Pedrosa, JosŽ Manuel. ÒLa chanson de geste de Beuve de Hantone, el romance de Celinos y los cuentos de La hermana traidora (ATU 315) y de La madre traidora (ATU 590)Ó. Culturas Populares. Revista Electr—nica 1 (enero-abril 2006).

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ISSN: 1886-5623

 

 

 

 

 

La chanson de geste de Beuve de Hantone, el romance de Celinos

y los cuentos de La hermana traidora (ATU 315) y de La madre traidora (ATU 590)

 

 

JosŽ Manuel Pedrosa

Universidad de Alcal‡

 

 

A Samuel G. Armistead

 

 

Un art’culo ya cl‡sico de Samuel G. Armistead y Joseph H. Silverman[1] y un estudio m‡s reciente de Diego Catal‡n[2] han desvelado las coincidencias argumentales, poŽticas e ideol—gicas que delataban el parentesco entre por un ladoel viejo ciclo de poemas Žpicos y bal‡dicos europeos que parece tener como nœcleo la chanson de geste francesa de Beuve de Hantone y por otro lado el romance hisp‡nico de Celinos y la adœltera. De la amplia difusi—n, esencialmente medieval, del ciclo heroico que parece cimentarse sobre el Beuve de Hantone da idea el hecho de que, como ha se–alado Diego Catal‡n, se conozcan Çredacciones varias, anglo-normanda (del s. XII), francesas (dos del s. XIII) e italiana (en prosa y en verso, tard’as)È, adem‡s de derivados en Çversiones holandesa, inglesa, irlandesa, galesa, n—rdica, servia, rusa, yidish y rumanaÈ. La gesta anglonormanda de Boeve de Haumtone, la provenzal de Daurel et Beton y la italiana de Bovo d'Antona ser’an las primeras y principales ramas nacidas del tronco hundido, segœn algunos indicios tan relativos y ambiguos como casi todo lo que ata–e a los or’genes y balbuceos de la tradici—n literaria oral sobre el solar francŽs. Ep’gono m‡s marginal, y posiblemente m‡s tard’o, ser’a el romance panhisp‡nico de Celinos y la adœltera, del que se conoce un testimonio fragmentario del siglo XVI que no excluye que existieran versiones peninsulares anteriores y unos pocos registros orales documentados, ya en el siglo XX, en unos cuantos pueblos del norte de Espa–a y de Portugal, en la isla de Ibiza y en algunas comunidades sefard’es del Mediterr‡neo oriental.

            El argumento t’pico del romance hisp‡nico (hoy pr‡cticamente extinguido en la tradici—n oral) fue resumido de este modo por los propios Armistead y Silverman:

 

                        El romance de Celinos y la adœltera nos evoca un fatal tri‡ngulo amoroso. Desarrolla un relato b‡rbaro y violento de adulterio, traici—n y venganza sanguinaria: la mujer del conde viejo, poco satisfecha con su matrimonio, se enamora del joven Celinos. ƒste le aconseja que finja estar embarazada, diciendo que perder‡ el ni–o a menos que pueda comer la carne de un ciervo (puerco o carnero, segœn los textos sefard’es) que anda en un monte cercano. El conde viejo vuelve de o’r misa y su mujer le repite esta falaz historia, inst‡ndole a que se dirija al monte a cazar el ciervo y sugiriŽndole que para el caso no necesita ir fuertemente armado. El viejo se arma bien, sin embargo, y se encamina al monte, donde Celinos le espera en emboscada, segœn ya hab’a concertado con la condesa. Al ser atacado, el buen conde no s—lo se defiende, sino que vence y mata al amante y vuelve a su casa para presentar a la mujer infiel la cabeza ensangrentada de Celinos. Acto seguido, la degŸella y coloca juntas las dos cabezas, para que se cumpla en la muerte lo que los amantes hab’an querido realizar en vida.

 

            No merece la pena, tras los profundos estudios que a la cuesti—n han dedicado Armistead, Silverman y Catal‡n, hacer un seguimiento pormenorizado de las impresionantes coincidencias, argumentales y poŽticas, que vinculan el romance hisp‡nico de Celinos y la adœltera con el complejo de viejas narraciones heroicas europeas cuyo nœcleo girar’a alrededor del Beuve de Hantone a cuya familia parece pertenecer. Pero s’ puede ser interesante conocer, para poder establecer una adecuada base de comparaci—n, una versi—n del romance de Celinos que fue recogida en el a–o 1979 en el pueblo de Sorbeda, en la provincia de Le—n:

 

 

            Cuando el conde vien de misa,   la condesa mala est‡.

            —ÀQuŽ has tenido, condesina,   de dos horas para ac‡?

            —Que me hallo en cinta   de dos horas para ac‡.

            —Si te hallas en cinta,   algo se te antojar‡.

            —En ese monte 'e Celinos   suena un ciervo bramar,

            si no como de ese ciervo,   pienso de arreventar.

            —No arrevientes, la condesa,   que yo te lo irŽ a buscar.

            —Si vas a buscarlo,   las armas dejas quedar.

            Fue a la ferreter’a   y unas nuevas fue a comprar;

            peque–as eran, peque–as,   pero finas n'el cortar.

            Siete vueltas dio al monte,   y no lo pudo encontrar;

            pa entrar pa las ocho,   con Celinos fue a encontrar.

            —ÀQuŽ haces ah’, mal conde,   a mis montes a cazar?

            —ÀPor quŽ vas tœ, Celinos,   a mi casa a rondar?

            —Tu mujer, mal conde,   hombre me ha de llamar.

            —Lo que Dios quiera, Celinos,   lo que Dios quiera ser‡.

            —Los tus hijos, mal conde,   padre me han de llamar.

            —Lo que Dios quiera, Celinos,   lo que Dios quiera ser‡.

            Pus—n la espada en el suelo,   empezaron a pelear:

            a la primera vuelta,   Celinos debajo cae.

            Le cort— la cabeza,   y pa su casa la trae.

            —Toma, toma, la condesa,   el ciervo que fue a buscar.

            —ÀPa que lo mataste, conde,   si a ti no te hac’a mal?

            —Ahora te la corto a ti,   os la pongo par a par,

            pa que os abraceides y beseides,   que vos doy tiempo y lugar[3].

 

            El escaso desarrollo, hasta hoy, en el ‡mbito de la literatura hisp‡nica e internacional en particular en lo relativo a la oral de un mŽtodo comparatista que atienda y coteje gŽneros diversos, hab’a mantenido como asignatura todav’a pendiente la puesta en relaci—n de este complejo de viejos e impresionantes poemas Žpico-bal‡dicos documentados en Europa central y occidental con otro complejo de narraciones pertenecientes a otro gŽnero el del cuento oral en prosa cuyo contraste sistem‡tico con el romancero y con la Žpica est‡ sin duda destinado cuando se haga a arrojar inesperada luz y a ofrecer resultados que a buen seguro se revelar‡n muy importantes. El ejercicio de comparatismo que propondremos a continuaci—n no pretende ser m‡s que una simple promesa, un modesto adelanto, de los renovados perfiles y de los ins—litos parentescos que se podr‡n vislumbrar y definir cuando nuestro horizonte cr’tico admita y enfrente tradiciones y repertorios literarios que hasta ahora han sido mantenidos pr‡cticamente e inconvenientemente aislados en sus respectivos encasillamientos de gŽnero.

 

            La tŽtrica historia de la mujer que, en connivencia con algœn perverso amante, se finge enferma y env’a a su marido desarmado a realizar alguna empresa tras la que acecha algœn mortal peligro amenaza que el marido sabr‡ vencer, tras lo cual matar‡ a la pareja de traidores cuenta, en efecto, con interesant’simos y hasta ahora inadvertidos paralelos en el ‡mbito del cuento tradicional, tan cercano en tantos aspectos muchos m‡s de los que han sido percibidos hasta el momento al de la Žpica y el romancero. De hecho, varios de los tipos cuent’sticos definidos en el gran cat‡logo de cuentos universales que comenz— a construir Antti Aarne, que desarroll— Stith Thompson y que œltimamente (en 2004) ha perfeccionado Hans-Jšrg Uther, desarrollan argumentos similares, coincidentes en lo esencial y divergentes en lo accesorio, como es propio de toda literatura de transmisi—n b‡sicamente oral, y como, sin ir m‡s lejos, se puede apreciar tambiŽn si se cotejan y cruzan los mundos, a un tiempo singulares y paralelos, diversos y emparentados entre s’, del romance de Celinos y de las ramas plurales de la constelaci—n del Beuve de Hantone.

