Vidal, Teodoro. ŇEl parto y el cord—n umbilical en la tradici—n puertorrique–aÓ. Culturas Populares. Revista Electr—nica 1 (enero-abril 2006).

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ISSN: 1886-5623

 

 

 

 

 

El parto y el cord—n umbilical

en la tradici—n puertorrique–a

 

 

Teodoro Vidal

 

Entre los aspectos m‡s curiosos y singulares del folclor mŽdico de Puerto Rico se hallan las pr‡cticas, abundantes y diversas, que se relacionan con el parto y el cord—n umbilical del reciŽn nacido.  Estas antiguas tradiciones populares, vigentes durante varios siglos del periodo colonial espa–ol, subsistieron en nuestro medio rural hasta muy adelantado ya el siglo veinte, y aśn hoy las recuerdan muchos campesinos del interior del Pa’s.  Ha de tenerse presente sobre esto que hasta tiempos bastante recientes –mediados del siglo pasado- casi todo Puerto Rico era principalmente rural y la medicina que hoy denominamos folcl—rica era la que conoc’a la mayor parte de la poblaci—n.

            En el curso de unas investigaciones de campo que efectuara sobre el tema de la medicina popular en los pueblos y zonas rurales, desde comienzos de los a–os sesenta del siglo veinte, tuve la oportunidad de recoger de la tradici—n oral algunos materiales referentes al parto y al cord—n umbilical.[1] Motivado por su particular interŽs y significaci—n- muchos son de muy antigua raigambre y muestran con frecuencia inconfundibles matices locales- los ordeno y doy a conocer en estas p‡ginas.

            Asist’a por lo comśn al parto en la rural’a puertorrique–a una partera o comadrona, mujer que ten’a por oficio brindarle ayuda a la futura madre en tales circunstancias.  As’, en el barrio campestre de Hato Puerco, de la jurisdicci—n de Can—vanas, en la costa norte de la Isla, los sujetos entrevistados me indicaron en repetidas ocasiones que desde los seis meses de embarazo la comadrona que iba a atender al parto Ňle estaba dando vueltas a la mujer y arregl‡ndole la barriga paŐ que el muchacho no fuera a salir atravesaoÓ.[2]

            Durante esos d’as previos al nacimiento, eran numerosas las precauciones que deb’a tomar la gestante para lograr un alumbramiento feliz.  Entre tales medidas preventivas se encontraban los tabśes alimenticios; un ejemplo t’pico de ellos es el que la pre–ada deb’a abstenerse de tomar leche y comer cebolla, huevos y habichuelas para evitar que a su hijo Ňse le abra el ombligoÓ.  (Corozal) En Utuado, por otra parte, sosten’an que le dar’a gangrena a la criatura si durante el embarazo su madre com’a carne de res, que se considera muy caliente.  En los campos de Lo’za recog’ la tradici—n de que la mujer Ňno debe probar batata[3] porque la batata infla m‡s y la hace sentir incomod’simaÓ.

            Otras advertencias de esos d’as anteriores al parto, a veces hechas por la propia comadrona, y a menudo de sentido m‡gico, pueden ejemplificarse a continuaci—n:  Durante un eclipse de luna la mujer pre–ada debe abstenerse de tocar parte alguna de su cuerpo, ya que, de hacerlo, le saldr‡n manchas o lunares al ni–o en los mismos sitios que ella se toc—.  A la embarazada que haga nudos con sogas o cordones le nacer‡ el hijo con el cord—n umbilical atado al cuello.  (Vega Baja)  Si la gestante carga al hombro un ni–o, el que lleva en las entra–as Ňpuede nacer eslembaoÓ, o sea, como un bobo y con la boca abierta. (Naguabo)  Del mismo modo, si toca a un muerto, el ni–o que nazca Ňpuede ser mongoÓ,  esto es, dŽbil y perezoso.  (S‡bana Grande)  La mujer tampoco deber‡ fijarse mucho en los ni–os feos por temor a que tambiŽn lo sea el suyo.  (Mayagźez)  Si a la encinta le dan herbederas, el infante ser‡ muy peludo.  Para evitarlo, Žsta deber‡ tomar mucha harina de cafŽ o ponerse ceniza en la lengua.  (Maunabo)  De no satisfacerse los antojos de la mujer gr‡vida pueden sucederle desventuras tales como que aborte[4] (Yauco), que su hijo nazca ŇeslembaoÓ (San Germ‡n)  o que el ni–o tenga los labios sumamente gruesos y babee mucho.  (Caguas)

