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Missler, Peter.
“Tradición
y parodia en el Millonario de San Ciprián, primer recetario impreso para
buscar tesoros en Galicia (Las hondas raíces del Ciprianillo: 1ª Parte)”. Culturas Populares. Revista
Electrónica 2
(mayo-agosto 2006). http://www.culturaspopulares.org/textos2/articulos/missler.htm ISSN: 1886-5623 |
Tradición y parodia en el Millonario de San Ciprián,
primer recetario
impreso para buscar tesoros en Galicia
(Las hondas raíces del Ciprianillo:
1ª Parte)
Peter Missler
Resumen
En este artículo es descrito el Millonario de San
Ciprian editado por “Adolfo Ojarak”, un folleto barato y burlesco, impreso en A
Coruña a mediados del siglo XIX, que ofrece una lista de supuestos escondrijos
de tesoros romanos y moros enterrados en los alrededores de la ciudad, con sus
correspondentes exorcismos para desencantarlos. Aunque se trata de una broma,
debida quizás a algún impresor coruñés, refleja cómo era la tradición de los Ciprianillos de su época y las
creencias populares vivas en el imaginario popular de su tiempo.
Palabras Clave
Cipriano, Ciprianillo, Compostela, Coruña, Gaceta,
Galicia, Grimorio, Millonario, Ojarak, Santiago, Tesoros
Abstract
This article describes the spurious “Millonario de
San Ciprian” (the “Gazetteer of Saint Cyprian”) edited by a certain “Adolfo
Ojarak”. The Millonario is a cheap and burlesque booklet, printed in the mid 19th
century in Galicia (north-western Spain), which pretends to be an authentic
list of hidden treasures, buried many centuries ago by the Romans and the
“Moors” in the neighborhood of the city of Coruña, with the necessary magic
formulas to exorcise them of their protective spells. Although it is obviously
a professional joke of a local printer, the booklet does give some interesting
clues as to the popular beliefs concerning hidden treasures, and the wider
treasure-hunting traditions of that particular time and place.
Cyprian, Ciprianillo, Compostela, Coruña, Galicia,
Grimoire, Magic, Ojarak, Santiago, Treasures
En un estudio que escribió en
1885 acerca de la Inquisición de Galicia[1],
el gran periodista y erudito Bernardo Barreiro de Vázquez Varela relataba que
los paisanos de su tiempo creían firmemente que, en la biblioteca de Santiago
de Compostela, existía una copia colosal del Gran Libro de San Cipriano, el famoso libro clásico
de magia y de tesoros escondidos. Esta copia estaría compuesta, según los datos
aportados por Barreiro, por no menos de veinte tomos, y se guardaba
supuestamente en la parte reservada, encerrada en una estantería sólida y
fuerte, y fijada en su sitio por dos gruesas cadenas de hierro que evitaban que
personas no autorizadas pudiesen contemplarla.
Aquél sería
el ejemplar verdadero, la copia completa, de la obra de la que las ediciones
posteriores, ya fueran impresas o manuscritas, bien se identificaran con
manuales de magia o con simples listas de tesoros escondidos, no fueron más que
extractos miserables o patéticos sumarios.
Es obvio que
no existe, ni existió jamás, tal Madre de Todos los Ciprianillos en la biblioteca de
Santiago. Para empezar, porque nunca hubo ningún texto base de este clásico de la
bibliografía mágica, sino sólo un sinfín de versiones y de variaciones que se
copiaban unas a otras, abreviadas o extendidas según los gustos y las
necesidades de sus editores.
Pero lo que
sí existe hoy en día en la Biblioteca Xeral de Compostela es una pequeña joya
del mismo género: uno de los primeros Ciprianillos jamás impreso; quizás, incluso,
el primero: un folleto que, a juzgar por las características de impresión y por
su tipografía, debió de ver la luz en torno a la década de 1850 o poco después.
Este ejemplar, cuyo título es el
de el Millonario de San Ciprian, fue editado por un tal “Adolfo Ojarak”[2].
Y no puede ser comparado de modo muy favorable con la edición gigante que
soñaban las fantasías del pueblo a mediados del siglo XIX. No es ni grande ni
preciosa. No es extensa ni profunda. Ni siguiera es una obra seria. A decir
verdad, es una simple broma, una mera trivialidad, que nunca llegó a contar con
más de 64 páginas de papel barato y mal impreso, de las cuales sólo las
primeras veinte han sobrevivido hasta hoy, dentro de un legajo lleno de
desordenados papeles varios del periodista gallego Santiago de la Iglesia
Santos (1851-1931).
