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Y‡–ez Valenzuela, Claudio. ÒUn acercamiento a las leyendas de entierros en la zona central de ChileÓ. Culturas Populares. Revista Electr—nica 1 (enero-abril 2006). http://www.culturaspopulares.org/textos%20I-1/articulos/Yanez.htm ISSN: 1886-5623 |
en la zona central de Chile
Claudio
Y‡–ez Valenzuela
Introducci—n
El territorio chileno, una larga
y angosta faja de tierra emplazada en el extremo suroeste de LatinoamŽrica,
est‡ ba–ado de norte a sur en su interminable costa por el OcŽano Pac’fico y,
por el otro lado, en el oeste se alza como barrera infranqueable la majestuosa
Cordillera de los Andes. Pero la constituci—n y el largo espacio que conforma
nuestro pa’s no son las œnicas caracter’sticas que hacen peculiar su geograf’a,
sino que tambiŽn han influido en la formaci—n de una idiosincrasia muy
heterogŽnea, lo dis’mil del territorio, del clima y de las necesidades propias
de un pueblo que tempranamente se conform— como una sociedad agro - ganadera y
pescadora, y -que al correr de los a–os- se consolid— como un pa’s exportador
de materias primas.
El
paisaje se introduce en los ojos del viajero, desde el norte con el desierto
m‡s seco del mundo y con toda la riqueza cultural del altiplano andino; y en el
sur con un conjunto casi infinito de islas que hacen que el continente se vaya
segmentando en forma lenta, pero definitiva.
La
rica tradici—n folcl—rica chilena -en una primera divisi—n metodol—gica-
podremos segmentarla, a grosso modo, en tres zonas culturales muy
diversas:
La
"zona norte" donde la fusi—n entre los pueblos aut—ctonos del
altiplano, m‡s el sustrato ibŽrico dieron un giro muy especial a la poŽtica
folcl—rica. Funde as’ la tradici—n vern‡cula de los grupos andinos tales como
aymaras, atacame–os e incas con los aportes hispanos.
La
"zona central" posee una amplia tradici—n oral, que conserva muchos
rasgos del pueblo espa–ol en su entramado de motivos. Por un lado, dan cuenta
del quehacer propio del campesino chileno, y por otro, mantienen y conservan
muchas caracter’sticas de un sustrato hisp‡nico.
Por
œltimo -y no menos
importante- la "zona
sur" del territorio dividida en dos focos culturales: la zona centro sur que tiene una
impronta mapuche muy fuerte. Tradici—n cultural poblada de seres mitol—gicos,
de brujos y de brujas, que dan pauta para la vida social, incluso el c—mo -en
tiempos de los antiguos- los diferentes linajes ocupaban el espacio, es decir,
el habitar del mapuche estaba marcado por las grandes distancias a fin de
evitar el mal de ojo o el hechizo que pudiera hacer la machi del grupo vecino.
La fuerte presencia de la tradici—n de la mitolog’a mapuche, que a pesar de
corresponder a un grupo pre - agr’cola se presenta en extremo compleja y con
una pervivencia que podemos palpar en la cotidianidad del mapuche actual. De
hecho, "guillatunes y machitunes" (celebraciones religiosas) se
siguen realizando hasta nuestros d’as.
Y la otra vertiente es la
Isla Grande de ChiloŽ, que se articula como una realidad aparte, puesto que la
vertiente ind’gena est‡ aportada por los huilliches, que tempranamente se
aliaron con el conquistador espa–ol, incluso en contra de los otros grupos
ind’genas, tales como los mapuches, tuvieron contacto con poblaciones
holandesas en la Žpoca de los corsarios.
Dar
cuenta de una geograf’a religiosa popular en nuestro pa’s, tan dis’mil como la
geograf’a f’sica, es una puerta que nos obliga a adentrarnos en nuestra
identidad como pa’s caracterizado por un gran fervor popular de marcado
car‡cter sincrŽtico.
