Agúndez García, José Luis. “Cuentecillos españoles (I). El Averiguador Universal”. Culturas Populares. Revista Electrónica 2 (mayo-agosto 2006).

http://www.culturaspopulares.org/textos2/articulos/agundez.htm

ISSN: 1886-5623

 

 

 

 

Cuentecillos españoles (I). El Averiguador Universal

 

José Luis Agúndez García

Fundación Machado (Sevilla)

 

Resumen

El Averiguador Universal (1879-1882) fue una revista quincenal que continuó la labor del Averiguador (1861-1876) buscando el éxito de otras publicaciones europeas, como la londinense de Notes and Queries, que pretendían mantener una correspondencia literaria con y entre sus lectores sobre toda cuestión que despertase la curiosidad en el público. En 1882 se constituía en portavoz de la Academia Nacional de Letras Populares, creada a semejanza de la asociación denominada Folklore en Inglaterra. Como tal, entre producciones literarias por entregas (Pachecos y Palomeques [1623] de Céspedes y Meneses, la edición primera de Las Quinientas apotegmas de Luis Rufo, etc.), ofrecía al público un sinfín de materiales aportados popularmente entre producciones de los grandes escritores pioneros del folklore implicados con las tradiciones, como el propio responsable de la Revista, José María Sbarbi o Ricardo Palma, Fernán Caballero, Romualdo Nogués, Sarmiento, etc.

Palabras clave

Literatura siglo XIX. Literatura oral y escrita. Folklore. Tradiciones populares y literarias. Paremiología. Cuento tradicional. Leyenda. Revistas siglo XIX.

 

Abstract

El Averiguador Universal (The universal inquirer) (1879-1882) was a biweekly magazine that continued with the tradition of the Averiguador (Inquirer) (1861-1876) and that pursued the same success of other European publications such as the English Notes and Queries, that had a literary correspondence with and between their public about any topic that called the reader’s attention. In 1882 it was the voice of the Academia Nacional de Letras Populares,  that was created in resemblance of the Folklore in England association. This magazine offered, among literary serials (Pachecos y Palomeques (1623) by Céspedes and Meneses, or the first edition of Quinientas apotegmas by Luis Rufo), many other kinds of material written by the pioneer authors of folklore and tradition such as José María Sbarbi (in charge of the magazine), Fernán Caballero, Romualdo Nogués or Sarmiento.

Key Words

XIX century literature. Written and oral literature. Folklore. Literary and popular tradition. Legends. XIX century magazines.

 

 

Uno de los recursos que mayor sazón proporciona al discurso es el cuentecillo, tanto en la forma oral como en la escrita. El cuentecillo, la anécdota, la gracia prendidos como destellos en una exposición elevan la predisposición del auditorio hacia el orador. El individuo capaz de desplegar con gracia un rosario de cuentecillos apropiados en su conversación suele resultar favorecido en las relaciones en sociedad.

            Es una realidad tan evidente que no pocos grupos sociales los han incluido en sus menesteres. Los usaron los clérigos en sus sermones tanto para mantener la atención de los feligreses como fábula o parábola moralizante, lo usaron los docentes con idénticos fines, los abogados…. Es muy conocida una anécdota clásica de Demóstenes, que nos recuerda Bernardino de Velasco en su Deleite[1]. También resuena en Boira[2]:

 

            Defendiendo Demóstenes, padre de la elocuencia, á un hombre que iba á ser condenado á la pena capital, algunos de los jueces se divertían entre sí en conversaciones que alarmaron al elocuente orador.

            Conociendo entonces que la oratoria sería inútil en un país de sordos, trató de llamar la atencion de los jueces, y lo consiguió refiriendo un cuento que enlazó con su asunto, y es el siguiente.

 

            Seguidamente cuenta el cuentecillo del que alquila un asno. En medio del desierto, al mediodía, decide ponerse bajo su sombra, pero el alquilador, que lo ve, le dice que la sombra no se la ha alquilado, que se aparte; el otro alega que lo había alquilado con la sombra, y deciden ir al tribunal. En este punto, la atención vuelve de nuevo a la actitud de los jueces:

 

            Entre tanto, los que esto escuchaban, habian dejado de hablar, y atentos y silenciosos, no podian ocultar el interés que tomaban en el pleito del jumento, ni la estraordinaria curiosidad que tenian por saber la resolucion que en él recayó; pero el diestro orador, cambiando de repente de entonación y de asunto, esclamó enardecido:

            -¡Oh, senado supremo! el despreciable litigio de un asno llama vuestra atencion, ¿y no os la llama la importancia de la vida de un hombre?

            Esta reconvencion produjo tal efecto, que no se distrajeron más; escucharon al irresistible orador, y el reo fue absuelto.

 

            Si a nuestra sociedad puede resultar irreverente la actitud de los jueces griegos ante asunto que hoy nos parece grave (una pena de muerte), no vamos a culparles por el interés mostrado ante un cuentecillo, pues a nosotros mismos infundió curiosidad, y pesarosos estamos de que el juicio del asno no se celebrase para saber el veredicto del jurado con respecto a la propiedad de la sombra.

            Para el cortesano renacentista era una preocupación o un arte que debía aprender; entre sus materias de estudio era imprescindible una buena colección de cuentos para exponer en los momentos más adecuados. La gracia en la conversación fue muy valorada desde siempre, no sólo en el despliegue de anécdotas, sino en la prontitud, agilidad verbal y ocurrencia: le era imprescindible al cortesano improvisar respuestas ingeniosas, ser capaz de cumplimentar consonantes, buscar versos apropiados, ingeniar motes, comprender cientos de refranes tras los que se condensaban miles de historias, si no quería pasar por rústico ignorante. Y ¡cuántos rústicos dominaban estas “artes”!

            Eran necesarios en los largos viajes, como los de las romerías y peregrinaciones, en las sobremesas, en las largas noches de invierno, en determinados trabajos…

            Imposible resulta recuperar todos los transmitidos por la voz, perdidos en el viento y el tiempo, salvo los que aún puedan perdurar brotando desde lo más hondo del recuerdo colectivo; a los que se dedican los investigadores del folklore. Pero es posible disfrutar de toda una innumerable colección de chistes, cuentecillos y anécdotas que se encuentran dispersos en nuestra literatura, bien adornando buena porción de obras de la literatura escrita, bien formando colecciones completas de ellos, pues fueron creadas, en ocasiones, como “manuales” o acopios para uso del orador o contertuliano. Algunas de estas colecciones fueron meros manuscritos preparados para uso personal o restringido, tal vez inéditos aún. Otras fueron publicadas en ediciones raras y de escasa difusión.

            La revista que nos ocupa en esta ocasión, El Averiguador Universal, disfrutó de una tirada de unos cuatrocientos ejemplares en su día, pero hoy no es una obra a la que se pueda acceder fácilmente, por lo que nos parece útil poner ante el folklorista parte de los materiales que en él se vertieron: los cuentecillos, anécdotas, relatos breves… tradicionales, orales o escritos. La idea del creador, Sbarbi (Cádiz, 1834 – Madrid, 1910), era dedicarse a curiosidades de todos los campos, y para todos los públicos, de ahí lo de universal. El propósito era que los subscriptores (o no) expusiesen preguntas o curiosidades que quisiesen saber; en publicaciones sucesivas se contestaría a esas preguntas, bien por la editorial o por otros subscriptores (o no). Es claro que gran parte quedaba sin contestación. Interesa comentar que la mayoría de las preguntas iban dirigidas a curiosidades lingüísticas, especialmente al esclarecimiento y origen de dichos, refranes o frases célebres. Quizás la devoción del director hacia este tema dirigiese las preguntas hacia él… Evidentemente, muchas anécdotas, cuentecillos, sucesos históricos, fábulas, y otras formas narrativas son unos de los elementos que suelen estar en el origen (real o supuesto) de tantas y tantas expresiones. Naturalmente, como obra miscelánea, la Revista fue abriendo un amplio campo donde cobijar gran variedad de materiales, entre ellos los cuentos en sí. En el cuadernillo del 31 de agosto del primer año, el propio Sbarbi escribía un cuento moralizante, que no reproducimos por el escaso interés folklórico. Lo anunciaba como Cuento primero, y llevaba el título de La sortija encantada. Visitar a los enfermos. Cuenta que la aristócrata doña Isabel hace ver a su hija que mejor que una joya material había otra: visitar a una pobre anciana desahuciada y consolarla: las lágrimas de agradecimiento serían mejor que la joya. Con esta idea, visitan a la anciana que, conmovida, le dice a la niña que la bendice y que lo mismo pedirá que haga su propio hijo. Yendo de paseo, la mamá, en una tormenta, es arrastrada por el río. El hijo de la anciana se lanza por ella y la rescata. En gratitud pide únicamente besar las manos de la niña por la que habían corrido las lágrimas de su madre, y por las que él vertería su sangre (nº 22 [1879], pp. 350a-351b)

            Manifestaba Sbarbi en el primer cuadernillo (15 de enero de 1879) sus propósitos:

 

“1.º y principal arraigar en España una especie de comercio, trato ó correspondencia literaria, que ha alcanzado gran prosperidad en casi toda Europa y áun en el suelo Norte-americano, como lo acreditan, entre otras publicaciones, las Notes and Queries, de Lóndres; L´Intermédiaire des chercheurs et curieux, de París; el Historical magazine, de Amsterdam, y el antiguo malogrado Averiguador, de Madrid, de quien comenzó á aclimatar en nuestro suelo este linaje de literatura, como queda indicado.

2.º Publicar en sus columnas cuantos documentos, noticias, descubrimientos y novedades se relacionen con todo aquello que entrañe verdadero espíritu de curiosidad (…) parece no excluir de su jurisdiccion materia alguna, con todo, se propone firmísimamente eludir de su competencia toda cuestion que trate de dogma religioso ó de política vigente, por razones que no pueden ocultarse á la penetracion del más sencillo lector. (nº 1 [1879], pp. 2-3)

 

            Parece ser que algunos suscriptores se quejaron de que se tratasen temas vulgares, por lo que advierte en el nº 3:

 

            …créese la misma en el caso ineludible de proclamar, y de proclamar muy alto, que el espíritu de la presente publicación es universal, como lo previene el título; y que por lo tanto, contando en el número de suscriptores y favorecedores con personas de todos los estados, clases y profesiones sociales, con tódos habla, y á todos tiene forzosamente que dar gusto en cuanto le sea posible. (nº 3 [1879], p. 25a; 15- feb.)

 

            Se observará que es deseo de Sbarbi emular la labor de otros eruditos e instituciones de las culturas más avanzadas del mundo circundante, y de continuar con la tarea del precedente Averiguador. Él mismo había dado cuenta de la vida de la revista en los periodos precedentes: había salido por primera vez en 1868, una segunda en 1871 y una tercera en 1876 (el último número vio la luz el 11 de noviembre). Cabe señalar que coincide con una época muy volcada en la exhumación de tradiciones literarias espigadas en autores clásicos españoles.

            Salía a manos de los subscriptores quincenalmente (cada día 15 o último de mes), cada número tenía 16 páginas, para formar un volumen anual de unas 400 numeradas de forma continua.

            Por las advertencias repetidas regular e invariablemente durante todo el primer año, parece que se topaba constantemente con la morosidad de los lectores, advirtiendo, en alguna ocasión, de que con esa actitud llegaría la defunción de la Revista. Quizás Sbarbi pecó de ingenuo enviándola a personas que la solicitaban sin aportar nada de antemano, pero ya sabemos que eran otros tiempos, en que la palabra y el honor gozaban de más alta estima ¿o no?

            Lo cierto es que, al medio año de existencia, el 31 de julio, por esta causa, se le ocurre insertar unas estrambóticas anécdotas de un tal Camilo de Lellis (imaginamos que totalmente ajeno al santo italiano, así llamado, que sobresalió en su dedicación hacia los enfermos, hasta ser nombrado patrono de los trabajadores sanitarios, bien conocido como S. Juan de Dios [1550-1614]). No quiere que a sus subscriptores les ocurra como a él. E inserta la siguiente historia:

 

Morir por falta de memoria

 

            Es la triste de D. Camilo de Lélis, aquel célebre solteron, que al preparar para su cena un huevo pasado por agua, puso en el puchero su reloj de plata, y se colocó lindamente el huevo en el bolsillo del chaleco.

            Este desgraciado no se acordaba, por lo regular, ni de su nombre ni de las señas de su casa, y llevaba siempre úno y ótro apuntado en la cartera. Pero las carteras se suelen perder, y el infeliz perdió un dia la suya, echándola en el buzon del correo en vez de una carta.

            Al día siguiente se leía en el Diario este anuncio:

            “En la fonda de… se encuentra un caballero, pues tal parece en su traje y en sus maneras, que fue conducido anoche por el sereno del barrio, y que no sabe adónde dirigirse, porque se le han olvidado completamente su nombre y las señas de su casa. La persona que, por éstas, venga en conocimiento de quién es, podrá llegarse á recogerlo y pagar un huevo pasado por agua, que fue su cena.”

            Cuando leí este anuncio, grité al momento: “¡Él es!” En efecto, era él.

            Este buen hombre vivía solo, y como estaba fuera de casa la mayor parte del dia, le habían roto muchas veces el cordon de la campanilla los areneros y los repartidores de prospectos. Para economizar este gasto, puso en la puerta un letrero que decía: Cuando no se abra al segundo campanillazo, es señal de que nadie hay en casa. Llega él á pocos dias, se olvida de que es su habitacion, llama una vez, dos, tres, se exaspera, levanta la vista, y vuelve piés atrás exclamando: — ¡Qué diablo! ¿Cómo he de abrir si no estoy en casa?

            ¡Ah! la muerte de este infeliz ha sido original.

            Acostumbraba todas las noches fumarse un puro, y su última operación, que era doble, consistía en echarse en la cama, y tirar despues por la ventana, que estaba allí cerca, la punta del cigarro.

            Parece imposible equivocarse en una operación tan sencilla; pero, ¡oh suerte de las criaturas! andamos siempre al borde de un abismo expuestos á que se nos vayan los piés.

            Hace cuatro ó cinco noches que, despues de reflexionar un rato sobre lo que estaba haciendo, por miedo de equivocarse, tanto se quiso asegurar, que se equivocó, y trocando los frenos, echó el cigarro en la cama, y su cuerpo en las losas de la calle. ¡Vaya una equivocacion!

            La memoria le faltó hasta en los últimos momentos. —Grande golpe ha sido, señor sereno; —dijo él mismo con voz desfallecida al primero que se acercó. Y continuó diciendo:

            — ¿Sabe usted quién es ese desgraciado? No le arríendo la ganancia.

Ni siquiera se acordaba de que era él.

            Ahora bien, para el suscriptor que, por falta de memoria, seguramente, no abone luégo á esta ADMINISTRACION el importe de su suscripcion, á pesar de las moniciones que anteriormente le han sido dirigidas, morirá irremisiblemente esta REVISTA.

            Con que, ¡ojo al cristo!

            LA REDACCION

            (nº 14, pp. 201b-202a)

 

            ¡Triste historia de los que se dedicaban a las letras! Bien lo sabía Rafael Boira (aunque le fue mejor finalmente), que, menos de dos décadas antes se había imaginado lo que le iba a suceder con su Biblioteca de la Risa (1862), y por eso, tras el prólogo de su El libro de los cuentos[3], en el que prometía hacer reír a carcajadas, insertaba la primera historia y el subsiguiente recordatorio:

 

Morir por falta de memoria

            Algunos, no muchos, de nuestros suscriptores, se han olvidado al suscribirse de remitir el importe del tomo corriente, y como es tanto el cariño que les tenemos, vamos, en su obsequio, á principiar traspasando los límites del plan de la obra, refiriéndoles, en vez de un cuento, una historia verdadera.

            Es la triste de D. Camilo de Lélis, aquel célebre solteron, que al preparar para su cena un huevo pasado por agua, puso en el puchero su reloj de plata, y se colocó lindamente el huevo en el bolsillo del chaleco (…)

 

            La historia “verdadera”, como puede observarse, coincide plenamente. Es decir, que Sbarbi, como era tan corriente entonces, toma la idea, la exposición, hasta las palabras exactas de otro autor precedente. El añadido final al suscriptor con los negros presagios, sí es propio de Sbarbi.

 

            Como decimos, la mayor abundancia de narraciones breves suelen traerse a propósito de la explicación de algún dicho.

 

            Beber los kyries

            (…) Ótros dicen, que cierto sacristan había dado en jugar, en cuyo ejercicio gastaba lo más del tiempo, de donde perdió mucha reputacion en compañía del dinero. Dícese de él que, por más abreviar, ordinariamente encargaba al organista, que tañese los Kyries. Enfadado el tañedor de que se lo hubiese dicho tantas veces, le respondió: No puedo creer, hermano, sino que ha jugado los kyries, pues así rehusa cantarlos. Respondió el sacristan: Y áun plega á Dios no pierda tras ellos la Gloria, según me trae la perdicion del juego.” (nº 3 [1879], pp. 36b-37a; 15-feb.)

 

            Tomar las de Villadiego

            (…) ¡A que no sabes (me preguntó un dia el agustiniano Fr. José Marquez, que es el respetable varon á quien aludo) á que no sabes quién fue Villadiego!

            —Nó, señor (…)

            —Pues voy á decírtelo.

 

Villadiego era un soldado

Que, á San Pedro, en ocasión

De estar en dura prision,

Nunca le faltó del lado.

Vino el espíritu alado,

Y, lleno de vivo fuego,

Le dice á Pedro: “Sal luégo,

Toma las calzas, no arguyas;”

Y, por ponerse las suyas,

Tomó las de Villadiego.

 

            Donoso juego de palabras, y lindo alarde de imaginacion por parte de quienquiera que era el autor de esta décima, que, como harto jóven yo á la sazon, no se me ocurrió preguntar quién era (…) (nº 14 [1879], pp. 211b-214b; 31-jul.)

 

            Por un solo punto Martin perdió su asno.

            Cierto eclesiástico llamado Martin, que poseía la abadía de Asello, en Italia, mandó poner en la puerta esta inscripcion latina:

 

Porta patens esto.

Nulli claudaris honesto.

 

            (Puerta, permanece abierta; no te cierres á ninguna persona honrada.)

            Sucedía esto en época en que abandonada de tiempos atrás la puntuacion, acababa de volver á ponerse en práctica. Nada fuerte Martin en achaque de ortografía, tuvo la desgracia de topar con un copista tan iletrado como él, por lo que, en vez de colocar el punto despues de la palabra esto, lo puso después de nulli, dando tal transposicion el siguiente sentido:

 

Porta patens esto nulli.

Claudaris honesto.

 

            (Puerta, no te abras á nadie. Estáte cerrada para toda persona honrada.)

            Noticioso el Papa de tan inconveniente inscripcion, despojó en seguida de su abadía a Martin para dársela á otro, el cual reparó inmediatamente el desacierto de su antecesor, añadiendo por bajo este otro verso:

 

Un pro puncto caruit

Martinus Asello.

 

            (Por un solo punto perdió Martin su Asello.) (nº 16 [1879], pp. 244a-245b; 31-ago.)

 

            Estar como el Gobernador de Cartagena.

            Si mal no recuerdo, en todas las series de publicacion que cuenta en España El Averiguador se ha hecho esta pregunta, sin obtener contestacion; y á falta de otra, alla vá la que hace muchos años oí en América á una persona anciana que decía haber presenciado el suceso.

