de las sierras de la Vera, se
escuchan ruidos extra–os, como chillos de personas.
Dicen
que hace mucho tiempo, en un pueblo de la Vera, viv’a una joven muy hermosa,
tan hermosa que todos los hombres se la disputaban. Pero la chica comenz— a
agobiarse porque ve’a que los hombres s—lo la quer’an para mantener relaciones
con ella y ya est‡, y esto hizo que
se volviese loca y buscase refugio en la sierra. Las personas del pueblo
comenzaron a preocuparse por la tardanza de la joven y mandaron unos chicos a
buscarla. Pas— un rato y uno de ellos la vio, pero le sorprendi— verla tan
hermosa, y al ver que empezaba a seducirle y a hablarle desde lejos, la sigui—,
creyŽndola indefensa.
La chica entr— en una cueva y el chico detr‡s, pensando en poder complacer sus
deseos; pero se encontr— con una criatura loca, llena de odio, que le propin—
golpes hasta la muerte.
De
este modo, cada vez que ve’a a un joven por los alrededores de la sierra hac’a
lo mismo. Y por esto se dice que las voces que se oyen por la noche son las
voces de los j—venes que intentan buscar ayuda, pero es algo imposible de
conseguir, porque la serrana est‡ ah’ y es imposible escapar de ella.
Esta
historia me la cont— un cura en un campamento, cerca del pueblo de Jara’z de la
Vera.
La Serrana de la Vera
(L2)
Informante:
Miguel Cajas Fern‡ndez, nacido en Villar del Pedroso en 1966.
Fecha:
6/6/2002.
Lugar:
Villar del Pedroso.
Recopilador:
JosŽ Miguel Cajas Jara.
Un
chico se iba a casar con una muchacha, pero el chico era infiel a esa muchacha.
Entonces, esa muchacha se enter—, ya que se iban a casar pero ese chico no se
present—. La muchacha entr— en una locura y cada chico que se echaba novia le
mataba para que no les hiciera lo que le pas— a ella.
Adem‡s,
le recordaba a su novio que la dej— en el altar.
La muchacha mat— a varios muchachos
hasta que la guardia civil la mat— al ver que mataba a todos los que pillaba.
La Serrana de la Vera (L3)
Fecha:
2003.
Lugar:
Navalmoral de la Mata.
Recopilador:
JosŽ çngel Jara Rodr’guez.
Desde hace
ocho dŽcadas es conocida en toda la Vera la historia de una serrana que
destacaba entre sus contempor‡neos por su exuberante belleza. Debido a su
f’sico, no pas— desapercibida al rey, que visitaba en aquella Žpoca la comarca,
pues observ— en ella una hermosura nunca vista en otra mujer. Esta situaci—n
produjo un arduo deseo al rey de hacerse con ella, y tras varias insinuaciones
por parte del soberano, la serrana acept— su mano. Pero, impredeciblemente, al
poco tiempo el rey saci— su deseo y decidi— romper su uni—n con la serrana,
porque Žsta le absorb’a los sesos de tal manera que le imped’a realizar las
funciones propias de un rey. Ante esta situaci—n, la serrana reaccion— con un
ataque de soberbia que la indujo a tomar una postura hostil hacia todos los
hombres y a jurar vengarse de ellos. Para realizar sus prop—sitos se sirvi— de
sus armas seductoras con la intenci—n de que los varones se rindiesen ante su
belleza y ella pudiera manipularlos a su antojo. As’, se dedic— a enamorar a
hombres, y no contenta con hacerlos sufrir sentimentalmente, los mataba para
saciar su venganza y los escond’a en una cueva que actualmente se encuentra en
una zona de la Vera, conocida como La Serranilla, en honor a este personaje.
3. Cronolog’a de los testimonios
Una vez aportados estos testimonios recientes,
situŽmoslos dentro de la tradici—n centenaria de la Serrana. Cualesquiera que
fueran sus or’genes, de los que luego hablaremos, en el a–o 1603 el personaje
ya era bien conocido, hasta el punto de atraer la atenci—n de Lope de Vega, que
compuso una comedia sobre ella, La Serrana de la Vera. Otro dramaturgo, Luis VŽlez de Guevara, se
sinti— tambiŽn fascinado por aquella mujer de armas tomar, y redact— su propia
versi—n de su historia, una tragedia de t’tulo idŽntico, cuyo texto manuscrito,
fechado en 1613, conservamos.
Tanto
en la comedia de Lope como en la tragedia de VŽlez encontramos citado el inicio
del romance de la Serrana: En Garganta de la Olla, / en la Vera de Plasencia. Adem‡s, el planteamiento de sus obras
coincide en lo esencial con el del poema popular: la Serrana es una mujer
montaraz, tan hermosa como varonil, que vive en una cueva en la sierra y
arrastra hasta all’ a los viajeros que encuentra prometedoramente atractivos.