Es en la zona central de Chile
donde los relatos y ficciones campesinos han ocupado un lugar de preferencia en
los estudios folcl—ricos nacionales. Su alto grado de difusi—n en los medios
rurales, la diversidad de temas y la multiplicidad de variantes de un mismo
motivo literario hace que constituyan un gŽnero de primera importancia en la
literatura popular. Aunque se ha logrado establecer la procedencia europea de
un gran nœmero de relatos, Žstos han sufrido reinterpretaciones y adaptaciones
que los convierten en un elemento vivo de la cultura popular tradicional
latinoamericana y chilena.[1]
En
el cuento folcl—rico chileno se encuentran temas de diversa ’ndole: los cuentos
maravillosos; de adivinanzas, que plantean interrogantes que el protagonista
debe resolver para llevar a cabo su cometido; los cuentos de f—rmula, que se
articulan a partir de una determinada estructura narrativa que se repite
constantemente, como sucede con los cuentos de nunca acabar; los cuentos
maravillosos; los cuentos de consejos y los cuentos picarescos, entre los
cuales el personaje de Pedro Urdemales[2],
herencia espa–ola, tiene una amplia difusi—n.
Uno
de los primeros estudiosos del gŽnero fue el erudito alem‡n Rodolfo Lenz[3],
quien recopil— cuentos de la zona mapuche. Sin embargo, fue el folclorista
Ram—n Laval[4] el que dio
el impulso definitivo al tema, publicando diferentes compilaciones y estudios
acerca de los distintos tipos de cuentos. En a–os posteriores, las
recopilaciones regionales de cuentos y leyendas y el gigantesco trabajo
desplegado por el folclorista Yolando Pino Saavedra[5]
en la recopilaci—n y clasificaci—n de cuentos folcl—ricos han ayudado en el
rescate de una tradici—n que d’a a d’a pierde fuerza ante el avance de los
medios de comunicaci—n de masas.
La
narraci—n de mitos y leyendas, as’ como de f—rmulas m‡gicas y religiosas, tiene
gran importancia en la literatura popular. El imaginario popular se abre de
esta manera a un mundo m‡s amplio que circunda la actividad de los hombres,
estableciendo lazos con Žste y estimulando una percepci—n m‡s viva de los
fen—menos naturales. Es as’ como existen mitos y supersticiones que aluden a un
universo invisible para los ojos profanos pero de gran poder sobre la vida de
los humanos.
"Leyendas de
entierro"
Centremos nuestro objeto de
estudio bajo la nomenclatura popular que usan hasta ahora las personas que
conservan estos relatos en la tradici—n popular chilena: "Cuentos de
entierros". Antes, eso s’, hacemos nuestras las palabras de Clifford
Geertz respecto de las definiciones:
aunque es
notorio que las definiciones no establecen nada en s’ mismas, si se las elabora
cuidadosamente, suministran una œtil orientaci—n o reorientaci—n de manera tal
que un minucioso an‡lisis de ellas puede ser una manera efectiva de desarrollar
y controlar una nueva l’nea de indagaci—n. Las definiciones tienen la œtil
virtud de ser expl’citas; se formulan en una forma de prosa discursiva que no
cae en el peligro, tan frecuente en este campo, de sustituir el argumento por
la ret—rica.[6]
Definamos
como punto de partida para nuestro trabajo los "cuentos de entierros"
como leyendas (siempre de un cariz local, pues no busca contar lo acontecido en
lugares lejanos o legendarios, ni tampoco se remonta a tiempos m’ticos sino que
se ubica en un tiempo pasado pero de alguna forma cercano) que dan cuenta de un
fant‡stico tesoro oculto que posee algœn cariz m‡gico y de cierto valor
impl’cito en su historia como, desde luego, en su valor econ—mico. Dicho tesoro
siempre est‡ enterrado en algœn lugar que no deja de ser ins—lito, casi siempre
en dos tipos de localizaciones: por un lado tenemos los que est‡n dentro de un
edificio -tanto en paredes como en el suelo- y por otro, los que est‡n ubicados
en algœn lugar geogr‡fico peculiar, llamativo, y de dif’cil acceso -quebradas,
cuevas, rocas, lagos, entre otros-. Siempre la riqueza es cuidada por algœn
esp’ritu protector que impide que los buscadores de tesoros puedan poseerlo.