            Existía en Cartagena de Indias la antigua costumbre de atar á las rejas de las casas los caballos que por el momento no se utilizaban, con la cual, dicho se está, que se obligaba á los transeuntes á caminar por el arroyo, no muy limpio en la estacion de las aguas, que dura lo más del año. Un gobernador, cuyo nombre no recuerdo, pero que no será difícil averiguar, censuró la tolerancia de sus antecesores, y, queriendo iniciar las reglas de policía urbana, prohibió el amarre de los caballos, bajo pena de multa que había de distribuirse entre el denunciador, el juez, etc. Pasaron dias sin que los jueces tuvieran que entender en el asunto, porque no había denuncias, continuando los caballos tomando fresco en las más de las rejas, y el tal Gobernador acostumbrado á la disciplina militar y poco sufrido, por tanto, con la inobediencia de sus órdenes, mandó publicar un segundo bando, de cuya ejecucion hizo responsable al jefe de su guardia, ordenando que fueran desjarretados los caballos que se hallaran en contravencion de las nuevas disposiciones. —El dia que empezaron á regir, se presentó el Capitan á dar cuenta de que habían sido desjarretados cuatro caballos, parte que oyó el Gobernador frotándose las manos y diciendo repetidas veces: “me alegro, me alegro:” el Capitan, sin embargo, no mostraba participar de la satisfaccion de su jefe, ántes parecía compungido su semblante de tal modo, que el Gobernador hubo de interrogarle por la causa. —Es, señor, dijo, que averiguados los nombres de los propietarios de los caballos, resulta que V. E. lo es de dos de los muertos. —Quedóse un momento perplejo el Gobernador, y no ocurriéndole que objetar, repitió ¡¡ME ALEGRO!! pero con un tono tan discorde de la frase, que desde entónces empezaron á decir los que sufrían contrariedades, Me alegro… como el Gobernador de Cartagena. (nº 21 [1879], pp. 325b-326a; 31-agosto)

 

            Picio.

            A principios del siglo actual existía en Granada un zapatero de este nombre, natural de Alhendin (provincia de Granada, distante legua y media de su capital), el cual por no sé qué delito, había sido sentenciado á la última pena. Hallándose en capilla, recibió la consoladora noticia del indulto; y fue tal y tanta la sorpresa que le causó tan inesperada nueva, que cayéndosele á poco el cabello, las cejas y las pestañas, y llenándosele de tumores la cara, quedó tan monstruoso y deforme, que en breve pasó á ser citado como tipo de la fealdad más horrorosa. Retiróse despues á Lanxaron (villa á siete leguas de Granada), donde, por no querer quitarse de la cabeza el pañuelo que constantemente la tapaba, á fin de no descubrir la calva, jamás entraba en la iglesia; lo cual, observado un dia y ótro por los habitantes, fue causa de que le hicieran salir más que de prisa de aquella poblacion. Entónces se refugió en Granada, donde murió no há muchos años, según declaracion de personas fidedignas, que me aseguran haberlo conocido.

            JOSÉ MARÍA SBARBI. (nº 21 [1879], p. 326b; 31-agosto)

 

            El conejo de las ánimas.

            Es antiguo el cuento de un cazador muy devoto de las ánimas del purgatorio, pero de muy desgraciada puntería, el cual yendo de caza acertó á encontrar á tiro dos conejos juntos parados. A tan agradable vista, dijo echándose á la cara la escopeta: “Ánimas benditas, si mato á los dos, úno será para vosotras.” Esto dicho, disparó; mató úno, y viendo al ótro escapar incólume, exclamó: “¡Vaya un paso que lleva el conejo de las ánimas”!

            Este cuento también suele contarse algunas veces sustituyendo perdices á los conejos.

            UN CAZADOR (EN EL PLATO.)

 

            (…) ¡Extraña pregunta en un cazador! ¡Hombre, si son los Crístus, si está en la cartilla del oficio! —Esto exclamó un viejo veredero al leer la pregunta á que contesto, y me contó la historia siguiente. Va de cuento.

            En una nacion que está en el mapa, y en un pueblo de la tierra, había un cazador como múchos, que, saliendo de la oficina el sábado, cargaba con el zurron y los avíos, y estrujando hormigas se llevaba andando, andando, hasta el domingo por la noche. Muchas veces se volvía á casa sin haber visto; ótras veía y disparaba, pero no cobraba, y la verdad es que volvía siempre de bolo.

            Oyó decir en una ocasión que las ánimas benditas del Purgatorio son grandes protectoras de los cazadores y favorecen los buenos tiros; y propuso en su interior utilizar en tiempo el patronazgo. La ocasión no tardó en presentarse. Yendo por una laderita muy despacio y cuidadoso, vió con indecible alegría que por un repecho frontero subían dos conejos pareaditos, y proponiéndose matar á ambos, exclamó: -¡Ánimas benditas, úno para sufragios por vosotras, y el ótro para mí! —Hizo fuego en el instante, y al disiparse el humo viendo correr un conejo, y muerto el ótro, rompió á reir muy satisfecho, diciendo: — ¡Cómo huye el conejo de las ánimas!

                       A. (nº 25 [1880], 5; 15-en.) E incluye otra versión más en el nº 27 ([1880], pp. 38-39; 15-feb.)

 

De agua y lana.

 (…) Es respuesta del sombrerero que, preguntado de qué se hacía el sombrero, que parece cosa maravillosa no llevar costura ni ser tejido, responde: que de harto fácil materia, que es agua y lana.(nº 26 [1880], p. 18b; 31-en.)

 

A perdiz por barba, y caiga el que caiga.

            [En una sierra paradisíaca había un monasterio donde los monjes disfrutaban de bellas vistas y de los manjares del campo: las truchas del arroyo, y las perdices cuando la regla lo permitía. Pero fallecieron tres frailes, y el médico dijo que la causa eran las perdices, que había que reducir su ración a media perdiz. El abad “convocó á capítulo” e informó del hecho, “cuando un hermano rechoncho, de gran cerviguillo y de mofletes relucientes, pidió la palabra, y reclamando atención” expuso una serie de razonamientos y laudes a favor de la perdiz]

            Despues de todo, seguía el orador, la debilidad de estómago de los difuntos no era razon suficiente para angustiar á los que lo tenían dispuesto para digerir las plumas del ave, si preciso fuera; y observando de reojo el efecto de sus argumentos, acentuó el final de la peroracion, pidiendo que se conservasen las tradiciones del Convento sin peligrosas novedades, y declamando en el colmo de la elocuencia: —Sí, señores, Á perdiz por barba, y caiga el que caiga. —Una salva de aplausos compensó su facundia; y cuéntase que, al levantarse la sesion, cada uno de los asistentes recordaba que tambien canta el vulgo:

“Cuando se muere un fraile

Dicen los demás:

Un enemigo ménos,

Y una racion más.”

 

            C. F. D. (nº 27 [1880], 39a-41a; 31-en.)

 

            Eso nó, Miguel de Vergas.

            El Dr. D. Francisco del Rosal explica así el orígen de este proverbio. “Tuvo principio en Salamanca, donde fuera de la Puente está la ermita de la Trinidad, donde al pié de una imagen de Dios Padre hizo pintar un devoto ciudadano, llamado Miguel de Vergas, con una copla que decía así:

 

Querría honra y provecho

y que nada me faltase,

y, cuando Dios me llevase,

irme á la gloria derecho.

 

            Al pié de la cual copla escribió un estudiante: Eso nó, Miguel de Vergas.” (nº 28 [1880], 56b; 29-feb.)

 

            Pocos meses después alguien explicaba:

 

            Aún existe en la parroquia de la Trinidad extra pontem de Salamanca la figura del Padre Eterno ante quien está arrodillado el buen caballero Miguel de Vergas, que tiene una larga túnica sobre la cual ciñe el cinturon de que cuelga la espada; mas la inscripcion no se conserva, ni áun señales de ella.

            E. O. A. de C. (nº 36 [1880], 182b; 30-jun.)

 

            Pese a que nos hemos propuesto agilizar la lectura del contenido de la Revista, nos parece conveniente aclarar este punto. La tradición es antigua, y sin duda, la versión primera del Averiguador Universal originó el comentario del subscriptor E. O. A de C. La anécdota que ya había contado quien había residido y estudiado en Salamanca (Correas) no habla de ninguna inscripción, sino de un supuesto pensamiento del devoto Miguel y de las habladurías del pueblo. Véase la versión de Correas[4]:

 

            Eso no, Miguel de Vergas; que tenéis muchos pecados.

            Este refrán nació de Salamanca, adonde hubo un ciudadano rico y que casó dos hijas con dos doctores y hizo racionero un hijo que después fué canónigo, y tuvo otras dignidades; y en la torre de la Trinidad, parroquia del arrabal, están dos pinturas de bulto relevadas en la pared por la parte de afuera: la una de Dios Padre, y la otra de un hombre arrodillado delante, y por los efectos ya vistos y por la postura de las figuras, fingió el vulgo que Miguel de Vergas hace esta oración: “Señor, case yo mis hijas con dotores y a mi hijo véale canónigo en la Iglesia mayor, y después de mis días lévame con vos a la gloria.” A esto dicen: “Eso no, Miguel de Vergas”; y parece que lo dice el ademán de la pintura, dando a entender que no puede haber dos glorias, acá y allá. Fué Miguel de Vergas virtuoso y pío, y hizo la dicha torre, y reparó la iglesia, y fundó en ella una capilla para su entierro, y lucióse su virtud en su descendencia.

 

            Lo mismo viene a decir Nogales[5]:

 

            Eso nó, Miguel de Vergas.

            Dicho muy popular en Salamanca, referente á un vecino llamado así, tan favorecido por la fortuna, que gozó de general estimación, grandes riquezas, constante salud y no interrumpida paz, logrando casar á sus hijas ventajosamente, ver á sus hijos en altos puestos y prolongar muchos años su vida. Reedificó la iglesia de la Trinidad, extra-muros, construyendo en ella, para su enterramiento, una capilla, donde hizo esculpir en alto relieve la figura del padre Eterno y la suya propia, arrodillada en actitud de orar. El vulgo conocedor de su historia, inventó, no sin gracia, que estaba diciendo:

 

“Vivo, tengo honra y provecho;

y pues nada me ha faltado,

quiero cuando haya finado

irme á la gloria derecho.”

 

y que Dios le contestaba: “Eso nó, Miguel de Vergas, que ya es mucha gollería.” Se aplica á los pedigüeños insaciables que lo quieren todo y no se contentan con menos.

 

            Sopalanda

            (…) Recuerdo á este propósito [pronunciación de las -s finales en Andalucía], que yendo un dia por la plaza de San Francisco de Sevilla, pasó junto á mí un zagalon con dos escopetas al hombro; y preguntándole en esto un conocido suyo que le salió al encuentro: “Dí, fulano, ¿son francesas esas escopetas?”, le contestó inmediatamente el preguntado, con este verdadero escopetazo: “Nó; son S-inglesas.” (nº 29 [1880], 68a; 15-mar.)

 

            A la luna de Valencia.

            (…) Otros quieren que venga el refran del chasco que se llevó cierto individuo, que hubo de pasar largas horas de la noche esperando inútilmente en un zaguan ó patio descubierto de una casa, que en Valencia se llama también luna.” (nº 31 [1880], 32b-33a; 31-mar.)

 

            Averígüelo Várgas

            D. Francisco de Várgas, fiscal del Consejo de Castilla, embajador de España en el Concilio de Trento, orador en él por el papa Pío IV, embajador en Roma y Venecia, etc., fue varon de erudicion singular, de mucha sutileza y sagacidad de ingenio, por lo cual Cárlos I de España y V de Alemania, cuando se ofrecía alguna cosa difícil de averiguar, etc., acostumbraba decir: Averígüelo Várgas.

            MIGUEL ESTÉBAN RUIZ. (nº 34 [1880], 147a-b; 31-may.)

 

            Es este un dicho controvertido, muy debatido. El mismo Averiguador Universal incluyó un verdadero tratado en el nº 33 (15 de mayo de 1880) de cuatro páginas, caso excepcional. Quince días más tarde proponía la explicación anterior de Miguel Esteban Ruiz, que viene a ser una de las dos que Correas propone (sub voce: Averigüelo Várgas), la otra hace referencias al mayordomo de un obispo de Segovia. Iribarren[6] también se ocupa del dicho e intenta iluminar el asunto.

 

            ¿Y tienes á tu hijo muerto, teniendo apio en el huerto?

            (…) Covarrubias, ó mejor dicho su continuador Noydens, se explica así á este propósito: “Del apio hay un refran que dice: El apio en el huerto y el hijo muerto; dícese de los remedios que vienen tarde. A una mujer muriósele un hijo, y estándole haciendo remedios para su enfermedad, faltaba apio, y buscándolo, no lo hallaron hasta despues de muerto. Vino una de las vecinas á hacerle saber de cómo en un rincon del huerto había una mata de apio, lo cual causó más dolor, que remedio á la muerte. Y para dar á entender que es de necios acudir con el remedio cuando no es menester, dice el refran: El apio en el huerto y el hijo muerto.”

            JOSÉ MARÍA SBARBI. (nº 40 [1880], 246b) (31-ago.)

 

            Tarazona no recula, aunque lo mande la Bula.

            Toma su orígen de una época muy remota é ignorada, con motivo de la procesion que se dirigía á publicar la Bula de la Santa Cruzada.

            Parece que la víspera de dicha procesion, se trató de cuál era la carrera que debía seguirse al dia siguiente, en lo que no hubo conformidad, resolviendo los más la que despues se siguió; y es el caso que, la minoría, al parecer díscola, dispuso medirlo, construyendo la noche anterior una pared de tierra que, interceptando completamente una de las calles que debían recorrerse, hiciera imposible el tránsito de la procesion. Esto debieron pensar los de la construccion referida; mas el resultado no respondió á sus deseos, pues arrojando las banderas, faroles y cruces por cima del obstáculo, pronunciaron el refran dicho (…) (nº 41 [1880], p. 277; 15-sep.)

 

            A pregunta delicada, T. II, núm. 309, página 227 [si hubo algo más en la famosa frase pronunciada por el general Cambronne en la batalla de Waterloo: La Guardia muere, pero no se rinde], contestación olorosa.

            (…) Si por reciente no le parece bastante autorizada la obra, ahí están las Cartas de Eugenio de Salazar, vecino y natural de Madrid, escritas á muy particulares amigos suyos, colección verdaderamente clásica, publicada por la Sociedad de Bibliófilos Españoles. El autor, sesudo magistrado de Felipe II, saca á relucir la palabrilla, aunque la pone en griego para que no se escandalicen los lectores, y así, dice; chega á merda á o ollo de o cu… Por último, la Crónica de Don Sancho IV, libro clásico más remoto, cuenta que estando en la villa de Alfaro, como quisiera el Rey poner coto á las revueltas que promovían Don Lope de Haro y el Infante Don Juan, entró en el aposento en que estaban diciendo, “Finquedes aquí conmigo fasta que me dedes mis castillos. —E el Conde se levantó mucho aína é dijo: “¿Presos? ¿Cómo? ¡á la merda! e metió mano á un cuchillo”.

            Con esto se prueba que el general Cambronne fue un plagiario del Conde de Haro y de los apellidos del preguntante.

            C. F. D. (nº 42 [1880], p. 278b; 30-sep.)

 

            Refrán alcarreño. Bien holgarás, trotera, que á Balconete no irás por brevas.

            (…) Entre las famosas relaciones topográficas de Felipe II, figura la del pueblo de Balconete, en la Alcarria, de la cual tomo literalmente este párrafo:     “A los 44 capítulos dixo: que no sabe otra cosa que ser notable en la dicha villa de Valconete sino es haber oido un refran que dicen: agora holgaras trotera, y no ieras por bebras á Valconete, y que se dice porque en una ladera entre la dicha villa y Retuerta, donde dicen la Fuente del Chorrillo, hay muchos huertos y higuerales, donde se cojen muchas bebras, y que de otro pueblo comarcano vino una muger por bebras y cayó de una higuera abajo y se quebró una pierna y desque la llevaron á su pueblo y la vido el marido, y que iba coxa le dixo ansí: pese atal: agora holgaras trotera y no iras á coger bebras á Valconete.”

            Es cuanto sé.

            J. C. G. (nº 43 [1880], pp. 292b; 15-oct.)

 

            El diablo está en Cantillana.

            (…) Dicen éstas [personas a las que ha oído] que tal frase trae orígen de una justicia hecha por Don Pedro el Cruel en Cantillana. Habiéndose reunido en dicha villa algunos nobles con el objeto de armar un motin (que los motines son muy antiguos en España), y sabedor de ello D. Pedro se dirigió con mucho sigilo á Cantillana, mandó prender á los revoltosos, y sin más sentencia que su mandato fueron ahorcados de un arbol; todo esto sucedió de noche y sin mucho ruído. Cuando á la mañana siguiente despertaron los vecinos y vieron aquel espectáculo, cuéntase que exclamaron: “el diablo (que así llamaban á D. Pedro, según algunos por sus justicias, según muchos por sus crueldades) está en Cantillana. (…)

            Fr. T. R. O. S. A. (nº 46 [1880], p. 342a; 30-nov.)

 

            Gonzalo Fernández de Oviedo, en el tomo II de sus Quinquagenas de la Nobleza, que está inédito (pues sólo se ha publicado el tomo I de ellas), da otra explicacion á esa frase, y que parece más exacta. Según él, había por las inmediaciones de Cantillana un bandido que desvalijaba á los pasajeros al pasar la barca. Llamábanle el diablo. Por ese motivo solían los arrieros y caminantes avisarse el peligro, diciendo únos á ótros, cuando sabían que estaba esperando con su cuadrilla: Tened cuidado que está el diablo en Cantillana. (…)

            V. DE LA F. (nº 47 [1880], p. 355; 15-dic.)

 

            Pelar la pava.

            (…) Encontrándose por acaso dos andaluces que iban de viaje; y preguntándose el úno al ótro: “Diga V., compadre, es éste el camino de Jerez?” le contestó el ótro al úno: “Ni usted es mi compadre, ni éste es el camino de Jerez.” (…) (nº 56 [1881], pp. 114b-115a; 30-abr.)

 

Parece que vino de haber sido sorprendida una moza de servicio con un galan de su clase en postura no muy ejemplar entre la cancela y el zaguan, y que, interrogados acerca de en qué se ocupaban, salieron con que pelaban los dos la pava, y verdaderamente la pelaban. Es decir que bajo pretexto de pelar ó desplumar la pava, se entretenian mientras tanto charlando… (nº 56 [1881], pp. 114b-115a; 30-abr.)

 

No está muy de acuerdo con la versión que da la Academia, especialmente en lo que señala de actividad nocturna, pues es factible a cualquier hora. El cuentecillo que extracta es de Bastús[7]; pero dice que no le convence. Sin embargo, poco más de un mes después se presentó otra versión no muy diferente:

 

            (…) El orígen de esta frase, según lo he oído referir, es el siguiente. En un lugar servía á una ama anciana y achacosa una criada jóven y lista. Ambas se tenían cariño; pero la criada tenía además novio, el cual rondaba cierto dia las rejas de la casa á la hora convenida del anochecer. A la sazón había el ama ordenado á la criada que matara y pelase una pava, para solemnizar la fiesta del dia siguiente, que era de las en que repican górdo. La muchacha, por su conveniencia, fuése á pelar la víctima á la reja que daba á una desierta calle; y allí acudió el solícito rondante. Entre los dos, para no perder tiempo, trabóse al punto animada conversacion interminable según costumbre, y á la vez iban pelando á cuatro manos al difunto y aún caliente animal.

            —Anda, ayúdame, decía la muchacha en voz baja. —Con mucho gusto, respondía el zagal; pero sin darse gran prisa, para que el coloquio durara el mayor tiempo posible.

            El ama gritaba en tanto: — ¡muchacha! ¿no vienes? —La criada respondía: — ¡ya voy! señora; que estoy pelando la pava.

            Volvía á impacientarse la primera, y exclamaba: — ¡muchacha! ¿qué haces? —Y contestaba la segunda sin moverse de la reja: — ¡estoy pelando la pava!!

            Y de aquí viene, según mis noticias, esta chistosa frase, tan popular en toda España, que se aplica á los festejos de los novios por los balcones ó las ventanas.