            Entre los cuentos tradicionales que despliegan historias parecidas a las que nos est‡n ocupando se cuentan los que est‡n protagonizados no ya por una esposa adœltera, sino a veces tambiŽn por una madre o por una hermana que mantienen amores culpables con algœn amante perverso, y que organizan una bater’a de enga–os mortales, cortados todos por un patr—n similar al que ya conocemos se fingen enfermas, env’an al var—n a enfrentarse contra algœn animal del bosque, pretenden desarmarle contra el marido, contra el hijo o contra el hermano. El final es, en todos los casos, infaliblemente similar: el hŽroe logra salir sano y salvo de las emboscadas que se le tienden y condena a morir juntos casi siempre por descuartizamiento a la pareja de conspiradores.

            Atendamos en primer lugar al cuento-tipo 315 (The Faithless Sister: La hermana traidora) del cat‡logo de Aarne-Thompson-Uther, de gran parecido aunque de difusi—n mucho m‡s amplia que la del complejo Žpico-bal‡dico de Beuve-Celinos que recordemos se ha documentado s—lo en Europa. El cat‡logo referido advierte, en efecto, que se han recogido variantes del cuento-tipo 315 en un sinnœmero de tradiciones orales, entre las que se cuentan y no reproducimos todo el ampl’simo elenco las de Finlandia, los Pa’ses B‡lticos, Escandinavia, Irlanda, Francia, Espa–a, HispanoamŽrica, Portugal, Alemania, Hungr’a, Chequia, los Balcanes, Polonia, Rusia, Ucrania, Mongolia, Osetia, Georgia, Argelia, Sud‡n, Namibia, Palestina, Jordania, Irak, Ir‡n, Arabia Saud’, Om‡n, Kuwait, Qatar, Yemen, India, China o Corea. Antes de ofrecer la s’ntesis argumental del cuento tal como fue formulada por Uther, conviene advertir que la hermana no es la protagonista exclusiva de todas las versiones de este cuento-tipo pese al etiquetado genŽrico de La hermana traidora, y que, en ocasiones, toda su turbia trama gira en torno igual que en los poemas narrativos del ciclo de Beuve-Celinos de la esposa adœltera. Alguna de las versiones que reproduciremos m‡s adelante nos permitir‡n comprobarlo:

 

                        Tipo 315. La hermana traidora. Un hermano y una hermana dejan su hogar (o son expulsados de Žl). El hermano mata a un cierto nœmero de seres malignos (demonios, gigantes, dragones), pero no advierte que el œltimo de ellos se ha quedado s—lo herido. La hermana contribuye a la recuperaci—n del herido, del que se convierte en amante. Para librarse del hermano, ella simula que est‡ enferma, y pide al hermano que vaya en busca de la leche (o del h’gado) de algœn animal peligroso. El hermano se al’a con ciertos animales y ellos le siguen (o le entregan un silbato).

                        Tras el primer intento fallido, la hermana ata al hermano con hilo de seda, o le env’a un molino m‡gico en el que est‡n encerrados los animales.

                        Cuando la pareja de amantes est‡ ya a punto de matar al hermano, Žl silba a los animales. ƒstos se escapan del molino y descuartizan al amante malvado. La hermana traidora queda en prisi—n (o ha de arrepentirse y llenar un barril con sus l‡grimas).

 

            En ocasiones, segœn apunta Uther, al cuento-tipo 315 se le adhiere un desenlace postizo, por contaminaci—n con el cuento-tipo 300 (The Dragon-Slayer: El matador del drag—n):

 

                        El hŽroe se marcha por un camino, rescata a una princesa de las garras de un drag—n y se casa con ella.

                        La hermana es conducida a la corte. Intenta vengarse del hermano poniendo un hueso (envenenado) en su cama. El hermano muere. Los animales sacan el hueso de su cuerpo y Žl resucita. Ella es condenada a muerte[4].

 

            TambiŽn el cuento-tipo 590 del cat‡logo de Aarne-Thompson-Uther (The Faithless Mother: La madre traidora) muestra coincidencias muy sugerentes sobre todo en sus episodios centrales con el complejo Žpico-bal‡dico de Beuve-Celinos. Antes de conocer el resumen que de Žl hizo Uther, hay que se–alar que se han recogido versiones en entre otras tradiciones, las de Finlandia, Escandinavia, los Pa’ses B‡lticos, Irlanda, Francia, Espa–a, HispanoamŽrica, Portugal, Flandes, Alemania, Austria, Italia, Malta, Hungr’a, los Balcanes, Polonia, Rusia, Ucrania, Armenia, Yakutia, Argelia, Egipto, Sud‡n, Siria, Palestina, Jordania, Irak, Yemen o Ir‡n:

 

 

                        Tipo 315. La madre traidora. Un muchacho sale de viaje con su madre. En el camino encuentra un objeto (brazalete, cintur—n, espada, falda, etc.) que le confiere fuerzas sobrehumanas. En una casa de ladrones (o de gigantes u otros seres sobrenaturales) el hijo los mata a todos, excepto a uno con el que su madre entabla secretas relaciones (a veces se casa con Žl).

                        Para librarse del hijo (puesto que el amante teme su poder), la madre finge una enfermedad y env’a al joven a una bœsqueda peligrosa, en la que habr‡ de arriesgar su vida para obtener algœn remedio (una manzana o alguna otra fruta del jard’n de ciertos seres m‡gicos, el agua de la vida, la leche de algœn animal). Pero el hijo regresa sano, salvo y victorioso, acompa–ado por ciertos animales salvajes que se han convertido en sus protectores.

                        En numerosas variantes el joven rescata a una joven (princesa) en el curso de sus aventuras y la devuelve a su padre, o encuentra ayudantes femeninos (una vieja, una maga, su novia).

                        La madre pregunta al joven por el secreto de su fuerza y se la roba (le ata, le da un bebedizo narc—tico, le convence de que se tome un ba–o). Entonces, ella (y el amante) dejan ciego o matan al joven. Cuando Žl queda ciego, es encontrado por la princesa, que le cuida y le devuelve la vista observando de quŽ modo es curado un animal ciego. En las variantes en que Žl ha sido asesinado, es resucitado por alguno de los auxiliares femeninos (usando los remedios que Žl busc—).

                        El joven recupera el objeto que le da la fortaleza y se venga de su madre y del amante (los mata). Se casa con la princesa (o con la ayudante femenina, o con la hija del ayudante)[5].

 

 

            Los forzosamente escuetos resœmenes de los cuentos-tipos 315 (La hermana traidora) y 590 (La madre traidora) no hacen seguramente justicia a la deslumbradora belleza ni al impresionante dramatismo que suelen revestir estos relatos, ni a las asombrosas coincidencias que pueden advertirse entre sobre todo los episodios centrales de sus argumentos y la constelaci—n de relatos heroicos de la familia de Beuve y de Celinos. Conviene, pues, que conozcamos alguna versi—n, original e ’ntegra, de los relatos cuent’sticos, con el fin de apreciar mejor ambos extremos.

            En busca de la leche de las fieras (que corresponder’a al cuento-tipo 315), uno de los relatos publicados por el folclorista ruso Alexandr Nikol‡ievich Afan‡siev dentro de su magna colecci—n de Cuentos populares rusos (1855-1863) ofrece una base de comparaci—n —ptima, entre otras razones porque se halla protagonizado no por una hermana traidora que es la protagonista habitual de la mayor’a de las versiones del cuento-tipo 315 sino por una esposa traidora, lo que estrecha de modo muy llamativo las coincidencias entre el cuento tradicional (en prosa) y los poemas heroicos (en verso) con los que si nuestra hip—tesis resulta cierta est‡ presumiblemente emparentado. He aqu’ el cuento ruso de la colecci—n de Afan‡siev:

 

                        A lo mejor habŽis o’do hablar del drag—n Zmei Zmei—vich. Si sabŽis algo sobre Žl, ya conocŽis cu‡l es su aspecto y a quŽ se dedica. Y, si no, os contarŽ un cuento sobre Žl. Sobre c—mo, al convertirse en un joven muy apuesto, valiente entre valientes, iba a visitar a una hermosa princesa que, ciertamente, era bella, con aladas cejas negras, pero tambiŽn muy altanera: a las gentes honestas no las dirig’a la palabra, y las gentes humildes ni siquiera a ella pod’an acercarse: Ás—lo se juntaba con Zmei Zmei—vich! Y ambos, bla, bla, bla. Pero, Àsobre quŽ? ÀQuiŽn sabe?