VŽlez da al personaje un fin tr‡gico, en castigo a sus cr’menes, tal como
sucede en las versiones m‡s prolijas del romance, como la segunda y tercera
aqu’ editadas. Lope elige redimirlo por medio del amor, una innovaci—n que no
ha tenido eco en la tradici—n posterior.
A
principios del XVII circulaba, pues, un romance sobre la Serrana que tanto en
su argumento como en su formulaci—n (asonancia en Ž.a, primeros versos citados) era muy similar, si
no idŽntico, al que hoy conocemos. Dado que para entonces el romance era ya
material tradicional, es l—gico pensar que llevara tiempo de boca en boca,
desde el siglo XVI o antes.
A
pesar de esta fecha temprana (hipotŽtica pero razonable) de composici—n, no se
nos ha conservado ninguna versi—n completa anterior a 1667. En ese a–o, Gabriel
Azedo de la Berrueza, un escritor interesado por promocionar la zona de la
Vera, recogi— en su obra Amenidades, florestas y recreos de la provincia de
la Vera Alta y Baja, en la Extremadura una versi—n del romance popular sobre la Serrana,
acompa–ada de una versi—n en prosa de su leyenda y un romance culto, m‡s bien
olvidable, de su propia invenci—n.
Aunque
no conservamos versiones del siglo XVIII, la abundancia de las recogidas en el
XX indica que el romance fue moneda comœn en la tradici—n oral de amplias zonas
de la Pen’nsula desde su composici—n hasta hoy mismo. En cuanto a las leyendas
en prosa, el interŽs por el romance las ha oscurecido: con toda probabilidad,
no han sido recopiladas con la atenci—n que merec’an. A la aportada por Azedo
en 1667 siguen las publicadas por varios folkloristas del siglo XX, llegando a
las tres actuales que hemos recogido antes, las cuales se acercan ya, tanto en
su formulaci—n como en su funci—n, a las modernas leyendas urbanas.
La
antigŸedad relativa que asignamos al romance (siglo XVI) debe quedar
prudentemente matizada por al menos tres observaciones:
á
En El libro
del Buen Amor del Arcipreste
de Hita y en la obra del marquŽs de Santillana encontramos serranillas, poemas que describen encuentros amorosos con
serranas: en la obra del Arcipreste, estas serranas son a menudo hombrunas y
obligan a los viajeros a acostarse con ellas. La conducta es tan similar a la
de la Serrana de la Vera que parece razonable pensar que antes de constituirse
como romance la historia (o historias) en verso sobre la Serrana hubo de ser
una serranilla m‡s, de forma mŽtrica similar a las que hallamos en el Libro
del Buen Amor. Caro Baroja
(1989: 289-91) se–ala varios pasajes en las obras de Lope y VŽlez que pueden
interpretarse como fragmentos de cantares perdidos sobre el personaje, y,
siguiendo esta interpretaci—n, JosŽ Mar’a Dom’nguez Moreno (1985: 113) da por
segura Çla existencia de estos cantos sueltos en los siglos XV, XVI y
principios del XVII, coexistiendo con la ya aludida forma romanceadaÈ;
á
en el momento en
que alguien se decidi— a aprovecharlas para hacer una balada o romance, las
historias o leyendas en prosa sobre el personaje llevar’an, probablemente,
corriendo muchos a–os entre los lugare–os de la Sierra de los Tormantos;
á
los motivos
folkl—ricos que aparecen combinados en los relatos de la Serrana, en los que
nos iremos deteniendo, son de una antigŸedad enorme.
4. Tipolog’a de los textos
Recapitulando la historia que acabamos de
trazar, tenemos por tanto cinco tipos de textos narrativos sobre la Serrana.
Los tres primeros son textos tradicionales, an—nimos:
1. Baladas
tradicionales, relacionadas con las serranillas del Arcipreste: circularon, al parecer, entre los
siglos XV y XVII. Aunque se han perdido, pueden rastrearse fragmentos de las
mismas en las obras de Lope y VŽlez.
2. Romance
de la Serrana de la Vera (IGR 0233):
Lope y VŽlez citan en sus dramas el inicio del mismo y recrean, tom‡ndose las
libertades que estiman convenientes, su trama; Azedo edita en 1667 una versi—n
completa que incluye los versos citados por ambos dramaturgos; desde finales
del siglo XIX hasta hoy se han recopilado multitud de versiones orales.
3. Leyendas
en prosa: Azedo parafrasea con su propia dicci—n y estilo las que oy— contar en
la zona de la Vera; en el siglo XX los folkloristas que han hecho trabajo de
campo en la Alta Extremadura aportan algunas versiones orales; hemos recogido
aqu’ tres ejemplos inŽditos.
Los otros dos tipos de texto son cultos:
4. Romance
culto sobre la Serrana: Azedo incluye uno de su autor’a en su libro. Es una
iniciativa aislada, sin continuidad[4].
