Pedrosa, Jos Manuel. La cancin tradicional en el siglo XVIII y los inicios de la recoleccin folclrica en Espaa. Culturas Populares. Revista Electrnica 3 (septiembre-diciembre 2006).

http://www.culturaspopulares.org/textos3/articulos/pedrosa.htm

ISSN: 1886-5623

 

 

 

La cancin tradicional en el siglo xviii y los inicios de la recoleccin folclrica en Espaa[1]

            Jos Manuel Pedrosa

            Universidad de Alcal

 

Resumen

La lrica popular de la Espaa del siglo XVIII sigue siendo muy desconocida y muy poco estudiada. Este artculo ofrece una primera panormica histrica y potica, con un pequeo repertorio de sus canciones.

Palabras clave: Cancin; seguidilla; lrica popular; Espaa; siglo XVIII.

 

Abstract

Folk poetry of XVIIIth century Spain is quiet unknown and not sufficiently studied. This paper explores some of its historical and poetic dimensions, with a brief repertory of its songs.

Key words: Song; seguidlla; folk poetry; Spain; XVIIIth century.

 

 

 

A

firmaba el musiclogo norteamericano Gilbert Chase, en su libro The Music of Spain (La msica de Espaa) (1943: 237), que

 

            la msica popular espaola est conceptuada como la ms rica del mundo. Por una parte, esto se debe a tan diversas civilizaciones como se han mezclado en la pennsula ibrica que aportaron cada una su contribucin al desarrollo del melos popular, y por otra parte a que los espaoles son tan apegados a sus tradiciones nacionales, que cuidan conservarlas vivientes ms que las gentes de otros pases que la civilizacin moderna ha uniformado.

 

            Al hablar de msica tradicional espaola, se refera sobre todo a la que l conoci en sus expediciones de campo por Espaa en las primeras dcadas de este siglo, y se sobreentiende que sus palabras son tambin aplicables a la poesa tradicional espaola, puesto que, en la Pennsula, msica y canto tradicionales suelen ir casi siempre unidos. Estas encendidas alabanzas a la riqueza de nuestro patrimonio potico-musical tradicional por parte de un musiclogo norteamericano contrastan muy sorprendentemente con el desconocimiento y el desinters que los mismos espaoles (al menos los fillogos) hemos mostrado casi siempre hacia este repertorio, cuya riqueza, como bien supo ver Chase, es ciertamente extraordinaria. En un documentadsimo y muy actualizado estudio publicado por James Porter en 1993 bajo el ttulo de "Convergence, Divergence, and Dialectic in Folksong Paradigms: Critical Directions for Transatlantic Scholarship", se ofreca una sntesis de las ltimas teoras, mtodos e importantsimos resultados que la crtica, especialmente la anglosajona, est obteniendo del anlisis de las canciones folclricas modernas. Resulta muy decepcionante comprobar que el cancionero hispnico y sus crticos, que debiramos tener una presencia obligatoria y ms que destacada, brillamos por nuestra ausencia dentro de este panorama. La razn es evidente: casi siempre hemos despreciado, como si fueran algo trivial y slo pintoresco, las cancioncillas que an hoy se cantan en nuestros pueblos y ciudades, y slo hemos otorgado la consideracin de autntica literatura al cancionero viejo, es decir, al medieval, renacentista y barroco. Con ello nos hemos quedado prcticamente al margen de los nuevos mtodos y conclusiones acerca de la cancin folclrica y de su dimensin filolgica, histrica, sociolgica, psicolgica y antropolgica que estn desarrollando las corrientes crticas internacionales. Lo ms triste es que basta echar un vistazo a lo que se est haciendo fuera de nuestras fronteras para comprender que nuestro riqusimo cancionero oral moderno podra ofrecer un campo de investigacin potencialmente infinito y susceptible de ser analizado desde todas las pticas y con todos los mtodos que estn ensayando los crticos extranjeros... y seguramente con resultados que superaran cualquier expectativa. Si me atrevo a afirmar esto, es slo porque, desde hace aos, me he dedicado a hacer intensas investigaciones de campo por tierras de toda Espaa, y me ha cabido la suerte de ser testigo de primera mano de la desbordante variedad, complejidad, calidad, riqueza y belleza de nuestro cancionero.

            No es fcil entender las razones por las que las canciones viejas (especialmente las jarchas, la lrica galaico-portuguesa y la urea) han atrado tanto inters y han estado tan presentes en las antologas poticas, en los programas universitarios y en los manuales de literatura, mientras que el cancionero folclrico moderno ha sido ignorado, marginado y silenciado de forma casi sistemtica por la crtica y por la universidad. Quiz sea porque la proximidad casi cotidiana de las cancioncillas modernas, que podemos escuchar en cualquier parque de nuestro barrio o en cualquier fiesta de amigos, devalan o trivializan su valor ante nuestros ojos; quiz porque en este terreno sigamos arrastrando el prejuicio de que slo lo viejo y arcaico es valioso y significativo, a pesar de que, en el terreno del romancero por ejemplo, la escuela pidaliana haya demostrado la importancia excepcional de la tradicin oral moderna; quiz tambin porque el estudio del cancionero folclrico est estrechamente ligado a la metodologa del trabajo de campo que exige unas tcnicas, plantemientos y actividades muy distintas (mucho ms aventuradas e incmodas) de las que se ensean en las aulas universitarias. El caso es que nicamente en la ya vieja historia de la literatura espaola de Amador de los Ros[2] y en la Historia social de la literatura espaola de Carlos Blanco Aguinaga, Julio Rodrguez Purtolas e Iris M. Zavala (1978) se ha dedicado algn apartado especfico a la cancin folclrica moderna, mientras que en todas las dems simplemente no figura. Tan sorprendente como eso es que en libros que llevan ttulos generales como los de El cancionero espaol de tipo tradicional (1968) de Jos Mara Aln o La cancin tradicional: aproximacin y antologa de Vicente Beltrn (1976), por ejemplo, slo se haya dado cabida a las canciones antiguas, y se haya dejado de lado las modernas.

            Algo ha cambiado, sin embargo, en los ltimos aos. Y es que, a partir de un artculo de Margit Frenk publicado en 1960, de un libro de Eduardo Martnez Torner publicado en 1966 y, sobre todo, del Corpus de la antigua lrica popular hispnica (1987), de su Suplemento (1992) y de la versin ampliada con el ttulo de Nuevo corpus de la antigua lrica popular hispnica (2003), tambin de Margit Frenk, que han includo apartados de "SUPERVIVENCIAS" dentro de sus aparatos crticos, al cancionero moderno se le ha empezado a dar valor al menos como continuador de la venerable tradicin antigua, y ello le ha valido un poco ms de atencin, siquiera sea an muy parcial e insuficiente, por parte de la crtica[3]. Otra puerta abierta al futuro ha sido la publicacin, entre 1975 y 1985, y bajo la direccin de Margit Frenk, de los cinco monumentales volmenes del Cancionero folklrico de Mxico, que es el nico cancionero hispnico moderno y crtico que ha visto la luz hasta ahora, y que, aunque admite todos los desarrollos de las obras precursoras, abre horizontes de enorme amplitud a la crtica del gnero.

            Es evidente, en cualquier caso, que el estudio y el conocimiento que tenemos del cancionero oral moderno est todava prcticamente en paales, y que resulta imprescindible su acotacin, fijacin de fuentes y caracterizacin genrica para que pueda recibir por parte de los crticos la atencin que se merece. Como nunca se ha trazado un panorama general de la historia de nuestro cancionero moderno, me propuse en un primer momento hacer en esta ponencia una concentrada sntesis de lo que ha sido este repertorio desde el siglo XVIII hasta nuestros das, y de las perspectivas de futuro que se le abren. Pero concentrar tres siglos de canciones tradicionales en el corto espacio de que disponemos acab revelndose tarea tan imposible que finalmente me vi obligado a centrarme en el XVIII, que es el siglo ms desatendido y desconocido por los estudiosos del cancionero folclrico y, en general, de la cultura tradicional espaola. Prximos estudios acerca del cancionero y de su fortuna crtica en los siglos XIX y XX vendrn a ampliar en breve (espero) el panorama que va a abrir ste.

