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Hern‡ndez
Fern‡ndez, çngel. ÒEl milagro del trigo: de los evangelios ap—crifos al folklore y la
literaturaÓ. Culturas
Populares. Revista Electr—nica 3 (septiembre-diciembre 2006). http://www.culturaspopulares.org/textos3/articulos/hernandez.htm ISSN: 1886-5623 |
El
milagro del trigo: de los evangelios ap—crifos al folklore y la literatura
çngel
Hern‡ndez Fern‡ndez
Resumen
Los evangelios no can—nicos han sido fuente de
continua inspiraci—n para la tradici—n oral y la literatura escrita.
Concretamente, la leyenda ap—crifa del milagro del trigo se encuentra con
frecuencia en el folklore y la literatura. El objetivo de este trabajo es
estudiar la difusi—n y evoluci—n del tema en la tradici—n oral, sin olvidar sus
conexiones con la literatura y la iconograf’a.
Palabras clave
Evangelios ap—crifos, milagro del trigo, huida a
Egipto, romance, cuento popular, leyenda.
Abstract
The non canonical gospels have been a continuous
inspiration for the oral tradition and the written literature. Concretely, the
apocryphal legend of the miracle of the wheat is frequently found in the
folklore and the literature. This paper studies the diffusion and evolution of
the topic in the oral tradition, without forgetting its connections with
literature and iconography.
Key words
Apocryphal gospels, miracle of the wheat,
escape to Egypt, romance, popular story, legend.
E |
n marzo de 1994 recog’ en el municipio de
Murcia (concretamente en la pedan’a de Javal’ Nuevo) el siguiente romance a
Antonio del Cerro Rosell, ciego y natural de este lugar, quien entonces ten’a
78 a–os y en la actualidad ya ha fallecido:
Cuando el ‡ngel San Gabriel vino a traer la embajada:
—Mar’a virgen es—, y al punto que lo dudaba:
—No dudes, Mar’a, aurora del sol,
que del Padre eterno soy embajador.—
5
Estando un d’a barriendo
la sagrat’sima Virgen,
San JosŽ, su amado esposo,
la mira y turbado dice:
—ÁQuŽ es esto, Dios m’o! ÁEstando yo ausente
y mi esposa encintas! ÀQuŽ dir‡ la gente?
Tan jovencita y tan bella me la tengo que dejar,
10 y sin su vista amorosa, Àun pobre viejo quŽ har‡?
Yo me irŽ a un desierto y all’ llorarŽ,
y a Dios que te ampare, vida de mi bien.—
Con el hatico liado para marcharse qued—
y baj— un ‡ngel del cielo,
la verdad le revel—.
15 Se levanta alegre y humilde se postra
y perd—n le pide a su amada esposa.
JosŽ le dice a Mar’a a punto de echar a andar:
—ÀHas prevenido la cesta que tenemos que llevar
para echar los chavos que den de limosna
20 por esos lugares, escogida rosa?—[1]
Emprendieron el camino hasta llegar a BelŽn,
donde en aquel portal santo naci— Cristo, nuestro bien.
All’ le adoraron ‡ngeles, pastores,
y hasta los tres reyes le ofrecen sus dones.
30 Siguieron m‡s adelante, donde un labrador hab’a,
y Mar’a le pregunta: —Labrador,ÀquŽ est‡s haciendo?—
Y el labrador dice: —Sembrando estoy piedras.
—Pues si siembras piedras, cantos se te vuelvan.—
Siguieron m‡s adelante, que otro labrador hab’a,
35 y Mar’a le pregunta: —Labrador,ÀquŽ est‡s haciendo?—
Y el labrador dice: —Se–ora, sembrando
este poco trigo para nuestro a–o.
—Pues si est‡s sembrando
[trigo,
vente ma–ana a segarlo
sin ninguna detenci—n,
40 que este favor te lo hace el divino Redentor;
y si por nosotros vienen preguntando,
dices que nos vistes estando sembrando.—
Estando sembrando el trigo, nueve hombres a caballo
por una mujer y un ni–o y un viejo van preguntando.
45 Y el labrador dice: —Yo s’
que los vi,
estando sembrando, pasar por aqu’.—
Se miran unos a otros, dos mil reniegos echaban
de ver que no hab’an
[logrado el intento
que llevaban.
Y el intento era de llevarlos presos
50 para presentarlos a Herodes soberbio.
Siguieron m‡s adelante
donde una palmera hab’a,
la que iba a cobijar
a la Sagrada Familia.
Las tropas de Herodes
por all’ descansan
y no ven los Santos
que cubren las ramas.
Se trata de un romance
vulgar en coplas, con alternancia de versos hexas’labos y octos’labos. La forma
mŽtrica es, pues, la caracter’stica de los romances vulgares, que sustituyeron
el asonantado octos’labo no estr—fico de los romances tradicionales por la
copla de cuatro versos y diferentes rimas. Otros rasgos indican el origen
vulgar de este romance, que puede remontarse como la mayor’a de los de su
especie al siglo XVII. Su estilo denota su origen como poemas
escritos en pliegos, que presentan, por tanto, menor grado de tradicionalidad
que los romances viejos. Las principales diferencias entre ambas modalidades
romanc’sticas radican en que el tradicional tiende a la econom’a poŽtica,
mientras que el de ciego cuenta la historia de una forma detallada y completa;
los comienzos abruptos y el fragmentarismo son habituales en los romances
tradicionales, mientras que en los de ciego suele haber una introducci—n
dirigida a captar la atenci—n del auditorio; en los tradicionales predomina lo
dram‡tico con escaso uso de verbos introductorios, y en los de ciego, lo
narrativo. Otra diferencia importante es la abundante moralina presente en
los romances de ciego, muy conservadores ideol—gicamente.
En el caso que nos ocupa observamos que
se ha producido la contaminaci—n entre tres romances distintos: Anunciaci—n y duda de San JosŽ, A BelŽn llegar y El milagro del trigo. Estas mezclas y contaminaciones textuales son
bastante frecuentes en el romancero de tradici—n oral (como, en general, en
toda la literatura oral). Adem‡s se trata de una contaminaci—n habitual pues en
la colecci—n albacete–a de F. Mendoza (1990: 210-213), por ejemplo, leemos una
versi—n, con el nœmero 133 y
registrada en FŽrez, que es muy similar a la nuestra[2].