5. Dramas
inspirados en el romance y las leyendas: La Serrana de la Vera de Lope (escrita a finales del XV o inicios
del XVI: entre 1595 y 1603), La Serrana de la Vera de VŽlez de Guevara (1613).
5. Origen de la Serrana: Àmito o historia?
El personaje ha sido abordado desde dos
perspectivas principales: una hist—rica (Àcu‡l es su origen?) y otra tipol—gica
(Àde quŽ tipo de personaje folkl—rico se trata?). El primer enfoque ha
producido p‡ginas notables, pero no est‡ claro que aporte algo realmente œtil
para la comprensi—n de los romances y leyendas sobre la Serrana. Se ha escrito
m‡s de una vez que estamos ante la historia de una muchacha real que sufri— un
desenga–o amoroso y se retir— a la sierra a vivir como una fiera; pero se ha sostenido tambiŽn que su
protagonista es en realidad un numen o deidad de las monta–as, un ser de tama–o
y constituci—n sobrehumanos, con cabeza y busto de mujer pero patas de yegua.
Ninguna de las dos
explicaciones cuenta con evidencia suficiente como para desterrar a la otra. De
hecho, nada impide que en los relatos que tenemos ante nosotros hayan confluido
materiales de diversa procedencia: anŽcdotas reales exageradas y mitos que han
perdido su condici—n sagrada.
Un sucedido real que
se incorpora al repertorio de anŽcdotas o historias notables que se repiten
oralmente puede (y suele) con el tiempo irse enriqueciendo con materiales cada
vez m‡s alejados de los hechos realmente acaecidos: s—lo as’ pueden explicar
los partidarios de una Serrana hist—rica que en el romance lleguen a atribu’rsele rasgos de
giganta y cascos equinos.
En sentido contrario,
quienes (como Julio Caro Baroja) ven en la Serrana original una diosa o hada
maligna que ten’a encantada una cueva de la Sierra de los Tormantos han de
admitir que en los textos que nos llegan ya no estamos ante un personaje
propiamente sobrenatural, sino ante una mujer de carne y hueso, aunque estŽ dotada
de rasgos desconcertantes, algunos de los cuales (aunque sin duda no todos) se
explican como resultado de su alejamiento de sus semejantes humanos, su asalvajamiento, que la convierte en una fiera, literal (patas de
yegua) o s—lo metaf—rica (conducta salvaje).
6. Tipolog’a: la Serrana, mujer fatal y
salvaje
A nuestro entender, resulta bastante m‡s œtil
abordar el personaje de la Serrana como un ejemplo de amalgama de al menos dos
tipos bien definidos en el folklore universal: la seductora diab—lica (o femme fatale) y la mujer salvaje.
6.1. Seductora diab—lica
En efecto, la Serrana es hermosa, despliega
varias artes de seducci—n (muestra su cuerpo, ofrece sabrosa comida y bebida,
canta), se acuesta con los mozos que ha elegido y despuŽs les da muerte: todos
ellos rasgos propios del arquetipo de la mujer fatal, una seductora lasciva pero infecunda, que se
alimenta de la energ’a vital de sus amantes y tras agotarlos los descarta y
reemplaza por otros nuevos. Al obrar de este modo no hace sino reproducir,
extrem‡ndolo, el patr—n del Don Juan masculino, que utiliza sexualmente a las
mujeres y despuŽs las abandona.
De hecho, los romances
y leyendas de la Serrana incluyen con cierta frecuencia un relato etiol—gico,
que nos explica c—mo y por quŽ lleg— a ser la que es: siendo moza garrida, un
joven sin escrœpulos la sedujo y despuŽs la abandon—. La Serrana jur— entonces
vengarse de los hombres, se retir— a la monta–a y desde entonces, aplicando a
su manera la ley del Tali—n, trata a los muchachos que le gustan como su
seductor la trat— a ella.
6.2. Mujer salvaje
La mujer seducida y abandonada por un don Juan
pierde la honra, pero no la vida. Sin embargo, cierto tipo de seductoras
diab—licas (bien representadas en la mitolog’a grecolatina por las sirenas y
las lamias) son m‡s radicales: con la sangre y la carne de sus v’ctimas no
alimentan (como don Juan) su ego, sino su cuerpo. Son, por tanto, criaturas
vamp’ricas o can’bales.
Lo sexual y lo
digestivo, localizado en el hemisferio inferior del cuerpo, son dos dimensiones
animales, fisiol—gicas, que toda ideolog’a tiende a contemplar con recelo como
fuente muy probable de conductas antisociales. Lujuria y gula, los pecados con que el cristianismo demoniza el
deseo desordenado en uno y otro ‡mbito, confluyen en una misma zona del cuerpo
(el vientre, a la vez
digestivo y sexual: si el primero es vientre sin m‡s, el segundo se distingue a veces como el
bajo vientre, enfatizando aœn
m‡s su car‡cter inferior o infernal). De una mujer lujuriosa se dice que es una
devoradora de hombres; de
una persona sexualmente atractiva, que est‡ para comŽrsela, m‡s buena que el pan o para coger pan y mojar.