            Mientras que casi todo el siglo XVII se identifica con la cultura barroca y con un tipo de arte que en buena parte naci, reflej y satisfizo los gustos (includos los potico-musicales) del pueblo llano, una de las caractersticas esenciales de la cultura de casi todo el siglo XVIII, el que se ha llamado "de la Razn", "de las Luces", "del Neoclasicismo", etc., fue su distanciamiento de la tradicin popular y su apego a un tipo de arte idealista, acadmico y rgidamente regulado que apenas dejaba espacio para la expresin natural y espontnea de la musa del pueblo. El reemplazo de la dinasta de los Austrias por la dinasta de los Borbones a partir de 1700 tuvo bastante que ver con el arrinconamiento de la ensimismada, tradicionalista y muy nacionalista cultura barroca por nuevas, cosmopolitas, refinadas y frvolas modas llegadas de Francia (y, en menor medida, de Italia), con su secuela de rechazo de todo lo que oliese a popular y folclrico en favor de lo aristocrtico y artificioso. Ejemplos de hasta qu extremos lleg la reaccin que pudiramos llamar "antipopular" son la prohibicin de representar entremeses (el gnero dramtico ms popular) hecha efectiva en 1780, o la proscripcin decretada por Carlos III de cantar y bailar en fiestas como las de mayo y San Juan. Conocemos adems abundante documentacin local que ilustra la incidencia que este tipo de represin tuvo en la sociedad espaola del siglo XVIII. Se sabe, por ejemplo, de la prohibicin decretada en 1746 por el Ayuntamiento de Azcoitia (Vizcaya) de las danzas de tamboril tradicionales en la festividad de San Juan y de los bailes que se celebraban en la ermita de San Emeterio y San Celedn. Tambin en el pueblo mallorqun de Sller estuvieron prohibidos determinados bailes durante dcadas, aunque a partir de 1743 volviesen a tolerarse a condicin de que los supervisase un "teniente de baile". En la misma Barcelona, era preceptivo a finales del siglo XVIII que los "saraos" y bailes de carnaval se realizasen bajo la atenta mirada de un "maestro de baile" encargado de velar por su decoro[4]. Un largusimo edicto cuajado de datos y detalles sobre los bailes y diversiones populares de la poca y firmado en septiembre de 1745 por el obispo de Teruel comenzaba as:

 

            prohibimos los infames y indignssimos bayles introducidos por la insolencia de los Micaletes, llamados: El Amor, la Cadena, el rgano, el Chulillo, el Sueo, la Sombra, el Zurrucui, la Zamarreta, y despus, por decreto particular, el Coco; todos por sus mudanas, meneos, tocamientos y figuras dissolutas... (Asenjo Barbieri 1988: 270)

 

            Y en Granada, en 1779,

 

            se acometa la represin de otras fiestas populares: las de Inocentes, para evitar en el interior del templo "borracheras, escandalosos bailes y hasta la atrocidad de tocar cencerros"; las de la Cruz de mayo y otras campestres; las rifas de las hermandades de nimas, por haber llegado "al doloroso extremo de rifar abrazos de hombres a mujeres"; las corridas de toros, organizadas por cofradas, y las fiestas en altares pblicos y tribunas, en que "se experimentan bailes desonestos por la noche, pualadas y otros desrdenes" (Lpez Muoz 1995: 298).

 

            Los intelectuales ilustrados censuraron muchas veces las costumbres festivas del pueblo y se declararon decididos partidarios no de la prohibicin pero s de su estricta regulacin. Algunos, como Eugenio Villalba en su narracin costumbrista Visita de las Ferias de Madrid (1790), se quejaba en este tono de las seguidillas que cantaban los ciegos por las calles de la capital:

 

            En esto estabamos, quando nos estrup cruelmente las orejas la rabiosa y lastimera voz de un Ciego que con una guitarra estaba mandibulas sueltas y con una voz cascarrienta y nartica convidando ladrar todos los perros, y maullar todos los gatos de la comarca, que no dudo que si le hubieran odo hubieran escapado (aunque estuvieran zampndose un jamon) formar un duo con el dichoso Ciego. Volvi la cabeza mi compadre, y estuvo atento lo que cantaba, y el primer verso siguidilla era de la forma siguiente:

 

                                                Quando los ciegos entran

                                                en una casa,

                                                por tentar las sillas

                                                tientan al ama.

 

            Salt al instante mi amigo, y me dixo: en la poesa hay tambien imitacion de la bella naturaleza? Qu tal? El cieguecito parece que se explica y no en latin. Qu quieres, le dixe, estos ciegos no ven el dao que suelen causar con sus canciones en la gente jven, que los escucha, y as se desbocan veces, y cantan tales disparates, que es preciso taparse los odos. Por lo regular las coplas que cantan suelen ser de chascos sucedidos con criadas de servicio y con los lacayos; bodas ridculas echas entre amos y criadas; pendencias de amantes y seoras, y todo en un estilo chavacano y claro, y introduciendo tal vez personas de religion y de caracter. Y como los muchachos son aficionados oir todos estos chistes, los estn escuchando con la boca abierta, y sin sentir se van tragando unas mximas poco conformes la educacion christiana que debian tener. Los Ciegos, si alguno les dice algo, responden, que si no cantran estas cosillas alegres, no sacarian un quarto para pan; con que lo mas que hacen es, entre una cosa sria, encajar una chistosa, y ruede la bola [...] Aplicamos el odo, y cantaba esta:

 

                                                Al negocio del cuerpo

                                                va todo el mundo,

                                                y al negocio del alma

                                                no v nenguno.

 

            Qu te parece esta copla? Bien y mal, me dixo. Lo mismo me parece m, le respond: vamos adelante (Villalba 1790: [22]).

 

            Un intelectual tan abierto y tolerante como Gaspar Melchor de Jovellanos, que recogi refranes y describi con detalle la "danza prima" tpica de su Asturias natal, lleg en su Memoria para el arreglo de la polica de los espectculos y diversiones pblicas y sobre su origen en Espaa (1796) a proponer una estricta regulacin de los entretenimientos pblicos y a clamar:

 

            Y qu diremos de la msica y el baile, dos objetos tan atrasados entre nosotros y capaces de ser llevados al mayor punto de amejoramiento y esplendor? Qu otra cosa es en el da nuestra msica teatral que un conjunto de inspidas e incoherentes imitaciones, sin originalidad, sin carcter, sin gusto y aplicadas casual y arbitrariamente a una necia e incoherente poesa? Qu otra cosa nuestros bailes que una miserable imitacin de las libres e indecentes danzas de la nfima plebe? Otras naciones traen a danzar sobre las tablas los dioses y las ninfas; nosotros, los manolos y verduleras" (Jovellanos 1986: 140).

 

            Una actuacin ms radical y prctica en la estrategia persecutoria y denigratoria de fiestas, costumbres, bailes, canciones y otras expresiones del sentir popular fue la que durante todo el siglo XVIII y los inicios del XIX (hasta su disolucin definitiva en 1834) protagoniz la Inquisicin, en cuyos ndices y legajos podemos encontrar informacin (e incluso transcripciones textuales) de los cantos perseguidos y censurados en aquel tiempo[5]. Especial valor documental tienen diversas canciones prohibidas por la Inquisicin mejicana del siglo XVIII, en cuyos expedientes qued reflejado un impresionante caudal lrico que constituye, en mi opinin, el corpus de carcter ms arraigadamente folclrico y ms interesante (desde el punto de vista de la sociologa y de la potica) que nos ha legado el llamado Siglo de las Luces. El ejemplo quiz ms asombroso es el de un canto llamado El Chuchumb cuyas estrofas ms que subidas de tono causaban furor entre la plebe de Veracruz en 1766. Su escandalizado denunciante tuvo la buena ocurrencia de entretenerse en anotar cuidadosamente sus "treinta y cinco coplas" para enviarlas al Santo Oficio junto con una minuciosa descripcin de cmo, dnde y quines lo bailaban, con un resultado posiblemente contrario al que persegua: el de preservar para la posteridad un documento folclrico de viveza e inters (y picarda) absolutamente excepcionales dentro de su poca[6].

