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Mendez, Claudia. ÒLas
voces de Pedro Grillo: poŽtica y recepci—n en una colecci—n de cuentos tradicionales
argentinosÓ.
Culturas Populares. Revista Electr—nica 2 (mayo-agosto 2006). http://www.culturaspopulares.org/textos2/articulos/mendez.htm ISSN:
1886-5623 |
Las voces de Pedro Grillo:
poŽtica y recepci—n
en una colecci—n de cuentos
tradicionales argentinos
Claudia
Mendez
University
of Pennsylvania
ÒEn ocasiones se menciona como literatura popular
cualquier libro que tenga mucha difusi—n. Para evitar confusiones, llamamos
aqu’ literatura popular a la que es an—nima, de transmisi—n oral, la que
recorre el idioma y a veces el mundo pasando de boca en boca sin que nadie sepa
de donde sali—.Ó
Ana Mar’a Shua:
Como agua de manantial.[1]
Oral narrative,
or what we call storytelling is everyday speech, is as much around us as the
air we breathÉ John
D. Niles Hommo Narrans [2]
El prop—sito de este trabajo
es investigar una serie de relatos tradicionales argentinos recibidos oralmente
y reflexionar sobre las condiciones en las que fueron recibidos, la poŽtica y
formaci—n del narrador tradicional. Pedro Grillo es uno de los personajes m‡s
interesantes de este corpus, sus caracter’sticas y evoluci—n son analizadas.
TambiŽn se comenta una versi—n de La flor de la higuera y otras composiciones
de tradici—n oral.
Cuentos
tradicionales. Pedro Grillo. PoŽticas de la literatura oral. Animales. Folclore
infantil. Argentina.
The purpose of this paper is to
examine a series of Argentinean traditional stories of oral transmition, and to
concentrate on the conditions in which they were received, the poetics and the
formation of the traditional narrator.
Pedro Grillo is one of the most interesting characters of this corpus; its
characteristics and evolution are analyzed. A version of La flor de
la higuera and other popular productions are also commented.
Folktales.
Pedro Grillo. Oral Literature Poetics. Animals. ChildrenÕs Folklore. Argentina.
Tal como es
v‡lida la opci—n de alejarse del objeto de estudio para lograr mayor
objetividad, es igualmente leg’timo estudiar a partir de la propia experiencia
y conexi—n con el material estudiado. La posibilidad de estudiar el fen—meno
desde su interior es particularmente enriquecedora cuando se trata de
profundizar en terrenos tales como los de la cultura tradicional y la letrada,
sus mœltiples influencias, la superposici—n de ambas, las leyes que rigen la
creaci—n y la transmisi—n de los discursos orales o escritos. El prop—sito de
este trabajo es recopilar una serie de cuentos y tradiciones que asocio con mi
infancia, que recib’ por v’a oral y teorizar sobre estos materiales,
someramente. Me propongo convertirme a la vez en recopiladora y recopilada, es
decir, partir de mi propia experiencia de oralidad para reflexionar sobre lo
vivido por escrito.
Quiero empezar con los antecedentes de esta
recopilaci—n. Fue en 1997, en la Universidad de Alcal‡ de Henares, donde tomŽ
un curso que se llamaba ÒLiteratura Popular en el Siglo de OroÓ y fue all’
donde adem‡s de recibir informaci—n sobre una producci—n art’stica que me era
desconocida en su mayor parte, me contaron los mismos cuentos que me contaba mi
abuelo, en la infancia, en Buenos Aires, Argentina hace muchos, muchos a–os. Por
lo general, la literatura que
estudio y la m‡gica y legendaria que me llev— a enamorarme de la literatura no
se tocan pero esa vez los caminos se cruzaron, as’ como en los cuentos.
El prodigio empez— en la primera clase, la profesora:
Mar’a Cruz Garc’a de Enterr’a nos reparti— un cuento fotocopiado donde reconoc’
una frase: Ò... y con palabra santa lo asŽ y me lo com’...Ó M‡s tarde, mientras
mis compa–eras segu’an con la lectura recordŽ algo que ven’a antes: Ò...yo tirŽ
al que vi y matŽ al que no vi, y con palabra santa lo asŽ y me lo com’... Ó La
voz de mi abuelo contando la misma historia, algunas palabras distintas, otras
iguales. El texto que la profesora hab’a fotocopiado para nosotros hab’a sido
recopilado del repertorio oral espa–ol y era casi igual a uno que yo hab’a
escuchado en la cocina de mis abuelos a–os antes.
En otras clases del mismo curso, JosŽ Manuel Pedrosa,
a cargo de la segunda parte del seminario que se dedicaba a la narrativa
tradicional, me vino a contar c—mo terminaba otro cuento que el abuelo dejaba
con un final abierto que yo detestaba porque la pobre princesa quedaba sin
rescatar, mientras el pobre pr’ncipe, despuŽs de haber matado al toro y de
abrirle la panza, hab’a tenido que perseguir a un conejo que se escapaba
corriendo; cuando llegaba al conejo, le abr’a la panza tambiŽn, y de la panza
sal’a una paloma, y la paloma se iba volando... Ese fin que yo odiaba no era el
final, s—lo que la œltima vez que me lo cont— lo hab’a dejado ah’, quiŽn sabe
por quŽ raz—n, y tuve que esperar 25 a–os para enterarme de c—mo terminaba ese
mismo cuento. Finalmente, la paciencia y el tes—n que ense–an los cuentos
tradicionales se ve’an recompensados en la vida real. Pedrosa explic— que en el
relato tradicional de la paloma se extrae un huevo, el huevo es arrojado a la
cara del gigante que resulta vencido por este gesto (AT 302A). [3]
Esto
del huevo, elemento que sirve como met‡fora de la vida, el comienzo, el
principio, me hizo recordar
inmediatamente unos versos que se dec’an mi mam‡ con sus hermanas, tambiŽn
ense–ados por mi abuelo:
- ÀY el agua?
-
Se la tomaron los patos
-
ÀY los patos?
-
Se fueron a poner huevos.
-
ÀY los huevos?
-
Se los comieron los frailes.
-
ÀY los frailes?
-
Se fueron a dar la misa.
-ÀY
la misa?
-
Se hizo carb—n y ceniza.
- Tiro tres bolitas al aire,
una
para Juan,
una para Pedro
y otra para....
SILENCIO RANA
QUE EL SAPO ESTç EN LA VENTANA.[4]
Era
un juego que consist’a en decir este poemita y cuando terminaban nadie pod’a hablar.
El que hablaba ten’a un castigo: en general, hacer algo que no quer’an hacer
los dem‡s; por ejemplo, lavar los platos o barrer la cocina. Habitualmente se
propon’a el juego cuando hab’a una discusi—n sobre quien estaba encargado de
alguna obligaci—n. La competencia empezaba poniendo los pu–os uno sobre otro en
una pila; cuando todos los participantes hab’an puesto las dos manos alguien
preguntaba:
- ÀDe quiŽn es ese pu–ito?
-
M’o - respond’a el due–o.
-
ÁS‡quelo!
Y as’, hasta terminar la pila; y entonces empezaba el
recitado. Supongo que poner los pu–os unos sobre otro ser’a para dejar en claro
quiŽnes participaban en el juego; algo as’ como la representaci—n de una jura;
se compromet’an los que pon’an sus pu–os a cumplir con la penitencia que sufrir’a
el que cometiera la torpeza de hablar primero. DespuŽs de la jura, ven’a
el Òsilencio rana que el sapo est‡
en la ventanaÓ. Quien cometiera la trasgresi—n deber’a asumir las
consecuencias. Este modo divertido de terminar con pleito que podr’an hacerse
interminables de otro modo, era un ritual que se respetaba religiosamente.
Alguna
vez yo he participado del juego con mis primos. No se me hab’a ocurrido pensar
en aquel tiempo que lo que presenciaba en la cocina de la casa de mis abuelos
era el tesoro cultural de siglos pasados y que esta resoluci—n de conflictos
infantiles era propia del conocimiento tradicional, funcional, transmitido
oralmente por generaciones. Sospechaba que estas palabras eran antiguas pero
supuse que ven’an de su propia infancia (la de mi abuelo) nunca pensŽ que los
relatos tradicionales con los que me entreten’a eran el producto de la
colaboraci—n de millones de voces an—nimas, recreadas para ense–arnos a cumplir
con lo pactado, a buscar acuerdos, a aceptar las consecuencias de las
transgresiones, a buscar la soluci—n poŽtica de los conflictos cotidianos. Precisamente esta es una de las
sensaciones que tiene todo el receptor de los productos folkl—ricos, que el
cuento, el poema, el ritual le es profundamente propio, compartido por la
unidad familiar, original, su verdadero patrimonio que recibe sin cuestionar
con todos sus componentes y unas circunstancias que cree œnicas para las
transmisi—n de estos bienes culturales. Sin olvidar que lo verdaderamente
m‡gico es la repetici—n de estos juegos, relatos, cantares que nos hermanan con
la especie humana a travŽs de los milenios.
ÀSe puede hablar de una poŽtica de lo popular? [5]
Yo creo que s’ hay un
estilo, unos recursos, unos objetivos que son propios de los saberes populares.