La
leyenda que presento a continuaci—n ha sido recopilada en la comuna de
ColchagŸa en la VI regi—n de Chile. En la aœn peque–a cuidad de Santa Cruz se
mantiene con fuerza una vida m‡s bien de corte rural, que posibilita la
conservaci—n m‡s o menos intacta de su literatura oral.
En el Tambo
la familia Millacary Gatica [es] descendiente del œltimo cacique de la
resistencia del Tambo. Se contaba que este cacique enterr— entre dos muros muy gruesos
una ojota[7]
de oro que le hab’a dejado su abuelo. Muchas personas han tratado de buscarlo,
[pero] durante las noches salen unos perros negros que no dejan acercarse.[8]
El
texto anterior posee todas las caracter’sticas propias de una leyenda de entierros.
Veamos cu‡les son: una persona de cierta importancia (el œltimo jefe militar de
los mapuches de la resistencia del Tambo) esconde un tesoro fabuloso que
ocultamente pose’a. Dicho tesoro escondido (una ojota de oro que est‡ enterrada
entre muros gruesos que imposibilitan su extracci—n) concentra el interŽs
central del relato. Por œltimo, un guardi‡n m‡gico le protege: los ya tan
t’picos perros negros del imaginario chileno, imagen tantas veces asociada al
demonio.
Veamos
otro texto, esta vez contado por Viviano Y‡–ez, hermano trillizo de nuestro
anterior informante:
Los œltimos
jesuitas que vivieron en Colchagua eran due–os de la hacienda de Yaquil, cuando
los expulsaron del pa’s no sab’an quŽ hacer con la fortuna que hab’an adquirido
durante estos a–os. Dice la gente que lo enterraron en un cerro llamado
NenquŽn, colocaron arriba de Žl una roca con forma plana en su superficie, la
llamaron La Mesa, hasta el d’a de hoy nadie ha podido sacarlo por el peso de la
roca, adem‡s algunas personas han dicho que se ve’a una se–ora vieja, delgada y
alta que cuida el entierro.[9]
Nuevamente
encontramos los rasgos distintivos de la leyenda de entierros: un personaje
colectivo (los jesuitas, sin agregar nada m‡s a su descripci—n) con cierto
rango social y comunitario, la presencia como eje central de un tesoro
enterrado en un lugar "ins—lito" y un esp’ritu que juega el papel de
un guardi‡n de la fortuna. Destaquemos en este texto, que no se explicita el
monto de la fortuna, pero con la sola menci—n de los padres jesuitas se cumplen
el papel de mostrar sin decir, o sea, est‡ impl’cito el poder econ—mico que la
iglesia muestra a la comunidad, por ende ya con solo la menci—n se intuye la
fastuosidad del "entierro". Recordemos que tal vez es la iglesia la
que presenta la mayor gala de opulencia, incluso m‡s que los primeros
estamentos estatales, en los pa’ses de LatinoamŽrica colonial y en su primera
etapa republicana.
Tampoco
es posible dejar de mencionar "La Mesa" como el relato denomina al
lugar de entierro del tesoro. B‡sicamente vuelve al lugar m‡s cl‡sico para
esconder un tesoro legendario: la tierra. Pero no es en cualquier sitio, sino
que en uno muy particular, uno inamovible, una roca lisa que asemeja una forma
tan cotidiana para el hombre del campo, como una mesa. Innecesario resulta -al
parecer- para el narrador, decir como fue que los jesuitas movieron dicha
piedra para colocar el tesoro, pues pese a que su peso es tal que "nadie
ha podido sacarlo" se subentiende que la industria e inteligencia que los jesuitas poseen
les permitir’a hacer ese tipo de prodigios.