            C. M. PERIER. (…) (nº 59 [1881], p. 162; 15-jun.)

 

                       Nudo gordiano

                       [Anécdota histórica bien conocida que no merece repetirse.]

                       (nº 72 [1881], pp. 374b-375a; 31-dic.)

 

            Correr más que Cardona.

            En el Diccionario de voces aragonesas por Borao hallo lo siguiente (Introducción, pág. 85): “… más listo que Cardona, con alusion al vizconde de ese título que aterrado por el miedo cuando su grande amigo el infante D. Fernando fue mandado matar en 1363 por el rey su hermano, huyó precipitadamente desde Castellon á Cardona, pasando el Ebro por Amposta.” (nº 76 [1882], pp. 50a-51b; 28-feb.)

 

            El calderero poeta.

            En la cubierta correspondiente al núm. 28 (28 de febrero de 1881) de Las Misiones Católicas, interesante Revista quincenal ilustrada que sale á luz en Barcelona, leo la especie siguiente:

            EL CALDERERO POETA. —Habló el célebre Quevedo á Felipe IV á favor de un pobre oficial de calderero, que, poeta de nacimiento, como todos los verdaderos poetas lo son, versificaba de una manera relativamente admirable.

            El Rey mandó al celebérrimo satírico le presentase el anunciado fenómeno, y el segúndo, deseando aprovechar la oportuna ocasión, nada envidiosa, á fuer de verdadero genio, al siguiente dia fue al palacio del Retiro con el calderero.

            Encontraron al Rey que bajaba la escalera para salir á paseo; y el calderero, instruido por Quevedo, dobló la rodilla derecha para besar la mano al Rey, el cual le levantó diciendo:

 

                       —Dícenme que verteis perlas.

 

A lo que el calderero repuso:

 

           —Sí, señor: mas son de cobre,

y como las vierte un pobre,

nadie se baja á cogerlas.

 

            El Rey pensionó al calderero para que recibiese educación literaria, figuró despues entre los poetas del siglo de oro, con el conocido y aplaudido nombre de Matos Fragoso.

            Habiendo consultado el lector una biografía de Juan de Matos Fragoso, en la que no figura la anécdota, quiere saber quién es el verdaderamente el Calderero poeta, si Fragoso no lo es. (nº 81 [1882], pp. 130b-131a; 30-abr.)

 

            Los buenos enamorados han de tener cuatro ssss.

            Estas son: sabio, solícito, secreto y solo. Cuando el gracejo del pensamiento estriba en la palabra, mejor dicho en la letra (que es más que más), puede asegurarse por punto casi general que no cabe traduccion posible, así sucede con la locucion acabada de enunciar, de igual modo que con la contestacion dada por aquel estudiante que, no sabiendo cómo arreglárselas para comer de gorra unas cuantas sardinas de las que estaban aderezando cierta noche en una venta en que pidió sólo cama, dijo á la dueña que si le daba á cenar de aquel pescado, él le enseñaría á cambio las cuatro ffff que debían tener las sardinas para ser por todo extremo recomendables. Aceptada la proposicion, y previamente trasladado, por supuesto, el manjar de lo lleno de la sarten al vacío de su estómago, dijo: Pues han de ser frescas, fritas, frias y fiadas. (nº 94 [1882], p. 346a; 30-nov.)

 

            Parecerse al Cristo de la Humildad y Paciencia.

            (…) Habíase puesto un muchacho á vender en cierta plaza de Andalucía una banasta de almejas en un dia de semana santa, y nadie se acercaba á comprárselas. Afligido al cabo de algunas horas, por temor del castigo que le aguardaba al volver á su casa sin realizar la mercancía, sentóse en un poyo, y descansando el codo en el muslo y la cara en la mano, se echó á llorar desconsoladamente. Pasó en esto un caballero, y, sabedor del caso, trató de consolarlo diciéndole: “No te apures, que ya las venderás,” como en efecto sucedió al poco tiempo. Pues bien, al dia siguiente hubo de ir ese mismo rapaz á una iglesia donde se veneraba a una imágen de bulto que representaba al Cristo de la Humildad y Paciencia; y creyendo que su actitud y afliccion respondían á no hallar quien le comprara almejas, le gritó con la mejor buena fe del mundo: “No llores, que tú las venderás; lo mismo me pasó á mí, y al fin las vendí tódas.” JOSÉ MARÍA SBARBI. (nº 78 [1882], p. 92; 31-mar.)

 

            Quien te conoció ciruelo, ¿cómo te tendrá devoción?

            (…) Cuéntase de un labrador que en cierta ocasión regalo un trozo de ciruelo á un escultor amigo suyo. Pasados algunos meses le enseñó el artista un magnífico Cristo que había sacado de aquel tronco, creyendo que tal vista excitaría la admiracion del patan; mas no sucedió así, pues prorrumpió en las palabras susodichas, que con el tiempo llegaron á convertirse en proverbio.

            JOSÉ MARÍA SBARBI. (nº 78 [1882], p. 94b; 31-mar.)

 

            Gracias á Macarandona.

            Como respuesta (…), copio el siguiente cuento que en su comedia El secreto á voces pone Calderon de la Barca [jorn. 2, esc. 18] en boca de Fabio, criado gracioso.

 

Hay cerca de Ratisbona

Dos lugares de gran fama,

Que el uno Agere se llama

Y el otro Macarandona.

           Un solo cura servía,

Humilde siervo de Dios,

A los dos, y así á los dos

Misas las fiestas decía:

           Un vecino del lugar

De Macarandona, fue

A Agere, y oyendo que

El cura empezó á cantar

           El prefacio, reparó

En que á voces aquel dia

Gratias Agere, decía

Y á Macarandona no.

           Con esto, muy enojado

Dijo al cura: ¿gracias dá

A Agere, como si acá

No le hubiéramos pagado

           Sus diezmos? Cuando escucharon

Tan bien sentidas razones

Los nobles macarandones,

Los bodigos le sisaron:

           Viéndose desbodigar,

Al sacristán preguntó

La causa, él se la contó

Y dio desde allí en cantar

           Siempre que el prefacio entona

Porque la ofrenda se aplique:

Non tibi semper et ubique

gracias á Macarandona.

                                               (nº 85 [1882], p. 194; 15-jul.)

 

            [Perdonar a Meco]

MECO-MORO-AGUDO:

EPÍTETOS

DEL IMPOSTOR MAHOMA.

POR QUÉ LOS GALLEGOS NO PUEDEN NI DEBEN PERDONAR Á MECO.

SU AUTOR

EL R. P. M. FR. MARTIN SARMIÉNTO,

Benedictino

            (…) Dícese, que un estudianton, que era natural del lugar de Meco, junto á Alcalá, ó que se llamaba Meco de apellido, que tambien le hay hácia dicho lugar, pasó á Galicia, como pasan otros tunantes; y que habiéndose insinuado en el servicio de no sé quién, consiguió ser cura de San Martin del Grove, que está en una casi isla, en donde la ria del Padron entra en el mar alto. Que habiendo allí manifestado las habilidades que llevó á Galicia, se desenfrenó tanto su carnal apetito, que vició á muchas mujeres, ya por sugestion, ya por violencia. Que irritadas éstas, determinaron echarle de este mundo, ahorcándole de una higuera; y que finalmente, habiendo hecho autos de la Justicia de la Coruña, se castigaron algunas delincuentes, y que de tódo se conserva memoria en el archivo de la Audiencia. (p. 220b)

            Esta historia se refiere de varios modos, que es el carácter de las fábulas mal forjadas, que siempre se cuentan sine die, et sine consule.

(…) ¿Y quién dirá, que este caso es singular y bastante para introducir un caso tan extendido en España? No sobra otra cosa que casos semejantes del Grove. En nuestros dias conocimos al Cura de la Mota, que además de haber sido más Meco que el del Grove, añadió mil sacrílegas imposturas. Ningúno pregunta á los campesinos si han perdonado ó perdonan al cura de la Mota, sino si son hijos de dicho Cura (…)

 Madrid y octubre 1 de 1796. —Fr. MARTIN SARMIENTO. (nº 86 [1882], pp. 219a-222a; 31-jul.)

           

            Explica Sbarbi que el estilo del benedictino no tiene la frescura y altura de otras producciones literarias porque fueron apuntes que hizo sin ninguna intención de difusión.

 

            Las cuentas del Gran Capitan.

            [Anécdota histórica conocidísima: (Boira[8], Bastús[9], Nogales[10], Lope Barrón[11] [Quintana. Vidas de españoles célebres; Rosell, Crónica general de España, t. III]… Refleja la versión de Bastús. (nº 87 [1882], pp. 227a-228a; 15-ago.)

            [Cita y extracta la historia que halla en el obispo italiano Paulo Jovio en su Historia general del Mundo.] (nº 89 [1882], pp. 258b-259a; 15-sep.)

 

            Tal vez fuese la dirección que seguía la Revista lo que impulsó a Romualdo Nogués a enviar algunos de sus cuentecillos que encerraban en sí el origen de alguna expresión o refrán:

 

CURIOSIDADES

ORIGEN

DE

ALGUNOS MODISMOS ARAGONESES

 

            Para probar la tenacidad aragonesa, han inventado el siguiente cuento. San Pedro, que viajaba con Jesucristo, preguntó á unos aragoneses:

            — ¿Adónde vas?

            Respondiéndole:

            —A Zaragoza;

            —Hombre, dí si Dios quiere.

      —Que quiera, ó nó, voy á Zaragoza, —añadió el habitante de las orillas del Ebro.

      Jesucristo convirtió al aragones en rana, y lo echó á un charco.

            Pasaron muchos siglos; Jesucristo volvió al aragones á su primitiva forma, y al preguntarle otra vez el Apostol:

            — ¿Adónde vas? —

      Contestó sin vacilar:

      —A Zaragoza, ó al charco.

**

            Dicen que la racion de carne de los monjes de Veruela era de tres libras, y que al tratar el abad de disminuirla, para evitar apoplejías, se opuso la comunidad gritando:

            — ¡A carnicera por barba, y caiga el que caiga! —

            Frase aplicada en Aragon á los que no contienen sus apetitos.

**

            En Tarazona, las personas que formaban la cabeza de una procesion se metieron en una calle sin salida, que concluía en la tapia de un huerto. Hicieron alto al llegar al obstáculo; pero los que marchaban á retaguardia ordenaron terminantemente prosiguiesen sin detenerse, creyendo deshonroso para aragoneses el volver atrás. Escalaron la tapia, echaron estandartes, cruces y santos al huerto, y continuó adelante la procesion. Desde entonces se dice:

“Tarazona no recula, aunque lo mande la bula.”

**

            Un chico de Belchite, que se había roto la cabeza, derramaba abundantes lágrimas, y sus paisanos le decían:

            — ¿De Belchite, y lloras?

**

            En Aragon es muy comun consolar á los niños, diciéndoles: —No llores, aunque te veas con las tripas en la mano.

**

            Un cura se desesperaba de que su ama, la mujer más parlanchina de la comarca, siempre que le dirigía la palabra cesaba de dar vueltas al huso, asegurando no podía moverlo al mismo tiempo que la lengua. El buen sacerdote, para que callara, le repetía sin provecho:

            —Dímelo hilando, casera.

            A los que no trabajan por hablar, suelen en Aragon hacerles la anterior advertencia.

**

            Un labrador de Chódes se volvió temprano del campo, rabiando de las muelas; púsose un pañuelo por debajo de la barba, se acostó y llamó al médico, el cual, equivocándolo con la mujer, que sabía se hallaba embarazada, le dijo á la hija:

            —Chica, anda prónto á buscar á la comadre, que tu madre está de parto.—

            Para ponderar á un galeno en Aragon, no hay como compararlo al médico de Chódes.

**

            En la guerra de la Independencia mataron cerca de Borja á un soldado frances. El comandante del fuerte de dicha ciudad previno al Ayuntamiento de la mísma que, si no se averiguaba quiénes eran los culpados, asesinarían á los dos primeros españoles, grandes, ó chicos, que encontraran en las calles. Recayeron leves sospechas en dos inocentes mendigos llamados Bolchácas y Mangas. Los sacaron al campo, les hicieron una descarga, se salvó Bolchácas, y entró en la poblacion gritando:

— ¡Ya cayó Mangas!

            Expresion que se dice en Borja todavía, para manifestar que se ha cometido una injusticia.

**

            Para las fiestas de un pueblo pequeño llamaron á los famosos gaiteros de Lumpiaque. Tódos, pensando que lo mejor de la funcion sería el baile, aguardaron con impaciencia á que llegara la noche; se encendieron candiles y velones, se llenó la sala, se prepararon las parejas, y como nunca empezaba la música, porque los gaiteros no concluían de templar, aburrida, se dispersó la reunion. Dado el poco sufrimiento de los aragoneses, es probable arrojaran á los músicos por la ventana.

            A los muy pesados en acabar lo que hacen, les dicen en Aragón:

“Pareces á los gaiteros de Lumpiaque, que amanecieron templando.”

**

            Varios vecinos de Alagon consiguieron que un arriero, amenazándolo con matarlo, les vendiese una arroba de salmon, y sólo accedió á condicion de que le hiciesen escritura de pagárselo al mismo precio que el priméro que despachase en Zaragoza. El regidor perpetuo de esta ciudad (que marcó, como era costumbre antiguamente, el valor del género), caballero rico y de buen humor, dio al arriero testimonio de habérselo comprado á onza de oro la onza. Los de Alagon pagaron por una arroba aragonesa de pescado 138.240 rs. Todavía no les hace gracia cuando oyen decir, al encarecer un objeto: —Ha costado más que el salmon de Alagon.

**

            Pescando con caña en el Ebro úno de Utebo, creyó que algun barbo colosal había picado en el anzuelo, cuando, á pesar de ser hombre de bríos, no podía sacarlo. Llamó en su ayuda á los vecinos del pueblo; acudieron tódos con cuerdas y ganchos, y tantos esfuerzos hicieron, que arrancaron del fondo del rio un enorme madero. El que quiera que le caliente las costillas los de Utebo, puede preguntarles: — ¿Y el barbo?

**

            Un aragones, de genio endemoniado, se casó con una navarra, que lo tenía peor. Les cogió en campo raso una horrorosa tormenta; y al exclamar, desesperado, el marido: “De Navarra, ni mujer ni tronada,” replicó furiosa su dulcísima mitad:

            —De Aragon, ni hembra ni varon.

            Aún se repite el dícho.

**

            Cuentan en Zaragoza que despues de haber permanecido un forastero muchos dias en la antigua Posada del Sol, le advirtió al cebadero (mozo de cuadra) lo despertase tempráno, porque deseaba ir á misa de Infantes, que se celebra al amanecer en la iglesia del Pilar.

            — ¡Vuelvo! —gritó al salir por la puerta; y no lo vieron más. En la capital de Aragon, si creen que algúno no piensa pagar sus deudas, suelen decir:

            —Ese habrá ido á misa de Infantes.

**

            En varios pueblos de Aragon, á los muy torpes les dicen: “Te pareces á Pique.” Este era un mozo gran andador, como casi tódos, al que le advirtieron madrugara para ir á Calatayud.

            Cuando el amo se levantó, ya estaba de vuelta; teniendo que hacer dos veces el camino, por no enterarse del recado ántes de marchar.

**

            En noche lluviosa y fria pidió un fraile, cansado y hambriento, hospitalidad á una mujer de Ambel, tan póco caritativa, que no le dio ni cena, ni fuego, ni cama. El pobre, al pasar por la cuadra para ir al corral, recibió un par de coces de una mula; subió, para secar sus hábitos, leña que no pudo encender, porque estaba húmeda y verde, y se marchó del pueblo en el acto, murmurando:

            —De Ambel, ni mula, ni leña, ni mujer. La mula, guita (falsa); la mujer, maldita; la leña, sin arder. ¡Maldito sea Ambel!!! —

            Todavía se repite en Aragon lo que dijo el fraile.

**

            El capitan Hernando Tello Portocarrero salió de Dourlens la noche del 11 de mayo de 1597, caminó siete leguas, y se situó al amanecer muy cerca de Amiens, plaza fuerte é importante, cuyos habitantes, por guardarla mejór, no quisieron que Enrique IV les diese soldados para su defensa. Al ser de dia se presentaron varios aldeanos en la entrada de dicha ciudad con un carro de leña, y dos de ellos tropezaron, cayeron al suelo, y desparramaron las nueces que llevaban en unos cestos. Miéntras los franceses que guardaban la puerta, riéndose á carcajadas de su torpeza, cogían la fruta, los aldeanos, desabrochándose los gabanes, sacaron los pistoletes, y á los gritos de ¡Viva España! se apoderaron de la entrada de la plaza; los centinelas de la muralla no pudieron levantar el puente, por el carro que los españoles habian cruzado en él; á los tiros acudió Portocarrero con la caballería, y aunque los de Amiens se defendieron bravamente por las calles y desde las casas, la ciudad quedó por Felipe II. Los diez soldados disfrazados de aldeanos iban á las órdenes del sargento Francisco del Arco, natural de Borja, que murió de capitán. Desde la referida sorpresa, se dice:

            —Más es el ruído que las nueces.

            [Un lector replicará (nº 85 [1882], p. 195a; 15-jul.) corrigiendo al “señor Soldado viejo”, pues ha hallado la expresión en autores más antiguos (Segunda Celestina). La redacción corrobora este punto y confirma que también existe “en las colecciones más antiguas de Refranes castellanos”]

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            Cuentan que en el Ayuntamiento de Tarazona propuso un regidor matar una vaca para el convite que iban á dar á un personaje, oponiéndose ótro por ser mucho gasto, y asegurando que con média tenían bastante.

            —Se puede arreglar, añadió el priméro; nos comemos la mitad; y el resto que siga paciendo (pastando). —

            Los de Tarazona se burlan de los de Borja diciendo:

            —Borja, Paris, ó Roma.—

            A lo que contestan los de la segunda de aquellas ciudades:

            —Ó la media vaca de Tarazona— (aludiendo á la anécdota anterior)

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            Malejan, pequeña aldea de Aragon, situada sobre una eminencia rodeada de árboles, se asemeja á un pintoresco aduar de Marruécos. Al expulsar los moriscos, quedó completamente deshabitada, así como el pueblo inmediato, llamado Rivas, del cual, á pesar de encontrarse en los mapas de España, sólo existe un molino del mismo nombre. Como los cristianos tenían á los moriscos por embusteros, habladores y gente sin Dios ni fe, para dar á conocer que es difícil ocultar un suceso, hoy todavía se dice en Borja:

            “Como el secreto de Rivas, que lo sabían en Malejan.”

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            En el siglo pasado, ó en ótro, un señor de Alfocea (pueblo cercano á Zaragoza), para imitar á los cuervos, se empeñó en volar; atóse dos alas de cañas á los brazos, se arrojó desde un peñasco, quedó del golpe sin esperanzas de vida, y, aconsejándole no repitiera la prueba, replicó muy incomodado:

    ¡Que nó! En cuanto pueda ponerme de pié: no he volado, porque me faltaba la cola.—

En Aragon, para llamar archibárbaro, dicen:

            — ¡Es más bruto que el señor de Alfocea!!

            UN SOLDADO VIEJO, NATURAL DE BORJA. (nº 75 [1882], pp. 35b-39b; 15-feb.)

 

            Estos dichos de Aragón cumplen la función de glosar refranes, pero también son excelentes pullas. Quizás fuese una consulta hecha hacía casi año y medio la que creó cierta curiosidad por el tema. Le parecía a un palentino que sería tarea curiosa recoger las pullas, o tradiciones burlescas, como las denominó, y le invitaba al propio Sbarbi a que iniciase un proceso de recolección, si tal no existía. Curiosamente, la invitación puede seguir teniendo validez para el folklorista del siglo XXI. El tema, pues, surgió de una pregunta en que el subscriptor se interesaba por alguna publicación sobre el tema, y una propuesta de recopilación. Por lo demás, percibía la existencia de una tradición muy general que se concretaba en realizaciones locales particulares. Verdad que parece que, aun hoy, escapa a la comprensión de mucha gente. La actitud del palentino nos sirvió, además, para disfrutar de unas pocas pullas que dejó como muestra:

 

            Tradiciones burlescas.