                        Su marido, pr’ncipe de pr’ncipes, el pr’ncipe Iv‡n, como era costumbre entre reyes y nobles, se dedicaba a la caza. Hay que decir que la caza no se parec’a en nada a la de ahora. No s—lo perros, sino azores y halcones le serv’an en cuerpo y alma. Incluso los zorros y las liebres, y toda clase de fieras y de aves, le rend’an pleites’a; cada cual le serv’a con lo que mejor sab’a hacer: el zorro con su astucia, la liebre con su agilidad, el ‡guila con sus alas, el cuervo con sus picotazos.

                        En una palabra, el pr’ncipe de pr’ncipes, el pr’ncipe Iv‡n con su jaur’a, era insuperable, y hasta el mism’simo Zmei Zmei—vich le tem’a y con Iv‡n no pod’a, aunque hacer cualquier cosa consegu’a.

                        Con cuanto ide—, con cuanto intent— para acabar con el pr’ncipe Iv‡n, fuera del modo que fuera, Ánada logr—! As’ que la princesa se propuso ayudarle. Puso los ojos en blanco, dej— caer sus hermosas manos, cay— enferma. Su esposo se asust—. Se interrog— preocupado sobre c—mo curarla.

                        —Nada puede aliviarme —dijo ella—, excepto la leche de una loba. He de lavarme con ella y ech‡rmela por encima.

                        Fue el marido a buscar la leche de loba, y se llev— a su jaur’a. Encontr— una loba y, en cuanto Žsta vio al pr’ncipe de pr’ncipes, se ech— a sus pies y, con voz lastimera, implor—:

                        —Pr’ncipe de pr’ncipes, pr’ncipe Iv‡n, ten piedad, Ápide lo que quieras, y yo lo harŽ!

                        —ÁDame tu leche!

                        Ella le dio inmediatamente su leche y, adem‡s, en agradecimiento, le regal— un lobezno. El pr’ncipe Iv‡n dej— al lobezno con su jaur’a, y llev— la leche de la loba a su esposa, que se encontraba albergando la esperanza de que acaso su marido hubiera muerto. Lleg— Žl, y a ella no le qued— otro remedio que lavarse con la leche de la loba; se levant— del lecho, como si nunca hubiera estado enferma, y su esposo se puso muy contento.

                        Pas— un tiempo, puede que mucho o poco y, de nuevo, cay— enferma la princesa.

                        —Nada —dice— puede ayudarme; tienes que ir a buscar leche de osa.

                        El pr’ncipe Iv‡n cogi— su jaur’a y fue a buscar leche de osa. La osa presinti— una desgracia, se ech— a sus pies, e implor— llorando:

                        —ÁTen piedad! ÁPide lo que quieras, y yo lo harŽ!

                        —ÁBueno, dame tu leche!

                        Inmediatamente, ella se la dio y, en agradecimiento, le regal— un osezno. El pr’ncipe Iv‡n regres— de nuevo sano y salvo con su esposa.

                        —Querido, haz una cosa por m’ para demostrarme tu cari–o: tr‡eme leche de leona, y no volverŽ a ponerme enferma, sino que cantarŽ y serŽ tu alegr’a.

                        El pr’ncipe deseaba ver a su esposa sana y feliz. Fue a buscar una leona. No era tarea f‡cil, ya que ese animal era de otras tierras. Cogi— su jaur’a: lobos y osos se dispersaron por monta–as y valles; azores y halcones se elevaron por los cielos y se desperdigaron volando sobre arbustos y bosques; y la leona, como una humilde servidora, cay— a los pies del pr’ncipe Iv‡n.

                        El pr’ncipe Iv‡n trajo la leche de leona. Su esposa se repuso, se anim— y, de nuevo, le hizo un ruego:

                        —Querido, amado m’o, ahora que ya estoy sana y soy feliz, podr’a ser aœn m‡s hermosa, si quisieras traerme unos polvos m‡gicos: se hallan tras doce puertas, tras doce candados en las doce esquinas del molino del Diablo.

                        El pr’ncipe fue, ya que tal parec’a se–alar su destino. Lleg— al molino. Los candados se abrieron solos, las puertas solas se abrieron, cogi— el pr’ncipe Iv‡n los polvos, retrocedi— y las puertas se cerraron, los candados se bloquearon. Sali—, pero toda su jaur’a se qued— all’. Se desesperaron, chillaron, se empujaron unos a otros para acercarse a la puerta. Unos con los dientes, otros con las garras, intentaron romperla. Esper— y esper— el pr’ncipe Iv‡n, aguard— y aguard— y, con gran dolor, regres— solo y, con el alma destrozada y fr’o en el coraz—n, lleg— a casa. All’ se paseaba su esposa feliz y joven. En el palacio, Zmei Zmei—vich hace y deshace a su antojo:

                        —ÁBienvenido, pr’ncipe Iv‡n! He aqu’ mi saludo: Áun nudo de seda en tu cuello!

                        —ÁEspera, Zmei! —dijo el pr’ncipe—. Estoy a tu merced, pero no quiero morir con esta tristeza. Escucha, quiero cantar tres canciones.

                        Cant— una. Zmei escuch— atentamente. El cuervo, que hab’a estado picoteando carro–a, gracias a lo cual no hab’a ca’do en la trampa, grit—:

                        —ÁCanta, canta, pr’ncipe Iv‡n! Tu jaur’a ya ha destrozado tres puertas.

                        Cant— otra. Y el cuervo grit—:

                        —ÁCanta, canta, pr’ncipe Iv‡n! Tu jaur’a ya ha ro’do la novena puerta.

                        —ÁYa es suficiente, termina! —silba Zmei—. Prepara el cuello para que te ponga el lazo.

                        —ÁEscucha la tercera, Zmei Zmei—vich! La cantŽ en mi boda, y la cantarŽ en mi entierro.

                        Enton— la tercera canci—n y el cuervo grit—:

                        —ÁCanta, canta, pr’ncipe Iv‡n! Tu jaur’a ya ha roto el œltimo candado.

                        El pr’ncipe Iv‡n termin— la canci—n, alarg— el cuello y grit— por œltima vez:

                        —ÁAdi—s, mundo de los vivos! ÁAdi—s, mi jaur’a!

                        Y, en el momento justo en que se hablaba de ella, asoma y avanza la jaur’a como un regimiento. A Zmei, las bestias le dejaron hecho jirones. A la esposa en un instante las aves mataron a picotazos. Y se qued— el pr’ncipe de pr’ncipes, el pr’ncipe Iv‡n, solo con su jaur’a hasta el fin de sus d’as. Aunque mejor destino mereci—, solo siempre vivi—.

                        Dicen que, en los tiempos antiguos, tales hombres se hallaban; pero ahora, s—lo las leyendas de ellos hablan[6].

 

            Tal y como se puede apreciar, el cuento ruso de En busca de la leche de las fieras presenta de un modo muy concentrado, y al mismo tiempo lleno de adherencias fant‡sticas y de excursos novelescos, un nœcleo argumental que gira alrededor de los amores adulterinos de una joven princesa y del malvado Çdrag—nÈ Zmei Zmei—vich. El esposo, el pr’ncipe Iv‡n, es un experto cazador que tiene como auxiliares m‡gicos a diversos animales del bosque. La pareja de conspiradores, ansiosos de eliminar al pr’ncipe, dise–an una estrategia muy similar a la que describen los cantares Žpicos y bal‡dicos del ciclo de Beuve y de Celinos: la mujer se finge enferma y pide al pr’ncipe que vaya al monte a buscar, sucesivamente, la leche de una loba, de una osa y de una leona, en el convencimiento de que el marido sucumbir‡ a las emboscadas que le esperan en el bosque. Tres bœsquedas en lugar de una podr’a pensarse que introducen una divergencia significativa entre ambas familias la de poemas narrativos y la de cuentos de relatos, pero la fractura no resulta tan caprichosa si se tiene en cuenta el car‡cter ret—rico, ritual, formul’stico, de las acciones triples en el lenguaje y en el mundo de recurrencias t—picas de los cuentos.