Como medida preventiva contra el pasmo –enfermedad muy temida y de la que se dec’a que es muy susceptible a contraer la mujer pre–ada- se le daba de tomar a Žsta agua en que hubieran estado durante un rato varios tizones del tronco verde del guayabo (Psidium guayaba L.), arbusto mirt‡ceo de la AmŽrica tropical.  El pasmo, manifestaron los informantes, Ňes una enfermedad de fr’oÓ, esto es, lo ocasiona un enfriamiento repentino.  En R’o Grande, donde abundan los guayabos, me aseguraron que la madera de este arbusto, sobre todo cuando est‡ verde, genera extraordinario calor al arder[5], y de ah’ la eficacia que se le atribuye contra el pasmo y otras enfermedades de fr’o.

De igual manera, me indicaron sujetos entrevistados, se evitaban los dolores de parto d‡ndole a beber a la mujer agua en la que, sin saberlo ella, hirviera un gongol’ negro (Julus; Spirobolus grandis).[6]  Para fortalecerla, algunos le hac’an tomar caldos de gallina.[7]  En el barrio de Hato Viejo, de Ciales, les o’ decir a varias personas que sirve al mismo prop—sito administrar a la parturienta h’gados y mollejas de pollo, de los que igualmente debe comer la comadrona.[8]

Por otra parte, se afirmaba que es muy conveniente que alrededor de un mes antes del alumbramiento, los c—nyuges efectśen la copula durante siete d’as consecutivos, a fin de que la mujer permanezca abierta y se facilite as’ el nacimiento de la criatura.[9]  Se recomendaba, de igual modo, que en los d’as antes del parto la embarazada no se ba–ara con agua fr’a Ňporque se pone cerr‡Ó.[10]

Unas vecinas del antiguo pueblo de R’o Piedras me informaron que en su ni–ez ve’an que las parteras, para darle fuerzas a la mujer que iba a tener un hijo, le pon’an sobre los hombros una camisa de su esposo, santiguada de antemano.[11]  En el barrio rural de Median’a Alta, en el municipio de Lo’za, exist’a la creencia de que cerca de la parturienta era conveniente colocar unas tijeras a fin de Ňcortar cualquier cosa mala que se acerqueÓ.[12]

Medida muy frecuente para asegurar un parto feliz era acostar a la gestante con los pies hacia el oeste.  Segśn explicara una antigua partera de Vega Baja que entrevistŽ:  ŇSi se pone la mujer con los pies hacia el este sale mal el partoÓ.[13]  Responde tan curiosa pr‡ctica a la creencia de que, segśn va progresando el sol de saliente a poniente, sale muy bien la criatura.  Por tanto, el cuerpo de la mujer ha de colocarse en armon’a con el movimiento solar.  Es, desde luego, otro ejemplo de la magia homeop‡tica o imitativa, muy frecuente en el folclor puertorrique–o.

TambiŽn para favorecer el parto se pronunciaba a menudo, desde el primer momento, La oraci—n de San Bartolo, como el pueblo llama a veces a San BartolomŽ.  Segśn refiere la sobrina de una vieja comadrona de Adjuntas, durante el trance su t’a no cesaba de pronunciar la formula, rezando siempre un Padrenuestro y persign‡ndose al terminar.  Esta es la versi—n que sab’a la partera adjunte–a:

 

                                                San BartolomŽ se levant—

                                                cuando el primer gallo cant—,

                                                su pie derecho calz—,

                                                su bast—n de oro tom—,

                                                y al cielo se encamin—

                                               

                                                En el medio del camino

se encontr— con el Se–or,

                                                y el Se–or le pregunt—:

-    ŔPara d—nde vas, BartolomŽ?

-       Se–or contigo voy,

Se–or, contigo irŽ,

a los cielos eternos

yo subirŽ.

-    VuŽlvete, BartolomŽ,

que yo te darŽ un don

que no le he dao

ni a hembra ni a var—n.

Donde tś seas mentao

no morir‡ mujer de parto,

ni ni–o de espanto,

ni caballo fatigao,

ni buey en el arao.