            (…) Existen esparcidas por el pueblo curiosas colecciones de anécdotas, leyendas ó tradiciones más o ménos graciosas y picantes, en proporcion de los del pueblo A respecto al cercano B, zahiriéndoles, y los de B á su vez de A, con el mismo fin.

            Estas tradiciones, idénticas en el fondo y muy parecidas en la forma, por villas y lugares ab initio separados y sin comunicación entre sus moradores. Verbi gratia: De Almudévar, provincia de Huesca, cuentan que pusieron pleito al sol, porque cuando iban á la ciudad les daba de cara, y cuando volvían por la tarde, también, lo cual era muy incómodo para los viandantes. –Acudió una comisión, en nombre de éstos, á querellarse del sol, ante el Justicia mayor, con la pretension nada ménos de que remediára tal desacato del rubicundo Febo; y despues de varios dias de consulta entre los jurados, y de revolver en busca de antecedentes, empolvados infólios, uno de los jurados dio este dictámen en forma de consejo: “Que los de Almudévar empréndan el viaje á Huesca por la tarde, y el de regreso á su pueblo por la mañana, y entónces el sol les dará de espaldas, en vez de darles de frente.”

            Esta anecdotilla, me aseguran por aquí, que con ótras del mismo sabor corren impresas en un libro titulado Historia de Pedro Saputo, especie de Gil Blas, ó mejor, Bertoldo, Bertoldino y Casaseno, y que en dicha Historia se atribuye a Pedro Saputo el consejo ó dictamen referido.

            Pero tropiezo con una dificultad, y es, que en Castilla la Vieja, nadie ha oído hablar de tal historia, ó al ménos entre la gente del pueblo, narradores de estas leyendas, no es conocida, así como lo es de Bertoldo; y sin embargo, de Villamartin de Campos, si mal no recuerdo, Hautilla del Pino y otros varios pueblos, cuya situacion geográfica les hace tener la capital al oriente, y, por ende, en sus viajes diarios á la ciudad de Palencia, reciben de frente los rayos del sol que nace, y en los de regreso por la tarde á sus hogares tambien sufren tête à tête los rayos del sol poniente, de dichos pueblos se refieren anécdotas iguales en todo á la de Almudévar. (…)

            ¿Cómo se explica que en pueblos tan distantes, sin relacion alguna probable, fueran á coincidir en burlas tan parecidas de sus vecinos respectivos? Burlas que, dicho se queda, nadie puede referir, sin exponerse á una paliza, á los moradores del pueblo aludido.

            Así, en Palencia, para reirse de los de Dueñas, les llaman botijeros, cuyo orígen aseguran los palentinos dimana de que los antiguos eldanenses, queriendo demoler el castillo del pueblo, cansados de manejar el pico y el azadon la emprendieron con los muros á botijazos, hasta que á fuerza de romper en ellos numerosos ejemplares de tan frágil vajilla, consiguieron tirarlo, y áun añaden algúnos, que varias viejas entusiastas, no siendo bastante los botijos existentes en el pueblo, acabaron de rematar el castillo con huevos de aves de corral.

            A esta hazaña, que no hace mucho honor á la penetracion de mis paisanos, oponen éstos:

            Que en Palencia hubo una vaca á la que quitaron su cría para el matadero, y, enfurecida, escapó del establo entrando por la calle Mayor acometiendo á diestro y siniestro, haciendo grandes fechorías, y malhiriendo entre otras personas notables, al hijo del señor Corregidor, por lo que esta autoridad, luégo que tuvo bien atada y á su disposicion la res vacuna, dispuso que la ahorcáran como facinerosa, y con objeto de prolongar su agonía, mandó que echasen el nudo corredizo al rabo, y apretáran hasta ahorcarla, y es fama que aún van tirando.

            A los de Cevico de la Torre, en la misma provincia, para hacerles salir, se les dice: “Rico Cevico, que viene la ballena por el arroyo, y era la albarda de un borrico.” —Lo cual tiene su orígen, de que en cierta ocasión entró un vecino en el pueblo, alborotando casa por casa, con la primera parte de la frase entrecomada; salieron las autoridades y personas pudientes á ver el milagro, y efectivamente, á lo léjos se distinguía, bogando hácia el pueblo, un bulto, que tódos tomaron por el gran cetáceo; y cuando estaban echando sus cálculos acerca de cómo le habían de pescar, y habían llevado á la orilla del arroyo todos los útiles aparentes que hallaron á mano, vieron con gran sorpresa que era la albarda de un pollino escapado del pueblo el día anterior. Y en Zaragoza se refiere cosa muy parecida de los de Monzalbarba y Utebo, á quienes más de una ronda les espeta al són de jota esta coplilla:

 

Los tontos de de Monzalbarba

Y los agudos de Utebo,

Fueron á pescar un barbo,

Y pescaron un madero.

 

            Aún podría citar por referencia otras tradiciones tan burlescas en el fondo como las apuntadas, pero para muestra basta un boton; y si éste es malo, como el presente artículo, aún sobra con lo que dicho queda, suficiente á mi juício para explicar mis deseos de ver reunidos y coleccionados en un tomo las tradiciones burlescas populares.

            J. FERNÁNDEZ BRIZUELA.

            Castejon de Monegros, agosto de 1880 (nº 41 [1880], pp. 258a-260a; 15-sep.)

 

            El propio Sbarbi escribirá poco después para contestar en un artículo al palentino y a otro subscritor que proponía que se recogiesen y se enviasen Apodos ó Motes (I, p. 242). Afirma Sbarbi que, en España, no existe ningún libro del tipo que propone el palentino, y se atreve a asegurar que posiblemente no lo haya en ninguna parte. Y recuerda algunas pullas:

 

            Tradiciones burlescas.

            (…) “y ballenatos los de Madrid, porque diz que creyeron ballena una albarda que bajaba por la corriente del Manzanares (…)

            La retratista popular Fernan Caballero, pinta con los siguientes colores los apodos de ataja-primos, tardíos, zorros y desechados, adjudicados en Andalucía respectivamente á los naturales de Chiclana, Vejer, Medina, y Conil. Dice así:

            “El de ataja-primos, mal nombre que pica de muerte á los chiclaneros, dicen que debe su orígen á dos primos que, estando en la orilla del rio, vieron la luna reflejada en él, y la quisieron coger; pero como por más que corrían, el reflejo quedaba siempre á igual distancia de ellos, y nunca lo podían alcanzar, le dijo el úno al ótro: “Da vuelta, adelántate y atájala, primo.”

            El de tardías, que incomoda tanto á los de Vejer, proviene de haber querido echar abajo un peñasco que les estorbaba, y que tiene vetas amarillas. Cuéntase que el medio de que se valieron para llevar á cabo tan ardua empresa, fue el tirarle huevos, los que se estrellaron en él como lo atestiguan las vetas amarillas. Habiendo consumido sin obtener resultado el puesto de huevos que llevaban, enviaron á algúnos de entre ellos al pueblo para que les trajesen más. Tardándose los comisionados, y estando ellos tan enfuncionados y tan impacientes por llevar su obra á cabo, se pusieron á darles voces, diciendo: “Llegad, tardíos!

            En cuanto al de zorros, que enfurece á los de Medina, refiérese que estando este pueblo en poder de moros, y no pudiendo los españoles hacerse dueños de él, discurrieron una treta, que fue el fingirse zorros. Así sucedió que una noche los moros de Medina oyeron con espanto tal concierto de aullidos de zorros en todas direcciones, y un tau, tau, tan estrepitoso y general, que se asustaron y abandonaron el pueblo, de que se posesionaron pacíficamente los fingidos zorros.

            Tocante á los desechados de Conil, no hemos podido, á pesar de nuestras investigaciones, hallarle más etimología, sino el que, en siendo de Conil, nadie los quiere, ni encuentran cabida”.

            (…) Suele darse [retoma Sbarbi su repertorio] el dictado de los del embudo hueco á los hijos de Ciempozuelos, á causa de referirse de ellos que en cierta ocasión vinieron dos individuos de aquella villa á Madrid con objeto de encargar á un hojalatero les construyera un embudo de ciertas dimensiones. Convenidos en el trato, y cuando se hallaban en la mitad del camino nuestros dos sujetos, de vuelta á su casa, ocurriósele á uno de ellos preguntar ál ótro:

            —Di, fulano, advertiste al maestro que el embudo sea hueco, no tengamos que nos lo vaya á sacar macizo?

            —Hombre, nó, se me ha pasado por alto semejante circunstancia.

            —Pues dí tú que se nos ha olvidado lo más esencial.

            —Y ya, ¿qué remedio?

            — ¿Qué remedio? volver atrás y prevenírselo.

            Y en efecto, cuéntase que volvieron atrás, y encargaron al hojalatero que tuviese mucho cuidado con que el embudo saliese hueco, lo que, según la pícara émula tradicion, dio al mote que queda apuntado.

            He oído referir asimismo que unos vecinos del pueblo de Carranque vinieron en cierta ocasión á la córte con objeto de encargar á un escultor les hiciera un Cristo. Habiendo preguntado el artífice cómo lo querían, si vivo, ó muerto, pusiéronse á conferenciar entre sí los palurdos aquéllos, sin atreverse á resolver la cuestión, hasta que uno de ellos, al parecer más avisado que los demás, exclamó: —Nada, maestro, hágalo vivo su merced; que si nuestros paisanos no lo quieren vivo, nosotros nos encargamos de matarlo.

            Hemos dicho arriba, copiando á D. Fermin Caballero, que ballenatos es mote de los hijos de Madrid, apodo que vemos atribuído por el autor de la pregunta que promueve esta respuesta, á los naturales de Cevico de la Torre; pero nadie ignora que el dictado más generalmente aplicado á los madrileños es el de gatos, cuyo motivo, transcrito á la letra del Orígen histórico y etimológico de las calles de Madrid, por D. Antonio Capmani y Montpalau, pág. 96, es el siguiente:

            “Fue un apellido (el de Gato) muy célebre en esta villa, del cual se habla en la conquista de Madrid en tiempos del rey D. Alonso VI, que explican que fue un soldado valiente que en el asalto de esta plaza hizo prodigios de arrojo, trepando por una muralla, auxiliado de su daga, que clavaba en las unturas de las piedras. Maravillados de su habilidad, sus compañeros de armas, dijeron que parecía un gato (…).

            JOSÉ MARÍA SBARBI.

            (nº 47 [1880], pp. 356a-358b; 15-dic.)

 

REFRANES Y DESVERGÜENZAS

 

            (…) Más intencionado es el cuento, en prosa, que se refiere de la ciudad de doña Elvira [Toro].

            Como un viajero diera señales de admiracion al contemplar la torre del reloj, que de notoriedad es hermoso monumento, un toresano que sirviendo de guía le acompañaba, exclamó con la mayor satisfaccion y naturalidad:

            —Pues mire V., está hecha aquí.

            La frase alcanzó gran éxito, de tal manera, que preguntar hoy á un toresano del pueblo si la torre está hecha allí, conduce al mismo peligroso resultado que la interrogacion por las chimeneas en el Viso, por la hora de Astorga á un maragato, por el reloj del Cura á un baracaldes, ó por la bula de Meco á un gallego. (…)

            Estos son otros cantares que no necesitan explicación; los hay más inciviles, del cura de Villalpando y su sobrina, y de las mujeres de San Román de Hornija. (…)

            Aún sigue aprovechándose por gente de buen humor cualquier circunstancia local oportuna, según acredita, por último ejemplar, el siguiente epigrama de Leon de la Vega:

 

           “Brindó hospedaje en Zamora

tras obsequio pasajero

á Telesforo, un viajero

en cierta locomotora;

y cortés le respondió

el dicho don Telesforo:

—Muchas gracias; lo que es yo,

no puedo pasar de Toro.”

            C. F. D. (nº 54 [1881], pp. 90b-93b; 31-mar.)

 

            Los cuentecillos de Nogués parece que animaron a otros amantes del chascarrillo; no sólo fueron los que había insertado en El Averiguador Universal, sino los que había publicado aparte. Un lector pide parecer sobre enviar un centenar de cuentos, dado el éxito de los cien del Soldado viejo [Nogués]; evidentemente, el parecer de la Revista era positivo, pero, desgraciadamente nunca aparecieron. La Revista terminaba el año (1882) y Sbarbi dejaba pendiente la continuación de los artículos; en su lugar ofrecía la entrega de otra obrita para los subscriptores, durante dicho año.

 

            (…) Un estudiante nada jóven, y tambien aragones y de la tierra del Jalon, tiene otros cien cuentos aragoneses inéditos (…)

            Había en Alcalá (quizá fuera en Salamanca ó Sevilla y por eso no riñamos), un zapatero repentista que tomaba mucho rapé en caja, sin fusique ni fungueiro.

            Llegó un dia un estudianton á su tenducho, y arrodillándose delante de él, con el tricornio en el suelo y las manos cruzadas ante el pecho, le dijo con tono suplicante:

 

¡Postrado aquí me tendrás,

hasta que me dés un polvo!

 

            El zapatero sin inmutarse, y ántes al contrario con tono de autoridad, y después de sacar la caja, dar sobre la tapa de ella los dos golpecitos de rúbrica, y sorber él priméro una buena racion, le alargó la caja diciéndole:

 

¡Pecador, ego te absolvo!

Levántate y tomarás.

 

            Todavía se ha olvidado á don A. G. F. una cosita del prefacio.

            Tratándose de un charlatan oí decir á cierto eclesiástico:

            —Tambien ese es de los del prefacio; en tomando la tarabilla no sabe concluir:

    ¿Y qué tiene que ver eso con el prefacio?

—Le diré á V.: al acabar el prefacio dice en sus últimas palabras una cosa que cuadra bien á todos los charlatanes, sine fine dicentes.” (nº 76 [1882], pp. 60b-61a; 28-feb.)

 

            Más, si lo prometido por el estudiante “nada joven” no llegó a ver la luz, para desgracia nuestra, sí nos pudo compensar otro pequeño ramillete de chascarrillos aragoneses; quizás ellos sean una porción de los prometidos por el estudiante nada joven:

 

CUENTOS ARAGONESES

 

            El herrero de Almudévar le metió por la boca á su mujer un hierro candente, porque le trajo el almuerzo frio. Condenáronle á morir ahorcado. A los que le llevaban al patíbulo, gritó un labrador amigo suyo:

            —Vecins d´Almudévar, al ferreiro del pueblo quereis enforcar? ¿Quién vus aferrará las mulas y las rejas de labrar? Doce teixidors (tejedores) hay en el pueblo: aunque enforquéis á úno, entuavía vus quedan once. —

            Los labradores convencidos con tan bravo argumento, echaron mano á un tejedor, y lo ahorcaron. Desde entónces quedó en proverbio el decir: La justicia de Almudévar, que pague quien no lo deba.

            Esta anecdotilla se publicó en un libro impreso en Huesca intitulado: Aventuras de Pedro Saputo.

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            A los que huyen del trabajo les suelen decir en tierra de Huesca: “Paíces á los burros de Arguís, que, de ver la carga, sudan.”

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            A los de Daroca les dicen por burla los de los pueblos inmediatos:

 

Daroca la loca,

Los muros altos, la gente poca;

Si no fuera por la mina,

No valía una sardina;

Si no fuera por el ruejo,

No valía un abadejo;

Si no fuera por los Corporales,

No valía cuatro reales.

 

            Aluden á la mina ó túnel que abrió Mosen Piérres Bedel, para salvar la ciudad de inundaciones. Al santo ruejo, ó piedra de molino, que rompió la puerta de la ciudad, dando lugar á que salieran las aguas dia de San Buenaventura, y al Santísimo Misterio.

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            Tienen por patron los de Illueca á san Babil, y los de Sestrica á san Miguel.

            Ponderaba úno de Illueca lo múcho que valía una reliquia de san Babil que les regaló el papa Luna, natural de aquel pueblo, á quien por eso le llamaban el Papa Illueca.

            “¡Valiente cosa!” dijo el de Sestrica: —Nosotros tenemos en mi pueblo una plumica del ala de S. Miguel.”

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            El cadáver del papa Luna, que murió en Peñíscola, estaba insepulto en el castillo de Illueca, propio de los condes de Morata, señores del pueblo, por haber muerto escomulgado: su cadáver estaba íntegro ó momificado. Los franceses, que le persiguieron terriblemente en vida, teniéndole sitiado en Aviñon, maltrataron su momia, tirándola por una ventana del palacio, de cuyas resultas quedó destrozada.

            Contábalo con lastima úno de Illueca, á lo que le dijo ótro de Jarque: —“Mira tú que mala cuenta os trujo, que os lo comisteis en la taberna por abadejo.”

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            Vendió úno de Gotor un burro á cierto vecino de Illueca. Pocos dias despues se dijo que el burro era robado, pues el de Gotor lo había comprado á unos gitanos en la feria de Calatayud. Encontrando un dia el comprador de Illueca al vendedor, se encaró con él y le dijo: —“Ciquío, ¿sabes que á tu burro le ha salido mala voz?”

            El de Gotor, con el mismo tonillo peculiar de los de aquella tierra, le contestó: —“Pusqué, telo vendí yo pa cantor?”

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            Un labrador rico, pero de linaje oscuro, casó con una infanzona tan pobre como orgullosa, la cual luégo que se vió fuera de miserias, se hizo muy desdeñosa con su marido y la parentela de éste. Un dia que riñeron, le llamó piojoso, piojoso, piojos. Exasperado el marido, le echó una soga al pescuezo y la tiró al rio medio estrangulada. Al caer, le dijo el matador:

            —Ya no volverás á insultarme. —

            La infanzona moribunda, ya que no podía hablar, sacó las manos, y comenzó á juntar úna con ótra las uñas de los dedos gordos, como quien mata los insectos á que aludía con aquel mote.

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            Como cuento, y mero cuento histórico, puede pasar el siguiente que oí contar á un valenciano.

            A los Aragoneses llaman en Valencia churros, y por diminutivo, churretes. Como hay muchas criadas aragonesas de la serranía de Teruel, que suelen ser apreciadas por su honradez y laboriosidad, la palabra churreta es casi sinónima de criada.

            El orígen de la palabra churro, decía el valenciano que proviene de que en ocasión de celebrarse córtes generales en tiempo de Don Jaime II y jurar los fueros el Rey, dijo en limosin ó catalan Jureu… para que todos jurasen. Los catalanes y valencianos lo entendieron y dijeron juro, pronunciando churo. Pero los aragoneses, como no lo entendieron, callaban, por lo que el Rey algo enfadado exclamó: Digan churo. Oyendo aquello los aragoneses lo pronunciaron fuérte diciendo: Churro.

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            Cuenta el P. Feijoo en su Menagiana, ó Colección de cuentos, que á un alcalde de Calatayud de la familia de los Ramiros le pusieron un pasquin muy picante. Bebía los vientos el Alcalde por saber quién lo había puesto, y ofreció un buen premio al que lo averiguara; pero á la noche siguiente apareció cerca del mismo sitio otro pasquin que decía:

 

           “No lo sabras, bobo,

Pues que lo puse yo solo.”

 

            En efecto, en tiempo de Felipe V fue alcalde muchos años don Juan Ramiro, partidario de la casa de Borbon, como lo fueron el clero y la nobleza de allí, aunque nó la gente del pueblo.

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            En un año de gran carestía, un pobre montañes de hácia el valle de Hecho les dijo á sus tres mocetes, que fueran á ganarse la vida, pues no tenía para darles de comer. El chiquito, que era listo, cogió una campanilla, y se propuso pedir limosna haciéndose el mudo.