            El caso es que el marido sale airoso de cada una de las tres emboscadas, y que la esposa termina proponiŽndole la prueba m‡s inquietante: traer unos polvos m‡gicos del molino del diablo. De la terrible trampa logra escapar el pr’ncipe, pero no su jaur’a animal, con lo que el hŽroe se ve despojado de las m‡s eficaces de sus armas. RecuŽrdese, porque es un detalle crucial, que tambiŽn en alguno de los poemas Žpico-bal‡dicos del ciclo de Beuve-Celinos la esposa malvada pretend’a que su marido no portase armas en su aventura por el bosque, con el fin de agravar su indefensi—n. Cuando, en el cuento ruso, el pr’ncipe regresa, solo y fr‡gil, a palacio, el malvado Zmei Zmei—vich se apresta a asesinarle, pero el hŽroe demora la ejecuci—n mediante diversas astucias, hasta que su jaur’a logra por fin escapar del diab—lico molino y venir en su ayuda. Y as’ es como encuentran su terrible final la pareja de adœlteros: Çal drag—n Zmei, las bestias le dejaron hecho jirones. A la esposa, en un instante las aves la mataron a picotazos. Y se qued— el pr’ncipe de pr’ncipes, el pr’ncipe Iv‡n, solo con su jaur’a hasta el fin de sus d’asÈ. Un desenlace impresionantemente similar al de las epopeyas y baladas del ciclo de Beuve y de Celinos, en que la pareja de traidores compart’an el m‡s tr‡gico de los finales (eran degollados o decapitados) y enterrados juntos, mientras el esposo se quedaba solo pero vivo.

            Es imprescindible apuntar aqu’ que la trama del cuento ruso de En busca de la leche de las fieras sigue un desarrollo muy inusual, ya que su impresionante final tr‡gico contradice la regla, que Vladimir Propp cre’a aplicable a todo cuento maravilloso, de que el final ha de ser feliz y terminar en matrimonio. En Žl sucede justamente al revŽs, porque se cierra con la ruptura m‡s traum‡tica y fatal posible del matrimonio y de la vida de varios de los protagonistas. Lo cual puede que difiera de lo que es usual en los cuentos maravillosos, pero se acerca de manera sumamente llamativa, en cambio, a lo que acontece en las epopeyas y romances del ciclo de Beuve-Celinos.

            Es leg’timo pensar, a la vista de esta bell’sima, compacta, excepcional versi—n rusa publicada por Afan‡siev, que los finales postizos y felices con matrimonio principesco incluido que suelen adherirse de manera muchas veces apreciablemente forzada a numerosas versiones del cuento-tipo 315, tomados en prŽstamo, por lo general, del cuento-tipo 300 (El matador del drag—n), no tienen m‡s finalidad que la de evitar el muy desacostumbrado en el mundo de los cuentos maravillosos y abruptamente tr‡gico final de las versiones que parecen ser m‡s unitarias, coherentes, esenciales: las que terminan con la ejecuci—n de los amantes traidores.

            Aunque la trama, en concreto, del breve romance hisp‡nico de Celinos, se presenta mucho m‡s concentrada que la del m‡s extenso cuento ruso, y aunque se halla despojada de los elementos maravillosos en particular de los prodigiosos animales auxiliares, que son mucho m‡s propios del imaginativo discurso cuent’stico que del m‡s austero y realista elenco de recursos estil’sticos de los romances, las coincidencias entre ambos tipos de argumentos no dejan de asombrar: en las dos familias de textos encontramos a la adœltera que finge una enfermedad y que expresa el antojo de enviar a su esposo al monte para que cace un animal peligroso, al tiempo que el amante prepara su muerte a traici—n; en ambas se intenta despojar al marido de sus armas para que no pueda defenderse, y en las dos se cuida much’simo el hŽroe de prescindir de tales auxiliares, que se revelar‡n imprescindibles para su victoria; y siempre es el esposo el que vence al traidor y el que castiga con la muerte por decapitaci—n, degollamiento, descuartizamiento a la pareja de traidores que hab’a tramado su ruina.

            La œnica forma de explicar tantas y tan llamativas coincidencias es que nos encontremos ante la cara y la cruz maravillosa en el primer caso, realista en el segundo, como corresponde a la poŽtica de la literatura cuent’stica y de la literatura Žpico-bal‡dica, respectivamente de una materia narrativa comœn que algœn d’a, en la borrosa y lejana prehistoria oral de nuestra tradici—n literaria, debi— desgajarse en ramas de gŽnero y en familias tipol—gicas cuya diversidad no ha alcanzado a desdibujar su ra’z comœn ni a negar las huellas de sus lazos y v’nculos.

            Es preciso se–alar, en cualquier caso, que no todas las versiones del cuento-tipo 315 (La hermana traidora) exhiben coincidencias tan estrechas ni tan inconfundibles como las que muestra el cuento ruso publicado por Afan‡siev en relaci—n con la trama esencial de los poemas heroicos del ciclo de Beuve-Celinos. Como ya advert’a el cat‡logo de Uther, los desarrollos novelescos, las adherencias de motivos flotantes y perifŽricos, incluso la contaminaci—n con desenlaces postizos m‡s o menos forzados que intentan a–adir un colof—n feliz a la desusadamente tŽtrica historia de adulterios y de venganzas que parece constituir el nœcleo del relato, son absolutamente habituales en la mayor’a de las versiones del cuento.

            Podemos comprobarlo a la luz de otra versi—n en este caso albanesa del cuento-tipo 315 que puede considerarse ejemplar de la rama de relatos m‡s desarrollada, m‡s adornada de un follaje de motivos espœreos que van ganando peso y relevancia a medida que el cuento avanza hacia su final. El relato albanŽs est‡ protagonizado por un joven que vence durante una cacer’a a un hermoso divi (c’clope), al que conduce y aprisiona en su casa. Aunque proh’be a su hermana esta versi—n no tiene por protagonista a una esposa adœltera que se acerque al cautivo, ella desobedece y acaba convirtiŽndose en la amante del c’clope. De este modo traman ambos la perdici—n del esposo:

 

                        —ÀPero c—mo vamos a ingeni‡rnoslas —le pregunt— ella— para librarnos de mi hermano?

                        —Es sencillo —le respondi— Žl—. Simula estar enferma y p’dele que te traiga la leche de la madre de Musha, que es un hombre muy vigoroso y seguro que conseguir‡ vencerlo.

                        Tal como le hab’a dicho el divi actu— ella. Cuando su hermano volvi— de cazar, la encontr— tendida en el suelo, ante lo cual se ech— a llorar y a invocar su nombre, creyendo que est‡ agonizando.

                        —Estoy muy enferma, me temo que no tenga salvaci—n —le dijo ella con voz apagada.

                        —ÁMaldita sea! ÁC—mo me va a dejar ahora el Se–or sin mi hermana! —gem’a el muchacho entre sollozos—. ÀNo conoces alguna p—cima que pueda curarte? Por ti, estoy dispuesto a ir hasta el fin del mundo en su busca.

                        —Si no consigue curarme la leche de la madre de Musha —le respondi— ella—, no sŽ quŽ otra cosa podr‡ hacerlo.

                        —Yo te traerŽ la leche de la madre de Musha, no te preocupes m‡s.

                        Carg— sus armas, mont— a caballo y se dirigi— directamente a la kulla de Musha, que era un hombre de enorme fortaleza y no ten’a rival en aquellos contornos. Cuando vio al muchacho acercarse a su morada le dijo a grandes voces:

                        —ÁOoo! ÀQuiŽn eres tœ que osas penetrar en mis dominios?

                        —He venido —le respondi— el muchacho— en busca de la leche de la madre de Musha para usarla como remedio.

                        —ÁPero c—mo tienes siquiera la osad’a de intentarlo —replic— el otro entonces—, si no lo han conseguido los hombres m‡s fuertes! ÁAhora ver‡s quiŽn es Musha!

                        Se abalanz— sobre el muchacho, se aferraron salvajemente el uno al otro y ora ca’a Žste ora aquŽl, hasta que el muchacho logr— derribar por fin a su oponente y sac— la espada para cortarle la cabeza.

                        —No me mates —le rog— Musha—, te entregarŽ la leche y seremos amigos para siempre.

                        Accedi— el muchacho y le perdon— la vida. Seguidamente Musha le entreg— la leche junto con una manzana y le dijo:

                        —Toma esta manzana. Cuando te encuentres en un gran aprieto, basta con que la huelas y yo acudirŽ en tu ayuda al instante.

                        Tom— el joven la leche y la manzana y regres— a su kulla. Se sorprendi— su hermana al verlo, tras lo cual corri— de nuevo a ver al divi y le dijo:

                        —ÀQuŽ vamos a hacer con este hombre? Ha conseguido traerme la leche de la madre de Musha.

                        —No te preocupes —le respondi— el divi—. Finge estar enferma una vez m‡s y p’dele que te traiga la leche de la madre de Bokshi, pues Žste es aœn m‡s fuerte y no podr‡ con Žl.