Comunicarse, ense–ar, transmitir informaci—n abstracta o concreta no ha sido
nunca f‡cil y el interŽs por el juego y la belleza son inherentes a la
condici—n humana; por eso las producciones populares se han transmitido de
generaci—n en generaci—n, con esos contenidos misteriosos que se necesitan para
la vida cotidiana, en forma de relatos llenos de significados, entretenidos y
bellos que van pasando de padres a hijos, de vecino en vecino, de pueblo en
pueblo. Los que cumplen con el objetivo de entretener, de sugerir y de
problematizar la realidad, que aparecen repetidos pero siempre con variaciones.
En
su libro, El cuento popular en los Siglos de Oro, Pedrosa puntualiza que ÒTodo cuento tradicional es tambiŽn oral y
popularÓ (18). Y declara que todo cuento tradicional adem‡s de la transmisi—n
oral, presenta caracter’sticas tales como la variabilidad (cada versi—n es
diferente) la migratoriedad, la funci—n de entretenimiento y la funci—n
endoculturadora y socializadora. (19) Todos los relatos aqu’ recopilados
presentan estas caracter’sticas.
Los
cuentos, los poemas y canciones de producci—n tradicional tienen una serie de
leyes para su transmisi—n que deben observarse para saber algo m‡s sobre sus
contenidos y sus funciones, muchas veces inconscientes para los mismos
participantes. Estos contenidos ocultos deben buscarse no s—lo en los discursos
en s’ mismos, sino en las condiciones de producci—n y transmisi—n de los
relatos tradicionales. Siempre teniendo en cuenta que estas leyes, no escritas,
de la transmisi—n oral, deben ser deducidas por la observaci—n. Para encontrar
constantes en estas pr‡cticas de transmisi—n y producci—n, hay que describirlas
primero para estudiarlas mejor. Sin embargo esta sistematizaci—n es dif’cil,
dada la versatilidad que le es propia. Pero si suponemos que se pueden se–alar
ciertas caracter’sticas generales que se encuentran presentes en el proceso
repetid’simo y vasto, podremos
intentar un esquematizaci—n para cotejar casos y ver si se puede hablar de
elementos comunes en las producciones tradicionales y sus formas de
transmisi—n.[6]
La
cultura letrada ha tomado materiales y los ha adaptado a sus propios esquemas
de producci—n; al mismo tiempo, la cultura tradicional y oral tambiŽn ha tomado
de las producciones letradas diferentes recursos y argumentos. El tema de las
influencias mutuas no es el punto de este trabajo. Lo importante en estas
p‡ginas ser‡ tratar de responder a las siguientes preguntas: para quŽ folklore,
c—mo, cu‡ndo, para quiŽn, entre quiŽnes segœn mi propia experiencia de
receptora. Tomar el esquema que simplifica el circuito de la comunicaci—n en:
emisor, mensaje y receptor, puede servir para organizar esta aproximaci—n, s—lo
tentativa, al campo de la producci—n tradicional. Dicho de otro modo, se
propone estudiar el fen—meno folkl—rico como un todo y a la misma vez recopilar
observando las circunstancias de la recreaci—n de los discursos y sus
funciones. Pero es necesario estudiar al sujeto folkl—rico no como otro sino
como uno mismo. Reconocer en las propias pr‡cticas culturales la presencia de
lo tradicional, popular, œnico y repetido.
El autor, los emisores, el mensaje
En muchas de las sociedades que cuentan parece subyacer la idea
siguiente u otras similares: Creador, s—lo Dios. Los hombres y mujeres cuentan
los que les contaron, lo que vieron o escucharon. Las historias son del viento
o de todos. No obstante, cada vez que cuentan, crean, inventan, completan con
su imaginaci—n lo que necesitan. Saber para los narradores tradicionales es
recordar, noci—n con resonancias plat—nicas pero perfectamente aplicables a
este modo de producir. Para recordar, adem‡s, hay que escuchar, resumir, captar
la esencia para adaptarla en cada ocasi—n y reemplazar lo que ya no es
pertinente. Se recuerda la estructura b‡sica, el argumento, los personajes
centrales; para contarla se usan f—rmulas que sirven para cualquier tipo de
relato y avisan al oyente quŽ tipo de historia va a escuchar. Pero tambiŽn se
recuerdan con forma de verso o peque–os fragmentos rimados algunas partes, esenciales
de cada historia, lo que la hace diferente de las dem‡s. Tal es el caso de Òy
con palabra santa lo asŽ y me lo com’Ó, la sola menci—n del acertijo me hac’a
pensar en todo el cuento. Un cuento no se puede recordar palabra por palabra
como se suele recordar una poes’a o un romance, dentro de la estructura
narrativa hay partes variables y partes invariables, que ayudan al
reconocimiento y la reproducci—n de estos relatos tradicionales.
Parad—jicamente, es necesaria en la recopilaci—n y recreaci—n de los relatos
tradicionales la bœsqueda de los tipos y los motivos que acercan a cada cuento
con sus versiones y la aceptaci—n de las diferencias de cada relato que
dependen de esas circunstancias de enunciaci—n.
Simplificando extremamente, hay dos tipos de relatos
b‡sicos que puedo reconocer entre los que he recibido por v’a oral: los que
desde el principio se reconocen como cuentos y los que pretenden ser historias
verdaderas. Los primeros eran, por lo tanto ficticios, comenzaban con f—rmulas
como Òhab’a una vez... en un pa’s muy lejanoÓ, Òen tiempos muy antiguos cuando
Dios andaba por la tierraÓ o simplemente Òhace muchos a–os...Ó Lo que tienen en comœn estas f—rmulas
es que ubican la acci—n en un lugar indeterminado pero lejano y en un tiempo
pasado pero remoto. Este distanciamiento espacio-temporal sirve para que el
receptor o los receptores sepan que el relato es una ficci—n y que su discurso
ser‡ simb—lico.
Entre los cuentos que me contaba mi abuelo de esta
especie, hab’a otros dos subgrupos bien diferenciados (el ciclo de Don Juan, el
zorro: es decir, los cuentos de animales, con algunas caracter’sticas de
f‡bulas pero m‡s para divertir que para ense–ar), y los de Grillo (Pedro
Grillo)[7]; Žstos eran los maravillosos, con pr’ncipes y princesas, encantamientos,
pruebas y dificultades que el hŽroe venc’a. Muchas veces el hŽroe era Grillo y
estos cuentos que podr’a reconocer como maravillosos conten’an adivinanzas,
acertijos y juegos de ingenio. Todos estos eran cuentos para ni–os, sin
intenci—n de verosimilitud y se opon’an a otro tipo de relatos que empezaban
con f—rmulas como: ÒEsto no es cuentoÓ
ÒÀSe acuerdan de Fulano, hijo de Mengano o vecino de tal lugar?Ó Aunque estas referencias no eran para
nosotros, los chicos, que no conoc’amos ni objet‡bamos nada. Se constru’an esos
relatos en base a referentes que los mayores conoc’an, y con tales
caracter’sticas se contaban ÒsucedidosÓ[8]:
cosas que le hab’an pasado a alguien a quien ellos conoc’an o que hab’a
recibido de Òbuena fuenteÓ. Muchos de estos relatos podr’a asimilarlos con los
que se conocen comœnmente como cuentos fant‡sticos, realistas o policiales de
horror. Pero como aparec’an en conversaciones familiares y ten’an referencias
concretas parec’an cre’bles o veros’miles. Supongo que muchas veces eran un modo
solapado de contarnos cosas del campo a los chicos que nos est‡bamos criando en
los suburbios de Buenos Aires, en una cultura que sent’amos ajena algunas
veces.
Muchos cuentos de los que recuerdo eran relatos dentro
de otros relatos, en los cuales el primer plano de ficci—n tiene como objetivo
para contar de d—nde se recogi— el suceso y la segunda parte se dedica a la
historia propiamente dicha. La voz oral narrativa pone muchas veces en duda lo
que est‡ relatando. Este recurso, tambiŽn usado en la literatura letrada y
prestigiosa, sirve para que el lector que desconf’a del contenido del relato,
se sienta emp‡tico con la voz narrativa. Algunas veces, el hecho contado se
presenta para cuestionar la credulidad y pretende re’rse de los que creen
cualquier cosa. Esa ambigŸedad del relato muestra la versatilidad del narrador
tradicional, capaz de integrar la incredulidad del receptor y de incluirla en
el relato para crear un interesante juego narrativo de ocultamientos y
negaciones.
Algunas veces, los cuentos se contaban como cosa
seria, para asustar o intrigar; y
otras, relatos muy parecidos se usaban para ense–ar a no creer en todo lo que
se o’a. TambiŽn pod’a darse que despuŽs del relato se intentara dar una explicaci—n
l—gica al hecho, pero la vacilaci—n propia del cuento fant‡stico cl‡sico estaba
presente casi siempre. Los relatos se agrupan por temas o por personajes en
comœn, y se pueden mezclar los de miedo con los c—micos o los de
Òfantas’aÓ. Estos œltimos eran los
que se conocen como maravillosos.
La
complejidad de los recursos usados para contar prueba que emisores y receptores
tienen una sofisticaci—n que muchas veces escapa a los investigadores que
esperan encontrar relatos ingenuos y unilineales, simples por prevenir de
mentes simples. Pero en mi experiencia, ni la voz narrativa pretende que se
crea todo, ni los receptores aceptan pasivamente todo lo que escuchan.