Si lo propiamente
humano es regular y limitar el instinto sexual, estableciendo limitaciones en
los acoplamientos que se permiten (tabœ del incesto; rechazo religioso de toda
relaci—n sexual distinta de la penetraci—n vaginal encaminada a la concepci—n;
exigencia de consentimiento mutuo), lo animal, por contraste, es tener
relaciones sexuales no ennoblecidas por otro prop—sito que el placer mismo, sobre todo si
uno de los implicados se ve forzado a participar contra su voluntad.
Dado que la represi—n
de la iniciativa sexual siempre ha sido mayor en las mujeres, la Serrana de la
Vera transgrede con especial virulencia el comportamiento socialmente
admisible, convirtiŽndose as’ de facto en una fiera, una mujer animalizada o asalvajada que obedece a sus
instintos depredadores y caza a
sus parejas, llev‡ndoselas a su guarida, dando all’ cuenta de ellas y dejando
esparcidos sus huesos, como la alima–a que ha terminado su banquete.
Su alejamiento
espacial de los seres humanos (vive en una cueva en lo alto de la sierra) se
corresponde as’ con su alejamiento Žtico de ellos (no se comporta como se espera de una mujer como
es debido: recatada, dŽbil,
sexualmente pasiva, sino como una leona en celo o una mantis religiosa).
Dado que la Serrana actœa
como una fiera sobre todo con
la parte inferior de su cuerpo (digestiva-sexual) no puede sorprendernos que
sea esta parte la que ocasionalmente se manifiesta como literalmente animal:
bajo los pelos largos que le llegan hasta los zancajos o talones se ocultan patas o cascos de yegua.
Este tipo de h’brido,
del que tantos precedentes y paralelos cl‡sicos se podr’an recordar (las
sirenas: mujer-ave o mujer-pez; los centauros; los s‡tiros; las lamias y
onoscŽlides; el demonio cristiano con rabo y patas de macho cabr’o), nos
presenta en un eje vertical dos —rdenes considerados incompatibles: arriba lo
humano, abajo lo animal; arriba el logos, abajo lo digestivo-sexual, el vientre. No se trata
s—lo de alertar sobre lo monstruoso de tal mezcla. La disposici—n tiene tambiŽn
un valor simb—lico: confirma la jerarqu’a (lo humano es superior, lo animal
inferior) y establece de forma llamativa el contraste entre las dos categor’as,
animando a la reflexi—n sobre ambas.
6.3. Castigo y muerte de la Serrana
El hecho de que la Serrana ocupe un espacio
superior al habitado por los hombres y lleve la iniciativa en las relaciones
que entabla con ellos invierte el orden socialmente establecido, que sitœa al
hombre y a lo civilizado arriba; a la mujer, lo salvaje y lo animal, abajo.
Segœn la leyenda jud’a medieval, la primera mujer, Lilith, se separ— de Ad‡n
porque se negaba a que Žste se pusiera siempre sobre ella cuando hac’an el
amor. Como Lilith, la Serrana es una transgresora, y en buena medida una
transexual o travesti: viste como un hombre, se gana la vida como un cazador,
lleva la iniciativa y, con su fuerza f’sica superior, domina sexualmente a sus
v’ctimas.
Aunque el relato
explore con evidente regodeo el ‡mbito de lo negado o reprimido (ÀquŽ pasar’a
si una mujer se saltara todas las limitaciones que su rol social la impone?),
est‡ obligado a cerrarse con una confirmaci—n de los valores tradicionales: una
mujer as’ debe acabar sometida de nuevo al orden establecido, vencida por un
hombre que la supera (si no en fuerza, s’ en astucia) y entregada al castigo de
la justicia.
7. Estructura de las historias sobre la
Serrana
Las historias que los romances y los textos en
prosa nos cuentan sobre la Serrana contienen, consideradas en conjunto,
informaci—n sobre tres ‡reas de la vida del personaje:
A. C—mo lleg—
a ser la que es (leyenda etiol—gica);
B. Un d’a
normal en la vida de la Serrana;
C. La Serrana,
burlada, capturada y destruida.
Cada
una de estas secciones contiene a su vez distintas secciones descriptivas o
narrativas. Veamos cu‡les son, orden‡ndolas cronol—gicamente:
A Leyenda Etiol—gica
1.
La Serrana era una joven muy hermosa de Garganta de la Olla, un pueblo de
comarca de la Vera, en la provincia de C‡ceres.
2. La
Serrana tuvo un problema amoroso grave:
2a. Se
enamor— de un caballero, el cual, tras seducirla y gozar de ella, la abandon—.
2b. Se
enamor— de un caballero, pero sus padres no lo aceptaron como yerno.
2c. Se vio
acosada por muchos hombres, cuyas proposiciones deshonestas la asqueaban.