            Es evidente que en el siglo de la Ilustracin (a diferencia del del Barroco que le precedi y del del Romanticismo que le sucedi) no corrieron buenos tiempos para la lrica. Los desprecios y prohibiciones que hubo de sufrir el cancionero tradicional afectaron no slo a sus manifestaciones pblicas, sino tambin a las literarias y editoriales. Los numerosos cancioneros y las recopilaciones "de poesas varias" englobadoras y glosadoras de canciones populares que tan abundantemente nos legaron los siglos XVI y XVII desaparecieron prcticamente en el XVIII. Y la abundantsima cosecha de canciones folclricas que haban acogido en sus obras teatrales todos los grandes dramaturgos del siglo anterior, desde Cervantes y Lope hasta Tirso y Caldern, desapareci tambin en buena medida. Slo algunos dramaturgos de estilo barroco rezagado como Antonio de Zamora (ca. 1660-1728), Francisco de Castro (muerto en 1740) y Jos de Caizares (1676-1750) siguieron incluyendo en sus piezas dramticas numerosas cancioncillas populares, de las que pronto renegaran los autores de las generaciones siguientes, mayoritariamente convertidos al credo de la comedia y el drama neoclsicos[7]. La tonadilla escnica, gnero tpicamente dieciochesco, dio entrada en alguna ocasin (no en tantas como cabra esperar de un repertorio que, si no fue popular, s fue al menos popularizante) a alguna seguidilla de tono por lo menos semifolclrico. Las dos siguientes pertenecen a la Tonadilla a siete de la Folla (1765), de Antonio Rosales:

 

                                                El majo que se quiera

                                                casar conmigo,

                                                ha de ser muy devoto

                                                de San Cirilo.

                                                Porque este santo

                                                dicen que de los novios

                                                es abogado.

 

                                                Tambin tenga entendido

                                                el que me quiera,

                                                que no ha de hacer agravio

                                                a mi mollera;

                                                porque, en suma,

                                                hay adagio que dice

                                                que es cosa dura.

                                                            (Estepa 1994: 564)

 

            Algo ms de sensibilidad hacia la tradicin popular revel el gnero del sainete, cuyo cultivo fue sin embargo menor en su poca. Su ms importante creador, don Ramn de la Cruz, escenific numerosas escenas de baile e integr en sus obras un cierto nmero de cancioncillas, especialmente seguidillas, de castizo sabor popular. Por ejemplo, en Los pobres con mujer rica o el picapedrero (1767), la pieza se inicia con lo que tiene todo el aspecto de ser una cancioncilla annima:

 

                                                En las casas de los pobres

                                                visitas de caballeros,

                                                si los pobres son casados,

                                                raras veces son a ellos,

 

mientras que en los versos 251-253 se cantaba el pintoresco bordn

 

                                                Echel ust agrio,

                                                ver ust qu gustito

                                                que tiene el caldo.

                                                            (Cruz 1985: 95-114)

 

            En alguna otra obra de don Ramn de la Cruz se incluyen interesantsimas escenas de baile de seguidillas. Por ejemplo, en el sainete El deseo de seguidillas (1769) se insertaron estas dos (versos 405-411 y 442-448), con la indicacin, antes de la segunda, de que se "bailan al son de panderos o panderos entre ocho":

 

                                                La cartilla he estudiado

                                                letra por letra,

                                                y slo he deprendido

                                                Pe a pa, Pepa.

                                                Come pimientos,

                                                te pondrs colorada

                                                como un madreo!

 

                                                Unos gustan de cascos

                                                y otros de lomo;

                                                pero al fin y a la postre,

                                                carnero es todo.

                                                Naide se asombre;

                                                porque esto de los gustos

                                                va en opiniones.

                                                            (Cruz 1985: 115-129).

 

            Pero a pesar de que el siglo XVIII no nos haya dejado libros, recopilaciones o tratados de conjunto e importantes que nos puedan ilustrar sobre cmo eran las canciones que entonaba el pueblo de la poca, s que se puede allegar una apreciable documentacin de canciones muy dispersa dentro de obras que van desde los tratados de potica, la prensa peridica y los pliegos de ciego hasta los libros de viajes, la novela o la crtica de costumbres de la poca. De manera general se puede decir que, en cualquier caso, los intelectuales y literatos del siglo XVIII se mostraron extraordinariamente tacaos a la hora de incluir cancioncillas populares en sus obras. Ignacio de Luzn, el autor del mayor tratado de Potica (1737) de su siglo, aun reconociendo que la poesa haba nacido en el seno del pueblo[8], slo incluy una cancioncilla que pueda recibir la consideracin de folclrica entre las docenas de citas de autores cultos de su monumental tratado[9]. Qu diferente del Gonzalo Correas que en su Arte de la lengua espaola castellana (1625) haba dado acogida a numerosas cancioncillas tradicionales ejemplificadoras de muy variadas cuestiones de potica! Afortunadamente, hubo en su siglo otro gran teorizador de la poesa (aunque ms de la poesa en gallego que de la poesa en castellano), Fray Martn Sarmiento (1695-1771), al que debemos no slo preciosas informaciones sobre la tradicin foclrica de mediados del siglo XVIII, sino tambin la documentacin de un buen nmero de lo que l llamaba "coplas vulgares" de gran calidad e inters. Sarmiento incluy, efectivamente, dentro de sus obras de potica y lexicografa, no menos de una docena de cancioncillas gallegas[10], y tambin alguna en castellano[11]. Y ocasionalmente lleg a ofrecer no slo versiones de viejas cancioncillas de su tiempo, sino tambin preciosas informaciones sobre su contexto social, su potica y su origen[12]. El respeto y la simpata que Sarmiento sinti por las tradiciones y por el cancionero folclrico se manifiestan tambin en el hecho de que l mismo escribiese 1201 Coplas galegas, en metros y estilo llanos, que constituyen un corpus de poesa popularizante tan original como precioso dentro del panorama de su poca (Sarmiento 1982). En la estela de Sarmiento, el eclesistico gallego Fray Juan Sobreira (1746-1805) realiz, a fines del siglo XVIII, varios importantes trabajos de lexicografa gallega en los que integr tambin ms de ochenta cancioncillas populares recogidas de aquella tradicin (Blanco 1992: nms. 21-103).

            Pero el aprecio de Sarmiento y Sobreira por el cancionero folclrico fue absolutamente excepcional dentro de su poca, y adems se centr ms en la tradicin gallega que en la castellana. En el resto de la Pennsula, predomin durante el siglo XVIII un distanciamiento muy marcado de los intelectuales y de los creadores literarios hacia la tradicin folclrica y la literatura oral. Jos Cadalso, en la VII de sus Cartas marruecas (1774), nos ofreca, sin embargo, noticias significativas sobre la tradicin de su poca. Presentaba, por ejemplo, a un muchacho poco amigo de las letras que defenda que "ya saba yo leer un romance y tocar unas seguidillas; para qu necesita ms un caballero?" (Cadalso 1996: 104). En la misma Carta describi un desbordante sarao gitano:

 

            el humo de los cigarros, los gritos y palmadas del to Gregorio, la bulla de todas las voces, el ruido de las castauelas, lo destemplado de la guitarra, el chillido de las gitanas sobre cul haba de tocar el polo para que lo bailase Preciosilla, el ladrido de los perros y el desentono de los que cantaban, no me dejaron pegar los ojos en toda la noche (Cadalso 1996: 106).

 

            Un poco ms explcito a la hora de consignar textos de canciones tradicionales se mostr don Fulgencio Afn de Ribera, quien dej asomar diversas estrofillas entre las pginas de su obrita costumbrista Virtud al uso y mstica a la moda (1729)[13]. Tambin Diego de Torres Villarroel nos dej algn precioso testimonio de cancin lrica popular engarzada dentro de su prolija obra. En este caso, dentro de una Respuesta de Torres al Conde Fiscal fechada en 1726:

 

            En fin, amigo, ya tengo muchos callos en la paciencia, y la sangre tan fra que para calentarse en los vasos necesita del fuego de la fiebre. Y a estas llamaradas de la clera curo yo con la flema de esta otra coplita que hered de mi abuela (que Dios haya), que me la dej su merced para sacudimiento de necios pegajosos:

 

                                    En este maldito mundo

                                    de naide se ha de fiar;

                                    t por tigo y yo por migo,

                                    y percurarse salvar.