Con San Pedro,

con San Pablo,

con Santa Mar’a de Arag—n,

Kyrieleis—n.[14]

 

 

            Otro santo que la mujer no olvida nunca en el trance de dar a luz es San Ram—n Nonato, protector universal de las parturientas.  Muchas eran las pruebas de devoci—n que recib’a el Santo en esos momentos:  rezos, promesas, ofrecimiento de exvotos.  En frecuentes casos se colocaba sobre el vientre de la mujer una imagen del Santo protector y se le prend’an velas en las que a veces se labraba su nombre con un palito.  Pero las angustias y los dolores del parto se olvidan pronto.  Alude a ello esta traviesa copla que escuchara en labios de una vieja mulata del barrio de San Ant—n, en la ciudad sure–a de Ponce:

 

                                                            Las mujeres cuando paren

                                                            se acuerdan de San Ram—n,

                                                            pero no se acuerdan de Žl

                                                            cuando est‡n en la funci—n.[15]

 

            Una pr‡ctica bastante frecuente de la antigua comadrona puertorrique–a era colocar cerca de la parturienta un capullo de rosa seco en un recipiente lleno de agua.  A este bot—n, que pon’an a secar de antemano durante nueve d’as consecutivos, se le daba el nombre de La flor de Jeric—.  Aseguran que, segśn se iba abriendo el capullo lentamente gracias al l’quido, progresaba el parto en forma paralela a esa apertura.  Al poner el bot—n en el recipiente la comadrona sol’a recitar, siempre en un nśmero impar de veces, una f—rmula versada, la Oraci—n de la flor de Jeric—, considerada sumamente eficaz para tal fin.  Una vecina del barrio rural de Jobos, en la jurisdicci—n de Isabela, que en su juventud asist’a partos, me dijo que su madre le ense–— la indicada f—rmula as’:

 

                                                            En este jard’n se encuentra

una flor de Jeric—,

                                                            no la cierra ni la abre

                                                            tan solo el poder de Dios.[16]

 

            Era, asimismo, una vieja costumbre en nuestro pa’s recitar en tales ocasiones una oraci—n muy conocida de la tradici—n oral llamada Estrella galana.  De acuerdo con lo que una entrevistada del barrio Mameyes Abajo, en Utuado, explicara, la f—rmula es maravillosa para lograr que Ňse abran las carnes y la criatura salga f‡cilÓ.[17] La versi—n de Estrella galana que nuestra informante sab’a la aprendi— de una comadre suya, que tambiŽn atend’a partos, y dice de esta manera:

 

                                                            Estrella galana,

                                                            al cielo subiste,

                                                            al Ni–o perdiste,

                                                            al Ni–o encontraste.

                                                            ÁQuŽ carrera diste!

                                                            La Virgen Mar’a

                                                            dos llaves ten’a:

                                                            una con que cerraba

                                                            y otra con que abr’a.

 

            Con el mismo fin de que las carnes se abrieran, una partera del sector de Santurce, en San Juan, llamada Comay Crucita, abr’a todas las gavetas de los muebles de la habitaci—n en que se hallaba la parturienta.[18]  De otro lado, una comadrona de Ponce ped’a que le trajeran unas tijeras, preferiblemente de la propiedad de la embarazada, y las colocaba abiertas cerca de Žsta[19]; otra muestra de la magia homeop‡tica o imitativa, comśn en el folclor mŽdico borinque–o, segśn antes comentara.

            Se encontraba relativamente generalizada la costumbre de colgar de la techumbre de la habitaci—n en que se hallaba la futura madre, una soga a la que hac’an tres nudos.  Pon’an uno de los extremos de la soga en manos de la mujer a fin de que halara de ella a la par que invocara a San Ram—n Nonato.  Si se demoraba mucho el nacimiento, la partera le met’a en la boca un pedazo de madera y le dec’a que lo mordiera y pujara con mayor fuerza cada vez.[20]  Recuerdan unos campesinos de las alturas de Aibonito que para cada parto se acostumbraba usar una soga nueva, haciŽndole siempre tres nudos.  En los alumbramientos dif’ciles y largos – a–adieron los informantes – la reciŽn parida quedaba Ňcon las manos pel‡s de tanto jalarÓ.[21]

            Entre los cuidados que le prodigaba la comadrona a la mujer durante el acto del parto estaba secarle el sudor del rostro por la creencia de que, si no se hac’a, a la madre le saldr’an numerosas manchas.  Algunas parteras insist’an en decir que, para que el tratamiento fuera efectivo, deb’a hacerse con una camisa del esposo de la parturienta.  Igualmente, la partera trataba de evitar que al reciŽn nacido le cayera agua del parto en los ojos –me informaron en Caguas- porque de ocurrir as’ le saldr’an nubes en la vista.  Si traga  del agua –a–adieron- sufre de v—mitos toda la vida.[22]