Recordemos que se produce el juego narrativo en presencia de un grupo que puede
cuestionar, rebatir o corregir, porque se crea o recrea en presencia de los
receptores. El esquema del circuito de comunicaci—n cl‡sico es particularmente
œtil en este caso, porque todos los elementos est‡n presentes sincr—nicamente e
interactœan de tal modo que un mensaje puede modificarse sobre la marcha, cosa
que no ocurre con las producciones letradas, en las que el autor produce en
soledad y salvo en el caso del teatro no tiene ocasi—n de ver las reacciones
que su creaci—n produce. Y aun en el caso de recibir las reacciones los autores
no pueden inmediatamente cambiar el mensaje, sino que deben posponer cualquier
adaptaci—n posible hasta la pr—xima presentaci—n o representaci—n de la
historia. El narrador tradicional es cualquiera, o todos, o cada cual en
su turno. No obstante se destacan algunos por sus
dotes naturales y adquieren fama entre sus iguales que incluso trascienden sus
c’rculos habituales.
Todos los relatos que forman parte de este trabajo me
fueron contados por mi abuelo materno o Žl se lo cont— a alguien cercano que me
lo transmiti—. Los recuerdo muchos a–os despuŽs, sin la ayuda de otras personas
en mi familia que pudieran completar los relatos que escribo. Mi abuelo hab’a
nacido en Entre R’os (Argentina) a finales del siglo XIX. Era hijo de una india
charrœa. Muri— en Buenos Aires en 1973; fue un gaucho hasta el final; la rastra[9] la llev— siempre y el reloj de bolsillo, tambiŽn. Con Žl se fueron un
modo de vida y un mont—n de historias que recordamos fragmentariamente, algunos
de sus nietos. Nunca fue a la escuela pero ayud— a levantar varias. El abuelo
era un gran conversador y mejor cuentista; es el modelo del que hablo, porque
es el que m‡s me impresion— en mi infancia, pero creo que, como Žl, hay muchos
narradores tradicionales que merecen el mismo respeto que los grandes creadores
letrados. Aprendi— a leer y a escribir solo y fue un ‡vido lector toda su vida.
Sus lecturas preferidas eran los diarios y los libros de historia. No le
gustaba leer ficci—n, en su casa atesoraba tres libros, la Biblia, el Mart’n
Fierro y la novela Amalia de JosŽ M‡rmol, lo dem‡s, supongo, ven’a por v’a
oral, y es lo que aqu’ se detalla.
Formaci—n del narrador tradicional
Para empezar se puede decir que un narrador
tradicional se hace, principalmente. Hay que agregar que ciertas condiciones,
como una prodigiosa memoria o un don para elegir la palabra precisa, son
virtudes importantes, pero se aprende a narrar oralmente del mismo modo que se
aprende a escribir cuentos o sonetos, con la pr‡ctica. La oportunidad de estar
expuesto a los modelos y el entrenamiento son los que completan la formaci—n de
un narrador tradicional.
Hace un par de a–os volv’ a Argentina en uno de mis
viajes y pude ser testigo del momento preciso en que mi sobrino, en ese momento
de siete a–os, comenzaba a narrar. Lo suyo eran los chistes, creo que
aprendidos en el colegio, pero que empezaba por el medio, se olvidaba del final
o se saltaba un detalle muy importante para que tuviesen gracia. Una de mis
hermanas, la menor, lo invitaba a contar pero con preguntas iba guiando el
relato: Òy entonces, ÀquŽ pas—? ... Y despuŽs ÀquŽ dijo? ÀY con quiŽn estaba el
chico?Ó En fin, le hac’a repetir partes, le dec’a al o’do c—mo segu’a, le
festejaba los aciertos y lo ayudaba cuando se quedaba en blanco. Algo parecido
hab’amos hecho con ella cuando ten’a 4 o 5 a–os que fue cuando ella empez— a
contar y ten’a tres hermanas mayores para que le ayuden. Los resultados fueron
desiguales, ella sigue siendo una maravillosa narradora, mi sobrino disfruta de
las buenas historias pero le sigue costando transmitirlas.
Los
chicos son graciosos contando, aœn cuando se equivoquen; pero, para que
aprendan a contar, hay que dejarlos participar en las conversaciones,
escucharlos con atenci—n, y pedirles que repitan sus ÒŽxitosÓ m‡s sonados para
que vayan ganando confianza. Todo
esto se hace con completa naturalidad: es para que sepan c—mo organizar la
informaci—n que quieren transmitir, para que disfruten de la atenci—n que es
uno de los principales incentivos para contar. Las ruedas de primos o de amigas
son un buen lugar para practicar cuentos; sobre todo los de miedo o los
chistes. Se puede conservar el
turno s—lo si mantiene la atenci—n de la audiencia; cuando lo contado deja de
tener interŽs, el turno termin—. Los que saben cuentan, los que no, escuchan
hasta que se les ocurra algo.
En
las ruedas de cuentos entre chicos, rara vez los relatos son muy largos; es m‡s
f‡cil mantener el interŽs por un per’odo de tiempo m‡s breve. Se cuenta con
palabras, con las manos, con el cuerpo, se dramatiza, se muestra c—mo y quŽ tan
alto y cu‡n gordo. Se hace referencia a lo que todos conocen, se mantiene el
contacto con los que escuchan. Se cuenta para presumir o para entender, para
que otro complete el relato, o para que te digan que no es posible. No
solamente se cuenta frente a otros: se cuenta con otros. El relato se modifica,
completa, se compara en sus versiones. El cuento, como el juego, para los
chicos es experimentaci—n, adem‡s de entretenimiento. Contar entre los grandes
ya requiere otras cualidades pero cada instancia sirve como pr‡ctica.
Otra
oportunidad eran los domingos o alguna fiesta familiar. Entonces, nos
junt‡bamos en la cocina, y los grandes charlaban por su lado y nosotros los
chicos por el nuestro, pero hab’a que prestar atenci—n porque, a veces, de una
conversaci—n aburrida e intranscendente pod’an surgir los cuentos; de la
lectura del diario donde se cuenta que hubo inundaciones en tal lugar, alguno
pod’a recordar alguna inundaci—n que hab’a vivido y ah’ se encadenaban los
sucedidos unos tras otros, y de ah’ se pasaba al chiste o a las exageraciones
(que eran como chistes, pero iban progresando de lo veros’mil hasta lo
disparatado).
Los
cuentos de don Juan o los de Grillo hab’a que pedirlos y esperar el momento en
que el narrador quisiera contarlos. Cuando eso suced’a, chicos y grandes
particip‡bamos del mismo interŽs y los adultos que sab’an las historias, a
veces, ayudaban con comentarios que serv’an de pausa. Habitualmente los cuentos
se pagaban con mate y tortas fritas o bu–uelos. El narrador en particular del
que estoy hablando, sin comida, no contaba. Recuerdo algunas historias,
fragmentariamente, podr’a recordarlas mejor si estuviera con m‡s gente de esas
ruedas, porque siempre detr‡s de una palabra est‡n las otras esperando que se
las llame.
1.1 ÒGrillo y la princesaÓ
(AT 300A).[10]
Dec’a que un rey se
estaba haciendo viejo, y s—lo ten’a una hija; y el problema es que la hija no
quer’a a ningœn pretendiente: entonces, el padre, cansado de traerle a todos
los pr’ncipes vecinos y de lejos, mand— a decir un d’a, que a cualquiera que
conquistara a la princesa, se la iba a dar, as’ fuera pr’ncipe o no. Entonces
la mand— a la princesa a que se pasease con la carroza por todo el reino, a ver
si ve’a a uno que le gustara, y nada. Pero en una de esas estaba Grillo, y la
vio a la princesa, y se enamor— de ella, y pens—: Òquiero que la princesa se
quede embarazada de m’Ó. Y tanto lo quiso que fue as’ y la princesa no hab’a
estado con Žl ni nada.[11]
Es que cuando uno quiere algo, y lo quiere de veras,
no sŽ c—mo, pero se hace, as’ que hay que tener cuidado con lo que uno quiere.
El asunto es que la princesa apareci— embarazada, y el rey, que quer’a saber
que quiŽn era el padre, y la princesa que no ten’a ni idea, y que ella no hab’a
estado con nadie: y que siempre iban las damas con ella y que ella no sab’a.
As’ que vino a tener un ni–o muy bonito, y el rey estaba contento con su nieto,
pero que ten’a que saber quiŽn era el padre, porque la princesa no pod’a quedar
soltera o casarse con otro. Pero vino a pasar que el bebŽ naci— con un pu–ito
cerrado, y todos quer’an abrirle la mano, y nada, Žl con su pu–ito cerrado, y
entonces un sabio que ten’a el rey le dijo que ah’ estaba el misterio, que el
hijo de la princesa le iba a abrir el pu–o s—lo al padre, as’ que Žse era un
buen modo de saber quiŽn era. Entonces el rey, que era lo que necesitaba
escuchar, mand— decir que viniera el padre del bebŽ, que Žl no le iba a hacer
nada si se casaba con la princesa y lo iba a hacer rey, pero que se presentara.
Ah’ salieron un mont—n a hacerse pasar por el padre del bebŽ, pero ninguno pod’a hacerle abrir la
mano, hasta que el rey se cans— y dijo: ÒBasta, el que se quiera hacer pasar
por el padre y no le pueda abrir el pu–o, lo mando matarÓ. Entonces a todos les
dio miedo, porque sab’an que no eran los padres, solamente Grillo que no tuvo
miedo y fue hasta el palacio del Rey y pidi— ver a la criatura y nada m‡s lo
vio, el bebŽ abri— la mano y le dej— sacar lo que ten’a, un anillo de oro.