Hasta el verso 16b
nuestra versi—n desarrolla el asunto propio del romance Anunciaci—n y duda
de San JosŽ, tema de inspiraci—n
b’blica que aparece en el Evangelio de San Lucas 1, 26-38, y en el de San Mateo
1, 18-25. El texto presenta de forma sencilla e ingenua la anunciaci—n del
‡ngel Gabriel a Mar’a y los celos posteriores de JosŽ hasta que el mismo ‡ngel le
revela la verdad acerca de la concepci—n de su mujer. A continuaci—n (17a-29b)
se narra escuetamente la marcha de JosŽ y Mar’a a BelŽn, el nacimiento de Jesœs
y la adoraci—n de los Reyes, que constituyen la trama argumental del romance
titulado A BelŽn llegar. De
nuevo la inspiraci—n primera de estos versos hay que buscarla en los evangelios
citados, concretamente Lucas 2, 1-20, y Mateo 2, 1-12 (sin el episodio del
interrogatorio de Herodes a los Magos).
A partir de 30a hasta
el final leemos otro episodio que
da t’tulo al romance conocido como El milagro del trigo, no relatado en el Nuevo Testamento. En su huida
a Egipto (vŽase Mateo 1, 13-18), la Sagrada Familia se encuentra con dos
sembradores: uno antip‡tico, a quien la Virgen lo castiga convirtiendo su
cosecha en piedras; y otro amable, que es recompensado con una feraz cosecha
que crecer‡ de la noche a la ma–ana. Precisamente este milagro confundir‡ a las
huestes de Herodes, quienes, desorientados por la respuesta del labrador de que
los huidos pasaron por all’ en el momento de la siembra (que ya est‡ siendo
recolectada), abandonan su bœsqueda. Concluye el romance con el episodio de la
palmera encubridora de la Sagrada Familia. Hay que tener en cuenta que en
nuestro texto murciano se ha producido una confusi—n en el narrador ya que los
esbirros de Herodes interrogar’an al labrador mientras Žste segaba el trigo (y no sembraba, como se afirma en los hemistiquios 43a y 46a).
As’ se explicar’a la renuncia de los soldados a seguir buscando a los
fugitivos, que supuestamente habr’an pasado por ese lugar mucho tiempo antes.
La
fuente de este episodio hay que buscarla en los llamados evangelios ap—crifos,
es decir, no reconocidos como can—nicos por la Iglesia pero que sin duda
ejercieron una influencia muy importante en la mentalidad y cultura populares
de los primeros tiempos del cristianismo y, a travŽs de reelaboraciones
posteriores, en la Žpoca medieval hasta nuestros d’as. Precisamente Lorenzo
VŽlez (1981: 27-28) ha estudiado la importancia de la relaci—n entre estos
evangelios ap—crifos y la cultura tradicional, especialmente en lo que se
refiere al romance y la canci—n:
Como es bien sabido, la Iglesia Cat—lica solamente admite como inspirados por Dios, los cuatro Evangelios considerados ÇCan—nicosÈ, esto es: El de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. El problema que se plantea es el influjo de los otros evangelios existentes: los denominados ÇAp—crifosÈ. La influencia de estos escritos en orden a nuestras tradiciones y folklore en general, ha sido en muchos casos de primera magnitud, cuando no determinante de espec’ficas devociones populares.
Lo primero que
hemos de precisar es lo que entendemos por ÇAp—crifoÈ y ÇCan—nicoÈ. El tŽrmino
ap—crifo no equivale, como a primera vista pueda pensarse, a inautŽntico o
falso, sino a todo escrito que debe mantenerse oculto o secreto de cara a su
lectura pœblica. El car‡cter de canon es, pues, simplemente, una especie de
investidura que la Iglesia Cat—lica, como instituci—n, concede a los escritos
que mejor le conviene o juzga como Çinspirados por DiosÈ, para explicar y
difundir su doctrina.
En los or’genes
del cristianismo, parece ser que no exist’an diferencias entre escritos
can—nicos y ap—crifos. Hay que considerar que los primeros cristianos estaban
agrupados en sectas, principalmente agn—sticas, en donde la comunicaci—n con
Dios se ejerc’a de forma directa y no a travŽs de una Iglesia oficial
establecida, que sirviese de puente o apoyo. Es decir, todos estos escritos
aparec’an ya en una Žpoca en la que la Iglesia como tal, no exist’a todav’a.
Fue a partir del establecimiento institucional de la Iglesia Cat—lica, cuando
surgen las primeras distinciones para fundamentar su ortodoxia en unos escritos
y no en otros.
Los evangelios
can—nicos fueron fijados por los Padres de la Iglesia en el Concilio de Nicea
(325), y refrendados en el de Laodicea (363), en donde se estableci—, de forma
oficial, la separaci—n de evangelios can—nicos y ap—crifos. Entre m‡s de la
cincuentena, se eligieron cuatro, como Çinspirados por DiosÈ, y se desecharon
los restantes.
De esta forma,
el car‡cter ap—crifo de determinados escritos, es aplicado por los cat—licos a
libros que son considerados can—nicos por los protestantes y viceversa [É]
Una primera
cuesti—n que interesa aclarar, es de quŽ manera se difundieron o filtraron
estos escritos, en una sociedad en la que la Iglesia establecida ejerc’a el
poder religioso. Nuestra opini—n es que se desarrollaron en mœltiples
vertientes y por muy variados motivos. El intentar reducir a un solo aspecto
este estado de hechos, ser’a muy problem‡tico en orden a explicar determinadas
relaciones. La confusi—n existente entre los propios Padres de la Iglesia para
adscribir estos escritos en una categor’a u otra, facilit— la influencia de
unos sobre otros[É]
Otro motivo de
difusi—n, lo pudieron constituir las leyendas, hagiograf’as y ejemplarios que
circularon repetidamente durante la Edad Media. La Leyenda çurea de Jacobo de Vor‡gine, en el
siglo XIII, donde se incluyen numerosos episodios ap—crifos tomados del ÇPseudo
MateoÈ, alcanz— notable popularidad. Por otra parte, la iconograf’a y la
imaginer’a medieval contribuy— a la fijaci—n de muchos elementos que han
adquirido el car‡cter de tradicionales. Las escenas del buey y la mula en el
Portal, la Adoraci—n de los Reyes Magos, San JosŽ carpintero, etc., son una
buena muestra de lo dicho.