            El montañes al despedirlo le dijo en la fabla que áun conservan en la montaña de Aragon: — ¡Mocé, non bebas vin, que fablarás muyto!

            Bien le fue al chico una temporada con su industria. Pero habiendo llegado á Huesca le ofrecieron un vasito de vino en una casa donde le recogieron. Dióle el tufillo en la nariz al seudo-mudito, y no pudiendo vencer la tentacion, bebió un buen trago, á pesar de la oportuna advertencia paternal, y, como era de suponer, se achispó.

            — ¡Lástima de chico, —decía el dueño de la casa, mirando al pobre mudito! — ¿De qué se quedaría mudo?

            Abrió la boca el mudito, y dijo con aire lastimero: —“Lo soy de nacion.” por decir de nacimiento.

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            En una boda que hubo en Meneses estaba muy seria la novia durante la comida. Los convidados comenzaron á gritar: “¡Que diga la novia gracia!”

            La novia, despues de múcho pensarlo, dijo:

            “¡Que cuerten pan!”

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            Cuando algúno hacer barbaridades que llegan á darle funesta celebridad, suelen decir en Aragon:

            “Ese es como el dulero de Calanda, que, por hacerse famoso, despeñó la dula” (adhula).

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            Dos comerciantes de Calatayud fueron á Zaragoza para una comision del Ayuntamiento, hacia el año 1852. Iban con sus buenas capas de paño azul y sus chaquetones ó americanas de buen paño.

            Un empleado del gobierno civil de Zaragoza les preguntó en tono de broma: —Ustedes tienen traza de ganaderos.

            —Ya se ve que sí.

            — ¿Y en qué comercian ustedes? —

            El uno de ellos, no poco listo, le respondió:

            —Por ahora tratamos en perras.

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            A un librero de Zaragoza en cuyo tenducho entré por ver si tenía algunas obras antiguas le pregunté si tenía algunos libros antiguos.

            —Aquí tiene V. todas las obras que quia V. pidir; tiene V. la Pastora de lamer-mor [N. A.: una novela de Walter Scott], las aventuras de Tilímaco…

            —Pero si yo no quiero novelas, ni libros nuevos; lo que yo quisiera saber es si tiene V. libros viejos, de esos grandes de los conventos.

            —¡Precisamente viene V. á pegar con el que más libros de frailes ha devorao en Zaragoza! —Aún le compré alguno que por casualidad tenía, y que había sido por cierto del P. Santander, obispo auxiliar de Zaragoza.

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            — ¿Qué tal os ha salido el santo que vus han traido de Zaragoza?

            — ¡Flojillo! lo sacamos antier en rogativa, y llovió, pero fue poquito.

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            Estando formando un batallon de la Milicia de Zaragoza, acordaron los jefes que los capitanes, ántes de romper filas, exhortasen á sus compañías respectivas á suscribirse para regalar una espada de honor á Lord Clarendon.

            Un nacional, que no oía bien, lo que decían preguntó al de al lado:

            —“¿Qué dicen?”

            El ótro, que tampoco oía muy bien, respondió:

            —“Paíce que piden pa úno.”

            El primero contestó: “Todos los dias andan pidiendo. El que no tenga, que vaya al hespital, que tambien yo voy cuando estoy malo.”

            Echáronse á reir tódos al oir tal simpleza. Preguntando el capitan por qué se reían, le dijeron: —Dicen aquí que si quiere algo Milord, que vaya al hospital.

            La broma fué tal, que ya no hubo que tocar fagina para que cada uno se fuera por su lado.

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            A un caballero de Calatayud que fue á tomar una vara del palio el dia del Córpus en Sedíles, se le acercó úno de los regidores con su capa de paño pardo de Illueca, que no la pasaba un puñal, y quitándosela de la mano le dijo, al ver que iba de levita y sin capa: —“Quítese V., señor, que no va V. decente para llevar el palio.”

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            Estaba un dia Pignatelli en el taller de herrería, que había en la Casablanca, para las obras del Canal y las grandes exclusas, que allí llaman las inclusas. Acababa de encargar unas grandes cadenas para la sujecion de las compuertas, á un atlético herrero, cuando éste, al verle cerca del yunque donde iba á martillar, tuvo la mala ocurrencia de decirle: —Aparte V. S., señor canónigo, que estas chispas no son como las del Coso [llamaba así á unas lindas señoritas cuya casa frecuenta el canónigo, N. A.]. –Costóle el chiste que le echáran al tobillo la cadena que estaba haciendo.

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            Un cura que decía misa en el Templo hacia el año 1827, tardaba múcho en decirla, y sobretodo en los mementos: momentos los llamaba su sacristan.

            Creyendo un baturro que se dormía el cura, fue al altar y le apagó las velas “. ¿Qué hace V.?” le dijo el cura. “Miste (Mire usted), pa dormirse no menesta (no necesita) luz.”

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            Estando un amigo mio en una botiga (tienda) de Zaragoza, donde con mucho descaro se daba dinero para un motin, llegó un baturro embozado en su manta, y preguntó en voz alta, como si tratara de la cosa más sencilla del mundo:

            —“¿Es aquí donde pagan pa eso que va á haber?”

            Diéronle un duro, diciéndole:

            —“Ya se te avisará cuando sea.”

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            “Quisiéramos que nos hiciera usted un Cristo bien majo, mejor que el de Calatorao”, decían á un escultor de Zaragoza dos regidores de un pueblo de la ribera del Jalon.

            —“Lo quieren Vdes. muerto, ó en agonía?”

            Despues de conferenciar un rato, dijeron al escultor: —“Hágalo V. en la agonía; que, si no nos gusta, ya lo traerémos á que lo mate.”

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            Para exagerar la malicia de un vecino suyo, decía úno de Ricla:

            —“Es peor que los chiles de la Almunia, que salen al camino á picar.”

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            Un maestro de escuela de Tarazona pidió una gracia al Ayuntamiento, que le fue negada. El maestro puso por muestra un verso de la Sagrada Escritura que dice: Doce-bo vos, pero lo partió en esta forma:

 

Doce-

bo vos

 

El Ayuntamiento lo llevó á mal, tomándolo por alusion, pues eran doce los concejales.

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            En algunas comarcas de España llaman por antonomasia gente á la tropa.

            Viniendo unos de Loharre á vender una piara de cerdos en la feria de Huesca, les echaron el ¡alto! con la consabida fórmula:

            —¿Quién vive?

            —España.

            — ¿Qué gente?

            Despues de un rato de pausa y á la segunda intimidacion, contestó uno de ellos:

            —Non semus gente, que semus cochins de Luarre que venimus á vender enda Huesca.

            El que lo cuenta á los de Loharre, ya puede mirar cómo lo hace.

                       D. V.

(nº 79 [1882], pp. 106a-110b; 15-mar.)

 

            El cuentecillo, chascarrillo o anécdota tambien accede a la Revista de forma ocasional, sin formar pequeñas colecciones, con diversos motivos, los mismos por los que en tantas ocasiones había acudido para ilustrar diversas composiciones mayores a lo largo de toda la historia de la literatura, quizás como composición suelta. Fue muy frecuente que diversos autores versificasen cuentecillos populares: al El Averiguador Universal fueron a parar algunos de ellos, inequívocamente tradicionales[12]:

 

            LAS PLAYERAS (inserto en LA ENCICLOPEDIA, Revista cientifico-literaria decenal de Sevilla, el 25 de abril pasado)

            Cuéntase de un mozuelo andaluz, que, hallándose en tierra extraña, dominado por el cansancio, ó tal vez por la nostalgia, se tendió en el suelo, y se puso á tararear en voz bastante baja, si bien no tanto que no pudiera ser percibida de los transeuntes, unas playeras ó seguidillas gitanas; que por ambos nombres es conocido este canto. Acertaron á pasar cerca de él unos caballeros; y pensando éstos que se hallaba acometido de alguna dolencia, le preguntaron que por qué se quejaba. Como no les hiciera caso el rapaz una ni otra vez, y condolidos aquellos sujetos tratáron de levantarlo, les dijo el mozo con notable desenfado: “¿Qué he de tener, cuerpo de tal? que estoy ensayando aquí unas playeras de mi tierra, para que no se me olviden.” (nº 9 [1879], p. 129a; 15- may.)

 

            LECCION DE HISTORIA NATURAL

            Explicaba un maestro á sus discípulos, que el hombre estaba formado de un poco de barro, deduciendo de aquí que el hombre será tierra.

            —Pues si es así, —le dijo un chico, — ¿cómo es que cuando úno se come una aceituna no crece un olivo?

            —Algunas veces sucede: cuando tu madre estaba encinta se comió una bellota, y nació, por consiguiente, un alcornoque. (nº 38 [1880], 221b; 31-jul.)

 

            LA OXEADORA DE HOMBRES

            Hé aquí el consejo que da una mujer honrada como la misma virtud, y que fue muy hermosa, á ótra de iguales cualidades que se queja de que, cuando va por la calle, la siguen importunamente muchos individuos del sexo fuerte.

            “En cuanto un hombre se ponía á seguirme, me volvía, y le miraba con mucha atencion y fijeza á los piés, con lo cual se desconcertaba y desistía de su intento. Atribuyo semejante resultado á que los hombres rara vez van bien calzados, ó á que suelen tener los piés algo grandes ó defectuosos; y la mirada de desprecio que echaba yo á su calzado, les convencía de la inutilidad de su intento, con lo cual conseguía oxearlos ó espantarlos, como si fueran moscones.” (nº 38 [1880], 221b; 31-jul.)

 

            Modelo de culteranismo femenil

            Fue célebre á fines del siglo pasado en Cuenca Doña Catalina de Mota, dama sabia entre los necios, que de puro fina se deshilachaba; entre otras cosas decía: “Doméstica, abre esos pinos, corre esos linos para que entren los céfiros matutinos.” Para ajustar una carga de leña, se valía de estas palabras: “Rústico del campo. ¿en cuánto apreciais esos descompuestos palos con que agobiais á ese escuálido jumento? pero advierte que será de tu gravámen, si entre nós hay avenencia, subirlos al cacúmen de este elevado edificio.”

            Habiendo cenado lentejas y sufrido indigestion, preguntada por su dolencia y la causa, diz que respondió: “Condimenté unas atrevidillas, las coloqué en el crisol, sus efluvios subieron á la media naranja y dieron con mi humanidad en tierra; pero acudí á la bomba acuática, y á beneficio de sus inyecciones, volvió mi salud á su estado prístino.” (nº 24 [1879], p. 383a; 31-dic.)

 

            Quizás no parezca oportuno incluir lo anterior entre los cuentecillos; pero la cantidad de anécdotas de este tipo es enorme en la recolección de publicaciones dedicadas a tales producciones. Un solo ejemplo tomado de Roberto Robert: “Una señorita necia dijo á su criada:

—Doméstica: aproxima un instrumento para separar lo supérfluo de lo coruscante (Pedía las despabiladeras.)”[13]

 

CURIOSIDADES

DEL SUBLIMISISMO

Ó ESTILO SUBLIMÍSIMO

CAPÍTULO ÚNICO

 

            (…) Y la Juventud barcelonesa sería ingrata y rahez si no condescendiera con tal pretension, á la manera que sucedió con aquel deudor insolvente que, hallándose próximo á la agonía, y pidiendo á su acreedor que lo dejara morir en paz, oyó de boca de éste las siguientes consoladoras palabras: ¡Vive Dios, que no morirás hasta que no me pagues!

            (…) Recuerdo á este propósito, que en cierta ocasión se llegó una beata ilusa á un confesor, refiriéndole que todas las noches veía en sueños al Niño Dios, en cuya atencion se vió obligado el sacerdote á preguntarle qué es lo que acostumbraba cenar; y habiéndole respondido ella que una taza de sopas con jamon y un par de huevos, un guiso de carne, otro de pescado, ensalada, postres, y media botellita de vino, le dijo: “Pues, hija mia, dobla mañana la racion, y verás, no digo yo al Niño Dios, sino hasta el trono de la Santísima Trinidad.” (nº 56 [1881], pp. 116a-120a; 30-abr.)

 

EL SERMON DE PASION

(CUENTO GADITANO)

           (…)

           Estaban entretenidos

en una cristiana plática

un padre predicador

y un concurso de beatas

en el convento del Cármen,

allá por semana santa.

Explicaba el orador

con frase discreta y sabia

la pasion dolorosísima

del Salvador de las almas,

y llegado había ya al punto

que los evangelios marcan

del prendimiento en el huerto,

cuando al decir las palabras

de Jesus — ¿A quién buscais?

un gallego de una casa,

que en el templo entraba entónces

para llevar á sus amas

unos paraguas, pues miéntras

el sermón se predicaba

se había armado una tormenta,

creyó que le interrogaban,

y, sin pararse en pelillos,

exclamó con voz bien alta:

Eu busco á mis señuritas

para darles los parajuas.”

           PEDRO IBÁÑEZ PACHECO.

(nº 74 [1882], pp. 20b-21a; 31-ene.)

 

CUENTO ANDALUZ

 

            Dias pasados iba por las calles de Málaga un hombre con un cordero acuéstas y gritando:

            — ¿Quién me compra el más instruío—

            Un jóven lo pára con objeto de preguntarle el precio.

            — ¡Cuatro duros!

            —Pos ya lo creo! como que en Benamocarra estaba siempre lo mesmo que ahora haciendo bee… bee… pa que no se le orviase el arfabeto.

            — ¿Y por qué no ha pasado de la be?

            — ¡Ay, señorito! como ya no se pagan los maestros, el de Benamocarra, no puo seguí aelante, ni mi cajnero tampoco; po eso voy á vel si lo vendo. (nº 80 [1882], p. 123b; 30-abr.)

 

LA NECESIDAD

CUENTO POPULAR DE VIZCAYA.

 

            [Cuento que Trueba recuerda de su madre. A Seneca (no Séneca, aclaración del autor), el último molinero, se le murió su mujer y quedó con un único hijo. Les dijo a los vecinos que le ayudaría La Necesidad. Manda al niño con una carga a la panadera de Somorrostro, consolándole con que si pasase algo La Necesidad le ayudaría. El burro cayó con su carga en medio del camino: llamó insistente el niño a La Necesidad; mas, como no venía, soltó la carga del burro, con lo que, a poco, se levantó, lo arrimó a un ribazo, donde acercó la carga que colocó sin problemas. Cumplimentada la tarea, llegó a casa e informó a su padre del incidente. El padre le explicó que quien había levantado al burro y lo había cargado había sido La Necesidad]

            ANTONIO DE TRUEBA. (nº 87 [1882], pp. 232a-234a; 15-ago.)

 

 

UN ESTUDIANTE HAMBRIENTO.

(CUENTO ANDALUZ.)

 

           Cierto estudiante andaba

por ciudades y aldeas ambulante,

y el infeliz pasaba

un hambre de cesante,

que es veinte grados más que de estudiante.

           Echaba el terno y taco

anhelando los goces de una olla,

que su estómago flaco

llenaba de bambolla,

fuera pan, fuera col, fuera cebolla.

           Ganoso de manjares,

en un meson se entró cual peregrino;

y, hurgando los vasares;

al despertar, ladíno

se encontró una corteza de tocino.

           Por inútil, no pinto

de su enjuto gaznate la alegría;

en todo aquel recinto

sólo un chiquillo había

que hacía que dormía, y no dormía.

           Fiéro el tocino alcanza

ántes que el hambre su garganta agoste,

y en su oprimida panza,

que estaba como un poste,

lo zampó sin decir oste ni moste.

           Gritó el muchacho indino:

—Madre, aquí hay un ladron, con tales ganas,

que ha comido el tocino

con que por las mañanas

suele untarse papá las almorranas!

           Con terribles denuestos

maldice el Estudiante cuanto toca;

por más que á Dios invoca,

¡qué arcadas y qué gestos!

echó el pobre las tripas por la boca.

 

           Lector, si á cada instante

tu panza no has de ver más afligida

que el mísero Estudiante,

no quieras en tu vida

tener hambre, y tener poca comida.

(nº 76 [1882], p. 61; 28-feb.)

 

EL ALCALDE DE UN LUGAR

 

           En mi valle, y á dos leguas

De mi pobre lugarejo,

Levanta sus pardas chozas

                       Otro pueblo.

           No quiero mentar su nombre,

Que á latin saber por cierto,

Pues me lo veda el motivo

                       De mi cuento.

           Es el caso, que hace un siglo,

(Poco más ó poco ménos,)

Pululaban por sus calles.

                       Cien rateros

           Y de la audaz policía,

Y de alguaciles muy diestros,

Se mofaban los astutos

                       Ladronzuelos.

           ¿Qué hacer con tanto perdido?

(¡Prole de Ceuta por cierto!)

Siempre espanto de los pobres

                       Lugareños

           Congregados los pudientes

En pacífico congreso,

Parece ante el Alcalde

                       Decidieron.

           Y hecho así, cual se convino,

En nombre de todos ellos

Discurrió el Dómine, que era

                       Fiel de fechos,

           Y discurrió con tal maña,

Tal sesudez, tal criterio,

Que ahogó su voz un aplauso

                       De los buenos.

           Recapacitó el Alcalde,

Frunció el ceñoso entrecejo,

Y con voz que estalló ronca

                       Como un trueno,

           — ¡Exterminio! —gritó airado—

Y sépase quién es Pedro. —

Se llamaba así el Alcalde

           Según veo.

           Meditó mucho el asunto,

Y hubo mucho cabildeo

Entre golillas, corchetes

                       Y labriegos,

           Y á cumplir tamaña empresa

Destinó, ¡caso estupendo!

Cierto asesino incansable

                       De aquel pueblo.

 

           ¿Procedió bien la Justicia?

Nadie lo afirme ni en sueños,

Porque el fin jamás fue excusa

                       De los medios.

           JUAN B. PASTOR ALCART

(De la Revista de Alcoy)

                                               (nº 76 [1882], p. 63; 28-feb.)

 

            UN GALLEGO SECREYENTE MUERTO

            (CUENTO)

 

           Cogieron á un gallego junto á un puerto

los civiles, y habiendo convenido

que el matarlo era caso decidido,

quisieron dar un susto al inexperto.

           Con pólvora no más (y esto es lo cierto)

le tiraron; del trueno al estampido

cayó en tierra, redondo y sin sentido,

pensando el infeliz estaba muerto.

           Pero al verle caer con tal presteza,

huyeron los civiles de contado,

creyendo haberle muerto en su torpeza.

           Volvió de su congoja el desgraciado,

y es fama que, empinando la cabeza,

exclamó: “¡Dius me haya perdonadu!”

                                               (nº 76 [1882], pp. 63b-64a; 28-feb.)

 

EPIGRAMA

(DIALECTO BERCIANO)

 

— ¡Ay, Anton! ¿Qué quieres, Xan?

— ¿Dormes; ou non dormes? —Non.

—Pois préstame un real, Anton,

que ch`ö volveréin mañan.

—Para q´ ö queres? —Pra un gotin.

—Bebe agua —Cria mormo.

— ¿Con que queres un real? —Sin.

—Pois faite conta que dormo.

ANTONIO FERNÁNDEZ Y MORALES.

                                               (nº 76 [1882], pp. 64b; 28-feb.)

 

 

EL PRENDIMIENTO

(CUENTO GADITANO)

            [El sastre Guerrero solía coger buenas borracheras, y siempre era llevado a casa por los vigilantes, pero un día lo llevaban alborotando, como era costumbre, a la prevención; ante el alboroto, la gente salía a los balcones a ver qué pasaba:]

— ¿Me quisiera usted hacer

el favor, cabo Rivero,

de explicarme qué sucede? —

preguntó, de susto lleno,

un señor ya entrado en años,

que estaba asomado á un cierro.

—Muy torpe debe usted ser

si no llega á comprenderlo

(contestó sin vacilar

nuestro sastre sonriendo):

como hoy es miércoles santo,

han querido los serenos

representar á lo vivo

el paso del Prendimiento.

PEDRO IBÁÑEZ PACHECO.