 

            ste es mi humor.

                                                (Torres Villarroel 2000: 215-216).

 

            Por su parte, Jos Francisco de Isla, en su Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes (1758), incluy una escena en que uno de los personajes, fray Prudencio, se rea "de la candidez de fray Gerundio, cayndole en gracia el chiste de la coplilla" que le haba cantado el pintoresco protagonista de la novela:

 

                                                Quien nsperos come,

                                                quien bebe cerveza,

                                                quien puerros se chupa,

                                                quien besa a una perra,

                                                ni come, ni bebe, ni chupa, ni besa[14].

                                                            (Isla 1991: 346).

 

            El mismo Isla, en una carta a su hermana fechada el 2 de noviembre de 1758, deslizaba la siguiente seguidilla:

 

                                                Dices que no me quieres

                                                porque soy sordo;

                                                yo tampoco te quiero

                                                por lo que oigo.

                                                            (Isla 1945: 486).

 

            Conocemos unos cuantos pliegos sueltos del XVIII con seguidillas y cuartetas glosadas en quintillas y en dcimas que tienen un inconfundible gusto popular. Tambin conocemos un maravilloso pliego compuesto por el valenciano Carlos Ros (1703-1773) que nos ha transmitido abundante informacin y citas textuales de los juegos infantiles de la poca[15]. Pero la gran mayora de los pliegos de villancicos navideos que en los siglos XVI y XVII tambin haban transmitido innumerables cancioncillas tradicionales se convirtieron en el XVIII en ridos ejercicios de potica culta en los que estaba proscrito cualquier sinceramiento folclrico. En un villancico dialogado que se cant en la catedral de Toledo en la Nochebuena de 1776, uno de los personajes le deca a otro, caracterizado de Asturiano:

 

                                                La Serena de la Noche

                                                cantabas de admiracin.

 

            Se refera, evidentemente, a una cancioncilla tradicional citada en varias obras del Barroco, y que comenzaba

 

                                                La serena de la noche,

                                                la clara de la maana.

                                                            (Frenk 1987: n 1068)

 

            Pues bien, en una especie de metfora del rechazo de su tiempo hacia todo lo que sonase a folclrico, el Asturiano instado a cantar se negaba a ello y nos privaba de la oportunidad de conocer un testimonio dieciochesco que hubiera resultado precioso, alegando que

 

                                                Nong hay Noyte nen serena

                                                despus qui ha nacidu el Sol.

                                                            (Bravo-Villasante 1978: 227)

 

            En cuanto a los grandes poetas ilustrados, del tipo de Forner, los Fernndez de Moratn, Melndez Valds, Quintana, etc., resultara muy poco prctico buscar en sus obras atisbos o influencias del cancionero tradicional. Slo algn ingenio muy sealado se atrevi a deshacerse alguna vez, y de forma prcticamente clandestina, de los elaborados artificios de la retrica ilustrada para alumbrar composiciones en estilo popular, de tema a veces tan escabroso como la siguiente cancioncilla de don Toms de Iriarte (1750-1791):

 

                                                Me tendistes en el suelo

                                                como si fuera una perra,

                                                y con esos cojonazos

                                                me lo llenaste de tierra.

                                                            (Iriarte 1992: 29)

 

            Cancioncilla cuyo ingenio mereci la gloria de la tradicionalizacin y que hoy se puede recoger annima y en versiones enormemente variables, en la tradicin folclrica espaola e hispanoamericana[16].

            Otros poetas ilustrados del XVIII lograron una curiosa sntesis de los estilos culto y popular. Tal es el caso del Marqus de Mritos, uno de los espritus ms refinados de finales de aquel siglo, que versificaba con tanta facilidad en espaol como en italiano. Fue un celebrrimo improvisador potico (tcnica de raz indudablemente folclrica), cuyas proezas de ingenio llamaron enormemente la atencin en su poca. De l refiri Leopoldo Augusto de Cueto (y tambin Cambiaso y luego Coloma):

 

            En 1787 se dignaron los Prncipes de Asturias indicarle que asistiese a las lecciones de su hija la seora Infanta doa Carlota. Finalizados unos exmenes que delante de toda la corte y del cuerpo diplomtico sufri la Infanta, se hicieron unos juegos de prendas, y Mritos se hall, por sentencia dada contra l, en el duro caso de decir un favor y un disfavor a la Princesa de Asturias, y de repente dijo:

 

                                                Cuando habla vuestra Alteza,

                                                tiene una falta,

                                                que aunque sensible a todos,

                                                no la repara.

                                                Qu falta es esa?

                                                Es que acaba ms presto

                                                que ellos quisieran.

 

            La princesa, muy satisfecha, y queriendo sin duda poner en apuro el ingenio de Mritos, le mand cumplir la sentencia tres veces ms. Mritos, lejos de arredrarse, sigui diciendo, sin detenerse [otras tres seguidillas del mismo tipo]" (Cueto 1952: CLXVIII)[17].

 

            A primera vista, lo nico de popular que tiene esta escena son las difusas races folclricas de la poesa improvisatoria y del metro de la seguidilla en el que dio en exhibirse el curioso Marqus de Mritos. Pero hay ms. El mismo hecho de que el poeta se viera obligado a inventar coplas que dijesen "un favor y un disfavor" de alguien es un tpico arraigado tambin en la tradicin folclrica. Yo mismo recog, en el ao 1992, una ancdota que sucedi hace aos en el pequeo pueblecito granadino de Zagra, y que muestra indudables (y seguramente no casuales) paralelismos con la escena protagonizada por el Marqus de Mritos:

 

            Haba uno que le decan ah Carbonera, ah en el pueblo. Un poeta de estos ignorantes, analfabetos, que las haca de maravilla. Y le dijeron:

            Cntanos una copla que sea la mitad buena y la mitad mala!

            Entonces:

 

                                                Dios te d siete cortijos

                                                y en ellos entres gozando;

                                                en medio del regocijo,

                                                te muerda un perro rabiando

                                                y t le muerdas a tus hijos[18].

 

            Pese a los ejemplos que he ofrecido, resulta evidente la escasa aficin de los creadores dieciochescos a reflejar cancioncillas folclricas en sus obras. Contamos, sin embargo, con abundante documentacin indirecta que nos permite imaginar en cierta medida algo ms del perfil de la tradicin lrica de aquel siglo. Por ejemplo, los refraneros. Alguno, como la recopilacin de refranes valencianos del Padre Luis Galiana, contiene versiones de canciones-refranes muy interesantes[19]. Otro importante refranero de la poca que contiene algunas canciones es el tambin valenciano de Carlos Ros, cuya "Segona Impressi" vio la luz en 1736[20]. En la adaptacin que Mara Hidalgo public en 1769, con el ttulo de La criada seora, de la pera La serva padrona de Giovanni Battista Pergolesi (1710-1736), inclua la siguiente cancin, bien conocida (a veces como refrn) desde el siglo XVII hasta hoy:

 

                                                Siempre esperar,

                                                no ver venir;

                                                mucho anherlar

                                                sin conseguir;

                                                irse a acostar

                                                y no dormir,

                                                son tres cosas

                                                para aburrir[21].

                                                            (Gonzlez Palencia 1931: 569)

 

            Conocemos tambin documentacin indirecta de numerosas canciones de stira poltica y social que se cantaron a lo largo de todo el Siglo de las Luces. Se sabe, por ejemplo, cmo eran algunas de las estrofillas que se entonaron y que circularon en forma de pasquines por las calles de Valencia a favor y en contra del archiduque Carlos de Austria, pretendiente de la corona espaola, en los primeros aos del siglo XVIII. Algunas tenan un trasfondo ms de crtica social que poltica:

 

                                                Borrico ser

                                                quien no creer

                                                que Carlos tercero reynar.