                        La muchacha fingi— nuevamente que enfermaba y que no encontraba curaci—n. El hermano se desviv’a por ella y pasaba el d’a entero buscando y llev‡ndole toda clase de hierbas, pero ninguna le hac’a el menor efecto.

 

 

            A continuaci—n pide la hermana la leche de la madre de Bokshi, y el hŽroe se hace con ella del mismo modo que antes. A cambio de que le perdone la vida, Bokshi entrega al joven Çeste pa–uelo. Cuando estŽs en un gran aprieto, t—cate con Žl la frente y yo no tardarŽ ni un instante en acudir en tu ayudaÈ.

            La hermana vuelve entonces a fingirse enferma, pide la leche de la madre de Tokshi, el hŽroe vence al monstruo, obtiene la leche de su madre y, a cambio de perdonar la vida de su enemigo, obtiene otra arma prodigiosa: Çcuando te encuentres en un gran apuro, sopla esta flauta, pues en cuanto lo hagas yo acudirŽ al intante en tu ayudaÈ. Mientras,

 

            ella se mor’a de impaciencia por hacer suyo al divi, de modo que acudi— nuevamente a verlo y le pregunt—:

                        —ÀQuŽ vamos a hacer para deshacernos de mi hermano? TambiŽn ha conseguido traerme la leche de Tokshi.

                        —P’dele —le dijo el divi— que parta una viga de la kulla, pues as’ le dar‡ el mal y de este modo podremos matarlo.

                        Acudi— ella a ver a su hermano y le pregunt—:

                        —ÀQuiŽn construy— la casa con vigas de hierro?

                        —Fui yo mismo quien las puso —le respondi— Žl.

                        —ÀY ser’as capaz de romper una viga de Žsas?

                        —Podr’a partirla —le dijo Žl—, pero despuŽs estar’a durante tres d’as con el mal y no podr’a sostenerme en pie.

                        —Me perder‡s sin remedio —le amenaz— ella—, si no partes una viga por m’.

                        —Pero hermana ─le replic— el muchacho—, Àc—mo quieres forzarme a que rompa la viga si sabes que luego se apoderar‡ de m’ el mal? Pero sea, aunque tenga que partir la viga, yo no podr’a continuar viviendo si no te tengo a ti.

 

            El muchacho rompe la viga y queda en un estado de debilidad absoluta. La hermana traidora libera entonces al c’clope e impreca al hermano: ÇLo tienes bien merecido le respondi— ella, pues me has obligado a permanecer siempre a tu lado y te has negado a buscarme un hombreÈ.

            El joven expresa entonces su œltima voluntad:

 

                        —Antes de morir, acercadme esa manzana para que la huela, limpiadme la frente con ese pa–uelo y dejadme que sople un instante esa flauta.

                        —Est‡ bien —acab— por aceptar el divi—, te concederemos esa œltima gracia.

                        Le acerc— la manzana y la oli—; le enjugaron la frente con el pa–uelo y le dejaron soplar un poco la flauta.

                        No hab’a transcurrido un segundo y aparecieron los tres hombres a los que Žl hab’a derrotado; nada m‡s verlos, a la hermana y al divi se les fue el color.

                        —Desatadme, amigos m’os —grit— el muchacho.

                        Lo desataron, se saludaron, les cont— Žl la traici—n de su hermana y volviŽndose hacia ella y el divi les dijo:

                        —ÀQuŽ prefer’s: que os queme envueltos en resina o que os descoyunte con nueve caballos sementales?

                        —Es mejor que nos mates con los caballos sementales.

                        Los at— seguidamente a los nueve caballos, azuz— a Žstos en nueve direcciones diferentes y los hizo pedazos. Luego se despidi— de sus amigos, les dej— en herencia la casa y el ganado y parti— rumbo a tierras lejanas[7].

 

            El relato albanŽs desglosa, si atendemos a su esqueleto b‡sico, un argumento que no puede menos que resultarnos ya familiar: una mujer traidora y un var—n perverso que tienen amores perversos traman la perdici—n del hŽroe, pariente cercano de ella, prepar‡ndole diversas emboscadas, fingiendo una enfermedad terrible, pidiŽndole que para obtener la curaci—n de la mujer acuda a algœn lugar terror’fico en busca de algœn remedio cuya adquisici—n entra–a peligros mortales, al tiempo que se le procura apartar de las armas que le hacen invencible. Al final, el hŽroe sobrevive a todas las trampas y emboscadas, y los amantes traidores son condenados a la muerte por descuartizamiento, igual que suced’a en el resto de los relatos que hemos ido conociendo hasta aqu’. Como suele ser habitual en la familia de relatos del cuento-tipo 315, a partir de ese momento el relato albanŽs funde sin demasiada l—gica ni coherencia la trama anterior con la del cuento-tipo 300, El matador del drag—n, que presenta a nuestro hŽroe huyendo de la soledad, rescatando princesas y enfrent‡ndose a nuevos monstruos, y espos‡ndose al final felizmente, como se supone que debe suceder en el mundo de los cuentos maravillosos.

            Se–alŽ al comienzo de este art’culo que tambiŽn el cuento-tipo 590 del cat‡logo de Aarne-Thompson-Uther (The Faithless Mother: La madre traidora) presenta coincidencias m‡s que sugerentes en particular en sus episodios centrales con el complejo Žpico-bal‡dico de Beuve-Celinos y con los cuentos del tipo 315 (La hermana traidora) que acabamos de analizar. Aunque tambiŽn suele acoger motivos diferentes y desarrollos discrepantes especialmente en su prŽambulo y en su final que dificultan el reconocimiento de su presumible parentesco.

            Una hermos’sima versi—n tradicional extreme–a que vamos a reproducir de manera ’ntegra nos permitir‡ apreciar ambos extremos. Su inicio no coincide, como es f‡cil apreciar, con el argumento t’pico del ciclo Žpico-balad’stico:

 

                        Esto eran unos se–ores que ten’an s—lo un hijo, y el padre era cazador. No se dedicaba a otra cosa m‡s que a la caza. Y ya cuando el hombre era bastante viejo —que no pod’a andar—, cogi— al hijo un d’a —que ya era mayor— y le dijo:

                        —Mira, vente conmigo, que hoy vas a ir donde yo iba siempre de caza, y de aqu’ en adelante no vas a pasar.

                        Le llev— donde terminaba el terreno de cacer’o y dice:

                        —Mira, de aqu’ en adelante no vas a pasar nunca porque hay muchos leones y fieras, y si pasas de aqu’ pa alante te comen y te matan; as’ que de aqu’ pa alante no pases.

                        Y ya cuando muri— su padre, pues un d’a iba de caza —Žl siempre iba de caza aonde le dec’a su padre y se volv’a p'atr‡s. Pero un d’a dice:

                        —ÁBah! Yo voy a pasar delante, a ver lo que hay por all’.

                        Y pas— un poco m‡s adelante y se encontr— con una cueva donde divis— que hab’a dos leones peque–os. Y se los cogi— y se los llev— a casa, y le dijo a su madre:

                        —Estos dos leones que traigo me los va ustŽ a cuidar como si ser’an hijos de la casa, que me tienen que ser muy œtiles para m’.

                        Bueno, pues la madre les ech— de comer y se le hizon muy grandes —Ácomo leones y nada m‡s! —. Cuando ya un d’a se vio preparao con los dos leones y el caballo, dice:

                        —ÁAhora ya no hay quien me acometa a m’ en nada!

                        Se cogi— y se fue a divisar campos y tierras y todo. Con que ya que iba a la sierra alante —en una monta–a—, se vio a un palacio donde habitaba un gigante. Y al llegar donde el gigante cogi— —y le daban ideas de matarlo—, pero dice:

                        —No; matar a un hombre dormido es pecao mortal.

                        Cogi— y le dio as’ con la escopeta —con los ca–os de la escopeta—, y se levant— el gigante a matarlo al mozo, pero le ech— los dos leones y lo dejaron destrozao. Entonces cogi— y le dice:

                        —ÁTrae pa ac‡ las llaves del palacio!

                        Le cogi— las llaves y vio too el palacio como era. Y estaba rodeado de todos los manjares que pod’a haber en el mundo para comer y beber, y de todas las comodidades. Entonces el gigante se arrecogi— en una habitaci—n y Žl cogi— las llaves y le cand— la habitaci—n y lo dej— all’ y se march— pa su casa. Y le dijo a su madre:

                        —Mam‡, he visto un palacio con un gigante que le he echao los leones y lo he quedao destrozao. ÁEso s’ que hay ah’ comodidades, manjares y de todo lo que puede haber!