                                               (nº 78 [1882], pp. 88a-90a; 31-mar.)

 

 

CURIOSIDADES

APUNTES

HISTÓRICO-ANECDÓTICO-BIBLIOGRÁFICO-FIOLÓGICOS-FELINOS

 

            (…) ¿Y quién no recuerda que, allá en la alborada de su existencia al oir de boca de sus mayores, ó de su nodriza, aquellas consejas traídas á cuento para alejarle del sueño, ó acallarle del lloro, un gatazo negro era por lo regular el tema obligado de semejante entretenimiento? ¿Quién podrá echar jamás en olvido, así viviera más años que Matusalen, aquello de

 

           Érase una vez un gato

que tenía los piés de trapo

y los ojos del reves:

¿quieres que te lo cuente otra vez?

 

como igualmente el juego con que le entretuvieron en aquella feliz edad, juego tan cándido como ella, consistente en sobar las mejilla priméro y golpearlas suavemente á lo último, diciendo:

 

           Miso gatito.

qué has comidito?

—Sopitas de la olla.

—En qué me las guardaste?

—En la cazolita.

—Con que las tapaste?

—Con la tapaderita.

¡Zape, zape, zape, zape!

 

            EL DOCTOR MARAÑON Y UÑATE. (nº 77 [1882], pp. 72a-79a; 15-mar.)

 

CURIOSIDADES

EPIGRAMA

 

           Estaban en el balcon

Dos hermanas una tarde,

Y pasó don Juan Velarde

Mandando su batallon.

— ¡Qué guapo es el coronel!

(Le dijo Cármen á Juana)

¡Cómo me gusta! Y tú, hermana,

¿No estás perdida por él?

—Yo no soy tan exclusiva

(Respondió Juana al momento);

Y, hablando sin fingimiento,

Estoy más muerta que viva

Por todo su regimiento,

           L. P. DE A. (nº 91 [1882], p. 296a; 15-oct.)

 

CURIOSIDADES

¡CONCEPCION TIENE V. PARA RATO!

 

            [Don Rodrigo poseía un cuadro de la Concepción de Velásquez. También tenía una hija picada de viruelas. Hizo extender la voz de que el cuadro sería dote para su hija Sabina; mas no surgió pretendiente. Expuso sinceramente el caso a un pintor, que, tras dudar de si el cuadro podía valer por sí solo por dote, exclamó: “¡Concepcion tiene V. para rato!”

ALEJANDRO GOMEZ FUENTENEBRO. (nº 93 [1882], pp. 324a-226a; 15-nov.)

 

INSCRIPCION NOTABLE

 

            En una aldea de Castilla, de cuyo nombre no quiero acordarme, prestaban sus servicios espirituales en la parroquia titular un cura y un sacristan, de cuyo zelo por su ministerio no se encontraban muy satisfechos, todos ó la mayoría de los vecinos: y era motivo el descuído en ámbos, el del priméro por una desenfrenada aficion á la caza de la perdiz, y el del segúndo por dedicarse con gran ahinco al cuidado y cria de sus numerosas ovejas, que, según se cuenta, le producían mucho más estipendio que sus trabajos de sacristía.

            Refiérese que cansados los feligreses de que no se celebrara misa muchos domingos, y discurriendo la mejor manera de darles á entender su falta, úno de ellos, más aventajado que los demas, de esos que se suelen denominar la plana mayor ú oficiales, discurrió colocar en la puerta del templo, escrito en gruesos caractéres, la copla siguiente.

 

Sacristan, á tus ovejas.

Y tú, cura, á tus perdices.

¡Y tú, Iglesia, santa!

           ¿Qué dices?

           Señor, nada:

“Que más vale sola,

Que mal acompañada.”

 

            Lo que, según parece, les hizo variar de conducta, y seguir de nuevo el camino del deber que nunca debieron abandonar.

            A. ROA Y GARCIA. (nº 85 [1882), p. 202; 15-jul.]

 

            La anécdota viene a cumplir el mismo papel que el cuentecillo en

el discurso, en el diálogo oral o escrito. Resulta difícil, en ocasiones, discernir entre cuento o anécdota. El cuento, como vimos que dice el Padre Sarmiento, aparece sine die, despojado de toda seña de identidad que lo ancle a un lugar y apunte a personajes concretos; la anécdota sí, es sucedido cierto; dice el narrador que le ocurrió a él en tiempo y lugar exactos, o a otro confidente de irrefutable credibilidad; pero, bien sabe el folklorista que muchas de tales anécdotas tan fidedignas se repiten invariablemente por todo lo ancho de una cultura con fechas, lugares y nombres cambiados. Incluso la misma anécdota histórica puede verse reflejada en diversos personajes: con esto debemos contar a la hora de contemplar las “anécdotas”.

 

LECCION SEVERA EN SON DE BURLA

 

            Hablando de Josué una noche en casa de Cuvier, un célebre astrónomo se burlaba de aquel patriarca hebreo, quien en medio de su inspiración ordenó al Sol que se detuviera cuando en su calidad de profeta debía saber que sólo la tierra es la que se mueve.

            —Amigo mio, le preguntó Cuvier con una suave sonrisa, que á veces tenia en él la más punzante expresion: ¿A qué hora amaneció hoy?

            —Hoy ha salido el sol á las siete y cincuenta y seis minutos, y se ha puesto á las cinco y once minutos de la tarde.

            ¡Salir! ¡Ponerse! exclamó Cuvier. ¡Cómo! Eres un astrónomo célebre, te tienes por un semidios y más que un profeta, y con todo eso dices que el Sol sale y se pone, cuando es la Tierra la que se mueve!...

            —Empleo, como tódos, interrumpió el astrónomo, las expresiones consagradas por el uso.

            —Entonces, no te burles más de Josué, que hacía como tú, replicó Cuvier con cierto tono seco que no admitía réplica. (nº 24 [1879], p. 384a; 31-dic.)

 

OMNIPOTENCIA DEL ORO,

AUNQUE SEA TRANSFORMADO EN COBRE.

 

            Tiene la palabra nuestro apreciable colega malagueño El Mediodía, del 25 de agosto próximo pasado, en cuyas columnas leemos lo siguiente:

            “Se nos refiere un caso ocurrido hace dos ó tres tardes en la calle de la Victoria, y el cual no queremos dejar de referir.

            Recorre actualmente las calles de esta ciudad, un pobre hombre con varios perros de aguas que hacen distintas habilidades, y un burro que se finge muerto, siendo en vano que su dueño lo arrastre, le pegue latigazos y le hostigue, pues el animal permanece inmóvil. Dos borrachos contemplaban extáticos, como ya hemos indicado, en la calle de la Victoria, al burro habilidoso; y al fin, uno de ellos le habló al ótro al oído, y dijo en voz alta:

            —Yo me atrevo con éste, á levantar al burro. —

            Y dirigiéndose ambos al animal, úno empezó á meterle en la boca una moneda de perro grande, miéntras el ótro trataba de alzarle el hopo y colocarle otra moneda… Como es natural, el animal levantóse al momento, y ántes que su dueño pudiera contener á los dos adoradores de Baco.

            Al ver que el burro se levantó, miéntras el dueño les amonestaba, decía el más osado de los borrachos:

            —Mía tú cómo yo lo he levantado: convéncete de que en enseñando dinero, jasta los burros resucitan.” (nº 41 [1880], p. 269a; 15-sep.)

 

CURIOSIDADES

HISTORIA

DE UNA LECCION DE SOLFEO INEJECUTABLE

 

            [Don Antonio Linares, maestro de capilla de la Colegiata del Salvador en Sevilla, en el primer tercio de siglo, daba clases de solfeo. Advierte en una de estas clases que un estudiante y su sobrina se están intercambiando confidencias por signos, lo que le incomoda sobremanera, y decide alejarlo de allí en al momento; le pone una partitura de solfeo mientras le advierte:]

            Toma, ahí tienes tu leccion; te prohibo terminantemente volver á poner los piés en mi casa hasta tanto que no la sepas de corrido y sin errar siquiera un punto.

            ¿Qué había de volver el mocito?

            ¡Que si quieres! ¡Volver!... Las espaldas.

            [Por supuesto, le puso como tarea el aprendizaje de una partitura dificilísima, que se incluye en la propia Revista.] (nº 71 [1881], pp. 357a-362b; 15-dic.)

 

DISCURSO

LEIDO EN LA SOLEMNE INAUGURACION

DE LA

ACADEMIA NACIONAL DE LETRAS POPULARES

EL DOMINGO 29 DE ENERO DE 1882

POR SU PRESIDENTE INTERINO

EL PRESBITERO D. JOSÉ MARIA SABARBI.

 

            (…) Hallábase de visita cierta señora andaluza en casa de unas amigas, y con motivo de haber recaído la conversacion sobre lo no muy bien que en el casamiento de sus hijas le fuera con los parientes de sus respectivos yernos, exclamó: “Aseguro á ustedes que si volviese yo á tener otra hija, y quisiere casarse, desearía que lo hiciese con un cunero. — ¿Qué dice usted, señora, con un culero? —prorrumpió un señor madrileño que estaba á su lado, y que por lo visto ignoraba que semejante palabra equivale á lo que en Madrid se denomina inclusero; en Toledo pedrero; y comunmente, expósito. No hay para qué decir que la risa promovida con tal suceso fue tan animada como general.

Pues otra señora, igualmente andaluza, que acababa de trasladarse á la Córte, le dijo un dia á su cocinera: —Fulana, para mañana quiero que me traiga usted unas tagarninas. —Corrida y medio escandalizada la buena de la mujer, esperó á que se presentase la ocasión de hallarse á solas con la doncella, que era andaluza como su ama, para decirle: ¡Hija, no sabía yo que tu señorita fumaba! —Mi señorita? quién le ha levantado semejante testimonio? — ¿Qué testimonio ni qué niño muerto!, cuando ella misma me ha pedido hace poco le traiga unas tagarninas, y yo me he quedado tan sobrecogida, que no he sabido qué contestarle? —La carcajada que soltó la muchacha fue tal, que habiendo resonado en los ámbitos de la casa llegó á los oídos de todos sus moradores, quienes, así como la cocinera, se reían sin saber de qué, porque cuantos más esfuerzos hacia la pobre chica por hablar, más se lo impedía un nuevo flujo de risa; hasta que, habiendo podido declararse al cabo, quedó descifrado el enigma, y enterada la cocinera de que lo que su ama le había pedido no eran cigarros im-puros del estanco, sino cardillos para la olla. (…) (nº 74 [1882], pp. 24a-32b; 31-ene.)

 

AVENTURAS DE UNA MOMIA

 

            [El orientalista M. Maspero intenta llevar una momia al museo de El Cairo. No sabiendo qué tarifa asignarle los del ferrocarril como mercancia, por similitud, le aplican la misma que la empleada para el pescado seco. Instalada en el museo, dijeron que había resucitado, pues un brazo, al darle el sol, se había erguido]. (nº 84 [1882], pp. 186b-188a; 30-jun.)

 

 

PODER CASI MIRACULOSO

DEL BUSTO DE CÁRLOS III

 

            [La Coruña, el gobernador ocupa parte la huerta de un paisano para agrandar su finca. No encontraba aliado el paisano para denunciar el caso, hasta dar con el escribano Pegerto; con el concertó el pago de un ojo de buey (una onza de oro con la efigie de fallecido Carlos III) por llevarle el caso. Se presentó ante el Gobernador con el escrito de derechos de propiedad del hortelano para que los firmase; el mandatario furioso le preguntó quién le daba tanta osadía; contestó que la “majestad del rey D. Cárlos III, cuya cara he visto momentos ántes de la de vuecelencia”. El gobernador accedió y compensó al labriego]

            ALEJANDRO GÓMEZ FUENTENEBRO. (nº 87 [1882], pp. 234b-236a; 15-ago.)

 

            Si hubo escritores que se empeñaron en versificar cuentecillos tradicionales, generalmente de rasgos humorísticos, algunos se ocuparon preferente u ocasionalmente en otro tipo de cuentecillos, aquellos encaminados a presentarse ante la conciencia con fines formativos, bien morales, sociales, políticos… Es cierto que estos apólogos tenían una larguísima tradición literaria. Como decimos en la introducción de nuestros Cuentos populares andaluces de animales[14], fábula y cuento popular coinciden muchas veces en los contenidos, si bien difieren en las formas: los cuentos populares cuentan la fabulación, las fábulas nos presentan un modelo, pretenden que modifiquemos nuestra conducta para acomodarla a la enseñanza que nos exigen los acontecimientos acaecidos a los personajes de la fábula, generalmente animales para afianzar la idea de símil. El cuento popular prescinde de moraleja, la fábula, no; por eso está hoy prácticamente muerta, o al menos en estado latente esperando otros tiempos. No admite la mentalidad actual normativa alguna, repugna muy especialmente cuanto suene a prédica: no son los tiempos de la moraleja. Estamos de acuerdo en que la moraleja puede resultar anacrónica para la mentalidad de hoy, pero consideramos que la fábula duerme injustamente, porque resulta enormemente formativa, no necesariamente tendenciosa. ¡Cuántas han dejado tras sí expresiones que aún recordamos, y nada tienen que ver con la moralidad! Acordémonos de frases como sonar la flauta por casualidad o aunque la mona se vista de seda. Escuchar la frase ya despliega en nuestro recuerdo una historia que nos aconseja muy acertadamente. Esta es la causa de que reflejemos aquí las fábulas de El Averiguador Universal (la excesivamente larga la resumimos, como venimos haciendo con otras producciones. Incluimos la balada por su carácter moralizante).

 

CURIOSIDADES

HURTOS IMPUNES

NADIE PUEDE SER JUEZ EN CASA PROPIA.

FÁBULA

 

           Cuando Gil va á la plaza por un pan,

Falto de peso es como se lo dan;

Y al ir Menga por diez varas de tela,

Vara y Menga demandan de contado

Justicia, por un hurto que es probado;

Pero… ¿Quién se la hará, si el panadero

Es regidor, y alcalde aquel tendero?

 

           Cuando el lobo es guardian de las ovejas,

En sus garras quedan las pellejas.

                                   JOSÉ MARÍA SBARBI (p. 163b)

 

ELPADRE Y EL HIJO

Con la esperanza todo se alcanza

FÁBULA

 

           Si te muestras impaciente

Porque á bulto y de repente

No comprendes tu leccion,

Que te sirva de instrucción

La fabulilla siguiente:

 

           En amor y compañía

Padre é Hijo caminaban

Por larga y penosa vía,

Que conducirlos debía

A la ciudad que buscaban.

           El Muchacho, que veía

Que un dia tras ótro pasaba,

Y que, por más que corría,

Ni las torres descubría,

Ni nunca al pueblo llegaba,

           Cansado de tánto andar,

Vino á perder la paciencia;

Que es propio del esperar,

Llegar á desesperar,

Y más no habiendo experiencia.

           El Padre, que proyectaba

Sacar del lance instrucción

Para el chicuelo, aguardaba

Se ofreciese la ocasión,

Y así, en silencio marchaba.

           Con efecto, no tardó;

Y al divisar la ciudad

El Chico, á su Padre oyó

Que, con afabilidad,

De esta manera le habló:

 

           —En el mundo en que habitamos,

Viajeros los hombres son;

Y, si nunca desmayamos,

Tárde, ó temprano, alcanzamos

Lo que anhela el corazon.

JOSÉ MARÍA SBARBI (p. 164a)

                                               (nº 83 [1882], pp. 163b-164a; 15-jun.)

 

 

EL RUISEÑOR Y EL PAVO REAL

FÁBULA

 

            [La idea de la fábula es muy conocida. El pavo real presume de sus plumas; le contesta el ruiseñor que eso es vacío, hueco, y replica:] “Yo dentro de mí llevo el canto”

            F. de la Vera é Isla. (nº 80 [1882], p. 123a; 30-abr.)

 

BALADA

 

           De una niña encantadora

un jóven se enamoró

y le dijo: —Pide, hermosa,

cuanto anhele tu ilusion;

aún las joyas de mi madre. –

Y la niña contestó:

—No quiero sus ricas joyas,

que quiero su corazon.—

Loco de amor el mancebo,

hacia su casa corrió;

halló dormida á su madre,

y con sanguinario ardor

le hizo pedazos el pecho

y el corazon le arrancó…

Volvió á casa de su amada

á llevarle el corazon;

mas de él una roja gota

de sangre se desprendió,

y al entrar ciego el amante

de sus anhelos en pos,

resbaló en aquella sangre

y vacilando cayó.

Mas del corazon materno

brotó cariñosa voz

que decía: —¿Te has hecho daño,

hijo de mi corazon?

(De El Mediodía.)

                                               (nº 89 [1882], p. 260a; 15-sep.)

 

            Las recopilaciones de la época disfrutaron incluyendo diversos absurdos, juegos, adivinanzas o trabalenguas. No hemos extractado los juegos, pero sí algunas breves composiciones más representativas.

 

PARENTESCO RARO

 

            Acaba de morir un individuo que ha dejado entre sus papeles el siguiente escrito:

            Me casé con una viuda, que tenía de su primer marido una hija casadera.

            Ahora bien: mi padre, que venía á visitarme todos los dias, se enamoró de mi hija política y se casó con ella: de modo que mi padre llegó á ser mi yerno porque se casó con mi hija; y mi hija política, mi madrastra, porque era ella mujer de mi padre.

            Algun tiempo despues mi mujer tuvo un hijo, que fue cuñado de mi padre, porque era hermano de su mujer; y al mismo tiempo tio mio, porque era hermano de mi madrastra.

            La mujer de mi padre tuvo también un hijo, que fue mi hermano, porque era hijo de mi padre; y nieto mio, porque era hijo de mi hija.

            Mi mujer era abuela mia, porque era madre de mi madrastra, y yo era marido y nieto de mi mujer.

            Muchos y raros parientes ingertos en cuatro personas.

                       (De El Mosquito.) (nº 42 [1880], pp. 285b-286a; 30-sep.)

 

CUENTA CURIOSA

que, de las caballerías que había sacado de bagaje, formuló un cabo.

Capitán…, 1 caballo. / Teniente… 1 yegua. / Subteniente… 1 macho. / 3 sargentos… 3 mulas. / Y el cabo que firma… 1 burro. / Total… 7 bestias. (Del Beti-bat). (nº 80 [1882], p. 123a; 30-abr.)

 

            Cuanto se viene diciendo hasta ahora no es aplicable a otro género que abundó en la Revista, la leyenda. Coincide con parte de las producciones traídas hasta ahora en su carácter popular, en que circulaba oralmente, al par que de forma escrita en ocasiones; pero la fábula, a diferencia del cuento, se tiñe con aires de veracidad, aunque bajo esa capa de veracidad no es fácil aplicar un grado fijo de historicidad a todas ellas. Hay un amplio arco entre cuento e historia en el que cabría adscribir cada fábula; pero no siempre se acertaría en el grado. ¿Hasta donde llega la verdad en cada caso? Hay algunas asentadas en hechos bien probados, al parecer, como sucede en las tradiciones de Ricardo Palma, pero otras nos hacen recelar más y acercarlas al cuento. La fábula está bien localizada en el tiempo y el espacio. A veces son la etiología del nombre de un lugar, o de algún accidente orográfico o monumento. Exponemos únicamente el argumento de las fábulas por razones obvias: suelen ser extensas y puede accederse a ellas en otras publicaciones.

 

EL CHOCOLATE DE LOS JESUITAS

(TRADICION PERUANA)

(…)

            RICARDO PALMA.

            Lima, octubre 12 de 1878. (nº 31 [1880], 91a-93b; 31-mar.)