 

                                                Borrico ser

                                                quien no dir

                                                que Carlos tercero no reynar.

 

                                                Els botiflers i maulets

                                                b nos feren la tirana:

                                                uns, esquilant-nos del toto,

                                                i altres, venent-nos la llana.

                                                            (Blasco 1984: 161-162 y 173)

 

            De aquella misma poca, y referida a la misma contienda dinstica, es una asombrosa cancin que conocemos no por su documentacin dieciochesca, sino por su extraordinaria pervivencia en la tradicin oral del siglo XX. Se refiere, efectivamente, a los violentos combates que durante el mes de abril de 1706 se libraron en Extremadura entre las tropas portuguesas del Marqus de las Minas y las de Felipe V, prctico vencedor ya de la Guerra de Sucesin frente al aspirante austraco. Pese a que el resultado de la guerra se estaba decantando claramente hacia el aspirante francs, las tropas portuguesas aliadas de los austracos pudieron rendir la ciudad de Alcntara, tras crueles bombardeos, el da 14 de abril. Es decir, que la fecha con que se iniciaba la cancin yerra por muy poco[22].

 

            Tambin conocemos algunas de las canciones con que el pueblo madrileo satirizaba al todopoderoso ministro conde de Aranda (1719-1798), cuya bizquera levant en su tiempo numerosas burlas:

 

                                                Ojos de Presidente

                                                tiene mi amante,

                                                uno mira al cierzo

                                                y otro al levante.

                                                            (Coloma 1941: I, 15)

 

            Contra el marqus de Esquilache (1700-1785), poderossimo ministro de origen italiano y escassima popularidad, se produjeron revueltas tan violentas entre el 23 y el 26 de marzo de 1766 que el rey Carlos III hubo de huir a Aranjuez y decretar finalmente el destierro del impopular ministro para congraciarse con el pueblo. De aquella poca son canciones que se sabe que cantaban las mujeres con panderetas y sonajas:

 

                                                Viva Carlos Tercero,

                                                muera Esquilache,

                                                y que a los extranjeros

                                                nos los despache.

 

                                                Dicen los espaoles,

                                                regocijaros:

                                                ya tenemos ministros

                                                castaos claros.

                                                            (Egido 1992: 100-101)

 

            Igualmente, nos son conocidas cancioncillas vulgares dirigidas contra quienes, por aquella poca, rechazaban por inmorales los bailes de sociedad:

 

                                                Tres gneros de gente

                                                no van al baile:

                                                hipcritas, celosos

                                                y miserables.

                                                            (Coloma 1941: 159)

 

            Gran repercusin tuvo en toda Espaa el Auto de Fe realizado en Madrid el 24 de noviembre de 1778 contra don Pablo de Olavide (1725-1803), uno de los ms importantes (y perseguidos) polticos e intelectuales ilustrados espaoles, que haba sido Asistente de Sevilla durante algunos aos, y del que se cantaron numerosas canciones y dcimas burlescas cuando cay en desgracia. Entre ellas la de

 

                                                Aprended, flores, de m,

                                                lo que va de ayer a hoy,

                                                que ayer Asistente fui

                                                y hoy Sambeniditado soy

 

glosada en cuatro cuartetas (Castaeda 1916: 106). Esta cancin tradicionalmente atribuda a Gngora, y popularsima en Espaa e Hispanoamrica desde el siglo XVII hasta hoy (Carreira 1994: 232-240), volvera a ser documentada ms veces, con intencionalidad y glosas igualmente polticas, en el siglo XIX (Pedrosa: en prensa b).

            Los libros de viajes fueron otra importante fuente documental de canciones tradicionales durante el siglo XVIII y, sobre todo, durante el XIX. El viajero italiano Giuseppe Baretti, por ejemplo, transcribi preciosos ejemplos en su diario de 1760 acerca de la maravillosa capacidad de los campesinos analfabetos para improvisar seguidillas (Snchez Romeralo 1986). Informacin adicional sobre la tradicin lrica de aquel siglo nos la proporcionan escritores espaoles costumbristas, como el padre Coloma, quien dedic interesantes prrafos al to Paquete, el popular ciego de las gradas de San Felipe el Real, que retrat Goya, verdadera celebridad de entonces, que arrancaba aplausos de las ms aristocrticas manos, no ya en calles y plazas, sino en muy dorados estrados:

 

                                                Vale ms un cachete

                                                de cualquier maja

                                                que todos los halagos

                                                de las madamas;

                                                porque se arguye

                                                que todo esto es cario

                                                y el otro embuste.

                                                            (Coloma 1941: II, 78-79).

 

            Tambin se nos ha conservado el texto de alguna composicin religiosa en lengua vulgar y de apariencia bastante folclrica[23]. Y tenemos datos, si bien muy dispersos, sobre las canciones del siglo XVIII en tradiciones hispnicas no castellanas, como la vasca[24], la sefard[25] y la hispanoamericana[26], que mereceran por s solos captulos aparte. Por otro lado, el siglo XVIII fue el de cristalizacin de varios fenmenos y modas culturales y potico-musicales a los que ahora slo podemos hacer rpida referencia, pero que dejaron en l una caracterstica impronta, y que incluso se proyectaron hacia el siglo o los siglos posteriores. Fue muy importante, por ejemplo, el auge de las folas, cuya primera documentacin era de la poca de Gil Vicente, pero que a finales del XVII y durante todo el XVIII se pusieron tan de moda que incluso arrasaron en Europa e inspiraron obras de compositores como Marin Marais, Corelli, Scarlatti, Bach, Getry, Cherubini, y hasta Liszt y Rachmaninoff, entre muchos ms[27]; otro tanto puede decirse del fandango (Etzion 1993), la jota o la sardana, bailes que muchas veces se acompaaban de cantos y que, aunque fueron posiblemente conocidos antes, experimentaron una considerable expansin en el siglo XVIII (Crivill 1988: 207-265). Ese mismo siglo fue el del nacimiento de los cantos y bailes boleros, que igualmente irradiaran en todas direcciones e influiran poderosamente en la danza de esa poca y de la posterior (hasta bien entrado el siglo XX), especialmente de las escuelas espaola, francesa, danesa y rusa (Escuela bolera 1992). Otro acontecimiento trascendental en aquel siglo fue el de la primera documentacin del cante flamenco, repertorio de caractersticas muy especficas y enorme riqueza lrico-musical. Finalmente, otro fenmeno que dej su impronta en el siglo XVIII y que tuvo una traduccin potico-musical tambin especfica fue el que se ha dado en llamar el "majismo" madrileo y andaluz, que fue profundamente estudiado por Julio Caro Baroja (1980).

            No es posible, en el limitado espacio de esta ponencia, atender de forma particularizada a cada uno de estos fenmenos msico-potico, que llegaron a tener dimensin e influencia autnticamente socioculturales, ni a otros documentos y ejemplos que nos podran servir para completar an ms el panorama lrico-folclrico de un siglo que hasta ahora se haba considerado prcticamente opaco a efectos de documentacin y crtica del cancionero tradicional hispnico. Que el Siglo de las Luces no fue tan pobre en ese aspecto lo corrobora un hecho que, a finales de esa centuria, vino a marcar un antes y un despus dentro de la historia del cancionero hispnico. Se trata del surgimiento del primer "folclorista" espaol en el sentido moderno del trmino, del primer intelectual que emprendi la tarea de recoger de la tradicin oral las cancioncillas que entonces corran en boca del pueblo, de reflexionar seriamente sobre la importancia y el valor de tal tradicin, y de defender su valor esttico y su mtodo de encuesta oral. Al vasco Juan Antonio de Iza Zamcola "Don Preciso", nacido en Durango (Vizcaya) en 1756 y muerto en Madrid en 1826, le cabe el mrito de haber abierto el camino en Espaa a una nueva actitud y a un nuevo activismo cultural que, andando el tiempo, habra de cambiar de manera radical el perfil y la percepcin que hoy en da tenemos de nuestro patrimonio tradicional. En el prlogo de su Coleccin de las mejores coplas de seguidillas, tiranas y polos que se han compuesto para cantar a la guitarra, cuyo primer volumen apareci en 1799 (el segundo lo hara en 1802), expres "Don Preciso" gustos, pensamientos y objetivos tan adelantados a su tiempo como son los siguientes:

 

            Entre la gente menestral y artesana, conozco una porcin de jvenes dotados de la ms bella disposicin, no solo para cantar seguidillas, sino tambin para componerlas; y ciertamente causara admiracin a qualquiera que no supiese hasta qu grado llega el genio Espaol, al ver que unos hombres sin principio alguno de msica, y sin ms cultura que la que adquieren en las poqusimas composiciones que oyen de esta especie en los Teatros, sean capaces de componer tanta variedad de seguidillas como nos dan cada ao, llenas de todo el buen gusto y meloda que cabe [...] Casi todas las coplas que incluyo han sido compuestas, no por aquellos grandes ingeniazos atestados de griego y latn, y que imitando a los antiguos y modernos nacionales y estrangeros, forman tomos de poesas que sern sin duda muy sublimes, muy bellas, muy estupendas, pero que muy pocos las leen y menos las entienden, maguer que estn en verso altisonante-rtmico-filosfico. Los autores de estas coplas vulgares son gentes que no han andado a bonetazos por esas universidades y, que sin ms reglas que su ingenio y buen natural, saben expresar en quatro versitos pensamientos muy finos, con una concisin y gracia que a todos deleita [...] Slo me queda el desconsuelo de haberme presentado al pblico con esta Coleccin de poesias agenas; porque nadie puede comprender la felicidad interior de que goza un coplero original, sea de los de obra prima, o de los que calzan para los teatros: yo aunque no lo s por experiencia propia, lo conozco por lo que veo en muchos de ellos. Al verlos tan contentos de s mismos, tan arrobados en sus pensamientos poticos, tan despreciadores de todas las cosas humanas, es preciso inferir que all en su mollera tienen un paraso en que gozan de perpetuas delicias [...] Si este primer ensayo mereciese la aceptacin del pblico, continuar esta Coleccin con otras muchas que ir recogiendo ("Don Preciso" 1982: 21-26).

 

            La intuicin, compromiso con lo popular y "modernidad" de Iza Zamcola quedan an ms realzados si comparamos su libro y sus objetivos con los de la nutrida Coleccin de seguidillas y cantares que, en el mismo ao de 1799, public don Armando Valladares de Sotomayor con el objetivo de "dar al pblico una coleccin de las ms conceptuosas y elegantes" de las "infinitas" seguidillas "que nuestra nacin invent" y "posee" (V[alladares] 1875: 6). Es decir, que en el mismo gnero de las seguidillas donde Iza Zamcola busc la ms pura voz del pueblo, Valladares aplic el tamiz de la artificiosidad y de la elevacin cultista. Prueba indudable de que en tal repertorio, como en cualquier parcela del folclore, confluyen las ms variadas vetas y tonos, desde la ms folclrica a la ms culta. Algunas de sus seguidillas tienen, en cualquier caso, resonancias tan castizas como la siguiente:

 

                                                Al esposo difunto

                                                llora la viuda,

                                                diciendo que consuelo

                                                no tendr nunca.

                                                Y a los seis das,

                                                ya se haba casado

                                                la pobrecita.

                                                            (V[alladares] 1875: n 25)

 

            El hecho de que se tengan noticias de otras colecciones (por desgracia perdidas) de seguidillas fechadas muy a finales del siglo XVIII[28] obliga a preguntarse por las razones de esta sbita eclosin de colecciones lricas que pueden considerarse de objetivos y mtodos como mnimo "prefolclorsticos". Es bien sabido que, en 1778-1779, el filsofo y esteta prerromntico alemn Johann Gottfried von Herder (1744-1803) haba publicado sus Volkslieder (Canciones populares), que inauguraron con bastante antelacin la labor de recoleccin de canciones folclricas a lo largo y ancho de la Europa moderna. Y que, en los aos finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, el humanista alemn Wilhelm von Humboldt (1767-1835) se dedic a la investigacin lingstica y folclrica "de campo" (por ejemplo en el Pas Vasco) y a su insercin dentro de un marco comparativo elemental que anticip algunas de las tcnicas y mtodos que la disciplina folclrica desarrollara con posterioridad. Fueron conocedores y resultaron influenciados los primeros "folcloristas" espaoles por la labor de sus antecesores alemanes y europeos? O actuaron por su propia cuenta y como reaccin espontnea frente al agotamiento ideolgico-cultural del neoclasicismo espaol? Si pensamos en una combinacin de ambos impulsos (el influjo forneo y la necesidad de regeneracin propia), es muy posible que apuntemos en la direccin debida.

            El cierre de esta panormica del cancionero folclrico en el siglo XVIII lo va a poner una empresa que pudo ser (y no fue) la ms importante y trascendental a nivel internacional de su poca. En 1799, un ingenio hoy completamente olvidado, el coronel don Jos Gonzlez Torres de Navarra (nacido en 1759), present al Gobierno una solicitud de proteccin y medios oficiales (conservada en el Archivo Histrico Nacional, Seccin Estado, leg. 2.940) para formar una coleccin de msica popular espaola recogida de viva voz del pueblo (lvarez Solar-Quintes 1967). Tras constatar que "las seguidillas o cantares provinciales, que eran unas verdaderas arias nacionales, no tenan nmero, porque se variaban todos los das y en todos los lugares, ya con tonos alegres, ya patticos, para los bailes populares, y muchas veces por personas que no conocan ms msica que el gusto de su familia y vecindad", propona el idealista coronel recoger "toda la msica caracterstica espaola, antigua y moderna, instrumental y vocal, de iglesia, dramtica y provincial, y formar un cuerpo de obra para erigir este monumento a las Bellas Artes, y apologizar noblemente a Espaa". Todo esto contando con la colaboracin de un amplio nmero de corresponsales distribuidos por toda Espaa "que se encarguen de recoger cuantas tonadas populares antiguas y modernas les fuese posible, de los pueblos inmediatos, formando una copia exacta de todas ellas, con sus nombres provinciales y sus letrillas ms generales y graciosas". As como suena! Obviamente, y como tantas otras veces ha sucedido en Espaa, el silencio y la ceguera institucionales enterraron un proyecto que, de haberse puesto en ejecucin, hubiera situado a nuestro pas en vanguardia de toda la labor de reivindicacin de lo popular que marc la cultura europea del siglo XIX, y recuperado y preservado un patrimonio literario, musical y cultural de valor absolutamente incalculable.

 

 

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    [1] Este artculo es la versin escrita de una conferencia que pronunci el 3 de noviembre de 1996, en el Queen Mary & Westfield College de la Universidad de Londres, dentro del congreso Oral Tradition: Folklore and Literature in Hispanic Lyrics, que organizaron Alan Deyermond y Mariana Masera. Transcurridos diez aos sin que las actas correspondientes hayan visto la luz, publico ahora el texto ya de por s muy extenso sin ninguna modificacin sobre el que en su momento prepar. En alguna ocasin prxima espero dar continuidad a este trabajo y ofrecer y comentar ms materiales lrico-folclricos de la Espaa de aquel siglo.

    [2] Resulta ciertamente sorprendente la atencin que prest Amador de los Ros a la poesa popular, a pesar de que su Literatura llega slo hasta el Renacimiento. As, en el volumen I (1861) pp. 425-470, atiende a la "Poesa popular latina durante la monarqua visigoda"; en II (1862) pp. 415-458, "Sobre las formas artsticas de la poesa vulgar escrita", pp. 459-502, "Sobre las formas de la poesa vulgar. Los romances", y pp. 503-538, "Sobre los refranes, considerados como elementos del arte"; en IV (1863) pp. 517-568, "La poesa popular hasta mediados del siglo XIV"; y en VII (1865) pp. 417-499, "La poesa popular hasta el reinado de Carlos I".