Bueno, entonces el rey ten’a un problema, porque aunque Grillo parec’a el padre
del bebŽ (un poco parecido era) al rey le dio miedo que hubiera embarazado a la
hija con magia y le dijo que para ser el rey ten’a que probar que sab’a muchas
cosas y le puso unas adivinanzas. [12]
La primera fue ponerle
delante una fuente de plata y oro reluciente de esas que pueden cubrir un pavo
entero con papas y todo. Grillo caminaba alrededor y no pod’a imaginarse quŽ
hab’a adentro y como era un poco bruto dijo:
- ÁLa mierda que est‡s tapada!
- S’, se–or, mierda es - le dijo el ayudante del rey. Y as’ pas— la primera prueba.
La segunda era una cajita chiquita de oro y plata
tambiŽn, como una caja de f—sforos, muy decorada. Ah’ Grillo estaba m‡s perdido
que con la primera, que sac— de
casualidad. Empez— a pensar que si no adivinaba Žsa, seguro que lo mataban y
que a Žl le gustaba la princesa, y el pobre guricito[13] se iba a criar sin padre, y que mejor
no hubiera hecho lo que hizo, porque ahora se ve’a en semejante l’o, y sin
darse cuenta que lo dec’a, dijo, quej‡ndose de su suerte:
- Ay, Grillo, Áen quŽ apreturas te ves!
- Efectivamente,
se–or, se trata de un grillo.[14]
Y pasa esa prueba
tambiŽn, pero el rey, al que no le gustaba mucho Grillo, porque parec’a un poco
tonto y pod’a haber acertado de casualidad y le pide que le dŽ acertijos a los
sabios de la corte y entonces Grillo les dice ¬ Yo tirŽ a la que vi. y matŽ a
la que no vi y con palabra santa lo asŽ y me lo com’.Ó Nadie pudo explicarle
quŽ quer’a decir y Žl tuvo que
explicarÉ su madre le hab’a dado antes de salir una Biblia y una ondaÉ con la
onda le hab’a tirado a un perdiz, pero como ten’a mala punter’a, le peg— a otra
que estaba escondida, y despuŽs para hacer fuego hab’a tenido que usar la
Biblia y con palabra santa la as— y se la comi—.[15]
Al final se queda con la princesa, que lo acepta porque hab’a
pasado las pruebas que le hab’an puesto, y al cabo de los a–os, es rey, y viven
felices, y tienen otros chicos,
pero no por el pensamiento.
Hab’a
muchos cuentos de Grillo; Žl siempre empezaba siendo pobre, un poco tonto,
pastor a veces o campesino, pero llegaba a ser rey porque era bueno, y adem‡s
ten’a mucha suerte. Siempre encontraba quien lo ayudara. Unas veces eran unos
animales que se estaban peleando por una presa y el les ayudaba y en
agradecimiento le daban un pelo o una antena y diciendo ÒDios y le—nÓÉ se
transformaba, o Dios y hormiga. A
veces era Grillo y a veces era un pr’ncipe, depende que las circunstancias en las
que se contara el relato.
Un cuento que nunca inclu’a a Grillo era el de ÒLa
flor de la higueraÓ[16].
ƒste fue el primero de una serie, y los detalles eran especialmente
sorprendentes. Para empezar no era como los cuentos de hadas que me le’an porque
mezclaba lo que me parec’a real con lo que era por completo literario.
Estaba el rey tomando
mate en la puerta del castillo. (Risas generales porque no sab’amos de reyes
que tomaran mate; por lo menos Žsos no estaban en los libros, mi abuelo dec’a y
resolv’a la objeci—n:) ƒste, tomaba mate... Cuando vio una polvareda en el
camino. Alguien ven’a a caballo por el camino hacia las casas, pero hasta que
no lo tuvo enfrente no lo conoci— a su hijo, el menor, el preferido. Aunque era
la tardecita (el atardecer) se dio cuenta de que se estaba quedando ciego y se
preocup—. Mand— a llamar a los sabios del reino, y aunque lo revisaron todos,
los mŽdicos y curanderos de por ah’, nadie lo pudo curar, pero uno le dijo, Òde
esto, lo œnico que lo puede salvar es que le traigan la flor de la higueraÓ.
La higuera no tiene flor, nos explicaban los mayores; nosotros los chicos ya Žramos de ciudad y no sab’amos nada de animales o plantas, igual el abuelo se tomaba un respiro mientras la t’a Rosa nos dec’a:
- ÀSaben cu‡l es la higuera?
- ÁEh! La que da higos, Átan brutos no somos!
- ÀLe vieron flor alguna vez?
- No. Y segu’a tras esta breve interrupci—n el cuento:
Bueno, el rey mand— a llamar a los tres hijos que
ten’a y les dice:
- Me quedo ciego, lo œnico que me puede curar es la
flor de la higuera: al que me la traiga le dejo el reino.
Y primero fue el mayor, y la busc—; pero, enseguida le
dijeron:
- No existe la flor de la higuera.
Y se volvi— para la casa de lo m‡s desilusionado. Sale
el segundo y lo mismo: tambiŽn se vuelve, y le dice al padre:
-No existe la flor de la higuera.
Entonces, el menor le pide la bendici—n al padre para
ir, pero el rey tiene miedo de dejarlo ir; primero, porque es muy chico y
despuŽs, porque ya tiene pocas esperanzas de curarse. Pero el chico insiste, y
va y pasa por un mont—n de lugares, y encuentra gente que le ayuda (un enano
creo, o un duende). Al final consigue la flor de la higuera, y vuelve
trayŽndola. Cuando ya ven’a llegando, salen a recibirlo los hermanos, y lo
matan y le sacan la flor, y lo entierran en un ca–averal, y le llevan la flor
al padre y le dicen que la encontraron ellos. Claro el rey estaba contento
porque pod’a ver, y reparti— el reino entre sus dos hijos; pero estaba triste
al mismo tiempo porque no volv’a el hermano menor. Un d’a, un pastor que era
medio mœsico, fue y se hizo una flauta de ah’ de donde hab’an enterrado al
pr’ncipe chico, con una ca–a; y cuando la arm—, se qued— muy asombrado de que
la flauta no sonase: cantaba. Y se hizo famoso, todos quer’an o’r la flauta que cantaba, y as’ lleg— al rey,
y cuando el rey la oy—, reconoci— la voz del hijo y la canci—n contaba la
historia de lo que le hab’a pasado. Entonces, el rey se hizo llevar al lugar de
donde hab’a sacado la flauta, y excavaron por todos lados hasta que sali— el
esqueleto del pr’ncipe, y un sabio mand— al pastor que tocara, y los huesos se
fueron pegando unos con otros, y despuŽs se llenaron de carne, y despuŽs le
salieron los pelos, y volvi— a la vida el pr’ncipe, que de tan contento que
estaba de ver al rey su padre, los perdon— a sus hermanos; pero el rey no los perdon— y los ech—
de la tierra, y no los quiso matar porque era el padre, y le dio todo el reino
al hijo m‡s chico, que vivi— un mont—n de a–os hasta que se muri—, y fue un
buen rey. Y los hermanos no volvieron m‡s de la vergŸenza que les daba haber
sido tan malos y tan tontos.
No sŽ de quŽ partes me acuerdo y quŽ partes son las
que completa mi imaginaci—n; recuerdo con claridad que mi abuelo cambiaba los
cuentos y que a veces agrandaba una parte y achicaba otra; y aunque yo trataba
de escuchar y de recordar todo, palabra por palabra, me quedaba distra’da
detr‡s de algœn detalle, y me perd’a partes enteras del cuento por eso. Otro
que contaba era:
El padre que se iba a morir y llam— a todos los hijos
y los hizo llevar una vara finita de para’so (un ‡rbol que conoc’amos bien
porque crec’a en el frente de la casa). Y as’, cuando se las trajeron, una por
una se las hizo quebrar al menor de los hijos. Cuando termin—, los mand— a
traer otra vara cada uno, las junt—, las at— y se dio al mayor para que las
quebrara todas juntas; Žl no pudo.
-Ven - les dijo. - La
uni—n hace a la fuerza, si se mantienen juntos son fuertes, si se separan,
cualquiera los quiebra.
Lo que sol’a pasar es que, despuŽs de un
cuento serio y sentencioso, como Žste œltimo, viniera algœn gracioso y dijera:
-ƒse s’ que estuvo muriŽndose un buen rato; peor fue lo que le pas— al
estanciero, que cuando se iba a morir llam— a todos los herederos y les dijo:
-En el ‡rbol m‡s alto...
Ah’
nosotros, los chicos, totalmente olvidados de que Òla uni—n hace a la fuerzaÓ,
nos interes‡bamos por el nuevo relato, y ante la pausa, ’bamos a preguntar quŽ
hab’a en el ‡rbol m‡s alto, y el narrador que fuera dec’a que nunca se supo,
que se muri— antes de decirlo, y que si ten’a oro enterrado, que si hab’a
tesoros y de ah’ a las historias de tesoros y de misterio, no hab’a m‡s que un
paso. [17]
Lo
que era evidente es que se pasaba de un tipo de relato a otro y cada uno de
nosotros ten’amos un grupo de cuentos que nos gustaban y que ped’amos una y
otra vez. Por lo cual hab’a un repertorio que se repet’a, pero siempre sal’an
historias nuevas, y el estilo variaba de una vez a otra. Los emisores de relatos
eran distintos, y entre los grandes hab’a unos que merec’an m‡s atenci—n que
otros. Los chicos, en estas ruedas, nos limit‡bamos generalmente a hacer
preguntas o comentarios, y a pedir los cuentos que nos gustaban. Si cont‡bamos
algo, se nos escuchaba generalmente, pero el acuerdo t‡cito era que para tener
el uso de la palabra hab’a que merecerlo. Quiero decir, que deb’an darse las
tres condiciones que podr’an llamar reglas de oro de la transmisi—n oral:
*tener algo que contar,
*saber contarlo,
*dejar el uso de la palabra despuŽs de contarlo.