As’ pues, los evangelios ap—crifos vinieron a completar los
momentos de la vida de Jesœs que los textos can—nicos desatend’an, sobre todo
la infancia y mocedad, junto con los episodios m‡s representativos de la vida
de la Virgen y San JosŽ. Hay que tener en cuenta que œnicamente en los
can—nicos Mateo (1 y 2) y Lucas (1 y 2)
encontramos alguna referencia al nacimiento e infancia de Jesœs: en Mateo
leemos los episodios de la anunciaci—n de la Virgen, la adoraci—n de los Magos,
la huida a Egipto y la matanza de los inocentes, y la vuelta a Nazaret cuando
muere Herodes; en Lucas, la anunciaci—n de Jesœs (y, paralelamente, la del
Bautista), el nacimiento y la adoraci—n de los pastores, la circuncisi—n y
Jesœs en el templo con los doctores.
Si nos fijamos ya en el episodio que nos ocupa, el del
milagro del trigo, su origen hay que buscarlo efectivamente en los evangelios
ap—crifos: concretamente en el Libro sobre la Infancia del Salvador, pasaje
cuatro (Santos Otero, 1999: 363). Este evangelio fue escrito, en lat’n, en el
siglo XIII, y el pasaje que nos importa dice as’:
4. Ocurri— de nuevo un d’a de sementera que Jesœs iba
atravesando el Asia y vio un labrador que sembraba cierto gŽnero de legumbres,
por nombre garbanzos, en una finca que es llamada la cercana a la tumba de
Raquel, entre JerusalŽn y BelŽn. Jesœs le dijo: ÇÀHombre, quŽ es lo que est‡s
sembrando?È Mas Žl, llev‡ndolo a mal y burl‡ndose de que un muchacho de aquella
edad le hiciera esta pregunta, le respondi—: ÇPiedrasÈ. Y Jesœs le dijo a su
vez: ÇTienes raz—n: porque efectivamente son piedrasÈ. Y todos aquellos
garbanzos se convirtieron en piedras dur’simas, que aœn conservan la forma de
garbanzos, el color y aœn el ojuelo en la cabeza. Y de esta manera todos
aquellos granos, tanto los ya sembrados como los que iban a serlo, se
convirtieron en piedras. Y hasta hoy, busc‡ndolas con cuidado, se pueden
encontrar dichas piedras en el mencionado campo.
Como vemos, el suceso que se describe no ocurre durante la
huida a Egipto. Sin embargo, la tradici—n oral lo sitœa en este momento. La
causa de este anacronismo, segœn Francisco Vergara y JosŽ Manuel Fraile, que
han estudiado el origen de este episodio y han ofrecido multitud de textos romanc’sticos
que lo recrean (Vergara, 1984: 45-52), hay que buscarla en que, de acuerdo al
Evangelio de San Mateo, la Iglesia fij— en unos dos a–os la edad que tendr’a
Jesœs cuando se encontr— con el mal labrador en la huida a Egipto, por lo que
no ser’a veros’mil que Jesœs pudiera dirigirle la palabra (salvo, naturalmente,
de forma milagrosa). Para solucionar el problema, se cambi— el protagonismo de
Jesœs por el de la Virgen y, de paso, se evit— ofrecer la imagen del hijo de
Dios como un ser colŽrico y arrogante, no compasivo[3]. Adem‡s, la
tradici—n a–adi— la segunda secuencia del labrador amable para contrarrestar
esa imagen de la divinidad severa e inflexible con la del dios milagroso y
caritativo, pr—digo en otorgar dones y conceder milagros, ahora en una l’nea
plenamente ortodoxa y can—nica al estilo de la que se ofrece en los episodios
b’blicos de las bodas de Can‡ o la multiplicaci—n de los panes y los peces.
Al
final de su art’culo, y para mostrar la vitalidad del relato que comentamos, se
refieren F. Vergara y J. M. Fraile (Vergara, 1984: 52) a una Cr—nica de la
Peregrinaci—n Vascongada a Tierra Santa, Egipto y Roma en 1902 (Bilbao: Editorial Vizca’na,
1903), en cuya p‡gina 176 se lee:
[Descubrieron]
m‡s adelante un campo cubierto de piedrecitas, consagradas por una piadosa
leyenda, y es la siguiente:
Mar’a, pasando
por este lugar, vio aun hombre ocupado en sembrar.
—ÀQuŽ
siembras? —le pregunt— con aquella dulzura tan peculiar suya.
—Piedrecitas
—contest— el labrador desentendiŽndose.
Y tan abundante
fue la cosecha, que aœn se ven esas piedrecitas redondas, de forma de
garbanzos, de las que nuestro cochero nos recogi— algunas, y a buen seguro que
si en el mercado ten’an el valor de bajxis que nos exigi—, no era mala cosecha.
Adem‡s, Fradejas
(2005: 141-144) da cuenta de numerosas versiones literarias de esta leyenda
anteriores en el tiempo. As’, podemos encontrarla en antolog’as de literatura
piadosa como el Recull de eximplis (siglo XV), el Fructus Santorum de Alonso de Villegas (1594)
o el Tratado muy devoto (miscel‡nea de obras de los siglos XV y XVI). TambiŽn puede
leerse en diversas obras de los siglos XVI y XVII que narran la peregrinaci—n a
Tierra Santa de diversos viajeros que trajeron alguna de estas milagrosas
piedrecillas: Verdadera informaci—n de Tierra Santa de fray Antonio de Aranda, El
viaje a Hierusalem
de Francisco Guerrero, Viaje del mundo de Pedro Ord—–ez Ceballos, Relaci—n
del viage de la santa ciudad de Hierusalem de R. Ribes, y El devoto peregrino
de fray Antonio del castillo.