            Interesa mencionar las diversas posturas en que pod’a colocarse a la mujer para dar a luz.  Algunas veces la sentaban sobre un caj—n con pa–os en el suelo a fin de que la criatura cayera sobre ellos.  TambiŽn se acostumbraba recostarla de un baśl o sentarla entre las piernas de su esposo, que la sosten’a fuertemente por debajo de los brazos durante todo el acto de parir, lo que, desde luego, establec’a un v’nculo entre el hombre y el parto.  En el barrio rural de Hato Viejo, en Ciales, me informaron que en muchos casos las mujeres daban a luz de rodillas.[23]

            De nacer la criatura en un mantillo, o membrana que envuelve el feto, la membrana – se afirmaba- debe lavarse y el padre del reciŽn nacido debe guardarla cuidadosamente hasta que el ni–o crezca y pueda llevarla consigo.  El mantillo – segśn explicaron los antiguos vecinos de Lajas[24] que me hablaron de ello- es Ňla suerte de la personaÓ y si no se conserva, Žsta queda susceptible a padecer enfermedades y otros grandes infortunios.

            Tan pronto nac’a el ni–o la comadrona cortaba el cord—n umbilical.  Era habitual hacerlo con un mocho (machete ya gastado y sin punta), unas tijeras viejas o cualquier instrumento agr’cola cortante.  A fin de que la herida en el vientre de la criatura cicatrizara bien, sol’a aplicarse a la misma un pedazo de hierro candente y espolvorearla con el polvo obtenido al moler madera de palma de yagua.

            Cortada la tripa, se ataba con un cordoncito o con un hilo fabricado muchas veces en un huso en el hogar.  Las motas de algod—n que se empleaban para hacerlo –insist’a la gente- deb’an usarse siempre en nśmero impar.  Muchos cre’an que al hilo se le deb’an hacer tres nudos, al igual que se hac’a con la soga que se puso en manos de la parturienta.

            Era costumbre general cortar el cord—n umbilical del var—n m‡s largo que el de la hembra por la convicci—n de que as’ el joven ser’a alto y fuerte.  La tripa del ni–o, segśn me indic— una antigua partera del barrio de Hoyo Mulas, en Carolina, sol’a dejarse alrededor de cuatro dedos de largo y la de la ni–a de unos tres.[25]

            El pedazo de la tripa cortada deb’a conservarse siempre por creerse que, de no hacerlo, la vida del reciŽn nacido ser’a de corta duraci—n.  Resulta provechoso mencionar la diversidad de creencias existentes en el Pa’s sobre el lugar donde debe guardarse.

 

            Se cre’a que si la tripa se conserva dentro de un libro, el ni–o ser‡ estudioso.

 

            Si se guarda dentro de un misal, ser‡ muy religioso.

 

            Si se quiere evitar que sea andariego, debe de enterrarse debajo de la casa.

 

            Si el cord—n se extrav’a, el ni–o ser‡ muy andariego.

 

            Si la criatura es hembra, para que sea hacendosa la tripa debe guardarse en un costurero.

 

Si el cord—n se coloca cerca de donde hay flores, el reciŽn nacido ser‡ aficionado a la jardiner’a.

 

Si la madre guarda la tripa entre sus pertenencias, la criatura nunca se apartar‡ de su lado.

 

            Si el padre no quer’a tener m‡s hijos y nac’a otro, informan asimismo los entrevistados, para que le cobrara mucho afecto al ni–o conven’a darle a tomar agua en la que se cociera un pedazo del cord—n umbilical del reciŽn nacido.  Deb’a cuidarse de que el hombre no se enterara del prop—sito de esta acci—n, porque de ocurrir as’ perder’a la misma toda su eficacia.

            Muchos padres acostumbraban conservar en la cocina un pedazo del cord—n por la creencia de que si al peque–o le daba dolor de est—mago, se le quitar’a tomando guarapillos[26] preparados a base de la tripa.