Por lo tanto,
no será este ejemplar el que pueda desvelarnos muchos nuevos secretos acerca de
las tradiciones mágicas del pasado. Aunque, como ejemplo curioso y
decepcionante del género, sí tiene su valor, porque nos muestra muy bien cómo
era la tradición de los Ciprianillos de su época y las creencias
populares vivas en el imaginario popular de su tiempo.
He aquí una
trascripción fidedigna de su portada:
Millonario
de San Ciprian
o sean
Los
Felices Descubrimientos
que hizo
este glorioso Santo en los tres años que estuvo en la cueva llamada de los
ZAMACUCOS
ecsistente
en el Monte Jurá
Dada a luz
Por Adolfo Ojarak
Una simple ojeada a esta portada, tan cuajada de latines, de alusiones
herméticas y de oscuros nombres de resonancias semíticas, basta para que nos cercioremos
de que nos encontramos ante una farsa. Aunque, eso sí, ante una farsa
construida con cierta pericia y, desde luego, con más de un toque de ironía.
Evidentemente, el editor no era
ningún ignorante ni ningún estafador vulgar, sino una persona con una cierta
formación, que exhibía relativos conocimientos de historia, que no desconocía
cierta bibliografía anterior y que, por supuesto, estaba familiarizado con
ciertas tradiciones de escritos mágicos.
El hecho, por ejemplo, de que
escogiese, o de que pretendiese que era Amsterdam el lugar de impresión de su
libro le señala como perfecto conocedor de la viejísima tradición de imprimir
en aquella ciudad libros prohibidos en España, donde al final eran recibidos
por vía de contrabando. He de añadir escépticamente, en cualquier caso, y más
desde mi condición de holandés, que, hasta donde yo sé, nunca hubo en Amsterdam
ningún impresor que firmase como Pijot, que no es, desde luego, un nombre
holandés.
El editor de nuestro libro sabía
algo de latín, aunque su estilo no puede compararse con el de Cicerón, y,
además, tenía conocimientos evidentes de literatura sobre asuntos mágicos,
tanto de su forma como de su contenido. Cuando, por ejemplo, pretende que su
libro remontaba a unos 350 años antes, no hacía más que seguir la práctica
habitual de todos los libros de magia, que siempre buscaban ganar prestigio
mediante falsas aseveraciones de antigüedad. La falsa fecha de 1521 situaba su
obra en la edad de oro de las pretendidas ediciones del Ciprianillo , si se tiene en cuenta
que la fecha de 1510, igualmente absurda, era la que se anunciaba (falsamente)
siempre en las portadas de la célebre versión escrita supuestamente por Jonas
Sufurino. Por último, cuando se refería a la estancia del santo en una cueva
durante tres años, demostraba estar familiarizado con la leyenda de San
Cipriano de Antioquia, que se halla en la base de la atribución de los
grimorios españoles a este santo legendario[3].
Tal leyenda
fue muy conocida en todos los rincones de la cristiandad. También, desde luego,
en España, según se documenta en citas y referencias de diversos autores; por
ejemplo, de Calderón de la Barca en su comedia El mágico prodigioso”[4].
La recreación calderoniana cuenta que, antes de convertirse al cristianismo,
Cipriano había sido un mago o un filósofo pagano de Antioquía que había pedido
al diablo que le diese los conocimientos mágicos que eran precisos para
conquistar el amor y arruinar la castidad de la virtuosa cristiana Justina. A
cambio de su alma, el diablo le tomó como aprendiz, y juntos pasaron un año en
el interior de una cueva en la que Cipriano aprendió todas las artes mágicas.
Pero, una vez completado el proceso de aprendizaje, resultó que todas aquellas
artes diabólicas se revelaron absolutamente impotentes para vencer la fe
inquebrantable de Justina, cuya única arma era el signo de la cruz. Convencido,
por ello, de que el cristianismo era una creencia más poderosa que cualquier
magia pagana, y de que Dios era infinitamente mas fuerte que el diablo, se
convirtió Cipriano a la nueva religión. Subió muchos peldaños dentro de la
iglesia, llegó a obispo de Antioquía, y, al final, llegó a ser martirizado, al
lado de Justina, en las persecuciones de Diocleciano del año 304.