La
estructura b‡sicamente de toda leyenda de entierros posee -como ya hemos
mostrado- los mismos elementos constitutivos ordenados incluso de maneras
iguales. Los relatos orales siempre se visten de diferentes elementos que
atrapen la atenci—n del receptor del texto y que usualmente tiene que ver con
la realidad que circunda a la comunidad a la que est‡ dirigida el relato. ÀQuŽ
visi—n entregaban para el alma comunitaria chilena este grupo de sacerdotes?
Veamos
un grupo de relatos que dan cuenta de las diversas formas que puede adquirir
las leyendas de entierro:
Un se–or
llamado Antonio cruzaba los cerros de VichuquŽn con sus dos mulas cargadas con sacos
de sal. Durante el viaje se encontr— con un caballero que le ofreci— un tesoro,
pero ten’a que tener cuidado con el Culebr—n. Al escuchar esta historia no se
anim—, Žl otro viejo insisti— que no deb’a preocuparse porque el Culebr—n era
solo un cord—n trenzado, pero que no deb’a da–arlo. Antonio lo pens—, pero no
se atrevi— porque les ten’a mucho miedo a las serpientes. Al llegar a la casa
le cont— todo a su hermana, que no fue capaz de botar los sacos de sal para ir
a buscar el tesoro y su hermana lo ret—, por ser cobarde y perder el tesoro.[10]
Tr‡nsito
Valenzuela contaba que cuando trabajaba de guardia en Calama, se encontr— con
un caballero que le cont— que en Paredones, en una quebrada que se llamaba Las
Cruces, abajo de una roca hab’a un entierro muy grande donde a las doce
aparec’a una vela al acercarse se encontraban con un zorro, no deja sacar el
entierro. [11]
Dicen los m‡s
antiguos habitantes de La Lajuela que Don Pancracio fue un hombre muy rico que
lleg— a La Lajuela desde Curic—, era un hombre muy taca–o y cuando se cas— y
tuvo hijos, les mezquinaba hasta el agua... Cuando se acerc— el momento de su
muerte quiso ponerse en la buena con Tatita Dios y se arrepinti— de su maldad,
entonces les dijo a sus hijos d—nde ten’a un entierro de monedas de plata. Sus
hijos lo buscaron, pero jam‡s lo encontraron... Y por eso los cerros de La
Lajuela brillan siempre en noches de luna. Cuenta la tradici—n que muchas veces
se siente como el taca–o Pancracio anda con una pala y un chuzo ara–ando las
rocas en busca del tesoro que desea entreg‡rselo a sus descendientes...