                        Dice su madre:

                        —ÁAh, pues v‡monos pa all‡!

                        —ÁPues ma–ana nos vamos!

                        Coge a su madre, con el caballo y los leones, y se marcharon al palacio del gigante. Entonces Žl se iba todos los d’as de caza, y el gigante —como hab’a quedao tan mal— se quejaba, y su madre fue a ver lo que hab’a all’ y le dice:

                        —ÀQuŽ es lo que le pasa a ustŽ, que se est‡ quejando?

                        —Pues nada, que el otro d’a vino su hijo por aqu’ y me ech— los leones que trae y me ha quedao destrozao, pero si ustŽ me curase con una medicina que tengo yo ah’, pues sanar’a pronto.

                        —ÁPues eso est‡ hecho!

                        —Coja ustŽ una botellina que ver‡ ustŽ ah’ llena de medicinas y me va a dar por las heridas que me hizo y en seguida voy a sanar.

                        Conque lo estuvo curando y san— en seguida.

 

            A partir de este punto, las coincidencias argumentales entre el cuento de La madre traidora y la f‡bula Žpico-bal‡dica de Beuve-Celinos empiezan a hacerse bien visibles:

 

                        Entonces ya se hizon novios y pretendieron de casarse —y se casaron— y viv’an all’ Ápues encantaos de la vida! Pero una vez el gigante quiso tomar venganza y le dice un d’a a la mujer:

                        —ÀSabes lo que vamos a hacer? Que tu hijo nos estorba a nosotros. Tenemos que mandarlo a un sitio donde vaya y no vuelva.

                        —ÀY c—mo vamos a hacer para hacer eso si es el hijo m’o, y adem‡s con los dos bichos que tiene no hay quien le meta mano?

                        —No te apures, que ya lo mandaremos donde vaya y no vuelva.

                        Bueno, pues total, que la convenci—. (Ya ves lo que pasa con las mujeres, y encima dicen que quieren mucho a los maridos y a los hijos. ÁMira que son malas!). Cogi— y le dice:

                        —Mira, le vamos a ir a un palacio que abre las puertas a las doce de la noche y s—lo est‡ cinco minutos abierto. Cuanto tarde m‡s all’ se queda encantao pa toa su vida, y Žl se queda all’ y nosotros viviremos felices. Tœ te vas a hacer la mala. Cuando venga, tœ te est‡s quejando y yo lo mando all’ y Žl ya no vuelve.

                        Conque cuando llega por la noche de la caza, se estaba su madre en la cama y le dice:

                        —ÀQuŽ le pasa, madre?

                        —ÁPues quŽ me va a pasar! Que me he puesto enferma y si fueras donde te va a mandar el gigante, pues en seguida que sanaba.

                        —ÁHombre, yo por ustŽ hago lo que sea necesario, y donde quiera que haya ir, voy!

                        —Pues mira —le dice el gigante— vas a ir a tal sitio, que hay all’ un convento. Cuando vayas all’ coges y pinchas con la lanza y las puertas se abren. All’ ver‡s un pilar que sale con tres chorros de agua como una fuente. LlŽvate esta botella, la llenas, y luego te sales y la traes aqu’. Cuando le demos con esta agua sanar‡ tu madre.

                        Pues as’ lo hizo. Se coge y se va directamente pa all‡ y se vio un palacio donde habitaba un se–or que estaba ciego —era sabio—. Ten’a tres hijas que estaban siempre en el balc—n, y le dicen a su padre:

                        —Pap‡, ah’ viene un se–or con un caballo y dos perros como si ser’an dos leones.

                        —Pues ahora cuando se acerque al palacio le dec’s que ate el caballo a la puerta y que suba aqu’.

                        Coge el caballo y lo ata a la puerta y dej— los leones junto al caballo y se subi— arriba.

                        —ÀD—nde vas, mozo?

                        —Pues voy a tal sitio que me ha mandao el gigante, que est‡ mi madre enferma y me ha dicho que si voy al palacio junto a lo œltimo de la sierra, que hay un pilar de agua de medicina que sana con aquella agua.

                        —S’, el agua es muy buena —le dice el sabio— pero tienes que hacer lo que yo te mande, porque si no all’ te quedas encantao. El palacio se abre a las doce, pero s—lo est‡ cinco minutos abierto. En cuanto se cierren las puertas te quedas tœ encantao con el caballo y los leones y no vuelves a salir m‡s de all’. Haciendo lo que yo te diga, sales.

                        —ÀY que tengo que hacer?

                        —Pues mira, cuando llegues all’ y a las doce en punto se abra, tienes que llegar antes y tener atao al caballo y a los leones fuera del convento. En vez de llevar la botella que te ha dao —porque igual te tiras diez minutos o quince pa llenarse—, lleva esta jarra y entras corriendo, la llenas y te sales, y afuera a llenar la botella. Cuando vengas, pues te vienes para ac‡ que tenemos que charlar un poco y eso.

                        Bueno, pues eso hizo. Se fue pa all‡ y al abrirse las puertas llen— la jarra y afuera llen— la botella.

                        Le dijo el se–or a las hijas:

                        —Cuando venga el caballero pa ac‡, el agua que trae se la cambi‡is por otra; le dais la que tenemos nosotros a Žl y la que trae Žl la qued‡is aqu’.

                        Bueno, pues despuŽs que comieron y estuvieron all’ charlando, le cambiaron el agua las mozas y ya dice:

                        —Bueno, me voy que ya tengo que ir adonde mi madre.

                        —S’, m‡rchate, que ya volver‡s por aqu’ otro d’a.

                        —S’, ya volverŽ con frecuencia.

                        Se march— y le dieron el agua a la madre y como no estaba enferma, enseguida san—.

                        —ÁAy que ver! —dec’a el gigante-, mira que tiene poder’o este hombre que donde quiera que va, viene. Ahora s’ que le vamos a mandar a donde vaya y no vuelva. Ma–ana te vas a hacer otra vez la mala —le dice a la madre— y cuando venga lo vamos a mandar adonde vaya y no vuelva. Ah’ s’ que no tiene salvaci—n.

                        Conque un d’a vuelve a hacerse la mala y le dice:

                        —ÀQuŽ es lo que le pasa a mi madre otra vez?

                        —Pues que ha vuelto a caer enferma —dice el gigante— y si tœ fueras adonde yo te dijera, pues sanaba.

                        —ÁYo voy donde haga falta! Por mi madre corro a donde haga falta.

                        —Pues vas a ir a tal sitio, a otra monta–a adonde habita una fiera. All’ vas a ir y lleva esta lanza que te voy a dar y la fiera, cuando tœ llegues a la cueva, se va a venir a ti y cuando abra la boca le picas en el lao derecho, la matas y la abres, la sacas el sebo y la traes pa ac‡ la manteca, y con ella le damos y sana tu madre.

                        —Bueno, pues eso est‡ hecho.

                        Conque Žl se cogi— el camino e iba por donde siempre, por donde estaba el sabio. Y las chicas, como siempre, estaban en el balc—n, le dicen:

                        —ÁPap‡, ya viene el caballero del agua del otro d’a!

                        —Pues decirle que suba pa ac‡ otra vez, que tengo que charlar con Žl.

                        Conque va pa all‡ y dicen:

                        —Oiga ustŽ, se–or, que ha dicho mi padre que suba.

                        —Ahora mismo.

                        Subi— pa arriba y dice el sabio:

                        —ÀD—nde vas, caballero?

                        —Voy a tal sitio, que est‡ mi madre otra vez enferma y me ha mandao el gigante que tengo que traerle la manteca de la fiera que est‡ en la cueva de tal.

                        —Bueno, eso est‡ bien. Y, ÀquŽ herramienta llevas pa matarla?

                        —Pues una lanza que me ha dao el gigante.

                        —ÁA verla! — (o sea, no es que la viera, la toc— el ciego), y dice:

                        —Eso no vale para nada. Esto cuando le piques se dobla y te traga a ti y no vuelves m‡s pa ac‡. Toma Žsta que es de acero puro, y cuando llegues donde la fiera, ella va a abrir la boca y tœ le picas en el lao izquierdo, le picas el coraz—n y ya est‡ muerta. Le abres, le sacas el sebo y te vienes otra vez para ac‡.

                        Bueno, pues as’ lo hizo. Se fue a la cueva y sali— la fiera con la boca abierta; cogi— la lanza, se la mete al lao izquierdo, la mat— y le sac— la manteca.