El redactor
del Millonario recreó con frívola libertad esta leyenda, a la que añadió ingredientes que
no tenían nada que ver con la tradición más consolidada. La “cueva del los
Zamacucos”, por ejemplo, ha de ser una invención disparatada más. Y reducir
toda la cordillera de los Alpes a un solo “Monte Jurá” no lo es menos. Pero así
operaba nuestro “Adolfo Ojarak”, cuya broma tampoco se detuvo allí. En su
introducción (pp. 3-4) escribía lo siguiente acerca de nuestro santo, en estilo
tan torpe como incierto:
Que existen grandes tesoros sepultados en la concavidad de la tierra, nadie puede disputarlo; y entonces solo los sacrificios pueden recuperar los inconvenientes que proporcionan un favorable resultado. San Cipriano, es bien público fue el precursor y el que descubrió los arcanos de la naturaleza por las conversaciones que tuvo con los que por vía de encantamiento han ocultado sus intereses, para cuya revelación estuvo 3 años en una cueva con el demonio de quien supo el dinero y alhajas que habían dejado sepultado los moros.
En realidad, poco tiene que ver
toda esta parafernalia novelizada con la leyenda convencional de San Cipriano
de Antioquía, en la que no había cabida para ningún tesoro escondido, ni para
moros que hubieran dejado sepultadas sus riquezas, ni para misterios en
relación con los muertos que les encantaron. Pero la mezcla, ya desde la
introducción, de los dos temas principales, el de la magia y el de los tesoros,
resulta muy coherente con el hecho de que el Millonario de San Ciprian sea sólo un manual que
trataba de la recuperación por medio de la magia de tesoros enterrados en el
pasado. Aunque sería mucho más adecuado hablar de tesoros burdamente fabulosos
y de parodias de la magia, visto que en este librito todo son falsedades,
bufonadas y caricaturas.
Analicemos un poco más su
contenido, para que podamos apreciar hasta qué extremos.
Lo
que queda del folleto da información acerca de 17 de las originales 32
descripciones de tesoros que debió de contener. Cada descripción ocupaba un
capítulo que se refería a la topografía de cada escondite, a las
características de cada tesoro, a quién lo escondió, y a las instrucciones que
había que seguir para desencantarlos tras su localización. Casi todos los
tesoros de los que se habla eran romanos y moros, habían sido enterrados en
castros o castillos, o debajo de puentes y al lado de fuentes. Los nombres de
los lugares, y muchas de las fórmulas mágicas recomendadas para su
desencantamiento, estaban escritos en un idioma secreto que, a primera vista,
parece semítico, aunque su desciframiento se puede quedar al descubierto, sin
demasiado esfuerzo, al cabo de unos segundos.
Ya
el pseudónimo del editor, el “Adolfo Ojarak” de la portada, da la primera
clave. Si se lee al revés, “Ojarak” se nos muestra como la burlesca exclamación
gallega “¡Carajo!”. Una vez que sabemos eso, está claro que la
solemnidad de las fórmulas mágicas y de los mensajes secretos queda muy
disminuida, y que habremos de quedar prevenidos para asumir como tales todas
las bromas y burlas groseras del libro.
Tomemos
como ejemplo el primer capítulo (p. 4), donde se dice:
En el monte llamado Santi
Petri, al frente del faro Brigancio que se halla cerca de la Villa de la ARUÑOC,
y á un sitio que está al
ocidente ó inmediato á la mar como á distancia de 60 pies de una punta que forma
el susodicho monte acia al oriente, se halla depositado en el bajo de una peña
que está apoyada en otras mas pequeñas un tesoro de alhajas y dinero en oro: su
valor mas de dos millones de ducados y hay tambien mucho oro en polvo sin que
se pueda temer daño alguno para recoger todo, por que no está guardado por
ningun celador: este tesoro pertenece a Cayo Tulo Gobernador que fue del fuerte
Brigancio en la era cristiana de 1350.
Leído al
revés y algo reordenado, “Aruñoc” se convierte en “Coruña”, la ciudad conocida
como Brigantium en tiempos de los romanos, cuyo resto de aquella época más
famoso sería el faro conocido como la Torre de Hércules, situado al noroeste de
la ciudad vieja.
Una vez más
se aprecia que nuestro “Adolfo Ojarak” no era ningún tonto, aunque, desde
luego, sí que era un bromista. Conocía la geografía y la historia, y construyó
una descripción topográfica e histórica en toda regla, pese a que la dejase
trufada de detalles y de datos totalmente disparatados, como sucede con la
fecha absurda del 1350 d. C., en que ya no quedaban “romanos” en Europa. ¿Era
ésa una falta torpe? No. Era un disparate deliberado, como tantos que aparecen
sembrados en nuestro texto.