Pero volviendo a los romances, en ellos
se relatan una serie de episodios que se repiten con bastante estabilidad: tras
emprender la huida como consecuencia de la matanza de inocentes decretada por
Herodes, la Sagrada Familia encuentra en su huida a Egipto a un campesino
antip‡tico que responde agriamente y por ello es castigado con la pŽtrea
cosecha; sigue el encuentro con el segundo labrador y la recompensa de la
cosecha prodigiosa; este labrador regresa a casa y cuenta a su mujer lo
ocurrido, ofreciendo en ocasiones la descripci—n de los viajeros; cuando, al
d’a siguiente, est‡ segando el trigo llegan los soldados de Herodes y quedan
confundidos, mientras la Sagrada Familia se esconde tras las ramas de un ‡rbol
que por eso ser‡ bendecido.
Este esquema narrativo var’a ligeramente
en los romances catalanes y en los cuentos franceses pues, como afirma Mingote
(1986: 119), no hay encuentro con el mal labrador y tampoco se indica al
campesino amable que siegue el trigo al d’a siguiente, sino que simplemente el
cereal crece de manera milagrosa, y la Sagrada Familia se oculta detr‡s de Žl.
A continuaci—n viene el episodio conocido de la confusi—n de los perseguidores.
El mismo Mingote (1986: 114-115) estudia
la difusi—n de la leyenda en la iconograf’a, que no representa a los dos
labradores ni la transformaci—n del campo en piedras, sino el aspecto positivo
del milagro, olvidando el castigo. Y concluye este investigador (1986: 132):
Si se admite que los modelos
catalanes/franceses recogen los tipos m‡s antiguos [de la leyenda], habr’a que
suponer que los romances castellanos han recreado la historia, doblando y
readaptando el motivo segœn el esquema repetitivo que se constata, p. e., en
los cuentos donde aparecen tres hermanos que realizan la misma acci—n de la que
sale triunfante el menor de ellosÉ
El milagro del trigo en los cuentos tradicionales
El motivo de los dos sembradores es, como
hemos comprobado, antiguo y se repite en romances, leyendas y cuentos. Aurelio
Espinosa, el gran investigador del cuento folcl—rico hisp‡nico, recogi— en
Soria un cuento que titul— La gaita que hac’a a todos bailar (n.¼ 153 de sus Cuentos populares espa–oles), en el que aparece el motivo de la caridad
recompensada y la maldad castigada dentro de una versi—n del Tipo 592, La
danza entre espinas,
segœn el ’ndice internacional de cuentos folcl—ricos de Aarne-Thompson-Uther
(Uther, 2004, I: 349). En su
comentario a este cuento dice Espinosa (1946-1947, III: 94-95):
La Virgen, Jesœs o un santo cualquiera,
viaja por el campo de Nazaret u otro sitio, encuentra a un labrador y le
pregunta quŽ siembra. Contesta e1 labrador que siembra piedras, y la Virgen,
Jesœs, o el que sea, le responde:
ÇPiedras se te volver‡nÈ. Como castigo de su insolencia toda la cosecha se le
volvi— piedras al labrador. Otro labrador responde con cari–o y caridad y
declara la verdad. En las versiones en las cuales lleva frutas al mercado en
vez de estar sembrando trigo u otro cereal el labrador le regala a la Virgen, a
Jesœs, etc., un poco. La cosecha de Žste es abundante, o cuantas m‡s frutas vende m‡s tiene para vender, todo
como premio de su caridad
y bondad [É]
Yo conozco s—lo un cuento popular espa–ol
que documenta esta leyenda,
Espinosa, Castilla 183,
pero, al parecer, es bien conocida en la tradici—n espa–ola. En un manuscrito nuevomejicano del siglo XIX de un
drama religioso espa–ol del siglo XVII, La primera persecuci—n de Jesœs, el cuento es uno de los episodios del viaje de
la Virgen y San JosŽ cuando huyen a Egipto con el Ni–o Jesœs. Transcribo el
trozo que contiene el cuento:
VIRGEN.
ÀQuŽ hacŽis, var—n?
LABRADOR.
Yo, Se–ora, aqu’ estoy sembrando trigo.
VIRGEN.
Anda breve por las hoces
y comenzar‡s la siega.
Han de llegar por aqu’
demandando nuestras se–as
unos hombres, y dirŽis,
en virtud de esta clemencia,
ÇLo que va de siembra a toma
es la ventaja que llevanÈ.
LABRADOR. S’, Se–ora, desde
luego
me dedico a estar alerta.
LABRADOR 2¼.Vayan a
rodear ustedes;
no
pisen mi sementera.
VIRGEN.
ÀQuŽ siembras, hombre?
LABRADOR 2¼.ÁVaya
pregunta tan necia!
Aqu’
estoy sembrando piedras.
VIRGEN.
Buena semilla, por cierto.
Eso ser‡ tu cosecha.
La leyenda de la
caridad recompensada puede adoptar dos formas: la espec’fica del sembrador
premiado por la Virgen o Cristo; y la m‡s general del hŽroe que se ve
recompensado gracias a su caridad por un auxiliar m‡gico que lo colma de dones.
A las versiones de este
segundo grupo de cuentos que estudia Espinosa se podr’an a–adir varias m‡s pues
el motivo del alimento multiplicado milagrosamente aparece como episodio de
muchos cuentos, especialmente dentro del tipo 610, Las frutas curativas (Camarena, 1995: 639-640), aunque no de manera exclusiva. Por ejemplo, en mi
colecci—n de cuentos de la comarca del r’o Mula (Murcia) el motivo se inserta
en dos versiones: como inicio del cuento de la flor maravillosa que curar‡ al
padre de la ceguera, Tipo 551, relato que se continœa con el del hueso cantante
como revelador del crimen de los hermanos traidores, Tipo 780 (Uther, 2004, I:
320-321 y 439-440); y dentro de una versi—n del cuento de los buenos consejos,
Tipo 910A (Uther, 2004, I: 528-530), concretamente el motivo de Thompson
(1955-1958) L222.1 (Elecci—n modesta del regalo de despedida: dinero o
consejos. Consejos elegidos),
cuya rareza hace interesante que aqu’ se reproduzca:
Hab’a una
vez un matrimonio anciano que ten’a tres hijos: Juan, Pedro y Benjam’n. Eran
muy pobres, y conseguir algo para comer les resultaba cada vez m‡s dif’cil.
Un d’a,
Juan, el hijo mayor, decidi— irse en busca de suerte y a ver si consegu’a algo
de dinero. Sus padres le dieron muchos consejos sobre c—mo ten’a que
comportarse.