            Pero en todo caso hab’a que tener sumo cuidado de que el cord—n se guardara en un lugar muy seguro.  Entre los individuos que practicaban las malas artes no era raro tratar de averiguar el paradero del cord—n de personas a las que les ten’an mala voluntad con el fin de hurtarlo y emplearlo en maniobras malŽficas contra ellas.  Ocurr’a lo mismo con la placenta.  Segśn la costumbre general, terminado el alumbramiento, se proced’a a enterrar Žsta debajo de la casa de la mujer que dio a luz.  El sujeto malvado que, por medio de las artes brujeriles deseaba hacer da–o a la madre y al ni–o, consideraba un gran triunfo apoderarse de la placenta y el cord—n umbilical para destinarlos a la preparaci—n de hechizos contra ellos y sus allegados.[27]

 



[1] En el presente trabajo, cuando obtuve el dato en m‡s de cinco municipios lo considero de car‡cter general y prescindo de anotar la localidad en que lo recog’ o el nombre del informante.  Conservo los materiales recogidos en estas encuestas de campo sobre la medicina popular tradicional en el archivo de mi despacho en cuadernos de notas y cintas magnetof—nicas.

[2] Luis Santiago de Jesśs de 70 a–os, Carmen Mar’a Gonz‡lez, de 57 a–os y otros informantes del barrio de Hato Puerto, en el Municipio de Can—vanas.

[3] La batata (Batata edulis; ipomuea batata) es una planta cuyos tubŽrculos constituyen uno de los alimentos m‡s comunes de nuestros campesinos. Augusto Malaret, Vocabulario de Puerto Rico, p. 105.

[4] Era creencia bastante generalizada en el Pa’s que de ocurrir un aborto, deb’a enterrarse el feto, preferiblemente en el cementerio de la localidad.  Al hacerlo se deb’a informar al p‡rroco.

[5] Mar’a Manuela Bonano, de 80 a–os, del barrio de CiŽnaga Alta, en R’o Grande.

[6] Ceferino VŽlez, de 54 a–os, del barrio de Guaraguao Arriba, en Bayam—n.

[7] Carlos Vel‡zquez, de 69 a–os, del barrio de Pozo Hondo, en Guayama.

[8] Bienvenido Montijo, de 76 a–os, del barrio de Hato Viejo, en Ciales.

[9] Gumersindo Reyes, de 59 a–os, Carlos G—mez Cestero, de 64 a–os y otros informants del barrio de Mata de Pl‡tano, de Luquillo.

[10] Mar’a L—pez Ayala, de 76 a–os, JosŽ Aponte, de 62 a–os y otros informantes del barrio de Median’a, en Lo’za.

[11] Pitita Betances, de 57 a–os, y Carmen Mar’a Cano, de 61 a–os, del pueblo de R’o Piedras.

[12] Castor Ayala, de 72 a–os, del barrio de Median’a Baja, en Lo’za.

[13] Carmen Santiago, de 82 a–os, del barrio de R’o Abajo, en Vega Baja.

[14] Luisita Torres, de 29 a–os, del barrio Pellejas, en Adjuntas.

[15] Josefa Ortiz, de 61 a–os, del barrio de San Ant—n, en Ponce.

[16] Justina L—pez R’os, de 85 a–os, del barrio de Jobos, en Isabela.

[17] Clotilde R’os Rivera, de 56 a–os, del barrio de Mameyes Abajo, en Utuado.

[18] Chencha GutiŽrrez, de 72 a–os, de la Parada 26, en  Santurce.

[19] Isabel Ortiz, de 63 a–os, de la barriada BŽlgica, en la ciudad de Ponce.

[20] Mar’a Celestina Marrero, de 64 a–os, del barrio de Mameyes Arriba, en Jayuya.

[21] Gumersindo Mart’nez, de 59 a–os, Anastacio del R’o, de 61 a–os,  Luisa Mar’a C—rdova, de 63 a–os, todos naturales del barrio de Algarrobo, en Aibonito.

[22] Delfina Rosa, de 80 a–os, barrio de San Salvador, en Caguas.

[23] Francisco Figueroa Rivera, de 70 a–os, del barrio de Hato Viejo, en Ciales.

[24] Marcelino Ram’rez Nazario, de 62 a–os, Ramiro L—pez, de 81 a–os y otros informantes del barrio de Sabana Yeguas, en Lajas.

[25] Rosa Mar’a Morales, de 67 a–os, del barrio de Hoyo Mulas, en Carolina.

[26] En el habla popular puertorrique–a por guarapillo se entiende una infusi—n casera preparada en agua hirviente.

[27] Teodoro Vidal, Tradiciones en la brujer’a puertorrique–a, San Juan, Puerto Rico, Ed. Alba, 1989, p. 126-127.