Mientras esto no ocurra, Žl andar‡ como alma en pena y no podr‡ salir del
purgatorio.[12]
En Lolol,
cuenta la tradici—n que se escondi— uno de los tesoros de la banda de Los
Pincheira... Este tesoro estaba compuesto por joyas que estos forajidos robaban
en las casas de los ricos hacendados de la zona, pues bien... A la entrada de
la comuna hay un gran promontorio de rocas donde actualmente hay una peque–a
ermita dedicada a la Virgen Mar’a, bajo estas rocas se esconder’a el tesoro,
pero nadie se ha atrevido a profanar este lugar sagrado, porque dicen que los
Pincheira mataron a los portadores del tesoro y all’ mismo los enterraron, para
que nadie supiera donde lo hab’an escondido. En noches de tormenta se escucha
el lamento de los hombres que murieron sin poder arrepentirse de sus pecados y
faltas.[13]
Pese
al rico sustrato folcl—rico en Chile, el estudio del mismo lamentablemente no
es tan acabado como ser’a necesario para la multitud de informaci—n aœn viva en
el territorio nacional. Empero lo anterior, ya desde el siglo pasado muy buenos
folcloristas aparecieron en el panorama de la literatura popular nacional,
entre otros, tal vez el m‡s famoso don Oreste Plath[14]
quien recopil— un cœmulo basto de la tradici—n folcl—rica:
Se cuenta que
buscando refugio para eludir una tormenta de nieve, lleg— hasta la orilla del
lago de los cristales en la cordillera de San Fernado, un arriero y su tropilla
de mulas. A este amparo se durmi—, mientras las aguas del lago excedieron su
nivel, arrastr‡ndolo hacia su fondo, conjuntamente con las mulas, que portaban
una carga de oro. Narran que ciertas tardes de sol se ven en el fondo el
arriero y sus animales, y hasta se siente el sonar del cencerro de la mula
madrina. Otros aseguran que las mulas salen de la laguna y, arriadas por el
hombre, toman una huella que no lleva a parte alguna. [15]
Un
personaje interesante en las leyendas de entierro son los "esp’ritus
guardianes" que pueden ser antropom—rficos (viejas, se–oras, damas, casi
siempre de negro o en un extra–o semblante) o zoom—rficos (perros negros o
cabras) que son un nuevo tipo de "genio protector", que puede hacer
las veces de ayudante o de expulsor de los tesoros.
Curiosa
es la presencia siempre constante estos diversos esp’ritus guardianes que
acompa–an a los tesoros legendarios en todas las tradiciones culturales. Desde
las ya casi m’ticas maldiciones de las momias en las tumbas egipcias, a las m‡s
modesta apariciones en las leyendas de entierros Al parecer es un t—pico comœn
la de alguna fuerza m‡gica que defienda las fortunas de los buscadores de
tesoros. Seguramente -desde mi perspectiva- este motivo da cuenta de un
mecanismo explicativo del porquŽ no se logra desenterrar el "tesoro"
para ser compartido y aprovechado por la comunidad y c—mo, adem‡s, el alma
popular de la comunidad cubre de misticismo social un hecho que est‡ fuera de
la cotidianidad inmediata de las personas.
Las
leyendas de entierro de un tesoro, en alguna medida tienen puntos en comœn con
el motivo de "el tesoro fatal". El profesor Pedrosa[16]distingue
claramente dos t—picos de tesoros: el "so–ado" y el "fatal",
en el primero entre los buscadores hay colaboraci—n en su proyecto de bœsqueda
y disfrute por igual en las ganancias, en cambio en el segundo hay una actitud
individualista de los participantes del proyecto de bœsqueda del tesoro, lo que
causa que todos mueran por diversas razones, evidentemente siempre impulsado
por la codicia y el ego’smo.
Nosotros
creemos que las leyendas de entierros no se ajustan claramente a ninguno de los
dos relatos, pues se parte de la premisa que el entierro para que posea su carga
emocional y fuerza literaria no ha sido ni ser‡ nunca descubierto, y por ende,
no hay un rasgo de disfrute o de castigo por la actitud de los buscadores.
Empero lo anterior, si podemos observar que los entierros puede presentar
elementos que inviten a creer al lector que por el ambiente de misterio y
maldici—n que reina sobre la riqueza presentada, podr’amos tener un desenlace
fatal, pero eso no presenta una clara relaci—n con la actitud del buscador, es
m‡s bien una fuerza que depende directamente del que entierra dicho tesoro.
Podemos
adem‡s ya corroborar la definici—n con que se parti— el an‡lisis de este tipo
de texto, pues las leyendas de entierros, en el grupo examinado responden a las
premisas que ten’amos de trabajo.