Cuando
llevaba dos horas de camino se encontr— a un viejo miserable que le pidi— algo
de comer. Juan enga–— al viejo diciŽndole que llevaba carb—n. Entonces le dijo
el viejo:
—Que
todo lo que metas en esas bolsas se convierta en carb—n.
—ÁAdi—s,
viejo bobo! —se despidi— Juan, riŽndose del viejo.
Pasaron
muchos d’as y Pedro, el segundo hijo, sent’a envidia de pensar el dinero que
estar’a ganando su hermano y decidi— salir de viaje en busca de dinero Žl
tambiŽn.
Cuando
Žste llevaba hora y media de viaje, se encontr— con el viejo miserable que
hab’a hablado con su hermano y le pidi— de comer. Pedro le dijo que no llevaba
comida sino piedras. Entonces el viejo le dijo:
—Que
todo lo que pongas en tu bolsa en piedras se conviertan.
Y Pedro se
march— sin hacerle caso.
Pasaron
varios d’as m‡s y entonces Benjam’n, el hijo menor, decidi— probar fortuna, ya
que la situaci—n en la que se encontraban era cada vez peor.
Benjam’n
tambiŽn se encontr— con el viejo miserable y Žste le pidi— algo de comer.
Benjam’n comparti— con Žl la comida que llevaba. DespuŽs de comer, antes de
despedirse, le dijo el anciano:
—Tienes
un coraz—n de oro. Que todo lo que pongas en tus bolsas se convierta en oro.
Enseguida
se despidieron y cada uno sigui— su camino.
Juan
estuvo trabajando al servicio de un buen amo. Cuando Juan le pidi— cuentas al
se–or con el que trabajaba, Žste le dijo:
—ÀQuŽ
prefieres: una bolsa de oro o un ÇDios te ayudeÈ?
—Una
bolsa de dinero —le dijo Juan.
Al cabo de
unos d’as lleg— Juan a su casa. Sus padres le recibieron con alegr’a. Cuando
Juan les fue a mostrar el dinero que hab’a conseguido, se quedaron todos con la
boca abierta al ver que en su bolsa s—lo hab’a carb—n.
Con el
mismo amo que estuvo trabajando Juan, empez— a trabajar Pedro. DespuŽs de
varios d’as, Pedro le pidi— cuentas a su amo y Žste le dijo:
—ÀQuŽ
deseas: una bolsa de oro o un ÇDios te ayudeÈ?
—Una
bolsa de oro —dijo sin duda Pedro.
Pedro
lleg— enseguida a casa de sus padres, muy contento por lo que hab’a conseguido.
Cuando fue a ense–arles lo que hab’a ganado, todos quedaron de nuevo con la
boca abierta al ver que s—lo hab’an piedras.
Benjam’n
empez— a trabajar con el mismo amo con el que sus hermanos hab’an trabajado.
Cuando hubo trabajado a su servicio mucho tiempo, le dijo:
—Benjam’n,
has sido un buen siervo, as’ que como yo he de irme muy lejos, te tendr‡s que
ir. ÀQuŽ eliges: tres bolsas de oro o un ÇDios te ayudeÈ?
—Un
ÇDios te ayudeÈ, ya que el oro se acaba pero la ayuda de Dios, no —dijo
Benjam’n.
—Pues
ÇDios te ayudeÈ —le dijo su amo despidiŽndolo.
Lleg—
Benjam’n a su casa y tristemente les dijo a sus padres:
—Lo
siento. No he conseguido ningœn dinero.
ÁCu‡l fue
la sorpresa de todos cuando descubrieron que la bolsa de Benjam’n estaba llena
de oro!
Todos
vivieron felices a partir de aquel momento, y Benjam’n descubri— despuŽs que el
viejo miserable y su amo era un ‡ngel enviado por Dios para comprobar la bondad
de las personas.
(Registrado a çngeles
L—pez Belijar, natural de Mula, por mi alumno Jesœs Buend’a Romero)
En el primer grupo, es
decir, el cuento de los dos sembradores, la versi—n de Espinosa (hijo) fue la
œnica que su padre pudo atestiguar de la tradici—n oral hisp‡nica (hablamos todav’a de la dŽcada de los
40)[4]. En
esta versi—n ha sido sustituido el episodio b’blico de la huida a Egipto por el
de la visita de Dios a la tierra en forma de pobre. El cuento ha sido
catalogado como Tipo 752C*, El sembrador descortŽs, y de Žl Aarne-Thompson (Aarne, 1995: 154) s—lo
mencionan una versi—n (eslovena). Su resumen argumental es como sigue:
[El sembrador descortŽs] le dice a Cristo que
siembre calabazas (nabos). De las semillas de ma’z cosecha s—lo calabazas.
Como puede apreciarse,
no se recoge la segunda secuencia de nuestro relato, la del sembrador
amable. Dentro del ‡mbito
hisp‡nico, sin embargo, J. Camarena y M. Chevalier nos presentan la
bibliograf’a que hay sobre el cuento, del que se han registrado bastantes
versiones de diferentes regiones espa–olas (Camarena, 2003: 59-60). En la
caracterizaci—n hisp‡nica que ofrecen de Žl, incluyen tres episodios: 1,
encuentro con un sembrador antip‡tico; 2, encuentro con el sembrador amable; y
3, confusi—n de los perseguidores mediante el motivo de la cosecha prodigiosa.
A la bibliograf’a que
refieren J. Camarena y M. Chevalier a–adirŽ dos versiones m‡s registradas en la
Regi—n de Murcia, una en el municipio de Torre Pacheco y otra en la pedan’a de
CaprŽs (Fortuna). La primera (S‡nchez Ferra, 2000: 96, n.¼ 77), que sigue con
bastante fidelidad a la del ap—crifo Libro de la infancia del Salvador, est‡ protagonizada por Jesœs, pero s—lo incluye
la secuencia del labrador antip‡tico y concluye con el motivo legendario de que
las piedras con que Jesœs castig— al imp’o todav’a pueden ser vistas en el
campo en forma de garbanzo, que era su anterior naturaleza:
Cristo y el campesino antip‡tico
El Se–or, cuando era ni–o, sali— al campo y ve a
un hombre que estaba sembrando, dice:
—ÁHombre!, ÀquŽ est‡ ustŽ sembrando?