3. Como
resultado de estos problemas, la Serrana se separ— de su familia y se fue a
vivir a la monta–a, donde se convirti— en una fiera.
B.
Rutina de la Serrana
1.
Descripci—n: la Serrana es una mujer alta, rubia y sandunguera, de
enormes dimensiones, que vive en una cueva en la Sierra de los Tormantos y
viste como un cazador.
2. Cuando
tiene ganas de hombre, la Serrana acecha a los hombres que pasan por la
sierra, escoge al que m‡s le gusta y se lo lleva a la fuerza a su cueva.
3. El
cautivo se aterra al ver restos humanos (cruces, huesos) en el camino a la
cueva o en el interior de la misma. La Serrana le aclara que son hombres que ha
matado y que lo mismo har‡ con Žl.
3a. Adem‡s,
le ordena hacer fuego con los huesos.
3b. Adem‡s,
le invita a beber agua en la calavera de una de sus v’ctimas, como otros har‡n
un d’a en la suya.
4. La
Serrana ofrece una cena a su v’ctima.
4a. Se
trata de una cena suculenta: perdices, conejos, t—rtolas halagŸe–as, buen vino.
4b. Es un
guiso sangriento, casi crudo.
5. La
Serrana pide a su huŽsped que toque y cante.
6. La
Serrana ordena a su invitado que cierre la puerta y se acuesta con Žl.
7. Al d’a
siguiente (o d’as m‡s tarde) lo mata y vuelve a empezar el ciclo (→B2).
C.
La Serrana burlada, capturada y
destruida.
1. La
Serrana captura a un joven excepcionalmente listo. Sigue los pasos habituales
(→B1-B5).
2. La
Serrana le ordena cerrar la puerta de la cueva. ƒl finge obedecerla, pero en
realidad la deja entreabierta.
3a. El
joven se acuesta con la Serrana, que tras hacer el amor, satisfecha, se queda
dormida.
3b. El joven es inagotable
cantando, por lo que adormece a la Serrana.
3c. El
cautivo no prueba la cena. La Serrana, ah’ta y borracha, se queda dormida.
4. El joven
huye. Avanza sin mirar atr‡s.
5. La
Serrana echa de menos a su amante, se despierta y sale tras Žl. Casi lo alcanza
con una enorme piedra.
6. La
Serrana intenta convencer al joven para que vuelva, alegando que se ha dejado
algo de valor (casi siempre, su montera). El joven se niega.
7. La
Serrana ruega al joven que no la denuncie. El joven afirma que no lo har‡ hasta
la pr—xima venta.
8a. La
Serrana maldice al joven: Žl y su familia se convertir‡n en caballos.
8b. La
Serrana revela que su verdadera naturaleza: es hija de un pastor y una yegua.
9. El joven
denuncia a la Serrana.
10. Una partida sale en su busca y
la captura.
11a. La Serrana es juzgada (en
Plasencia) y ajusticiada (la ahorcan).
11b. Un
joven se adelanta hasta la Serrana, rodeada en su cueva, y la decapita con un
pu–al (o le dispara un carabinazo).
11c. Al ver
a su anciano padre entre los hombres que rodean su cueva, la Serrana se suicida
con unas tijeras.
8. An‡lisis de las
versiones del romance
Volvamos ahora sobre las
versiones del romance de la Serrana de la Vera que editamos y observemos quŽ
elementos contienen. (Aquellos pasajes peculiares que aparecen desplazados de
su lugar l—gico o comœn, que no contienen material narrativo o que utilizan la
tŽcnica del flashback aparecen marcados entre corchetes.)
Primera versi—n
C1 (1-38)
B1
Descripci—n de la Serrana (1-8).
B2
Captura al soldado y lo lleva a la cueva (9-20).
B3
Di‡logo sobre los restos humanos (21-4).
B4b
Cena sangrienta (25-34).
C3c Tras la
cena, que el soldado no prueba, la Serrana se duerme (35-38).
C4 Huida
del soldado (39-42).
C5
Persecuci—n (43-4).
C6 La
Serrana intenta inœtilmente convencerle para que vuelva (45-52).
[F—rmula de
cierre (53-4)[5]]
Segunda versi—n
C1 (1-48)
B1
Descripci—n de la Serrana (1-12).
B2
Captura del serrano; lo lleva a la cueva (13-26).
B3 Di‡logo
sobre los restos humanos (27-34). B3b El serrano bebe agua de una calavera
(35-8).
B4a
Cena suculenta (39-44).
[La
Serrana invita al serrano a su cama (ÀC3c?): 45-8.]
C2. El
serrano finge cerrar la puerta, pero la deja abierta (49-52).
C3b. El
serrano agota cantando a la Serrana y Žsta se duerme (53-60).
C4 Huida
del serrano (61-8).
C5
Persecuci—n (69-76).
C6 La
Serrana intenta inœtilmente convencerle para que vuelva (77-84).