                        Y el sabio le dijo igual a las mozas:

                        —Vosotras, cuando venga, yo lo entretengo a hablar conmigo y le cambi‡is la manteca que Žl trae por la que tenemos nosotros, que Žsta tiene que servir pa salvarlo a Žl.

                        As’ hizo, fue para all‡ y estuvo charlando y luego dice:

                        —Ya me voy, que tengo que ir a curar a mi madre.

                        —Pues m‡rchate. Pero mira, antes te voy a decir la œltima soluci—n que vas a tener: tu madre no est‡ enferma, que la hace poner enferma el gigante y a ti te va a matar.

 

            Desde este momento, el cuento-tipo 590 deriva hacia motivos, episodios y derroteros que se apartan por completo de la trama habitual del complejo Žpico-bal‡dico de Beuve-Celinos:

 

                        —Y, Àc—mo me va a matar a m’, si yo con los leones no hay quien me meta mano?

                        —Pues con los leones y sin ellos te van a matar, por enga–o. Pero cuando te maten les dices que todos los cachos que hagan de tu cuerpo lo echen en un saco y que te echen por las monta–as y que te coman las fieras. Ahora vas a dejar el caballo que tœ traes aqu’ y te llevas el m’o, que Žste como ya sabe el camino viene aqu’ y el tuyo se queda aqu’ y te llevas el m’o.

                        Pues as’ lo hizo, cogi— el caballo del sabio y se fue a casa y le dio la manteca, pero como no estaba enferma la madre, pues enseguida que san— (bueno, eso es un cuento, pero pod’a ser en el caso que hubiera sido verdad, pero no lo es).

                        Entonces un d’a le dice el gigante a la madre:

                        —A Žste no lo matamos ya de ninguna forma, de no hacer una operaci—n que vamos a hacer. Te haces otra vez la mala y yo te digo que te da asco de ver comer los leones y que hay que encerrarlos mientras comemos. Y Žl se lo va a creer y cuando ya los haya encerrao yo me encargo de matarlo. Es la œnica soluci—n de matarlo. Si no, no hay forma de matar a este t’o.

                        Pues as’ lo hizo. Viene el hijo un d’a de la cacer’a y se estaba quejando otra vez su madre, y dice:

                        —ÀQuŽ le pasa a mi madre?

                        —Pues que otra vez est‡ enferma.

                        —ÀY por quŽ est‡ enferma tanto?

                        —Porque es que dice que le da asco de ver comer a los leones y ha ca’do enferma por eso.

                        —Pues eso tiene buena soluci—n: los encerramos mientras comemos.

                        Conque encierran los leones en una habitaci—n que le dijo el gigante y cuando los encerr— se le tir— encima y lo mat—. Entonces, cuando estaba con las ansias de la muerte, dice:

                        —Lo primero que vos ruego es que, cuando me hay‡is matao y me hay‡is hecho pedazos, me met‡is en un saco, me lo prendŽis al caballo y que me coman por ah’ las fieras y los bichos. No quiero que me enterrŽis.

                        —Pues mejor para nosotros —dice el gigante—.

                        Y as’ lo hizo. Lo ataron encima del caballo con el saco atado y lo echaron por la monta–a. El caballo, como era del sabio, se fue al palacio. Cuando ya le vieron venir las se–oritas por all‡, le dicen:

                        —Pap‡, el caballo que llev— el caballero viene con un saco encima por tal sitio.

                        —Pues abrirle las puertas, que entre pa adentro, y el saco me lo sub’s aqu’ arriba a onde estoy yo con lo que traiga.

                        Cuando el caballo lleg—, ya ten’a las puertas abiertas. Entr— dentro, cogieron el saco y lo subieron arriba. Entonces dice el sabio:

                        Saliros las tres un momento afuera y luego volvŽis a entrar.

                        Cogi— el sabio, desat— el saco y llen— una artesa que ten’a all’, como un ba–o, y ech— los pedazos que llevaba hechos del mozo y llam— a la mayor:

                        —ÁEntra tœ pa dentro!

                        —ÀQuŽ es lo que desea, pap‡?

                        —Nada m‡s que Àte quieres casar con esta carne?

                        —ÁUstŽ est‡ loco, yo con esa carne! ÀQuiŽn se va a casar con una poca de carne?

                        —ÁBueno, bueno, si no quieres, salte de ah’!

                        Conque llam— a la mediana:

                        —Y tœ, Àte quieres casar con esta carne?

                        —ÁUstŽ est‡ loco! ÀC—mo me voy a casar yo con esa carne?

                        —Bueno, bueno, si no quieres, salte de aqu’ —le dijo el padre—.

                        Conque llam— a la m‡s peque–a y dice:

                        —ÀY tœ? ÀTe quieres casar con esta carne?

                        —S’. ÀY quŽ tengo que hacer para eso?

                        —Pues te lo voy a decir lo que tienes que hacer: coges y la extiendes en la ba–era. Si esta pieza le corresponde al brazo, se la pones al brazo; si otra le corresponde al muslo, se la pones al muslo; si la otra le corresponde a la espalda, se la pones a la espalda y Çsi bien lo dejas, bien lo encontrar‡sÈ.

                        Conque la chica lo fue uniŽndolo pieza por pieza, segœn le hab’a hecho pedazos, y cuando ya lo ten’a formao le dice:

                        —ÁPap‡, ya lo tengo formao!

                        —Pues ahora le vas a dar con el agua que trajo por todas las heridas, bien dao con el agua, y le vas a dar con la manteca, bien frotao todas las heridas y lo dejas. Cuando ya lo tengas preparao con el agua y la manteca, lo dejas.

                        Conque ya lo dio con las dos cosas y dice:

                        —ÁYa acabŽ, pap‡!

                        —Pues ya lo puedes dejar. A las veinticuatro horas vienes aqu’.

                        Y volvi— la chica y dice:

                        —ÀQuŽ tengo que hacer ahora?

                        —Pues lo mismo que ayer, le vuelves a dar con el agua y la manteca, que a los tres d’as envivece.

                        As’ fue. A los tres d’as fue la chica y le dice:

                        —Pap‡, Àsabe ustŽ que ya se mueve la carne?

                        —Pues eso es porque est‡ enviveciendo.

                        A los tres d’as se puso de pie de un salto el mozo y dice:

                        —ÀD—nde he estao yo?

                        —Pues has estao —le dice el sabio— hecho cachos, y ahora ya est‡s hecho un hombre otra vez.

                        —Pero, ÀquŽ es lo que han hecho de m’?

                        —De ti han hecho que estabas matao y te han hechos cachos y vinistes aqu’ en un saco y ahora ya est‡s compuesto y hecho un hombre como antes.

                        —Y ahora, ÀquŽ quieres que hagamos? —dice el ciego—.

                        —Pues yo lo que quiero es tomar venganza. Quiero hacer lo que hizon conmigo: matar al gigante y matar a mi madre.

                        —ÁHombre!, que tu madre no tiene la culpa de que te matara el gigante!

                        —Tan c—mplice fue ella como Žl. As’ que a los dos quiero matarlos.

                        —Pues mira, de la forma que los vas a matar te voy a decir lo que tienes que hacer: lo primero, no dejarte ver, porque si te dejas ver entonces s’ que te matan y ya no vuelves m‡s. Te tienes que ir por la parte de atr‡s del castillo y all’ tienen a los leones metidos en una habitaci—n. Vas a llevar tres panes calaos en vino y se los echas por la ventana a que lo coman, porque si les abres la habitaci—n, con el hambre que tienen, te devoran a ti mismo ellos. DespuŽs que se hayan comido los tres panes en vino, les abres las puertas y ya vas adonde ellos, que ellos estar‡n comiendo un guisao de carne y en la œltima tajada estar‡n porfiaos: Áque la coma el uno, que la coma el otro! Cuando ya estŽs con los leones all’, toma cinco alfileres —le dio cinco alfileres— y le clavas el primero en el dedo gordo y le dices que te saque los ojos del sabio fulano de tal, que le sacaron en tal d’a y en tal a–o; y te van a sacar unos de perro. Entonces le clavas otro alfiler en el otro dedo y te va a sacar unos casta–os, azules, en fin... de perros, gatos... —los m’os son negros—, y a la œltima dejas el dedo coraz—n sin pinchar. La œltima se la clavas all’, y cuando le hayas clavao la œltima, te echas fuera porque prende a arder el castillo y se quema todo —todo queda hecho en cenizas—. Al caballo no lo puedes coger porque se va a hacer cenizas con el castillo, as’ que tœ te echas fuera con los leones y ya te vienes pa ac‡.