Si la historia era demasiado aburrida, o si el contador se enredaba en sus detalles, el castigo generalmente consist’a en la pŽrdida del turno, porque s’ val’a interrumpir cuando el cuento no ten’a interŽs, o estaba mal presentado. En el caso de que fuera del repertorio del abuelo, se le ped’a a Žl que lo contara, si no, simplemente se cambiaba de tema.
1.3 ÒEl cuento de la gallinaÓ[18]
Recuerdo pocos cuentos de animales, porque no me
gustaban; particularmente, las f‡bulas me sonaban muy escolares, y no conoc’a a
muchos de los animales que nombraban, por lo cual perd’a parte del contenido.
En cambio, la generaci—n de mis padres y t’os, criados en el campo, prefer’an
estas historias a ningœn otro tipo. SŽ que de los cuentos de animales hab’a
muchos en los que el personaje principal era Don Juan, el zorro; eran Žstos de enga–os en los que Don
Juan venc’a con astucia ante la ferocidad, torpeza o ingenuidad de sus adversarios,
los otros animales. TambiŽn algunas veces, el zorro era burlado por tratar de
sacar ventaja y en esa l’nea est‡n los relatos del zorro y el quirquincho. Mi
madre recuerda que una vez estaba el zorro y vio al quirquincho que se tiraba
en el camino y cuando le pasaban por arriba los carros tambaleaban y algo se
ca’a que el pod’a comer, por ejemplo un pan, cuando el zorro quiso hacer lo
mismo y se tir— en el camino sin pensar que el chirchincho ten’a el cuero duro
y Žl no, pas— un carro y lo aplast— y se le salieron los soretesÉ(AT 1)[19] Otra vez el zorro se qued— un mont—n de d’as esperando que se le
cayeran los huevos al toro porque el quirquincho le habia dicho que se le
estaban a punto de caer. En otra ocasi—n se asociaron para sembrar y el zorro
le dijo que como Žl iba a poner la semilla y el quirquincho el trabajo quer’a
todo lo que saliera encima de la tierra y que todo lo que estuviera debajo de
la tierra era suyo, entonces el quirquincho sembr— papas, y se qued— con toda
la cosecha y al zorro le tocaron las hojas que no sirven para nada por harag‡n.
Al a–o siguiente el zorro dijo que quer’a lo que saliera debajo de la tierra y
el chirquincho sembr— trigo, y al tercer a–o le pidi— que quedarse con lo que
saliera debajo de la tierra y arriba, y como no le quer’a ayudar a sembrar ni a
cosechar, el quirquincho sembr— ma’z y se qued— con todo porque el ma’z sale en
el medio (AT 9).[20]
De entre los cuentos de animales, m‡s tengo presentes
hay dos que me contaba mam‡ y que eran mis preferidos: uno, el de las
luciŽrnagas y el otro, el de la gallina.
El de las luciŽrnagas empezaba con la pregunta:
ÒÀSabŽs por quŽ las luciŽrnagas tienen luz?Ó Como yo nunca sab’a, me dec’a:
ÒPor que una vez ayudaron a una estrellaÓ. ƒsta era la introducci—n y aunque
supiera la respuesta, ten’a que decir que no, para que tuviera m‡s sentido que
se me contara la historia, una vez m‡s.
Resulta que hab’a una estrella chiquita que andaba en
el borde del cielo y se met’a en todos lados y no se estaba quieta. Un d’a,
baj— tanto que se cay— al monte, y se perdi— porque era muy chiquita y no ten’a
mucha luz para alumbrar. Entonces, las luciŽrnagas, que eran unos bichitos
negros que andaban de noche y no ten’an luz, se la encontraron llorando y les
dio l‡stima, y la rodearon, y le preguntaron quŽ le pasaba, y cuando supieron
que no pod’a encontrar el camino para volver al cielo, se la llevaron volando a
donde la madre estrella estaba desesperada buscando a su hijita. Claro que el
cielo quedaba lejos, y los bichitos de luz son muy chiquitos; pero tanto
hicieron, que al final se la llevaron a la estrellita con su madre, y la
estrella vieja, de tan agradecida que estaba, se sacudi— un poco, y le cay— un
poco de luz a cada una, y as’ encontraron el camino para volver al monte. Desde
esa noche, las luciŽrnagas tienen luz, y salen de noche cuando andan sus
amigas, las estrellas.
Las luciŽrnagas no eran animales abstractos para m’.
Turdera estaba llena de bald’os, y en los pastos altos siempre aparec’an en el
verano. La m‡s joven de mis t’as me ayudaba a agarrarlas y meterlas en un
frasco con la boca ancha, que cerr‡bamos con un trapo para que pudieran
respirar, y nos hac’amos unas linternas si encontr‡bamos muchas, que nos
duraban un par de horas, y despuŽs las solt‡bamos.
Junto
con Žste, hab’a otro cuento que me gustaba mucho, que era el de la gallina.
TambiŽn ten’a varias versiones, pero ya fuera el proceso m‡s largo o m‡s
corto, respond’a aproximadamente
al siguiente argumento:
Resulta que hab’a una gallina que ten’a muchos pollos
que alimentar, por eso, un d’a se le ocurri— sembrar trigo, y le pregunt— a sus
amigos del corral:
-ÀQuiŽn me va a ayudar a sembrar este triguito?
- Yo, no -dijo el pato.
- Yo, no -dijo el ganso.
- Yo, no -dijo el pavo. Y as’ todos.
- Pues entonces, lo sembrarŽ yo,- dijo la gallina.
Y cuando lleg— el tiempo de cosechar, otra vez pregunt— a la gallina:
- ÀQuiŽn me va a ayudar a cosechar este triguito?
- Yo no - dijo el ganso.
- Yo no - dijo el pavo.
- Yo no - dijo el pato.
- Pues entonces, lo cosecharŽ yo - dijo la gallina.
Y despuŽs que lo cosech— hac’a falta desgranarlo, y
despuŽs molerlo para hacer la harina. Siempre igual.
- ÀQuiŽn me va a
ayudar a desgranar?
- Yo no, yo no, yo no - respond’an todos, y ella
volv’a a decir:
- Pues entonces, lo desgranarŽ yo... pues entonces, lo molerŽ yo.
- ÀQuiŽn me va a ayudar a amasar... y a hornear, el pan?
- Yo no, yo no, yo no.
- Pues entonces, lo amasarŽ yo... lo hornearŽ yo.
Y cuando el pan estuvo hecho pregunt—:
- ÀQuiŽn me va a ayudar a comer este pancito?
- ÁYo, yo, yo! - dijeron todos juntos y la gallina les
dijo: Òcomo no me ayudaron cuando se los ped’, pues entonces me lo comerŽ yoÓ.
Y se lo comi— y les dio solamente a los pollitos, que un poco le hab’a ayudado,
a los dem‡s, nada.
Estos no son cuentos
Los relatos de sucedidos eran muy otra cosa, y ven’an un poco en serio y
un poco en broma. Ah’ hab’a mezclados, leyendas, hechos, chistes. Ten’an en
comœn que se agrupaban tambiŽn por temas o por personajes. Juntaban fantasmas y
supersticiones; pero, en lugar de explicarlos, como har’a un antrop—logo, los
pon’an en funcionamiento. Por ejemplo, no recuerdo haber o’do hablar de ninguna
bruja, ni brujo; no es que se creyeran que no exist’an, en todo caso eran personajes muy poco
frecuentes, aunque temibles. En mi familia, concretamente, se sol’a repetir que
nada puede contra un cristiano, que bastaba con pensar en Dios. Mi abuelo no
cre’a en esas cosas, como aparecidos y luces malas, y se re’a de los que
cre’an, pero no toda la familia era igual.
Recuerdo,
por ejemplo, escuchar a mis t’os o t’as, que si uno ve’a un ser extra–o o
inusual, no hab’a que asustarse, porque esos animales que no eran animales, los
hac’an aparecer los que estudiaban la magia. Porque, eso s’, hab’a, en el campo
y en la ciudad, aprendices de brujos, menos peligrosos pero mucho m‡s
fastidiosos que los brujos verdaderos porque no sab’an lo que hac’an. Estos
personajes que trataban de aprender la magia con algœn fin m‡s vale modesto
(como aprender a tocar la guitarra) eran bastante simp‡ticos, pero se pod’an
meter en problemas, porque los libros de magia empezaban con cosas f‡ciles que
hab’a que hacer, y se iban haciendo m‡s duros y exigentes.