C7 La
Serrana le ruega inœtilmente que no la denuncie (85-8).
C9 El joven
denuncia a la Serrana (89-90).
C10 Captura
de la Serrana (91-4).
[A2-A3 La
Serrana fue seducida y abandonada y huy— a las monta–as 97-100.]
C11a La
Serrana es conducida a Plasencia, juzgada y ajusticiada (95-6, 101-6).
[F—rmula de
cierre.]
Tercera
versi—n
C1 (1-48)
B1 Descripci—n de la Serrana (1-12)
B2 Captura al serranillo y lo lleva a
la cueva (13-26)
[C2 La Serrana le ordena cerrar la
puerta, pero Žl la deja entreabierta (27-30)]
B3 Alusi—n a los restos humanos
(31-4)
B4 Cena suculenta (35-8)
[B3b Colaci—n en la calavera (39-42)]
B5 La Serrana le invita a tocar la
vihuela (43-48)
C3b La Serrana se queda dormida tras
la velada musical (49-50)
C4 Huida del serrano (51-58)
C5 Persecuci—n (59-66)
C6 La Serrana intenta
inœtilmente convencerle para que vuelva (67-74)
C7 La
Serrana ruega al joven que no lo denuncie (75-78)
C8a
Maldici—n: el joven y su familia se convertir‡n en caballos (79-82)
C10 Captura
de la Serrana (83-4)
C11
Ajusticiamiento y muerte de la Serrana (85-7)
Las tres versiones coinciden
entre s’ y con las dem‡s conocidas en el planteamiento esencial: la acci—n
comienza describiendo lo que parece que va a ser un d’a m‡s en la vida de la
Serrana (B); sin embargo, el antagonista no es una v’ctima m‡s, y aquel d’a en
particular va a tener un desenlace muy distinto (C): una o varias decisiones
inteligentes (el cautivo deja la puerta entreabierta, deja sexualmente
satisfecha a la Serrana, canta sin desfallecer hasta agotarla, se niega a
probar la cena) le permiten escapar mientras la giganta duerme. Esta misma
inteligencia le impide caer en la œltima trampa que la Serrana intenta
tenderle: se niega a volver a la cueva, por m‡s que ella le prometa devolverle
algœn objeto de valor o darle un encargo importante.
La
leyenda etiol—gica (A) generalmente no aparece en los romances. Nuestra segunda
versi—n (R2) es excepcional en ese punto: en los versos 97-100 incorpora, a
modo de flash-back, una brev’sima explicaci—n del pasado de la Serrana, que
supuestamente constituye su declaraci—n (y autojustificaci—n) ante los hombres
enviados para prenderla.
El
car‡cter excepcionalmente detallado de R2 se observa en varios puntos: 4 versos
m‡s que R1 en la descripci—n de la Serrana (B1); detalle de la colaci—n
fœnebre, ausente en R1 (B3b); cuatro versos inusitados en los que la Serrana
desplaza al narrador y cuenta en primera persona c—mo dio a su cautivo mi
mejor cama
(lo que corresponder’a a C3c, pero aqu’ aparece desplazado, de manera algo
incongruente, antes del concurso musical de C3a); relato rico en pormenores de
la huida (C4) y la persecuci—n (C5). Mientras que R1 concluye con el di‡logo en
que el cautivo se niega a volver a la cueva (C6), R2 prosigue con el ruego
desesperado de la Serrana de que no la descubra (C7), la denuncia del joven
(C8), la captura de la fiera (C9) y su ajusticiamiento (C10), incluyendo adem‡s,
como ya hemos dicho, cuatro versos en los que se recapitula la leyenda
etiol—gica sobre la Serrana (A2-A3).
El car‡cter
incongruente de los versos 45-8 (Si buena cena le di, / mi mejor cena le
diera. / Entre pieles de venado / mi mantelina tendiera) exige un doble comentario:
por una parte, la Serrana cobra de repente voz, como si fuera ella quien narra
lo sucedido (lo que contrasta con la narraci—n en tercera persona del resto del
texto); por otra, sorprende la menci—n a la cama cuando en realidad los
personajes no se acuestan en ese momento, sino que proceden a intercambiarse
canciones hasta que la Serrana cae rendida y se duerme. El motivo del concurso
de canto aparece en versiones posteriores al primer texto conservado como
sustituto del encuentro amoroso de los personajes: en nuestro esquema, C3
corresponde a las distintas explicaciones de un mismo hecho: la Serrana se
queda dormida mientras el cautivo permanece despierto, lo que le permitir‡
escapar.
El sopor de la
Serrana, debido en principio a la satisfacci—n sexual (C3a)[6],
se explica, en versiones m‡s pudorosas, como consecuencia de la agotadora
sesi—n de canto, en la que el cautivo le da ciento y raya (C3b), o de la
copiosa cena, que el prisionero se abstiene de probar (C3c). En este caso, las
explicaciones tienden a funcionar como posibilidades mutuamente excluyentes:
sin embargo, en la segunda versi—n aqu’ recogida, pese a optar por la
explicaci—n del canto (C3b), se ha querido conservar una referencia al m—vil
lujurioso de la Serrana. Aunque captora y cautivo no llegan a yacer juntos, al
menos queda claro que Žse era el objetivo frustrado del secuestro.