                        As’ lo hizo. Cogi— y le ech— los panes calaos en vino a los leones. Y despuŽs que los aliment— les abri— las puertas y se fue ande el gigante y la madre.

                        —ÁHola, ya est‡ aqu’ el que mat‡steis! (se quedaron los dos blancos como esa pared) y ahora, ÀquŽ querŽis que haga con vosotros?

                        —Pues lo que te convenga —le dice el gigante—, porque ya no podemos hacer m‡s contigo.

                        —Pues yo quiero hacer lo que habŽis hecho vosotros conmigo, pero para que veais que soy m‡s bueno que vosotros, n‡ m‡s que os pido que me deis los ojos del sabio fulano de tal, de tal sitio.

                        —ÁAh!, Žse es el que te ha salvao a ti —dice el gigante—. ÁSi lo sŽ, no hubiera comido m‡s pan!

                        Coge y le pinch— el alfiler y le saca los ojos de un perro, y dice:

                        ─No, Žstos no son los ojos del sabio. ÁA buscarlos!

                        Le clava la otra, cuando le trae los de un gato.

                        —ÁNo, Žstos no son, que los suyos son negros!

                        Y la œltima se la clav— en el dedo coraz—n —cuando ya ten’a los ojos del sabio— y se ech— fuera, y arranc— a arder el convento, y se quem— todo, y Žl se fue con los leones y el caballo detr‡s de Žl a all‡, y se cas— con la hija m‡s peque–a que ten’a el sabio.

                        Y vivieron felices y a nosotros nos dieron con los huesos en las narices[8].

 

            Decir que cualquier discurso literario de transmisi—n esencialmente oral y tradicional est‡ formado por una suma de motivos, algunos esenciales y otros accesorios, unos fijos y otros flotantes, cuya combinatoria inestable impide que ninguna versi—n sea exactamente idŽntica a ninguna otra porque s—lo su nœcleo comparte motivos comunes no es descubrir nada nuevo, sobre todo a quien estŽ m’nimamente versado en los modos de producci—n y de difusi—n de esa modalidad de literatura y en el uso de los inevitables conceptos y etiquetas de tipo, versi—n, variante, rama, contaminaci—n, motivo. Ninguna versi—n del romance de Celinos es absolutamente similar a ninguna otra versi—n del mismo romance recogida en algœn pueblo distinto o de alguna persona diferente, porque a cada una se le adhieren, por fuerza, motivos diferentes adem‡s de desarrollos verbales tambiŽn diferentes, por supuesto. Tampoco los textos que conservamos del Daurel et Beton provenzal, del Beuve de Hantone francŽs, del Bovo d'Antona italiano, del Boeve de Haumtone anglonormando o de cualquiera de sus parientes paneuropeos son ni mucho menos plenamente coincidentes entre s’, ni concuerdan de modo absolutamente fiel con ninguna versi—n del hisp‡nico Celinos, con el que la cr’tica acepta desde hace mucho tiempo, en cualquier caso, que existe una incontestable relaci—n genŽtica.

            Dentro de este horizonte que combina, con flexible naturalidad, memoria y cambio, coincidencia y divergencia, fidelidad a una esencia comœn y pluralidad exuberante de matices y de barnices, las f‡bulas Žpico-bal‡dicas del complejo de Beuve-Celinos muestran paralelismos tan asombrosos con los nœcleos argumentales e ideol—gicos de los cuentos del ciclo de La hermana traidora (ATU 315) y de La madre traidora (ATU 590), que es imposible no considerar que todos ellos pertenecen a una familia comœn. Una familia en que, a juzgar por la muy amplia difusi—n intercontinental de los cuentos tradicionales, y por la mucho m‡s restringida concreci—n ge—grafica de los cantos Žpicos y bal‡dicos, parecen sugerirse jerarqu’as y linajes en que los cuentos ocupar’an una posici—n troncal, y los cantos se agrupar’an, en cambio, en ramas y en subramas m‡s localizadas y perifŽricas.

            Algunos motivos se agrupar’an en el nœcleo, funcionar’an como ejes estables alrededor de los cuales girar’a toda la poliŽdrica diversidad de esta constelaci—n de f‡bulas. Por ejemplo, los que en el monumental cat‡logo de motivos folcl—ricos de Stith Thompson[9] tienen los nœmeros H931 (Tareas asignadas para deshacerse del hŽroe), H1211 (Bœsquedas asignadas para deshacerse del hŽroe), H1212 (Bœsquedas asignadas por una enfermedad fingida) o Q261 (Traici—n castigada). Otros motivos parecen, en cambio, caracterizarse por su car‡cter accidental, advenedizo, porque flotan, emigran y luego se adhieren s—lo a ramas o a versiones particulares, lo que facilita que de la unidad nazca la diversidad, que del prototipo manen las variantes, que la literatura oral tenga que ser siempre apreciada como un corpus de versiones en perpetuo y din‡mico devenir. Entre estos motivos no esenciales estar’an los que tienen los nœmeros K2213 (La esposa traidora), K975 (Secreto de la fuerza traicioneramente descubierta), D861.5 (Objeto m‡gico robado por la esposa del hŽroe), S12.1 (Madre traidora se casa con el ogro y conspira contra el hijo), H1361 (Bœsqueda de la leche de la leona), F615.2.1 (Hombre fuerte enviado a orde–ar leonas: regresa trayendo a los leones), B431.2 (Le—n servicial), o B520 (Animales salvan la vida).

            El final feliz, con matrimonio incluido, que adorna la mayor’a de las versiones cuent’sticas ha de considerarse tambiŽn al menos en el caso del cuento 315, que suele contaminarse de un modo visiblemente arbitrario con el 300 un episodio sobrevenido, un motivo adherido para restar dramatismo y para encauzar el tr‡gico argumento hacia el habitual final positivo que se supone debe adornar a todos los cuentos maravillosos.

            A la luz de todas estas f‡bulas, vivas en Žpocas y en lugares tan diversos, cantadas y contadas en lenguas y por personas tan distintas, contenidas en moldes de gŽnero tan diferentes, sujetas a ceremonias de rememoraci—n y de cambio tan sugestivas, nuestra tradici—n literaria oral vuelve, una vez m‡s, a emerger como un repertorio cultural incomparablemente rico e interesante, impregnado al mismo tiempo de certezas y de misterios, cimentado sobre lo comœn pero deslumbrante desde su diversidad.

 



    [1] Samuel G. Armistead y Joseph H. Silverman, ÇEl romance de Celinos: un testimonio del siglo XVIÈ, En torno al romancero sefard’: hispanismo y balcanismo de la tradici—n judeo-espa–ola (Madrid: Gredos-Seminario MenŽndez Pidal, 1982) pp. 35-42, pp. 36-37.

    [2] Diego Catal‡n, La Žpica espa–ola: nueva documentaci—n y nueva evaluaci—n (Madrid: Fundaci—n Ram—n MenŽndez Pidal, 2001) pp. 755-760.

 

    [3] Romancero general de Le—n, eds. D. Catal‡n, M. de la Campa y otros, 2 vols. (Madrid: C‡tedra Seminario MenŽndez Pidal-Universidad Complutense-Diputaci—n de Le—n, 1991) I, pp. 53-54.

    [4] Traduzco de Hans-Jšrg Uther, The types of International Folktales. A Classification and Bibliography, Based on the System of Antti Aarne and Stith Thompson (Helsinki: Suomalainen Tiedeakatemia-Academia Scientiarum Fennica, 2004) nœm. 315.

    [5] Traduzco de Hans-Jšrg Uther, The types of International Folktales, nœm. 590.

    [6] Alexandr Nikol‡ievich Afan‡siev, El anillo m‡gico y otros cuentos populares rusos, ed. E. Bulatova, E. de Beaumont Alcalde y J. M. Pedrosa (Madrid: P‡ginas de Espuma, 2004) nœm. 2.

    [7] Ram—n S‡nchez Lizarralde, El agradecimiento del muerto: cuentos populares albaneses (Irœn: Alberdania, 2004) pp. 47-57.

    [8] Antonio Lorenzo, ÇLa madre traidora: un raro cuento tradicional en el Estado espa–olÈ, Revista de Folklore 48 (1984) pp. 203-210.

    [9] Stith Thompson, Motif-Index of Folk Literature: a Classification of Narrative Elements in Folktales, Ballads, Myths, Fables, Mediaeval Romances, Exempla, Fabliaux, Jest-Books and Local Legends, ed. rev. y aum., 6 vols. (Bloomington & Indianapolis-Copenhague: Indiana University-Rosenkilde & Bagger, 1955-1958).