—ÁPos estoy sembrando piedras!
Le contest— as’, malamente.
—ÁPiedras coger‡s! —le dijo [Cristo].
Y entonces le salieron piedras. Y dice que
todav’a est‡ en el campo, que se ve alguna vez alguna piedra en forma de
garbanzo.
En la de versi—n de
CaprŽs (Garc’a Herrero, 1999: 185-6, n.¼ 32) aparecen los dos encuentros con
los sembradores junto con el motivo del campesino blasfemo en quien,
parad—jicamente, Cristo ve a un verdadero creyente.
En la reciente
revisi—n que Hans-Jšrg Uther ha realizado del ’ndice de Aarne-Thompson, se
elimina como Tipo independiente el 752C* pero se incluye dentro del 830B, ÇMy
crops will thrive here without GodÕs blessingÈ [ÔMi cosecha crecer‡ sin la
bendici—n de DiosÕ], del que se establecen cuatro formas diferentes (Uther,
2004, I: 466). El cuento que nos ocupa es la variante (3), que Uther describe
as’ (la traducci—n es m’a):
El sembrador descortŽs. Un transeœnte (Dios) pregunta a un labrador
quŽ est‡ plantando. ƒste le contesta con antipat’a que siembra piedras. El
transeœnte le desea una buena cosecha y convierte las plantas en piedras. (Un
labrador dice a Cristo que est‡ plantando calabazas [nabos], aunque sus
semillas son de ma’z. Inmediatamente cosecha s—lo calabazas).
Sobre plantas benditas o malditas
Volvamos ahora al romance murciano que
reproducimos al principio de este trabajo. Recordemos que en los œltimos versos
se relataba c—mo la piadosa palmera ayudaba a los fugitivos ocult‡ndolos con
sus ramas de la vista de sus perseguidores:
Siguieron m‡s adelante
donde una palmera hab’a,
la que iba a cobijar
a la Sagrada Familia.
Las tropas de Herodes
por all’ descansan
y no ven los Santos
que cubren las ramas.
El
motivo de la planta o ‡rbol que encubre a la Sagrada Familia y que, en muchas
ocasiones, recibe una recompensa divina por su benefactora acci—n lo
encontramos tambiŽn en los cuentos tradicionales. J. Camarena y M. Chevalier
(Camarena, 2003: 45-46) crearon un Tipo hisp‡nico nuevo para albergar este
relato, concretamente el [750K], [La planta bendecida], que
describen del siguiente modo:
La Virgen Mar’a
o el Ni–o Jesœs reciben algœn beneficio de algœn ‡rbol o planta, que es
bendecido.
De
este cuento mencionan una versi—n noruega y tres versiones tradicionales
espa–olas: la catalana de Coll i Mart’, una extreme–a inŽdita registrada por
JosŽ Luis Puerto, y otra gallega. Sin embargo, varios ejemplares m‡s podemos
aducir que siguen con fidelidad el esquema argumental descrito anteriormente.
As’,
C. Cabal (1920: 224) registr— otra versi—n en Asturias, con el romero como
protagonista:
Y sucedi— que los soldados de Herodes
tuvieron noticias de que la Virgen y San JosŽ andaban por el desierto con el
Ni–o[É] Y al desierto se fueron en su busca [É] Y despuŽs de correr, correr,
correr [É] los soldados los vieron a lo lejosÉ
La Virgen oy— sus gritos de alegr’a y
pens— que eran las fierasÉ
—ÁAy, JosŽ, que las fieras nos
persiguen!É
Y San JosŽ, con temor:
-ÁEl Ni–o proveer‡!É
Anduvieron [É] anduvieron, en busca de un
refugio a que acogerse, y los soldados avanzaron tanto, que la Virgen vio
brillar sus armadurasÉ
—ÁAy, JosŽ, que son soldados
enviados por Herodes!É
Y San JosŽ, con m‡s temor aœn:
—ÁEl Ni–o proveer‡!É
Y vieron una planta de romero, que crec’a [É] que crec’a
[É] Y se acogieron a ella [É]
Entonces, el romero los cerc—, los envolvi— totalmente, y los soldados pasaron
sin sentirlos y sin verlos [É] sin percibir otra cosa que la caricia de aromas
que se escapaba de la plantaÉ Desde entonces, el romero est‡ bendito.
Si
viajamos ahora hacia el sur, concretamente hasta la Regi—n de Murcia, nos
encontramos con el precioso ejemplar recogido por S‡nchez Ferra (2000: 94, n.¼
74) en el municipio de Torre Pacheco, que a–ade una rara variante etiol—gica de
la historia:
La
ÇoÈ del hueso del d‡til
Voy a contar por quŽ los huesos de los d‡tiles tienen una ÇoÈ. Pos entonces es que iba la Virgen y San JosŽ caminando, y iban huyendo hacia Egipto. Y entonces, huyendo como iban, pos iban pidiendo amparo, y le pidieron amparo a la palmera. Dice:
—ÁOh
palmera, cœbrenos!
Y
entonces la palmera los cubri—, baj— las palmas y los cubri—. Y desde ah’ viene
la ÇoÈ que lleva el gŸeso de los d‡tiles.
Curiosamente,
tambiŽn puede darse el caso contrario: el de la planta que desatiende las
sœplicas de la Virgen y que por eso es castigada. Veamos el ejemplo que nos
ofrece de nuevo S‡nchez Ferra (2000: 94, n.¼ 73) en otro relato etiol—gico
incluido de la misma colecci—n de Torre Pacheco:
El
amargo sabor de la retama
Iba
huyendo la Virgen porque le iban a matar al Ni–o, y no encontraba donde
meterse; y entonces se meti— debajo de la retama. Dice [la planta]:
—No
te puedo tapar.
—ÁPues
que te veas tan amarga como yo me veo!
A
la misma leyenda se refieren F. L—pez Meg’as y M.» J. Ortiz L—pez (L—pez
Meg’as, 1997: 265), ahora en tierras de Albacete, donde se a–ade una segunda
secuencia que es la de la planta bendecida, la higuera en este caso:
Cuentan
que, caminando embarazada, quiso esconder [la Virgen] al Ni–o al ser perseguida
en la Huida a Egipto y, al pasar junto a una retama le pidi— la protecci—n de
su sombra y Žsta se la neg—, por lo que le dijo: ÇÁOjal‡ te veas tan amarga
como me veo yo!È.