    [3] Entre las obras ms significativas de las que ltimamente han puesto en relacin el cancionero antiguo con el moderno, cabe citar Aln 1991 y Pedrosa 1995a.

    [4] Sobre las prohibiciones y censuras de Azcoitia, Sller y Barcelona, puede verse Crivill 1988: 105-106, y la bibliografa a la que remite.

    [5] Uno de los que transcribi Paz y Meli 1947: 332-333, fue la formulilla infantil "Coz que le di / Periquillo al carro, / coz que le dio, / que le derrib", a la que en 1745 se aplicaron glosas irreverentes que fueron perseguidas por el Santo Oficio. Sobre sus fuentes antiguas, puede verse Frenk 1987: n 2158.

    [6] El Chuchumb fue transcrito en su integridad en Baudot y Mndez 1987; otras canciones prohibidas por la Inquisicin mexicana fueron editadas en Mndez 1987, 1992 y 1995.

    [7] No hay ningn trabajo de conjunto sobre las canciones tradicionales includas en las piezas teatrales del terminal Barroco dieciochesco, pero de sus enormes posibilidades de estudio y crtica puede dar ejemplo la cancioncilla includa por Antonio de Zamora en su Bayle Nuebo de la Maya ("Por la Pontia de Zaragoza / veinte y cinco zeguinos vaen, / cada zego, leva sua moza, / cada moza, leva seu can"), que he estudiado en Pedrosa 1995a: 103-161.

    [8] "En cuanto al primer origen de la poesa, tambin convienen que fuese [d] entre pastores. Estos, en aquel ocio feliz que les franqueaba su estado, mientras sus rebaos pacan por prados y montes, habrn empezado [e] a cantar versos en estilo natural y sencillo, sirvindoles de asunto aquellos objetos que son ms propios de los pensamientos y de la fantasa de un pastor como, por ejemplo, la grey, el prado, los rboles, la yerba, el arroyo, la hermosura de una pastora y otras cosas semejantes. Y si, por ventura, se hallaban dos pastores recostados a la sombra de un mismo rbol, era natural que, cansado el uno de cantar, le substituyese el otro; de donde tuvieron las glogas su origen y el introducir en ellas dos pastores a cantar alternativamente. La naturaleza misma, que a veces ensea la armona sin arte, como dirige a veces nuestros movimientos segn la esttica y la mecnica, sin la prevencin de sus reglas, sirvi de gua a aquellos rsticos poetas en el metro, el cual, tosco al principio y desaliado, se fue despus, con el transcurso del tiempo, puliendo y mejorando hasta reducirse, finalmente a reglas ciertas y fijas. Esta conjetura hizo Pablo Benio del principio de la poesa entre los rcades, y la misma hizo Horacio de los versos fesceninos, atribuyendo su origen a los labradores antiguos, que acabada su cosecha, ociosos y regocijados, inventaron los primeros esta especie de versos en los sacrificios que hacan a sus rsticas deidades" (Luzn 1977: 131-132).

    [9] Se trata del estribillo del villancico glosado de La gentil dama y el rstico pastor: "Tengo mi ganadillo en la sierra, / y ya para l me quiero partir" (Luzn 1977: 360). Sobre el romance y sus derivados lricos, vase la bibliografa citada en Daz-Mas 1994: n 82.

    [10] Vanse en Blanco 1992: nms 7-18. A las canciones gallegas includas en esta obra puede aadirse la descripcin, en Sarmiento 1973: 331, de los juegos gallegos "Cotovio, cotovn. Expesin del juego castellano de codn de codan, y casi se juega del mismo modo", y "Chirlos mirlos, cantos son? Expresin del juego en que un nio est a caballo de otro y le cierra los ojos, y levantando dedos le pregunta cuntos son?; y si acierta, panda, apanda o se pone debajo el que estaba encima". Ambas formulillas estn relacionadas con el juego estudiado por m en Pedrosa: en prensa(a). La segunda tiene, adems, relacin con el chiste-cancin de Los chirlomirlos estudiado en Pedrosa 1995b.

    [11] As, en Sarmiento 1775: 164, reprodujo la "copla vulgar" "Gurdame las vacas / Periquito en la sierra: / gurdamelas bien, / que ninguna se me pierda". El primer verso de la cancin coincide con la famossima "Gurdame mis vacas, / carillejo, por tu fe...", que tan popular haba sido en los siglos anteriores (Frenk 1987: n 1683).

    [12] Uno de sus comentarios ms notables al respecto es el que explica que "a este modo, siguiendo el systema de que los Adagios Castellanos han sido origen de nuestra Poesa vulgar, creo que las primeras coplas han sido Lyricas, por ser mas naturales, y porque aun hoy se conserva aquel modo de poetizar entre los vulgares, y se conservar siempre. No sucedi as con los Romances. Estos tuvieron su era, del mismo modo que los libros en prosa de Caballera. Para este gnero de Poesa es preciso que se vuelva introducir la moda. Para la otra nunca faltar la ocasion, mientras hubiere Espaoles. Con gracejo dixo Manuel Faria en la pgina 680 de su Eptome de las Historias Portuguesas, que cada fuente de Portugal, y cada monte, son Hippocrenes, y Parnasos. Quiere decir que en Portugal es tan connatural la Poesa de que se habla, que cada Pastor es Poeta, y cada moza de cntaro, Poetisa. Esto que es comn en toda Espaa, es mas particular en Portugal, y Galicia, en donde, segun el ya citado testimonio del Marqus de Santillana, era inmmemorial semejante exercicio, hasta llamar los de aquellos paises, Inventores del Arte comun, y del Arte mayor de versificar, por lo mismo que estos metros les son mas connaturales. Adems de esto, he observado que en Galicia las mugeres no solo son Poetisas, sino tambien Msicas naturales. Generalmente hablando, as en Castilla como en Portugal, y en otras Provincias, los hombres son los que componen las coplas, inventan los tonos, ayres; y as se v que en este gnero de coplas populares, hablan los hombres con las mugeres, para amarlas, para satyirizarlas. En Galicia es al contrario. En la mayor parte de las coplas Gallegas, hablan las mugeres con los hombres; y es porque ellas son las que componen las coplas, sin artificio alguno; y ellas mismas inventan los tonos, ayres que las han de cantar, sin tener idea del Arte Msico. Lo que queda escrito desde el nmero 72, tocante los antiqusimos Gallegos, con testimonio de Silio Itlico, y de otros, no permite dudar de lo que aqu he apuntado. Y hablando de otras Provincias, es concordante lo que dexamos dicho de los Turdetanos. De manera que en qualquiera edad, en qualquiera lengua, y en qualquiera dominio, siempre los Espaoles han sido muy aficionados la Poesa, Msica, Bayles, y regocijos inocentes" (Sarmiento 1775: 237-238).

    [13] Efectivamente, en Afn de Ribera 1950: 452, 454, 454 y 459 reproduce las canciones "Por la calle abajito / va el nio Jess / con la bola en la mano / y arriba la cruz. Vlgame el cielo / y esas calzas azules / que traes al cuello! / A la Virgen dde Atocha / ya no la quiero, / ni la ven las patas / con el sombrero. / Vivan las damas, / que yo las querr mucho / si fuesen santas. / Ro de Manzanares, / djame pasar, / que me voy a una cueva / y me quiero azotar. / Mi nio Jess, / yo besar tus llagas, / tu corona y cruz. / Cuando me desataco / para azotarme / tengo fuerte el espritu / y flaca la carne. / Oigan un primor, / que al subirme las bragas / siento es descozor"; "Cuatro pilares tiene esta cama, / cuatro ngeles la acompaan / Y la Virgen que est en medio; / Dios me recoja a buen sueo"; "El que no fuere botero / con las monjas no me trate, / que solo trata con monjas / el que trata cosas de aire"; "Tenga yo sal / con paz y quiet, / dinerillos que gastar, / vestir y calzar, / y ndese la gaita / por el lugar". Sobre la que comienza "Cuatro pilares...", vase Pedrosa 1995a: 187-220. La que comienza "Tenga yo sal..." tiene relacin con una versin de la Oracin de San Onofre que dice: "Para que nunca me falte qu comer, / qu beber, qu vestir, / qu dinero que gastar, / qu casa donde vivir..." Esta versin se halla publicada en Jos Antonio Gutirrez Ortiz, Breve recopilacin de modismos, decideros y coplillas populares (Don Benito: Ayuntamiento, 1988) pp. 71-72. Sobre la Oracin de San Onofre, puede verse mi artculo "La oracin de San Onofre: versiones hispanoportuguesas", Brigantia, en prensa.