            En este título copia la leyenda cuzqueña según la cual los jesuitas, hacia 1765, comenzaron a enviar a España, sospechando una estrecha correspondencia entre el conde de Aranda en España y el virrey del Perú, D. Manuel de Amat y Juniet en la que ellos “tenían obligado capítulo”, “cajoncitos conteniendo bollos de riquísimo chocolate del Cuzco, muy apreciado” en cada galeón que partía hacia el continente y dirigido a un amplio número de personalidades, incluido el rey, y personajillos; hasta que uno de los aduaneros notó que los cajoncitos pesaba más de lo que era de esperar para la carga, avisó al virrey y descubrieron que

 

“Dentro de cada bollito iba... iba...

¿Un jesuita?

¡Quiá! Nó señor.

Una oncita de oro”.

 

            Puede leerse dentro del cap. XII (El Demonio de los Andes) de las Tradiciones peruanas. Serie sexta, Montaner y Simón, 1893, tomo III, pp. 304-307.

 

LOS JUDÍOS DEL PRENDIMIENTO

(TRADICION PERUANA.)

                       (…)

                       Lima, octubre de 1877. (nº 32 [1880], 122b-124a; 30-abr.)

            Puede leerse en la obra mencionada de Ricardo Palma, en la serie 5ª, tomo III, pp. 39-43

            Cuenta la tradición, en esencia, que en cierta casa, en 1636, apareció la siguiente redondilla:

 

  “Que en lo que digo no miento

pongo por testigo á Dios:

esta casa es la de los

judíos del Prendimiento.”

 

            Lo que desencadenó un proceso del Santo Oficio contra ciertos portugueses, entre ellos “D. Antonio Balseyra Vasconcelos da Cota Pinheyro, natural de Zelorico do Bebado, marido de una doña Nicolasita, limeña”. Tras los primeros tormentos, confesó que sus hijos habían sido bautizados por su propia mano y a la usanza judía, por lo que hicieron que fueran bautizados de nuevo. Y él fue condenado “con otros infelices penitenciados á público paseo en burro, con chilladores delante y zurradores detrás” y con los vestidos propios: coroza y sambenito. Los hijos acudieron a ver el espectáculo y regresaron contentos refiriendo: “¡Señora madre! Señora madre! ¡Qué buen mozo estaba señor padre vestido de obispo! ¡Lástima que su merced no lo haya visto!”

 

            Ricardo Palma recibió críticas de García Rodrigo por el contenido de las dos leyendas (quizás sea más propio en estos casos utilizar el término de tradiciones, tal como hace el autor) peruanas aparecidas en la Revista, a lo que el propio Sbarbi parecía adherirse, por lo que, decidió defender su postura, haciendo constar que tenía por norma no responder a ataque alguno. Entre otras cosas, alega el conocimiento en profundidad de los procesos completos, sumarísimos que se conservaban en Perú de los hechos contados en las leyendas, lo que dudaba que se diese en el caso del crítico, que tal vez hubiese leído cierta síntesis que circulaba. Para defenderse de la acusación del caos de su país tras la independencia, lo que también había señalado el crítico, dice, razonablemente, que ellos son consecuencia de su historia, en la que España, evidentemente, mucho había tenido que ver.

 

CONTESTACION A UNA CRÍTICA

Sr. D. JOSÉ MARÍA SBARBI.

 

            (…) ¿Cree el señor García Rodrigo que yo soy el inventor de la tradicion sobre el chocolate de los jesuitas? Pues mojados tiene sus papeles. Esa historia es tan añeja, que ótros, ántes que yo, la han referido. Y para convencerse, no hay más que echarse á leer las Memorias del Duque de Saint-Simon. Entre el relato del señor Duque y el mio, no hay gran discrepancia.

            Algún run-run sobre esto debió de llegar á oídos de mi crítico, pues conviene en que, á ser cierta la conseja, serían los teatinos los héroes de ella. Deje su merced en paz á los pobrecitos padres de la órden de San Cayetano, y no los traiga por los cabellos para colgarles el mochuelo!

            Otra tradicion mia –Los Judios del prendimiento –hace escupir bílis á mi iracundo crítico, quien para defender á la Inquisicion, trae á cuento (muy imprudentemente traído) que los americanos hemos sido ingratos para con la metrópoli, y que, desde la independencia, no presentamos al mundo sino un cuadro de motines, robos y asesinatos políticos (…)

            RICARDO PALMA.

            Lima, setiembre 4 de 1880

                       (nº 44 [1880], pp. 310a-317a; 31-sep.)

 

            A continuación entregaba una nueva leyenda: EL OMBLIGO DE NUESTRO PADRE ADAN (TRADICION.)

            Según ella, hacia 1607, el bachiller Juan del Castillo, buen mozo, solía acudir a la tertulia de la escribanía de Cristóbal Várgas, donde rivalizaba en coplas con fray Rodrigo de Azula.

            Un día le escribió unas rimas que concluían:

 

A ver ¿tuvo, ó no tuvo

           Adan ombligo?

 

            A lo que contestó en latines que sí, al ser igual a todos sus descendientes. Le arguyó que no, pues no lo había necesitado, por no haber nacido de mujer.

            La discusión rebasó el área de la tertulia, llegando a la Inquisición, que se las arregló para acusar al buen mozo de portugués judaizante.

 

            Así sucedió. Una noche le cayeron encima al disputador coplero los familiares de la Santa; lo encerraron en un calabozo; lo pusíeron á pan y agua; lo sujetaron á la cuestion de tormentos; se zurció proceso en regla; y el domingo de la Santísima Trinidad, 10 de julio de 1608, coram populo, y con asistencia del excelentísimo señor virrey Marqués de Montesclaros y de todo el cortejo palaciego, se le quemó por hereje en el cementerio de la Catedral (…)

            RICARDO PALMA

            (Lima, 1880)

            (nº 44 [1880], pp. 316a-319a; 31-sep.)

 

            No era don Francisco Javier García Rodrigo un rival cómodo; por un lado, estaba muy unido al círculo de la Revista y a la nobleza madrileña (era Secretario del Cuerpo colegiado de la nobleza de Madrid, sobre la que publicaría El Cuerpo Colegiado de la Nobleza de Madrid. Historia de su creación, varones ilustres, hechos gloriosos y vicisitudes, hasta el año de 1884, Madrid, Imp. de la viuda é hija de Fuentenebro, 1884); por otra parte se había ocupado del tema de la Inquisición, sobre la que había escrito su Historia Verdadera de la Inquisición (Madrid, 1876-1877), además de otros tratados teológicos como Los principios católicos ante la razón (Madrid, Fuentenebro, 1870). Lo cierto es que resultó especialmente molesto cebándose en reiteradas críticas descalificativas, no ya hacia los contenidos, sino por lo que él juzgaba imprecisiones y desconocimiento de determinadas locuciones y refranes que el peruano utilizaba, como el reflejado arriba de traer por los pelos. Hasta cuatro artículos llegó a enviar a lo largo de cuatro meses. Los títulos son harto significativos:

1. CURIOSIDADES. UN GRAMÁTICO A LA BIRLONGA. VARAPALO PRIMERO. Contestación a Ricardo Palma. (…) (nº 46 [1880], pp. 344a-260a; 30-nov.)

2. CURIOSIDADES. UN CRÍTICO DE TRES AL CUARTO. VARAPALO SEGUNDO. (…) (nº 47 [1880], p. 361a-365b; 15-dic.)

3. NI GRAMÁTICO NI CRÍTICO. VARAPALO TERCERO. (…) (nº 49 [1881], pp. 9b-14a; 15-en.)

4. CURIOSIDADES. RECTIFICACIONES. 4º VARAPALO. (…) (nº 54 [1881], pp.87a -90a; 31-mar.)

            Ricardo Palma eludió toda polémica, y siguió participando en la Revista. Tras la última crítica se dirigía a ella para formular una pregunta:

 

            Dominus vobiscum.

— ¿Cuántas veces se dice Dominus vobiscum en la misa? Un seminarista del Perú, que, corriendo los tiempos, llegó á ser nada ménos que arzobispo de Lima, dejó confuso á su maestro con esa pregunta.

            Como no sé que hasta hoy se le haya ocurrido á nadie hacer semejante averiguacion, doy traslado de dicha pregunta á los lectores de esta REVISTA.

            RICARDO PALMA.

            Lima.

            (nº 56 [1881], pp. 114b-115a; 30-abr.)

 

            No se demoró mucho el presbítero en satisfacer la pregunta, y le contestó haciendo ver que él sí se había ocupado del tema y que había sido a raíz de haber oído, precisamente, la misma historia:

           

            Muy pequeño era yo cuando oí referir el suceso que narra el preguntante, aunque con alguna variacion. En efecto, contáronme de un examinador sinodal que tenía la fatal costumbre de, cuando no contestaba inmediatamente el examinando á las preguntas que le hacía, decirle: prónto, prónto, prónto; con lo cual, dicho se está que al hombre más capaz lo dejaba aturrullado por completo. Llegó, empero, el dia en que la falta de talento del examinador, ó su sobra de maldad, o ambas cosas á la vez (que suele ser propio del bruto el ser depravado), hubieron de topar con la horma de su zapato, pues se presentó á sínodo un estudiante que, al par de tener la conciencia de lo que valía y sabía, no se mordía la lengua; y, al haber sido interrogado acerca de un punto de tan ardua resolucion como poco cursado, necesitó tomarse el tiempo convenientemente. Al prónto, prónto, prónto del sinodal, le objetó el examinador con que se sirviera dejarlo recapacitar un momento; mas como insistiera una y otra vez el preguntante en su trina impertinente prontitud, jugando el todo por el todo el acosado del infeliz examinando, le volvió las tornas en estos términos: “Si cree V. S. que tan prónto se puede satisfacer á cuestion tan rara como delicada, V. S. que todos los dias sube al altar, sírvase satisfacer mi curiosidad: ¿Cuántas veces se dice Dominus vobiscum en la misa?... Prónto, prónto, prónto.” Con lo cual dejó corrido al bueno del examinador, y mereció poner de su parte al resto del tribunal.

            Quien me refirió el suceso, tampoco sabía, ó había tal vez olvidado, el número de Dominus vobiscum que se dicen en la misa. Lo que recuerdo ahora es, que, muy niño y todo como entónces era yo, me faltó tiempo para echar mano á un devocionario, buscar el modo de ayudar á misa, contar las veces que en ella se dice Dominus vobiscum, y sacar en conclusion que son ocho.

            JOSÉ MARÍA SBARBI. (nº 59 [1881], pp. 163b-164a; 15-jun.)

           

            La contestación de Sbarbi no cayó en el olvido, pues Ricardo Palma aprovechó la ocasión para hacer constar el detalle en su ¡Al rincón! ¡Quita calzón! (Tradiciones peruanas. Quinta serie, III, pp. 134-136), donde elabora el episodio que describe el clérigo. Y en nota a pie de página hace constar: “Mi amigo el presbítero español D. José María Sbarbi, ocupándose en El Averiguador, el periódico madrileño, de esta tradición, asegura que son ocho los Dominus vobiscum”.

            Volvería a participar en la Revista con otras leyendas, que resumimos, tal como nos hemos propuesto:

 

EL CABALLERO DE LA VÍRGEN

(TRADICION LIMEÑA.)

(…)

Lima, 1617

(Lima, 1879.) RICARDO PALMA.

(nº 74 [1882], pp. 21a-23a; 31-ene.)

            Se preparaban para celebrar pomposamente las fiestas de la Inmaculada, como se había hecho en la metrópoli: quince días de procesiones, comparsas infantiles,… De pronto, apareció en la plaza la figura del “casi enano” don Juan Manrique, lujosamente ataviado en su caballo, al modo caballeresco, desafiante, usando un lenguaje que imitaba el de los romances, retando a todo aquel que negase “que la Vírgen María fue concebida sin pecado original (…). Dijo, y arrojó sobre la arena de la Plaza un guantelete de hierro”. Nadie osó aceptar el reto. “Desde ese dia quedó bautizado con el mote de EL CABALLERO DE LA VIRGEN.

 

ELOBISPO CHICHEÑÓ

(TRADICION LIMEÑA.)

(…)

RICARDO PALMA.

                                   (nº 75 [1882], pp. 39a-41b; 15-feb.)

            En Lima, hacia 1780, era muy popular Ramón, conocido por Chicheñó (por su forma de pronunciar sí, señor, lo que se generalizó para designar a los de su especie). Hicieron presencia dos acaudalados catalanes, que se instalaron con un cargamento de cosas preciosas, surtiendo un almacén en el que se abastecía la alta sociedad de los objetos más lujosos. Tres andaluces se hacen pasar por importantes personalidades eclesiásticas y se presentan en el almacén. Escogen los más ricos objetos propios de la iglesia y los cargan prometiendo volver inmediatamente del arzobispado con el importe de la compra. Mientras tanto, Chicheñó, vestido de obispo, quedó invitado de los comerciantes. Tras la tardanza, todo se descubre, y Chicheñó “fue a chirona; pero que, reconocido por tonto de capirote, la justicia lo puso prónto en la calle.

En cuanto á los ladrones, hasta hoy (y ya hace un siglo), que yo sepa, no se ha tenido de ellos noticia.”

 

EL PRIMER TORO

(TRADICION LIMEÑA.)

(…)

RICARDO PALMA.

                                               (nº 75 [1882], pp. 57a-58b; 15-feb.)

            Era costumbre que los comediantes o su empresario satisficiesen al repostero del virrey con diversos productos cuando este acudía al Coliseo a los festejos.

            En 1768, tras el estreno de la Plaza de Acho, el propietario señaló veinte pesos para “cerveza y butifarras”, y que el primer toro se adjudicase también al cochero y repostero para apropiarse de la venta del mismo tras la muerte en el coso. Pasado el tiempo, con la independencia, al cochero del General San Martín se le negaron estos privilegios, por lo que inició un proceso que trascendió a la alta política. Terminó el litigio legal con un No ha lugar, por ahora; lo que no era victoria de uno u otro bando. Todo tuvo que terminar con un acuerdo de ambas partes en el que una y otra debieron ceder.

 

 

LA CALLE DEL GOBERNADOR VIEJO

LEYENDA VALENCIANA

                       (…)

                       MANUELA INES RAUSELL (nº 88 [1882], pp. 249a-254a; 31-ago.)

            1406, una rica dama, doña Luz, espera a su amado; se presenta don Juan de Pertusa y hablan de amor, ella quejándose de su ligereza con otras mujeres. Llega el gobernador, Ramón Boil, y ella le habla cariñosamente: se encienden los celos en el enamorado, y continuarán las vistas de ella con el gobernador. Pertusa desea matarlo. El 6 de enero de 1407, auxiliado por su negro esclavo, sorprendió al rival en el camino que solía llevar cada noche, y lo apuñalaron. El asesino volvió de inmediato, como había planeado, a la presencia de sus contertulios, a los que había abandonada breves instantes, sin mostrar ninguna sospecha. La gente, en cambio, comenzó a intuir que el asesino era Pertusa, y doña Luz lo rechazaba. El Rey don Martín lo acusó por la sola denuncia popular; pese a que lo negaba todo, el rey fingió condenarlo a muerte, encomendando al verdugo que si persistía en su inocencia en el camino a la horca no cumpliese la orden, pero sí si confesaba. Los remordimientos le impulsaron a pedir confesión y declarar su crimen. Fue ejecutado.

 

CURIOSIDADES

APUNTES

HISTÓRICO-ANECDÓTICO-BIBLIOGRÁFICO-FIOLÓGICOS-FELINOS

 

            (…) Entre los turcos tiene fuerza de artículo de fe el suceso siguiente, y tánto, que sería asunto comprometido el dejar entrever la más mínima sonrisa que pudiera ser interpretada como una falta de credulidad acerca del particular.

            Sostiene, en efecto, una tradicion oriental, que cierto dia que el morrongo del Profeta se había quedado dormido sobre la manga del vestido de su amo, entanto que se hallaba éste meditando profundamente acerca de cierto pasaje de la ley, teniendo que acudir indispensablemente Mahoma á las prácticas religiosas que reclamaban su presencia, se decidió á cortarse aquella parte del vestido sobre que estaba descansando el bueno del animalito por no interrumpirle el sueño. Vuelto el Profeta del cumplimiento de sus funciones, y observando que el minino, al volver igualmente de su sopor, se levantaba para hacerle una cortesía, como en ademan de agradecimiento por la merced recibida, esponjando el rabo y arqueando el lomo, prometió al justo del bicho un lugar preferente en el Paraíso, y pasándole tres veces la mano por el espinazo le comunicó al propio tiempo la virtud de no caer nunca de semejante lado, sino de piés. (…)

            EL DOCTOR MARAÑON Y UÑATE. (nº 77 [1882], pp. 72a-79a; 15-mar.)

 

EL PITIRROJO EN LA CRUZ

(TRADICION.)

(…) (nº 78 [1882], pp. 87a-89a; 31-mar.)

            En la escena terrible tras la crucifixión, un cuervo se posó en el brazo izquierdo de la cruz y desplegó su “charla disonante” que parecía querer acrecentar la agonía, mientras el pitirrojo se acercó temeroso suplicando abrigo y protección al que se inmolaba; a su vez, se esforzaba en arrancar las espinas de la frente. Cristo bendijo a la avecilla y maldijo al cuervo.

 

LA SOLEDAD

 

            Había una viuda pobre y anciana, muy devota de los Dolores de María, que diariamente iba á la iglesia y se ponía ante el altar de la Señora de la Soledad, donde permanecía aún despues que concluido el culto quedaba la iglesia sola, de manera que, para cerrarla, tenía el sacristan que decirle que se fuese.

            —Señora, —le preguntó en una ocasión, — ¿qué hace V. ahí todos los dias perenne al pié de ese altar despues que el servicio divino ha concluído?

            —Acompaño á la Señora en su soledad, —contestó la buena anciana.

            Sucedió que el solo hijo que tenía la pobre viuda vino á morir, naufragando la nave en que venía de América. ¡Cómo pintar el desconsuelo de aquella desamparada viuda que quedaba aislada, triste y solitaria con su dolor, como un cipres sobre una sepultura! En vano querían consolarla algunas compañeras vecinas; nada lograban sino que con más prontitud y más violencia se sucedían únas á otras las congojas con las que respondía á sus consuelos: fuéronse, pues, aquéllas desanimadas despues de darle el pésame, y la infeliz quedó sola con su inmensa afliccion. Abrióse entónces la puerta, y entró una señora muy hermosa con manto y toca de luto, acompañada de un hombre bello y jóven con túnica morada, manto rojo y el pelo tendido sobre los hombros, que se quedó en pié apartádo. La señora, con paso lento y blando se acercó, se sentó al lado de la desconsolada madre, y con dulces y bondadosas palabras empezó á consolarla y á decirle tales cosas y con tanta uncion, que el consuelo y la conformidad se iban infiltrando en el ánimo de la doliente á medida que las iba pronunciando.

            ¿Quién sois, señora? —exclamó al fin asombrada de lo que la pasaba, y llena de gratitud hácia la que tanto bien la hacía. ¿Quién sois que con tanta caridad habeis acompañado en mi soledad y desamparo y tan maravillosamente me habeis consolado?

            —Soy, —contestó levantándose la hermosa y digna señora, —soy María, á la que tanto has acompañado en su soledad, y que viene á acompañarte en la tuya.

            FERNAN CABALLERO. (nº 78 [1882], p. 90; 31-mar.)

 

CREACION DE LA GOLONDRINA

 

            En un dia de sabat, que era el domingo de los judíos, fue el Niño Dios, que entónces era muy chiquitito, con otros niños á jugar al campo cercano: cogieron barro blanco y se pusieron á hacer pajaritas con las alas abiertas, que ponían al sol para que se secasen.

            Acertó á pasar por allí un pícaro fariseo, que, cofórme vió lo que hacían, se enfadó y les dijo que estaban pecando, pues en dia de sabat no se podía hacer nada, y se acercó para, con su gran pié, pisar y aplastar las pajaritas; pero el Niño Dios dio una palmadita, y todas las pajaritas echaron á volar.