Para
finalizar mencionemos lo interesante que resulta siempre el motivo del tesoro
escondido en la tierra. Es al parecer que la Pacha Mama o Madre Tierra ha sido
y es fuente de riqueza para el hombre, que a travŽs de un trabajo puede
encontrar la forma de obtenerla. M‡s aœn en LatinoamŽrica esta idea cobra
importancia, sobre todo en la zona chilena de ColchagŸa, pues dentro una
comunidad donde, en alguna u otra medida, son mayoritariamente dependientes de
la agricultura, la mitificaci—n de los recursos de la tierra siempre ser‡ s’mbolo
de los frutos inagotables que se pueden obtener de ella. No deja incluso de ser
l—gico que los "entierros" nunca sean encontrados, para que as’ no se
agote la esperanza de poder aumentar el bienestar comunitario con el encuentro
de estos fabulosos tesoro.
[1] Direcci—n de Bibliotecas, Archivos y Museos Chilenos (DIBAM). http://www.memoriachilena.cl. Visitada el 18. 01. 2006.
[2] Es tan fuerte la apropiaci—n de este personaje popular, que a muchos de los entrevistados para este art’culo, Pedro Urdemales le parece un personaje exclusivo chileno, que "representa al Ôhuaso pilloÕ, t’pico de Chile". Es interesante observar c—mo un personaje de cuento popular puede arraigarse tanto en la mentalidad popular de un pueblo, que incluso logre perder totalmente su origen para la gente.
[3] Aunque el estudio del espa–ol hablado de Chile no comienza exactamente con la llegada de Rodolfo Lenz (1863-1938) a ese pa’s, ni con la publicaci—n de sus estudios filol—gicos, con Žl s’ comienza un apasionado debate lingŸ’stico que aœn no ha cesado. A–os antes, s—lo AndrŽs Bello hab’a publicado, entre 1833 y 1834, una serie de art’culos de car‡cter pedag—gico en el semanario El Araucano bajo el t’tulo de Advertencias sobre el uso de la lengua castellana dirigidas a los padres de familia, profesores de los colegios y maestros de escuelas, los que estaban destinados m‡s bien a corregir vulgarismos y expresiones viciosas en el empleo del castellano en Chile. La llegada de Rodolfo Lenz a Chile en 1891 constituy— un acontecimiento de primer orden en la historia del estudio del espa–ol de ese pa’s. Desarroll— investigaciones sobre la lengua y el folklore araucanos que fundament— cient’ficamente. VŽase la investigaci—n realizada por el profesor Miguel Correa Mujica, en el art’culo Influencias de las lenguas ind’genas en el espa–ol de Chile en EspŽculo. En Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid. 2001.
[4] (1862 a 1929) Fue uno de los folkloristas m‡s importantes de principios del siglo XX, junto con Julio Vicu–a Cifuentes y el erudito y lingŸista alem‡n Rodolfo Lenz. Junto a ellos fund— la Sociedad del Folklore Chileno en 1909, que dos a–os despuŽs se fusion— con la reciŽn creada Sociedad Chilena de Historia y Geograf’a. La obra de Laval destac— por el prolijo trabajo de campo que hizo en zonas rurales como Carahue, en el sur del pa’s, y por la erudici—n con que compar— diferentes manifestaciones de la cultura popular con sus equivalentes europeos. Entre sus obras destacaron Del Lat’n en el folklore chileno (1910), Oraciones, ensalmos i conjuros (1910), Cuentos chilenos de nunca acabar (1910), Contribuci—n al folklore de Carahue (1916), Tradiciones, leyendas y cuentos recogidos de la tradici—n oral de Carahue (1920), Paremiolog’a chilena (1923), Cuentos populares en Chile (1923) y Cuentos de Pedro Urdemales (1925). En Direcci—n de Bibliotecas, Archivos y Museos Chilenos (DIBAM). http://www.memoriachilena.cl/mchilena01/temas/dest.asp?id=romanceroramon. Visitada el 21. 01. 2006.