    [14] Una versin tradicional de esta cancin, recogida por m a Sara Nieto, nacida en Ponteareas (Pontevedra) en 1947 y entrevistada en Madrid el 24 de noviembre de 1996, dice: "Quien nsperos come, / esprragos chupa, / bebe cerveza / y besa a una vieja, / ni come, ni chupa, ni bebe, ni besa". Vase otra versin publicada en Jimnez Jurez 1992: 68, "Gan, que esprragos comes / es como besar la vieja, / te ocurre como a la rana, / ni comes, chupas ni besas".

    [15] Vase Ros s.d.; este pliego fue profundamente estudiado en Pelegrn 1992.

    [16] Vanse por ejemplo, las versiones publicadas en Dez Barrio 1991: 68 ("No me jodas en el suelo, / que no soy ninguna perra, / que por cada balanceo / me echas en el culo tierra"); y en Abada 1971: 70 y Poesa 1982: 113 ("Cmo quieres que en el suelo / pierda mi virginid? / Hagmonos pa la cama / y haga Dios su volunt").

    [17] Las otras tres seguidillas galantes improvisadas por el Marqus en honor de la princesa, fueron: "Tienes, yo lo confieso, / mucho agasajo; / mas con l esclavizas / a los vasallos; / cosa es de hechizo / hacer de tantos libres / tantos cautivos! / Que se guarde justicia / quieres, seora, / y luego con gracia / t a todos robas: / robas afectos, / atenciones... / y arrobas / a todos ellos. / De disponer de haciendas / y aun de las vidas, / con arreglo a las leyes, / eres muy digna; / mas de albedros...! / Seora, eso ya pasa / de despotismo". La misma ancdota fue referida en Coloma 1941: II, 141-142.

    [18] El informante Aquilino Prez, nacido en Zagra en 1924, fue entrevistado por m en Madrid el 2 de diciembre de 1992.

    [19] Vase al respecto Castaeda y Alcover 1920: 24, "Bona va la dana" (cfr. sobre esta cancin Pedrosa 1994-1995: n A/1); 27 "De diners y de bondad, la mitad, de la mitad" (cfr. Pedrosa 1994-1995: n E/18); 30 "Escola que ven la cera i esta sense comenar, rapaverunt del altar" (cfr. Pedrosa 1995a: 79-83); 30 "Esperar i no venir, estar en lo llit i no dormir, servir i no agrair, son tres coses de fer morir" (cfr. Pedrosa 1995c); 36 "Les matinades d'Abril, son doles de dormir" (cfr. Frenk 1987: n 1268); 41 "Plujes per Sanct Joan, lleven vi i no ponen p" (cfr. Frenk 1987: nms. 1126 y 1127, y Pedrosa 1994-1995: n E/4); 43 "Qui ana a Sevilla perd sa cadira" (cfr. Pedrosa 1994-1995: n E/9); 46 "Si els vells d'amor moren, que farn els que anar poden" (cfr. Frenk 1987: n 1469); y 47 "Tantarantan que les figues son verdes, tantarantan que elles maduraran" (cfr. Frenk 1987: n 1532).

    [20] Vanse efectivamente Ros 1736: 65, "Los qui casen per amors, sempre viuen ab dolors" (cfr. Frenk 1987: n 737A); 83, "Per lo diner balla el goset" (cfr. Frenk 1987: n 1552); 83, "Peixcador de canya, mes pert que guanya" (cfr. Frenk 1987: 1192); y 43, "Quant lo coixo de amors mor, qu far lo qui anar pot?" (cfr. Frenk 1987: 39).

    [21] En el original operstico de Pergolesi se cantaba "Aspettare e non venire, / stare a letto e non dormire, / ben servire e non gradire: / son tre cose da morire". Sobre esta cancin, sus fuentes antiguas, paralelos internacionales y pervivencias modernas, cfr. Pedrosa 1995c.

    [22] En E. de A. 1905: 185-186, se edita el texto de la cancin llegada a la tradicin folclrica del siglo XX: "El veinticinco de Abril / apareci el enemigo / entre Ajarrapo y la Sierra, / mirando para Membro. / Al Alcalde traen preso / porque no nos avisaba / con grillos y con cadenas / y con guardia redoblada. / Los de Brozas que lo saben / mandaron armar su gente, / se encaminan a Salor / y echaron por tierra el puente. / Los portugueses al punto / habilitaron las barcas / y pasaron el Salor / sin que nadie lo estorbara. / El General portugus / al instante ordena y manda / que pasasen a cuchillo / a los que en Brozas se hallaban. / El guardin de aquel convento / se port con gran valor, / que a los pies del General / tres veces se arrodill. / Qu pretende? Qu desea / este santo religioso? / le pregunta el General / con semblante airado y torvo. / Por la Virgen del Perdn, / y Jess crucificado / (le suplica el buen guardin) / que respete al vecindario! / El general portugus / oficia al Gobernador / que les prevenga la cena / de plvora y municin. / Al otro siguiente da / a Alcntara caminaban / a poner cerco a la villa / y los caones emplazan. / A poco de ser sitiada, / Alcntara se entreg, / segn orden que ha mandado / Berwick, el Gobernador. / Ya penetran en la villa / con banderas desplegadas / por las puertas del Postigo / y la Concepcin sagrada. / Ya va camino del puente / la flor de los espaoles; / en medio va Palomino / que arroba los corazones. / El General portugus / pas el tajo con presteza; / toda la Sierra de Gata / se somete a su obediencia". Sobre la autora de esta cancin, sealaba el editor que "la musa popular, impresionada por aquellos memorables acontecimientos, los perpetu en sus corros o canciones", y que "el pueblo, como apuntamos en un principio, perpetu la memoria de este desastre en sus canciones, llegadas an hasta nosotros, al cabo de dos siglos; canciones que nuestro amigo D. Mateo Villarroel y Villegas ha tenido la atencin de recoger y remitirnos". Adems, seala que "Estas cuartetas, que ni siquiera trascienden a romance, por ms que el asunto les preste cierta unidad y las engarce ms o menos artsticamente, tienen, como se ve, detalles curiosos, que responden a hechos indudablemente realizados y que en la poca a que aluden se explicaran de sobra los contemporneos que las cantasen".

    [23] As, en Palacios Sanz 1994: 206-207 se consigna una cancin de 1739: "Oh admirable Sacramento / de la gloria dulce prenda, / tu nombre sea alabado / en los cielos y en la tierra; / y la Pura Concepcin / del Ave de gracia llena / sin pecado original / por siempre alabado sea".

    [24] Vanse sus noticas en Gazcue 1915, Donostia 1928, Kortazar 1982 y Quijera 1991.

    [25] Existen, efectivamente, numerosos manuscritos sefardes del siglo XVIII con preciosas anotaciones de romances y de canciones tradicionales. El ms nutrido e importante es seguramente el clebre Manuscrito Hazan de Rodas, cuyo inventario de poesas ofrecieron Armistead y Silverman 1980: 15-21. Una curiosa coleccin de seguidillas sefardes del XVIII fue editada en Pitollet 1910-1911.

    [26] Se tienen noticias, por ejemplo, de un baile llamado El Babao que debi ser muy popular en Lima en el primer cuarto del siglo XVIII, y que fue includo en la comedia La Rodeguna del Dr. Pedro de Peralta Barnuevo y Rocha (Asenjo Barbieri 1988: 275).

    [27] Sobre este gnero vase principalmente Siemens 1965 y Estepa 1993.

    [28] Salv y Malln 1872: I, 110; y Hergueta 1929-1930: 331, dan noticia de varias de ellas.