Desde
aquel momento, la retama es m‡s amarga que las tueras.
Prosigui—
la Virgen la marcha hasta llegar a una higuera, que s’ le dio cobijo. Por eso,
despuŽs de reposar y despistar a los perseguidores, la Sant’sima se despidi— de
ella, diciŽndole: ÇPor haber protegido al Ni–o, deseo que des dos cosechas al
a–oÈ.
Y,
desde entonces, as’ ha sido.[5]
El motivo de la planta o ‡rbol ocultador/delator
tambiŽn obtuvo difusi—n literaria. Fradejas (2005: 200-201 y 204-206) da
testimonio de varios textos literarios contempor‡neos: en el novelista del
siglo XIX PŽrez Escrich y en el poema dram‡tico BelŽn de Carmen Conde, quienes atribuyen el mŽrito a la palmera; o en un
poema de Jacinto Verdaguer, donde de nuevo el romero actœa como vegetal
ayudante frente a la impiedad del tamarisco y la ca–a. Hasta Vallegrande (Bolivia) lleg— la
leyenda, que ahora encuentra acomodo bajo la forma del romance y protagonizada
por el ‡rbol llamado mu–a (Fradejas,
2005: 207-208)[6].
El
caso es que en su œltima revisi—n del ’ndice de tipos folcl—ricos, Uther crea
una nueva entrada con el nœmero 750E, que titula La huida a Egipto. En su
descripci—n de este nuevo Tipo, Uther incluye aquellas narraciones que tienen
como tema el de la huida de la Sagrada Familia a Egipto para librar a Jesœs de
la muerte decretada por Herodes. Entre estas narraciones se encuentra la que
comentamos de la planta bendecida o maldita por su ayuda o indiferencia hacia
los santos en su fuga. Traduzco las palabras de Uther (2004, I: 399-400):
750E La huida a Egipto. Este tipo
miscel‡neo abarca diferentes cuentos relativos al viaje de la Sagrada Familia a
Egipto. Los acontecimientos narrados son habitualmente milagrosos:
(1)
çrboles/personas ayudantes: ‡rboles (sauce llor—n, ‡lamo, aliso, higuera,
palmera), plantas (helecho, retama, espino, cardo, avellano, rosal), frutos
(d‡til, pi–a, semilla de altramuz), p‡jaros (codorniz, alondra, ruise–or, perdiz,
golondrina, aguzanieves, bisbita, pinz—n real), otros animales (mono, carnero,
cabras, lobos), personas (herrero, alba–il, labrador, hombre ciego, gitano), y
cosas variadas (r’o, manantial, arroyo, huellas de cascos), ayudan a la Sagrada
Familia en su huida protegiŽndolos del sol o de una tormenta, u ocult‡ndolos de
sus perseguidores. Los ayudantes son recompensados por su acci—n.
(2)
En la leyenda del trigo un labrador enga–a a los hombres (soldados) que
persiguen a la Sagrada Familia diciŽndoles que los fugitivos pasaron por all’
cuando el campo de labranza, que ahora est‡ en saz—n, fue sembrado. Los
perseguidores desisten porque no saben que el trigo naci— y madur— en un mismo
d’a.
(3)
Mar’a lava los pa–ales de Jesœs y los tiende en un arbusto para que se sequen.
Sus poderes milagrosos provocan que el ‡rbol seco reverdezca o florezca, o bien
que sus flores tengan olor.
(4)
Como tampoco hay donde ba–ar a Jesœs, Mar’a lo lava en algunas fuentes
naturales, que desde entonces y para siempre manar‡n agua caliente.
(5)
Jesœs amansa a los lobos, que ayudar‡n a la familia en su huida.
(6)
Una ara–a teje su tela en la entrada de una cueva donde la Sagrada Familia est‡
escondida. Los perseguidores no miran dentro de la cueva porque creen que nadie
podr’a haber entrado recientemente.
(7) Algunos animales (escarabajo) o plantas delatan a la Sagrada Familia en su viaje a Egipto y son maldecidos.
(8)
Unos gitanos rehœsan dar cobijo a la Sagrada Familia, y por eso son condenados
a vagar desde entonces.
Termina
Uther comentando que el tema de la huida a Egipto aparece en el Evangelio de
Mateo II, 13-23, que es la fuente del evangelio ap—crifo conocido como Pseudo-Mateo.
Efectivamente, en este evangelio puede leerse (Santos Otero, 1999: 212-214) una
versi—n literaria del cuento de la planta bondadosa que tiene como protagonista
tambiŽn a la palmera, aunque ahora con un argumento diferente:
XX
1. Aconteci— que, al tercer d’a de camino, Mar’a
se sinti— fatigada por la can’cula del desierto. Y, viendo una palmera, le dijo
a JosŽ: ÇQuisiera descansar un poco a la sombra de ellaÈ. JosŽ a toda prisa la
condujo hasta la palmera y la hizo descender del jumento. Y cuando Mar’a se
sent—, mir— hacia la copa de la palmera y la vio llena de frutos, y le dijo a
JosŽ: ÇMe gustar’a, si fuera posible, tomar algœn fruto de esta palmeraÈ. Mas
JosŽ le respondi—: ÇMe admira el que digas esto, viendo lo alta que est‡ la
palmera, y el que pienses comer de sus frutos. A m’ me preocupa m‡s la escasez
de agua, pues ya se acab— la que llev‡bamos en los odres y no queda m‡s para
saciarnos nosotros y abrevar a los jumentosÈ.