De estos aficionados, hab’a un vecino de Entre R’os,
que era conocido de la familia. Dicen que era muy bruto y que quer’a tocar la
guitarra; hab’a tratado de aprender por mŽtodos convencionales, sin ningœn
resultado, ni por mœsica, ni de o’do, ni practicando todo el d’a. Mis t’os
dec’an que ten’a dedos de piedra y no hab’a forma; parece que fue Žl el que
hac’a aparecer una comadreja que no era comadreja,[21]
en la tranquera de entrada a las casas; por suerte, hab’a avisado que si ve’an
algo raro que no se asustaran. En este punto ten’amos que interrumpir el
relato, porque no ten’amos idea quŽ era una comadreja, a pesar de que aparec’a
en varios relatos. Nos explicaban que era una especie de rata pero m‡s grande,
casi como un perro chico, que andaba rondando las casas de noche y que se com’a
a los pollos y los huevos. Explicaci—n con la cual volv’amos a objetar que por
quŽ no pod’a ser una verdadera comadreja, entonces, las t’as, que eran las que
usualmente contaban este tipo de historia, aclaraban que era muy grande para
ser un verdadera comadreja; Òy ser’a un perroÓ supon’amos; y ellas, que no
pod’a ser, porque no ten’a forma de perro, sino patitas cortas de comadreja, y
era colorada como no hab’a ningœn perro en las cercan’as. Entonces segu’an las
preguntas y las dudas; los relatos del abuelo era respetados porque Žl los
contaba, pero estos de cosas extra–as aceptaban la incredulidad o m‡s bien la
buscaban. Pregunt‡bamos quiŽnes la
hab’an visto, y eran los hombres de la casa: el abuelo y los t’os. A la
cuesti—n de cu‡ndo, nos dec’an que s—lo se apareci— durante un tiempo, y cuando ven’an de noche y a una sola
persona. Suger’amos que, si ven’an tarde habr’an llegado con algunos vinos
puestos, y as’ se puede ver cualquier cosa; esta œltima conjetura no se nos
rebat’a, pero nos completaban que lo raro era que si el caballo iba al tranco,
la comadreja que no era comadreja segu’a caminando al otro lado del alambrado
(parec’a bastante astuta para ser comadreja fantasmal), y si el caballo iba al
galope ella segu’a al pasito pero llegaba al mismo tiempo. Parece que, por un
tiempo Òlos muchachosÓ (que por la Žpoca en que se contaba el sucedido ya
andaban entre los 40 y los 50, pero que no pasar’an los 20 cuando aquello
sucedi—), no quer’an salir por culpa de la comadreja que no era comadreja.
Pregunt‡bamos quŽ hac’a, y nos dec’an que nada, s—lo les sal’a, y los
acompa–aba hasta la entrada de la casa y ah’ desaparec’a.
1.4 ÒEl sucedido del galloÓ
Siempre acompa–ada por nuestra incredulidad, esta historia se continuaban con la de lo que le pas— al
pobre Mariote, que era el presunto culpable de la aparici—n de la comadreja que
no era comadreja, queda Žsta para otra vez , que ahora estoy cansada. [22]
Otro por el estilo, pero muy breve, lo contaba el t’o Domingo, uno de
los hermanos mayores, que no se destacaba por su valent’a, y contaba esto en
primera persona, lo que lo hac’a un poco
m‡s cre’ble, pero no tanto.
El relato era m‡s o menos as’: (lo voy a tratar de contar en primera
persona porque me parece m‡s eficaz).
-Hab’a ido a la casa de Hilario [23] y se me hab’a hecho muy tarde; por eso
me quedŽ.
-ÀEstar’as medio adobadito[24]
y no podr’as ni subir al caballo?-
agregaban sus hermanas, Žl como si no hubiera o’do continuaba.
-La cuesti—n es que, cuando me levantŽ, no hab’a nadie
en la casa; se hab’an ido todos para el campo, as’ que me fui a la cocina para hacer
mate. Y ah’ estaba preparando el mate cuando entr— el gallo y me dijo:
-ÁBuenos d’as!- yo pensŽ: Òme habr‡ parecido, tal vez
haya hecho ruido y como estoy medio dormido...Ó
- He dicho buenos d’as... - repiti— el gallo.
- Buenos d’as - le dije, dejŽ el mate, ensillŽ el
caballo y me fui para las casas.
- Y ÀquŽ pas—? ÀHab’a alguno escondido o quŽ?
- No sŽ nunca supe, yo me fui, que me salude un gallo
fue mucho para m’.
- Y Ànunca les dijiste nada a los due–os de casa?
- ÀQuŽ les iba a decir? ÀQuiŽn le ense–— a hablar a
ese gallo?
A esta altura del relato nos hab’amos olvidado de la
extraordinaria situaci—n para preguntarnos quŽ habr’amos hecho si un gallo nos
hubiera hablado. Posiblemente huir era una buena opci—n, seguirle la
conversaci—n era temerario, sobre todo estando el gallo de tan mal humor, y mi
t’o con resaca.
Algo sobre el estilo
Hay ciertas caracter’sticas de estilo que se repiten en este tipo de
relatos; y son, por ejemplo, la repetici—n de palabras. Repetir palabras en un
texto escrito puede ser redundante: en un relato oral, esta repetici—n tiene
una funcionalidad espec’fica, y es hacer el relato m‡s comprensible a su
receptor, no confundirlo con un exceso de tŽrminos que no conoce. Repetir es un
modo de reforzar cada idea importante para el desarrollo de la trama. Un texto
escrito puede ser rele’do cuantas veces el lector decida o pueda hacerlo; el
oral tiene un tiempo f’sico y material en el que varios receptores
simult‡neamente lo reciben, y generalmente mientras hacen otra cosa; por lo
tanto, la s’ntesis y la simplicidad en los recursos es importante.
Se pueden leer estas caracter’sticas como pobreza de
recursos, pero creo que ser’a una lectura malintencionada y torpe. La radio y
la televisi—n, y los que hacen los guiones lo saben, usan este recurso de la
simplificaci—n y la repetici—n como propias de la comunicaci—n audiovisual, y
se olvida que el recurso viene del relato tradicional.
Otra caracter’stica del estilo es el empleo de frases cortas; las
oraciones suelen ser largas, pero con muchas pausas internas, y de un lenguaje
coloquial que acerque a los receptores.
El empleo de f—rmulas para empezar y para cerrar,
igual que el uso de frases repetitivas en los di‡logos, son frecuentes tambiŽn.
Si tomo un ejemplo del relato de la gallina, recordar lo que la protagonista
repet’a es muy f‡cil; aœn ahora, porque no es usual en el castellano de
Argentina. ÒPues entonces, me lo comerŽ yoÓ presenta muchas peculiaridades que
quisiera destacar. ÒPues entoncesÓ, en primer lugar, no es una forma de
conexi—n que haya escuchado nunca fuera del cuento; aqu’ se usa para empezar
las oraciones en que la gallina decide hacer el trabajo ante la negativa de sus
compa–eros a ayudarla; ser’a m‡s usual si se empleara para unir dos
proposiciones en la misma oraci—n; pero aqu’ se usa para introducir la
afirmaci—n que sigue. Adem‡s, el uso del futuro imperfecto ÒcomerŽÓ es propio
de textos escritos, por lo menos de Buenos Aires, para expresar el futuro se usa la forma perifr‡stica: Òvoy a comerÓ. Para terminar, con
los elementos de esta oraci—n (que se repite insistentemente a lo largo del
relato), est‡ el altamente inusual uso del pronombre al final de la frase. Es
mucho m‡s f‡cil recordar una frase que suene c—mica, por lo cual, en el ejemplo
que acabo de citar se da el empleo de la f—rmula caracter’stica del texto,
Òpues entonces lo harŽ yoÓ, que organiza el relato, y, recordando el argumento
b‡sico, y esta frase, se puede reconstruir el texto sin dificultad.
Con respecto a la estructura narrativa, se ha dicho
que los relatos se unen por tema o personajes o similitud de situaciones
b‡sicas, por lo cual se suelen hacer transiciones introductoras. Como muchas veces no tienen t’tulo, se
recuerdan por su tema o hecho central; as’, muchas veces se anuncia en esta conexi—n
cu‡l es el elemento central de la historia, ya sea que lo anuncie el narrador o
su pœblico.
La historia en s’ misma suele tener bien marcados la
tradicional introducci—n, nudo y desenlace. La caracterizaci—n de los
personajes es concisa, y en general, se trata de tipos como ÒprincesaÓ
Òpr’ncipeÓ ÒcampesinoÓ ; no es nadie, es cualquiera, (as’ permite la
identificaci—n) lo que contrasta a los cuentos y con los sucedidos, donde a los
personajes se los nombra con detalles que permitan identificarlos y se trata de
individuos particulares bien diferenciados. Se puede hablar de una oposici—n en
el modo de construir los
personajes en los dos tipos de relatos. La descripci—n de lugares sigue la
misma regla, muy genŽrica en el caso de los cuentos y mucho m‡s espec’fica en
el caso de los sucedidos o en la narraci—n de hechos hist—ricos. Pongo Žnfasis
en este enfrentamiento porque las caracter’sticas diferenciadoras son
permanentes, si bien unos y otros se dan en el mismo c’rculo de los relatos, y
el tema los agrupa tambiŽn, a travŽs del estilo se pueden diferenciar en
cualquier parte de su estructura interna.
Patrimonio intangible
Cada pueblo tiene derecho a conocer su historia y a guardar los
documentos que la prueban y mantener los edificios, monumentos, castillos,
iglesias, casas particulares; en fin, el conjunto de lo que se puede llamar
patrimonio tangible. Del mismo modo, la gente tiene derecho a que se preserve
su patrimonio intangible, el conjunto de los juegos, poemas, cuentos,
creencias, pr‡cticas del pueblo, objeto de estudio de la ciencia a la que
llamamos folklore. Ideol—gicamente
esta conservaci—n tiene como primera consecuencia la apertura de lo digno de
ser estudiado. Valorar el conocimiento del pueblo, de los grupos subalternos o
no dominantes, traer‡ aparejada una nueva sensibilidad y sin duda una nueva
mirada sobre la literatura, la cultura, los bienes culturales. Esta visi—n
basada en las producciones hasta ahora marginadas permitir‡ una comprensi—n m‡s
integral de muchos de los elementos simb—licos que hermanan pueblos distantes.