Fijémonos
ahora en el segundo tesoro al que se refiere el librito, uno que debía estar
supuestamente escondido en “la fortificación de Azo” (acaso en la zona de Santa
Maria de Oza, al sur de La Coruña). Dice el Millonario (pp. 5-6) que:
en el castro y antigua fortificacion de los
Moros que se llama de Azo, viniendo del Puerto del Ogrub [el Rio del Burgo – PM] hacia Brigancio,
à la derecha y cerca de la orilla del mar 452 pasos y 10 lineas, medida del
Cubicano al Norte se encuentra una muralla cubierta de tierra, y en ella
sacando una piedra cuadrada que tiene esta señal [viñeta con “Hic Est Locus” en margen – PM]
y profundizando 6 pies se encuentra una caja de plomo con unas letras iguales à
las que siguen [secuencia
de signos tipográficos de la época imposible de reproducir - PM], y en ella
está depositada una estatua de oro macizo del Dios Osiris, tiene 2 varas de
alto y pesa 4 quintales por el de Plusetno: tiene encantamiento y quedó
depositado por Scipio Mucio, General de las Legiones Romanas, para sacarlo à
luz cuando sus ascendientes legitimos lo quisiesen. El que trate de estraerlo
debe comer anises confetados”.
Si uno leyese
todo esto sin la debida concentración, podría no caer en la cuenta del uso de ascendientes en vez de descendientes. Otro absurdo más, hecho
para burlarse del lector y para gastarle otra broma.
No vale la pena que sigamos reproduciendo y comentando más capítulos;
porque en ese caso veríamos que todo va de mal en peor, y que las tonterías se
siguen acumulando a ritmo cada vez más acelerado. Según van sucediéndose las
páginas, los mensajes secretos van siendo desgranados con cada vez mayor
frecuencia, y alcanzando cotas más increíbles de ridiculez.
Pero no dejaremos de dar algunos ejemplos breves y reveladores, como el que
se refiere a que en “los Castros de Oznocip en Acnayam” hay, escondidos “12
barrones de oro Romano”, cada uno con un peso de “150 libras flobecianas”,
habiéndose de entender por un “flobeciano” lo mismo que “un peso de Syracusa”,
según nos explica con sorna el autor.
O el que tiene relación con las barras de oro en que estarían inscritas
estas letras: “S.A.R.A.J.A.B.A.R.T A.D.A.N Y.S.A.R.A.L.L.A.H”, que, puestas al
revés, advierten que: “HALLARÁS Y NADA TRABAJARÁS”,. No
faltan alusiones a otras 18 barras de plata, que llevan el texto encantador,
aunque algo pueril, de “S.A.R.A.D.U.S E.T Y.S.A.R.E.D.O.J”, es decir, de
“JODERÁS Y TE SUDARÁS”. Para poder recuperar estos tesoros, por cierto,
“necesitan los trabajadores mascar ajos puerros, y barnizar de hora en hora la
picaña con sebo de cabrito unciéndose la cintura con el miembro de un ORROZ”,
es decir, de un ZORRO.
Otro párrafo conmina a quienes tengan participación en la búsqueda a que
porten determinados signos mágicos mientras trabajan. Así, para recuperar el
tesoro del Castro de Alviña (el monte Elviña, al sur de Coruña) había que
portar “en la espalda el rótulo siguiente: OTURB”, una
calificación poco amable (BRUTO) del editor hacia sus clientes, si se lee al
revés.
Aparte del mago y de sus obreros, la recuperación de los tesoros exigía la
colaboración de varias personas de estatus especial, tales como sacerdotes y
vírgenes. Vestidos con ropas muy extrañas, y portando determinados utensilios
mágicos en las manos, los ayudantes tenían que seguir precisos rituales para
liberar el tesoro de sus hechizos.
En alguna ocasión se revelaba imprescindible, por ejemplo, que un sacerdote
diera comienzo a la excavación; en otra se exigía nada menos que “cantar en el
idioma de Confucio”; en otra más se requerían tres sacerdotes que habían de
formar un triángulo alrededor de un lugar y que celebrasen una misa negra;
mientras que una virgen de exactamente 13 años debía arrojar un haz de hierbas
exóticas sobre el tesoro en el mismo momento en que apareciera. Etcétera,
etcétera, etcétera.