9. An‡lisis de las
versiones en prosa (leyendas)
Si ahora volvemos la vista
al material en prosa, son evidentes las innovaciones audaces que los narradores
han introducido en el relato tradicional sobre la Serrana. Entre otras cosas,
eso nos permite apreciar mejor, por contraste, el car‡cter fundamentalmente
conservador y arca’sta del romance. Los cambios obedecen a un prop—sito
claramente discernible: que la historia de la Serrana funcione aqu’ y ahora, no
como una reliquia curiosa de tiempos pasados, sino como una historia actual,
vigente, en pie de igualdad con cualquier leyenda urbana contempor‡nea.
Esquem‡ticamente,
la versi—n primera contiene el siguiente material (marcando entre corchetes lo
que se aparta de la tradici—n o no tiene precedente exacto en ella):
[En la
sierra de la Vera, de noche, se oyen ruidos que parecen gritos].
A1 En un
pueblo de la Vera viv’a una chica muy hermosa.
A2c Se vio
acosada por muchos hombres, cuyas proposiciones deshonestas la asqueaban.
A3 Por ello
enloqueci— y huy— a la sierra.
[Enviaron
una partida a buscarla: cf. C10]
B2 La chica
se aparece a uno de los que la buscan y lo conduce a su cueva.
B6-B7 El
joven cre’a que iba a acostarse con la muchacha, pero en realidad Žsta le da
muerte.
B2-B7 Otro
tanto pas— con otros muchos j—venes.
[Por eso se
escuchan ruidos: son las almas en pena de los j—venes asesinados.]
La leyenda combina elementos
de A (c—mo lleg— la chica a convertirse en una asesina que vive en una cueva) y
B (quŽ rutina sigue la chica con sus v’ctimas). No hay rastros de C (los
cr’menes quedan impunes, el ciclo de v’ctimas no se interrumpe). Los ruidos que
se escuchan de noche en la Vera dan fe de que la historia sigue abierta: aunque
la muchacha ya no estŽ viva (se habla de ella siempre en pasado), los fantasmas
de sus v’ctimas continœan activos. Cualquiera que pasee de noche por la zona
puede o’r los ruidos en cuesti—n e (interpretaci—n supersticiosa mediante)
sentirse part’cipe de la leyenda. ƒsta no s—lo se cuenta como algo cierto, sino
(en parte al menos) corroborable por la propia experiencia.
El
nombre de la Serrana y el del pueblo en que vivi— han desaparecido del texto
(aunque el primero se conserve en el t’tulo). La historia se ha convertido en
una conseja disuasoria sobre las relaciones sexuales entre adolescentes, muy
adecuada a los prop—sitos del cura que actœa como informante: las muchachas
honestas, si se sienten acosadas sexualmente cuando aœn no est‡n preparadas,
pueden llegar a enloquecer; y en cuanto a las chicas f‡ciles, tras cualquiera de ellas
puede esconderse una fiera corrupia, dispuesta a hacer pedazos a los mozuelos
incautos. Una prudente abstinencia y un noviazgo casto encaminado al matrimonio
son el œnico camino hacia la felicidad.
Examinemos
ahora, con el mismo mŽtodo, el contenido de la segunda leyenda:
A2a Una muchacha fue
abandonada por su novio el d’a de su boda.
A3
Por ello, enloqueci—.
B2
Ahora, busca a otros chavales ennoviados.
B7
Y los mata, porque le recuerdan al que la abandon—.
C10
La guardia civil la mata.
La tendencia a eliminar
detalles y a modernizar los que se conservan llega aqu’ al extremo: la
protagonista y su seductor no tienen nombre propio ni viven en ninguna comarca
concreta; la actividad de la asesina se simplifica al m‡ximo: no seduce a sus
v’ctimas ni las traslada a su guarida, sino que practica un literal aqu’ te
pillo, aqu’ te mato. La historia no queda abierta, sino que se cierra con el castigo de
la criminal (C); se cuenta, eso s’, como si hubiera podido transcurrir en fecha
muy reciente: los encargados de localizar a la asesina y castigarla son fuerzas
de seguridad comunes hoy en d’a (la guardia civil). No hay conseja moral obvia:
en todo caso, se ejemplifica la reprobable incapacidad de algunas mujeres para
reponerse de un abandono sin perder por ello la raz—n ni pagar su enojo con
terceras personas inocentes; se muestra cu‡n peligrosa puede ser una mujer
traumatizada por el rencor.
Analicemos,
por œltimo, el contenido de la tercera leyenda:
A1.