2. Entonces el ni–o Jesœs, que pl‡cidamente
reposaba en el regazo de su madre, dijo a la palmera: ÇAg‡chate, ‡rbol, y con
tus frutos da algœn refrigerio a mi madreÈ. Y a estas palabras inclin—
la palmera su penacho hasta las plantas de Mar’a, pudiendo as’ recoger todo el
fruto que necesitaban para saciarse. Pero la palmera continuaba aœn en esta
posici—n, esperando que le ordenara erguirse la misma voz que le hab’a mandado
abajarse. Por fin, Jesœs le dijo: ÇAlzate, palmera, y recobra tu vigor, pues
vas a ser compa–era de los ‡rboles que pueblan el jard’n de mi Padre. Y ahora
haz que rompa de tus ra’ces esa vena de agua escondida en la tierra, para que
del manantial podamos saciarnosÈ. Al instante se irgui— la palmera y empezaron
a brotar de entre sus ra’ces raudales de agua cristalina, fresca y dulc’sima en
extremo. Al ver el hontanar, todos se llenaron de jœbilo y pudieron
saciarse juntamente con los jumentos y dem‡s gente de la comitiva, dando por
ello fervientes gracias a Dios.
XXI
Al d’a siguiente abandonaron el lugar. Mas, en el
momento de partir, Jesœs se volvi— hacia la palmera y le dijo: ÇEste privilegio
te concedo, palmera: que una de tus ramas sea transportada
por mano de mis ‡ngeles y plantada en el para’so de mi Padre. Y esta bendici—n
especial te otorgo: que a todos aquellos que hubieren vencido en un certamen,
pueda dec’rseles: HabŽis llegado hasta la palma de la victoriaÈ. Y, mientras dec’a esto,
apareci— un ‡ngel del Se–or sobre la palmera, le quit— una de sus ramas y vol—
al cielo llev‡ndosela en la mano. Al ver esto, cayeron todos sobre sus rostros
y quedaron como muertos. Mas Jesœs les habl— de esta manera: ÇÀPor quŽ habŽis
dejado que el temor invada vuestros corazones? ÀNo sabŽis que esta palmera
que he hecho trasladar al para’so est‡ all’ reservada para todos los santos del
edŽn, lo mismo que ha estado preparada para vosotros en este desierto?È Y todos
se levantaron llenos de gozo.
Se trata, como podemos comprobar, de una
tradici—n distinta segœn la cual el ‡rbol ofreci— sus frutos para calmar el
hambre o la sed de los santos, pero no para ocultarlos de las tropas
herodianas. A esta tradici—n se
refieren numerosos textos literarios que Fradejas (2005: 195-200) reproduce en
su obra citada.
No son los temas comentados los œnicos ejemplos
de la influencia de los evangelios ap—crifos en el folklore. No han tenido
cabida aqu’ otras leyendas muy difundidas como la de la esterilidad de la mula,
que fue castigada de ese modo porque se comi— la paja del pesebre donde naci—
Jesœs; o la maldici—n divina contra la serpiente, condenada a desplazarse a
arrastrarse sin patas por haber asustado a la mula que portaba a la Virgen y al
Ni–o; o el milagro de Jesœs ni–o, que alarg— m‡gicamente un tablero o viga mal
cortados; o las leyendas sobre p‡jaros que aliviaron el sufrimiento de Cristo
en la cruzÉ Historias estas conservadas en la tradiciones populares que han
coexistido con las narraciones can—nicas hasta el punto de confundirse con
ellas y formar parte de un mismo conjunto coherente de creencias y ritos en las
culturas de los pa’ses cat—licos.
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[1] Estos versos fueron recordados por la informante despuŽs de la primera
recitaci—n:
JosŽ le dice a Mar’a
a punto de echar a andar:
—ÀHas prevenido la ropa que tenemos que llevar,
que somos forastericos
y todos nos mirar‡n?—
Mar’a responde con
boca de risa:
—Ya
vamos decentes para o’r la
misa.—
[2] La versi—n de Francisco Mendoza a–ade estos versos a partir del 50b: —ÀQuŽ
se–as lleva esa gente? Hombre, deseng‡–anos./ —La mujer es muy bonita, el
Ni–o parece un sol;/ el hombre parece un poco m‡s viejo,/ que le lleva a ella
quince a–os o menos.
[3] De hecho, los evangelios ap—crifos nos presentan a Jesœs en su
infancia como un ser colŽrico y soberbio, que desprecia a sus maestros y
amigos, y que con su actitud desafiante indispone a sus padres ante la comunidad.
As’ por ejemplo, en el ap—crifo llamado Pseudo Tom‡s (II-III) se lee que cuando ten’a cinco a–os, Jesœs castig—, dej‡ndolo
transformado en ‡rbol seco, a otro ni–o porque dio salida con un mimbre a unas
aguas que aquŽl hab’a embalsado; o tambiŽn que mat— a otro muchacho porque
ven’a corriendo y choc— inadvertidamente contra Žl (IV). Esta faceta ap—crifa
de Jesœs ni–o puede relacionarse con los relatos folcl—ricos acerca de un hŽroe
juvenil que se comporta de forma bravucona o desconsiderada con sus semejantes
(recordemos, por ejemplo, los romances sobre el Cid, que modelan una figura
completamente diferente a la del hŽroe maduro y ejemplar del cantar de gesta; o
la del fortach—n de los cuentos tradicionales, como Juan el Oso, que con su
voraz apetito arruina la hacienda de sus padres, quienes tendr‡n que despedirlo
pues resulta una carga insufrible para ellos). En cualquier caso, el personaje
del hŽroe poco prometedor en sus comienzos resulta un t—pico folcl—rico
universal presente en todas las culturas y latitudes.
[4] Cuando Espinosa (hijo) public—, cuarenta a–os
despuŽs, su colecci—n completa de cuentos castellano-leoneses, en nota a este
cuento (Espinosa, 1987-1988, I: 507, n.¼ 183) lo catalog— err—neamente como una
variante del Tipo 750B, cuando en realidad se trata del 752C*.
[5] Segœn otra versi—n de la leyenda, catalogada como Tipo 774G (Aarne,
1995: 159 y Camarena, 2003: 166-167), la higuera da dos cosechas al a–o porque
Jesœs le concedi— esa facultad cuando el borrach’n de San Pedro le quiso hacer
creer que su fruta favorita era el higo (en realidad, como amante del vino que
es, prefiere la uva).
[6] En otra variante de este
cuento, es un animal y no un vegetal el responsable de la
delaci—n/encubrimiento. Camarena y Chevalier (Camarena, 2003: 43-44) crean un
Tipo nuevo para albergar el relato, el [750J], [El animal delator/encubridor
en la huida a Egipto].