Si los humanos somos una especie simb—lica, algunos de los universales de la
cultura que hemos detectado al estudiar diferentes producciones nacionales,
pueden provenir de esta inagotable fuente de conocimientos populares.
Para concretar estas ideas algo abstractas, quisiera repetir que los creadores de los relatos populares son los
que cuentan y los que escuchan; que todos los elementos del circuito de
comunicaci—n est‡n presentes en el mismo momento. La acci—n de contar est‡
relacionada con la de recordar, con la de organizar y adaptar a la audiencia
que var’a de instancia en instancia. El uso de las f—rmulas ayuda al mismo
tiempo al que cuenta, porque le da
un marco sobre el cual organizar
cada historia y les ayuda a los receptores a comprender de quŽ tipo de relato
se trata, el tiempo que diferencian una historia de otra parecida porque cierta
parte de los componentes formulaicos son para cualquier historia y otros
elementos son particulares de cada historia.
Para
pasar de la categor’a de receptor a la de emisor, hay que aprender las
historias y encontrar tambiŽn el propio estilo que permita aprehenderlas
definitivamente. Los turnos dependen del interŽs de lo contado y la asociaci—n
tem‡tica tambiŽn permite que se pase de receptor o receptora a emisor o
emisora, en un momento. Los mensajes que circulan pueden ser cuentos, leyendas,
f‡bulas, sucedidos, chistes, cualquier material que sea aceptado por el grupo
que lo presencia.
El respeto a los mayores se aprende junto con la
participaci—n en grupo, las historias son lo que reœne a la gente que se ofrece
palabras en ramilletes; los cuentos, nadie sabe de d—nde vienen, pero tienen
que seguir caminando porque cada relato nuevo enriquece al que lo cuenta como a
los que escuchan. Porque los cuentos son de quienes los cuentan y quiz‡s, quiŽn
sabe, todos los pueblos sean un solo pueblo, junto a un mismo fuego eterno,
cont‡ndose las mismas historias, una vez y otra, encontr‡ndose en ellas, cada
vez que el prodigio se repite. S—lo para eso escribo estas p‡ginas, para contar
los cuentos que me contaron. Y color’n colorado, este art’culo se ha acabadoÉ
[1] Ana
Mar’a Shua. Como agua de manantial. Antolog’a de la copla
popular (Buenos Aires: Editora Ameghino,
1998) 13. VŽase adem‡s: Ram—n MenŽndez Pidal, ÒPoes’a popular y poes’a
tradicional en la literatura espa–olaÓ Los romances de AmŽrica y otros
estudios (Madrid: Espasa Calpe, reed. 1972) 52-87. Apunta Pedrosa en ÒEl
cuento, lo popular y los Siglos de Oro: herencia y originalidad Ó Los
cuentos populares en los Siglos de Oro
(Madrid: Arcadia de las Letras, 2004) 15-65, que MenŽndez Pidal fue el primero
en diferenciar los dos tŽrminos en el trabajo citado y ofrece una serie de
definiciones particularmente œtiles para este trabajo.
[2]
Ver: John D. Niles Hommo Narrans. Poetics and Anthropology of Oral
Literature (Philadelphia: University of
Pennsylvania Press, 1999) 1.
[3]
Julio Camarena. Maxime Chevalier. Catalogo tipol—gico del cuento folkl—rico
espa–ol. Cuentos maravillosos
(Madrid:Editorial Gredos, 1995). Este cuento es el cuento tipo 302, en la
versi—n publicada por A. M. Espinosa: Cuentos populares espa–oles
(Madrid: CSIC, 1946) tiene el nœmero 141 y se lo llama ÒLa princesa encantadaÓ.
Apuntan Camarena y Chevalier que el tipo tiene versiones en castellano,
catal‡n, gallego, vascuence, agregan que aparece en los ’ndices
hispanoamericanos, Hansen registra una versi—n argentina.
[4]
VŽase: JosŽ Manuel Pedrosa ÒÀD—nde est‡n las cosas? Una canci—n-cuento tradicional
en Navarra y sus paralelos hisp‡nicos, europeos y ‡rabes (AT 2011)Ó Cuadernos
de Etnolog’a y Etnograf’a de Navarra
30:71 (1998) 19-37. Dice all’ que: ÒCanciones-cuentos similares se hallan
difundidos en tradiciones de todo el mundoÉÓ. Adem‡s en: Las dos sirenas y
otros estudios de literatura tradicional
(Madrid: Siglo XXI de Espa–a editores, 1995) 108, ver la nota 12 en donde se
hace referencia una abundante bibliograf’a sobre la cancioncita y sus
variantes.
[5] Hay
que considerar lo que explica Jean Franco: Òçfrica, el Caribe, la AmŽrica
latina pasaron por la experiencia de la colonizaci—n. La cultura escrita fue
para ellos algo que les impon’an los conquistadores europeos y se convirti— en
distintivo de una Žlite y en algo opuesto a la cultura oral de siervos y
esclavos. Esta es la causa de que determinadas polarizaciones que se encuentran
en las literaturas europeas entre tradiciones populares y minoritarias aqu’
adquieran mayor intensidad y se repitan insistentementeÉÓ Jean Franco Historia
de la literatura hispanoamericana ( Barcelona: Editorial Ariel, 1990)
11.
[6]
Ver: Vladimir Propp. Las ra’ces hist—ricas del cuento.
(Madrid: Editorial Fundamentos, 1981).
[7]
Pedro Grillo es un personaje del que debo ocuparme m‡s extensamente en otro
art’culo. Me permito acotar aqu’ que es diferente de Pedro Urdemales o
Urdimales, otro personaje comœn en la narrativa tradicional hispanoamericana
con quien se lo podr’a confundir. La diferencia entre los dos est‡ en sus
caracter’sticas esenciales, ya que mientras Pedro Grillo es un inocente (un
personaje b‡sicamente sin maldad) Pedro Urdemales es un tramposo que llega a
prevalecer sobre sus oponentes con ingenio y malicia al tiempo que Grillo
acierta por casualidad o es premiado por la ausencia de c‡lculo. Dada la
sintŽtica caracterizaci—n de los personajes populares esta diferencia es
decisiva para diferenciarlos. Es muy probable que el personaje aqu’ retratado
provenga de Pero Grillo, m‡s tarde Pero Grullo, al que me refiero m‡s adelante en otra nota.
[8] Ver
JosŽ Manuel Pedrosa El cuento popular en los Siglos de Oro
(Madrid: Colecci—n Arcadia de las Letras, 2003) 30. Pedrosa define al primer tipo de relato como consejas ÒLa palabra conseja se identific—, a
finales de la Edad Media y a durante todo el siglo de oro con cuento
tradicional de animales, maravillosoÉÓ Segœn este estudio en oposici—n se
conoc’an otro tipo de historias sucedidas, que insist’an en su veracidad,
dentro del mismo relato. En la cuent’stica tradicional argentina a este segundo
tipo se lo llam—: sucedido.
[9]
Prenda de vestir
tradicional del campo argentino, en general de cuero con varios bolsillos, m‡s
ancha que un cintur—n con un medall—n adelante y monedas como decoraci—n, se
prende atr‡s y sirve para sostener la bombacha o los pantalones. Reœne las
caracter’sticas de la faja de lana
y el cintur—n de cuero.
[10]
Segœn JosŽ Manuel Pedrosa el
personaje de Pedro Grillo es un personaje muy raro y antiguo en la cuent’stica
espa–ola. Algunos autores piensan que devino en Pero Grullo, de donde viene la
palabra ÒperogrulladaÓ que designa algo demasiado obvio. Arturo Ortega Mor‡n
autor de: Hasta que me cay— el veinte! ÀPorquŽ decimos las cosas que
decimos? (Monterrey,NL MŽxico, 2001) explica el
origen de la expresi—n
¬perogrullada¬ y para hacerlo se refiere a Pero Grullo. Afirma que el documento
m‡s antiguo donde aparece el personaje de Pero Grullo es un texto firmado por
Evangelista que se llam— Profec’a aparecido por primera vez en 1460 y
reeditado en el siglo XIX. Pedrosa comparte esta suposici—n sobre el origen de
Pedro Grillo como proveniente del documento al que Mor‡n hace referencia. En
este texto breve, es donde a un personaje se le aparece un gallo vestido de
ermita–o que le hace una serie de anuncios profŽticos burlones como que el
primer d’a de enero empezar‡ el a–o, si nadie lo impide. Todo el texto es de
este tenor y muy interesante para el estudio exhaustivo, lo que es crucial para
este estudio es que en este corpus recogido en Buenos Aires, Argentina en la
segunda mitad del siglo XX aparecen elementos muy similares a los de este texto
publicado en los principios del siglo XV. Especialmente en dos de los relatos:
ver el cuento de Pedro Grillo y el ¬sucedido¬ del gallo.