Los ayudantes en la búsqueda del tesoro debían portar igualmente ciertas
inscripciones extravagantes en el cuerpo. Así, se colocaba entre los pechos de
la virgen un cartel con el lema “Edeup euq em siedivlo rop ol euq siedneterp,
(“Puede que me olvidéis por lo que pretendéis”) que
acaso debe pasar por una reflexión del diablo. Al pobre sacerdote se le
adornaba con “Etse se le omitlu oyasne ed im dadilaturb y airesim anamuh”
(“Este es el último ensayo de mi brutalidad y miseria humana”), lo
que sería un gran alivio, si fuese verdad.
Por desgracia, no lo era, porque “Adolfo Orajak” continúa y continúa ensartando disparates uno detrás de otro. Los estragos del tiempo, que se ha comido cuarenta páginas de nuestro folleto, acaba liberándonos de la obligación de mantenernos atentos a sus patrañas.
Vista la grosera ironía del autor, podría sospecharse que hasta un niño de
escuela hubiera podido haber sido el autor de este Millonario.
Pero me temo que la verdad sea otra. Es imposible descubrirlo todo acerca de
quien se escondió tras del pseudónimo de “Adolfo Ojarak”. Pero algo sí podemos
averiguar acerca de él. Para empezar, que debió de ser un ciudadano de La
Coruña, porque, como observó Santiago de la Iglesia en una nota en lápiz en los
márgenes de la portada,“casi todos los Montes (invertidas) son de la
Coruña y cercanias. Debe ser obra de un Coruñes gracioso”. Es
muy posible que fuera, además, una persona de buena formación y relativamente
próspera, porque a veces da signos de cierta erudición, y porque el folleto fue
impreso, lo que siempre costaba un buen dinero.
Estos indicios me hacen sospechar que el Millonario
pudo ser obra de algún impresor coruñés de la época, y que
acaso tuvo, originalmente, el carácter de broma destinada a que circulase entre
sus amigos, más que a alimentar el mercado de los buscadores de tesoros, dado que
hasta el mas crédulo de los coruñeses debía ser capaz de advertir, casi a
primera vista, el trasfondo burlesco de esta versión paródica del Ciprianillo.
[1] Bernardo Barreiro de
Vázquez Varela (1850-1904), Brujos y astrólogos de la Inquisición de Galicia
y el famoso libro de San Cipriano, 1ª edición, Coruña 1885, p. 122.
[2] Millonario de San Ciprian en la Biblioteca Xeral
de Santiago de Compostela, Sección Manuscritos, legajo nº 619, Papeles de
Santiago de la Iglesia Santos (1851-1931). El folleto mide 11 x 16 cms. en
papel gris hecho jirones.
[3] De vez en cuando se identifica al santo como San
Cipriano de Cartago. Ello es sólo una torpe confusión entre el Cipriano
legendario (de cuya existencia no hay registro probatorio) y el obispo de
Cartago y gran padre de la iglesia, quien tuvo existencia real, aunque jamás
tuvo nada que ver con las artes mágicas. La confusión se debe a que ambos
vivieron en el siglo III y fueron martirizados en los últimos días de septiembre.
Esta confusión no es, por cierto, excepcional: el calendario anglicano también
atribuye el día de Cipriano de Antioquia (el 26 de Septiembre) a Cipriano de
Cartago (quien murió el día 14).
[4] Hay versiones siríacas y etíopes; una emperatriz bizantina lo menciona
dentro de un poema religioso que escribió y se encuentra en las escrituras de Prudentius
y de San
Gregorio de Nazianzus. En España se documentan referencias a las andanzas de
San Cipriano en 1529, en el célebre tratado de Fray Martín de Castañeda que
llevó el título de Tratado de supersticiones y hechicerías;
en el mismo siglo hay referencias en las obras de Bartolomé de las Casas,
Alonso de Villegas, Martín del Río, etc. El Padre Feijoo vuelve a recoger el
asunto en el siglo XVIII. Por otro lado, la leyenda de la Cueva de San
Cipriano, en Salamanca, en la que se decía que el diablo mismo enseñaba las artes
mágicas (reflejo directo de la historia de Antioquia), fue
mencionada, glosada y hasta parodiada por muchos escritores de la época, como Ruiz de Alarcón, Rojas
Zorrilla, y, sobre todo, Cervantes, en su genial Entremés de la Cueva de
Salamanca.