En la Vera vivi— [hace ocho dŽcadas] una muchacha muy bella.
A2a.
El rey, de visita por la zona, la sedujo y despuŽs la abandon—.
A3
La muchacha jur— vengarse de los hombres.
B2
Desde entonces, se dedic— a seducirlos...
B7
...para despuŽs hacerlos sufrir y finalmente matarlos...
B3
...y enterrarlos en una cueva de la Vera (la Serranilla).
En este caso, la tendencia a
actualizar la leyenda lleva a situarla a principios del siglo XX, a distancia
suficiente para que los nietos puedan creer que sus abuelos o bisabuelos fueron
coet‡neos de la Serrana. El seductor de la joven cobra un rostro inesperado:
por las fechas que se citan, no puede ser otro que el rey Alfonso XIII, cuyas
visitas a Extremadura (en especial la realizada a las Hurdes) tanto revuelo
despertaron en su momento. Concretamente, a finales de los a–os 20, como nos
recuerda la p‡gina web dedicada a promocionar el lugar (http://www.notodohoteles.com/index.php?link1=c_hotel&idhotel=1483), el monarca estuvo alojado en el
castillo (hoy parador) de Jarandilla de la Vera. No fue este rey menos
mujeriego que otros tantos de su noble estirpe o cala–a, lo que quiz‡ hizo
correr rumores veros’miles sobre sus amor’os fugaces con alguna moza local.
Dado que la conducta donjuanesca es cosa muy estereotipada, la conexi—n con
aquella otra historia de la gargante–a seducida y abandonada por antonomasia
estaba bastante a la mano.
La
segunda y tercera leyendas se mantienen en el terreno de lo veros’mil, mientras
que la primera reintroduce en la historia el elemento numinoso: si Žste estuvo
anta–o en la naturaleza sobrenatural de la Serrana (giganta o mujer-fiera),
ahora se aprovecha el venerable t—pico segœn el cual las almas en pena de
quienes han muerto violentamente quedan ligadas al terreno que les vio morir y
no pueden pasar satisfactoriamente al M‡s All‡. La Autoestopista Fantasma y
otras leyendas de las llamadas urbanas dan fe de la persistencia de esta creencia
supersticiosa, que en este caso ha venido a vivificar inesperadamente una
historia abocada a renovarse o morir.
Bibliograf’a
Caro Baroja, Julio (1989): ÇLa
Serrana de la Vera, o un pueblo analizado en conceptos y s’mbolos inactualesÈ,
en Ritos y mitos equ’vocos, Madrid: Istmo, pp. 259-338.
Dom’nguez
Moreno, JosŽ Mar’a. (1985): ÇEl mito de la Serrana de la VeraÈ, Revista
Folklore 52: 111-120.
Gonz‡lez
Terriza, Alejandro y Mar’a Angustias Nuevo Marco (2005): ÇA saber cantares:
rescatando el folklore extreme–oÈ, Tribuna de la Caja de Extremadura septiembre
2005: 113-6.
Hern‡ndez Hern‡ndez, Delf’n (1993): La
serrana de la Vera: antolog’a y romancero, Jarandilla: Asociaci—n Cultural
"Amigos de la Vera".
* Este estudio
fue publicado por primera vez en Ponencias presentadas en los X Coloquios
Hist—rico-Culturales del Campo Ara–uelo. Homenaje a los medios de comuniaci—n
de Navalmoral, Navalmoral de la Mata: Ayuntamiento, 2006, pp.
139-165, y obtuvo el Primer Premio de dichos Coloquios.
[1] Los grupos y solistas folk
han grabado
varias versiones notables del romance de la Serrana. Recordemos, entre otras,
las de Mayalde, Joaqu’n D’az, Acetre, Almadraba y Odres.
[2] Este trabajo vio finalmente
la luz en 2006, en formato CD-ROM: Cancionero y romancero del Campo Ara–uelo, Navalmoral: Arjabor.
[3] El texto, tomado al dictado
por la recopiladora, presenta bastantes irregularidades. El verso 28, que daba
pena comerlo, deber’a en principio llevar rima en Ž-a; tal vez proceda de una
versi—n anterior con hipŽrbaton (que comerlo daba pena). A partir del verso 33,
la rima se traslada de los versos pares a los impares, seguramente porque en la
secuencia 31-32 se ha perdido o a–adido un verso, alterando la alternancia
t’pica del romance.
[4] Tal vez deba considerarse en
la misma categor’a la versi—n del romance que suele interpretar el cantautor
Miguel çngel Naharro, que se mantiene fiel a la historia pero var’a a su gusto
la expresi—n.
[5] Esta
f—rmula marca el final del romance sin a–adir material narrativo al mismo.
[6] As’ en la primera versi—n
que conocemos: ÇDesnud—se y desnudŽme / y me hace acostar con ella. / Cansada
de sus deleites / muy bien dormida se quedaÈ (cit. en Caro Baroja 1989: 272,
versos 35-8).