            Entónces, en la casa en que vivía el Niño Dios y sus santos padres pegadas al alero del tejado, cogiendo del mismo barro con el que ellas habían sido formadas, se pusieron á labrar sus nidos, y desde entónces han seguido labrándolos en pobres y humildes casas, á las que llevan paz y ventura.

            Cuando los malvados judíos llevaron á crucificar al Calvario á Cristo nuestro bien, ellas desconsoladas, le siguieron con las santas mujeres, afligidas y compadecidas cual ellas, y le sacaron las espinas de la corona que por cruel escarnio le habían puesto, y se clavaban en su sagrada frente. Cuando murió su y nuestro Criador vistieron luto y se pusieron el manto negro, que no se han quitado nunca.

            FERNAN CABALLERO. (nº 78 [1882], p. 91a; 31-mar.)

            Debió de ser esta una tradición popular que siempre guardó en mente con gran cariño y que dejó fluir en otros escritos; decía en La familia de Alvareda: “También fueron ellas [golondrinas] las que sacaron las espina de la corona del Salvador, cuando pendía de la Cruz” (Buenos Aires-México, Espasa-Calpe Argentina, p. 67), y lo contará nuevamente en Flores Humildes (BAE, p. 85).

 

EL ZAPATERO-MÉDICO

(LEYENDA ALCOYANA)

                       (…)

           JOSÉ MONTLLOR BLANES

           (De la Revista de Alcoy) (nº 37 [1880], 188a-192a) (30-jun.)

            Un pobre zapatero decide ejercer accidentalmente de médico; se alía con otro pícaro y, auxiliados por picardía y astucia, la fortuna y la ignorancia de unos simples, consigue hacer pensar a unos crédulos que su absurda intervención salvará al miembro de una familia. Al poco tiempo, recibe la visita de los familiares y, cuando piensa que vienen buscando venganza, le muestran toda una serie de regalos, reconocimientos y compensaciones por su buen hacer, que había salvado al pariente. Piensa si su vocación no está en aquella mísera zapatería, sino en la complaciente medicina.

 

LEYENDA ALCOYANA

                                               (…)

                                               (nº 35 [1880], pp. 188a-192a; 30-jun.)

            Un joven es asaltado por unos moros que pretenden hacerse con su ganado. Como ve que lo quieren llevar del ramal, andando, les hace ver que si van montados irán más rápido y se expondrán menos a ser prendidos, y que no hay maldad en su idea; para que se confíen, les dice que le monten y aten a él en su más vieja cabalgadura, que así se dejará llevar. Cuando deciden seguir el consejo, su caballería emprende el galope, como cabeza de reata, y las demás la siguen hasta la ciudad portando a sus asaltadores jinetes, que no se atreven a tirarse en aquel loco galopar. Evidentemente, el simple fue agasajado y recompensado por la hazaña.

 

SAN ANTONIO EL GUINDERO

(TRADICION MADRILEÑA.)

(…)

(nº 35 [1880], pp. 164b-167b; 15-jun.)

            Tradición del siglo XVIII según la cual un guindero que iba a Madrid vendiendo su mercancía recibió la ayuda de un fraile cuando desesperado golpeaba a la acémila que, tras tropezar, había dejado caer la mercancía al suelo. Llegado al mercado, vendió, sorprendentemente, su fruta de forma favorable, pese a que se había estropeado parcialmente, por lo que decidió agradecer al fraile por su lección de serenidad. Tras buscarlo por los conventos e iglesias del lugar, descubrió que estaba en de la parroquia de S. Nicolás, pero en efigie: era la estatua de S. Antonio de Padua.

 

CURIOSIDADES

AZULEJOS DE TRIANA

SEPULCRO NOTABLE.

                                               (…)

                                               JOSÉ MARÍA ASENSIO.

                                               Sevilla. (nº 61 [1881], pp. 196b-200b; 15-jul.)

            Tradición según la cual, el alfarero Castro (por los años de 184…), estando rezando en la iglesia, sintió que un viejo le tocaba en el hombro y le decía: “Ahí está enterrado el esclavo asesinado por el Marqués de ***! ¡Ahí está, Castro, ahí está!” y se lo repitió en más ocasiones. Con el paso del tiempo se descubrió allí el sepulcro de Íñigo López esclavo…

 

CURIOSIDADES

LA CRUZ DEL PERDON

LEYENDA MADRILEÑA

                                               (…)

                                               MANUEL FERNANDEZ Y GONZÁLEZ

                                               (De Los lúnes de El Imparcial.)

                                               (nº 90 [1882], pp. 275b-284a; 30-sep.)

            Noche invernal de 1640, dos jinetes salen por la Puerta del Sol con una linterna. No repararon en la Cruz de madera del Atochal, donde se separaron y uno perdió alguna prenda por el fuerte viento. Se dirigió a una casa de campo, donde una dama leía Tirante el Blanco. Ella arroja una escalerilla por la que sube el jinete, la besa: se desmaya ella, él exclama que cumple con su venganza.

            Blas, uno de los siervos le dice al otro, Gil, que ha oído a la señora Cruz, que tal vez haya algún hombre… Opinan que “El honor del amo es el honor del criado”, y acechan. Quince años antes el amo había ordenado asesinar a otro “visitante” de su esposa en un ambiente de tormenta similar, y lo habían dejado entre los cañizales.

            El muerto había dejado a un hijo, don Gabriel, de doce años. Por el asesinado era la Cruz, a la que acudía una mujer de la quinta de D. Pedro Várgas de Hita. Pasados los años, había vuelto don Gabriel, entonces paje de lanza del Emperador, con deseos de venganza, aunque ignorando los hechos exactos de la muerte del padre. Gustó de amoríos, y se enamoró de doña Cruz Várgas. Cuando se presentó ante el padre y a este, don Pedro, le trajo al recuerdo los rasgos del asesinado, le negó la mano de su hija.

            Una noche de visita había visto don Gabriel a una dama con los rasgos semejantes a los de su amada en la Cruz, y ella, tras un desmayo, vio reflejado a don Gaspar, el asesinado, en el rostro del joven, y así lo nombró. Este hecho inconsciente hizo que le tuviese que revelar todo, y fue lo que dirigió la urdimbre hacia la culminación de la venganza, que debería completarse tras la  consumación de su amor con la amada, la hija del asesino y de la amante del padre.

            El atormentado don Pedro salió en la que sería la segunda noche trágica. Confundidos, Blas y Gil , pensando que se trataba de  otro ladrón del honor del amo, lo asesinaron y lo dejaron en la Cruz, como habían hecho años atrás. Entonces el amante emprendía el regreso a la ciudad; pero, al llegar a la Cruz, cuatro hombres que custodiaban el cadáver lo vieron, lo culparon al echar en falta las prendas halladas al pie del monumento en el caballero, y fue colgado delante de la Cruz de los Cañizares.

 

            Algunas curiosidades descritas en la Revistas también encierran ciertos acontecimientos que exigen, aunque sea exiguamente, narración, por lo que lo incluimos en esta ocasión.

 

CORDONES DE LOS CADETES

 

            Un periódico atribuye el orígen de los cordones que se usan por los cadetes al hecho siguiente:
            “Habiendo llegado tarde un cuerpo de ejército de caballería belga para entrar en accion, el Duque de Alba dijo que al primer individuo de aquel cuerpo que se viese en su presencia, lo mandaria ahorcar inmediatamente. Enterados aquellos valientes del dicho, se presentaron tódos reunídos al Duque, llevando colgado del cuello un cordel, y en su remate un clavo, diciéndole:

            “Así harémos siempre, para que más pronto se pueda llevar á efecto la ejecucion.”

            Poco tiempo después se distinguieron tanto en un combate, que el mismo Duque ordenó que las cuerdas fuesen cambiadas en cordones, y el clavo en bellota dorada, como señal de honor y distincion.”

           (De La Fe, 25 de junio.) (nº 61 [1881], p. 204a; 15-jul.)

 

CURIOSIDADES

LA CALESA

(HISTÓRICO)

                                                          (…)

                                                          (nº 85 [1882], pp. 196a-199a; 15-jul.)

            Hacia 1829, en el barrio de Lavapiés había un figón-taberna donde una viejecita, junto a su nieta, servía unas ricas cenas caseras. Alguien les comenta que el rey acude cada noche a cenar. La nieta entabla relación con uno de los clientes y le dice que se parece al Rey, por la efigie de las monedas. El monarca le pregunta que qué le pediría si él fuese el rey, contesta que una calesa. A la noche siguiente, entre la curiosidad del barrio, se presentaron doce calesas, que fueron el origen de la casa de Josefa Gutiérrez, la Naranjera, de la calle Fuencarral.

 

            Durante el año 1881 (tomo III), Sbarbi fue incluyendo, por entregas, una novela del XVII. Es obra conocida, pues existen ediciones muy recientes. La edición primera se incluía en la obra del madrileño Céspedes y Meneses (1585-1638) Historias peregrinas y ejemplares. Con el origen, fundamentos y excelencias de España y ciudades adonde sucedieron (Zaragoza, Juan Lurumbe, 1623), tal como sucedió en otras ediciones posteriores, aunque también se ha reeditado independientemente. Las entregas venían encabezadas por el siguiente título:

 

(SECCION NOVELISTICA.)

PACHECOS Y PALOMEQUES.

HISTORIA

SUCEDIDA EN TOLEDO,

con el orígen,

fundamento y antigüedad de esta Imperial Ciudad.

 

            En el número 59 (1881; p. 176; 15-jun.) se anunciaba la novela como el primer título de la edición de obras que vivirían de forma paralela a la Revista:

 

PACHECOS Y PALOMEQUES POR D. GONZALO DE CÉSPEDES Y MENESES (NOVELA DEL SIGLO XVII)

 

            Sería, pues, el primer volumen de la BIBLIOTECA DE “EL AVERIGUADOR UNIVERSAL”. En el mismo lugar, se anunciaba en prensa LAS QUINIENTAS APOTEGMAS DE D. LUIS RUFO, ahora por primera vez publicadas.

            El presbítero se sentía orgullo de poseer Las Quinientas del hijo de Juan Rufo, que había escrito Las Seiscientas (estas últimas de fácil consulta por haberse reeditado modernamente). Él había descubierto el manuscrito de ambos en manos de un anticuario y lo había comprado sin valorar, en principio, aquel tesoro. Fue publicando los apotegmas del hijo también a lo largo del tercer año de la Revista (1881), más una última parte, las conclusiones y análisis de la obra y los avatares por los qué fue a parar a sus manos el manuscrito, el último año de la Revista (1882) (todo ello en nueve entregas). A mediados de junio anunciaba que se ponía en venta la obra por ocho reales.

            Evidentemente, no es dable incluir aquí toda la obra de       

 

LAS QUINIENTAS APOTEGMAS

DE

D. LUIS RUFO, HIJO DE D. JUAN RUFO,

JURADO DE CÓRDOBA,

DIRIGIDAS AL PRÍNCIPE N. S.

            Más la rareza de la misma, pues no se ha vuelto a publicar recientemente, que sepamos, tal vez aconseje su reedición, tal vez en este lugar.

 

            Para finalizar, conviene recordar algunos datos que suelen manejar los folkloristas y que se hallan en la Revista que nos ocupa. Como se ha visto, en enero del último año, Sbarbi presentaba un Discurso leido en la solemne inauguración de la ACADEMIA NACIONAL DE LETRAS POPULARES (nº 74 [1882], pp. 24a-32b; 31-ene.).

            En febrero explicaba algunos términos de la recién fundada asociación:

 

            (…) Acábase de fundar con el título de ACADEMIA NACIONAL DE LETRAS POPULARES, á semejanza de la asociación denominada Folklore en Inglaterra, donde tuvo su cuna en 1878, y de donde se propagó muy en breve á las principales naciones de Europa, en que está produciendo los resultados más satisfactorios. Su objeto, como lo acredita el título que la distingue, es ocuparse en todo lo que diga relacion con el saber, tradiciones y manera especial de ser del pueblo español en todas y cada una de sus varias provincias, bajo las múltiples diversas manifestaciones de su lengua, refranes, cuentos, leyendas, romances, cantares, música, etc. (p. 45b)

            Presidente: Víctor Balaguer, Vicepresidente: José María Sbarbi; Vocales: Manuel Murguía, Alejandro Gómez Fuentenebro, Ubaldo Romero Quiñones, secretarios: Emilio de Igneson, José María Medina.

 

            Desde la siguiente entrega, la Revista añadiría a su título el de portavoz  de la Academia. Hoy en día, no podemos más que lamentar la muerte de El Averiguador y calcular cuántas cosas podrían habernos llegado tras una más larga vida. Es claro que se iba encaminando decididamente a los temas tan queridos del moderno folklorista. En el nº 75 (1882, pp. 44b; 15-feb.) aparecía la estampa del sello, en el que se podía leer circundando los ovales bordes en la parte superior ACADEMIA NACIONAL DE LETRAS POPULARES. Madrid. Y en la parte inferior, como lema DE TODOS ES MANTENERLA PUES QUE Á TODOS DEBE EL SER.

            Lamentamos, como folkloristas, que no se haya sabido mantenerla como merecía, tal como nos obligaba el lema de la Academia.

           

            (Hemos optado por incluir en esta selección las composiciones narrativas menores, la mayoría tradicionales, muchas populares; pero hemos dejado fuera otros muchos materiales etnográficos o folklóricos, como los dichos y refranes sin glosar, o glosados sin narración o, especialmente, algunos romances antiguos).

 

 

 

 

 

 

                 

 



[1] FERNÁNDEZ DE VELASCO Y PIMENTEL, Bernardino, Deleite de la Discreción y Fácil Escuela de la Agudeza (1743), ("Austral", 662), Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1947, pp. 125-126.

 

[2] BOIRA, Rafael, El libro de los cuentos, colección completa de anécdotas, cuentos, gracias, chistes, chascarrillos, dichos agudos, réplicas ingeniosas, pensamientos profundos, sentencias, máximas, sales cómicas, retruécanos, equívocos, símiles, adivinanzas, bolas, sandeces y exageraciones. Almacén de gracias y chistes. Obra capaz de hacer reír a una estatua de piedra, escrita al alcance de todas las inteligencias y dispuesta para satisfacer todos los gustos. Recapitulación de todas las florestas, de todos los libros de cuentos españoles, y de una gran parte de los extranjeros, Madrid, Imp. Miguel Arcas y Sánchez (“Biblioteca de la Risa por una Sociedad de Buen Humor”), 1862, segunda edición, 3 tomos; I, pp. 202-203.

 

[3] Supra, pp. 9-10.

 

[4] CORREAS, Gonzalo,  Vocabulario de refranes y frases proverbiales  y otras fórmulas comunes de la lengua castellana en que van todos los impresos antes y de otra gran copia (1627), ed. de Víctor Infantes, Madrid, Visor, 1992.

 

[5] [NOGALES DELICADO Y RINCON, Dionisio de] (Caballero de Santiago, Maestre de Granada), Dichos españoles históricos, anecdóticos, populares y literarios que      para apacible entretenimiento de lectores curiosos da a la estampa Don D. de N.-D.R., Sevilla, Imp. de F. Díez, 1913-1915, 3 series, I, p. 89.

 

[6] IRIBARREN, José Mª,  El Porqué de los Dichos. Sentido, origen y anécdotas de los dichos, modismos y frases proverbiales de España con otras muchas curiosidades (1955), Pamplona, Gobierno de Navarra. Departamento de Educación y Cultura, 1998, pp. 14-15.

 

[7] BASTÚS, V. Joaquín, La sabiduría de las Naciones, ó los evangelios abreviados: probable origen, etimología y razón histórica de muchos proverbios, refranes y modismos usados en España, Barcelona, Librería de Salvador Manero, 1862-1867. 3 vols., III, 203, pp. 315-316.

 

[8] Op. cit., I, pp. 157-158.

 

[9] Supra, III, nº 103; pp. 210-212.

 

[10] Op. cit., I, p. 8.

[11] BARRÓN, Lope, Frases populares, Málaga, Tip. del “Colegio Español”, 1897, pp. 379-285.

 

[12] A modo de ejemplo, véase el titulado El sermón de pasión, del que recogimos una versión en José L. AGÚNDEZ GARCÍA, Cuentos populares sevillanos (en la tradición oral y en la literatura), Sevilla, Fundación Machado, 1999, nº 254. En el estudio, vemos cómo Hansen, (The Types of the Folktale in Cuba, Puerto Rico, The Dominican Republic, and Spanish South America, ["Folklore Studies", 8], Berkeley-Los Angeles-London, University of California Press-Cambridge University Press, 1957) lo clasifica como tipo 1833**E. Señalábamos allí algunas versiones, a las que habría que añadir una variante de Anselmo J. SÁNCHEZ FERRA, “Camándula (El Cuento Popular en Torre Pacheco)”, Revista Murciana de Antropología. Número monográfico, nº 5 (1988), Murcia, 2000, p. 199, nº 267; y un estudio de Rafael BELTRÁN, “Notes per a un catàleg tipològic de les rondalles valencianes, II: Rondalles de la Vall d´Albaida i l´Alcoià”, Almaig, Ontinyent, 2001, pp. 129c-130a, nº 22.

            Del cuento referido bajo el título Un estudiante hambriento, recogimos una versión idéntica en la provincia de Valladolid, publicada en José L. AGÚNDEZ GARCÍA, Cuentos populares vallisoletanos (en la tradición oral y en la literatura), Castilla, 1999, nº 46, donde dimos relación de buena porción de versiones orales y escritas recogidas de la tradición. Habría que añadir una versión de una recopilación titulada Super-Cuentos de antaño para todos, Ávila, D. L., 1994, pp. 244-255; otra de Jesús SUÁREZ LÓPEZ, Folklore de Somiedo: leyendas, cuentos, Somiedo (Asturias), Ayuntamiento de Somiedo, 2003, pp. 302-303; otra del mencionado Sánchez Ferra, p. 179; otra de Javier ASENSIO GARCÍA, Cuentos Riojanos de Tradición Oral, Logroño, Gobierno de La Rioja, Consejería de Desarrollo Autonómico y Administraciones Públicas, 2002, p. 194; otra de Juan RODRÍGUEZ PASTOR, Cuentos Extremeños Obscenos y Anticlericales, Badajoz, Departamento de Publicaciones de la Diputación de Badajoz, (“Raíces”, 15), 2001, p. 187, nº 76.19; otra más de Carlos GONZÁLEZ SANZ, José A. GRACIA PARDO, Antonio J. LACASTA MAZA, La sombra del olvido. Tradición oral en el pie de la sierra meridional de Guara, Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses (Diputación de Huesca), 1998, pp. 96-97; así como la literaria de Boira, op. cit., I, pp. 99-100.

También puede consultarse el nº 75 de los Cuentos populares sevillanos, por un tema similar.

            Del titulado Epigrama (Dialecto Berciano) “— ¡Ay, Anton! ¿Qué quieres, Xan?”, da cuenta Maxime CHEVALIER (Cuentos Folklóricos Españoles del Siglo de Oro, Barcelona, Crítica, 1983, nº 203). A las versiones de Timoneda, Lucas Hidalgo y Yehá, allí señaladas, habría que añadir una de Boira (op. ct., III, p. 58); dos de Roberto ROBERT, El mundo riendo. Gracias y desgracias chistes y sandeces, epigramas y necedades, cuentos é historias, redundancias y laconismos, problemas y claridades, anuncios, apotegmas, despropósitos, malicias y otras cosas que no son nada de lo dicho. Colección enorme, selecta, novísima en prosa y verso, (con 160 grabados, dibujos de T. Padró) sacada de autores antiguos y modernos, nacionales y extranjeros, clérigos y seglares, famosos y oscuros, Barcelona, Librería Española de I. López Bernagosi, 1866, pp. 177-178 y una variante más en verso en p. 700a.

 

[13] Op. cit. p. 315.

 

[14] Agúndez García, José L., Cuentos populares andaluces de animales, Sevilla, Fundación Machado, 2005.