[11] Ver
Pedrosa ÒEl cuento ndowe de El p‡jaro y la princesa embarazada (AT 900A), dos
poemas de C‡tulo y dos cuentos del Decamer—n: de la literatura comparada a la
antropolog’a Ó. Es este art’culo,
Žl analiza la presencia de Òun tipo cuent’stico, muy escasamente documentado en
otras partes del mundo, que ha recibido el t’tulo de: El novio rechazado y que
tiene el nœmero 900AÓ. Este parece ser el tipo presente en la primera parte del
cuento. Lo curioso es que Grillo sin tocar a la princesa la embaraza (con la
mirada y el deseo), esto lo hace diferente a los otros personajes, pero del mismo modo que en los ejemplos
que menciona Pedrosa, es rechazado por la princesa por ser pobre, s—lo su
capacidad de responder a los acertijos y de presentar un acertijo que nadie
adivina es lo que le gana el favor del rey primero y de la princesa despuŽs. En
los casos que Pedrosa comenta tambiŽn es el ingenio de los personajes para
inculpar a las j—venes que pasaron tiempo con ellos, lo que vence la
resistencia del rey. En esta versi—n que estudio es el anillo en la mano del
bebŽ que solamente el padre puede recuperar, la prueba de la paternidad de
Grillo. El anillo como s’mbolo er—tico puede verse en JosŽ Manuel Pedrosa ÒLa Lozana andaluza, El corregidor y la
molinera y un manojo de f‡bulas er—ticas viejas y modernas Ó Las dos sirenas
y otros estudios de literatura tradicional (de
la Edad Media al siglo XX). (Madrid: Siglo XXI, 1995) 253-281.
[12]
Aurelio M. Espinosa, registra en su obra: Cuentos populares espa–oles.
Recogidos de la tradici—n oral de
Espa–a y publicados con una
introducci—n y notas comparativas.
(Stanford: Stanford University Press, 1923) 41-49, cuatro versiones de
la misma historia a las que llama: ÒLa adivinanza del pastorÓ en ellas es la princesa la que debe
adivinar el acertijo que el pastor le propone, y en tres de ellas se casa con
Žl porque el pastor consigue vencer a la princesa, y en la cuarta versi—n el
pastor les descubre el acertijo pero se niega a casarse con la princesa,
dej‡ndolos muy avergonzados al rey y a la princesa. La versiones fueron
recogidas en: C—rdoba, Toledo, Granada y Atarfe (Granada). Esta recopilaci—n muestra que en los
principios del siglo xx la historia segu’a circulando por Espa–a, aunque el
personaje central era un pastor y no se llamaba Pedro Grillo. Aunque la
tradici—n vive en sus variantes, es posible que la que aqu’ se registra sea m‡s
antigua que las que Espinosa registr—.
[13]
Gur’ es como se les dice a los chicos, ni–os en el habla rural de Entre R’os,
Argentina.
[14] En Cuentos
extreme–os selecci—n y notas: Carmen Fern‡ndez-Daza
çlvarez (Madrid: Editorial Castalia, 2003) 178. Aparece esta parte del texto,
es la œnica referencia que he encontrado hasta ahora de la historia
pr‡cticamente igual, el personaje se llamaba ¬Grillo¬ lo que podr’a ser un
apellido o un sobrenombre, pero las caracter’sticas centrales son las mismas
que aparecen en la historia recopilada aqu’. El personaje es un inocente y
adivina por casualidad el mismo acertijo. Puede ser que el que cuenta la
historia s—lo recuerde una parte de la historia total o que la versi—n aqu’
contada con los dos acertijos y el tercero que nadie puede resolver sea una
recreaci—n del cuento extreme–o. Ya sea que en esta recopilaci—n de cuentos
extreme–os aparezca solamente una parte de la historia o que la versi—n argentina
haya fusionado varios tipos, lo cierto es que la familiaridad es indiscutible
entre las dos historias y es un ejemplo que nos permite deducir que en la
tradici—n espa–ola existi— un tal Grillo.
[15]
Julio Camarena y Maxime Chevalier en su monumental Cat‡logo tipol—gico del
cuento folkl—rico espa–ol. Cuentos-novela
(Madrid: Centro de Estudios Cervantinos, 2003) 26-32, registran una historia parecida donde el que pone
adivinanzas que nadie puede adivinar sin su ayuda es un tonto, que termina
cas‡ndose con la princesa. Este cuento es el tipo 851 ¬ La princesa que no supo
resolver el acertijo ¬. La historia es m‡s larga y m‡s complicada pero los
acertijos que les da el tonto tienen parecidos con los que presenta Grillo ya
que ambos personajes usan la experiencia inmediata para hacerlos. Segœn el
estudio de Camarena y Chevalier este tipo de cuento presenta caracter’sticas
especiales en las versiones espa–olas, aqu’ aparecen interesantes
transformaciones de algunos de los tipos. En los ’ndices hispanoamericanos Chertudi
y Vidal registran versiones argentinas del tipo que habr’a que cotejar con
Žsta. Es notable que en el acertijo aparece el p‡jaro que muere, que menciona
Pedrosa en su estudio sobre el tipo 900 A en ÒEl cuento ndowe de El p‡jaro y la
princesaÉÓ Los tres cuentos a los que primero se refiere Pedrosa est‡n tomados
de: Jacint Creus, Cuentos de los Ndowe de Guinea Ecuatorial
(Malabo: Centro Cultural Hispano-Guineano Ediciones, 1991) num. 79.
[16]
Joaqu’n D’az. Cuentos en castellano
(Madrid: Ediciones de la Torre Colecci—n Alba y mayo. Serie Narrativa; nœmero
7, 1988) 50-51. Se la llama ÒLa flor de liolarÓ. La versi—n aqu’ registrada es
pr‡cticamente igual por el argumento a la recopilada en Argentina. Es
interesante adem‡s la nota de D’az que aclara: ÒEste cuento recibe diversos
nombres, aunque todos ellos aluden a la flor de lirio, de lis, del limonar,
etc. , que el rey pide a sus hijos. Tal flor tiene propiedades maravillosas y
provoca que los hermanos mayores asesinen al peque–o y le entierren para rob‡rsela.
Lo que viene a continuaci—n recuerda un relato similar en La Eneida:
Eneas, al arrancar un arbusto del suelo para ofrecer un sacrificio, contempla
horrorizado que de Žl salen gotas de sangre negra; entonces se oye una voz que
explica al hŽroe la historia: es Polidoro, a quien el rey de Tracia ha
degollado para robarle. Otras versiones: Almod—var, 27; CortŽs, 74; Grimm.Ó 50.
[17] Las historias de tesoros escondidos
forman todo otro ciclo sobre el que me propongo trabajar porque encuentro
fascinantes diferencias entre las historias de tesoros de Espa–a y las de
HispanoamŽrica, los que recib’ por
v’a oral son demasiados y no me alcanza el espacio del que hoy dispongo.
[18]
Este es un cuento tradicional muy comœn en la tradici—n en espa–ol y en inglŽs.
Algunos autores dicen que se origina en un cuento tradicional ruso, otros que
viene de la tradici—n irlandesa, lo cierto es que presenta muchas versiones. En
Estados Unidos sigue siendo un cuento usado en la escuela y circulan
innumerables versiones literarias, por ejemplo, Paul Cardone The Little Red
Hen (New York: Clarion Books, 2001).
[19]
Esta es una curiosa subversi—n del motivo del zorro listo y el lobo (u otro
animal) tontoÉ aqu’ el tonto es el zorro que pretende imitar a otro animal y
resulta vencido. Otro tema que me propongo investigar es el origen de la
amistad entre el zorro y el quirquincho.
[20] El tipo del socio injusto
est‡ profusamente registrado, pero en este caso es el zorro el que resulta
burlado por quererse aprovechar del trabajo del otro. Se podr’a decir que se
trata del burlador burlado, o una recreaci—n m‡s del mundo del revŽs. Si las
variaciones del cuento tradicional son funcionales, encuentro una l—gica
irreproachable al castigo del zorro al que no le gusta trabajar, y el que trinfa
es el t’mido y trabajador quirquincho, figura con la que los campesinos podr’an
sentirse m‡s identificados.
[21]
Muchas veces la tradici—n oral transmite escenas o historias sin dar una
detallada explicaci—n sobre su significado. Detr‡s de este evento podr’a estar
la creencia de que un ser humano puede, mediante el uso de la magia
transformarse en un animal. La relaci—n de esta y otras formas de shamanismo
han sino profusamente estudiadas. Pero en este caso es interesante la elecci—n
del animal, ya sea que se trate del mismo aprendiz de brujo que se transforma o
que hace aparecer al animal como ejercicio de magia, en cualquiera de los dos
casos la comadreja es un animal negativo, parecida a una rata, predadora de
gallinas y pollos, inofensiva con el ser humano, pero desagradable. La
comadreja que trae mala suerte es una superstici—n que se registra en partes de
Espa–a segœn anotan Margarita Cand—n
y Elena Bonnet en: ÁToquemos Madera! Diccionario e historia de las
supersticiones espa–olas (Madrid: Anaya & Mario
Muchnik, 1995) 348.
[22]
Hab’a muchos relatos de aprendices de brujos, pactos con el Diablo, y modos de
desarmar estos pactos pero merecen un estudio aparte. Especialmente lo
referente a los libros de magia y los cursos de magia negra por correspondencia.
[23] En
verdad, no me acuerdo de quiŽn era el visitado, podr’a ser otra persona, pero
se lo nombraba con nombre y apellido y se aclaraba donde viv’a, esto era lo que
diferenciaba a los sucedidos de los cuentos.
[24]
borracho.