[5] La obra m‡s importante sobre el cuento popular chileno es la que realiz— el folclorista Yolando Pino Saavedra. Fundador del Centro de Estudios Folcl—ricos y director de la revista Archivos del Folclor Chileno en la dŽcada de 1950. Publicada en tres gruesos volœmenes entre 1960 y 1963, su obra Cuentos folcl—ricos de Chile reœne m‡s de cien cuentos distintos con diversas variantes que recogi— en todas las regiones del pa’s. En Direcci—n de Bibliotecas, Archivos y Museos Chilenos (DIBAM). http://www.memoriachilena.cl/mchilena01/temas/index.asp?id_ut=cuentosfolcloricosdechile(1960-1963) Visitada el 21. 01. 2006.
[6] Geertz, C., La interpretaci—n de las culturas, Barcelona, Editorial Gedisa, 1997, p.89.
[7] "Calzado a manera de sandalia, hecho de cuero o de filamento vegetal, que usaban los indios del Perœ y de Chile, y que todav’a usan los campesinos de algunas regiones de AmŽrica del Sur." (DRAE: 1992)
[8] .Informante JosŽ Neftal’ Y‡–ez Jeria, de Santa Cruz, Chile, 78 a–os. Recopilaci—n realizada por Marcia Y‡–ez Valenzuela 10.01.2006. Chile.
[9] Informante JosŽ Viviano Y‡–ez Jeria, de Santa Cruz, Chile, 78 a–os. Recopilaci—n realizada por Marcia Y‡–ez Valenzuela 10.01.2006. Chile.
[10] Informante Ram—n Valenzuela, de Santa Cruz, Chile, 91 a–os. Recopilaci—n realizada por Marcia Y‡–ez Valenzuela 15.01.2006. Chile
[11]. Informante Ram—n Valenzuela, de Santa Cruz, Chile, 91 a–os. Recopilaci—n realizada por Marcia Y‡–ez Valenzuela 15.01.2006. Chile
[12] Informante Mar’a InŽs Vega Sanhueza, de Quillota, Chile, 55 a–os. 15.01.2006.
[13] Informante Mar’a InŽs Vega Sanhueza, de Quillota, Chile, 55 a–os. 15.01.2006.
[14] Seud—nimo del folclor—logo y profesor CŽsar Octavio MŸller Leiva (1907 - 1996). Dict— innumerables conferencias en Chile y LatinoamŽrica. Adem‡s public— art’culos en revistas chilenas y extranjeras, del mismo modo se desempe–— como colaborador permanente de los diarios Las òltimas Noticias, La Tercera, La ƒpoca y La Estrella de Valpara’so. Plath se interes— por todo lo profundamente nacional: los mitos, las leyendas, los p‡jaros, los mineros, los juegos, el habla, las animitas, el Santiago que conoci—, sus restaurantes, hoteles, residenciales, personajes, tiendas, revistas, etc. Sus obras m‡s consultadas son Folclore chileno, El Santiago que se fue, Folclore religioso, Regionalizaci—n de las artes populares chilenas, Origen y Folklore de los juegos en Chile y Geograf’a del mito y la leyenda chilenos. En Direcci—n de Bibliotecas, Archivos y Museos Chilenos (DIBAM). http://www.memoriachilena.cl/ Visitada el 21. 01. 2006.
[15] Com. pers.
[16] Pedrosa, JosŽ Manuel, ÀExiste el hipercuento?: Chaucer, una leyenda andaluza y la historia de El tesoro fatal (AT 763). En Revista de poŽtica medieval 2 (1998), Espa–a, Universidad de Alcal‡, p. 195 - 223. Pedrosa, JosŽ Manuel, M‡s reescrituras de El tesoro fatal (AT 763): Del Orto de Esposa, Vicente Ferres y Hans Sanchs a Eca de Queiriz, William Falkner y Max "aub". En Revista de poŽtica mediaval 5 (2000), Espa–a, Universidad de Alcal‡. Pedrosa, JosŽ Manuel, El cuento de El Tesoro So–ado (AT 1645) y el Complejo Leyend’stico de El Becerro de Oro. En Estudos de Literatura oral N»4, 1998, Portugal, Universidade do Algarbe, p 127 - 156.